Reflexiones tras mi expulsión de la iglesia
Tras aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, siempre estaba divulgando el evangelio en la iglesia. Más adelante, me convertí en líder de grupo y me hice cargo de la obra evangélica de cuatro o cinco iglesias. Gracias a trabajar duro durante un tiempo, la obra evangélica consiguió algunos resultados, y me sentí bastante satisfecho conmigo mismo. En concreto, algunos líderes de iglesia que se habían topado con dificultades con la obra evangélica buscaban mis enseñanzas, y los hermanos y hermanas también tenían una opinión bastante elevada de mí. Así que estaba muy contento y pensaba: “Parece que entiendo bastante de la verdad y tengo un poco de la realidad-verdad”.
En 2013, volví a la iglesia local a divulgar el evangelio. Pensé para mí: “El haber pasado el último año fuera divulgando el evangelio me ha dado bastante práctica y he llegado a comprender algunas verdades. Ahora que estoy de vuelta en la iglesia, seguro que se centrarán en prepararme, y cuando me escuchen durante las charlas, sin duda será distinto que antes. Quizás me elijan para ser líder de la iglesia, incluso”. Unos días más tarde, una líder de la iglesia llamada Jia Xin vino a mi casa. Me contó que su deber la estaba agotando de verdad y que algunos compañeros decían de ella que no podía resolver problemas, que siempre estaba medio dormida en las reuniones y que no tenía la obra del Espíritu Santo, por lo que debería asumir su responsabilidad y dimitir. Dijo que los predicadores la habían instado a hacer lo mismo. También se aseguró de remarcar que a esos dos predicadores los había destituido ella misma en el pasado, pero nunca habían hecho examen de conciencia e incluso dijeron que ella los estaba reprimiendo. Jia Xin nos preguntó cómo debería vivir esas circunstancias. Al oírla decir todo esto, me enfadé mucho y pensé: “¿Acaso no es eso tomar represalias? He trabajado con Jia Xin en otras ocasiones, y ella de verdad podía sufrir y pagar un precio a la hora de divulgar el evangelio. A veces, los recién llegados trabajaban hasta tarde, pero ella siempre se rebelaba contra su carne e iba a reunirse con ellos. Es bastante responsable, ¿cómo pueden decir que no tiene la obra del Espíritu Santo? ¿No son ellos los que la están reprimiendo? Eso es lo que hacen los falsos líderes y obreros. No, no puedo pasar esto por alto. Ahora que he vuelto, tengo que ayudarla”. Poco después, fui con mi mujer a intentar comprender este asunto y a estudiarlo. Mientras lo hacíamos, me sentí bastante satisfecho conmigo mismo y pensé: “Soy bastante capaz de discernir; justo después de volver a la iglesia ya estaré detectando a los falsos líderes. Si se puede informar sobre esos falsos líderes y obreros y destituirlos, habré hecho una gran obra. Después de que los destituyan, quizás tenga la oportunidad de que me elijan líder. Estaré matando dos pájaros de un tiro”. Al pensar en esto, mi “sentido de la rectitud” se fortaleció todavía más. Tras unos días, descubrí que varios compañeros habían apartado a Jia Xin de su puesto. Los compañeros diseccionaron el comportamiento de Jia Xin en las reuniones y ayudaron a los hermanos y hermanas a discernir sobre ella. Al escuchar esto, me llené de rabia y pensé: “Jia Xin puede renunciar a las cosas y sufrir mucho más que cualquiera de ustedes. ¿Cómo va a ser una falsa líder que no tiene la obra del Espíritu Santo? Que los aparten a todos ustedes, pero a ella, no”. Me pareció una venganza, así que acusé a estas personas en los lugares de reunión de ser falsos líderes y obreros, y dije que apartar a Jia Xin no cumplía los arreglos de la obra. Esto dio lugar a que los hermanos y hermanas no pudieran llevar con normalidad la vida de iglesia, y esta se volvió un tanto caótica.
Tiempo después, una hermana vino a tratar el tema del caos en la iglesia. Dijo que su investigación le había mostrado que Jia Xin no sabía cómo enseñar acerca de la verdad y que no podía resolver los problemas reales de los hermanos y hermanas. Dijo que Jia Xin era de verdad una falsa líder que no era capaz de hacer un trabajo real y que, según los principios, tenían que destituirla. Pero al escuchar a aquella hermana decir eso, me entraron sospechas y pensé: “¿De verdad nos equivocamos con esto? ¡No puede ser! Yo también tengo una base para juzgar a la gente; no me van a desorientar entre todos. Están apoyando a los líderes y obreros”. Después de aquello, no escuché nada más de lo que dijo esa hermana y solo pensaba en que estaba siendo injusta. Luego, escribí una carta a modo de denuncia junto con otras tres personas en la que decíamos que estos líderes y obreros que apartaron a Jia Xin no cumplían los principios, y que todo eran represalias hacia ella. No obstante, el proceso de escribir aquella denuncia no fue para nada fácil. Mientras la estábamos escribiendo, siempre nos topábamos con diferencias y cada uno se ceñía a su propia opinión. La reescribimos una y otra vez y de cada vez había errores nuevos. Tenía mis reservas y pensaba: “¿Nuestra denuncia no está de acuerdo con la intención de Dios? Si no lo está, no deberíamos presentarla”. Pero también pensé: “Si me echo atrás con esto y los demás presentan la denuncia y destituyen a los falsos líderes, el acto meritorio será el suyo. Entonces, ¿acaso todo esto no habrá sido en vano? Los hermanos y hermanas pensarían seguro que son los que entienden la verdad, tienen discernimiento y sentido de la rectitud. Nadie tendría una opinión elevada de mí”. Así pues, cuando terminamos la carta de denuncia, firmé con mi nombre y también denunciamos a la hermana que se ocupó del caos en la iglesia. Tras entregar la carta, me quedé bastante satisfecho conmigo mismo. Pensé: “Esta vez, cuando destituyan a los falsos líderes y obreros y los líderes superiores vean que comprendo la verdad y que puedo discernir a la gente, quizás incluso rompan el protocolo para ascenderme. Todos los hermanos y hermanas alabarán mi calibre; ¿no sería maravilloso?”. Varios días más tarde, recibí una carta de los líderes superiores en la que decían que ahora, las detenciones del Partido Comunista eran muy graves y que necesitaban tiempo para poder estudiar la carta de denuncia y ver qué hacer con ella. Una hermana dijo: “Las detenciones van a empeorar en el futuro. Si esperamos a que los líderes superiores hagan algo, será demasiado tarde. Aunque no seamos líderes ni obreros, tenemos que ayudar a los hermanos y hermanas a discernir mejor”. Escuché y pensé: “Es cierto. ¿Acaso ayudar a los hermanos y hermanas a discernir mejor no es un modo de cumplir el deber? Cuando se haya destituido a estos falsos líderes, todo el mundo sin duda me reconocerá el mérito de este logro y quizás pueda ser elegido líder”. Así que fui a los lugares de reunión y dije que los líderes y obreros que habían apartado a Jia Xin no se atenían a los principios. También dije que Jia Xin no era una falsa líder, que cumplía su deber de sol a sol y que podía hacer un trabajo real. Durante esa época, cuando los hermanos y hermanas se reunían, no hablaban sobre las palabras de Dios y solo se centraban en estos asuntos. Desorientamos a algunos hermanos y hermanas, y estos se pusieron de nuestra parte y desarrollaron prejuicios en contra de los líderes y obreros y decían que eran falsos. Algunos incluso no los recibían en sus casas, con lo que los líderes y obreros no podían cumplir su deber con normalidad. Algunas personas discernientes se pusieron del lado de los líderes y los obreros y dijeron que perturbábamos la vida de la iglesia. De esta manera, se formaron dos bandos; éramos como dos ejércitos enfrentados. Siempre que nos reuníamos, hablábamos de estos temas y la vida normal de iglesia de los hermanos y hermanas se vio completamente alterada. El caos en la iglesia continuó durante meses.
Un día, los líderes superiores vinieron a investigar para comprender el contenido de nuestra carta de denuncia. Pensé para mí: “A esos falsos líderes y obreros los destituirán seguro”. Justo cuando estaba contento por cómo iban las cosas, uno de los líderes utilizó las palabras de Dios para diseccionar la naturaleza de nuestra conducta. Dijo que habíamos formado bandos, dividiendo a la iglesia y perturbando la vida de esta, y como consecuencia, los líderes y obreros no podían realizar sus funciones con normalidad y se había parado la obra de la iglesia. Dijo que estábamos haciendo el mal. También dijo que, como líder, Jia Xin no sabía cómo guiar a los hermanos y hermanas para que experimentaran la obra de Dios. En su lugar, siempre intentaba ganarse a la gente y compartía su insatisfacción con los compañeros. ¿Cómo podía tener la obra del Espíritu Santo? Dijo que Jia Xin no podía hacer un trabajo real ni resolver los problemas de los hermanos y hermanas, y que daba igual que pareciese que renunciaba a sí misma y se entregaba, era una falsa líder y debía ser destituida; eso cumplía los principios. Al escuchar la charla de la hermana y el modo en que diseccionó a Jia Xin diciendo que era una falsa líder, me latía el corazón y pensé: “Lo que dicen tiene sentido. Esos compañeros expusieron y apartaron a Jia Xin, y ella debería haber reflexionado sobre sí misma e intentado comprenderse. En vez de eso, vino a nosotros una y otra vez, sintiéndose ofendida y aireando sus quejas. Realmente, no aceptaba la verdad ni experimentaba la obra de Dios. Me posicioné a favor de Jia Xin e incluso juzgué a otros líderes y obreros, con lo que perturbé la vida de la iglesia. ¡Esto es grave!”. Sin embargo, ya que no comprendía mi conducta en absoluto, en ese momento, simplemente reconocí que había cometido un error. Al final, los líderes superiores dijeron que habíamos perturbado muchísimo la vida de la iglesia y que esto era grave. Decidieron que nos aislásemos en casa y reflexionásemos.
Un día, fui a casa de mi madre y me dio tres notificaciones de expulsión. Al verlas, vi que, además de la de Jia Xin, para mi sorpresa también eran notificaciones de expulsión para mi mujer y para mí. Las notificaciones decían que Jia Xin era insidiosa y artera, que sembraba la discordia y dividía a la iglesia en bandos y que, en última instancia, se determinó que era un anticristo y se la expulsaba. En cuanto a mí, seguí a este anticristo e hice el mal trastornando y perturbando la vida de la iglesia. Yo era cómplice del anticristo, así que también estaba expulsado. Cuando terminé de leer estas notificaciones, sencillamente no podía creer lo que acababa de leer. Fue como cuando un prisionero ve por escrito el veredicto de su condena a muerte. Tenía tanto miedo que se me debilitaron las piernas y no podía dejar de temblar, y pensé: “¿Me han expulsado? ¿No se supone que solo teníamos que estar en casa reflexionando? ¿Cómo nos iban a expulsar? Realmente he hecho mucho mal durante esta época”. En ese momento, tenía la mente en blanco y me fui rápidamente a casa a contárselo a mi mujer. Después de contárselo, no podía aguantarme más y me senté en el suelo a llorar. Me dije: “Estoy acabado, ahora sí que estoy acabado. Mi camino de creer en Dios se ha terminado y no podré volver a la iglesia. Esta vez, he ofendido de verdad el carácter de Dios y quizás tendré que recibir mi castigo algún día”. Al pensar en esto, fue como si me hubiesen apuñalado en el corazón; sentí un dolor extremo y una profunda desesperación. Me odié a mí mismo por haber podido hacer algo así. ¿Cómo pude confiar ciegamente en las palabras de Jia Xin? No había posibilidad de compensar lo mucho que yo había perturbado la vida de la iglesia y cuanto más lo pensaba, más me dolía el corazón. Ningún día tenía ánimos para hacer nada. No podía comer ni dormir bien por la noche y pasado un tiempo, había perdido más de 5 kilos. Parecía que cada día estuviese esperando la muerte. Pensé que ya no tenía posibilidad de salvación, que estaba destinado al castigo y a ir al infierno. Era como un paciente con cáncer terminal, lo más negativo y desesperanzado que se puede estar. Pensé que, tarde o temprano, iba a morir, así que mejor terminar con esto de una vez. En mi peor momento de dolor y desamparo, pensé en la letra de un himno de las palabras de Dios que se llama Busca amar a Dios sin importar lo mucho que sufras: “En la actualidad la mayoría de las personas no tienen ese conocimiento. Creen que sufrir no tiene valor, que el mundo reniega de ellas, que su vida familiar es problemática, que Dios no las ama y que sus perspectivas son sombrías. El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Escuché este himno una y otra vez. Parecía que Dios estuviera usándolo para decirme que Él no me quería tan débil e indefenso, que no quería que perdiese la fe en Él. Había hecho mucho mal y ya me habían expulsado, y estaba destinado a ser castigado en el futuro, pero Dios seguía esclareciéndome y guiándome para pensar en el himno, para que no me hundiese más en la negatividad. Esto me conmovió muchísimo y un rayo de esperanza y un poco de fuerza aparecieron en mi corazón. Más adelante, leí más palabras de Dios que decían: “Para seguir al Dios práctico, debemos tener esta determinación: por muy grandes que sean los entornos en los que nos encontremos, sean cuales sean las dificultades a las que nos enfrentemos, y por muy débiles o negativos que seamos, no podemos perder la fe en nuestra transformación del carácter ni en las palabras que Dios ha pronunciado. Él ha hecho una promesa a la humanidad, y esto requiere que las personas tengan determinación, fe y perseverancia para resistirlo. A Dios no le gustan los cobardes, sino las personas con determinación. Incluso si has revelado mucha corrupción, si has tomado la senda equivocada muchas veces o cometido muchas transgresiones, si te has quejado de Dios o si, desde la religión, te has resistido a Él o has albergado blasfemias en Su contra en el corazón, etcétera, Dios no se fija en nada de eso. Él solo observa si alguien persigue la verdad y si algún día puede cambiar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La senda de práctica para la transformación del carácter). Vi que a Dios no le gustaban los cobardes; le gustaba la gente resolutiva. Aunque me habían expulsado por hacer un mal muy grande, Dios le daba importancia al hecho de que pudiese cambiar. Si cambiaba, aunque muriese y recibiese finalmente mi castigo, habría valido la pena. Durante esa época, la letra del himno y las palabras de Dios me venían de vez en cuando a la cabeza. Me conmovía mucho y pensaba que Dios no me había abandonado. En mis momentos más oscuros y de mayor abatimiento, Él había utilizado Sus palabras para guiarme, animarme y consolarme. Pensé en que Dios amaba mucho al hombre, y que no podía seguir estando negativo. A partir de entonces, me despertaba pronto cada día e insistía en comer y beber las palabras de Dios, reflexionando sobre las maneras en las que lo había ofendido.
Un día, leí estas palabras de Dios: “Muchos en la iglesia no tienen discernimiento. Cuando sucede algo desorientador, inesperadamente se ponen del lado de Satanás; incluso se ofenden cuando se les llama lacayos de Satanás. Aunque las personas podrían decir que no tienen discernimiento, siempre se ponen del lado donde no está la verdad, nunca se ponen del lado de la verdad en el momento crítico, nunca se ponen de pie y defienden la verdad. ¿Acaso carecen verdaderamente de discernimiento? ¿Por qué se ponen inesperadamente del lado de Satanás? ¿Por qué nunca dicen una palabra que sea justa y razonable a favor de la verdad? ¿Ha surgido esta situación auténticamente como resultado de su confusión momentánea? Cuanto menos discernimiento tienen las personas, menos capaces son de ponerse del lado de la verdad. ¿Qué muestra esto? ¿Acaso no muestra que los que no tienen discernimiento aman el pecado? ¿Acaso no muestra que son la simiente leal de Satanás? ¿Por qué siempre pueden ponerse del lado de Satanás y hablan su idioma? Todas sus palabras y acciones, la expresión en su rostro, todo ello es suficiente para probar que no son amantes de la verdad; más bien, son personas que detestan la verdad. Que puedan ponerse del lado de Satanás basta para probar que Satanás realmente ama a estos insignificantes demonios que pasan la vida luchando a favor de Satanás. ¿No son todos estos hechos sumamente claros?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). “Porque no aman la verdad, porque son incapaces de ponerse del lado de la verdad, porque siguen a las personas malvadas y están del lado de las personas malvadas y porque se confabulan con personas malvadas y desafían a Dios. Saben perfectamente que lo que esas personas malvadas irradian es maldad, pero endurecen su corazón y le dan la espalda a la verdad para seguirlas. ¿Acaso no están haciendo el mal estas personas que no practican la verdad, pero que hacen cosas destructivas y abominables? Aunque hay entre ellos quienes se visten como reyes y otros que los siguen, ¿no son iguales sus naturalezas que desafían a Dios? ¿Qué excusa pueden tener para afirmar que Dios no los salva? ¿Qué excusa pueden tener para decir que Dios no es justo? ¿No es su propio mal el que los está destruyendo? ¿No es su propia rebeldía la que los está arrastrando al infierno?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Al leer Sus palabras, me sentí humillado y afligido. Que pudiera hacer un mal tan grande no era solamente porque no podía discernir; era fundamentalmente porque valoraba demasiado mi reputación y estatus. Jia Xin nos engatusó para proteger su estatus como líder. No discerní las intenciones ocultas tras sus actos ni observé si sus palabras concordaban con los hechos. Me posicioné a su favor a ciegas, queriendo “luchar por la justicia” y presumir de mí mismo. También quise aprovechar la oportunidad para alcanzar el estatus de líder. Cuando estábamos escribiendo la carta de denuncia, sentí con claridad que no contábamos con la guía de Dios. No llegamos a un consenso en nuestras opiniones y mi corazón no sentía paz. Aun así, fui terco y continué con la carta, siguiendo al anticristo y haciendo el mal. La hermana de nivel superior que vino a la iglesia habló conmigo para ayudarme y dejarme en evidencia, pero no cambié de rumbo, temiendo que los demás me menospreciasen por reconocer mis errores. Iba a los lugares de reunión y juzgaba sin motivo a las personas, contando que los líderes y obreros eran falsos. Mi objetivo era conseguir que los hermanos y hermanas los rechazasen y tuviesen una opinión elevada de mí, para tener la posibilidad de que me eligiesen en elecciones futuras. Debido a las perturbaciones que causé, los hermanos y hermanas no pudieron reunirse y comer y beber las palabras de Dios con normalidad. Desorientamos a la mitad de ellos, y juntos nos opusimos a los líderes y obreros. Dios quería que los hermanos y hermanas pudiesen reunirse, hablar de Sus palabras con normalidad y cumplir bien sus deberes en unidad. Cuando Dios estaba construyendo la iglesia, Satanás quiso tirar por tierra Su trabajo. Entretanto, yo estaba haciendo el papel de siervo y cómplice de Satanás, trastornando y perturbando la obra de la iglesia. Al manifestarme de esta manera, no solo estaba poniéndome del lado incorrecto por una momentánea pérdida de discernimiento. Mi naturaleza era la misma que la de Jia Xin; ambos deseábamos demasiado la reputación y el estatus. Para obtener estatus, creamos desorden en la iglesia y me expulsaron por perseguir ese estatus en lugar de perseguir la verdad. Al pensar en esto, sentí muchísimos remordimientos y culpa. Me arrodillé en el suelo y me di más de 100 bofetadas fuertes en la mejilla. Quería castigarme sin piedad para grabarme a fuego esta lección. También le oré a Dios: “Dios, he hecho el mal. He perseguido el estatus y he perturbado la obra de la iglesia. Estoy dispuesto a arrepentirme, a reflexionar adecuadamente y a intentar comprender el porqué de mis obras malvadas”.
Después de aquello, seguí reflexionando, pensando: “¿Por qué me gusta tanto el estatus y siempre quiero perseguirlo y conseguirlo? ¿Por qué soy tan arrogante y capaz de hacer estas cosas malas?”. Leí un pasaje de las palabras de Dios: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y someterte a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a las intenciones de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). A través de las palabras de Dios, comprendí que la causa profunda de que fuera capaz de hacer cosas malas, era que yo era demasiado arrogante, que me creía demasiado y que tenía un concepto de mí demasiado elevado. Creía que por poder divulgar el evangelio y resolver algunos problemas ya comprendía la verdad y tenía la realidad. Por tanto, era capaz de creer ciegamente en mí mismo y actuar de manera imprudente, y como consecuencia, llevaba a cabo esas acciones malvadas. En lo que concernía a la destitución de Jia Xin, nunca busqué correctamente los principios-verdad. Vi que Jia Xin podía renunciar a las cosas, entregarse, sufrir y pagar un precio en su deber, así que pensé que practicaba la verdad y que tenía la obra del Espíritu Santo. Pensé que, sin perseguir la verdad, ¿quién podría hacer todo eso hasta ese punto? En realidad, a la hora de discernir si alguien tiene la obra del Espíritu Santo, no se puede juzgar en base a lo que parece que esa persona sufre, el precio que paga, renuncia a algo y se entrega. Son cosas que cualquier persona con entusiasmo puede hacer. Uno debe observar principalmente si esta persona puede orar a Dios cuando le suceden cosas y si, incluso cuando eso no cumple sus propias nociones, puede desprenderse, buscar la verdad y tener un corazón que tema y se someta a Dios. Además, debería poder guiar al pueblo escogido de Dios para experimentar Sus palabras y comprenderse a sí mismos, y debería también resolver los problemas que los hermanos y hermanas tienen en sus deberes. Eso es lo que un líder y un obrero deberían hacer. Jia Xin no podía desempeñar el trabajo de liderazgo, y ya no digamos tener la obra del Espíritu Santo. Cuando la gente ponía al descubierto sus problemas, no los aceptaba, incluso se quejaba sobre las injusticias que ella percibía y nos desorientaba a los demás. Nos dijo intencionadamente que las denuncias en su contra no eran ciertas, enredándonos para que nos pusiésemos de su parte. Nos desorientó y le dijimos a la gente de la iglesia que los líderes y obreros la estaban reprimiendo, lo que condujo a que en la iglesia se formasen bandos y empezase a reinar el caos. Jia Xin renunció a sí misma y se esforzó un poco, pero no buscó la verdad en absoluto cuando le sucedían cosas, ni reflexionó sobre sí misma, ni trató de entenderse. Para salvaguardar su estatus, causó trastornos y perturbaciones y tiró por tierra la obra de la iglesia. Su esfuerzo y su sufrimiento solo eran para proteger y satisfacer su deseo personal de estatus. En cuanto alguien tocaba su estatus, hacía cosas malvadas como formar bandos y sembrar la discordia. Su naturaleza era la de odiar la verdad; era un anticristo astuto, falso, insidioso y cruel. Yo no tenía ningún discernimiento. Seguí a Jia Xin al hacer el mal y juzgué a los líderes y obreros durante las reuniones, y como consecuencia, los hermanos y hermanas resultaron desorientados y se pusieron de mi parte, excluyendo a los líderes y obreros. Esto provocó graves perturbaciones a la vida de la iglesia. Había hecho un mal muy grande, pero aun así pensaba que tenía sentido de la rectitud; realmente era tan atolondrado y arrogante que había perdido completamente la razón. Si hubiera comprendido un poco de la verdad y tuviese un corazón temeroso de Dios, no habría hecho tanto mal. Vi que yo era muy deficiente y mi carácter, muy arrogante. ¡Necesitaba muchísimo de la reprensión y la disciplina de Dios para limpiarme y transformarme!
Más adelante, leí más palabras de Dios: “Antes de que Dios envíe Su furia, ya ha percibido la esencia de cada asunto de forma bastante clara y completa, y ya ha formulado definiciones y conclusiones precisas y claras. Así pues, el objetivo de Dios en todo lo que acomete es totalmente claro, como lo es Su actitud. Él no está confundido ni ciego, no es impulsivo ni descuidado y, desde luego, no carece de principios. Este es el aspecto práctico de la ira de Dios y, debido a este aspecto práctico de la ira de Dios, la humanidad ha alcanzado su existencia normal. Sin la ira de Dios, la humanidad descendería a condiciones de vida anormales y todas las cosas justas, bellas y buenas serían destruidas y dejarían de existir. Sin la ira de Dios, las leyes y reglas de existencia para los seres creados serían quebrantadas o incluso totalmente trastocadas. Desde la creación del hombre, Dios ha utilizado continuamente Su carácter justo para salvaguardar y sustentar la existencia normal de la humanidad. Debido a que Su carácter justo contiene ira y majestad, todas las personas, acontecimientos y cosas perversas, y todo lo que perturba y daña la existencia normal de la humanidad es castigado, controlado y destruido como resultado de Su ira” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). “Dios posee este tipo de carácter justo porque detesta la maldad, las tinieblas, la rebeldía y los actos perversos de Satanás, que corrompen y devoran a la humanidad, porque Él detesta todos los actos de pecado en oposición a Él y debido a Su esencia santa y pura. Por esto es por lo que Él no sufrirá a ninguno de los seres creados o no creados oponiéndose a Él o disputando con Él. Incluso si un individuo hacia el que Él hubo mostrado alguna vez misericordia o al que había escogido, solo necesita provocar Su carácter y transgredir Su principio de paciencia y tolerancia, Él liberará y revelará Su carácter justo que no tolera ofensa sin la más mínima misericordia o duda” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). A través de Sus palabras, comprendí que el carácter justo de Dios no debe recibir ofensa del hombre. Dios tiene principios a la hora de condenar y descartar a alguien. No es un impulso momentáneo ni nada hecho a la ligera; más bien, se hace cuando Él ve la verdadera esencia de una persona. Durante esa época que hice el mal, los hermanos y hermanas varias veces me aconsejaron y me pidieron que hiciese autorreflexión, y que no causase trastornos ni perturbaciones. No obstante, no lo acepté y siempre que la charla de alguien no coincidía con mi opinión, me oponía a esa persona, lo que condujo a que mis acciones malvadas se volviesen cada vez más graves. Desde mi desobediencia inicial hasta provocar perturbaciones luego, y finalmente dividir a la iglesia, cada uno de estos actos de maldad era prueba de mi arrogancia y mi vanidad, mi aversión y mi odio a la verdad. Fui muy arrogante e intransigente al no aceptar la verdad hasta que ya me habían expulsado. Dios ya me había dado varias oportunidades para arrepentirme, pero las rechacé todas. Si no me hubieran expulsado, no habrían disminuido ni la furia de Dios ni el caos en la iglesia. Pensé en cómo, antes de destruir Sodoma, Dios había advertido a los habitantes de la ciudad repetidas veces de que debían arrepentirse, pero se opusieron a Él con terquedad y no mostraron ni un atisbo de arrepentimiento. Al final, Dios liberó su ira sobre Sodoma y destruyó la ciudad. Ahora, yo había experimentado en primera persona el carácter justo de Dios y aunque mi corazón estaba profundamente atormentado y sufriendo, me había impedido hacer el mal y me hizo ver que no se debe ofender el carácter de Dios, y que la verdad y la justicia son las que detentan el poder en la iglesia. Ahora, que Dios me permitiese seguir respirando y que no me arrebatase la vida ya era una señal de Su misericordia. Si seguía sin reflexionar ni intentar comprenderme, en última instancia Dios me destruiría. Me presenté ante Dios y le oré: “Dios, he hecho el mal y he ofendido Tu carácter. Haber sido expulsado es Tu justicia. Mis transgresiones pasadas no pueden compensarse y ahora vivo para comprenderme y arrepentirme ante Ti”. Decidí que, independientemente del resultado futuro, perseguiría la verdad y desecharía mi carácter corrupto, y ya no intentaría conseguir reputación ni estatus. Si Dios me destruía de verdad algún día, sería Su justicia. No tenía muchas esperanzas de entrar en el reino; solo quería empezar de cero para ser un verdadero ser creado. Le oré a Dios en mi corazón diciendo que, si me daba una oportunidad más, estaba dispuesto a ser uno de los seguidores de menor importancia de la iglesia. Estaba dispuesto a cumplir cualquier deber que me fuese asignado; me bastaba con hacer algo para la casa de Dios. Más adelante, la iglesia me encontró y me pidieron ayudar a los hermanos y hermanas a comprar algunas cosas. Me sentí muy honrado.
Un día de abril del año 2016, un líder vino a mi casa y me dijo: “Te han admitido de nuevo en la iglesia, y la mayoría de los hermanos y hermanas están de acuerdo con la decisión”. En ese momento, estaba tan emocionado que no sabía ni qué decir. Después de que el líder se marchara, no podía evitar que me cayeran las lágrimas. ¡En mi corazón, le daba gracias a Dios y lo alababa sin cesar! Le oré a Dios: “¡Dios! No me esperaba que fueses a darme la oportunidad de volver a la iglesia. Gracias por estar a mi lado, por esclarecerme y guiarme para comprenderme a mí mismo. ¡Dios! Estoy dispuesto a valorar esta oportunidad y te garantizo que ya no volveré a hacer el mal o a causar perturbaciones. Si vuelvo a tener las actitudes de antes y provoco perturbaciones en la iglesia, estoy dispuesto a recibir Tu castigo”.
Tras mi vuelta a la iglesia, empecé pronto a cumplir mi deber. En una ocasión, el líder de la iglesia se me acercó y acordó que yo cumpliera un deber de acogida. Pensé para mí: “¿Cómo pudieron encargarme este deber? ¿No es un deber propio de personas que ya tienen cierta edad? Si los hermanos y hermanas se enterasen de esto, ¿qué pensarían de mí?”. Pensé algunas cosas acerca del líder y sentí que estaba desaprovechando mis talentos en una tarea insignificante. No obstante, más adelante, leí unas palabras de Dios que decían así: “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). A través de las palabras de Dios, comprendí que Él no necesitaba que yo hiciese un trabajo superimportante. Lo que quería era que cumpliese mi deber de manera centrada. Aunque fuese un deber corriente, siempre y cuando escuchase las palabras de Dios y lo hiciese conforme a Sus exigencias, sería suficiente. No podía cumplir mi deber según mis preferencias; este tenía que basarse en las necesidades del trabajo de la iglesia. Debía someterme a los arreglos de la iglesia y trabajar discretamente para cumplir bien mi deber. Eso es lo que haría una persona con conciencia y razón. Ahora, enfrentarme a este deber me había revelado y puesto a prueba. Sin tales circunstancias, habría pensado que era bastante sumiso a Dios y que mi carácter arrogante y deseo de perseguir la reputación y el estatus ya habrían cambiado. En realidad, aún mostraba bastante arrogancia y vanidad; tenía grandes ambiciones y deseos, y no estaba dispuesto a ser el más insignificante entre la multitud. Esta era mi verdadera estatura. Para purificarme y cambiar, necesitaba experimentar el juicio y el castigo de las palabras de Dios, así como pruebas y refinamiento. Al reconocerlo, acepté este deber. Aunque no sabía cocinar, podía aprender diligentemente mientras cumplía mi deber y acoger a los hermanos y hermanas según los principios. Haciendo esto, mi corazón se sintió en paz. ¡Gracias a Dios por salvarme!