Reflexiones previas a mi expulsión
En 2014 trabajaba en la producción de videos en la iglesia. Pronto me ascendieron a líder de grupo. Para hacer bien los videos, meditaba los principios, oraba, buscaba y me tomaba en serio las tomas. Con el tiempo eligieron la mayoría de los videos que yo produje para utilizarlos, y los hermanos y hermanas me miraban admirados. No pude evitar pensar que yo era de los mejores de la iglesia; si no, no me habrían ascendido. Un par de semanas después, el supervisor me ordenó dirigir la producción de videos de otro grupo y me insistió: “Guía a los hermanos y hermanas para que experimenten las palabras de Dios y sigan los principios”. No pude evitar felicitarme por ello. Que el supervisor me mandara dirigir a los demás indicaba que tenía habilidades y capacidad. Una vez llegada al grupo, supe que un par de hermanos no tenían buenas habilidades de producción de videos. A una hermana no se le daba mal, pero era joven, así que le faltaba experiencia en todos los aspectos. El líder del grupo era el único un tanto capaz en todos los sentidos. Al enseñar las palabras de Dios en las reuniones, el líder del grupo no era tan conciso ni organizado como yo, y no tenía una perspectiva tan amplia al debatir ideas para la producción de videos. La mayor parte del tiempo, todos daban su visto bueno a mis sugerencias, con lo que me lo tenía todavía más creído. En algunos debates, el líder del grupo expresó unas ideas distintas a las mías, que desdeñé por completo. Pensaba para mis adentros: “Con todo lo que llevo en este deber, ¿no sé lo que hay?”. Me aferraba a mi idea y me sentía muy molesta con el líder del grupo. Una vez, mientras debatíamos la producción de videos, yo había compartido algunas ideas y al líder del grupo no le gustó ninguna. Me empezó a hervir la sangre y sentía que había echado abajo todas mis ideas para dejarme en mal lugar. Me quejé a sus espaldas: “No sé qué critica; no tenía ninguna idea buena, pero echó abajo todas las mías, por lo que no logramos nada en toda la mañana. ¿No está demorando nuestro trabajo?”. Los hermanos y hermanas creyeron que había un problema con el líder del grupo tras oírme decir aquello. Un hermano habló con él y lo criticó por arrogante y por su incidencia en el trabajo. El líder del grupo se sintió culpable y quiso dimitir. Me sentí algo culpable por ello y creía haberme pasado de la raya, así que me apresuré a pedirle disculpas, pero luego no hice introspección.
Un día vino una líder de la iglesia a una reunión y preguntó por nuestra producción de videos. La líder aprobó mis ideas y propuso que todos siguieran mis sugerencias y las refinaran al trabajar en ellas. Pensé para mis adentros: “Que la líder haya dado el visto bueno a mis ideas indica que soy más capaz que el resto, por lo que todos deben escucharme”. Después organicé todo el trabajo del grupo, y los demás venían a hablarme de todos los problemas que se encontraban. Me establecí como eje central del grupo. Sentía que yo era el motor del grupo y que su líder era una figura decorativa. Yo tenía la última palabra en todo. Cuando no salían como yo quería los videos que hacían ellos, los modificaba directamente como me daba la gana. Una vez, el hermano Wang Yi advirtió que había hecho cambios a un video suyo, y me preguntó: “¿Por qué lo modificaste tanto? Si te parecía muy cuestionable, podríamos haberlo debatido juntos. ¿Por qué no me pediste opinión antes de editarlo?”. Sus preguntas me avergonzaron un poco, pero pensé: “Tengo más aptitud que tú y mejor comprensión de los principios, así que todos mis cambios son mejoras”. Inflexible, respondí: “¿No hice todos los cambios para tener mejores resultados? Si te parece que no recibieron tu visto bueno, la próxima vez lo hablaré contigo primero”. Él tenía las manos muy atadas. Luego me volví cada vez más arrogante en el deber. Me negaba a escuchar sugerencias de otros hermanos y hermanas cuando debatíamos el trabajo, pues creía que no tenían buenas ideas y que acabaríamos haciendo lo que yo quisiera de todos modos. En ocasiones, cuando expresaban dudas sobre mis planes, yo replicaba con confianza: “Si no les gusta mi idea, ¿tiene alguno de ustedes un plan mejor?”. Tenían las manos atadas y debían hacer lo que yo dijera. Con el tiempo, nadie del grupo rebatía ya mis ideas. Todos asentían con la cabeza a todo lo que yo decía.
Durante un tiempo, los videos que hicimos no pasaron varias fases de evaluación y contenían evidentes vulneraciones de principios. Los hermanos y hermanas se culpaban, con el sentimiento de que no habían cumplido bien su deber, pero yo no hacía introspección. Creía haberme aplicado, pero que, como teníamos una aptitud limitada, era normal no llegar al nivel. Después, el deber empezó a parecerme cada vez más difícil, y me daba mucho sueño. Una hermana me advirtió: “Deberías hacer introspección. Últimamente no dejas de insistir en que todos hagamos lo que quieres; ¿no es arrogante eso?”. Al saber que yo era arrogante y autoritaria, y que no escuchaba a nadie, nuestra líder me reveló y trató conmigo con dureza. Luego me destituyó al ver que yo no tenía autoconocimiento. Estaba insensible y no sabía cómo volverme hacia Dios. Creía tener puntos fuertes, pensar de forma flexible y que la iglesia pronto me daría otro deber. Seguí estudiando producción de videos para no perder la práctica con el tiempo, pero siempre que me disponía a trabajar en un video, me quedaba en blanco. Me devanaba los sesos, pero no se me ocurrían ideas; estaba aturdida. Creía que mi pensamiento era amplio y veloz. ¿Por qué ya no podía producir nada? Recordé estas palabras de Dios: “Dios le otorga dones al hombre y le da habilidades especiales, así como inteligencia y sabiduría. ¿Cómo debe el hombre utilizar estas cosas? Debes dedicar tus habilidades especiales, tus dones, tu inteligencia y tu sabiduría a tu deber. Debes utilizar tu corazón y aplicar a tu deber todo lo que sabes, todo lo que entiendes y todo lo que puedes lograr. Así recibirás bendiciones. ¿Qué implica recibir bendiciones de Dios? ¿Qué hace sentir esto a la gente? Que Dios le ha dado esclarecimiento y guía y que hay una senda cuando cumple con el deber. […] Cuando Dios bendice a alguien, este se vuelve inteligente y sabio, perspicaz en toda materia, además de entusiasta, despierto y especialmente hábil; tendrá facilidad y estará motivado en todo lo que hace, y creerá que todo ello es muy fácil y que ninguna dificultad puede entorpecerlo: está bendecido por Dios. Cuando a alguien le parece difícil, incómodo y absurdo todo lo que hace, no lo entiende y no lo comprende sin importar lo que se le diga, ¿qué significa esto? Que no tiene la guía de Dios ni Su bendición” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). Las palabras de Dios me supusieron una llamada inmediata de atención. Cuando vamos por la senda correcta, Dios nos bendice y permite que nuestros dones y fortalezas se activen. Cuando no vamos por la senda correcta, el Espíritu Santo no obra en nosotros, con lo que, por muchos dones y habilidades que tengamos, no sirven de nada. Sin la guía de Dios, los dones y fortalezas de la gente son totalmente inútiles. Cuando empecé en la producción de videos, tenía la actitud correcta y me centraba en buscar los principios, así que Dios me daba esclarecimiento. Él me alertaba tanto al desarrollar habilidades como al aprender principios. Fue entonces cuando vi que todo fue bendición de Dios. Sin embargo, no reconocí la obra del Espíritu Santo. Había logrado resultados y me creía especial. Utilizaba mi aptitud y agudeza como capital, y despreciaba a los demás y me negaba a escuchar sus sugerencias. Por eso acabó abandonándome el Espíritu Santo; caí en tinieblas y no lograba nada en el deber. Antes creía tener talento, pero luego vi que nunca había sido mejor que nadie. Había sido capaz de hacer videos gracias al esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Ahora, sin la obra del Espíritu Santo, no producía nada. Ni siquiera tenía ideas. Por fin descubrí lo miserable y penosa que era.
Después leí este pasaje de las palabras de Dios mientras reflexionaba: “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irracional es, y cuanto más irracional es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen temor de Él en su corazón. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder sobre los demás. Esta clase de persona no venera a Dios lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios y no tienen temor alguno de Él” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Comparé mi conducta con las palabras de Dios. Me dejé llevar por el orgullo tras mis ascensos continuados. Me había creído un talento imprescindible para la iglesia. Cuando el supervisor me encargó la producción de videos de los hermanos y hermanas, me volví aún más arrogante y me creí mejor que todos. Cuando el líder del grupo comentaba mis ideas, me negaba rotundamente a aceptarlo. Hasta pensaba que, cuando discrepaba de mí, me ninguneaba y dejaba en mal lugar adrede, por lo que lo juzgué a sus espaldas y los demás comenzaron a criticarlo y a tratar con él. Entonces se sintió limitado y ya no se atrevió a señalarme mis problemas. Hacía lo que me daba la gana y nadie osaba discrepar. Era tan arrogante que despreciaba a todos, era autoritaria y pretenciosa y no escuchaba sugerencias de nadie. Por eso nos apartamos de los principios en los videos y no logramos nada durante más de un mes. Fue un grave impedimento a los trabajos de video de la iglesia. No supuso un pequeño descuido, ¡sino hacer el mal y resistirse a Dios! Vi entonces que mi resistencia a Dios radicaba en mi carácter arrogante. Todo anticristo expulsado de la iglesia es tan arrogante que pierde la razón, y no escucha a nadie. Interrumpe gravemente la labor de la iglesia y se niega rotundamente a arrepentirse. Al final es descartado. Jamás imaginé que viviría con un carácter arrogante, obcecadamente mandón, y que interrumpiría trabajos importantes de la iglesia. Sin darme cuenta, iba por la senda de un anticristo. Viví en un estado de terror durante unos días, con la constante sensación de que, por haber cometido semejante maldad, seguro que sería descartada. Me sentía muy triste. Mi papá me leyó un pasaje de las palabras de Dios muy conmovedor para mí. Dicen las palabras de Dios: “No quiero ver a nadie con la sensación de que Dios lo ha dejado al margen, de que Dios lo ha abandonado o le ha dado la espalda. Lo único que quiero es veros a todos en el camino de la búsqueda de la verdad y buscando entender a Dios, marchando osadamente hacia adelante con determinación inquebrantable, sin ningún tipo de dudas o cargas. No importa qué errores hayas cometido, no importa lo lejos que te hayas desviado o cuán gravemente hayas transgredido, no dejes que se conviertan en cargas o en un exceso de equipaje que tengas que llevar contigo en tu búsqueda de entender a Dios. Continúa marchando hacia adelante. En todo momento, Dios tiene la salvación del hombre en Su corazón; eso nunca cambia. Esta es la parte más preciosa de la esencia de Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Al oír las sentidas palabras de consuelo de Dios, rebosantes de compasión, ya no pude reprimir el llanto. Vivía con un carácter arrogante e interrumpía los trabajos de video, pero mi entorno me leyó las palabras de Dios, lo que me ayudó a comprender Su voluntad y a hallar una senda de práctica. Era el amor de Dios. Sin embargo, no entendía qué quería Dios ni me volví hacia Él. Lo malinterpreté y culpé. No tenía conciencia. Me embargaban la culpa y el reproche al recordar el mal que había cometido, pero no quería continuar limitada por mis transgresiones y viviendo en la negatividad y los malentendidos, así que oré a Dios dispuesta a buscar la verdad, arrepentirme y cambiar. Seis meses más tarde, para mi sorpresa, el líder me dijo que podía reanudar la producción de videos. Estaba agradecidísima. Me juré que cumpliría bien mi deber para subsanar mis transgresiones previas. Esta vez no era tan arrogante ni terca en el deber como antes. Solía debatir las cosas con los demás, buscaba los principios de la verdad y, cuando alguien tenía una opinión distinta, aprendí a negarme y a escuchar sus sugerencias. Cada vez producía mejores videos.
No obstante, lo bueno no dura. Al ver que hacía mejor mis trabajos de video, mi arrogancia se reavivó inconscientemente. Por entonces tenía una hermana compañera en la producción de videos, pero su mentalidad me parecía muy anticuada, por lo que ignoraba sus sugerencias y pasaba totalmente de ella. Más adelante me comentó que sentía que no cooperaba con ella, así que finalmente tuve en cuenta sus aportaciones, pero como no hacía un buen trabajo, la despreciaba mucho. Le decía lo que debía hacer en tono durísimo, por lo que se sentía limitada. En otra ocasión, cuando la líder del grupo dio una sugerencia para un video producido por mí, pensé: “Tu comprensión de los principios no es mejor que la mía ni tu aptitud tampoco. ¿Necesito realmente que me pongas en duda?”. Así pues, la rechacé sin pensarlo mucho. Como yo ni de lejos era receptiva, la líder del grupo utilizó su experiencia para guiarme para que comprendiera mi carácter corrupto, pero yo era muy reacia y no lo acepté. Otro líder de grupo habló conmigo y me increpó por mi reciente conducta de ser autoritaria y por negarme a aceptar sugerencias ajenas. No lo admití: “Quieres obligarme a aceptar tus ideas. Mis ideas estaban bien; entonces, ¿por qué tengo que negarme y aceptar tus sugerencias?”. Con cara de asco, no dije nada, lo que generó un ambiente muy incómodo, así que la reunión terminó muy precipitadamente. Como era tan arrogante e inflexible y me resistía totalmente a aceptar sugerencias ajenas, no logré nada en el deber y me destituyeron de nuevo. Me sentí muy deprimida tras regresar a casa. Me pregunté: “¿Por qué volví a las andadas? No quería ser tan arrogante, pero no pude evitarlo. Parece que es mi naturaleza, mi esencia, y que no puedo cambiarla”. Me di por vencida.
Un día, mi mamá, que había estado en un deber en otra ciudad, regresó y habló conmigo, y me preguntó por mi introspección. Me escuchó, sacudió la cabeza y dijo: “Solo reconoces tu naturaleza arrogante y que haces el mal y te resistes a Dios, pero ¿implica eso que realmente te conoces y te arrepientes? ¿Por qué, si llevas conociéndote tantos años, tu arrogancia no ha cambiado en nada? Porque tu autoconocimiento es tan superficial ¡que no puedes transformar tu carácter! Has de asimilar las palabras de Dios y hacer introspección desde la raíz. ¿Has reflexionado acerca de la senda de fe que sigues? En más de una década de fe, ¿a quién te has sometido? ¿A quién has respetado? Eres combativa en todo momento y quieres competir con todos y lucirte. Aparte de tus dos destituciones, cuando serviste como líder de iglesia siempre te encumbrabas a ti misma y hacías que te admiraran. Y hace dos años, cuando hacías videos, despreciabas al líder del grupo y eras abiertamente agresiva con él. En consecuencia, el grupo no logró nada en más de dos meses. ¿Has hecho introspección? Los demás te dieron su opinión muchísimas veces; ¿la aceptaste alguna vez?”. Las sucesivas preguntas de mi mamá me llegaron directas al corazón; eran muy incisivas. Sabía que todo era cierto, pero no supe responder en el momento. Decepcionada, añadió: “Hace mucho que te destituyeron; ¿por qué no has hecho auténtica introspección? No has aceptado la verdad. Allá donde asumes un deber, no hay paz. ¡Es un grave problema! Por tu conducta en todos estos años como creyente, por tu naturaleza arrogante, por el mal que has perpetrado y por no aceptar la verdad y no hacer introspección, es muy probable que te expulsen”. Con su alusión a la expulsión, me eché a llorar. Sentí un dolor indescriptible: “¿En serio me van a expulsar? ¿De verdad está llegando mi senda de fe a su fin? ¿Me aislarán totalmente de la iglesia para siempre? Si he seguido a Dios tantos años y sufrido un poco, ¿cómo me pueden expulsar así como así?”. Cada vez me sentía más agraviada y molesta. Mi mamá siguió hablándome, pero yo no la oía. Durante unos días no paré de llorar y llorar. Era muy dolorosa la idea de que la iglesia me expulsara. Me pasaba los días como una zombi, incapaz de reunir la energía para hacer nada.
Una vez volvió mi papá de una reunión, y le pregunté: “¿Me van a expulsar?”. Me respondió con dureza: “Lo importante ahora es cómo abordas esto. Si realmente te expulsan, ¿aún seguirás a Dios? Si tienes sinceros remordimientos, comienzas a arrepentirte y buscas la verdad, la expulsión será una salvación para ti. Si te das por perdida por la expulsión, quedarás plenamente revelada y descartada. ¿Tienes previsto tirar la toalla? ¿No quieres buscar la verdad, arrepentirte de veras y salvar tu desenlace?”. Las palabras de mi papá me despertaron de verdad. Tenía razón. Aunque me expulsaran, ¿no seguía siendo un ser creado? Nadie podría privarme del derecho a leer las palabras de Dios y a buscar la verdad. Tenía que arrepentirme ante Dios. Me postré ante Dios y oré: “¡Dios mío! He llegado a este punto hoy exclusivamente por mi culpa y por no buscar la verdad”. Luego pensé: “Tras todos estos años de fe, ¿por qué no he buscado nunca la verdad, sino que me he mantenido ignorante hasta que me ha llegado la expulsión? Si me hubiera esforzado un poco por buscar la verdad, ¡las cosas no habrían llegado a este punto!”. Me consumían el pesar y el dolor. Me acordé de los ninivitas, que se arrepintieron de verdad y recibieron clemencia de Dios. Enseguida abrí mi libro de las palabras de Dios y leí: “Este ‘camino de maldad’ no se refiere a un puñado de actos malvados, sino a la fuente de mal de la que emana el comportamiento de las personas. ‘Arrepentirse de su propio camino de maldad’ significa que aquellos en cuestión nunca cometerán estos actos de nuevo. En otras palabras, nunca se comportarán de esa forma malvada de nuevo; el método, la fuente, el propósito, la intención y el principio de sus acciones han cambiado todos; nunca más usarán esos métodos y principios para traer disfrute y felicidad a sus corazones. El ‘despojarse’ en ‘despojarse de toda la violencia de sus propios manos’ significa deponer o desechar, romper totalmente con el pasado y nunca volver atrás. Cuando el pueblo de Nínive abandonó la violencia que había en sus manos, esto demostraba y representaba su arrepentimiento verdadero. Dios observa la apariencia exterior de las personas, así como sus corazones. Cuando Dios observó el arrepentimiento verdadero en los corazones de los ninivitas sin dudarlo y también observó que habían dejado sus caminos malvados y abandonado la violencia que había en sus manos, cambió de opinión” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Yo también me emocioné mucho. Los ninivitas se arrepintieron de verdad y recibieron clemencia de Dios. Su arrepentimiento no consistió solo en confesar sus pecados de boquilla ni en centrarse en la conducta externa. Tampoco fue un pesar momentáneo. Fue una transformación de su forma de hacer las cosas, de su posición inicial, y de sus motivaciones. Renunciaron sinceramente a sus afanes anteriores. No solo cambiaron de conducta, sino que lo principal fue que se arrepintieron de veras. Esa clase de arrepentimiento es la única vía para recibir la clemencia y el perdón de Dios. Luego, pensando en mí misma, siempre había dicho que era arrogante, pero nunca había dominado mi carácter arrogante en absoluto. Sabía que hacía el mal y luchaba contra Dios, pero nunca ponía coto a mi malvada conducta. Casi había llegado a ser expulsada, no por haber hecho un par de cosas malas, sino por campar a mis anchas por el camino del mal sin arrepentirme. Jamás había puesto en práctica la verdad ni me había arrepentido ante Dios. Sabía que mi carácter arrogante era grave y que había cometido muchas transgresiones, pero nunca me había esforzado por buscar la verdad para corregirlo. ¿Cómo podría arrepentirme de verdad si nunca corregía mi carácter arrogante? Si no mostraba sincero arrepentimiento, ¿no era mi autoconocimiento una fachada engañosa? Tenía que ser como los ninivitas. Debía hacer introspección a partir de las causas, motivaciones, formas e intenciones de mis actos y arrepentirme ante Dios.
Pensé en cómo me había revelado mi mamá días antes y en que me habían destituido dos veces. Me quedé absorta en ello: “¿Por qué veía que tenía un carácter arrogante, pero, en cuanto sucedía algo, no podía evitar recurrir a él y resistirme a Dios?”. En mis devociones posteriores leí estas palabras de Dios: “Esto es debido a que, hasta que la gente ha aceptado la verdad y la salvación de Dios, todas las ideas que aceptan derivan de Satanás. Todos los pensamientos, puntos de vista y culturas tradicionales que surgen de Satanás: ¿qué le traen a la gente semejantes cosas? Le traen engaño, corrupción, ataduras, grilletes, provocan que los pensamientos de la humanidad corrupta sean acotados y extremos, y que sus puntos de vista sobre las cosas sean unilaterales y sesgados, incluso absurdos y descabellados. Esta es justamente la consecuencia de la corrupción de la humanidad por parte de Satanás” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (I)). “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída! Para resolver el problema de hacer el mal, primero deben resolver su naturaleza. Sin un cambio de carácter, no sería posible obtener una resolución fundamental a este problema” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Al meditar las palabras de Dios vi que, antes de alcanzar la verdad, mis ideas y perspectivas provenían de Satanás. Desde niña, por lo que aprendía en la escuela, lo que me enseñaban mis mayores y lo que me influía socialmente, creía que tenía que ser el centro de todo. “Yo soy la reina” y “solo yo domino” se convirtieron en mis pretensiones y en mis palabras de vida. Consideraba estas filosofías satánicas cosas positivas. En todo grupo en que estuviera quería mandar, tener la última palabra; no podía evitar querer dar órdenes y hacer que todos me obedecieran. Como el líder del grupo no me escuchaba y no paraba de darme sugerencias, me cansé y lo juzgué delante de los hermanos y hermanas. Para que todos me hicieran caso, los oprimía aprovechando mi gran aptitud y mis cualificaciones. Todos los hermanos y hermanas estaban tan limitados que no se atrevían a expresar sus opiniones y me obedecían como títeres. En consecuencia, mi deber era una ruina. Obligaba a los demás a hacer lo que yo quisiera y a escucharme. No revelaba un carácter un poquitín arrogante, sino excesivamente arrogante. Dios jamás podría mantener en Su casa a una persona satánica como yo. Si la iglesia me expulsaba, ¡sería exclusivamente la justicia de Dios! Estaba agradecida a Dios y no tenía quejas. Sabía que había cometido muchas transgresiones que no podría subsanar jamás y me embargaba el pesar.
Después recordé que mi mamá me dijo que no reflexionara solamente acerca de esas dos destituciones, sino también acerca de la senda que había seguido en todos mis años de fe. Encontré unas palabras pertinentes de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos nacen sin inclinación a vivir de acuerdo con las reglas, ni a llevar una vida normal, ni a ser tranquilamente fieles a su posición ni a vivir de una forma sensata como una persona normal. No se conforman con ser una persona de este tipo. Por tanto, expresen lo que expresen en apariencia, en el fondo nunca están contentos; deben hacer algo. ¿Hacer qué? Cosas que una persona común nunca podría imaginar. Les gusta destacar así y, para ello, estarían dispuestos a pasar por algunas dificultades y a pagar un precio. Según el refrán, ‘los nuevos funcionarios están deseando impresionar’: tienen que hacer un pequeño milagro o formar algún tipo de legado para demostrar que no son un don nadie. ¿Cuál es el problema más grave de esto? Que, aunque trabajen en la iglesia y trabajen fingiendo cumplir con su deber, nunca han buscado en Dios el modo de hacer las cosas y nunca han examinado en serio lo que decreta la casa de Dios, cuáles son los principios de la verdad, qué hacer para favorecer el trabajo de la casa de Dios, qué se puede hacer para beneficiar a los hermanos y hermanas y no para insultar a Dios, sino para dar testimonio de Él, así como para el correcto desarrollo del trabajo de la iglesia, de forma que salga sin problemas ni descuidos. Nunca preguntan por estas cosas ni las consultan. No llevan estas cosas en el corazón; su corazón no guarda estas cosas. ¿Y qué consultan? ¿Qué guarda su corazón? Lo que guarda es cómo mostrar su talento en la iglesia, cómo mostrar que son diferentes a todos los demás, cómo lucir sus dotes de liderazgo, cómo mostrar a la gente que son un pilar de la iglesia, que la iglesia no puede prescindir de ellos, que solo porque hay gente como ellos puede progresar sin problemas todo proyecto del trabajo de la iglesia. Según la expresión de los anticristos, su estímulo y su motivación para hacer las cosas, ¿en qué posición se sitúan? En una posición por encima de todo. […] ¿Cuál es su objetivo? No es hacer un buen trabajo cumpliendo con su deber de seres creados ni tener en consideración la carga de Dios. Más bien se trata de controlar todo mientras sirven en la iglesia y a los hermanos y hermanas. ¿Por qué decimos que quieren controlar todo? Porque, a la hora de proceder, primero tratan de hacerse un lugar, de hacerse un nombre, de tener una gran reputación, con el poder de mandar y tomar decisiones. Si lo consiguen, pueden sustituir a Dios y convertirlo en una figura decorativa. En su esfera de influencia, intentan convertir a Dios encarnado en una marioneta; esto es lo que se denomina situarse por encima de todo. ¿No es esto lo que hacen los anticristos? Es la conducta de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (X)). Las palabras de Dios revelaban mi estado preciso. Llevaba más de una década creyendo, pero nunca me había conformado con ser común. Allá donde fuera y en todo deber que cumpliera, siempre quería ser la mejor de los mejores. En mis primeros años como creyente regaba a nuevos fieles en la iglesia. A fin de demostrar mi valía, me esforzaba por dotarme de la verdad de las visiones para resolver los problemas de los nuevos. Lloviera o no, por muy lejos que llegara el camino, jamás me quejaba de la dificultad. Tras convertirme en líder de iglesia, había aspirado a destacar de la multitud. Luego, cuando producía videos, con tal de sobresalir, me quedaba en vela, me esforzaba con los principios y destrezas, y acabé siendo ascendida y elogiada por los líderes y por los demás, con lo que me dejé llevar aun más. Me creía un talento imprescindible para la iglesia y llegué a considerarme, sin vergüenza alguna, el eje central del grupo. Era prepotente y autoritaria en el grupo. Una vez destituida, solo reconocí ser arrogante y haber hecho el mal, pero no reflexioné sobre mi conducta ni sobre la senda por la que iba. Surgieron los mismos problemas cuando volví a crear videos. ¿Por qué siempre era tan arrogante y no me sometía a nadie? ¿Por qué no escuchaba las ideas de nadie más? ¿Por qué siempre quería tener la última palabra y que todos me hicieran caso? Porque era demasiado arrogante y no quería ser una persona corriente. Quería estar por encima del resto, que me escucharan. ¿En qué se diferenciaba mi carácter del carácter, propio de un anticristo y revelado por Dios de “situarse por encima de todo”? Descubrí entonces que, aunque había sido creyente todos esos años, mi carácter satánico no se había transformado y yo tenía un fuerte carácter de anticristo. Me sentí agraviada al saber que la iglesia iba a expulsarme, como si Dios debiera no rechazarme por haber sido creyente todos esos años, pero realmente no era una persona que buscara la verdad. Iba en pos de la reputación y la ganancia, había elegido la senda equivocada. Por eso, después de más de una década, todavía no había alcanzado la verdad. ¿Quién tenía la culpa? ¡Yo, por no buscar la verdad! Además, al recordar mis transgresiones y acciones malvadas de esos años, ¡que la iglesia me expulsara era la justicia de Dios! Vivía de acuerdo con mi carácter arrogante. No solo había interrumpido gravemente el trabajo, sino que también había limitado y dañado a los demás. ¡No tenía humanidad alguna! Por mi esencia, mi carácter y todo el mal que había hecho, deberían haberme expulsado. A esas alturas no pensaba en si la iglesia me expulsaría o no. Tenía que decidirme, buscar la verdad y corregir mi carácter corrupto.
Después, la iglesia organizó que me reuniera con dos personas que habían sido aisladas para que reflexionaran. Busqué palabras de Dios que expusieran y analizaran mi corrupción y mi conducta malvada para enseñarles que iba por la senda de un anticristo, que era como Satanás y que mi expulsión sería la justicia de Dios. Añadí: “Hemos de arrepentirnos sinceramente. Sea cual sea nuestro resultado, hemos de seguir a Dios y cumplir nuestro deber”. Luego ya no era tan arrogante como antes. En mi relación con otros, ya no quería tener la última palabra. Cuando surgían problemas, pedía sugerencias. Solía advertirme a mí misma que me negara y me fijara más en los puntos fuertes de otros y, sin darme cuenta, me volví mucho más humilde. Meses más tarde, la iglesia examinó mi conducta y determinó que tenía un grave carácter de anticristo, pero no su esencia, así que no me expulsó. Posteriormente, como tenía cierto autoconocimiento y arrepentimiento, la iglesia me dispuso un nuevo deber. Me abrumó la emoción al saberlo, y las lágrimas me enturbiaron la vista. Recordé estas palabras de Dios: “El carácter de Dios es vital y vívidamente visible. Él cambia Sus pensamientos y actitudes según la manera en que se desarrollan las cosas. La transformación de Su actitud hacia los ninivitas le dice a la humanidad que Él tiene Sus propios pensamientos e ideas; Él no es un robot ni una figura de arcilla, sino el propio Dios vivo. Él podía estar airado con los habitantes de Nínive, del mismo modo que podía perdonar sus pasados debido a sus actitudes; Él podía decidir traer desgracia sobre los ninivitas, y podía cambiar Su decisión debido a su arrepentimiento. A las personas les gusta aplicar rígidamente las reglas y utilizarlas para delimitar y definir a Dios, del mismo modo que les gusta usar fórmulas para tratar de entender el carácter de Dios. Así pues, en lo que respecta al ámbito del pensamiento humano, Dios no piensa ni tiene ideas sustanciales. Pero en realidad, los pensamientos de Dios están en un estado de transformación constante, de acuerdo con los cambios en las cosas y los entornos. Mientras estos pensamientos se están transformando, se revelan diferentes aspectos de la esencia de Dios. Durante este proceso de transformación, en el preciso momento en que Dios cambia Su opinión, lo que le muestra a la humanidad es la existencia real de Su vida, y que Su carácter justo está lleno de dinámica vitalidad. Al mismo tiempo, Dios usa Sus propias revelaciones verdaderas para demostrar a la humanidad la certeza de la existencia de Su ira, Su misericordia, Su benignidad y Su tolerancia” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). El carácter justo de Dios es muy dinámico y lleno de vitalidad. Trátese de ira, majestad, misericordia o amor, todo ello es sincero. Dios expresa Su carácter poco a poco en función de la actitud del hombre hacia Él y hacia la verdad. Cuando seguía mi propia senda, Dios dispuso sucesivas situaciones para revelarme, golpearme y disciplinarme, pero nunca me arrepentí ni hice introspección y me mantuve intransigente. Hasta que no llegué al punto de ser expulsada, no desperté y empecé a hacer introspección por fin. Ya con cierta comprensión y repugnancia hacia mí misma, estaba dispuesta a renunciar a mis afanes equivocados y a regresar a Dios, Él me mostró misericordia y me dio otra oportunidad de arrepentirme. Se tratara de la ira, la maldición, la misericordia o la tolerancia de Dios, todo ello era una manifestación real de Su carácter justo. Dios me expresa Su carácter en función de mi actitud hacia Él y hacia la verdad. También experimenté de veras que el carácter de Dios rebosa vitalidad dinámica. Dios siempre está a mi lado observando toda palabra y acción mía. Sin importar mis pensamientos ni cómo me haya portado, Dios ha tenido una opinión. De no haber enfrentado la expulsión aquella vez, mi insensible e inflexible corazón no habría mirado atrás y yo realmente no habría hecho introspección sincera. Sin la reprensión y la disciplina severas de Dios, no habría hecho sino volverme más arrogante, me habría resistido más a Él, y al final, Él me habría castigado. Esta experiencia acarreó una transformación de mi vida como creyente. Descubrí los sinceros propósitos de Dios y percibí Su amor y salvación.
Este verano, la iglesia dispuso que volviera a trabajar en los videos. Una vez me atasqué en una idea sobre un video, y en ese momento se me acercó una hermana. Al conocer mi dificultad, me dio su opinión. La escuché, lo que dijo no me pareció ni de lejos lo que yo quería y sentí cierto desprecio. Pensé para mis adentros: “A mí aún no se me ha ocurrido una idea tras pensar durante tanto tiempo; si tú ni has cumplido este deber, ¿por qué habrías de tener buenas sugerencias?”. No quise seguir escuchando. Vi entonces que se estaba reavivando mi carácter arrogante, así que me apresuré a orar a Dios en mi interior y recordé un pasaje de Sus palabras que había leído hacía poco: “La senda para ser perfeccionado se alcanza mediante tu obediencia a la obra del Espíritu Santo. No sabes a través de qué clase de persona Dios obrará para perfeccionarte, ni a través de qué persona, situación o cosa te permitirá ganar o ver las cosas. Si puedes transitar por este camino que es el correcto, eso muestra que hay gran esperanza de que seas perfeccionado por Dios. Si no puedes hacerlo, esto muestra que tu futuro es sombrío y carece de luz” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que obedecen a Dios con un corazón sincero, con seguridad serán ganados por Él). Vi que realmente me faltaba razonamiento. Creía que la hermana no podía dar buenas sugerencias sin experiencia en ese deber. Ese era mi juicio y no concordaba para nada con las palabras de Dios. Creía tener inteligencia y dones, pero, si no me guiaba Dios, por más que lo intentara, no se me ocurrían ideas. Pensé en mis fracasos anteriores y no me atreví a confiar de nuevo en mí. Quizá el Espíritu Santo guiaría o daría esclarecimiento a esta hermana, por lo que yo no podía ser arrogante ni limitarla. Comencé a negarme, a escuchar atentamente las sugerencias de la hermana, y, sin darme cuenta, obtuve inspiración de nuestra conversación y tuve mayor lucidez. ¡Di sinceras gracias a Dios! Cuanto más lo experimentaba, más percibía que había sido muy arrogante. Vi que Satanás me había corrompido muy a fondo y que mi naturaleza arrogante estaba profundamente enraizada, y me odié todavía más, pero sabía que no podría corregir súbitamente el problema de una naturaleza arrogante y que se tenía que corregir con el juicio y la poda reiterados por parte de Dios. Solía orar a Dios para pedirle reprensión y disciplina y jurarle que, por más que sufriera, continuaría buscando la verdad, cumpliría mi deber y reconfortaría Su corazón.