Me perjudicó no esforzarme en el deber
En 2018 trabajaba como editor de video en la iglesia. Al principio, como no tenía formación en edición de video y no conocía los principios correspondientes, estudié mucho e intenté dominar las destrezas relevantes. Con el tiempo, mejoró mucho mi competencia técnica y me eligieron líder de grupo. Estaba encantado y más que dispuesto a esforzarme en el deber. Luego surgió un problema en uno de nuestros proyectos de video más complejos, y mi líder me mandó analizarlo y resolverlo. Ante una carga de trabajo complicada y mi escasa capacitación, inicialmente colaboraba con los hermanos y hermanas para hallar soluciones, pero, tras un período de esfuerzos durante el cual las cosas empezaron a ir bien y mejoró mi preparación técnica, empecé a holgazanear. Pensé para mis adentros: “Puede que este proyecto aún no vaya a la perfección, pero sí mucho mejor que antes. Sólo debo mantener las cosas como están ahora. No hace falta revisar tan a menudo. Es muy cansado estar siempre al límite”. Después, rara vez estudiaba nuevas destrezas y dejé de aprender más cosas del trabajo. En algunas ocasiones, hubo problemas en los videos editados por mí y los demás me aconsejaron que mejorara mi desempeño. Aunque sabía que tenían razón, pensaba para mis adentros: “Ya tengo suficiente trabajo. Si tuviera que sacar más tiempo para estudiar, aparte de lo cansado que sería, ¿qué pasaría si, tras dedicar tiempo y energía extra, no mejoraran mis resultados? ¿No sería en vano todo ese trabajo adicional?”. Por ello, no hice caso de los consejos de los demás. Posteriormente, mi líder observó que nuestra labor progresaba lentamente y me pidió que identificara el problema. Mi compañero de trabajo me recordó reiteradamente que resolviera este asunto. Por entonces era algo reacio. Pensaba: “Tal vez progresemos un poco despacio, pero estamos obteniendo mejores resultados que antes. No debemos apresurarnos”. Pero en el fondo sabía que, si repasaba y planificaba más detenidamente el trabajo, realmente había más margen de mejora todavía. No obstante, cada vez que pensaba en el estrés que ya tenía en el trabajo y en lo cansado que sería dedicar aún más tiempo a este proyecto, lo posponía de nuevo. Más adelante, mi líder me sacó a colación el problema dos veces más, y fue entonces cuando, de mala gana, examiné la situación. Al final, no obstante, seguí sin poder hallar una solución adecuada.
Luego de eso, no estaba dispuesto a pensar en el trabajo del grupo ni a sacrificarme por progresar. Cuando tenía tiempo libre, solo quería descansar, y hasta me dormí en algunas ocasiones, lo que demoró nuestra labor. Durante los recados, a veces me quedaba en la calle eludiendo el deber un rato. En los paréntesis de trabajo no pensaba en mejorar mis destrezas, sino que descansaba mientras podía. Sin más, me volví cada vez más perezoso y actuaba por inercia mientras supervisaba y asignaba el trabajo. Casi nunca ayudaba a nadie a examinar sus errores en el trabajo y, cuando surgían problemas, no tenía ganas de pensar en el modo de resolverlos. Por consiguiente, acabábamos demorando videos que era obvio que podríamos haber terminado antes de lo previsto. En esa época surgían continuamente problemas en los videos que editaba, y ningún hermano ni hermana del grupo mejoró en el trabajo. Todos se quejaban hasta si surgía la menor dificultad en el trabajo. Yo no solo no lo resolvía hablando con ellos, sino que incluso me quejaba igual que ellos. Como no hacía un trabajo práctico y no mejoré después de que mi líder me hablara en varias ocasiones, pronto me destituyeron del puesto de líder del grupo. Tras la destitución me sentí fatal, así que oré a Dios y reflexioné.
Un día, durante mis devociones, descubrí unas palabras de Dios: “Hay quienes no están dispuestos a sufrir en absoluto en el deber, que siempre se quejan cada vez que se topan con un problema y que se niegan a pagar un precio. ¿Qué actitud es esa? Una actitud superficial. ¿Cuál es la consecuencia de cumplir con el deber de forma superficial, tratándolo a la ligera? El desempeño deficiente en el deber, aunque sepas hacerlo bien: tu desempeño no estará a la altura y Dios no estará satisfecho con tu actitud hacia el deber. Si hubieras sido capaz de orar a Dios, de buscar la verdad y de poner todo tu corazón y toda tu mente en ello, si hubieras sido capaz de cooperar así, Dios lo habría preparado todo para ti de antemano, para que todo encajara en su lugar cuando tú lo hicieras y los resultados fueran buenos. No hace falta que ejerzas mucha fuerza; si no escatimas esfuerzos en cooperar, Dios ya lo habrá dispuesto todo para ti. Si eres ladino y traicionero, si eres indiferente hacia el deber y siempre te descarrías, Dios no actuará; perderás la ocasión y Dios dirá: ‘No eres lo suficientemente bueno; eres un inútil. Apártate. Te gusta ser ladino y traicionero, ¿no? Te gusta ser perezoso y tomártelo con calma, ¿no? ¡Pues tómatelo con calma para siempre!’. Dios concederá esta gracia y esta oportunidad a otra persona. ¿Qué opináis? ¿Esto es una pérdida o una ganancia? (Una pérdida). ¡Una enorme pérdida!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer las palabras de Dios recordé mi época como líder del grupo. Vi que había sido tal como revelaban las palabras de Dios. Era displicente, irresponsable y dejado en el trabajo, renuente a esforzarme. Cuando empecé a servir como líder de grupo, invertí tiempo y esfuerzo, pero en cuanto mejoraron mis destrezas y logré resultados, caí en la complacencia, me dormí en mis laureles y siempre satisfacía la carne. Solo pensaba en relajarme y tomármelo con calma. No estaba dispuesto a dedicar ningún esfuerzo al trabajo para mejorarlo. Ni siquiera cuando era obvio que había problemas, los resolvía enseguida, y cuando me los señalaban los demás, los ignoraba. Como líder de grupo, cuando el resto del grupo se quejaba de sus problemas, no solo no les enseñaba la verdad para resolverlos, sino que les seguía la corriente y estaba de acuerdo. Era como si, sin importar cuánto se demorara la producción de videos ni cuántos problemas tuviera la gente, yo no tuviera nada que ver. Simplemente quería sentirme bien y no agotarme. Así pues, en los videos que producíamos surgían siempre problemas que demoraban gravemente el avance de la producción. Estaba jugueteando con un deber importantísimo; en aras de la comodidad y tranquilidad carnal, estaba dispuesto a actuar sin interés, a engañar a Dios y al prójimo. ¿Dónde estaba mi veneración por Dios? Dios aborrecía y despreciaba esas actitudes hacia el trabajo. Al recordar todos los problemas en mi labor, si hubiera invertido tiempo y me hubiera sacrificado, las cosas no habrían empeorado tanto. Sin embargo, era perezoso y no quería sufrir ni sentir fatiga. En consecuencia, perjudicaba la producción de videos. ¡Fui muy egoísta, despreciable y no tenía humanidad! ¡Me había vuelto tan degenerado y hedonista que ni me daba cuenta! Dios había orquestado advertencias para mí, pese a lo cual no reflexioné ni me arrepentí. ¿Cómo pude haber sido tan insensible e intransigente? Una vez que lo comprendí, me sentí culpable y triste. Realmente no merecía ser líder; por irresponsable y no tener humanidad. Me habían destituido por mi culpa.
Un día, durante mis devociones, vi otro pasaje de las palabras de Dios: “Imagina a una persona con sentido de la responsabilidad. Cada vez que le digan o enseñen algo, sea por parte de un líder, de un obrero o de lo alto, siempre pensará: ‘Bueno, ya que piensa tan bien de mí, debo ocuparme bien de este asunto y no defraudarlo’. ¿Te atreverías a confiarle un asunto a una persona tan concienzuda y sensata? La persona a la que puedes confiar un asunto es alguien que crees digno de confianza y de quien tienes buena opinión. Tienes buena opinión de este tipo de persona y buen concepto de ella. Especialmente si todas las cosas que ha hecho por ti las ha llevado a cabo de forma muy concienzuda y ha cumplido totalmente tus exigencias, pensarás que es una persona digna de confianza. Para tus adentros, verdaderamente la admirarás y tendrás buen concepto de ella. La gente está dispuesta a relacionarse con este tipo de persona, y por no decir nada de Dios. ¿Creéis que Dios confiaría un deber que el hombre está obligado a realizar a una persona que no es digna de confianza? (No). ¿Qué espera Dios de una persona a la que ha asignado una tarea concreta en la iglesia? En primer lugar, Dios espera que sea responsable y diligente, que le dé gran importancia a la tarea y la haga bien. En segundo lugar, Dios espera que sea una persona digna de confianza, que, por mucho tiempo que pase y por mucho que cambie su entorno, su sentido de la responsabilidad no flaquee y su temperamento resista la prueba. Si es una persona digna de confianza, Dios está tranquilo. Ya no observará ni hará seguimiento de este asunto porque, en el fondo, confía en ella. Cuando Dios le encomienda esta tarea, seguro que la cumple sin ningún desliz” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Con las palabras de Dios aprendí que una persona con humanidad es responsable en el trabajo, capaz de aceptar el escrutinio de Dios y de mantenerse firme en el deber, apegándose a su deber, en total acuerdo con los principios, sea cual sea la situación en que se halle. Esta es la actitud que deberíamos tener en el deber. Dado que la iglesia me había encargado sus trabajos en video, como mínimo debería haberlo hecho lo mejor que supiera y haber identificado y resuelto a tiempo los problemas que tuvieran lugar en el trabajo para garantizar su desarrollo normal. No obstante, aunque estuve feliz de asumir mi deber, luego solo me importaba mi comodidad y tranquilidad y no quería hacer un trabajo práctico ni siquiera cuando otros me espoleaban y exhortaban reiteradamente a ello. Ostentaba el cargo de “líder de grupo”, pero no hacía nada y no cumplía ni siquiera los deberes mínimos que me habían asignado. Por tanto, demoraba la producción de videos de la iglesia. ¡De verdad, no tenía humanidad y no era confiable! A tenor de mi conducta, debería haber sido descartado mucho antes. Se me permitió continuar trabajando en ese grupo únicamente por la misericordia y la tolerancia de Dios. Pensé entonces: “Tengo que valorar esta oportunidad y hacer todo lo posible en el deber”. Después, dejé de conformarme con el estado de cosas en mi deber y, aparte de trabajar en los videos que me asignaban, no dejaba de buscar el modo de incrementar mi eficacia, señalaba nuestros problemas y le informaba de ellos a tiempo al líder del grupo. También debatía con los demás la manera de resolverlos. Aunque trabajar así era más cansado, estaba mucho más tranquilo y en paz al saber que había cumplido con mis responsabilidades.
Poco después, el líder de la iglesia vio que había mejorado y me asignó la supervisión de un proyecto de video. Valoraba la oportunidad de hacer este trabajo y quería esforzarme al máximo. Todos los días verificaba el trabajo y recababa los problemas que teníamos. Cuando veía problemas, buscaba la forma de resolverlos ya, y si no sabía resolverlos, los consultaba y debatía con el líder del grupo. Sin embargo, poco después, cuando el trabajo estaba prosperando y mis destrezas habían mejorado, reapareció mi pereza de antes. Pensé: “Hoy día, todo el trabajo va según lo previsto y no hay grandes problemas. Debería descansar un poco. Si trabajo tanto todos los días y tengo tantas preocupaciones, esto, al final, me quedará grande”. Nada más pensarlo, caí en la complacencia, actuaba por simple inercia en el trabajo, ya no me preocupaba por mejorar mis destrezas ni por resolver problemas y errores y ni me molestaba en consultarles a los demás el estado de su trabajo. Siempre que tenía tiempo libre, solo quería relajarme, y a veces, durante el trabajo o el estudio, miraba videos divertidos o series para pasar el rato. Por ello, se demoraron videos que podrían haberse terminado antes y mi desempeño en el trabajo empezó a decaer. Esos días estaba totalmente aturdido y confundido. Me faltaba claridad mental al editar videos, no disfrutaba leyendo las palabras de Dios y sentía que las tinieblas se esparcían dentro de mí. Además, cuando oraba a Dios, no sentía Su presencia. Aunque sabía que era peligroso continuar así, no podía controlarme de todos modos, y estaba realmente dolido y atormentado. En esa época, por suerte descubrí un pasaje de las palabras de Dios: “Si los creyentes son tan casuales y desenfrenados en sus palabras y su conducta como lo son los incrédulos, entonces son todavía más malvados que los incrédulos; son demonios arquetípicos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Era como si las palabras de Dios hubieran revelado mi situación exacta. Hacía muchos años que creía en Dios, pero seguía sin ocuparme de mi deber y buscaba la diversión cuando debería haber estado trabajando. No era una mera falta de lealtad; ni siquiera cumplía las normas mínimas fijadas para nuestro trabajo. En el mundo laico hay que acatar las normas fijadas por la empresa de uno y, en el trabajo, trabajar de forma diligente y no holgazanear. Pero, al cumplir con mi deber en la iglesia, yo no tenía ni un sentido elemental de la responsabilidad y dejaba de lado tranquilamente el deber para satisfacer la carne. A tenor de mi conducta disipada y libertina, ¿de veras merecía ser calificado de cristiano? Ni siquiera daba servicio en el deber, y ni mucho menos lo cumplía de manera adecuada. Me odié por satisfacer la carne; ¿por qué no tenía ni pizca de determinación para renunciar a ella? Me acordé de mis hermanos y hermanas en China, que, antes que abandonar el deber, se arriesgaban a la detención y tortura del PCCh; sin embargo, yo cumplía con el deber en un país libre y democrático tras haber huido de China y ni siquiera estaba dispuesto a pensar un poco más en mi trabajo ni a sacrificarme. Me comportaba como un inútil total. No tenía la más mínima dignidad ni personalidad. Cuanto más lo pensaba, más vergüenza me daba mirar a la cara a Dios y a los demás. En ese momento me puse a reflexionar: “Ya fracasé una vez anteriormente por satisfacer la carne y eludir el deber. ¿Por qué no había aprendido nada de mis errores previos? ¿Por qué fui tan inconstante y voluble en mi trabajo?”. Oré reiteradamente a Dios para pedirle esclarecimiento para hallar la causa profunda de mi problema.
Un día, en mis devociones, me encontré con estos pasajes. “¿Por qué la gente es siempre indisciplinada y perezosa, como sonámbula por la vida? Esto guarda relación con un problema en su naturaleza. Hay cierta pereza en la naturaleza humana. Sea cual sea la tarea, la gente siempre necesita que la controlen y espoleen. A veces es porque la gente hace caso a la carne y codicia las comodidades de la carne, siempre se contiene. Esta gente es demasiado calculadora, y no son realmente buenas personas. Siempre hacen menos de lo que pueden, sea cual sea la importancia del deber que lleven a cabo. Esto es irresponsable y desleal. Hoy he dicho estas cosas para recordaros que no debéis ser pasivos en el trabajo. Debéis ser capaces de hacer lo que Yo diga” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). “Los falsos líderes no hacen un trabajo real, pero saben cómo ser oficiales. ¿Qué es lo primero que hacen una vez que se convierten en líderes? Empiezan por tratar de ganarse a la gente. Adoptan el enfoque de ‘un nuevo jefe debe causar una gran impresión’. Primero hacen algunas cosas para ganarse a los demás, introducen ciertos elementos para facilitarles la vida, intentan causar una buena impresión en ellos, para mostrar a todos que están en sintonía con las masas, para que todo el mundo los elogie y diga que son como un padre para ellos, después de lo cual asumen oficialmente el cargo. Sienten que ahora que tienen el apoyo popular y su posición está asegurada, es correcto y apropiado que disfruten de las ventajas del estatus. Sus lemas son: ‘La vida es solo comer y vestirse’, ‘Aprovecha el momento, pues la vida es corta’ y ‘Vive el presente sin preocuparte por el mañana’. Disfrutan de cada día tal y como viene, se divierten todo lo que pueden y no piensan en el futuro, y mucho menos se plantean qué responsabilidades debe cumplir un líder y qué deberes ha de desempeñar. Repiten como un loro algunas palabras y frases de doctrina y desempeñan algunas tareas para guardar las apariencias, como práctica habitual, pero no realizan ningún trabajo real. No intentan profundizar en los problemas reales de la iglesia para resolverlos completamente. ¿Qué sentido tiene hacer un trabajo tan superficial? ¿No es esto astuto? ¿Se pueden confiar responsabilidades serias a este tipo de falsos líderes? ¿Se ajustan a los principios y condiciones de la casa de Dios para la selección de líderes y obreros? (No). Estas personas no tienen conciencia o razón, están desprovistas de todo sentido de la responsabilidad, y sin embargo, todavía desean servir en un puesto oficial como líder de la iglesia: ¿por qué son tan desvergonzados? Algunas personas que tienen sentido de la responsabilidad son de escaso calibre y no pueden ser líderes, y eso por no hablar de la basura humana que no tiene ningún sentido de la responsabilidad; son menos aptos aún para ser líderes. ¿Qué nivel de pereza tienen estos indolentes falsos líderes? Descubren un problema, y son conscientes de que es un problema, pero lo tratan como si nada y no le dan importancia. ¡Son tan irresponsables! Puede que sean buenos oradores y parezcan tener un poco de calibre, pero cuando surgen diversos problemas en la iglesia, son incapaces de resolverlos. Aunque los problemas de la iglesia se siguen acumulando, y se convierten en algo así como herencias familiares, a estos líderes no les conciernen, y sin embargo siguen insistiendo en llevar a cabo algunas tareas frívolas como algo natural. ¿Y cuál es el resultado final? ¿Acaso no ensucian el trabajo de la iglesia, no lo arruinan? ¿No provocan el caos y la fragmentación en la iglesia? Este es el inevitable resultado” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Al meditar las palabras de Dios, me di cuenta de que era complaciente y me faltaba iniciativa en el deber porque era perezoso y hedonista por naturaleza. Tenía la cabeza llena de filosofías satánicas como “la vida consiste en comer y estar calentito”, “vive el presente sin preocuparte por el mañana” y “come y bebe, que la vida es breve”. Vivía según estas falacias satánicas porque creía que debía divertirme en esta vida terrenal. No concebía el sufrimiento y el agotamiento constantes. Por eso no podía perseverar en nada de lo que hacía. Tomé el más mínimo resultado de mi labor a modo de capital y me volví complaciente y hedonista. Como en mi época de estudiante: siempre que obtenía buenas notas y me elogiaban profesores y compañeros, no tenía ganas de continuar invirtiendo tiempo y energía en mis estudios y solo quería divertirme. Dejaba de prestar atención en clase y de hacer las tareas, pero en cuanto empezaban a resentirse mis notas y mis padres y profesores se ponían más estrictos conmigo, estudiaba más y me esforzaba hasta que volvían a subir mis notas, momento en que me confiaba de nuevo y quería volver a divertirme. En esos años me controlaban continuamente estas filosofías hedonistas, y me volví cada vez más perezoso, desanimado y carente de iniciativa. Era inconstante y voluble en todo, no quería sufrir ni sacrificarme y cada vez estaba menos dispuesto a esforzarme. Tanto en mi cargo anterior, líder de grupo, como en el actual, miembro que revisaba el progreso del trabajo, era igual de perezoso y carente de iniciativa. Hice el vago en cuanto obtuve resultados porque quería alternar trabajo y descanso para no sufrir perjuicios y agotarme. Ni siquiera resolvía los problemas del trabajo cuando era obvio que los había y prefería perder el tiempo con entretenimientos baladíes, en lugar de sacrificarme un poco más por el deber. Solamente hacía lo justo para guardar las apariencias, engañar y embaucar a mi líder. Vi que no solo era perezoso, sino también taimado y deshonesto, pues no quería más que vivir relajado y con tranquilidad. Había gozado de muchísimo riego de las palabras de Dios y de Su protección, pero ni siquiera hacía lo mínimo. ¿No era un holgazán inútil, un parásito, en la iglesia? ¿Dónde estaban mi humanidad y mi racionalidad? Me estoy acordando de un versículo de la Biblia: “Y la complacencia de los necios los destruirá” (Proverbios 1:32). Si no me arrepentía, aunque la iglesia no me descartara de momento, Dios lo escruta todo y el Espíritu Santo dejaría de obrar en mí. Tarde o temprano sería descartado.
Luego, a base de comer y beber de las palabras de Dios, empecé a cambiar de actitud hacia el deber. Las palabras de Dios dicen: “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Está predestinado por el Cielo y reconocido por la tierra que los seres humanos deben completar cualquier comisión que Dios les confíe; esa es su responsabilidad suprema, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave; en esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido. La gente debe entender bien cómo ver lo que Dios les confía y, al menos, debe comprender que las comisiones que Él confía a la humanidad son exaltaciones y favores especiales de Dios, son cosas muy gloriosas. Todo lo demás puede abandonarse; aunque uno tenga que sacrificar la propia vida, debe seguir cumpliendo la comisión de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). “El hombre debe buscar vivir una vida que tenga sentido y no debería estar satisfecho con sus circunstancias actuales. Para vivir la imagen de Pedro, debe tener el conocimiento y las experiencias de Pedro. El hombre debe buscar las cosas que son más elevadas y más profundas. Debe buscar un amor más profundo y más puro por Dios, y una vida que tenga valor y sentido. Solo esto es vida; solo entonces el hombre será igual a Pedro. Te debes enfocar en ser proactivo rumbo hacia tu entrada en el lado positivo y no debes permitirte sumisamente recaer en aras de la facilidad momentánea, ignorando verdades más profundas, más específicas y más prácticas. Tu amor debe ser práctico y debes encontrar maneras para liberarte de esta vida depravada y despreocupada que no es diferente a la de un animal. Debes vivir una vida que tenga sentido, una vida que tenga valor y no debes engañarte a ti mismo o tratar tu vida como un juguete con el que se juega. Para cualquiera que aspire a amar a Dios, no hay verdades imposibles de conseguir y ninguna justicia por la que no puedan permanecer firmes. ¿Cómo deberías vivir tu vida? ¿Cómo debes amar a Dios y usar ese amor para satisfacer Su deseo? No hay asunto mayor en tu vida. Sobre todo, debes tener este tipo de aspiraciones y perseverancia, y no debes ser como esos invertebrados, esos que son débiles. Debes aprender cómo experimentar una vida que tenga sentido y cómo experimentar verdades significativas, y de esa manera no deberías tratarte a ti mismo a la ligera” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Con las palabras de Dios entendí que el sentido y el valor de la vida se hallan en cumplir con el deber de un ser creado. Si siempre aspiras a la comodidad y la tranquilidad, te falta iniciativa y eres descuidado en el deber, eso es traicionar a Dios, que maldice y aborrece dicha conducta. Recordé que Pedro aspiró de forma diligente a amar y satisfacer a Dios toda la vida, siempre se atuvo estrictamente a las palabras de Dios y procuró mejorar. Siempre procuró practicar la verdad y satisfacer a Dios, y acabó crucificado cabeza abajo y dando rotundo testimonio. Luego está Noé. Tras aceptar la comisión de Dios, trabajó 120 años para construir el arca y jamás se frustró, ni siquiera frente a infinidad de dificultades y enormes sufrimientos, y se esforzó sin cesar hasta terminar el arca. Al compararme con el trato de Noé y Pedro hacia Dios y hacia el deber, sentí una vergüenza brutal. Me di cuenta de que era egoísta y perezoso y de que no tenía ni pizca de humanidad. No tenía el menor sentido de la responsabilidad hacia el deber, era descuidado y aplazaba las cosas. En cuanto me pedían más o había mucho trabajo, empezaba a quejarme de cansancio, e incluso holgazaneaba y satisfacía la carne cuando me espoleaba mi líder. No tenía la más mínima veneración por Dios. ¡No era distinto de un incrédulo! Tal como hacía las cosas, terminaría acabando conmigo mismo. Sin embargo, siempre creía tener razón y me conformaba con invertir el menor esfuerzo. ¡Qué insensible, necio e ignorante! Aunque había cumplido así con el deber, Dios aún no me había abandonado y me dio oportunidades de arrepentirme. No podía seguir partiéndole el corazón a Dios con mi hedonismo. Así pues, le oré: “Amado Dios, reconozco mi naturaleza indolente y que me falta humanidad. No quiero continuar viviendo así. Quiero buscar la verdad y cumplir mi deber en serio. Te pido que escrutes mi interior”.
A partir de entonces, invertí más tiempo y energía en el deber y, aunque la mayoría de los días tenía la agenda llena, sacaba tiempo para estudiar y mejorar mi preparación técnica. Además, resumía con regularidad los problemas de mi labor y me esforzaba sin cesar por mejorar mis destrezas. Al poco tiempo comencé a lograr mejores resultados en los videos que producía. Noté que, cuando compartía lo aprendido con mis hermanos y hermanas, parecía serles de utilidad también a ellos. Me sentía muy en paz y muy tranquilo. De esta forma, trabajaba un poco más en el deber y tenía menos tiempo de descansar, pero no sentía cansancio ni que estuviera sufriendo. De hecho, me notaba mucho más lúcido y motivado; nada que ver con lo anterior, cuando me pasaba el día atolondrado y aturdido. También me resultaba más fácil descubrir problemas en el trabajo y, hablando con mis hermanos y hermanas, y esclarecidos por Dios, resolvíamos muchos problemas a tiempo. Pero, como Satanás me había corrompido demasiado a fondo, sus filosofías de indolencia seguían afectándome de vez en cuando. Cuando empezaba a tener buenos resultados, de nuevo era un poco complaciente y quería satisfacer la carne. Una vez, examinando uno de nuestros videos, salió una película de acción en mi fuente de noticias. Pensé: “Últimamente hay mucho estrés en el trabajo; no pasará nada por mirarla un poco y liberar algo de tensión”. Mientras miraba, de pronto comprendí que estaba volviendo a las andadas. Recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Querías ser negligente y descuidado en el deber. Trataste de holgazanear y de evitar el escrutinio de Dios. En tales momentos, apresúrate ante Dios para orar, y reflexiona sobre si esa fue la forma correcta de actuar. Luego piensa en ello: ‘¿Por qué creo en Dios? Esa dejadez puede pasar desapercibida para la gente, pero ¿pasará desapercibida para Dios? Es más, mi creencia en Dios no es para holgazanear, sino para ser salvado. Que yo actúe de esta manera no es la expresión de una humanidad normal ni es algo estimado por Dios. No, puedo holgazanear y hacer lo que quiera en el mundo exterior, pero ahora mismo estoy en la casa de Dios, estoy bajo Su soberanía, bajo el escrutinio de Sus ojos. Soy una persona, debo actuar en conciencia, no puedo hacer lo que me plazca. Debo actuar según las palabras de Dios, no debo ser negligente ni superficial, no puedo holgazanear. Entonces, ¿cómo debo actuar para no holgazanear, para no ser negligente y superficial? Debo esforzarme un poco. En ese momento me parecía que era demasiado problemático hacerlo así, quería evitar las dificultades, pero ahora lo entiendo: puede que suponga mucha molestia hacerlo así, pero es eficaz, y por eso hay que hacerlo de esa manera’. Cuando estés trabajando y sigas sintiendo miedo de las dificultades, en esos momentos debes orar a Dios: ‘¡Oh, Dios! Soy perezoso y deshonesto, te ruego que me disciplines, que me reproches, para que tenga un sentimiento en mi conciencia y una sensación de vergüenza. No quiero ser negligente y superficial. Te ruego que me guíes y esclarezcas, que me muestres mi rebeldía y mi fealdad’. Cuando oras así, reflexionas y tratas de conocerte a ti mismo, se produce un sentimiento de arrepentimiento, eres capaz de odiar tu fealdad y tu estado interior incorrecto comienza a cambiar, eres capaz de contemplar esto y decirte a ti mismo: ‘¿Por qué soy negligente y superficial? ¿Por qué holgazaneo siempre? Actuar así carece de toda conciencia y razón: ¿sigo siendo alguien que cree en Dios? ¿Por qué no me tomo las cosas en serio? ¿No debería dedicar un poco más de tiempo y esfuerzo? No supone una gran carga. Esto es lo que debería hacer; si ni siquiera puedo hacer esto, ¿merezco que se me considere un ser humano?’. A consecuencia de ello, tomas la determinación y haces un juramento: ‘¡Oh, Dios mío! Te he decepcionado, en verdad estoy muy hondamente corrompido, no tengo conciencia ni sentido, no tengo humanidad, deseo arrepentirme. Te ruego que me perdones, sin duda cambiaré. Si no me arrepiento, quiero que me castigues’. Después se produce una alteración en tu mentalidad y empiezas a cambiar. Te comportas y cumples con el deber con esmero, con menos negligencia y desinterés, y ya eres capaz de sufrir y pagar un precio. Cumplir con tu deber de esta manera te parece maravilloso, y tu corazón permanece tranquilo y gozoso. Cuando uno sabe aceptar el escrutinio de Dios, cuando es capaz de orarle y de ampararse en Él, pronto cambia su estado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Tras meditar las palabras de Dios, hallé un camino hacia adelante. Indolente por naturaleza, prefería la comodidad y el entretenimiento y no quería sufrir. Yo no sabría resolver el problema por mi cuenta; tenía que orar a Dios, confiar en Él y aceptar Su escrutinio. La próxima vez que quisiera satisfacer la carne y holgazanear, debía orar inmediatamente a Dios para pedirle disciplina y castigo. Hasta entonces no podría renunciar a la carne y cumplir bien con el deber. Así pues, le conté a Dios mi estado en oración y le pedí disciplina. Después de orar, me sobrevino una calma súbita y continué repasando el video, valorando detenidamente los principios y buscando información pertinente. Al recapacitar sobre mi trabajo, percibí la guía de Dios y enseguida pude reconocer problemas en el video e idear un plan para resolverlos. Con esa experiencia adquirí más confianza para abordar mi pereza. Vi que solo tenía que confiar sinceramente en Dios y aceptar que escrutara mi trabajo. Si empezaba a satisfacer la carne otra vez, podía ampararme en Dios para refrenarme conscientemente. Así tendría fortaleza para triunfar y cumplir tranquilo con el deber.
Actualmente, aunque aún suelo tener este deseo corrupto de comodidad y tranquilidad, sé que, mientras obedezca las palabras de Dios y las practique sin cesar, al final me purificaré de este carácter corrupto y alcanzaré la transformación.