La razón por la que no acepto la supervisión
Yo había estado regando a los nuevos creyentes por más de un año en la iglesia. En el transcurso de mi deber, gradualmente dominé algunos principios, y mi riego de nuevos creyentes también mejoró. Sentí que tenía algo de experiencia haciendo este deber, y que aún sin ayuda, podía regar bien a los recién llegados. Cuando los nuevos creyentes tenían problemas y dificultades, podía ayudar a resolverlos buscando la verdad; así que pensé que ya sabía cómo cumplir bien con mi deber. Creí que no necesitaba a nadie que me guiara, y que no había necesidad de que otros supervisaran y dieran seguimiento a mi trabajo. Por lo tanto, no aceptaba la supervisión ni el consejo de mis hermanos y hermanas, y no comentaba mucho sobre la situación específica de los nuevos creyentes que yo regaba. Sólo hacía mi trabajo en mis propios términos.
Un día, la supervisora Pheolie me preguntó sobre los recién llegados, y también sobre otras cuestiones. Por ejemplo, ¿Cómo notificaba sobre las reuniones a los recién llegados? ¿Por qué tal o cual hermano o hermana no asistía a las reuniones? ¿Solía compartir con los recién llegados sobre sus situaciones o dificultades? Cuando escuché estas preguntas, opuse mucha resistencia. Pensé: “¿Ella cree que hago mi trabajo irresponsablemente? ¿No cree en mí?”. Fui tan desafiante, que no pude evitar mostrar mi carácter corrupto y quise ignorarla. Me preguntó si los recién llegados estaban interesados en venir a las reuniones, yo, indiferentemente, le dije, “Sí”, y no le expliqué ningún detalle. Me preguntó cómo notificaba a los nuevos creyentes sobre las reuniones, y le dije que les enviaba mensajes de texto, pero no expliqué detalles de cómo les notificaba, qué dificultades enfrentaban ellos, etcétera. Luego me preguntó qué aspectos de la verdad compartía con los nuevos creyentes, y le dije impacientemente que yo sabía cómo compartir con ellos, pero no le di detalles sobre lo que les decía, ni cómo respondían ellos, ni qué preguntas hacían. Ella no quedó satisfecha con mi respuesta, y quería saber más sobre si yo estaba apoyando y ayudando a los nuevos creyentes. Pensé que ella estaba subestimándome, como si yo no supiera cómo hacer mi deber, y esto me ponía muy incómodo. Una vez, se dio cuenta de que no consideré los sentimientos de los nuevos creyentes cuando les hablé, y me dijo: “Tienes que pensar desde la perspectiva de los nuevos creyentes. Si tú fueras un nuevo creyente, ¿estarías feliz con esas palabras? ¿No querrías responder a ellas?”. Sus palabras me disgustaron. Le dije que lo entendía; pero realmente, yo no lo aceptaba. Yo no creía que hubiera un problema con la forma en que les hablaba a los recién llegados. En mi corazón, dije para mis adentros: “Sé cómo hacer para que los nuevos creyentes asistan a las reuniones, así que lo voy a hacer a mi manera”. En otra ocasión, me preguntó cómo acostumbraba compartir con los nuevos creyentes, y le dije que enviándoles mensajes. Ella me pidió que les hiciera llamadas, diciendo que las llamadas son más directas, hacen más fácil entender los verdaderos problemas y ayudan a construir vínculos. Pero yo no lo acepté en ese momento, y pensaba que mi método era mejor. Yo estaba contento con enviarles mensajes a los nuevos creyentes, y no quería escucharla. En nuestra discusión, ya no quise seguir hablando, así que permanecí en silencio o respondía brevemente. Descubrí que, si alguien quería discutir conmigo cosas sobre mi riego a los recién llegados, yo me volvía muy negativo y problemático. Sentía que se estaban riendo de mí, que era menospreciado, y pensaban que era un inútil, alguien que no sabía cómo hacer su deber o que no era confiable. Yo pensaba que estaba haciendo bien mi deber, que sabía cómo regar a los nuevos creyentes, que tenía mis propios métodos de seguimiento, y que yo era más inteligente que mi supervisora, así que no podía seguir sus consejos. Aunque yo accedía vebalmente, rara vez practicaba lo que había prometido, y me enfocaba en continuar regando y compartiendo con los nuevos creyentes en mis propios términos.
Durante una reunión, leí las palabras de Dios y finalmente obtuve algo de entendimiento sobre mí mismo. Dios dice: “Algunas personas no aceptan la poda o el trato. En su corazón, saben claramente que lo que dicen los demás se ajusta a la verdad, pero no lo aceptan. ¡Estas personas son muy arrogantes y santurronas! ¿Y por qué digo que son arrogantes? Porque si no aceptan la poda y el trato, entonces no obedecen, y si no obedecen, ¿acaso no son arrogantes? Piensan que sus acciones son buenas, y no creen haber hecho nada malo, lo que significa que no se conocen a sí mismos; eso es arrogancia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). “Que nadie se crea perfecto, distinguido, noble o diferente a los demás; todo eso está generado por el carácter arrogante del hombre y su ignorancia. Pensar siempre que uno es diferente sucede a causa de tener un carácter arrogante; no ser nunca capaz de aceptar sus defectos ni enfrentar sus errores y fallas es a causa del carácter arrogante; no permitir nunca que otros sean más altos o que sean mejores que uno, eso lo causa el carácter arrogante; no permitir nunca que otros sean superiores o más fuertes que ellos está causado por un carácter arrogante; no permitir nunca que otros tengan mejores ideas, sugerencias y puntos de vista y, cuando las tienen, volverse negativos, no querer hablar, sentirse afligidos, desalentados y molestos, todo eso lo causa el carácter arrogante. El carácter arrogante puede hacerte proteger tu reputación, volverte incapaz de aceptar la guía de los demás, incapaz de confrontar tus propios defectos e incapaz de aceptar tus propias fallas y errores. Es más, cuando alguien es mejor que tú, esto puede provocar que surja odio y celos en tu corazón y te puedes sentir oprimido, tanto, que ni siquiera sientes ganas de cumplir con tu deber y te vuelves descuidado al hacerlo. El carácter arrogante puede hacer que estas conductas y prácticas surjan en ti. Si sois capaces de indagar poco a poco en todos estos detalles, lograr avances y obtener un entendimiento de ellos y si sois gradualmente capaces de abandonar esos pensamientos, y de renunciar a esas nociones, puntos de vista e incluso conductas erróneos, y no estáis restringidos por ellos, y si, al cumplir vuestro deber, sois capaces de encontrar el puesto indicado para vosotros y actuar según principios y cumplir con el deber que podéis y debéis cumplir; entonces, con el tiempo, seréis capaces de llevar a cabo mejor vuestro deber. Esto es la entrada en la realidad de la verdad. Si podéis entrar en la realidad de la verdad, los demás percibirán que tenéis semejanza humana y la gente dirá: ‘Esta persona se comporta según su puesto y cumple con su deber de forma sensata. No se basa en la naturalidad, en la impulsividad o en su carácter corrupto satánico para llevar a cabo su deber. Actúa con control, tiene un corazón que venera a Dios, ama la verdad y su conducta y expresiones revelan que ha abandonado su propia carne y preferencias’. ¡Qué maravilloso comportarse de esa manera! En aquellas ocasiones en las que las personas traen a colación tus defectos, no solo eres capaz de aceptarlos, sino que eres optimista, y enfrentas tus defectos y fallas con aplomo. Vuestro estado de ánimo es bastante normal, libre de extremos, libre de impulsividad. ¿Acaso no es esto tener semejanza humana? Solo ese tipo de personas tienen buen sentido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Antes, pensaba que yo no era arrogante, pero a través de las revelaciones de la palabra de Dios, vi que sí era muy arrogante. Cuando la supervisora me dijo algunas buenas ideas para regar a los nuevos creyentes, yo no acepté ninguna. Cuando me preguntó sobre cómo hacía el riego en ellos, me quedaba callado o le respondía brevemente porque no quería verme mal, o que los demás vieran mis defectos regando a los nuevos creyentes. Yo quería que otros vieran que todo estaba bien conmigo, que no había nada malo con mi deber, y que podía realizarlo sin la supervisión ni ayuda de los demás. En serio, era muy arrogante. También sentía que yo era más talentoso que la hermana que supervisaba mi trabajo, que yo sabía cómo regar a los recién llegados, que tenía mis propios métodos y funcionaban bien, así que me negaba a aceptar sus sugerencias. En el fondo de mi corazón, yo pensaba que, si aceptaba sus consejos, significaba que mi habilidad era inferior a la de ella. Eso habría sido vergonzoso. ¿Qué pensarían de mí los demás? Por eso, aparentemente aceptaba sus sugerencias, pero rara vez las practicaba. Mi carácter arrogante me mantenía lejos de la verdad, impedía que aceptara consejos de otros, y me hacía aferrarme a mis puntos de vista. Esto era rebelión contra Dios. Después de que pasó, me tranquilicé y pensé en las sugerencias de mi hermana. Me pareció que ella tenía un buen punto, y valía la pena intentarlo. Así que llamé a los nuevos creyentes por teléfono. Sentí que era más fácil comunicarme con ellos y entender sus problemas por teléfono, y de inmediato ayudarles. Cuando puse en práctica el consejo de la supervisora, y vi que mi trabajo de regar nuevos creyentes se volvió más efectivo. Me sentí avergonzado. En este aspecto observé que aunque había hecho mi deber por mucho tiempo, aún tenía muchas deficiencias. Sin la ayuda y guía de mi hermana, los resultados de mi trabajo no habrían mejorado. También me di cuenta de que yo no era mejor que los otros, y que no podía hacer bien mi deber yo solo.
Un día, la supervisora me preguntó sobre la situación de un recién llegado, y por qué no había asistido a las reuniones por varios días. Después de explicarle, me preguntó sobre otros asuntos, queriendo saber más detalles sobre cómo hacía mi deber. Yo me sentí avergonzado y fui muy renuente. No quise responder ninguna de sus preguntas porque no quería aceptar su supervisión y cuestionamiento de mi trabajo. Me di cuenta de que este era mi carácter corrupto otra vez, así que oré en mi corazón para que Él me esclareciera y guiara y así pudiese aprender a obedecer en estos ambientes, reconocer mi propia corrupción, y aceptar la supervisión y guía de los demás. Después de eso, leí algunas de las palabras de Dios. “Los anticristos prohíben la participación, las preguntas o la supervisión de cualquier otra persona, y esta prohibición se manifiesta de varias maneras. Una es el rechazo, lisa y llanamente. ‘Dejad de entrometeros, de hacer preguntas y de supervisarme cuando trabajo. El trabajo que hago es mi responsabilidad, tengo una idea de cómo hacerlo y no necesito que nadie me dirija’. Se trata de un rechazo directo. Otra manifestación es el parecer receptivo, decir: ‘Vale, vamos a comunicar un poco para ver cómo se ha de hacer el trabajo’, pero cuando los demás de verdad empiezan a hacer preguntas y a tratar de averiguar más sobre su trabajo, o señalan algunos problemas y hacen algunas sugerencias, ¿cuál es su actitud? (No se muestran receptivos). Así es, simplemente se niegan a aceptar, buscan pretextos y excusas para rechazar las sugerencias de los demás, convierten lo malo en bueno y lo bueno en malo, pero en realidad, en su corazón, saben que están forzando la lógica, que sueltan palabrería, que se trata de conjeturas, que sus palabras no contienen nada de la realidad de lo que dicen los demás. Y sin embargo, para proteger su estatus —y sabiendo muy bien que están equivocados y que los demás tienen razón— siguen convirtiendo lo correcto de los demás en incorrecto, y su propio error en correcto, y siguen aplicándolo, sin permitir que las cosas que son correctas y están en consonancia con la verdad se implementen o introduzcan allí donde están. […] ¿Cuál es su objetivo? Impedir que otras personas interfieran, pregunten o supervisen, y hacer que los hermanos y hermanas piensen que el hecho de que ellos actúen de esta manera está justificado, es correcto, que está en consonancia con los arreglos de la obra de la casa de Dios y de acuerdo con los principios de acción, que, como líder, se rige por los principios. En realidad, solo unos pocos en la iglesia entienden la verdad; la mayoría es sin duda incapaz de discernir, no pueden ver a estos anticristos tal y como son en realidad, y es natural que se dejen engañar por ellos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (II)). “Cuando actúa, Satanás no permite la interferencia de nadie más, desea tener la última palabra en todo lo que hace y controlarlo todo, y nadie puede supervisar ni hacer preguntas. Si alguien interfiere o interviene, esto es aún menos admisible. Así es como actúa un anticristo; con independencia de lo que haga, no se le permite a nadie hacer preguntas, y al margen de cómo opere entre bastidores, a nadie se le permite interferir. Este es el comportamiento de un anticristo. Actúan de esta manera porque tienen un carácter extremadamente arrogante y carecen de razón. Están completamente desprovistos de obediencia, y no permiten que nadie los supervise o inspeccione su trabajo. Se trata realmente de las acciones de un demonio, las cuales son completamente diferentes a las de una persona normal. Cualquier persona que realiza un trabajo necesita la cooperación de otros, necesita la ayuda, las sugerencias y la colaboración de otras personas, y aunque haya alguien supervisando o vigilando, eso no es malo, es necesario. Si se cometen errores en un lugar, y las personas que vigilan los identifican y los corrigen rápidamente, ¿acaso no es eso una gran ayuda? Por eso, cuando las personas inteligentes hacen cosas, les gusta que las supervisen, las observen y les hagan preguntas. Si, por casualidad, se comete un error, y estas personas son capaces de señalarlo, y el error puede ser rápidamente rectificado, ¿no es ese un beneficio inesperado? No hay nadie en este mundo que no necesite la ayuda de los demás. Solo a las personas con autismo o depresión les gusta estar solas. Cuando las personas sufren de autismo o depresión, dejan de ser normales. Ya no pueden controlarse a sí mismas. Si la mente y los sentidos de las personas son normales, y simplemente no quieren comunicarse con los demás, si no quieren que los demás sepan nada de lo que hacen, si quieren hacerlo en secreto, a escondidas, en privado, operando entre bastidores, y no escuchan nada de lo que dicen los demás, entonces tales personas son anticristos, ¿verdad? Esto es un anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (II)). Sentí que esas palabras eran el juicio de Dios para mí. Me di cuenta de que estaba actuando como Dios lo revelaba. Era muy difícil para mí aceptar el consejo y supervisión de los demás en mi deber. Incluso cuando tenía dificultades, jamás las exponía ni dejaba que otros lo supieran porque sentía que como me habían asignado este trabajo, yo era el responsable, yo tenía la última palabra, y podía hacerlo a mi manera. Creía saber cómo hacer mi deber, y no necesitaba una supervisora, ni requería que alguien me vigilara o me diera consejos. Consideraba los consejos de los demás, como una condena a mis deficiencias, o un cuestionamiento a mis habilidades, por eso no quería escucharlos. Ahora veo que eso era arrogancia y necedad. Este no era el razonamiento que debía tener alguien con una humanidad normal. Mi naturaleza arrogante me hacía no obedecer a nadie, y jamás aceptar la supervisión y consejos de los demás. Yo siempre quise tener la última palabra y regar a los nuevos creyentes de acuerdo a mi propia voluntad. En el pasado, sólo daba seguimiento a los nuevos creyentes a mi manera, la cual era simplemente enviarles mensajes y raramente hablar con ellos. Cuando algunos nuevos creyentes no me respondían por varios días, lo hacía a un lado y continuaba regando a los nuevos creyentes que querían comunicarse conmigo; como resultado, algunos de ellos no pudieron ser regados a tiempo. Los nuevos creyentes son muy frágiles y pueden retirarse y dejar de creer en cualquier momento, y algunos incluso dejan el grupo de reunión. ¿No eran mis acciones como las de un anticristo? A los anticristos no les gusta ser supervisados por los demás y jamás toman los consejos de otros. Quieren controlarlo todo ellos solos, hacer las cosas a su propia manera, o de acuerdo con sus propias opiniones; no obedecen a nadie, y no cooperan con otros para hacer bien su trabajo. Vi que yo estaba caminando por el sendero del anticristo, y tuve miedo. Si continuaba de esta forma, iba a ser odiado por Dios. No hay valor en las vidas de aquellos odiados por Dios, y son enemigos a los ojos de Dios. También, por la palabra de Dios, aprendí que todos tenemos nuestras propias limitaciones y deficiencias, así que necesitamos consejo y ayuda de los demás. Necesitamos cooperar con la gente para cumplir bien con nuestro deber. La supervisora estaba ayudándome, dando seguimiento a mi trabajo y dándome sugerencias. También me di cuenta de que eran útiles cuando las practicaba, pero no lo quería aceptar; y así perjudiqué el trabajo de la iglesia. Era un asunto muy serio.
Más tarde, leí algunas palabras de Dios. “Cuando alguien dedica algo de tiempo a vigilarte u observarte, o te hace preguntas en profundidad para tratar de conversar contigo de corazón a corazón y averiguar tu estado durante este tiempo; e incluso a veces, cuando su actitud es algo más dura y te trata y poda un poco, te disciplina y te reprueba, hace todo esto porque tiene una actitud meticulosa y responsable hacia el trabajo de la casa de Dios. No deberías albergar pensamientos ni sentimientos negativos al respecto. ¿Qué significa que puedas aceptar la vigilancia, observación e indagación de otros? Que, en tu interior, aceptas el escrutinio de Dios. Si no aceptas la vigilancia, observación e indagación de la gente, si te resistes a todo esto, ¿puedes aceptar el escrutinio de Dios? El escrutinio de Dios es más detallado, profundo y preciso que la indagación de las personas; lo que pide Dios es más específico, exigente y profundo que esto. Entonces, si no eres capaz de aceptar que te vigilen los escogidos de Dios, ¿no son vacías tus afirmaciones de que puedes aceptar el escrutinio de Dios? Para que puedas aceptar el escrutinio y el examen de Dios, primero has de ser capaz de aceptar la vigilancia de la casa de Dios, de los líderes y obreros y de los hermanos y hermanas” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). “Si tienes un corazón que teme a Dios, serás naturalmente capaz de recibir el escrutinio de Dios, pero también debes aprender a aceptar la supervisión del pueblo escogido de Dios, lo que requiere que tengas tolerancia y aceptación. Si ves a alguien que te supervisa, que inspecciona tu trabajo o que te vigila sin que lo sepas, y si te enfadas, tratas a esa persona como a un enemigo y la desprecias, e incluso la atacas y la tratas como a un traidor, deseando que desaparezca, eso supone un problema. ¿Acaso no es extremadamente vil? ¿Qué diferencia hay entre esto y un demonio? ¿Es esto tratar a la gente de manera justa? Si caminas por la senda correcta y actúas de forma adecuada, ¿qué tienes que temer de que la gente te investigue? Algo acecha en tu corazón. Si sabes dentro de tu corazón que tienes un problema, entonces debes aceptar el juicio y el castigo de Dios. Eso es lo más sensato. Si sabes que tienes un problema, pero no permites que nadie te supervise, que inspeccione tu trabajo o investigue tal problema, entonces estás siendo muy poco razonable, te estás rebelando y oponiendo a Dios, y en este caso tu problema es aún más grave. Si el pueblo escogido de Dios discierne que eres un malhechor o un incrédulo, entonces las consecuencias serán aún más problemáticas. Por tanto, los que son capaces de aceptar la supervisión, el examen y la inspección de los demás son los más sensatos de todos, tienen tolerancia y una humanidad normal. Cuando descubras que estás haciendo algo incorrecto o rezumas un carácter corrupto, si eres capaz de abrirte y comunicarte con la gente, esto ayudará a los que te rodean a vigilarte. Ciertamente, es necesario aceptar la supervisión, pero lo principal es orar a Dios y ampararte en Él sometiéndote a una reflexión constante. Especialmente cuando te hayas equivocado o hecho algo mal, o cuando estés a punto de tomar una medida dictatorial y unilateral y alguien cercano te lo comente y te alerte, es preciso que lo aceptes y te apresures a hacer introspección, que admitas el error y lo corrijas. Esto puede evitar que entres en la senda de los anticristos. Si hay alguien que te ayuda y alerta de esta manera, ¿no estás protegido sin saberlo? Sí, esa es tu protección” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). La palabra de Dios señala muy claramente la importancia y beneficios de ser supervisados por otros. Antes, en verdad no entendía los beneficios de ser supervisado, y eso causaba que opusiera resistencia a quienes me supervisaban. Pensaba que intentaban controlar mi trabajo o que estaban despreciándome. En mi mente, si alguien se me acercaba para saber de mi trabajo, era porque pensaban que yo era irresponsable e incapaz de trabajar, y no podía hacer bien mi deber; o no tan bien como los demás. Así que era muy renuente a la supervisión de otros sobre mí. Pero con la palabra de Dios pude ver que mi opinión era equivocada y no concordaba con la verdad. Tenía algunas fallas en mi trabajo, y necesitaba la ayuda de mis hermanos y hermanas para mejorar, pero me negaba a aceptar la supervisión. ¿De esta forma, yo habría podido corregir mis errores y hacer mejor mi trabajo? Era muy importante para mis hermanos y hermanas preguntar sobre mi trabajo, porque ellos llevan la carga del trabajo y cumplen con su deber. No debí tener una actitud de silencio y rechazo. Debí ser abierto y decirles mis dificultades y la actual situación en mi trabajo. Eso será mejor para el trabajo en la iglesia. Aceptando la supervisión, puedo ver mis propias deficiencias y reflexionar en si debo hacer mi deber de acuerdo con los principios. Ahora entiendo la voluntad de Dios. El que otros supervisen y evalúen mi trabajo, puede evitar que actúe según mi voluntad y así perturbe y estorbe la obra de la iglesia. Esto es, en verdad, una protección de Dios hacia mí.
Leí otro pasje de las palabras de Dios: “¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es así. Esta es también la actitud que la gente debe tener sobre sus méritos y sus puntos fuertes o sus defectos; esta es la racionalidad que debe tener la gente. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad de la verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar los respectivos puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A través de las palabras de Dios, comprendí que todos tienen sus propias fortalezas y debilidades, y no hay personas perfectas en este mundo. Sin importar lo fuertes que sean las personas, aun así tienen deficiencias y necesitan ayuda de otros. Sin importar qué deber hagamos en la iglesia, este es inseparable de la ayuda y cooperación de los demás. Hemos sido corrompidos por Satanás, tan profundamente, que siempre actuamos por nuestro carácter corrupto, así que necesitamos la supervisión y el aviso de nuestros hermanos y hermanas, para evitar desviarnos de los principios y reducir nuestros errores. Cuando otros se me acercaban para entender mis problemas en el trabajo, debía usarlo como una oportunidad para mejorar yo mismo, y aprender de sus fortalezas para compensar mis debilidades. Esto me habría ayudado a mí y al trabajo de la iglesia. Vi claramente que yo no era mejor que nadie más, incluyendo a la hermana que supervisaba mi trabajo. Debia aceptar la guía y los consejos de otros, corregir mis desvíos y errores, y atreverme a revelar mis propias debilidades, y buscar la ayuda de los demás. Así es una persona con humanidad y razonamiento normales. Sabiendo esto, comencé a dejar ir mis puntos de vista equivocados. Dejé de pensar que podía regar nuevos creyentes sin la supervisión de nadie. En vez de ello, sentí que tenía muchas deficiencias y que no era perfecto. Después, comencé a aceptar los consejos de mi hermana, y cuando ella me hacía preguntas o quería saber sobre cualquier aspecto de la situación de los nuevos creyentes, yo lo discutía de forma abierta y se lo contaba a detalle. De esta forma me volví más eficiente en mi deber.
Un día, mi hermana me preguntó sobre la situación de los nuevos creyentes. Yo respondí a sus preguntas sin ninguna reserva, y le di detalles sobre las razones de que algunos asistían irregularmente. Ella me recordó algunos puntos clave, yo tomé nota y los llevé a cabo. Vi que era muy bueno aceptar los consejos de los demás. Aunque a veces, cuando ella señalaba mis fallas, yo no lo aceptara inmediatamente, entendía que estaba aquí para ayudarme, así que no debía ser negativo ni resistirme. Tenía que postrarme ante Dios para orar y buscar lo que era benéfico, tanto para mí, como para el trabajo de la iglesia. Mi responsabilidad es regar bien a los nuevos creyentes para sentar sus bases en el verdadero camino, y estoy dispuesto a aceptar la supervisión de otros y realizar bien mi deber.