No temer a Dios es una senda peligrosa
Desde el año pasado soy responsable de la labor de riego en una iglesia de nuevos fieles. Una vez, en una reunión, el hermano Wang, supervisor del equipo evangelizador, me comentó que, últimamente, bastantes nuevos creyentes faltaban a las reuniones y que teníamos problemas de riego que yo debía abordar cuanto antes. En principio fui capaz de admitir su comentario. Debatí los problemas con los hermanos y hermanas y me empleé a fondo para hacer los cambios necesarios. Sin embargo, todos los meses se iban nuevos creyentes de los grupos por motivos diversos. El hermano Wang me reiteró que no era responsable en el deber y que no había abordado los problemas de la labor de riego. Yo pensaba que me había esforzado al máximo por solucionarlos y había hecho lo que debía; entonces, ¿por qué se fijaba en mí? ¿Estaba buscándome defectos? Además, los nuevos creyentes faltaban a las reuniones por muchos motivos. Algunos aún tenían nociones religiosas, así que el equipo evangelizador no había enseñado claramente la verdad; por tanto, ¿por qué no recapacitaba él sobre sus problemas? Si hubieran enseñado bien, se habría ido menos gente de los grupos. Por consiguiente, empecé a guardarle rencor al hermano Wang e ignoré su sugerencia. Me sorprendió que otros hermanos y hermanas del equipo evangelizador informaran de esto a una líder superior. Cuando me enteré, no hice introspección, sino que sentí miedo de que, cuando lo supiera la líder, creyera que yo no hacía un trabajo práctico, que era una falsa líder. Si era grave, hasta podrían destituirme, lo que sería muy vergonzoso. ¿Eso no era chismorrear de mí a una líder? Cuanto más lo pensaba, más me enojaba y más rencor les guardaba todavía. Luego, cuando me daban sugerencias, me parecía que estaban haciendo un drama y no hacía caso.
En una ocasión, en una reunión, un diácono de riego tenía cierta opinión sobre los hermanos y hermanas del equipo evangelizador y dijo bruscamente que no habían corregido las nociones religiosas de los nuevos fieles y que eso era irresponsable. De haber enseñado claramente, los nuevos creyentes asistirían a las reuniones. Justo eso creía yo, así que respondí inmediatamente: “Sí, nos pasan a esos nuevos fieles para que los reguemos mientras aún tienen nociones. ¿Cómo podemos conseguirlo?”. Después, todo el personal de riego empezó a decir una cosa detrás de otra. Me sentí algo inquieta y me pregunté si estaba escurriendo el bulto y juzgando a otros a sus espaldas. No obstante, luego pensé que lo que dije fue totalmente correcto. No lo pensé más. Posteriormente, una vez que estaba debatiendo el trabajo con un diácono de riego, de pronto me comentó que tenía que irse porque un hermano del equipo evangelizador quería que organizaran juntos unos materiales. Estuve reflexionando que los del equipo evangelizador siempre afirmaban que teníamos problemas; entonces, ¿por qué necesitaban nuestra ayuda hasta para una cosa como organizar documentos? Le contesté: “¿No lo sabe hacer él solo? ¿Por qué te necesitan para todo? Tú tienes tu trabajo. Si no sabe hacer eso él solo, es que es un incompetente”. Después me palpitaba el corazón: ¿Por qué había dicho eso? Aquel hermano quería ayuda con los documentos para que las reuniones fueran más eficaces. Era normal. Yo estaba instigando problemas entre los hermanos y hermanas. ¿Eso no perturbaba la labor de la casa de Dios? Enseguida me corregí y dije: “Adelante”. Sin embargo, al recapacitarlo luego, me sentí algo nerviosa, así que oré a Dios para pedirle que me guiara para conocerme a mí misma.
Al día siguiente leí este pasaje de las palabras de Dios en una reunión: “¿De qué manera escudriña Dios el corazón de las personas? No solo mira con Sus ojos, además te prepara ambientes, te toca el corazón con Sus manos. ¿Por qué digo esto? Porque cuando Dios establece un ambiente para ti, Él se fija en tu estado mental. Se fija en si sientes aversión y repulsión, o bien gozo y obediencia. Dios se fija en si esperas con calma o buscas la verdad; en cómo cambian tu corazón y tus pensamientos, y hacia qué dirección están creciendo. A veces el estado dentro de ti es positivo, a veces negativo. Si eres capaz de aceptar la verdad, entonces, en el fondo, aceptarás de Dios las personas, los acontecimientos, las cosas y las diversas situaciones que Él disponga para ti, y las afrontarás correctamente. Mediante la lectura de las palabras de Dios y de la reflexión mental, cada uno de tus pensamientos, ideas y estados de ánimo cambiarán con las palabras de Dios, las cosas te quedarán totalmente claras, y estarán vigiladas por Dios. No le has contado a nadie nada de esto ni has orado por ello. Solo has pensado en esas cosas en tu corazón, en tu propio mundo, pero Dios las conoce bien, y para Él están tan claras como el agua” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Si no puedes vivir siempre delante de Dios, eres un incrédulo). “No practicar la verdad cuando te sucede algo es una transgresión. Y si sigues sin practicar la verdad cuando te sucede algo nuevamente —si renuncias a ella a fin de proteger tus propios intereses, tu vanidad y tu orgullo—, ¿qué clase de comportamiento es este? ¿Es cometer maldad? Si no practicas la verdad en ningún momento y tus transgresiones son cada vez más numerosas, entonces tu final ya está determinado. Resulta claro que si se sumaran todas tus transgresiones, y se adicionaran tus elecciones, las cosas que persigues y tu voluntad subjetiva, así como las direcciones y las sendas que elegiste al hacer las cosas, si todo ello se sumara, es posible determinar tu final: deberías ser echado al infierno, lo que significa que serás castigado. ¿Qué os parece, acaso es esto algo trivial? Sumadas, todas tus transgresiones son un compendio de actos malvados, y por tanto deberías ser castigado, lo cual es la consecuencia final cuando crees en Dios pero no aceptas la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La parte más importante de creer en Dios es poner la verdad en práctica). Esto me enseñó que Dios dispone situaciones en las que observa nuestro corazón para ver si, cuando nos suceden cosas, estamos molestos y renuentes o si buscamos y practicamos la verdad. Si siempre nos irrita lo dispuesto por Dios y actuamos con corrupción, cometeremos cada vez más transgresiones y al final seremos descartados. Al recordar los últimos tiempos, cada vez que los del equipo evangelizador daban sugerencias, me obsesionaba con lo que estaba bien o mal y los criticaba. No buscaba para nada la verdad y hasta comencé a guardarles rencor. Los juzgaba a sus espaldas. ¿Así se comporta un creyente? Desestabilizaba el trabajo de la casa de Dios, lo que supone cometer el mal. Me asustó darme cuenta de esto, por lo que oré en silencio: “Dios mío, soy crítica y conflictiva y me he resistido a Ti. Estoy dispuesta a hacer introspección; por favor, guíame”.
Después leí unos pasajes de las palabras de Dios: “Aquellos que creen en Dios deben hacer las cosas con cautela y prudencia, y todo lo que hagan debe estar de acuerdo con los requisitos de Dios y ser capaz de satisfacer Su corazón. No deben ser obstinados y hacer lo que les plazca; eso no corresponde al decoro santo. Las personas no deben desbocarse y ondear el estandarte de Dios por todas partes al tiempo que van fanfarroneando y estafando por todos lados; este es el tipo de conducta más rebelde. Las familias tienen sus reglas, y las naciones, sus leyes; ¿acaso no ocurre con más razón en la casa de Dios? ¿No son los estándares todavía más estrictos? ¿No hay todavía más decretos administrativos? Las personas son libres de hacer lo que quieran, pero los decretos administrativos de Dios no pueden alterarse a voluntad. Dios es un Dios que no tolera las ofensas por parte de los humanos; Él es un Dios que condena a muerte a las personas. ¿Acaso las personas realmente no lo saben ya?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). “Las personas que practican la verdad, al final, serán salvas y perfeccionadas a causa de la verdad. Al final, aquellos que no practican la verdad causan su propia destrucción a causa de la verdad. Estos son los fines que esperan a los que practican la verdad y a los que no la practican. Aconsejo a aquellos que no planean practicar la verdad que abandonen la iglesia tan pronto como sea posible para que no cometan aún más pecados. Cuando llegue el momento, será demasiado tarde para el arrepentimiento. En particular los que forman grupitos y crean división, y esos bravucones locales dentro de la iglesia deben irse cuanto antes. Estas personas, que tienen la naturaleza de lobos malvados, son incapaces de cambiar. Sería mejor que abandonaran la iglesia a la primera oportunidad para que nunca más perturben la vida normal de los hermanos y hermanas, y, así, eviten el castigo de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). “Os exhorto a que obtengáis un mejor entendimiento del contenido de los decretos administrativos y hagáis un esfuerzo por conocer el carácter de Dios. Si no, vais a tener dificultades en mantener vuestros labios sellados, vuestra lengua se moverá con demasiada libertad con palabras altisonantes y, sin daros cuenta, ofenderéis el carácter de Dios y caeréis en las tinieblas, perdiendo la presencia del Espíritu Santo y la luz. Ya que no tenéis principios cuando actuáis, ya que haces y dices lo que no debes, entonces recibirás una retribución apropiada. Debes saber que, aun cuando careces de principios en las palabras y las acciones, Dios posee altos principios en ambas. La razón por la que recibes retribución es porque has ofendido a Dios, no a una persona. Si en tu vida cometes muchas ofensas contra el carácter de Dios, entonces estás destinado a ser un hijo del infierno. Al hombre le puede parecer que sólo has cometido unos pocos actos que están en conflicto con la verdad, y nada más. Pero ¿eres consciente de que, a los ojos de Dios, ya eres alguien para quien no hay más ofrenda por el pecado? Debido a que has infringido los decretos administrativos de Dios más de una vez y, además, no muestras ninguna señal de arrepentimiento, no te queda más remedio que precipitarte en el infierno donde Dios castiga al hombre. […] Si en tus acciones no ofendes el carácter de Dios y buscas Su voluntad y tienes un corazón que reverencia a Dios, entonces tu fe está a la altura. Quien no venera a Dios y no posee un corazón que tiembla de temor, es muy probable que infrinja los decretos administrativos de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Las palabras de Dios me dejaron angustiada y asustada. El carácter de Dios no tolera ofensa. Hay unos decretos administrativos en la casa de Dios. Hablar y actuar sin temor de Dios como un incrédulo, juzgar y atacar a otros, formar una camarilla y desestabilizar la labor de la iglesia supone ser ayudante de Satanás. Dios jamás guardará a alguien así. Le falta humanidad y no defiende el trabajo de la iglesia, con lo que es susceptible de ser descartado y castigado por cometer demasiada maldad. Al señalarme el hermano Wang unos problemas en mi deber, Dios estaba tratando conmigo. Sin embargo, en lugar de aceptarlo, hacer introspección y resolverlo en tiempo y forma, lo critiqué y juzgué porque creía que él me culpaba, así que me enojé con él. Cuando supe que los del equipo evangelizador le habían contado los problemas a una líder superior, seguí sin procurar arrepentirme y, por el contrario, creí que me estaban delatando. Esa idea hizo que tuviera muchos prejuicios contra ellos. En una reunión, cuando un diácono de riego expresó su descontento con el equipo evangelizador, en vez de hablar con él para ayudarlo a reflexionar sobre sus problemas, eché más leña al fuego y aproveché para formar una camarilla contra los demás y responsabilizarlos de la baja asistencia de los nuevos fieles. El personal de riego empezó a tener prejuicios contra los del equipo evangelizador y se quejaba de ellos y los criticaba. Y cuando uno del equipo evangelizador quiso que un hermano de riego lo ayudara con unos documentos, aproveché para interponerme, para ridiculizarlo, sin pensar en los intereses de la iglesia. No tenía veneración por Dios ni aceptaba la verdad. A fin de preservar mi imagen y estatus, provocaba problemas y juzgaba. Estaba formando un bando, haciendo el mal y resistiéndome a Dios. Los hermanos y hermanas del equipo evangelizador me señalaban reiteradamente los problemas para ayudarme a verlos y resolverlos enseguida y para que los nuevos fieles pudieran ir a las reuniones con normalidad. Eso era bueno para el trabajo de la iglesia. Pero yo no comprendía la voluntad de Dios. Solo quería preservar mi estatus e imagen y no resolvía los problemas reales, así que muchos nuevos creyentes no venían a las reuniones. A tenor de mi conducta, deberían haberme destituido del deber, pero, en lugar de darme mi merecido, Dios me dio el esclarecimiento de Sus palabras, lo que detuvo de golpe mi maldad. Me embargó el pesar al descubrir esto. Oré a Dios decidida a arrepentirme sinceramente.
En una reunión posterior, me sinceré acerca de mi conducta reciente de críticas y desestabilización, a fin de ayudar a otros a aprender también. Luego, otros también comenzaron a conocerse a sí mismos, a conocer su corrupción y su conducta crítica reciente, y se enteraron de que no cooperar con el equipo evangelizador demoraba la labor de riego. Estaban dispuestos a cambiar. Me sentí aún peor cuando oí lo que compartieron. Como líder, veía que muchos nuevos fieles no asistían a reuniones y que algunos habían causado baja. No solo no guié a los demás a que reflexionaran para que vieran en qué fallábamos y buscaran la verdad, sino que fui la primera en criticar a otros y negar mi responsabilidad y formé una camarilla en la iglesia. Cometía el mal, me resistía a Dios y hasta guiaba a otros en contra de Él. ¡No era digna de ser líder!
Después me estuve preguntando por qué era capaz de hacer estas cosas que perturbaban la labor de la iglesia. ¿Qué carácter era este exactamente? Un día leí unas palabras de Dios sobre la repulsión de los anticristos por la verdad que me ayudaron a comprenderme: Las palabras de Dios dicen: “La actitud arquetípica de los anticristos hacia el trato y la poda consiste en negarse vehementemente a aceptarlos o admitirlos. Por más maldad que hayan cometido, por mucho daño que hayan causado a la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios y a la obra de Su casa, no sienten el menor remordimiento ni que deban algo. Desde este punto de vista, ¿tienen humanidad los anticristos? De ninguna manera. Han causado toda clase de daño al pueblo escogido de Dios, han perjudicado tanto todas las distintas obras de Su casa, esto es sumamente evidente para el pueblo escogido de Dios, y este ha visto los actos malvados de los anticristos, uno tras otro. Y sin embargo los anticristos no aceptan ni reconocen este hecho; con obstinación, se niegan a reconocer que están equivocados o que son responsables. ¿Acaso no es esto un indicio de que están hartos de la verdad? Este es el extremo hasta el cual los anticristos están hartos de la verdad, y por mucha maldad que cometan, se niegan a admitirlo y permanecen inflexibles hasta el final. Esto demuestra que ellos jamás han tomado en serio la obra de la casa de Dios ni la aceptación de la verdad. No han venido por creer en Dios; son esbirros de Satanás que vinieron a perturbar e interrumpir la obra de la casa de Dios. Solo hay reputación y estatus en su corazón. Creen que si llegaran a reconocer su error, tendrían que asumir la responsabilidad y, entonces, su estatus y prestigio se verían gravemente comprometidos. Así que se niegan férreamente a reconocerlo, no lo admiten de ninguna manera, y aunque sí lo admitan en su interior, seguirán sin hacerlo de puertas afuera, creyendo que una vez que lo admitan, todo habrá acabado para ellos. En resumidas cuentas, sea su negación intencional o no, esto se relaciona, por un lado, con la naturaleza y esencia de hartazgo y odio hacia la verdad de los anticristos. Por el otro, muestra lo mucho que valoran los anticristos su propio estatus, su prestigio y sus intereses. ¿Cuál es, entretanto, su actitud hacia la casa de Dios y los intereses de la iglesia? Es una actitud de desprecio y negación de la responsabilidad. Carecen de toda conciencia y razón. Que los anticristos eludan su responsabilidad, ¿es demostración de estos problemas? Por una parte, eludir la responsabilidad prueba una actitud de estar hartos de la verdad y detestarla, mientras que por otra, muestra su falta de conciencia, razón y humanidad. Por mucho que perjudiquen los intereses de otras personas, no se lo recriminan a sí mismos y nunca se inquietarían por ello. ¿Qué clase de criaturas son estas? Aunque solamente lo reconocieran en su interior y pensaran: ‘Sí, tuve que ver con esto, pero no todo fue culpa mía’, incluso esta pequeña admisión se podría considerar que tiene algo de humanidad, de conciencia, una base moral, pero los anticristos ni siquiera tienen ese pequeño grado de humanidad. Entonces, ¿qué os parece a vosotros que son? La esencia de esas personas es el diablo. No ven el tremendo daño que han hecho a los intereses de la casa de Dios, no se inquietan ni remotamente por dentro ni se hacen reproches, y ni mucho menos se sienten en deuda. ¿Son sus corazones siquiera de carne y hueso? ¿Son siquiera personas? Esto no es para nada lo que se debería atisbar en la gente normal. Esto es el diablo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (III)). Con las palabras de Dios sobre los anticristos descubrí que realmente aborrecen y detestan la verdad por naturaleza. Se niegan a admitirlo por más que perjudiquen el trabajo de la casa de Dios y no solo no aceptan la verdad ni hacen introspección cuando los critican, sino que hasta tratan de preservar su reputación y estatus poniendo excusas y negando su responsabilidad sin mala conciencia. Son, básicamente, unos diablos. Las palabras de Dios me resultaron muy incisivas. Los líderes deben aceptar que los hermanos y hermanas los supervisen y arreglar enseguida los problemas. Eso exige Dios y es responsabilidad y deber de un líder. Sin embargo, yo no hacía bien la labor de riego, y cuando me lo comentaban, no sentía pesar ni culpa por incumplir con mi deber, sino que criticaba a los demás y tergiversaba su ayuda como si estuvieran tratando de culparme. Y cuando sus comentarios ponían en riesgo mi estatus, los atacaba a sus espaldas y formaba un bando para que otros me apoyaran contra ellos. Formaba una camarilla, una banda, sin disimulo, hacía de esbirra de Satanás y perturbaba la labor de la casa de Dios. No descargaba mi ira sobre nadie, sino sobre el trabajo de la casa de Dios: ¡hacía el mal contra Dios! Cualquier persona razonable y con conciencia a la que criticaran por no regar bien a los nuevos fieles, con lo que algunos causaban baja, se sentiría culpable y en deuda, se sometería y haría introspección. Al principio quizá querría defenderse, pero se sometería a ello más tarde, observaría los problemas y se ocuparía de los nuevos creyentes. Pero yo, ante semejantes problemas en el deber, no aceptaba ayuda de nadie, no reflexionaba sobre los errores en mi labor ni buscaba cómo cambiar y practicar después. Solamente ponía excusas y evadía la responsabilidad. No quería asumir la menor responsabilidad, sino tan solo protegerme. No pensaba más que en mis intereses, no en los de la casa de Dios. Me faltaba mucha humanidad. Revelaba totalmente el carácter de un anticristo. Detestaba realmente la verdad. Al darme cuenta me embargó un pesar aún mayor.
También recordé unas palabras de Dios. “El siguiente pasaje fue registrado en el libro de Jonás 4:10-11: ‘Luego, Jehová le dijo: sientes pena por la enredadera que no has hecho ningún esfuerzo ni la has hecho crecer, que salió una noche y en una noche se secó. ¿No tendré Yo lástima de Nínive, esa gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas que no pueden ver la diferencia entre su mano izquierda y su derecha y donde también hay mucho ganado?’.* Estas son las palabras reales de Jehová Dios, registradas de una conversación entre Dios y Jonás. Aunque este diálogo es breve, rebosa de la preocupación del Creador por la humanidad y Su reticencia a renunciar a ella. Estas palabras expresan la verdadera actitud y los sentimientos que Dios tiene en Su corazón por Su creación. Mediante estas palabras, de una claridad y precisión que raramente oyen los hombres, Dios declara Sus verdaderos propósitos para la humanidad. Este diálogo representa una actitud que Dios tuvo hacia el pueblo de Nínive, ¿pero qué clase de actitud es esta? Es la actitud que Él mantuvo hacia las personas de Nínive antes y después de su arrepentimiento, y la actitud con la que Él trata a la humanidad. Dentro de estas palabras se encuentran Sus pensamientos y Su carácter” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). “Aunque se le confió a Jonás la proclamación de las palabras de Jehová Dios a las personas de Nínive, él no entendió los propósitos de Jehová Dios, como tampoco Sus preocupaciones por los habitantes de la ciudad ni Sus expectativas para ellos. Con esta reprimenda Dios pretendía decirle que la humanidad era el producto de las propias manos de Dios y que Él había dedicado un empeño minucioso en todas y cada una de las personas; que todos y cada uno llevaban sobre los hombros las expectativas de Dios; que todos y cada uno disfrutaban de la provisión de vida de Dios; Él había pagado el precio de un esfuerzo laborioso por cada persona. Esta reprimenda también dijo a Jonás que Dios valoraba a la humanidad, que era la obra de Sus propias manos, tanto como Jonás mismo valoraba la calabacera. Dios no abandonaría a la humanidad a la ligera de ningún modo, o hasta el último momento posible; en particular, porque había demasiados niños y ganado inocente en la ciudad. Cuando lidiar con estos jóvenes e ignorantes productos de la creación de Dios, que ni siquiera podían distinguir su mano derecha de la izquierda, era aún menos concebible que Dios acabara con sus vidas y determinara sus resultados de una forma tan apresurada. Dios esperaba verlos crecer; esperaba que no caminasen por las mismas sendas que sus mayores, que no tuviesen que oír de nuevo la advertencia de Jehová Dios y que diesen testimonio del pasado de Nínive. Más aún, Dios esperaba ver Nínive después de su arrepentimiento, ver el futuro de Nínive tras su arrepentimiento y, lo más importante, ver Nínive una vez más viviendo bajo la misericordia de Dios. Por tanto, a los ojos de Dios, aquellos objetos de la creación que no podían distinguir entre sus manos derecha e izquierda eran el futuro de Nínive. Cargarían con el pasado despreciable de Nínive, del mismo modo que cargarían con la importante obligación de dar testimonio tanto del pasado como del futuro de Nínive bajo la guía de Jehová Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). En la conversación de Dios y Jonás vi el amor y la misericordia de Dios hacia la humanidad. Dios conocía a todos los ninivitas como la palma de Su mano y pagó un precio real por cada uno de ellos. No quiso dejarlos hasta el último momento. Pensé en que los nuevos creyentes acaban de aceptar la obra de Dios de los últimos días, no comprenden muchas verdades y son débiles en la vida. Es probable que abandonen ante la perturbación de los anticristos del mundo religioso. Todos los hermanos y hermanas estaban pensando en colaborar para sustentarlos de modo que se arraigaran en el camino verdadero. Por eso me daban esas sugerencias y me señalaban los problemas. Sin embargo, me negaba a admitirlo. Muchos nuevos creyentes no asistían a las reuniones por mi irresponsabilidad, pero no me sentía mal; ¿qué tenía yo de humana? Oré: “Dios mío, no voy a eludir la responsabilidad y estoy dispuesta a arrepentirme, a confiar en Ti para buscar soluciones y sustentar bien a estos nuevos creyentes”.
Más adelante, debatí los problemas de nuestra labor de riego con los demás y descubrí que muchos nuevos fieles no tenían clara la verdad de la obra de Dios, por lo que, cuando los pastores difundían nociones religiosas, a ellos les surgían dudas sobre la obra de Dios y empezaban a vacilar. Así pues, celebramos para ellos reuniones acerca de estos problemas y subrayamos las tres etapas de la obra de Dios y Su obra del juicio de los últimos días, así como por qué es preciso que Dios venga en la carne a obrar. Cuando terminamos, un nuevo fiel señaló: “Tenía muchísimas nociones, pero ya no, gracias a sus enseñanzas. Espero que recibamos más enseñanzas suyas porque muchos otros aún no entienden esto”. Y un hermano mayor dijo: “Estaba muy confundido con la obra de Dios y pensaba causar baja del grupo de riego, pero, gracias a sus enseñanzas, ya lo tengo todo claro. Estoy contentísimo y asistiré a más reuniones. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!”. Me conmovió mucho que dijeran esas cosas, pero también me sentía muy mal. Si hubiera aceptado las sugerencias de otros y hecho más trabajo práctico antes abordando las dificultades de los nuevos fieles, algunos no se habrían debilitado y no habrían causado baja. Posteriormente me sinceré con el hermano Wang sobre la corrupción que había demostrado y también él se sinceró sobre su estado y los problemas de su labor evangelizadora. Afirmó querer cambiar. Enseguida desapareció la barrera que nos separaba y me sentí muy aliviada. Comencé a hacer el esfuerzo de coordinarme con hermanos y hermanas del equipo evangelizador y, aunque había cierto conflicto, todos teníamos un objetivo común: regar bien a los nuevos fieles para que pronto tuvieran una base en el camino verdadero.
Después me estuve preguntando cómo enfocar en lo sucesivo las críticas acordes con la voluntad de Dios. Leí estas palabras de Dios: “Cuando se trata de ser podado y tratado, ¿qué es lo mínimo que la gente debería saber? Se deben experimentar la poda y el trato para cumplir adecuadamente con el deber. También son indispensables, y son algo que las personas deben afrontar a diario y que a menudo experimentan en su fe en Dios y en el logro de la salvación. Nadie puede apartarse de la poda y el trato. ¿Podar y tratar a alguien tiene que ver con su futuro y su destino? (No). Entonces, ¿para qué sirven la poda y el trato? ¿Para condenar a las personas? (No, para ayudar a la gente a entender la verdad). Así es. Ese es el entendimiento más correcto. Podar y tratar a alguien es un tipo de disciplina, un tipo de reprensión, pero también es una forma de ayudar a la gente. Ser podado y tratado te permite alterar tu búsqueda incorrecta a tiempo. Te permite reconocer de inmediato los problemas que actualmente tienes, a la vez que reconocer a tiempo las actitudes corruptas que expones. En cualquier caso, la poda y el trato te ayudan a cumplir mejor con tus deberes, hacerlo según los principios; te permiten obtener la salvación a tiempo, te salvan de extraviarte, y te impiden causar catástrofes” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (VIII)). Aquí entendí que la poda y el trato suponen la disciplina de Dios, no que alguien trate de ser difícil o excesivamente crítico. Pretenden ayudarnos a hacer introspección, a corregir los problemas en nuestro estado o deber y a cumplir mejor con este. Es una de las vías por las que la obra de Dios nos transforma y purifica y algo que tenemos que experimentar para salvarnos. Ante las críticas y sugerencias, debo admitirlas de parte de Dios, afrontarlas adecuadamente y hacer introspección según las palabras de Dios. Eso es de Su agrado. Esto me dio esclarecimiento y supe cómo considerar las críticas de los hermanos y hermanas en un futuro.
Luego, el hermano Wang me dijo una vez que unos nuevos creyentes no estaban reuniéndose ni tenían sustento. Él no sabía por qué. Quería que yo lo investigara. Pensé para mis adentros que ya les habíamos dado mucha ayuda y mucho sustento y habíamos buscado los principios con los líderes. Los habíamos dejado por imposible tras confirmar que eran incrédulos; así pues, ¿qué había que averiguar? Sin embargo, después pensé que él tenía en cuenta los intereses de la casa de Dios y se responsabilizaba de los nuevos fieles. Debía someterme a ello, comprobar qué pasaba y cambiar las cosas si había problemas. Al investigar detalladamente, vi que realmente eran incrédulos, pero también que había problemas en la labor de riego. Eso me ayudó a entender que podía aprender mucho si aceptaba sugerencias; de no ser así, no habría visto ni subsanado los problemas, lo que sería malo para el trabajo de la iglesia.
Estas experiencias me enseñaron verdaderamente que, al aceptar sugerencias de los hermanos y hermanas en el deber, tener un corazón de búsqueda y no poner excusas, puedo apreciar y recapacitar sobre mi corrupción y descubrir más pronto mis errores en el deber. Si siempre odio y rechazo la verdad, eso no solo me impedirá transformar mi corrupción, sino que también perjudicaré la labor de la casa de Dios. Después Dios terminaría por descartarme. También descubrí que, afronte lo que afronte, por mucho que me desagrade, debo tener temor de Dios y no actuar con obcecación. Es preciso que ore a Dios y busque los principios para no cometer más maldades.
Las citas bíblicas marcadas (*) han sido traducidas de AKJV.