Cuando mi hijo pequeño cayó enfermo
Por Yang Le, China Dios Todopoderoso dice: “Tienen una razón muy precaria, le exigen muchísimo a Dios, le piden demasiado y carecen de la...
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En marzo de 2020, me ascendieron a líder de equipo y era responsable del trabajo de riego de varios grupos. En ese momento pensé que, como me habían elegido líder de equipo, debía de tener más aptitud que mis hermanos y hermanas. Me alegré mucho, pero también estaba algo preocupada. Nunca antes había sido la responsable de ningún trabajo; si no sabía resolver los problemas de mis hermanos y hermanas ni gestionar bien el trabajo, ¿qué opinarían de mí? Sería toda una vergüenza ser destituida por no saber ocuparme del trabajo. Pese a estar un poco preocupada, sabía que era mi deber, que debía aceptarlo de parte de Dios y someterme, así que lo acepté. Al verme aún poco familiarizada con el trabajo, la hermana que tenía por compañera primero me puso a cargo de solo dos grupos. Me ponía nerviosísima de pensar que tenía que reunirme con los demás hermanos y hermanas. Antes solo era una regadora así que, si enseñaba de forma un poco superficial o no cumplía adecuadamente con el deber, se lo consideraba bastante normal. Sin embargo, ahora era líder de equipo y se esperaba que enseñara la verdad para resolver los estados de mis hermanos y hermanas, y que los ayudara en cualquier problema o dificultad que tuvieran en el deber. Solo entonces recibiría su aprobación y dirían que era una obrera capaz. Si no sabía resolver sus problemas, inexorablemente me menospreciarían y tendrían peor opinión de mí. Al pensar en todo esto, me sentía menos segura de mí misma y creía que sería mejor seguir haciendo mi deber anterior. Por lo menos entonces mis imperfecciones no quedaban tan al descubierto y podía conservar cierta reputación. Los días posteriores, continuaba distraída mientras pensaba en todo esto. En las reuniones no lograba sosegar mi corazón. No dejaba de preocuparme el menosprecio de mis hermanos y hermanas si no enseñaba bien y, cuanto más lo pensaba, más nerviosa me ponía. No veía la causa de los problemas de mis hermanos y hermanas ni podía ayudarlos a resolverlos, y hasta me asustaba ir a las reuniones. Estaba sumamente angustiada, por lo que me presenté ante Dios en oración muchas veces para pedirle que me guiara para comprender mi estado.
Entonces, vi un pasaje de las palabras de Dios: “Todos los seres humanos corruptos adolecen de un problema común: cuando no tienen estatus, no se dan importancia al relacionarse o hablar con alguien ni adoptan un determinado estilo o tono discursivo; son, sencillamente, normales y corrientes y no necesitan aparentar. No sienten presión psicológica y saben compartir abiertamente y de corazón. Son accesibles y es fácil relacionarse con ellos; a los demás les parecen muy buena gente. En cuanto logran estatus, se vuelven petulantes, ignoran a la gente común, nadie puede acercarse a ellos; creen tener cierta nobleza y que ellos y la gente normal están cortados por distintos patrones. Desprecian a las personas corrientes, se dan importancia al hablar y dejan de compartir abiertamente con los demás. ¿Por qué ya no comparten abiertamente? Sienten que ahora tienen estatus y son líderes. Piensan que los líderes deben tener determinada imagen, estar un poco por encima de la gente normal, tener más estatura y que son más capaces de asumir responsabilidad; creen que, en comparación con la gente normal, los líderes deben tener más paciencia, ser capaces de sufrir, de esforzarse más y de soportar toda tentación de Satanás. Incluso si sus padres u otros miembros de su familia mueren, sienten que deben tener autocontrol para no llorar, o que al menos deben llorar en secreto, sin que los vean, para que nadie vea ninguna de sus limitaciones, defectos ni debilidades. Llegan a creer que los líderes no pueden decir a nadie que han caído en la negatividad; por el contrario, deben ocultar todas esas cosas. Creen que así debe actuar una persona con estatus. Cuando se reprimen hasta ese punto, ¿acaso el estatus no se ha convertido en su dios, en su señor? Y siendo así, ¿poseen todavía una humanidad normal? Cuando tienen tales ideas, cuando se meten en esa cesta y simulan de esa manera, ¿acaso no se han enamorado del estatus?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo resolver las tentaciones y la esclavitud del estatus). Las palabras de Dios me revelaron lo incapaz que era de vivir libre debido a las limitaciones y restricciones del estatus y la reputación. Antes de ser líder de equipo, siempre hablaba del trabajo y discutía los problemas con todo el mundo. Creía que, al ser todos hermanos y hermanas, teníamos todos una estatura más o menos similar y no me preocupaba lo que opinaran de mí y podía ser abierta y libre. Sin embargo, en cuanto llegué a líder de equipo, de pronto creí que tenía más estatus que mis hermanos y hermanas, y que solo podía hacer bien mi trabajo si comprendía la verdad mejor que ellos y si sabía resolver cada uno de los problemas y dificultades que tuvieran. Antes de siquiera asistir a una reunión, me preocupaba que mis hermanos y hermanas me menospreciaran si no sabía resolver sus problemas. Para no hacer el ridículo delante de ellos, ni siquiera me atrevía a asistir a las reuniones. Estaba hondamente afligida y angustiada. Me había puesto en un pedestal y no podía renunciar al estatus. Al reflexionar sobre esto, comprendí que me preocupaban demasiado mi reputación y mi estatus. Siempre procuraba quedar bien ante todo el mundo y, en cuanto había peligro de ser avergonzada por exponer mis debilidades, me envolvía en un disfraz. Me tomé mi ascenso como señal de estatus, no como una responsabilidad. Quería afianzarme y ganarme la admiración de mis hermanos y hermanas por medio del estatus. ¡Qué despreciable y vergonzosa! Oré a Dios de corazón para decirle que estaba dispuesta a rebelarme contra estos malos propósitos y opiniones. Luego me vino a la mente un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. […] Cumplir con tu deber no es realmente difícil, ni tampoco lo es hacerlo tan lealmente y con un estándar aceptable. No tienes que sacrificar tu vida ni hacer nada especial ni difícil, simplemente tienes que seguir las palabras e instrucciones de Dios con honestidad y firmeza, sin añadir tus propias ideas u ocuparte de tus propios asuntos: solo has de caminar por la senda de perseguir la verdad. Si la gente puede hacer esto, básicamente tendrán una semejanza humana. Cuando tiene verdadera sumisión a Dios, y se ha convertido en una persona honesta, poseerá la semejanza de un auténtico ser humano” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). En las palabras de Dios comprobé que Él no nos pide demasiado: no exige una cantidad determinada de trabajo ni de logros, ni que nos volvamos una especie de superhombres omnipotentes. Solo quiere que seamos auténticos seres creados que hacen sus deberes con los pies en la tierra según Sus exigencias. Cuando me escogieron para ser líder de equipo, Dios no quería que fuera en pos de la reputación y el estatus, sino que persiguiera la verdad con honestidad. Si me encontraba con alguna dificultad en el deber, debía dedicarme a orar a Dios y ampararme en Él para hallar una senda hacia la solución. En las reuniones con los hermanos y hermanas, únicamente debía hablar de lo que entendiera y, si no tenía claro algo, simplemente debía ser honesta con ellos y buscar juntos una solución. Solo entonces podría recibir la guía de Dios. Una vez entendida la intención de Dios, tuve la fe para asumir mi deber. En las reuniones con mis hermanos y hermanas, oraba conscientemente a Dios, no me preocupaban la reputación ni el estatus y podía abrirme con ellos acerca de mi corrupción. En las comunicaciones, podía sentir la guía del Espíritu Santo y era capaz de descubrir algunos problemas. También era capaz de aplicar esa guía en situaciones reales y hacer sugerencias. Aún tenía muchos defectos e imperfecciones, pero hablando con todos encontré algunas salidas y me sentí mucho más liberada. Entendí que, si tenía la intención correcta, me mantenía en la posición adecuada y hacía mi deber de forma honesta según las exigencias de Dios, recibiría Su guía.
Tres meses después, me pusieron a cargo de algunos grupos más. Solo de pensar en tener que enseñar a tantos hermanos y hermanas en las reuniones, me ponía nerviosísima. Cada grupo tenía una situación distinta y no conocía a ningún hermano ni hermana de esos grupos, ni estaba familiarizada con sus situaciones. Si iba y no sabía resolver sus problemas, ¿me menospreciarían y dirían que no sabía resolver problemas reales y que no servía como líder de equipo? A fin de recibir la aprobación de todos, me pasé horas y horas leyendo las palabras de Dios para equiparme con la verdad, pero, llegado el momento de la reunión, todavía era un manojo de nervios. En los comienzos, fui a una reunión; estaba sumamente nerviosa y se me tensaban los músculos faciales. No quería que mis hermanos y hermanas se dieran cuenta, así que fingí buscar tranquilamente palabras de Dios en la computadora, pero por dentro oraba frenéticamente para implorarle que me ayudara a calmarme. Les pregunté a algunos hermanos y hermanas por sus estados y dificultades y, cuando los compartieron, me di cuenta de que cada uno tenía un problema distinto y que sería preciso enseñarles distintos pasajes de las palabras de Dios. Esto me despistó enormemente: si encontraba pasajes pertinentes y de ayuda para el estado de cada uno, todos estarían contentos y quedaría bien, pero, si no encontraba nada, sería una reunión muy apagada. ¡Qué incómodo! Cuanto más nerviosa me ponía, con menos claridad podía pensar. Un buen rato después, aún no podía encontrar un pasaje adecuado de las palabras de Dios. En realidad, quería hablar sinceramente con mis hermanos y hermanas y buscar buenos pasajes juntos, pero también me preocupaba hacer el ridículo si yo, líder del equipo, no encontraba un pasaje adecuado. Cuando lo pensé, no pude sincerarme, y finalmente no tuve más remedio que elegir al azar unos pasajes de las palabras de Dios no muy relevantes para los estados de mis hermanos y hermanas. Nadie habló tras leer las palabras de Dios y no me sentía iluminada lo más mínimo. Al final impartí una enseñanza forzada basada en el conocimiento doctrinal, pero el ambiente era muy incómodo. La reunión fue un fracaso y así terminó. Al volver de la reunión escuché a la hermana que tenía por compañera charlar emocionada de sus lecciones aprendidas de la reunión de otro grupo, pero yo tenía el ceño fruncido y sentía tal angustia que apenas podía respirar. Cuanto más lo pensaba, más me parecía no estar preparada para ser líder de equipo y no quería más que dejarlo. Absolutamente desdichada, oré una y otra vez a Dios: “¡Amado Dios! Me siento muy desdichada. Estoy siempre tan preocupada por el estatus y la reputación, no sé cómo hacer este deber ni tengo voluntad para esforzarme más. Te pido que me guíes para que me comprenda a mí misma y me libere de este estado negativo”.
Buscando, hallé un pasaje de las palabras de Dios que expone la naturaleza-esencia de los anticristos y me conmovió hondamente. Dicen las palabras de Dios: “Para los anticristos el estatus y la reputación son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, lo que busquen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un estatus alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Este es el verdadero rostro de los anticristos, su esencia. Podrías dejarlos en un bosque primitivo en las profundidades de las montañas y seguirían sin dejar de lado su búsqueda de reputación y estatus. Puedes colocarlos en medio de cualquier grupo de gente e, igualmente, no pueden pensar más que en reputación y estatus. Si bien los anticristos también creen en Dios, consideran que la búsqueda de reputación y estatus es equivalente a la fe en Dios y le asignan la misma importancia. Es decir, a medida que recorren la senda de la fe en Dios, también persiguen la reputación y el estatus. Se puede decir que los anticristos creen de corazón que la búsqueda de la verdad en su fe en Dios es la búsqueda de reputación y estatus; que la búsqueda de reputación y estatus es también la búsqueda de la verdad, y que adquirir reputación y estatus supone adquirir la verdad y la vida. Si les parece que no tienen reputación, ganancias ni estatus, que nadie los admira ni los estima ni los sigue, se sienten muy decepcionados, creen que no tiene sentido creer en Dios, que no sirve de nada, y se dicen a sí mismos: ‘¿Es la fe en dios un fracaso? ¿Es inútil?’. A menudo reflexionan sobre estas cuestiones en su corazón, sobre cómo pueden hacerse un lugar en la casa de Dios, cómo pueden obtener una gran reputación en la iglesia, con el fin de que la gente los escuche cuando hablan, los apoye cuando actúen y los siga adondequiera que vayan, de forma que tengan la última palabra en la iglesia y fama, ganancias y estatus; tales son las cosas en las que de verdad se concentran en su fuero interno, son las cosas que buscan” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Comparé esto con mi estado y mi conducta y vi lo obsesionada que estaba con la reputación y el estatus. Siempre quería asegurarme un lugar y sentirme reconocida. Al hacer mi deber, lo único que me importaba era recibir admiración y afianzar mi imagen. No llevaba a Dios en el corazón. Había revelado el carácter de un anticristo. Desde el momento en que me ascendieron a líder de equipo, empecé a creerme alguien con estatus; me puse en un pedestal y tenía mucho miedo porque, si no sabía resolver problemas reales perdería el respeto de mis hermanos y hermanas y perdería el cargo, además de mi estatus e imagen percibidos a sus ojos. Al abordar los problemas de mis hermanos y hermanas, no sabía qué pasajes de las palabras de Dios utilizar para resolverlos y no estaba dispuesta a abrirme y ser honesta para buscar y compartir juntos. Con tal de proteger mi estatus, guardaba las apariencias y me disfrazaba, y daba charlas de palabras y doctrinas forzadas para hacer las cosas menos incómodas, sin tener en cuenta si realmente había resuelto los problemas de mis hermanos y hermanas. Por eso, las reuniones eran ineficaces. Cuando surgían estos problemas, no hacía introspección, sino que incluso me volvía negativa y quería abandonar el deber por haber quedado mal. ¡Cuánta humanidad me faltaba! Tras darme cuenta de todo esto, tuve tal remordimiento que oré a Dios dispuesta a arrepentirme y transformarme.
Además, vi este pasaje de las palabras de Dios: “En resumen, sea cual sea el rumbo o el objetivo de tu búsqueda, si no reflexionas sobre la búsqueda de estatus y reputación y te resulta muy difícil dejarlas de lado, afectarán a tu entrada en la vida. Mientras haya un lugar para el estatus en tu corazón, controlará e influirá totalmente en la dirección de tu vida y en los objetivos por los que luchas, en cuyo caso te resultará muy difícil entrar en la realidad-verdad, por no hablar de conseguir cambiar tu carácter; si en última instancia puedes obtener la aprobación de Dios, claro está, no hace falta decirlo. Es más, si nunca eres capaz de renunciar a tus aspiraciones de estatus, esto afectará a tu capacidad para desempeñar tu deber de una manera que sea acorde al estándar, lo que dificultará mucho que te conviertas en un ser creado que cumpla con el estándar. ¿Por qué lo digo? No hay nada que Dios deteste más que el que la gente persiga el estatus, pues la búsqueda de estatus representa un carácter satánico; es una senda equivocada, nace de la corrupción de Satanás, es algo que Dios condena y es, precisamente, lo que Él juzga y purifica. No hay nada que Dios deteste más que la gente persiga el estatus, pero tú sigues compitiendo obstinadamente por él, lo valoras y proteges indefectiblemente y siempre tratas de conseguirlo. Y, en su naturaleza, ¿no es todo esto antagónico a Dios? Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él provee a la gente de la verdad, el camino y la vida, para que, al final, se conviertan en seres creados acordes al estándar, pequeños e insignificantes, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas. Por ello, se mire por donde se mire, la búsqueda del estatus es un callejón sin salida” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Me asustó un poco la severidad de las palabras de Dios. Comprendí que nada indigna más a Dios que nuestra búsqueda del estatus. Si uno no se arrepentía, aquello acabaría acarreándole el daño y la ruina personales. Hacía muchos años que creía en Dios y había gozado muchísimo de Su gracia y de la provisión de Sus palabras. Yo debía llevar una carga en mi deber y aprender a buscar los principios-verdad para poder ganar un mayor esclarecimiento de parte de Dios, comprender la verdad y ganar la entrada en la vida. Sin embargo, nunca pensé en cómo perseguir la verdad y hacer bien mi deber para devolverle a Dios Su amor. Solo llegué a pensar en mi propia fama, ganancia y estatus. ¡Carecía de toda conciencia y razón! Para salvar a la humanidad, hondamente corrompida, Dios se encarnó y vino a este mundo, donde sufrió una humillación incalculable. Dios es supremo y grande, pero nunca es un ególatra. Solo se las apaña discretamente para expresar la verdad y juzgar y purificar nuestras actitudes corruptas, para que podamos desechar nuestra inmundicia y ganar Su salvación. Vi lo humilde y amoroso que es Dios. Solo soy un minúsculo ser creado, lleno de inmundicia y corrupción, pero siempre procuraba afianzar mi imagen para conseguir el respeto de la gente y atraerla a mí. Era insufriblemente arrogante y desvergonzada. También me acordé de Pablo, a quien le gustaba predicar y trabajar para ganarse la admiración y el respeto ajenos. En sus muchos años de fe jamás aspiró a transformar su carácter, sino que siempre se esforzó por el estatus, las recompensas y la corona. Incluso clamó que, para él, el vivir era Cristo e intentó en vano ocupar el lugar de Dios en el corazón del pueblo. Pablo iba por la senda de un anticristo, opuesta a Dios, y con el tiempo ofendió el carácter de Dios, quien lo arrojó al infierno para que padeciera el castigo eterno. Si seguía persiguiendo el renombre y el estatus, sufriría la misma suerte que Pablo. Una vez consciente de estas consecuencias, me arrepentí ante Dios para pedirle que me guiara hacia la senda de práctica correcta.
Luego, miré un vídeo de lectura de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Desprenderse de la reputación y el estatus no es fácil, depende de que la gente persiga la verdad. Solo si se entiende la verdad puede uno llegar a conocerse a sí mismo, ver con claridad el vacío de buscar fama, ganancias y estatus, así como la verdad de la corrupción de la especie humana. Solo cuando una persona llega a entenderse bien a sí misma puede abandonar el estatus y la reputación. No es fácil despojarse del carácter corrupto. Si has reconocido que careces de verdad, estás plagado de deficiencias y revelas demasiada corrupción, pero no dedicas esfuerzo a perseguir la verdad y te disfrazas y eres hipócrita, haciendo creer a la gente que puedes hacer cualquier cosa, eso te pondrá en peligro. Tarde o temprano llegará un momento en el que te encontrarás con un obstáculo y te caerás. Debes admitir que no tienes la verdad y ser lo bastante valiente para afrontar la realidad. Cuentas con debilidades, revelas corrupción y estás plagado de toda clase de deficiencias. Es normal, porque eres una persona corriente, no eres sobrehumano ni omnipotente y debes reconocerlo. Cuando otras personas se burlen de ti o te ridiculicen, no reacciones de inmediato con antipatía porque lo que digan sea desagradable, ni te resistas porque te creas competente y perfecto; esta no debería ser tu actitud hacia tales palabras. ¿Cuál debería ser? Deberías decirte a ti mismo: ‘Tengo mis defectos, todo en mí es corrupto y deficiente y yo solo soy una persona corriente. A pesar de que se burlan de mí y me ridiculizan, ¿hay algo de verdad en ello? Si algo de lo que dicen es cierto, debo aceptarlo de parte de Dios’. Si tienes esta actitud, eso prueba que eres capaz de manejar correctamente el estatus, la reputación y lo que los demás dicen de ti. […] Cuando tienes el pensamiento y el deseo constantes de competir por el estatus, debes darte cuenta de las consecuencias adversas a las que te llevará este tipo de estado si no lo resuelves. Así que debes buscar la verdad lo antes posible, supera tu deseo de competir por el estatus mientras está en una etapa incipiente, y reemplázalo con la práctica de la verdad. Cuando practiques la verdad, tu deseo y ambición de competir por el estatus disminuirán y no perturbarás el trabajo de la iglesia. De esta manera, Dios recordará tus acciones y las aprobará” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Con la lectura de las palabras de Dios, comprendí que solo soy una persona corrompida por Satanás, así que es normal que tenga defectos e imperfecciones. Dios jamás me ha exigido ser la mejor obrera, tener una aptitud y una estatura excelentes, ni convertirme en una persona encumbrada y perfecta. Solamente desea que tenga un corazón puro y honesto, que persiga honestamente la verdad y siga la senda del temor de Dios y la evitación del mal. En la casa de Dios, los líderes de iglesia y los líderes de equipo solo se establecieron porque son necesarios para el trabajo, pero somos simples seres creados que hacen sus deberes y no hay ninguna diferencia real de estatus entre nosotros y nuestros hermanos y hermanas. Dios nos asigna distintos deberes según nuestra aptitud y estatura. Que fuera líder de equipo no significaba necesariamente que tuviera la realidad-verdad, pero yo siempre me exigía llegar al fondo de todos los asuntos y resolver todos los problemas. Esto era muy poco práctico y venía de mi arrogancia y falta de autoconocimiento. Tenía que situarme en el mismo plano que mis hermanos y hermanas, deberíamos aprender unos de otros y buscar juntos la verdad para resolver los problemas que nos encontramos al hacer nuestros deberes. Si no entendía algo, no debía ser falsa, sino sincerarme valientemente sobre mis imperfecciones y buscar con mis hermanos y hermanas. Solo entonces podré hacer aún mejor mis deberes.
Posteriormente, unos hermanos y hermanas estaban viviendo en la negatividad y tenía que reunirme a hablar con ellos. Al principio estaba algo nerviosa. Me preocupaba lo que opinaran de mí si no les enseñaba bien, por lo que quería prepararme con tiempo en casa buscando pasajes relevantes de las palabras de Dios, pues creía que de esa manera podría manejar más fácilmente sus problemas en la reunión y ganarme el respeto de todos. Luego me di cuenta de que hacía mi deber con un propósito equivocado. Solo quería resolver los problemas de todos mis hermanos y hermanas para poder ganarme su admiración y respeto; seguía trabajando por la reputación y el estatus. Por ello, oré a Dios para pedirle que me ayudara a rebelarme contra mis propósitos equivocados. Leí un pasaje de las palabras de Dios que decía: “Para que el Espíritu Santo obre en una persona y transforme sus diversos estados negativos, esa persona debe cooperar y buscar activamente, a veces sufriendo, pagando un precio, renunciando a cosas y rebelándose contra la carne, invirtiendo su rumbo paso a paso. Se requiere mucho tiempo para que esto dé resultado y para que pongan un pie en la senda correcta, pero basta con unos segundos para que Dios revele a alguien. Si no cumples bien con tu deber, sino que siempre tratas de distinguirte, de competir por el estatus, de destacar y brillar, luchando por tu reputación e intereses, entonces, mientras vives en este estado, ¿acaso no eres un mero contribuyente de mano de obra? Puedes ser mano de obra si quieres, pero es posible que quedes en evidencia antes de que termines tu mano de obra. Cuando la gente queda en evidencia, llega el día en que son condenados y descartados. ¿Es posible darle la vuelta a ese resultado? No es fácil, puede que Dios ya haya decidido su destino, en cuyo caso, tienen un problema” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Reflexionando acerca de las palabras de Dios, comprendí que, si mi propósito era utilizar las reuniones y enseñanzas para alardear y cosechar admiración, y no para resolver los problemas de mis hermanos y hermanas al hacer sus deberes, todavía iba por una senda opuesta a Dios. Aunque asistiera a una reunión, no tendría la guía de Dios y la reunión sería ineficaz. Reconocido esto, oré a Dios, corregí mi intención y le hablé abiertamente a la hermana que tenía por compañera de mi corrupción y mis imperfecciones. En la reunión, compartí todo lo que entendía según mi conocimiento, y mis hermanos y hermanas también compartieron lo que entendían. Compartiendo juntos descubrimos una senda de práctica y mejoraron sus estados. Percibía la obra y guía del Espíritu Santo y me sentía muy relajada y libre. Vi que, desprendiéndome de mi preocupación por el estatus y la reputación, y haciendo mis deberes con mis hermanos y hermanas, podía recibir las bendiciones y la guía de Dios.
Con esta experiencia, he aprendido que me preocupaba demasiado por la reputación y el estatus, y que Dios ocupaba un lugar muy pequeño en mi corazón. No amaba a Dios ni me sometía a Él de corazón, e iba por la senda equivocada. Gracias a la guía de Dios y al juicio y la exposición de Sus palabras, por fin comencé a conocerme, y mi intención y actitud al hacer mi deber han cambiado. Ya tengo claro que perseguir la reputación, el estatus y el respeto y la admiración ajenos no tiene ni sentido ni valor; únicamente hace daño. Los únicos objetivos correctos son centrarse en practicar la verdad, perseguir la transformación de nuestro carácter y hacer nuestro deber acorde al estándar para satisfacer a Dios.
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