Reflexiones sobre resistirse a la supervisión
Por Mi Hui, ChinaEn 2021 era responsable del trabajo de riego de la iglesia. Durante ese tiempo, los líderes supervisaban y hacían el...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Yo había estado regando a los nuevos creyentes en la iglesia por más de un año. En el transcurso de mi deber, gradualmente dominé algunos principios, y mi riego de nuevos creyentes también mejoró. Sentí que tenía algo de experiencia haciendo este deber, y que aún sin ayuda, podía regar bien a los recién llegados. Cuando los nuevos creyentes tenían problemas y dificultades, podía ayudar a resolverlos buscando la verdad; así que pensé que ya sabía cómo cumplir bien con mi deber. Sentía que no necesitaba a nadie que me guiara, y que no había necesidad de que otros supervisaran y dieran seguimiento a mi trabajo. Entonces, no aceptaba la supervisión ni el consejo de mis hermanos y hermanas, y no comentaba mucho sobre la situación específica de los nuevos creyentes que regaba. Sólo hacía mi trabajo en mis propios términos.
Un día, la supervisora Pheolie me preguntó sobre los nuevos creyentes y también sobre otras cuestiones. Por ejemplo, ¿cómo notificaba a los nuevos creyentes sobre las reuniones? ¿Por qué esta hermana o tal hermano no asistía a las reuniones? ¿Solía hablar con los nuevos creyentes sobre sus situaciones o dificultades? Cuando escuché estas preguntas, opuse mucha resistencia. Pensé: “¿Ella cree que hago mi trabajo irresponsablemente? ¿No confía en mí?”. Fui muy desafiante y no pude evitar revelar mi carácter corrupto y quise ignorarla. Me preguntó si los nuevos creyentes estaban interesados en venir a las reuniones y yo, con indiferencia, le dije “sí”, y no le expliqué ningún detalle. Me preguntó cómo notificaba a los nuevos creyentes sobre las reuniones, y le dije que les enviaba mensajes de texto, pero no expliqué detalles de cómo los notificaba, qué dificultades enfrentaban, etcétera. Luego me preguntó qué aspectos de la verdad compartía con los nuevos creyentes, y le dije impacientemente que yo sabía cómo hablar con los nuevos creyentes, pero no le di detalles sobre lo que les decía, ni cómo respondían ellos, ni qué preguntas tenían. Ella no quedó satisfecha con mi respuesta, y quería saber más sobre si yo estaba apoyando y ayudando a estos nuevos creyentes. Pensaba que ella me estaba subestimando, como si yo no supiera cómo hacer mi deber, y esto me ponía muy incómodo. Una vez, se dio cuenta de que no consideré los sentimientos de los nuevos creyentes cuando hablé, así que dijo: “Tienes que pensar desde la perspectiva de los nuevos creyentes. Si tú fueras un nuevo creyente, ¿estarías feliz con esas palabras? ¿Querrías responder a ellas?”. Sus palabras me irritaron. Le dije que lo entendía, pero, en realidad, no lo aceptaba. Yo no creía que hubiera un problema con la forma en que les hablaba a los nuevos creyentes. En mi corazón, dije para mis adentros: “Sé cómo compartir con estos nuevos creyentes, así que lo voy a hacer a mi manera”. En otra ocasión, me preguntó cómo acostumbraba compartir con los nuevos creyentes, y le dije “enviándoles mensajes”. Ella me pidió que les hiciera llamadas, diciendo que las llamadas eran más directas y hacían más fácil entender sus problemas y ayudarlos. Pero no lo acepté en ese momento, y pensaba que mi método era mejor. Estaba satisfecho con enviarles mensajes a los nuevos creyentes, y no quise escucharla. En nuestras discusiones, ya no quería seguir hablando, así que permanecía en silencio o respondía brevemente. Descubrí que, si alguien quería discutir conmigo cosas sobre mi riego a los nuevos creyentes, yo me volvía muy negativo y afligido. Sentía que se estaban riendo de mí, que era menospreciado, y que pensaban que era alguien que no sabía cómo hacer su deber o que no era confiable. Yo pensaba que estaba haciendo bien mi deber, que sabía cómo regar a los nuevos creyentes, que tenía mis propios métodos de seguimiento, y que era más talentoso que mi supervisora, así que no podía aceptar sus consejos. Aunque accedía verbalmente, rara vez practicaba siguiendo su consejo, y me enfocaba en continuar regando y hablando con los nuevos creyentes en mis propios términos.
Durante una reunión, leí las palabras de Dios y finalmente obtuve algo de entendimiento sobre mí mismo. Dios dice: “Hay algunas personas que a menudo vulneran los principios en sus actos. No aceptan la poda, saben en sus corazones que lo que los demás dicen concuerda con la verdad, pero no lo aceptan. ¡Son tan arrogantes y sentenciosas! ¿Por qué decimos que son arrogantes? Si no aceptan la poda, entonces no son obedientes, ¿y acaso la desobediencia no es arrogancia? Creen que hacen bien las cosas y que no cometen errores, lo cual significa que no se conocen a sí mismas, y eso es arrogancia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). “Que nadie se crea perfecto, distinguido, noble o diferente a los demás; todo eso está generado por el carácter arrogante del hombre y su ignorancia. Pensar siempre que uno es especial sucede a causa de tener un carácter arrogante; no ser nunca capaz de aceptar sus defectos ni enfrentar sus errores y fallas es a causa del carácter arrogante; no permitir nunca que otros estén más altos o sean mejores que ellos, eso lo causa el carácter arrogante; no permitir nunca que las fortalezas de otros superen o sobrepasen las suyas se debe a un carácter arrogante; no permitir nunca que otros tengan mejores ideas, sugerencias y puntos de vista y, cuando descubren que otros son mejores que ellos, volverse negativos, no querer hablar, sentirse afligidos, desalentados y molestos, todo eso lo causa el carácter arrogante. El carácter arrogante puede volverte protector respecto a tu reputación, volverte incapaz de aceptar las correcciones de los demás, incapaz de asumir tus defectos e incapaz de aceptar tus propias fallas y errores. Es más, cuando alguien es mejor que tú, esto puede provocar que surja odio y celos en tu corazón y te puedes sentir oprimido, tanto, que ni siquiera sientes ganas de cumplir con tu deber y te vuelves superficial al hacerlo. El carácter arrogante puede hacer que estas conductas y prácticas surjan en ti. Si sois capaces de indagar poco a poco en todos estos detalles, lograr avances y obtener un entendimiento de ellos, y si sois gradualmente capaces de rebelaros contra esos pensamientos, de rebelaros contra esas nociones, puntos de vista e incluso conductas, erróneos todos ellos, y estos no os limitan, y si, al cumplir con vuestro deber, sois capaces de encontrar el puesto indicado para vosotros y actuar según los principios y cumplir con el deber que podéis y debéis cumplir; entonces, con el tiempo, seréis capaces de llevar a cabo mejor vuestro deber. Esto constituye la entrada en la realidad-verdad. Si puedes entrar en la realidad-verdad, parecerá que tienes semejanza humana y la gente dirá: ‘Esta persona se comporta según su puesto y lleva a cabo su deber de forma sensata. No se basa en la naturalidad, en la impulsividad o en su carácter corrupto satánico para cumplir su deber. Actúa con control, tiene un corazón temeroso de Dios, ama la verdad y su conducta y expresiones revelan que se han rebelado contra su propia carne y sus preferencias’. ¡Qué maravilloso es comportarse de esa manera! En las ocasiones en las que las personas traen a colación tus defectos, no solo eres capaz de aceptarlos, sino que eres optimista, y afrontas tus defectos y fallas con aplomo. Tu estado de ánimo es bastante normal, sin extremos, libre de impulsividad. ¿Acaso no es esto tener semejanza humana? Solo tales personas tienen razón” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Antes, pensaba que yo no era arrogante, pero a través de la exposición de la palabra de Dios, vi que era muy arrogante. Cuando la supervisora me dijo algunas buenas ideas para regar a los nuevos creyentes, yo no acepté ninguna. Cuando me preguntó sobre cómo hacía el riego en ellos, me quedaba callado o le respondía brevemente porque dañar mi imagen, o que los demás vieran mis defectos en el riego de los nuevos creyentes. Yo quería que otros vieran que todo estaba bien conmigo, que no había nada malo con mi deber y que podía realizarlo sin la supervisión ni ayuda de los demás. En serio, era muy arrogante. También sentía que era más talentoso que la hermana que supervisaba mi trabajo, que yo sabía cómo regar a los nuevos creyentes, que tenía mis propios métodos y funcionaban bien, así que no estaba dispuesto a aceptar sus sugerencias. En el fondo de mi corazón, yo pensaba que, si aceptaba sus consejos, significaba que mi habilidad era inferior a la de ella. Eso habría sido vergonzoso. ¿Qué pensarían de mí los demás? Por eso, en apariencia aceptaba sus sugerencias, pero rara vez las practicaba. Mi carácter arrogante me mantenía lejos de la verdad, impedía que aceptara consejos de otros, y me hacía aferrarme a mis propios puntos de vista. Esto era rebelión contra Dios. Después de que pasó, me tranquilicé y pensé en la sugerencia de mi hermana. Me pareció que ella tenía razón y que valía la pena intentarlo. Así que llamé a los nuevos creyentes por teléfono. Sentí que por teléfono era más fácil comunicarme con ellos, entender sus problemas y ayudarles de inmediato. Cuando puse en práctica su consejo, y vi que mi trabajo de regar nuevos creyentes se volvió más efectivo, me sentí muy avergonzado. En este aspecto, observé que aunque había hecho mi deber por mucho tiempo, aún tenía muchas deficiencias. Sin la ayuda y guía de mi hermana, los resultados de mi trabajo no habrían mejorado. También me di cuenta de que yo no era mejor que otros, y que no podía hacer bien mi deber yo solo.
Un día, la supervisora me preguntó sobre la situación de un nuevo creyente, y por qué no había asistido a las reuniones por varios días. Después de explicarle, me preguntó sobre otros asuntos, queriendo saber más detalles sobre cómo hacía mi deber. Me sentí incómodo y fui muy resistente. No quise responder ninguna de sus preguntas porque no quería aceptar su supervisión y cuestionamiento de mi trabajo. Me di cuenta de que estaba revelando mi carácter corrupto otra vez, así que oré a Dios en mi corazón para que Él me esclareciera y guiara, y así yo pudiese aprender a someterme a estos ambientes, reconocer mi propia corrupción, y aceptar la supervisión y guía de los demás. Después de eso, leí algunas de las palabras de Dios: “Los anticristos prohíben a otros intervenir, hacer indagaciones o supervisarlos en cualquier trabajo que hagan, y esta prohibición se manifiesta de varias maneras. Una es el rechazo, lisa y llanamente. ‘Dejad de interferir, de hacer indagaciones y de supervisarme cuando trabajo. El trabajo que hago es mi responsabilidad, tengo una idea de cómo hacerlo y no necesito que nadie me dirija’. Se trata de un rechazo directo. Otra manifestación es el parecer receptivo, decir: ‘Vale, hablemos para ver cómo se ha de hacer el trabajo’, pero cuando los demás de verdad empiezan a hacer indagaciones y a tratar de averiguar más sobre su trabajo, o cuando señalan algunos problemas y hacen algunas sugerencias, ¿cuál es su actitud? (No se muestran receptivos). Así es, simplemente se niegan a aceptar, buscan pretextos y excusas para rechazar las sugerencias de los demás, convierten lo malo en bueno y lo bueno en malo, pero en realidad, en su corazón, saben que están forzando la lógica, que sueltan palabras grandilocuentes, que lo que dicen es teórico, que sus palabras no contienen nada de la realidad de lo que dicen los demás. Y sin embargo, para proteger su estatus —y sabiendo muy bien que están equivocados y que los demás tienen razón— siguen convirtiendo lo correcto de los demás en incorrecto, y su propio error en correcto, y siguen aplicándolo, sin permitir que las cosas que son correctas y están en consonancia con la verdad se introduzcan o implementen allí donde están. […] ¿Cuál es su objetivo? No aceptar que otras personas intervengan, indaguen o supervisen, y hacer que los hermanos y hermanas piensen que el hecho de que ellos actúen de esta manera está justificado, es correcto, que está en consonancia con los arreglos del trabajo de la casa de Dios y de acuerdo con los principios de acción, y que, como líder, se rige por los principios. En realidad, solo unos pocos en la iglesia entienden la verdad; la mayoría es sin duda incapaz de discernir, no pueden ver a este anticristo tal y como es en realidad, y naturalmente se dejan desorientar por él” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Quieren que los demás se sometan solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (II)). “Cuando actúa, Satanás no permite la intervención de nadie más, desea tener la última palabra en todo lo que hace y controlarlo todo, y nadie puede supervisar ni hacer preguntas. Si alguien interfiere o interviene, esto es aún menos admisible. Así es como actúa un anticristo; con independencia de lo que haga, no se le permite a nadie hacer preguntas, y al margen de cómo opere entre bastidores, a nadie se le permite intervenir. Este es el comportamiento de un anticristo. Actúan de esta manera porque, por un lado, tienen un carácter extremadamente arrogante y, por otro, carecen de razón. Están completamente desprovistos de sumisión, y no permiten que nadie los supervise o inspeccione su trabajo. Se trata realmente de las acciones de un demonio, las cuales son completamente diferentes a las de una persona normal. Cualquier persona que realiza un trabajo necesita la cooperación de otros, necesita la ayuda, las sugerencias y la colaboración de otras personas, y aunque haya alguien supervisando o vigilando, eso no es malo, es necesario. Si se cometen errores en una parte del trabajo, y las personas que vigilan los identifican y los corrigen rápidamente y se evitan pérdidas para el trabajo, ¿acaso no es eso una gran ayuda? Por eso, cuando las personas inteligentes hacen cosas, les gusta que otros las supervisen, las observen e indaguen sobre ellas. Si, por casualidad, se comete un error, y estas personas son capaces de señalarlo, y el error puede ser rápidamente rectificado, ¿no es ese un resultado más deseable? No hay nadie en este mundo que no necesite la ayuda de los demás. Solo a las personas con autismo o depresión les gusta estar solas y no estar en contacto con los demás ni comunicarse con ellos. Cuando las personas sufren de autismo o depresión, dejan de ser normales. Ya no pueden controlarse a sí mismas. Si la mente y la razón de las personas son normales, pero simplemente no quieren comunicarse con los demás, y no quieren que los demás sepan nada de lo que hacen, quieren hacer cosas en secreto, en privado, operando entre bastidores, y no escuchan nada de lo que dicen los demás, entonces tales personas son anticristos, ¿verdad? Son anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Quieren que los demás se sometan solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (II)). Sentí que esas palabras eran el juicio de Dios para mí. Me di cuenta de que estaba actuando como Dios había expuesto. Era muy difícil para mí aceptar el consejo y supervisión de los demás en mi deber. Incluso cuando tenía dificultades, jamás las exponía ni dejaba que otros lo supieran, porque sentía que como me habían asignado este trabajo, yo era el responsable, tenía la última palabra y podía hacerlo a mi manera. Creía saber cómo hacer mi deber, y no necesitaba una supervisora, ni requería que alguien me vigilara o me diera consejos. Consideraba los consejos de los demás como una exposición de mis deficiencias o un cuestionamiento a mi capacidad, y por eso no quería escucharlos. Entonces vi que eso era arrogancia y estupidez. Esta no era la razón que la humanidad normal debe poseer. Mi naturaleza arrogante me hacía no obedecer a nadie, y jamás aceptar la supervisión y consejos de los demás. Yo siempre quería tener la última palabra y regar a los nuevos creyentes de acuerdo a mi propia voluntad. En el pasado, sólo daba seguimiento a los nuevos creyentes a mi manera, la cual era simplemente enviarles mensajes y raramente llamarlos. Cuando algunos nuevos creyentes no me respondían por varios días, lo hacía a un lado y continuaba regando a los nuevos creyentes que querían comunicarse conmigo; como resultado, algunos de ellos no pudieron ser regados a tiempo, y algunos incluso dejaron el grupo de reunión. ¿No eran mis acciones las mismas que las de un anticristo? A los anticristos no les gusta ser supervisados y jamás toman los consejos de otros. Quieren controlarlo todo ellos solos, hacer las cosas a su propia manera, o de acuerdo con sus propias opiniones; no obedecen a nadie y no cooperan con otros para hacer bien su trabajo. Vi que yo estaba recorriendo la senda de un anticristo, y tuve miedo. También, por la palabra de Dios, aprendí que todos tenemos nuestras propias limitaciones y deficiencias, así que necesitamos consejo y ayuda de los demás. Necesitamos cooperar con la gente para cumplir bien con nuestro deber. La supervisora estaba ayudándome, haciendo el seguimiento a mi trabajo y dándome sugerencias. También me di cuenta de que eran útiles cuando las practicaba, pero no lo quería aceptar, y así perjudiqué el trabajo de la iglesia. Este era un asunto muy serio.
Más tarde, leí algunas palabras de Dios: “Cuando alguien dedica algo de tiempo a supervisarte u observarte, o logra entenderte a un nivel profundo, trata de conversar contigo de corazón a corazón y averiguar tu estado durante este tiempo; e incluso a veces, cuando su actitud es algo más dura y te poda, disciplina y te reprueba un poco, hace todo esto porque tiene una actitud meticulosa y responsable hacia el trabajo de la casa de Dios. No deberías albergar ningunos pensamientos ni emociones negativos al respecto. ¿Qué significa que puedas aceptar que otros te supervisen, te observen y traten de entenderte? Que, en tu interior, aceptas el escrutinio de Dios. Si no aceptas la supervisión, la observación ni los intentos por entenderte de la gente, si te resistes a todo esto, ¿puedes aceptar el escrutinio de Dios? El escrutinio de Dios es más detallado, profundo y preciso que cuando la gente trata de entenderte; los requisitos de Dios son más específicos, exigentes y profundos. Si no eres capaz de aceptar que el pueblo escogido de Dios te supervise, ¿no son vacías tus afirmaciones de que puedes aceptar el escrutinio de Dios? Para que puedas aceptar el escrutinio y el examen de Dios, primero debes aceptar que la casa de Dios, los líderes y obreros o los hermanos y las hermanas te supervisen” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (7)). “Si tienes un corazón temeroso de Dios, serás naturalmente capaz de recibir el escrutinio de Dios, pero también debes aprender a aceptar la supervisión del pueblo escogido de Dios, lo que requiere que tengas tolerancia y aceptación. Si ves a alguien que te supervisa, que inspecciona tu trabajo o que te vigila sin que lo sepas, y si te vuelves impulsivo, tratas a esa persona como a un enemigo y la desprecias, e incluso la atacas y la tratas como a un traidor, deseando que desaparezca, eso supone un problema. ¿Acaso no es extremadamente vil? ¿Qué diferencia hay entre esto y un rey demonio? ¿Es esto tratar a la gente de manera justa? Si caminas por la senda correcta y actúas de forma adecuada, ¿qué tienes que temer de que la gente te investigue? Si estás asustado, eso demuestra que hay algo que acecha en tu corazón. Si sabes dentro de tu corazón que tienes un problema, entonces debes aceptar el juicio y el castigo de Dios. Eso es razonable. Si sabes que tienes un problema, pero no permites que nadie te supervise, que inspeccione tu trabajo o investigue tal problema, entonces estás siendo muy poco razonable, te estás rebelando y oponiendo a Dios, y en este caso tu problema es aún más grave. Si el pueblo escogido de Dios discierne que eres una persona malvada o un incrédulo, entonces las consecuencias serán aún más problemáticas. Por tanto, los que son capaces de aceptar la supervisión, el examen y la inspección de los demás son los más razonables de todos, tienen tolerancia y una humanidad normal. Cuando descubras que estás haciendo algo incorrecto o tengas la revelación de un carácter corrupto, si eres capaz de abrirte y comunicarte con la gente, esto ayudará a los que te rodean a vigilarte. Ciertamente, es necesario aceptar la supervisión, pero lo principal es orar a Dios y ampararte en Él sometiéndote a un examen constante. Especialmente cuando te hayas equivocado o hecho algo mal, o cuando estés a punto de actuar o decidir por tu cuenta y alguien cercano te lo comente y te alerte, es preciso que lo aceptes y te apresures a hacer introspección, que admitas el error y lo corrijas. Esto puede evitar que entres en la senda de los anticristos. Si hay alguien que te ayuda y alerta de esta manera, ¿no estás siendo protegido sin saberlo? Sí, esa es tu protección” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). La palabra de Dios señala la importancia y beneficios de aceptar la supervisión de otros. Antes, en verdad no entendía los beneficios de ser supervisado, y eso causaba que opusiera resistencia a quienes me supervisaban. Pensaba que intentaban controlar mi trabajo o que estaban despreciándome. En mi mente, si alguien se me acercaba para saber de mi trabajo, era porque pensaba que yo era irresponsable, que me faltaba iniciativa, que era incapaz de trabajar y no podía hacer bien mi deber, o no tan bien como los demás. Así que era muy renuente a la supervisión de otros sobre mí. Pero con la palabra de Dios pude ver que mi opinión era equivocada y no concordaba con la verdad. Tenía algunas fallas en mi trabajo, y necesitaba la ayuda de mis hermanos y hermanas para mejorar, pero me negaba a aceptar la supervisión. ¿Podría en algún momento corregir mis errores y hacer mejor mi trabajo de esta forma? Era muy importante para mis hermanos y hermanas preguntar sobre mi trabajo, porque ellos llevaban una carga en el trabajo y cumplían con su deber. No debí tener una actitud de silencio y rechazo. Debo ser abierto y contarles mis dificultades y la situación actual en mi trabajo. Eso será mejor para el trabajo en la iglesia. Aceptando la supervisión, puedo ver mis propias deficiencias y reflexionar sobre si cumplo mi deber de acuerdo con los principios o no. Entonces, entendí la intención de Dios. El que otros a menudo supervisen y evalúen mi trabajo puede evitar que actúe según mi voluntad, y que así perturbe y trastorne la obra de la iglesia. Esto es, en verdad, la protección de Dios para mí.
Leí otro pasaje de las palabras de Dios: “¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es un hecho, y es la postura que las personas deben adoptar para abordar correctamente sus propios méritos y sus puntos fuertes o defectos; esta es la racionalidad que deben poseer. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad-verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar sus puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A través de las palabras de Dios, comprendí que todos tienen sus propias fortalezas y debilidades, y que no hay personas perfectas en este mundo. Sin importar lo fuertes que sean las personas, aun así tienen deficiencias y necesitan ayuda de otros. Sin importar qué deber hagamos en la iglesia, éste es inseparable de la ayuda y cooperación de los demás. Hemos sido corrompidos por Satanás, tan profundamente, que siempre actuamos por nuestro carácter corrupto, así que necesitamos los recordatorios y la supervisión de nuestros hermanos y hermanas para evitar desviarnos de los principios y reducir nuestros errores. Cuando otros se me acercaban para entender mis problemas en el trabajo, debí haberlo usarlo como una oportunidad para mejorar yo mismo, y aprender de sus fortalezas para compensar mis debilidades. Esto me habría ayudado a mí y al trabajo de la iglesia. Vi claramente que yo no era mejor que nadie más, incluyendo a la hermana que supervisaba mi trabajo. Debía aceptar la guía y los consejos de otros, corregir mis desvíos y errores, y atreverme a revelar mis propias debilidades, y buscar la ayuda de los demás. Eso es ser una persona con humanidad y razón normales. Después de eso, comencé a aceptar los consejos de mi hermana y, cuando ella me hacía preguntas o quería saber sobre cualquier aspecto de las situaciones de los nuevos creyentes, yo lo discutía de forma abierta y se lo contaba en detalle. Al practicar esta forma, me volví más eficiente en mi deber.
Un día, mi hermana me preguntó sobre la situación de los nuevos creyentes. Yo respondí a sus preguntas sin ninguna reserva, y le di detalles sobre las razones por las que algunos asistían irregularmente. Ella me recordó algunos puntos clave, yo tomé nota y los llevé todos a cabo. Vi que era muy bueno aceptar los consejos de los demás. Aunque a veces, cuando ella señalaba mis fallas, yo no pudiera aceptarlo inmediatamente, entendía que ella estaba aquí para ayudarme, así que no debía ser negativo ni resistirme. Tenía que presentarme ante Dios para orar y buscar, lo que era beneficioso tanto para mí como para el trabajo de la iglesia. Mi responsabilidad es regar bien a los nuevos creyentes y ayudarlos a sentar sus bases en el camino verdadero, y estoy dispuesto a aceptar la supervisión de otros y hacer bien mi deber.
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