Ya no me sentiré inferior por hablar torpemente
Desde pequeña, era introvertida y me expresaba mal. Al relacionarme con desconocidos no tenía mucha valentía para hablar, y cuando estaba con mucha gente me sentía muy nerviosa. Siempre me daba miedo no expresarme claramente y hacer el ridículo. Por ello, solía sentirme inferior a los demás. En agosto de 2023, la iglesia dispuso que regara a nuevos fieles. Este deber requería que me reuniera a menudo con ellos, y también tenía que comunicarme con el resto del personal de riego. Ante tales situaciones, a menudo me sentía nerviosa y temía que, cuando me tocara enseñar, no lo hiciera claramente y, entonces, ¿qué opinarían los hermanos y hermanas de mí?
Una vez, Stacy, la hermana que tenía por compañera, me llevó a reunirme con unos nuevos fieles. Había 40 o 50 personas allí. Al contemplar la escena, no pude evitar ponerme nerviosa. Había demasiada gente. ¿Hasta qué punto sería deshonroso enseñar mal delante de esa multitud? Pensarían: “Si eres así, que ni siquiera hablas con claridad, ¿en serio puedes regarnos?”. ¿No me despreciarían? Mientras lo pensaba, no podía tranquilizarme y tenía el corazón muy agitado. Me dio mucha envidia, sobre todo, que, en la charla de Stacy, ella estuvo lúcida y el contenido fue práctico. Además, me alteré mucho y temía que, con tanta gente presente, en cuanto me pusiera nerviosa, me quedara en blanco y no fuera capaz de enseñar. ¿Qué tan vergonzoso sería aquello? ¿Qué pensarían de mí los nuevos fieles? Al pensarlo, decidí que no iba a hablar. ¡Solo haría el papel de oyente! Así, la reunión transcurrió sin que yo dijera una palabra. Cuando me reunía con otros del personal de riego, también era así. Cuando veía que todos se expresaban bien, sentía envidia. Al pensar que mi expresión personal no era satisfactoria ni presentable en público, me sentía aún menos segura al hablar. Muy deprimida, pensaba: “Si todos regamos, ¿cómo puede ser tanta la brecha entre nosotros? Nunca digo nada. ¿No creerán que no sé enseñar y que soy una auténtica decepción?”. Un tanto negativa, llegaba a pensar: “Cuando se dispuso que regara, ¿no fue una equivocación? Para cumplir con este deber, hay que hablar sobre la verdad y expresarse bien. Soy tan inexpresiva que temo no saber cumplir con este deber”. Sin embargo, luego pensaba que Dios decide qué deber cumple una persona y en qué etapa, y que yo no quería ser indigna de Su consideración. No obstante, a menudo tendría que hablar ante mucha gente en un futuro; ¿qué debía hacer? En aquellos días, vivía siempre sufriendo, y no podía escapar de ese estado de ánimo.
Un día, le hablé de mi estado a una hermana, y me hizo leer un pasaje de las palabras de Dios: “Si a menudo tienes un sentimiento de culpabilidad en tu vida, si tu corazón no halla descanso, si no tienes paz ni alegría, y a menudo te sientes abrumado por la preocupación y la ansiedad por todo tipo de cosas, ¿qué demuestra esto? Simplemente que no practicas la verdad, que no te mantienes firme en tu testimonio de Dios. Cuando vives en medio del carácter de Satanás, es posible que falles en practicar la verdad con frecuencia, que la traiciones, que seas egoísta y vil; solo defiendes tu imagen, tu reputación, tu estatus y tus intereses. Vivir siempre para ti mismo te acarrea un gran dolor. Tienes tantos deseos egoístas, enredos, grilletes, recelos y preocupaciones que no albergas la menor paz ni alegría. Vivir en aras de la carne corrupta es sufrir de manera excesiva. Quienes buscan la verdad son diferentes. Cuanto más entienden la verdad, más libres son y más se liberan; cuanto más practican la verdad, más paz y alegría tienen. Cuando obtengan la verdad, vivirán por completo en la luz, gozarán de las bendiciones de Dios y no sufrirán en modo alguno” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La entrada en la vida comienza con el cumplimiento del deber). Las palabras de Dios habían puesto en evidencia mi verdadero estado, y entendí por qué había estado sufriendo en esa época: porque siempre vivía en un estado de vanidad y orgullo y no practicaba la verdad. Me reuniera con nuevos fieles o me comunicara con el personal de riego, no me atrevía a expresarme, y siempre temía que me despreciaran si enseñaba mal. Pensaba sin cesar, estaba llena de preocupaciones por mi vanidad y orgullo y solo pensaba en mi orgullo y mis intereses. Mi dolor era insoportable solo porque estaba todo el día inmersa en mi carácter corrupto. Con la lectura de las palabras de Dios, entendí un poco mi problema.
Días después, la persona encargada dijo que, desde entonces, nos turnaríamos para dirigir la comunicación entre el personal de riego. Al oír estas palabras, no pude evitar ponerme nerviosa de nuevo, pensando: “Ahora me voy a enfrentar a los hermanos y hermanas que cumplen con el mismo deber que yo. Son 11 en total. Mi enseñanza de las verdades acerca de la visión todavía no es tan buena como la suya, y ahora incluso me encargaré de las reuniones. Con mi incapacidad de expresarme, si me pongo nerviosa a la hora de enseñar, balbuceo y tartamudeo y no estoy lúcida, ¿qué opinarán todos de mí?”. Días después, se celebraba una reunión, y el responsable me llamó y me instó a participar. Aunque no la dirigía, seguía luchando en mi interior. Temía que, si iba y me pedían que enseñara, no dijera nada, y que esa fuera la humillación más grande. No tuve el valor de participar. Los días posteriores sentía que tenía una piedra clavada en el corazón y no podía respirar. Aunque había evitado ese día, ¿podría seguir evitándolo para siempre? Creía que, quizá, no era apta para regar, pero, cuando pensaba en dejarlo, me lo reprochaba y me sentía en deuda con Dios. Solo cuando leí estas palabras de Dios, mi estado cambió. Dicen las palabras de Dios: “Hay quienes han sido introvertidos desde la infancia, no les gusta hablar y les cuesta socializar. Incluso ya adultos, en la treintena o con cuarenta y tantos años, siguen sin sobreponerse a esta personalidad. No se les dan bien los discursos ni la conversación, así como tampoco interactuar. Después de convertirse en líderes, este rasgo de la personalidad se torna en cierta limitación e impedimento para su trabajo y a menudo les causa angustia y frustración, de modo que se sienten constreñidos. La introversión y la reticencia a hablar son manifestaciones de humanidad normal. Siendo así, ¿las considera Dios transgresiones? No, no son transgresiones, y Dios las tratará de la manera correcta. Sean cuales sean tus problemas, defectos o fallos, ninguno supone un inconveniente a ojos de Dios. Él se fija en cómo buscas la verdad, la practicas, actúas de acuerdo con los principios-verdad y sigues el camino de Dios bajo las condiciones inherentes de la humanidad normal; en esto se fija Él. Por tanto, en los asuntos relacionados con los principios-verdad, no permitas que te restrinjan condiciones básicas como el calibre humano normal, los instintos, la personalidad, los hábitos y los patrones de vida. Por supuesto, tampoco inviertas tiempo y energía en tratar de superar estas condiciones básicas ni trates de cambiarlas. […] Da igual cómo haya sido tu personalidad en su origen, sigue siendo la tuya. No trates de cambiarla para lograr la salvación; esa es una idea falaz; independientemente de la personalidad que tengas, es un hecho objetivo que no puedes cambiar. En términos de las razones objetivas de ello, el resultado que quiere lograr Dios en Su obra no tiene nada que ver con tu personalidad. Que puedas o no lograr la salvación tampoco guarda relación con tu personalidad. Además, el hecho de que seas o no una persona que practica la verdad y posee la realidad-verdad tampoco tiene nada que ver con ella. Por tanto, no trates de cambiar tu personalidad porque realices ciertos deberes o estés al cargo de ciertas tareas; esta es una idea errónea. ¿Qué deberías hacer entonces? Con independencia de tu personalidad o tus condiciones inherentes, deberías atenerte a los principios-verdad y practicarlos. Al final, Dios no mide si sigues Su camino o puedes lograr la salvación sobre la base de tu personalidad. Dios no considera qué calibre, capacidades, talentos, dones o destrezas inherentes posees, y desde luego tampoco valora cuánto has restringido tus instintos y necesidades corporales. En su lugar, Él se fija en si mientras sigues a Dios y ejecutas tus deberes, practicas y experimentas Sus palabras, si tienes la intención y la determinación de perseguir la verdad y, al final, si has logrado practicarla y seguir el camino de Dios. En esto se fija Dios. ¿Lo entiendes? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (3)). Al leer las palabras de Dios, me emocioné mucho y me sentí liberada en cierto modo. Comprendí que Dios no quería transformar los instintos y la personalidad de la gente, sino sus actitudes corruptas. Los defectos de la personalidad son manifestaciones de la humanidad normal que Dios no condena. Siempre había tenido una opinión determinada. Creía que era introvertida, mala para expresarme y no apta para el riego. Cuando me encontraba con gente extrovertida que se expresaba bien, me sentía limitada. Siempre temía lo que opinara de mí la gente si me expresaba mal. Me sentía inferior y era tímida, con lo que sentía aún más que no podía cumplir con ese deber. Resulta que esta era una opinión paranoica que yo tenía. Que fuera introvertida y no me expresara bien, no afectaba a mi cumplimiento del deber. Al recordar cuando cumplía con otros deberes en el pasado, procuraba meditar con esmero en las palabras de Dios y, al cumplir con mi deber de forma diligente, lograba resultados. En las reuniones y charlas también adquiría esclarecimiento e iluminación. Aunque no supiera expresarme tan bien como otros, no era que no supiera expresar nada con claridad. De hecho, bastaba con lo que Dios me había dado. Principalmente, me habían limitado la vanidad y el orgullo, y temía que, si enseñaba mal, hiciera el ridículo. Además, siempre ponía por excusa mi introversión y que no tenía el don de la palabra, y no contemplaba el modo de corregir estas dificultades en el deber, no digamos reflexionar sobre mi carácter corrupto. Vivía inmersa en mi vanidad y mi orgullo sin poder escapar. Con las palabras de Dios entendí que mi forma de resolver los problemas estaba equivocada. No debía sentirme inferior ni negativa por ser introvertida y no saber expresarme bien. Dios determina la personalidad de cada uno y esta no puede cambiarse. Esto no supone un carácter corrupto. Lo único que podía hacer era perseguir la verdad, corregir mi carácter corrupto y dejar de estar limitada por la vanidad y el orgullo. Así estaría relajada y sería libre. Después, practiqué de acuerdo con las palabras de Dios, y reconocí y afronté los defectos de mi personalidad. En las áreas en que daba la talla, me esforzaba al máximo por actuar, y en las que no la daba, colaboraba con las hermanas que tenía por compañeras y aprendía de ellas a compensar mis puntos débiles. Ya no me sentía inferior ni triste por ser introvertida y no tener el don de la palabra.
Más tarde, cuando le hablé a una hermana de mi estado, me hizo leer un pasaje de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “El aprecio de los anticristos por su reputación y estatus va más allá del de la gente normal y forma parte de su esencia-carácter; no es un interés temporal ni un efecto transitorio de su entorno, sino algo que está dentro de su vida, de sus huesos; por ende, es su esencia. Es decir, en todo lo que hacen los anticristos, lo primero en lo que piensan es en su reputación y su estatus, nada más. Para los anticristos, la reputación y el estatus son su vida y su objetivo durante toda su existencia. En todo lo que hacen, lo primero que piensan es: ‘¿Qué pasará con mi estatus? ¿Y con mi reputación? ¿Me dará una buena reputación hacer esto? ¿Elevará mi estatus en la mentalidad de la gente?’. Eso es lo primero que piensa, lo cual es prueba fehaciente de que tiene el carácter y la esencia de los anticristos; si no, no considerarían estos problemas. Se puede decir que, para los anticristos, la reputación y el estatus no son un requisito añadido, y ni mucho menos algo superfluo de lo que podrían prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en sus huesos, en su sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de reputación y estatus; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? La reputación y el estatus están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello por lo que se esfuerzan día tras día. Por eso, para los anticristos el estatus y la reputación son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, aquello por lo que se esfuercen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un estatus alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Estos son el verdadero rostro y la esencia de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Dios puso al descubierto que lo que más les importa a los anticristos es su reputación y estatus. Consideran que la reputación y el estatus son incluso más importantes que sus vidas. Recordando, yo también tenía esta clase de estado. En realidad, cuando me reunía con los nuevos fieles, solo tenía que meditar con atención sobre las palabras de Dios y hablar sobre las partes que comprendía. Sin embargo, no lo hacía. Cuando veía a los nuevos fieles, no me concentraba en meditar sobre las palabras de Dios ni en cómo resolver sus problemas, sino en cómo enseñar para dejar una buena imagen de mí en sus corazones. Cuando pensaba en qué opinarían los demás de mí si me expresaba y enseñaba mal, mi corazón se veía limitado y no me atrevía a enseñar. También era así cuando me reunía a comunicarme con el personal de riego. Al ver que todos se expresaban mejor que yo, no pensaba en aprender de ellos ni comunicarme con ellos para compensar mis puntos débiles, sino en lo que opinarían de mí cuando me expresara y enseñara mal. Cuando no decía nada, también me preocupaba lo que opinaran de mí. Limitada por los grilletes de la vanidad y el orgullo hasta cierto punto, no buscaba enseguida la verdad para resolver los asuntos, sino que temía que vieran como era. Prefería no cumplir con este deber a que la gente me llamara inútil. Así, al menos, conservaría mi última pizca de dignidad. Vi que hablara o callara, y sin importar con qué grupo de gente estuviera ni dondequiera que me encontrara, solo tenía en cuenta mi vanidad y mi orgullo. El dolor, la negatividad y la inferioridad que sentía en el presente se debían a mi vanidad y mi orgullo. Eran fruto de mi incapacidad para presentarme ante la gente, y hasta quería dejar el deber por no poder satisfacer mi orgullo. Recordé que, cuando era pequeña, mis padres solían decirme que la imagen no tenía precio. Influida por este tipo de veneno satánico, me relacionara con quien me relacionara, siempre quería darle una buena impresión, y si no lograba que opinara bien de mí, al menos no podía permitir que me despreciara. Así era cuando estaba con gente de la escuela, del trabajo o del deber, y cuando no podía satisfacerse mi necesidad de reputación y estatus, era como si hubiera perdido la vida. Descubrí que lo que había revelado era el carácter de un anticristo. Al reconocerlo, también entendí que Dios fue considerado al determinar este tipo de personalidad para mí. Leí estas palabras de Dios: “Tras ser corrompida por Satanás, la gente posee el carácter corrupto de este como esencia de vida; es decir, viven según su carácter corrupto y sus vidas están gobernadas por este. Si, además de eso, alguien posee buen calibre, un extraordinario calibre y unas capacidades que, en todos los aspectos, sean completas, perfectas y maravillosas, eso no hace más que fomentar su carácter corrupto, lo que conduce a una escalada desenfrenada de este y lo vuelve incontrolable. La consecuencia es que tal persona se vuelve más arrogante, intransigente, falsa y perversa. Se hace más difícil que acepte la verdad y no hay manera de resolver su carácter corrupto” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (7)). Al leer las palabras de Dios, comprendí que, si era elocuente, me expresaba bien y era capaz de controlar fácilmente toda clase de situaciones, era el centro de atención y estimada por los demás, seguro que estaría contenta conmigo misma y loca de alegría. Como no se me da bien expresarme, puedo ampararme en Dios y acudir a Él en medio de las dificultades, así como ver mis puntos débiles e incompetencias, mi insignificancia e inexpresividad, y, por tanto, no me atrevo a ser demasiado arrogante. Me obsesionaban mucho la reputación y el estatus, pero era incapaz de hablar y me expresaba mal. Tenía esos grandes defectos, pero me importaba muchísimo lo que opinaran de mí. Si fuera persuasiva, me volvería cada vez más arrogante y me creería mejor que todos, como Satanás. ¡Dios me protegió al no concederme la habilidad de hablar bien!
Luego, leí más palabras de Dios: “Perseguir la verdad es lo más importante, da igual desde qué perspectiva lo contemples. Puedes evitar los defectos y las deficiencias de la humanidad, pero nunca puedes evadir la senda de perseguir la verdad. Al margen de lo perfecta o noble que pueda ser tu humanidad o de si tienes menos fallos y defectos y posees más fortalezas que otros, eso no significa que entiendas la verdad ni puede reemplazar a tu búsqueda de esta. Al contrario, si persigues la verdad, la entiendes mucho y tu comprensión de ella es adecuadamente práctica y profunda, esto compensará los muchos defectos y problemas en tu humanidad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (3)). “Si lo único en lo que piensas durante tus horas disponibles tiene que ver con el modo de corregir tu carácter corrupto, de practicar la verdad y de comprender los principios-verdad, aprenderás a utilizarla para resolver tus problemas de acuerdo con las palabras de Dios. Así tendrás capacidad de vivir de forma independiente, tendrás entrada en la vida, no tendrás grandes dificultades para seguir a Dios y poco a poco entrarás en la realidad-verdad. Si en el fondo sigues obsesionado con el prestigio y el estatus, sigues preocupado por alardear y hacer que los demás te admiren, no eres alguien que persiga la verdad, y vas por la senda equivocada. Lo que persigues no es la verdad ni la vida, sino las cosas que amas, es la fama, la ganancia y el estatus; en cuyo caso, nada de lo que haces se relaciona con la verdad, todo cuenta como un acto de maldad y como trabajo. Si en tu corazón amas la verdad y siempre te esfuerzas por ella, si aspiras a la transformación de tu carácter, eres capaz de alcanzar la auténtica sumisión a Dios, de temerlo a Él y evitar el mal; y si eres mesurado en todo lo que haces y eres capaz de aceptar el escrutinio de Dios, entonces tu estado no dejará de mejorar, y tú serás alguien que vivirá ante Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La buena conducta no implica que se haya transformado el carácter). Con las palabras de Dios, entendí que aquellos que no persiguen la verdad, por muy bien que se expresen, por muy estupenda que sea su personalidad, por muy persuasivos que sean o por mucha gente que tenga buena opinión de ellos, no reciben la aprobación de Dios. Dios no se fija en los defectos de la gente, sino en si esta es capaz de perseguir la verdad, someterse a Él y temerle. Al cumplir con mi deber de regar a los nuevos fieles, la intención de Dios era que persiguiera la verdad en el deber, que cumpliera con mi responsabilidad, estuviera ante los nuevos fieles o ante el personal de riego, y que, a la vez, buscara el modo de resolver las dificultades y los problemas de los nuevos fieles. Así, podrían asentarse en el camino verdadero y cumplir antes con sus deberes de seres creados. Sin embargo, cuando me presentaba ante los nuevos fieles y el personal de riego, todos los días pensaba en mi vanidad y mi estatus. Esto era todo lo opuesto a la senda de la que habla Dios, por la que van quienes persiguen y aman la verdad. Así, solo me alejaría cada vez más de las exigencias de Dios, y Él terminaría descartándome. A partir de entonces, de acuerdo con las palabras de Dios, empecé a ejercitarme a conciencia para volcarme en el deber y corregir mi carácter corrupto, centrada en buscar los principios-verdad y en cumplir con mi deber. Después, cuando nos turnábamos para dirigir las reuniones, ya no las evitaba. Sabía que dirigiendo las reuniones podía ejercitar y mejorar mi expresión personal, compensar mis carencias y cumplir correctamente con mi deber, por lo que le pedía a Dios fe y fortaleza. No me concentraba en lo que opinaran de mí. Me bastaba con dar rienda suelta a lo que Dios me dio al principio y a lo que puedo conseguir. Cuando me tocaba enseñar, hablaba con calma sobre lo que comprendía y expresaba cosas para las que no me había preparado. Ya no me limitaba mi orgullo.
Con esta experiencia, entendí que no me deprimía y sufría por ser inexpresiva, sino por mi afán de reputación y estatus. Ser incapaz de hablar y expresarse mal es un defecto de humanidad, no una enfermedad mortal. Lo más importante es volcarse en perseguir la verdad y buscar los principios-verdad ante los problemas o dificultades al ejecutar el deber de uno.
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