Ya no me preocupa ni me inquieta la enfermedad

27 Mar 2025

Por Xu Hui, China

En 2010, durante una revisión médica, me diagnosticaron hepatitis B crónica con antígenos positivos. En ese momento, estaba aterrorizada y temía que un día mi enfermedad pudiera empeorar y convertirse en cáncer de hígado. Siempre que oía que alguien había fallecido de cáncer de hígado, mi corazón daba un vuelco. Pero, como mi familia era pobre y no podía pagarme el tratamiento, sentía que tenía un porvenir aciago y me resignaba a vivir día a día. En 2020, tuve la suerte de aceptar la obra de Dios de los últimos días. Me enteré de que a una hermana le habían diagnosticado cáncer de cuello uterino, pero que, después de comenzar a creer en Dios y cumplir activamente con su deber, se había curado de su enfermedad antes de que pudiera darse cuenta. Eso me dio esperanzas para mi propia situación. Pensé: “Creer en Dios es verdaderamente maravilloso. Mientras cumpla bien con mis deberes y me entregue con entusiasmo, seguro que Dios también me curará de mi enfermedad”. Así que, después, cumplí activamente con mis deberes y me convertí en predicadora. Aunque había bastante trabajo en la iglesia y a veces me sentía agotada o no estaba bien físicamente, siempre que pensaba que Dios me curaría de mi enfermedad mientras cumpliera bien con mis deberes, mi corazón se consolaba y me sentía fortalecida al hacerlos.

En febrero de 2023, fui al hospital para una revisión médica. El médico descubrió que tenía un nivel muy alto de ADN de hepatitis B y que el virus se estaba replicando con rapidez. Me remitieron de inmediato al departamento de enfermedades infecciosas especializado en afecciones hepáticas, y el médico dijo con solemnidad: “Debes comenzar el tratamiento ahora mismo para controlarla. Si no la mantenemos bajo control, es muy probable que se convierta en cirrosis o cáncer de hígado”. La noticia me cayó como un jarro de agua fría. Estaba extremadamente preocupada y asustada, y pensé: “¿Y si realmente se convierte en cirrosis o cáncer de hígado y me muero?”. Durante esos días, vivía todo el tiempo sumida en emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación. Pensaba: “He estado cumpliendo con mis deberes desde que empecé a creer en Dios. Incluso cuando mi familia me perseguía, no renuncié a mis deberes. Pero, ¿por qué no estoy mejor de mi enfermedad? Al contrario, ha empeorado. Ahora que la obra de Dios está a punto de terminar, si muero en este momento, ¿no perderé mi esperanza de obtener la salvación? ¿No habrá sido en vano todo el sufrimiento y esfuerzo de estos dos años?”. Esos pensamientos eran desgarradores y entristecedores. También recordé que el médico me había aconsejado descansar mucho y no hacer demasiados esfuerzos. Pensé: “Ya que Dios no me ha sanado, tendré que cuidar mejor de mi cuerpo. De ahora en adelante, no puedo esforzarme demasiado en mis deberes. Si mi enfermedad realmente empeora, se convierte en cáncer de hígado y se vuelve incurable, entonces realmente podría morir”. En ese momento, el trabajo evangélico de las iglesias que tenía a cargo atravesaba ciertas dificultades. Sin embargo, no quería preocuparme por ello y no resolví esos problemas a tiempo, lo que causó que el trabajo evangélico se estancara. Durante las reuniones, mi mente divagaba constantemente y siempre pensaba en mi enfermedad. Intentaba hablar lo menos posible durante las reuniones, ya que me preocupaba que hablar demasiado me agotaría. Tampoco tenía ánimos para encargarme de la correspondencia diaria de trabajo y realizaba mis deberes con lentitud. No daba seguimiento a los trabajos que debía abordar e, independientemente de que hubiera tareas urgentes, me iba a la cama temprano cada noche, con miedo a agotarme. Incluso pensé en dejar de ser predicadora y cambiarme a un deber menos agotador. De a poco, mi corazón se alejó de Dios cada vez más. Ya no quería leer las palabras de Dios ni orar y me pasaba los días mortificándome por mi enfermedad.

Más tarde, el líder habló conmigo sobre si era posible que asumiera la responsabilidad del trabajo de otras dos iglesias. Sabía que debía aceptarlo, pero luego pensé que el mayor número de iglesias bajo mi responsabilidad me daría más cosas de las que preocuparme. ¿Qué pasaría si mi enfermedad empeoraba debido al exceso de trabajo? También recordé a un pariente lejano al que le habían diagnosticado cáncer de hígado y había fallecido poco después de comenzar el tratamiento. Al pensar en esas cosas, me negué. Más tarde, el líder habló conmigo sobre mi estado y me leyó dos pasajes de las palabras de Dios: “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? ¿Aportará alguien una forma concreta de hacer frente a esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “Aunque el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son constantes entre la humanidad y son inevitables en la vida, hay quienes tienen una cierta constitución física o una enfermedad especial que, ya estén o no cumpliendo con sus deberes, les precipita a la angustia, la ansiedad y la preocupación a causa de las dificultades y dolencias de la carne. Se preocupan por su enfermedad, por las muchas penurias que esta puede causarles, por si dicha enfermedad se agravará, cuáles serán las consecuencias si llegara a empeorar y si morirán a causa de ella. En situaciones especiales y en determinados contextos, esta serie de preguntas les hace sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación y ser incapaces de salir de ellas. Algunas personas incluso viven en un estado de angustia, ansiedad y preocupación debido a la enfermedad grave que ya saben que tienen o a una enfermedad latente que no pueden hacer nada por evitar, y se ven influidas, afectadas y controladas por estas emociones negativas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, me di cuenta de que, durante esa época, había estado sumida en emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación por mi enfermedad. Cuando el médico dijo durante la consulta que la velocidad de replicación del virus de hepatitis B era muy alta y necesitaba medicación para mantenerla bajo control o se podría convertir en cirrosis o cáncer de hígado, comencé a preocuparme por mi enfermedad. Temía que el exceso de trabajo pudiera hacerla empeorar, lo que derivaría en una cirrosis o cáncer de hígado, y que moriría. Entonces, no tendría la oportunidad de alcanzar la salvación. Pensar en eso me había dejado muy abatida. Tenía la mente ocupada en cómo cuidar bien de mi cuerpo e impedir que mi enfermedad empeorara. No tenía ningún sentido de carga al cumplir con mis deberes. El trabajo evangélico en una de las iglesias había sufrido dificultades y no había conseguido resolverlas a tiempo, lo que hizo que el trabajo evangélico se estancara. A veces, por la noche, no sentía mucho sueño y tenía a mano ciertas cartas urgentes de las que debía encargarme; sin embargo, al ver que era tarde, me iba a la cama de inmediato y no las respondía de inmediato. Incluso había pensado en cambiarme a un deber menos agotador para no tener que preocuparme ni esforzarme demasiado, lo que podría hacer que mi enfermedad no empeorara. Las emociones negativas me consumían constantemente durante todo el día y mi corazón no podía dedicarse de verdad a mis deberes. Incluso me rehusaba a asumir los deberes que me habían ofrecido. Vi que la angustia que sentía por mi enfermedad me había consumido todo el día, que era incapaz de cumplir con las responsabilidades que tenía y que no demostraba ninguna lealtad al hacer mis deberes. Dios me había elevado, me había permitido formarme como predicadora y me había dado la oportunidad de cumplir mis deberes y ganar la verdad. Eso fue gracia de Dios. Sin embargo, yo vivía cada día consumida por emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación. Había afrontado mis deberes de manera negligente y con lentitud, y no había conseguido abordar a tiempo las distintas dificultades y los problemas que tenía el trabajo de la iglesia, lo que le había causado pérdidas. ¿De qué manera tenía alguna responsabilidad o algo de conciencia y razón? ¡Realmente no me merecía la salvación de Dios! Al pensar en esto, me sentí arrepentida y me culpé a mí misma. En el fondo, me di cuenta de que vivir sumida en emociones negativas era muy opresivo y doloroso. No solo había afectado el desempeño de mis deberes, sino que también me haría perder mi determinación de perseguir la verdad y alcanzar la salvación. Al pensar en esto, me sentí asustada y ansiosa. No podía seguir viviendo en un estado de tanta confusión y atolondramiento. Necesitaba dejar de lado las emociones negativas de angustia y ansiedad, y perseguir con sinceridad la verdad y cumplir bien mis deberes para no tener remordimientos.

Más tarde, pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). El desenmascaramiento de las palabras de Dios fue lacerante y terrible. Sentí como si Dios me estuviera juzgando cara a cara. Mi fe en Dios se había basado únicamente en exigirle Su gracia y bendiciones, negociar con Él y verlo simplemente como un objeto de mis demandas. Recordé la época en la que empecé a creer en Dios, cuando vi que algunos hermanos y hermanas con enfermedades incurables se habían sanado después de empezar a creer en Él, así que yo también tenía la esperanza de que me sanaría tras creer en Dios. Al albergar esa intención de obtener bendiciones, había renunciado a cosas, me había esforzado, había sido muy proactiva en cumplir mis deberes y también había estado dispuesta a sufrir y pagar un precio. Cuando me hicieron esa última revisión médica y vi que mi enfermedad no solo no había mejorado, sino que había empeorado y que incluso había cierto riesgo de muerte, no fui capaz de someterme y comencé a quejarme de Dios y a malinterpretarlo. Incluso llegué a arrepentirme de haber renunciado a cosas y de haberme esforzado por Dios, y ya no quise cumplir mis deberes. El propósito de mi fe en Dios no había sido cumplir bien con mi deber como ser creado ni perseguir la verdad con diligencia y vivir una humanidad normal, sino exigir bendiciones a Dios. Había sufrido y pagado un precio al cumplir mis deberes con el fin de que Dios me sanara. ¿En qué sentido era eso cumplir mis deberes? ¡Había estado negociando con Dios, usándolo y engañándolo! Había estado protegiendo mis propios intereses en todo. Mi naturaleza había sido demasiado egoísta, ¡sin ninguna conciencia ni razón para nada! Pensé en cómo Pablo trabajó mucho, renunció a cosas, se entregó, sufrió adversidades y pagó un precio, viajó por tierras y mares para predicar el evangelio y ganar a muchas personas. Pero su esfuerzo y trabajo no eran para cumplir su deber ni para ser considerado con las intenciones de Dios, sino para obtener las bendiciones del reino de los cielos. Negoció con Dios. Al final, no solo no recibió la aprobación de Dios, sino que Él lo condenó. Mis opiniones sobre la búsqueda de mi fe en Dios eran como las de Pablo, ya que buscaban solo bendiciones y beneficios. Si no cambiaba de inmediato, tendría el mismo desenlace que Pablo: Dios me condenaría y castigaría. Si no hubiera sido por la revelación de Dios, no habría hecho introspección ni me habría conocido, y habría seguido por esa senda equivocada, la cual, en última instancia, me habría llevado a perder la oportunidad de ser salva. Al darme cuenta de eso, me sentí muy arrepentida. Entendí que la enfermedad que afrontaba era el amor y la salvación que Dios tenía para mí. Entonces, le oré para arrepentirme: “Dios mío, independientemente de que mi enfermedad se pueda curar o no, estoy dispuesta a dejar atrás mis intenciones erróneas y cumplir bien con mi deber para complacerte”. Más tarde, le dije al líder que estaba dispuesta a asumir la responsabilidad del trabajo de dos iglesias más.

Tras eso, cumplí mis deberes con normalidad. Pero, a medida que aumentaba la carga de trabajo y había muchas cosas de las que encargarse cada día, empecé a preocuparme de nuevo: “¿Cumplir mi deber de esta manera me agotará físicamente? ¿Harán la preocupación y la fatiga prolongadas que empeore mi enfermedad y se convierta en cirrosis o cáncer de hígado?”. Me di cuenta de que estaba volviendo a vivir sumida en emociones negativas de angustia, preocupación y ansiedad. Entonces, oré a Dios y le pedí que me guiara para que me diera fe y que no me consumiera mi enfermedad. Más tarde, leí estas palabras de Dios: “Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes completar tu deber y cumplirlo bien. Algunos opinan: ‘Estas cosas que dices no son muy consideradas. Estoy enfermo y me cuesta soportarlo’. Cuando te resulte duro, puedes tomarte un descanso, y puedes cuidarte y recibir tratamiento. Si sigues queriendo cumplir con tu deber, puedes reducir tu carga de trabajo y realizar alguna tarea adecuada, una que no afecte a tu recuperación. Esto probará que en tu corazón no has abandonado tu deber, que tu corazón no se ha alejado de Dios, que no has negado el nombre de Dios en tu corazón, y que en este no has abandonado el deseo de convertirte en un auténtico ser creado. Algunas personas dicen: ‘He hecho todo eso, ¿me quitará Dios esta enfermedad?’. ¿Lo hará? (No necesariamente). Tanto si Dios te quita esa enfermedad como si no, tanto si te cura como si no, lo que haces es lo que debería hacer un ser creado. Tanto si eres físicamente capaz de cumplir con tu deber como si no, tanto si puedes asumir cualquier trabajo como si no, tanto si tu salud te permite cumplir con tu deber como si no, tu corazón no debe alejarse de Dios, y no debes abandonar tu deber en tu corazón. De tal modo, cumplirás con tus responsabilidades, tus obligaciones y tu deber. Esta es la fidelidad a la que debes aferrarte. Solo porque ya no seas capaz de hacer cosas con las manos o no puedas hablar, o tus ojos ya no vean, o ya no puedas mover el cuerpo, no debes pensar que Dios debe curarte, y si no te cura, entonces quieres negarlo en lo más profundo de tu corazón, abandonar tu deber y dejar a Dios atrás. ¿Cuál es la naturaleza de tal acto? (Es una traición a Dios). Es una traición(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, encontré una senda de práctica. Los deberes son la comisión de Dios al hombre y la responsabilidad y obligación de un ser creado. No importa la enfermedad o el padecimiento físico que uno afronte, no debe renunciar al deber que un ser creado debe cumplir. Dios no hace grandes exigencias a las personas. Él solo pide que, dentro de los límites de la resistencia física, uno cumpla bien su deber con todo su corazón y sus fuerzas, y eso lo satisfará. Si uno padece físicamente, puede descansar de forma adecuada, tomar medicamentos y recibir tratamiento. También puede ejercitarse con mayor frecuencia y organizar sus horas de trabajo y de descanso de forma razonable. Así, no afectará que cumpla sus deberes.

Más tarde, las palabras de Dios me permitieron entender cómo ver la muerte. Dios dice: “Todo el mundo debe enfrentarse a la muerte en esta vida, o sea, la muerte es lo que todo el mundo debe afrontar al final de su viaje. Sin embargo, la muerte tiene muchos atributos diferentes. Uno de ellos es que, en el momento predestinado por Dios, habrás completado tu misión y Él traza una línea bajo tu vida carnal, y esta vida carnal llega a su fin, aunque esto no significa que haya terminado. Cuando una persona no tiene carne, su vida se acaba, ¿es así? (No). La forma en que existe tu vida después de la muerte depende de cómo trataste la obra y las palabras de Dios mientras vivías; eso es muy importante. La forma en que existas después de la muerte, o si existirás o no, dependerá de tu postura ante Dios y ante la verdad mientras estás vivo. […] Hay algo más que señalar, y es que el asunto de la muerte es de la misma naturaleza que otros. No depende de la gente elegir por sí mismos, y mucho menos se puede cambiar por la voluntad del hombre. La muerte es lo mismo que cualquier otro acontecimiento importante de la vida: se encuentra por entero bajo la predestinación y soberanía del Creador. Si alguien rogara por la muerte, no moriría necesariamente; si rogara por vivir, tampoco viviría necesariamente. Todo esto está bajo la soberanía y predestinación de Dios, y lo cambia y decide la autoridad de Dios, Su carácter justo y Su soberanía y arreglos. Por tanto, imagina que contraes una enfermedad grave, una potencialmente mortal, no morirás necesariamente: ¿quién decide si morirás o no? (Dios). Él lo decide. Y puesto que Dios decide y nadie puede decidir una cosa así, ¿por qué las personas se sienten ansiosas y angustiadas? Es lo mismo que quiénes son tus padres y cuándo y dónde naces: tampoco puedes elegir estas cosas. La elección más sabia en estos asuntos es dejar que todo siga su curso natural, someterse y no elegir, no gastar ningún pensamiento o energía en este asunto, y no sentirse angustiado, ansioso o preocupado por ello. Ya que la gente es incapaz de elegir por sí misma, gastar tanta energía y pensamientos en esta cuestión es algo insensato e imprudente. […] Porque no se sabe si vas a morir o no, y no se sabe si Dios permitirá que mueras; se desconocen tales cosas. En concreto, no se sabe cuándo vas a morir, dónde morirás, a qué hora o cómo se sentirá tu cuerpo cuando eso suceda. ¿Acaso no te convierte en un necio devanarte los sesos pensando y reflexionando sobre cosas que desconoces y sintiéndote ansioso y preocupado por ellas? Puesto que te convierte en un necio, no deberías devanarte los sesos pensando en tales cosas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). “Sea cual sea la cuestión de la que tenga que ocuparse una persona, siempre debe abordarla desde una postura activa, positiva, y esto es incluso más cierto respecto al tema de la muerte. Adoptar una postura activa y positiva hacia la muerte no implica aceptarla, esperarla o buscarla de un modo activo y positivo. Si no se trata de buscar la muerte, aceptarla ni esperarla, ¿qué implica entonces? (Someterse). La sumisión es un tipo de postura que se ha de adoptar ante la cuestión de la muerte, y la mejor manera de manejar esta cuestión es desprendiéndote y no pensando en ella(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que la vida y la muerte de cada persona están en manos de Dios. Dios planea y dispone de antemano en qué momento de nuestra vida y cómo vamos a morir, lo que no tiene nada que ver con que nos enfermemos o no. Incluso si no me enfermo, no puedo evitar que llegue el momento en que Dios ha predestinado que muera. Incluso si tengo una enfermedad muy grave, Dios no me quitará la vida sin reparos si aún no ha concluido mi misión. La vida y la muerte de una persona están en manos de Dios y el cuidado de los seres humanos no las determina. Pero yo no había sido capaz de ver con claridad el asunto de la vida y la muerte y vivía sumida en emociones negativas de angustia, preocupación y ansiedad. Siempre me había preocupado que mi enfermedad pudiera empeorar y convertirse en cáncer de hígado, lo que me llevaría a la muerte. Por eso, siempre me refrenaba en mis deberes, no hacía todo lo que podía hacer y dedicaba mi tiempo y energía a cuidar mi salud. ¡Había sido verdaderamente ignorante y necia! Ahora me di cuenta de que, incluso si cuidaba bien mi salud, no recibiría la aprobación de Dios si no cumplía bien con mi deber, y cada día que viviera sería en vano y no tendría ningún valor ni sentido. Al final, cuando acaeciera el desastre, aún tendría que morir. Cuando me enteré de que mi enfermedad había empeorado, no había querido leer las palabras de Dios, no tenía nada que decir en mis oraciones y me iba a la cama temprano todos los días. Por fuera, mi cuerpo parecía estar bien y en buenas condiciones, pero no había percibido la guía de Dios y vivía cada día sin ningún sentido. En mi corazón, me había sentido muy vacía y angustiada. Luego, aunque cumplir mi deber era un poco agotador y extenuante, no había nada que pudiese reemplazar la sensación de paz y tranquilidad en mi corazón. Realmente había experimentado que la vida podía tener valor y sentido y que yo podía estar en paz y tranquilidad solo al perseguir la verdad con sinceridad y cumplir bien con mis deberes. Un mes después, cuando fui al hospital para una cita de seguimiento, el médico dijo que mi enfermedad había mejorado, había pasado a ser a un caso leve de hepatitis B y que solo tenía que tomar algunos medicamentos antivirales. Al oír la noticia, apenas podía creerlo. Al ver que todo estaba en manos de Dios, me sentí profundamente agradecida con Él.

Al haber pasado por esta enfermedad, veo con claridad la despreciable intención que tenía de perseguir bendiciones a través de mi fe en Dios y me doy cuenta del daño que hicieron mis emociones negativas. También me doy cuenta de que Dios me permitió padecer esa enfermedad para purificar mis deseos extravagantes y las exigencias irracionales que le hacía. Eso me permitió ver con claridad la desagradable verdad de mi corrupción a manos de Satanás para poder perseguir con sinceridad la verdad, despojarme de mis actitudes corruptas y alcanzar la salvación de Dios. ¡Eso es el amor y la salvación de Dios! ¡Le agradezco a Dios desde lo más profundo del corazón!

Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.

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