Ya no ser más el “Experto” es muy liberador
Yo trabajé en un hospital como jefa de ortopedia. Puse todo mi esfuerzo ahí por cuatro décadas, en las que acumulé mucha experiencia clínica. Por mis conocimientos era respetadas por pacientes y colegas, y era admirada y respetada en todas partes. Sentía que yo era especial, superior a los demás. Después de aceptar la obra de Dios de los últimos días, vi que algunos hermanos y hermanas que servían como líderes y decanos en la iglesia compartían y ayudaban a resolver problemas en las reuniones. y algunos de ellos, además eran escritores de artículos o eran productores de videos. Yo de verdad los envidiaba y sentía que debían ser admirados por los deberes que hacían. Yo… desdeñaba deberes como el de hostelería o el manejo de asuntos generales. pensaba que eran deberes muy simples e insignificantes. Y pensaba: “Yo jamás haría esa clase de deber. Tenía clase social y una buena educación. Si voy a realizar un deber, debería ser algo apropiado a mi estatus”.
Después del Año Nuevo Chino en 2020, un líder de la iglesia me dijo: “Unas hermanas escritoras no tienen un lugar seguro donde puedan quedarse. Tú no eres muy conocida por ser creyente, tu casa es relativamente segura. ¿Podrías tenerlas como huéspedes?”. Yo pensé, “Estoy feliz de hacer un deber, pero una médica especialista de alto rango como yo, sirviendo como hostelera, esclava de la cocina frente a la estufa, corriendo a servir a la mesa… ¿Eso no sería como ser una niñera?”. Me sentí algo ofendida. ¿No había un deber más digno que el de simple hostelera? Imaginé que iban a darme un deber con más estatus, que requiriera habilidades. De otra forma, me sentía degradada. ¿Un deber de hostelera no sería desperdiciar mis talentos? Si mis amigos y mi familia supieran que renuncié a mi maravillosa posición como experta para quedarme en casa a cocinar, se van a morir de risa. Mientras más lo pensaba, más me indignaba. Yo pensé que la iglesia tenía una necesidad urgente, así que aunque no fuera lo que yo quería, no podía negarme a hacerlo porque eso sería tener falta de humanidad. Luego se me ocurrió que me faltaba estatura. No entendía mucho de la verdad. así que, interactuando con hermanas que se dedicaban a escribir, yo podría aprender con ellas. y después podría ser transferida a trabajar con ellas. Pensé que el deber de hostelería sería temporal. Además, un hospital era muy riesgoso en situación de pandemia, y no quise seguir trabajando. así que renuncié y asumí los deberes de hostelería.
Siempre había estado ocupada con mi trabajo, y no solía cocinar mucho. Así que me puse a aprender a cocinar para que las hermanas tuvieran platillos deliciosos. Pero una vez que los terminaba no quería llevarlos a la mesa. Sentía que era el trabajo de un sirviente. En el hospital, a la hora de la comida, siempre había alguien que me servía, y los colegas me saludaban sin importar en qué área estuviera. Yo era muy respetada en todas partes. Pero ahora, tenía que usar un delantal y mi ropa siempre estaba manchada de aceite, y pasaba mucho tiempo tallando ollas y sartenes, mientras aquellas hermanas vestían ropa limpia, sentadas frente a computadoras. Yo me sentía lastimada y agraviada. Pensé en el refrán, “Quien usa el cerebro, gobierna a quien no lo usa”. y “Dios los cría y ellos se juntan”. El hospedaje y la cocina era trabajo físico de un nivel diferente a los otros. Pensarlo me alteraba cada vez más y sentía como si llevara un enorme peso sobre mí. No quería hacer eso mucho tiempo. Y pensaba: “He publicado artículos médicos y soy muy reconocida en mi campo. Mi habilidad para escribir no es mala. Si puedo escribir algunos artículos testimoniales, tal vez el líder vea mi talento y me asigne a ese deber. ¿Podría así liberarme del deber de hostelería?”. Comencé a dormir hasta tarde, escribiendo mis experiencias. Las hermanas las leían y decían que no estaban mal. Muy emocionada, le envié al líder lo que escribía. luego… esperé y esperé, pero nadie me asignaba mi deber como escritora. Me sentí decepcionada y perdí el entusiasmo por seguir escribiendo. A los pocos días, escuché que la iglesia necesitaba gente para la producción de videos. Y pensé, “La video-producción es un deber que requiere algunas habilidades. Ahora tengo una oportunidad. Si me hago buena con la computadora, me volveré talentosa, alguien con habilidades”. Una vez más, comencé a dormir hasta tarde, aprendiendo video-producción. Pero con mi edad, no podía aprender tan rápido como los jóvenes, no era fácil. Fue otra esperanza frustrada. Me sentía desanimada, como si los deberes de “alto rango” no fueran para mí, y yo estaba atorada en esta labor. Sentía que estaba siendo despreciada. Por varios días no pude comer ni dormir bien. No me concentraba, olvidaba lo que estaba haciendo mientras cocinaba. Me cortaba al rebanar los vegetales o me quemaba la mano. Los platos y los utensilios se me caían al piso haciendo un escándalo terrible, que hasta yo me asustaba. Cuando las hermanas escuchaban el ruido, dejaban lo que estaban haciendo y corrían a ayudarme a limpiar. Yo me sentía terrible al ver cómo las estaba distrayendo cuando ellas hacían sus deberes. En mi miseria, acudí a orar a Dios. “Dios, me han puesto en este deber de hostelería. A mí me parece bajo, me siento agraviada, no me puedo someter. No sé cómo manejarlo. Guíame, por favor”.
Después, leí esto en las palabras de Dios. “Sea cual sea tu deber, no discrimines entre lo superior y lo inferior. Supongamos que dices: ‘Aunque esta tarea es una comisión proveniente de Dios y la obra de Su casa, si la hago, la gente podría menospreciarme. Otros llevan a cabo una obra que les permite destacar. ¿Cómo puede esta tarea que se me ha asignado —que no me permite destacar, sino que me hace trabajar entre bastidores— considerarse un deber? Es un deber que no puedo aceptar; este no es mi deber. Mi deber tiene que hacerme destacar ante los demás y permitirme forjarme un nombre, y aunque no me forje un nombre o me haga destacar, aun así, debería poder recibir algún beneficio de él y sentirme cómodo físicamente’. ¿Es aceptable esta actitud? Ser quisquilloso es no aceptar lo que viene de Dios; es tomar decisiones de acuerdo con tus propias preferencias. Esto no es aceptar tu deber; es rechazarlo, es una manifestación de tu rebeldía. Tal quisquillosidad es adulterada con tus propias preferencias y deseos; cuando consideras tus propios beneficios, tu reputación y otras cosas similares, tu actitud hacia tu deber no es de sumisión” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). Este pasaje, de verdad me atravesó el corazón. Las palabras de Dios revelaron mi estado. Yo me consideraba una distinguida experta con un estatus elevado, y debía tener prioridad en todas partes. Quise aprovechar esa influencia para sobresalir de entre los demás. Cuando me dieron el deber de hostelería, sentí como si mi estatus fuera degradado, como una injusticia. Pero el juicio y revelación de las palabras de Dios, Me mostraron que la razón por la que yo menospreciaba el deber de hostelería Era porque yo veía mi deber en la casa de Dios desde la perspectiva de una incrédula. Miraba los deberes clasificándolos en alto y bajo. ¿Que si yo podía algo que me destacara? Por supuesto que sí. Pero despreciaba los deberes que no resaltaban. Esa perspectiva era lo que impedía que yo pudiera cumplir con mi deber. Incluso quise tirar la toalla. No consideraba en lo más mínimo la voluntad de Dios en mi deber. Lo que sí tenía claro, era verme bien, perseguir estatus y renombre. Dios estaba elevándome al otorgarme el deber de un ser creado; era su comisión para mí, pero yo elegía basada en mi preferencia personal. Era muy irrazonable. Cuando me di cuenta me sentí agradecida con Dios. y calladamente, resolví cumplir bien con mi deber.
Después de eso, comí y bebí las palabras de Dios, y oré a la luz de mi estado, y pude servir sin reservas. Pero lo que pasó después, volvió a perturbar mi corazón. Una hermana que yo hospedaba fue elegida líder de iglesia. Sentí mucha envidia. Pensé: “Puedo ver lo valorada que es alguien con el deber de escritora. De verdad son sobresalientes, y hasta pueden ser líderes si lo hacen bien. Pero, ¿qué clase de futuro tiene una persona que realiza el deber de hostelería? Siempre usando un delantal, salpicada de grasa y oliendo a humo. Siempre que salgo a comprar alimentos, temo ser vista por alguien conocido y que me pregunte por qué no ejerzo mi habilidad en medicina. Camino con la cabeza agachada tratando de pasar sin ser vista. Y hasta llegar a casa, respiro aliviada. Yo solía estar al frente y al centro a donde quiera que iba, o impartiendo alguna conferencia. Todas las personas trataban de estrechar mi mano. Pero ahora, no quiero que nadie me vea. me escondo para ir a comprar vegetales”. Yo estaba muy molesta y no podía sacarme de la mente mis glorias pasadas. Antes me llamaban, “experta”, “directora”, “profesora”, y todo eso lo extrañaba. No podía evitar tener esos recuerdos. La admiración de los líderes, el halago de mis compañeros, mis pacientes agradeciéndome… Era como una distinguida manera de vivir. Me sentía como un ave fénix convertida en gallina. Y me preguntaba cuándo iba a terminar con ese deber. No podía mas que sentirme celosa. y que las hermanas disfrutaran sus alimentos, no me confortaba. Además, perdí bastante peso. Luego, el director del hospital me llamó de repente diciéndome que la pandemia estaba bajo control, y me preguntó si quería volver. De nuevo me volví a emocionar, pensando que sería fantástico trabajar otra vez en esa vida de prestigio, llevando el título de “experta”. Pero el deber de hostelería era importante, y debía cuidar la seguridad de las hermanas. Si volvía al trabajo, no podría seguir hospedándolas. De inmediato oré a Dios; “Dios, nunca he sido capaz de someterme a mi deber de hostelería. Simplemente no he podido olvidar el pasado. Por favor, guíame para conocerme y someterme”.
En mi búsqueda, encontré esto en las palabras de Dios. “Considerad cómo deberíais tratar el valor personal, el estatus social o el trasfondo familiar de una persona. ¿Cuál es la actitud más adecuada? Para empezar, las personas deben acudir a las palabras de Dios para ver cómo los considera Él. Solo así se puede llegar a comprender la verdad, y solo así se puede evitar hacer cosas contrarias a la verdad. Entonces, ¿cómo considera Dios el trasfondo familiar, el estatus social, el nivel de educación y la riqueza que obtiene una persona en la sociedad? Si no usas las palabras de Dios como base para todas las cosas, y no puedes ponerte de Su lado para recibir algo de Él, entonces seguramente habrá discrepancia entre tu punto de vista sobre los asuntos y las intenciones de Dios. Si la distancia no es grande y la desviación solo menor, entonces no supone un problema, pero si tus puntos de vista están en completa oposición a las intenciones de Dios, entonces no están alineados con la verdad. Desde la perspectiva de Dios, Él tiene la última palabra sobre cuánto le da a una persona, y tu lugar en la sociedad lo determina Él, en ningún caso una persona. Si Dios ha situado a una persona en la pobreza, ¿significa eso que no tiene esperanzas de salvación? Si tiene un bajo valor o estatus social, ¿acaso no la salvará Dios? Si es de bajo estatus social, ¿es posible que sea poco apreciada por Dios? No necesariamente. Entonces, ¿qué es lo que importa en realidad? Lo importante es la senda que sigue esa persona, sus búsquedas y su actitud hacia la verdad y hacia Dios. Si una persona tiene un estatus social muy bajo, es pobre y poco educada, pero es muy pragmática y tiene los pies en la tierra respecto a su fe en Dios, ama la verdad y le gustan las cosas positivas, entonces, ¿su valor para Dios es bajo o alto? ¿Son nobles o inferiores? Tal persona es preciada. Por tanto, desde esta perspectiva, ¿qué determina el valor o la nobleza de una persona? Eso depende de cómo te ve Dios. Si Él te ve como digno y precioso, entonces serás un recipiente para un uso noble, y serás de oro o plata. Sin embargo, si Dios te considera indigno e inferior, entonces no importa lo alto que sea tu nivel de educación, tu estatus social o tu categoría étnica, seguirás sin tener un estatus elevado. Aunque muchas personas te apoyen, alaben y admiren, no tendrás un estatus elevado, seguirás siendo solo una persona inferior. Entonces, ¿cómo es que una persona ‘noble’ con un alto estatus social, que es alabada y admirada por mucha gente y goza de gran prestigio, llega a ser considerada por Dios como inferior? ¿Acaso Dios simplemente contradice a la humanidad? En absoluto. Dios tiene Sus propias normas de evaluación, y estas son la verdad” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Son malvados, insidiosos y mentirosos (I)). Las palabras de Dios fueron esclarecedoras. La raíz de mi sufrimiento era no ver desde la perspectiva de las palabras de Dios, sino con la perspectiva satánica de clasificar como alto o bajo, el nivel de estatus en mi deber. Siempre había usado el estatus social y los logros profesionales como los parámetros para el éxito. Controlada por esas perspectivas, me veía a mí misma como alguien honorable, pensando que yo era alguien con experiencia, estatus y buena posición, alguien especial y de alto nivel. me aferré a ese punto de vista después de obtener mi fe; valorando los deberes como el de líder y los que requerían habilidad, mientras que menospreciaba los deberes no especializados. Pensaba que los de bajo rango no eran adecuados para mí. quería disfrutar de ese prestigio que antes disfrutaba. Fue por mi actitud de categorizar, que estaba siendo engañada, sin poder comer ni dormir y perdiendo peso por mi angustia. Era muy doloroso. Pero al ser expuesta y juzgada por las palabras de Dios, pude ver el carácter justo de Dios. A Él no le importa el estatus, ni las desventajas de las personas. Lo que le importa es que persigan la verdad, y el sendero que toman. No importa tu posición, tu grado ni reputación. Sin la verdad, eres despreciable a los ojos de Dios. A cualquiera que persiga y obtenga la verdad, Dios lo valora y lo bendice con estatus o sin él; no es lo que importa. También aprendí que no importaba cuántas personas me adularan ni lo alto de mi rango, si yo no podía someterme a Dios ni hacer el deber de un ser creado, era completamente inservible.
Yo lo seguí meditando. ¿Cómo es que sabiendo que yo estaba equivocada, no podía evitar seguir deseando que me dieran un deber más prestigioso? Pensaba en eso cuando vi estas palabras de Dios. “Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Lo que revelan las palabras de Dios, me mostró que Satanás me lastimaba con su “fama y ganancia”, totalmente atada. Fui educada por mis padres y la escuela, e influenciada por la sociedad desde que era niña. Las filosofías de Satanás llegaron hasta la médula de mis huesos. Cosas como: “El hombre lucha por salir, el agua por escurrir”. “El legado de un hombre es el eco de su vida”, “Quien usa el cerebro, gobierna a quien no lo usa”. Esos venenos estaban enraizados en mi corazón. ¿Por qué siempre estaba extrañando el honor… de ser llamada “experta”, “doctora renombrada”, y “Directora”, siempre queriendo usar esto pensando que yo era distinguida sobre los demás? Porque había tomado la fama y el estatus, como las cosas a perseguir en la vida, y pensaba que obteniéndolos, obtenía la admiración y el apoyo de los demás. Así, ya fuera en la escuela, en la sociedad, o en la casa de Dios, yo priorizaba el rango y el estatus y trabajaba duro para desarrollar experiencia. esperando estar por encima de cualquier grupo en el que yo estuviera. Creí que era la única forma en la que podría alcanzar mi verdadero valor. Cuando no lo lograba, el futuro lo veía triste y yo sufría. Las ataduras del estatus me controlaban por completo, desviándome de Dios y traicionándolo para mi propia desgracia. Algo más que aprendí fue que el deber de hostelería no es muy notorio, pero fueron todas esas condiciones las que me hicieron reconocer lo equivocado de mi búsqueda y comenzar a buscar la verdad mientras hacía mi deber, y me liberaba de las cadenas de la fama. Cuando entendí las intenciones de Dios, se lo agradecí de corazón, y me sentí arrepentida. Me arrodillé ante Dios y comencé a orar. “Dios, gracias por poner las condiciones que expusieron mi carácter corrupto y que me rescataron de mi equivocada búsqueda. Deseo arrepentirme y dejar de perseguir el estatus y la fama. Quiero someterme y hacer bien mi deber para satisfacerte”. Y así, rechacé el ofrecimiento del hospital.
Luego, leí más de las palabras de Dios. “¿Qué tipo de persona quiere Dios? ¿Quiere una persona con grandeza, famosa, noble o increíble? (No). Entonces, ¿qué tipo de persona quiere Dios? Quiere una persona que tenga los pies bien puestos en la tierra y busque ser una criatura de Dios capacitada, que pueda cumplir el deber de una criatura y pueda atenerse al sitio que debe ocupar un ser humano” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El carácter corrupto solo se puede corregir al buscar la verdad y confiar en Dios). “En última instancia, que las personas puedan o no alcanzar la salvación no depende del deber que cumplan, sino de si han comprendido y obtenido la verdad y de si son o no capaces de someterse a los planes de Dios y ser auténticos seres creados. Dios es justo y este es el estándar que usa para medir a toda la humanidad. Recuerda: este estándar es inmutable. Por tanto, no pienses en buscar otra senda ni en buscar algo que no es real. Las pautas que Dios exige a todos los que alcanzan la salvación son inalterables para siempre, las mismas seas quien seas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La actitud que ha de tener el hombre hacia Dios). Pude ver que Dios no quiere personas altivas. Él quiere personas con los pies en la tierra, que hagan bien su deber. Yo tenía estatus en el mundo, pero mi entendimiento de la verdad, era superficial. Los deberes de liderazgo y escritura, involucran la verdad. No puede hacerlos alguien que sólo busque estatus y reconocimiento. Tenía que ser razonable y hacer lo que yo fuera capaz de hacer. Tengo una casa que funciona bien para la hostelería, así que simplemente tenía que servir como hostelera y aspirar a la verdad. Eso era lo único razonable. Entre… los distintos deberes, las únicas diferencias son el nombre y la función. La identidad y esencia de una persona, no cambian. Pensaba mucho en mi misma pensando que era ilustre. Pensaba en mí como una renombrada doctora, por encima de los demás. Creí que ser hostelera era un deber bajo, y yo quería un deber más importante. “El césped de al lado siempre luce mejor”. Yo no podía sólo aceptarlo y hacer mi deber. Incluso en mi corazón luchaba contra Dios, arrogante y carente de razón. También pensé en Job. Él tenía un gran estatus entre la gente de Oriente. pero jamás pensaba en su estatus, ni le importaba la gloria que este le daba. Con estatus o sin él, siempre exaltaba a Dios como el más grande. Job era sensible. Por eso Dios encomiaba a Job como un ser creado obediente. Yo no me comparo con Job en absoluto, pero quise seguir su ejemplo, de dejar ir esas cosas y tratar de cumplir con los estándares de Dios. Y en cuanto dejé de buscar la fama y la fortuna, mi mentalidad cambió. Entendí que todo deber es esencial e importante. Si no hubiera personas actuando como hosteleras, los hermanos y hermanas no tendrían un lugar seguro donde cumplir con sus deberes. En adelante, hice un esfuerzo por dejar de pensar en mí, por preparar buenos alimentos, y por cuidar la seguridad de las hermanas para que ellas pudieran hacer su deber en paz. Después de un tiempo, ya no sentí que hubiera ninguna especie de diferencia entre nosotras. crecí más cerca de Dios y comencé a tararear himnos mientras cocinaba. Y al terminar, leía palabras de Dios, aquietaba mi corazón, consideraba el trabajo que Dios había hecho en mí, y lo que yo había ganado; después, escribía artículos testimoniales. Me sentía muy satisfecha. Era una forma de vivir en paz, además de muy liberadora.