El suplicio de decir mentiras
En octubre de 2019, acepté la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. En las reuniones veía que los hermanos y hermanas comunicaban sus experiencias y entendimiento. Podían abrirse sin ningún recelo sobre toda su corrupción y defectos, y eso me ponía muy celoso. Yo también quería ser una persona honesta y abrirme así de fácilmente, pero llegado el momento, no podía hablar con sinceridad. Una vez, mis hermanos me preguntaron, “Eres joven, ¿eres aún estudiante?”. Hacía tiempo que no era estudiante, solo cocinaba y limpiaba en un restaurante, esa era la verdad, pero temía que los demás me miraran mal si se enteraban, así que dije que todavía era estudiante. No le di mucha importancia cuando lo dije, y seguí adelante. Un día vi un pasaje de la palabra de Dios en un vídeo testimonial que me hizo reflexionar. “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Tras leer las palabras de Dios, entendí que a Dios le gusta la gente honesta, la que puede simplemente abrirse a Dios, que no duda de lo que hace y dice y no trata de engañar a Dios ni a otras personas. Pero yo, cuando me preguntaron “¿Sigues siendo estudiante?”, ni siquiera pude decir la verdad por miedo al desprecio, y menos aún era una persona honesta ante Dios. No era honesto en absoluto. Quería sincerarme con los demás, pero temía que se burlaran de mí, aunque también me incomodaba profundamente no decir nada. Así que le pedí a Dios que me ayudara a practicar la verdad y ser una persona honesta. En una reunión posterior, me abrí sobre mi corrupción y expuse mis mentiras y engaños. No solo no me despreciaron, sino que incluso me escribían para decirme que mi experiencia fue buena. Esto me dio más confianza para ser una persona honesta. A pesar de haber practicado ser una persona honesta y decir la verdad en esta ocasión, seguía sin tener conciencia de mi carácter satánico, y en cuanto a lo relacionado con mi reputación e intereses, todavía no podía evitar revelar mi carácter astuto para ocultarme.
Más tarde me eligieron como predicador y responsable de la obra de tres iglesias. En una reunión de colaboradores, un líder preguntó detalles sobre cómo se regaba a los nuevos fieles en cada iglesia, y por qué el apoyo a algunos nuevos fieles no fue el adecuado. Me empecé a poner un poco nervioso, ya que solo tenía información sobre una de las iglesias, no sobre las otras dos. ¿Qué podía decir entonces? Si decía la verdad, ¿qué pensarían todos de mí? Si ni siquiera podía aclarar eso, ¿no cuestionarían mi valía como predicador? ¿Dirían que no hacía trabajo real y era incapaz para este deber? Me avergonzaría mucho que me trasladaran o despidieran. Solo quería escapar, pero si me iba antes, todos se darían cuenta de que temía que descubrieran que no hacía trabajo real. No me quedó otro remedio que quedarme y escuchar mientras otros predicadores hablaban del trabajo del que eran responsables. Me sentía sumamente nervioso, sin saber qué hacer. Cuando el líder me nombró, estaba tan nervioso que fingí no oírlo, “¿Cómo dices?”. El líder dijo: “Hablábamos de regar a los nuevos fieles, ¿puedes hablarnos de los tuyos?”. Sentí el corazón a punto de estallarme en el pecho. No tuve otra elección que hablar primero de la iglesia que conocía, pero no quería hablar de las otras. Sin embargo, temía que todos supieran que no había hecho un seguimiento, así que apreté los dientes y mentí, “A muchos de los nuevos fieles de la segunda iglesia no se les apoya adecuadamente y, debido a la pandemia, no podemos llegar hasta ellos. De la tercera iglesia no estoy muy seguro porque este tiempo he seguido el trabajo de las otras dos”. Me sentí muy incómodo al decir aquello, y me aterrorizaba que se descubriera mi mentira, lo cual sería aún más humillante. Estuve en vilo durante toda la reunión y solo respiré aliviado cuando terminó. Para mi sorpresa, entonces el líder me llamó y me preguntó: “Esos nuevos fieles que no están recibiendo el apoyo adecuado debido a la pandemia, ¿has pedido al personal de riego que los llame para controlarlos?”. Me quedé perplejo ante la pregunta del líder. Desconocía los detalles sobre aquello. Si decía la verdad, ¿se daría cuenta el líder de que había mentido? No podía decir que no lo sabía. Así que seguí mintiendo: “Se lo he mencionado, pero algunos de los nuevos fieles no contestan”. El líder preguntó entonces: “¿Quiénes?”. Pensé para mis adentros: “¿Me sigue interrogando el líder porque sabe que he mentido?”. Respondí enseguida: “Creo que algunos de los que acaban de aceptar la obra de Dios”. Al ver que no me explicaba con claridad, el líder dijo: “Bueno, me cuentas cuando lo sepas”. Al colgar la llamada, tuve un profundo sentimiento de culpa. Había vuelto a mentir y engañar. Así que solté una serie de mentiras para maquillar la primera. Qué lío es mentir para cubrir otras mentiras. En la reunión, un predicador responsable de tres iglesias dijo que no había investigado una de ellas. Él pudo decir la verdad, ¿por qué yo no podía decir una sola palabra honesta? Mentir, engañar y las falsas apariencias no podían ocultar la verdad. Dios lo escruta todo, tarde o temprano sería expuesto y revelado, así que le oré a Dios, “Dios, en la reunión de hoy, el líder preguntó por el trabajo y yo no dije la verdad, mentí. Temía que todos me despreciaran si sabían que no hacía un trabajo real. Dios, guíame para conocerme a mí mismo y desechar mi carácter corrupto”.
Luego leí un pasaje de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “En su día a día, la gente dice muchas cosas sin sentido, falsas, ignorantes, estúpidas y con el fin de justificarse. En el fondo, dice estas cosas en aras de su propio orgullo, para satisfacer su vanidad. Que diga estas falsedades es la manifestación de su carácter corrupto. Al corregir esta corrupción se purificará tu corazón, lo que te hará cada vez más puro y honesto. En realidad, toda persona sabe por qué miente: por sus intereses, su imagen, su vanidad y su estatus. Y, al compararse con los demás, juegan en otra liga. En consecuencia, los demás revelan y descubren sus mentiras, con lo que pierde su imagen, integridad y dignidad. Es el resultado de mentir demasiado. Cuando mientes demasiado, cada palabra que dices está contaminada. Todo es falso y nada puede ser verdadero ni real. Aunque no pierdas tu imagen cuando mientas, tú ya te avergüenzas por dentro. Te remuerde la conciencia y te desprecias y menosprecias. ‘¿Por qué vivo de forma tan lamentable? ¿En serio cuesta tanto decir una sola cosa honesta? ¿Necesito contar estas mentiras nada más que por mi imagen? ¿Por qué es tan agotador vivir así?’. Puedes vivir de una manera que no sea agotadora. Si practicas la honestidad, puedes vivir fácil y libremente, pero cuando optas por mentir para proteger tu imagen y tu vanidad, tu vida es muy agotadora y dolorosa, lo que supone un dolor autoinfligido. ¿Qué imagen consigues tener por mentir? Es algo vacío, algo carente de todo valor. Cuando mientes traicionas tu integridad y dignidad. Estas mentiras le cuestan a la gente su dignidad, le cuestan su temperamento, y a Dios le parecen desagradables y aborrecibles. ¿Valen la pena? En absoluto. ¿Es esta la senda correcta? No. Los que mienten a menudo viven atrapados en su carácter satánico y bajo el dominio de Satanás, no en la luz ni ante Dios. A menudo tienes que pensar en cómo decir una mentira y después en cómo encubrirla, y si no la encubres lo suficientemente bien, la mentira saldrá a la luz, así que tienes que devanarte los sesos para encontrar una tapadera. ¿No es esta una manera agotadora de vivir? Demasiado agotadora. ¿Vale la pena? En absoluto. ¿Qué sentido tiene devanarse los sesos para mentir y encubrirlo solo por la vanidad y el estatus? Al final lo pensarás y te dirás: ‘¿Qué necesidad tengo de hacerme pasar a mí mismo por esto? Es demasiado agotador mentir y encubrirlo. Así no funcionan las cosas. Es más fácil ser una persona honesta’. Quieres ser una persona honesta, pero no puedes dejar de lado tu imagen, tu vanidad y tus intereses. Solamente sabes mentir y defender estas cosas con mentiras. […] Puede que pienses que con mentiras puedes proteger tu reputación deseada, tu estatus y tu vanidad, pero es un gran error. Las mentiras no solo no protegen tu vanidad y tu dignidad personal, sino que, además, más en serio, te hacen perder ocasiones de practicar la verdad y de ser honesto. Aunque defiendas tu reputación y tu vanidad en el momento, lo que pierdes es la verdad y traicionas a Dios, con lo que pierdes por completo la oportunidad de ganar Su salvación y ser perfeccionado. Esta es la mayor pérdida y un pesar eterno. Los astutos nunca ven esto de forma clara” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). La palabra de Dios reveló mi estado. El líder quería conocer la situación del riego en cada iglesia, un asunto bastante sencillo, y hubiera bastado con decir la verdad, pero a mí me resultó del todo imposible. Con mucho recelo, temía que cuando el líder y otros predicadores supieran la verdad, me despreciaran, dijeran que no hacía trabajo real, que ni siquiera podía ocuparme de esta minucia. Y si me despedían, eso sería humillante. Mentí sobre haber investigado en dos iglesias para proteger mi reputación, estatus y la buena impresión que los demás tenían de mí, cuando solo conocía bien una tercera. Incluso entré en detalles sobre la segunda iglesia, diciendo que los nuevos fieles no recibían apoyo debido a la pandemia. ¿Acaso no era una mentira descarada? Cuando el líder me preguntó si había pedido al personal de riego que los llamara, temí que él descubriera la mentira que yo acababa de decir, así que me inventé otra para tapar la primera y una excusa para engañarlo. Para proteger mi nombre y estatus, tapé una mentira con otra. ¡Fui realmente astuto! Recordé un diálogo entre Dios y Satanás registrado en la Biblia. Dios le preguntó a Satanás de dónde venía, a lo que Satanás respondió: “De ir y venir de la tierra, y de andar por la tierra” (Job 1:7). Satanás es muy astuto. No respondió directamente a la pregunta de Dios y habló dando rodeos. Es imposible saber de dónde viene Satanás. De su boca solo salen mentiras, nunca es honesto, y habla de forma confusa y ambigua. Con mis mentiras y engaños, ¿no era igual que el demonio Satanás? Aunque respondí a lo que el líder quería saber, todo eran mentiras y engaños. Al escuchar mi respuesta, el líder siguió sin tener claro el estado del riego del que yo era responsable, y no pudo juzgar si mi seguimiento era el adecuado. De hecho, mentir y engañar así solo preservó un tiempo mi reputación y estatus, pero lo que en realidad perdí fue integridad, dignidad y la confianza de los demás. Si seguía así, tarde o temprano todos verían que no era una persona honesta y que no era digno de confianza. Nadie creería en mí y, además, Dios no confiaría en mí. ¿No carecería completamente de integridad y dignidad? ¿No sería una estupidez por mi parte?
Más tarde, leí un pasaje de la palabra de Dios: “Que Dios les pida a las personas que sean honestas demuestra que verdaderamente aborrece a los astutos, y que no le gustan las personas astutas. La aversión de Dios a las personas astutas es una aversión a su manera de hacer las cosas, a su carácter, a sus motivos y a sus métodos de engaño; a Dios le disgustan todas estas cosas. Si las personas astutas son capaces de aceptar la verdad, reconocen sus actitudes astutas y están dispuestas a aceptar la salvación de Dios, entonces también tienen la esperanza de ser salvadas, porque Dios trata a todas las personas por igual, y la verdad trata a todas las personas por igual. Por eso, si queremos llegar a ser aquellos que son amados por Dios, lo primero que debemos hacer es cambiar los principios de nuestro ser: No podemos seguir viviendo de acuerdo con las filosofías de Satanás, no podemos seguir valiéndonos de la mentira y el engaño, debemos dejar atrás todas las mentiras y convertirnos en honestos, y de este modo cambiará la visión que Dios tiene de nosotros. Antes, la gente siempre se basaba en la mentira, la pretensión y el engaño para vivir entre la gente, y utilizaba las filosofías satánicas como la base existencial, la vida y el fundamento por el que se conducían. Esto era algo que Dios despreciaba. Entre los incrédulos, si hablas con franqueza, dices la verdad y eres una persona honesta, serás calumniado, juzgado y rechazado, así que sigues las tendencias mundanas, vives conforme a las filosofías satánicas, te vuelves cada vez más hábil para mentir y más astuto. También aprendes a utilizar medios infames para lograr tus objetivos y protegerte. Te vuelves cada vez más próspero en el mundo de Satanás, y como resultado, te hundes cada vez más en el pecado hasta que no puedes salir de él. Las cosas son precisamente lo contrario en la casa de Dios. Cuanto más mientas y más trucos hagas, más se cansará de ti el pueblo escogido de Dios y te rechazará. Si te niegas a arrepentirte y sigues aferrándote a las filosofías y a la lógica satánicas, y utilizas conspiraciones y esquemas elaborados para disfrazarte y montar una fachada, entonces es muy probable que seas revelado y descartado. Esto es porque Dios odia a la gente astuta, solo la gente honesta puede prosperar en la casa de Dios, y la gente astuta acabará siendo rechazada y descartada. Todo esto está preordenado por Dios. Solo la gente honesta puede formar parte del reino de los cielos, así que si no tratas de ser una persona honesta, y si no experimentas y practicas en la dirección de buscar la verdad, si no expones tu propia fealdad, y no muestras tu verdadera cara, entonces nunca podrás recibir la obra del Espíritu Santo y el visto bueno de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). Al pensar en las palabras de Dios, me di cuenta de que a Él no le gustan las personas astutas y no las salva. Eso es porque pertenecen a Satanás. Las personas astutas usan la traición y los trucos en todo lo que hacen, hablan sin honestidad, todo para proteger su reputación, estatus e intereses. Las intenciones que estas personas albergan y los métodos que utilizan son odiosos y repugnantes para Dios. Aunque creía en Dios, no había obtenido verdad alguna y todavía vivía según filosofías satánicas como “cada hombre para sí mismo” y “como el árbol vive por su corteza, el hombre vive por su imagen”. Estas filosofías satánicas se habían arraigado ya en mi corazón, confundiendo y corrompiéndome y haciéndome caminar por la senda de la búsqueda de reputación y estatus. Pensaba que la gente debía vivir por sí misma, destacar entre los demás y ganar renombre y beneficios, y que solo entonces nadie la despreciaría. Creía que si alguien solo decía la verdad y jamás mentía, esa persona era idiota e inútil. Por eso, siempre había engañado y tejido una red de mentiras en aras de mis propios intereses, volviéndome cada vez más astuto, falso y con menos semejanza humana normal. Había antepuesto la reputación y el estatus a la verdad, y estaba dispuesto a mentir e ir contra la verdad para proteger mi reputación y estatus. Satanás es un mentiroso, si miento y engaño así, ¿no soy yo igual? En este mundo malvado, no basta con ser una persona honesta y sincera. Pero en la casa de Dios es todo lo contrario. En la casa de Dios reinan la justicia y la verdad, y cuanto más engaña una persona, más probable es que caiga, y, al final, todos los astutos son expuestos y descartados por Dios. Dios dice: “Si la gente desea salvarse, debe empezar por ser honesta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). “Solo la gente honesta puede formar parte del reino de los cielos, […]” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). Dios es santo, y la gente sucia no puede entrar en el reino de los cielos. Cuando me di cuenta, sentí que el carácter santo y justo de Dios no tolera ofensa, y me arrepentí de verdad de haber mentido a mis hermanos y hermanas. Me odiaba mucho y no quería volver a mentir ni engañar. Quería practicar la verdad, ser honesto y hablar honestamente con todos. Quería arrancar las mentiras de mi boca y el engaño de mi corazón y así ser digno de la aprobación de Dios y de entrar en el reino de los cielos.
En uno de mis devocionales, leí un pasaje de la palabra de Dios: “La práctica de la honestidad abarca muchos aspectos. En otras palabras, el estándar para ser honesto no se logra simplemente con un solo aspecto; debes estar a la altura en muchos otros antes de poder ser honesto. Algunas personas siempre piensan que basta con no mentir para ser honesto. ¿Es correcto este punto de vista? ¿Ser honesto consiste tan solo en no mentir? No, también tiene que ver con otros aspectos. En primer lugar, no importa a qué te enfrentes, ya sea a algo que hayas visto con tus propios ojos o a algo que otra persona te haya contado, ya sea a la hora de relacionarte con la gente o de resolver un problema, ya sea a la tarea que debas realizar o a algo que Dios te haya encomendado, siempre debes abordarlo con un corazón honesto. ¿Cómo hay que abordar las cosas con un corazón honesto? Di lo que piensas y habla con honestidad; no digas palabras vacías, jerga oficial o palabras que suenen bonitas, no digas cosas falsas halagadoras o hipócritas, en cambio, di las palabras que hay en tu corazón. Esto es ser alguien honesto. Expresar los verdaderos pensamientos y opiniones que hay en tu corazón: esto es lo que se supone que hacen las personas honestas. Si nunca dices lo que piensas, y las palabras se enconan en tu corazón, y lo que dices no coincide siempre con lo que piensas, eso no es propio de una persona honesta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). La palabra de Dios me dio una senda de práctica. Ya sea interactuando con otros o gestionando mi deber, debo tener en mi enfoque un corazón honesto. No había hecho un trabajo de seguimiento, debía ser honesto al respecto. No debía pensar en el perjuicio de mi reputación. Practicar ser una persona honesta es la clave.
En la siguiente reunión de colaboradores, quise tomar la iniciativa y revelar mi corrupción, pero me preocupaba lo que pensaran todos de mí. De nuevo quería salvaguardar mi reputación y mi estatus, y entonces le oré en silencio a Dios, le pedí que me guiara, me diera fortaleza y valor para revelar mi corrupción. Recordé un pasaje de la palabra de Dios que había leído: “Si no practicas según las palabras de Dios y nunca examinas tus secretos y desafíos, y nunca te abres en comunicación con otros o comunicas, analizas o expones tu corrupción y los graves defectos con respecto a estas palabras, entonces no puedes salvarte” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). Me di cuenta de que si no era una persona honesta, seguía tapando mi corrupción y defectos, no me abría, revelaba o analizaba, nunca me despojaría de mi carácter corrupto ni me salvaría. Oré de nuevo a Dios, “¡Dios! Dame fuerzas para simplemente abrirme y ser una persona honesta”. Después de orar, tomé la iniciativa de sincerarme con todos: “En la última reunión le mentí al líder respecto al riego de los nuevos fieles. La verdad es que solo sabía de una iglesia, no de las otras dos. Temí que si decía la verdad, me mirarían mal, así que mentí y dije que sabía de dos iglesias. Los engañé a todos”. Dicho esto, los demás no me condenaron ni despreciaron. Al contrario, les pareció bien que pudiera abrirme y ser honesto. Al practicar así, me sentí mucho más tranquilo y en paz. Si hubiera seguido ocultándome, no me habría dado cuenta ni habría ganado nada.
Poco después, un líder superior me preguntó, “¿Conoces el estado actual de los líderes de la iglesia?”. Me sentí un poco inseguro ante esta pregunta, pues solo conocía el estado de un líder, pero no el de los otros dos. Pensé para mis adentros: “Si digo la verdad ¿dirá el líder que no he hecho trabajo real?”, y entonces quise decir que sí lo conocía. Me di cuenta enseguida de que quería volver a mentir, así que oré a Dios y dije la verdad, “Solo conozco el estado de un líder de la iglesia, desconozco el de los otros dos”. El líder no me criticó por ello, en cambio me hizo alguna sugerencia, como que debía informarme más sobre los estados de los líderes, y ayudar a resolver rápido sus dificultades, y también me aportó algunas sendas a seguir. Aprendí que cuanto más decía la verdad, era honesto y me atrevía a revelar mi corrupción y defectos, más podían ayudarme mis hermanos y hermanas y más ganaba. Antes mentía y engañaba para proteger mi reputación y estatus, pero después de decir una mentira me pesaba el corazón, lo acusaba mi conciencia y, lo que es más importante, perdía mi integridad y dignidad. Mediante esta experiencia, he llegado a comprender que las personas honestas gustan tanto a Dios como a los hombres, y que cuanto más honesto seas, más armoniosas serán tus relaciones con los demás, y más tranquilo y en paz estarás. No solo no te despreciarán, al contrario, recibirás la ayuda de tus hermanos y hermanas. Ser una persona honesta es maravilloso. Solo siendo honestos podemos recibir la bendición y salvación de Dios y entrar en el reino de los cielos.