Reflexiones de una “buena líder”
Desde que yo era pequeña, mis padres me enseñaron a ser amigable con la gente y a ser una persona accesible y empática. Si quienes me rodeaban tenían problemas o defectos, no podía exponérselos de frente, y debía pensar en un su dignidad. Debido a esta educación, nunca tuve conflictos ni disputas con nadie, y quienes me rodeaban pensaban que yo era una buena persona y querían estar conmigo. Yo también pensaba que era bueno tratar así a la gente. Tras hacerme creyente, seguí llevándome así con mis hermanos y hermanas. Sobre todo tras convertirme en líder de iglesia, creía que debía ser amigable con los demás y nunca acusar a la ligera a otros de haberse equivocado. Así, no arruinaría la buena relación entre nosotros, y ellos querían llevarse bien conmigo, me elogiaban diciendo que era amistosa y una buena líder.
Después, supe que una líder de grupo, la hermana Joan, cumplía su deber sin ninguna carga. Le recordé varias veces: “Como líder de grupo, deberías entender el estado de tus hermanos y hermanas y hacer seguimiento del trabajo de grupo”. Pero ella seguía sin hacerlo, así que tuve que recordárselo otra vez y preguntarle por qué. Ella me dijo que solo tenía una hora libre, pero la usaba para Facebook y para mirar películas, por lo que no hacía seguimiento de nada. Tras oír esto, me enojé y pensé: “Eres holgazana y no llevas nada de carga. Cuando los hermanos y hermanas no asisten a las reuniones, ¡no piensas en apoyarlos!”. Quería tratar con ella por salir del paso en su deber y ser irresponsable, pero pensé que, si trataba con ella, ella podría distanciarse de mí y decir que, como líder de iglesia, yo no era buena y accesible. No quería arruinar nuestra relación armónica, así que, en vez de tratar con ella, la alenté. Le dije: “Puedes usar esa hora libre para intentar entender el estado de tus hermanos y hermanas, y así podrás cumplir bien con tu deber”. Lo hizo bien unos días, pero el mismo problema siempre resurgía. Su forma de salir del paso en su deber hizo que cada vez más recién llegados asistieran a reuniones de forma irregular, y algunos ni siquiera se molestaban en asistir. Estaba muy enojada. ¡Esta líder de grupo era muy irresponsable! De verdad quería tratar con ella, pero cuando pensaba que se distanciaría de mí, no decía nada, y tuve que regar y apoyar a esos recién llegados yo misma. Tras hablar con estos recién llegados, descubrí que no asistían a las reuniones porque había muchas dificultades que no se resolvían, pero Joan me había dicho que ellos no respondían los mensajes. Tras ver la actitud de Joan hacia su deber, de verdad quería tratar con ella. Quería hacerle saber las graves consecuencias de su irresponsabilidad. Pero también quería ser una buena líder, amigable y accesible, por lo que cambié de opinión, y, en cambio, dije cosas para alentarla. Por eso, nunca cambió. En una reunión, Joan se quejó: “Hace mucho que estoy en el grupo. ¿Por qué no me ascienden?”. Tras oír lo que dijo Joan, pensé: “Eres muy holgazana, sales del paso en tu deber y eres irresponsable. ¿Cómo podrías ser ascendida?”. Aunque estaba enojada con ella, la consolé y le dije: “Cualquiera sea el deber que cumplimos, lo hacemos por los arreglos soberanos de Dios. Aunque nuestros deberes sean diferentes, todos regamos a los recién llegados y experimentamos la obra de Dios”. Pensé que con esto sentiría que la comprendía y que me importaba, y que era una buena líder. Así, a pesar de ver los problemas los demás, nunca los exponía ni trataba con ellos. En cambio, decía algunas cosas agradables para consolarlos y alentarlos. Pensé que esto mantendría mi buena imagen de ser accesible en el corazón de los demás.
En otra oportunidad, Edna, la diaconisa de evangelio y Anne, una líder de grupo, no se llevaban bien. Edna me dijo, enojada; “Anne es muy holgazana. Le pregunté por el estado y las dificultades de aquellos en su grupo y me respondió muy tarde. Si no puede estar al tanto de sus estados, no hace bien su deber”. Sabía que Edna tenía un carácter bastante arrogante, su tono solía ser de orden o exigencia, que era difícil de aceptar para los demás, y a Anne le preocupaba su orgullo. Era posible que ella oyera el tono de Edna y no pudiera aceptarlo, y por eso no quisiera responder. Quería señalarle esto a Edna, pero no quería que ella se sintiera herida o que sintiera que no entendía, por lo que, de modo amigable, le dije: “Tal vez Anne estaba ocupada y no vio tu mensaje”. Después, hablé con Anne, y ella me dijo con tristeza: “Edna es muy arrogante. Realiza exigencias sobre cómo debo hacer mi deber, por eso no quiero responder sus mensajes”. Vi que ella no aceptaba consejos de otros y quise recordárselo, pero me preocupaba que no lo aceptara y que eso destruyera la armonía entre nosotras, por lo que dije: “Tal vez no comprendiste a Edna. Solo quiere que cumplas bien tu deber”. Solo las consolé y las exhorté, y no señalé sus problemas. Ninguna de ellas se entendía a sí misma. Edna aún no podía hacer seguimiento del trabajo de Anne, y Anne se sentía perjudicada y sentía que no podía cumplir su deber. Sabía que yo no cumplía mis responsabilidades como líder, lo que implicaba que ellas no notaban sus propios problemas. Yo había causado estos resultados. Oré a Dios, pidiéndole que me esclareciera para que pudiera conocerme.
Leí en las palabras de Dios: “Practicar la verdad no consiste en decir palabras vacías y recitar frases hechas. Independientemente de lo que uno se encuentre en la vida, siempre que tenga que ver con los principios de la conducta humana, las perspectivas sobre los acontecimientos, o el cumplimiento de su deber, se enfrentan a una elección y deben encontrar la verdad, una base y un principio en las palabras de Dios, y luego deben encontrar una senda para practicar; los que pueden practicar de este modo son personas que perseguir la verdad. Ser capaz de perseguir la verdad de este modo, por muy grandes que sean las dificultades que uno encuentre, es recorrer la senda de Pedro y de la búsqueda de la verdad. Por ejemplo: ¿Qué principio debe seguirse al relacionarse con los demás? Tu punto de vista original es que no debes ofender a nadie, sino mantener la paz y evitar que nadie quede mal, para que en el futuro todos puedan llevarse bien. Constreñido por este punto de vista, cuando veas a alguien hacer algo malo, cometer un error o un acto que vaya en contra de los principios, preferirás tolerarlo que sacarle el tema a esta persona. Constreñido por tu punto de vista, te vuelves reacio a ofender a nadie. No importa con quién te relaciones, al encontrarte limitado por la idea de afectar la imagen de los demás, por las emociones o por los sentimientos que han crecido durante muchos años de interacción, siempre dirás cosas agradables para hacer feliz a la gente. Cuando hay cosas que te parecen insatisfactorias, también eres tolerante; te limitas a desahogarte un poco en privado, a soltar unas cuantas calumnias, pero cuando te encuentras con ellos en persona, no remueves las cosas y sigues manteniendo una relación con ellos. ¿Qué opinas de tal conducta? ¿Acaso no es la de alguien que dice sí a todo? ¿Acaso no es bastante evasiva? Eso infringe los principios de conducta. Entonces, ¿no es una bajeza actuar de esa manera? Los que actúan así no son buenas personas ni son nobles. No importa cuánto hayas sufrido ni el precio que hayas pagado, si te comportas sin principios, entonces habrás fallado y no obtendrás la aprobación de Dios, no serás recordado por Él ni le complacerás” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para cumplir bien con el deber, al menos se ha de tener conciencia y razón). Tras meditar sobre las palabras de Dios, comprendí que practicar la verdad es actuar según los principios de la verdad, sin importar qué pase, y no temer ofender a la gente. Pero, cuando me relacionaba con mis hermanos y hermanas, siempre quería que los demás pensaran bien de mí, quería mantener la armonía entre nosotros y buscaba ser accesible y empática para que los hermanos y hermanas me elogiaran, pero descuidaba practicar la verdad. Cuando vi que Joan cumplía su deber sin llevar una carga, que era holgazana y maliciosa, quise tratar con ella por ser irresponsable, pero para mantener una buena relación con ella y hacerle sentir que yo era una líder buena y accesible, no expuse su problema. Como resultado, por su irresponsabilidad algunos recién llegados no tenían solución para sus problemas y no asistían a las reuniones. Y con Edna y Anne, vi que no podían cooperar en armonía y que no se conocían a sí mismas, pero en lugar de señalar sus problemas o ayudarlas a conocerse, di respuestas vagas, intentando aliviar sus conflictos diciendo palabras de consuelo y exaltación entre ellas. Como resultado, Edna aún no podía hacer seguimiento, y Anne no podía cumplir bien su deber y quería dejar que alguien más ocupara su lugar. Vi que para mantener mi imagen de buena líder, amigable y accesible, no protegí para nada la obra de la iglesia. Preferí dejar que la obra sufriera para mantener relaciones con la gente. Era muy egoísta y despreciable. Era una persona complaciente y astuta. Mi forma de actuar y conducirme se basaba por completo en mi carácter corrupto. No practicaba la verdad. Aunque me elogiaran otros, Dios nunca me alabaría. Además, no exponía ni señalaba los problemas de mis hermanos y hermanas, y no enseñaba sobre la verdad para resolverlos, por lo que ellos no reconocían sus propias actitudes corruptas ni cumplían bien sus deberes, lo que afectaba la obra de evangelio. Cuando comprendí esto, vi que no era una buena persona para nada, porque no ayudaba a los hermanos y hermanas a crecer en la entrada en la vida. En cambio, hacía que todos me defendieran, me elogiaran y me admiraran, lo que desagrada a Dios. Cuando comprendí esto, me sentí muy triste, por lo que oré a Dios y le pedí que me guiara para corregir mi carácter corrupto.
Después, tras saber de mi estado, una hermana me envío un pasaje de las palabras de Dios. “La esencia de una ‘buena’ conducta, como ser accesible y amable, puede calificarse con una sola palabra: fingimiento. Esa ‘buena’ conducta no nace de las palabras de Dios ni es resultado de la práctica de la verdad o de un comportamiento con principios. ¿De qué es fruto? De las motivaciones de la gente, de sus maquinaciones, su fingimiento, su disimulo, su astucia. Cuando la gente se aferra a estas ‘buenas’ conductas, su objetivo es conseguir lo que quiere; si no, jamás se oprimiría a sí misma de esta forma ni viviría en contra de sus deseos. ¿Qué significa vivir en contra de sus deseos? Que su auténtica naturaleza no es tan dócik, inocente, gentil, amable y virtuosa como la gente imagina. La gente no vive de acuerdo con la conciencia y la razón, sino para alcanzar determinado objetivo o exigencia. Su auténtica naturaleza es incoherente e ignorante. Sin las leyes y los mandamientos otorgados por Dios, la gente no sabría qué es el pecado. ¿Antes no era así la humanidad? Hasta que no dictó Dios las leyes y los mandamientos, la gente no tuvo concepto de pecado. Sin embargo, aún no tenía concepto del bien y del mal ni de las cosas positivas y negativas. Y en ese caso, ¿cómo podía conocer los principios correctos para hablar y actuar? ¿Podía saber qué maneras de actuar, qué buenas conductas, debían presentarse en la humanidad normal? ¿Podía saber qué provoca una conducta verdaderamente buena, qué tipo de camino seguir para vivir con semejanza humana? No podía saberlo. Debido a la naturaleza satánica de la gente, a sus instintos, aquella solamente podía fingir y disimular para vivir decorosamente y con dignidad, lo que dio lugar a falsedades como ser refinado y sensato, apacible, cortés, respetuoso con los mayores y cuidar a los jóvenes, amable y accesible; así surgieron estos trucos y técnicas de engaño. Y, una vez surgidos, la gente se aferró selectivamente a uno o dos de ellos. Unos optaron por ser amables y accesibles, otros, refinados, sensatos y afables; otros más optaron por ser corteses, respetar a los mayores y cuidar a los jóvenes, y hubo quienes optaron por todas estas cosas. Sin embargo, Yo califico con un solo término a las personas que tienen esas ‘buenas’ conductas. ¿Cuál es ese término? ‘Piedras lisas’. ¿Qué son las piedras lisas? Esas piedras lisas a la orilla del río, socavadas y pulidos sus bordes afilados por años y años de paso del agua. Y aunque no duela al pisarlas, la gente, si no tiene cuidado, puede resbalar en ellas. En apariencia y forma, estas piedras son muy hermosas, pero cuando te las llevas a casa son bastante inútiles. No te haces a la idea de tirarlas, pero tampoco tiene sentido conservarlas; eso es lo que es una ‘piedra lisa’. Para Mí, los que tienen estas conductas aparentemente buenas son tibios. Fingen ser buenos por fuera, pero no aceptan la verdad en absoluto, dicen cosas que suenan bien, pero no hacen nada real. No son sino piedras lisas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (3)). Antes, siempre sentía que la gente que era accesible y amigable era buena gente. Nunca pensé que detrás de esas buenas acciones hay actitudes corruptas y satánicas, objetivos e intenciones personales. Buscaba ser una persona accesible y amigable desde pequeña, y mis amigos, hermanos y hermanas me elogiaban por ser considerada y amistosa, pero en el fondo de mi corazón, solo hacía que los demás me admiraran y elogiaran. Usaba la fachada de ser accesible y amistosa para mentir y engañar a mis hermanos y hermanas. Vi que Dios describe a la gente con este tipo de buena conducta como “piedras lisas”. Estas piedras se ven bien por fuera y no duele pisarlas, pero es muy fácil resbalar con ellas y caer. Está bien mirarlas, pero no tienen uso práctico. Comprendí que yo era así, alguien que aparentaba ser accesible y amigable, pero no ofrecía ayuda a mis hermanos y hermanas. Mi corazón estaba lleno de astucia y malicia. Era amable con todos y no ofendía a nadie. Era, justamente, una “piedra lisa”, una complaciente que va por el medio feliz, una hipócrita maliciosa. Tal y como revela la palabra de Dios: “Aquellas que se apegan a un término medio son las más siniestras. Intentan no ofender a nadie, son aduladoras, están de acuerdo con las cosas y nadie puede verlas tal como son. ¡Una persona así es un Satanás viviente!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo al practicar la verdad es posible despojarse de las cadenas de un carácter corrupto). Solía pensar que a Dios y a los demás les gustaban las personas accesibles, que las aprobaban, pero ahora sabía que mis acciones no estaban en línea con los principios de la verdad ni con la palabra de Dios. Solo mostraba mi carácter astuto. Tales personas no tienen dignidad ni carácter, y Dios las odia. Sabía que si no me arrepentía y cambiaba, un día, Dios me revelaría y descartaría. No quería ser tal persona. Por eso, oré a Dios y me arrepentí, y le pedí que me ayudara a cambiar mi carácter, que me diera fuerza para practicar la verdad, y que me ayudara a tener un corazón sincero hacia Dios y hacia mis hermanos y hermanas.
Un día, una hermana me envió dos pasajes de las palabras de Dios: “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones de una persona son juzgadas como buenas o malvadas? Depende de si en sus pensamientos, expresiones y acciones poseen o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad de la verdad. Si no tienes esta realidad o no vives esto, entonces, sin duda, eres un hacedor de maldad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). “Responsabilidades de los líderes y obreros: 1. Guiar a la gente para que coma y beba de las palabras de Dios, las entienda y entre en su realidad. 2. Conocer los estados de cada tipo de persona y resolver las diversas dificultades que afronten en relación con su entrada en la vida. 3. Comunicar los principios de la verdad que se han de entender para ejecutar correctamente cada deber. 4. Estar al día de las circunstancias de los supervisores de distintos trabajos y del personal responsable de diversas tareas importantes, reubicarlos o sustituirlos de inmediato cuando sea necesario para evitar o paliar las pérdidas derivadas de la utilización inadecuada de alguna persona y garantizar la eficacia y buena marcha del trabajo. 5. Mantenerse al día en el conocimiento y la comprensión del estado y el progreso de cada proyecto del trabajo, y saber resolver con prontitud los problemas, corregir las anomalías y poner remedio a las equivocaciones en el trabajo para que marche sin contratiempos” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Tras leer las palabras de Dios, comprendí que el estándar de Dios para evaluar nuestra humanidad no es cuántas aparentes buenas acciones hagamos o cuánta gente piense bien de nosotros. En cambio, es si podemos obedecer a Dios y si nuestros pensamientos y acciones dan testimonio de la práctica de la verdad. Solo la gente así tiene buena humanidad. Vi que Joan salía del paso en su deber y era irresponsable, y que Edna y Anne vivían en sus actitudes corruptas y se ignoraban mutuamente. Todo esto traía consecuencias negativas a la obra de la iglesia. Como líder de iglesia, debería haber compartido enseñanza, debería haberlas expuesto y debería haber analizado la naturaleza de lo que hacían, pero, en cambio, les dije buenas palabras e intenté ser una pacificadora. Incluso al ver que la obra de la iglesia sufría, tuve que mantener mi buena imagen. No solo no tenía testimonio de practicar la verdad, no cumplía mis responsabilidades como líder de iglesia y no ayudaba en lo más mínimo a la entrada en la vida de mis hermanos y hermanas. Solía pensar que si podía vivir en armonía con mis hermanos y hermanos, y hacerles sentir que era accesible y amigable, era una buena líder. Lo pienso ahora y me doy cuenta de que eso es incorrecto. Un verdadero buen líder puede enseñar sobre la verdad para solucionar problemas, actuar según los principios, no temer ofender a otros y ser responsable por las vidas de los hermanos y hermanas. Al enfrentar los problemas de mis hermanos y hermanas, en vez de señalarlos y ayudarlos a entrar en las realidades de la verdad, usé trucos para proteger mi propia imagen, les di consuelo y aliento, y no solucioné los problemas reales. ¿No estaba mintiendo y engañando a mis hermanos y hermanas? Comprendí que mi entendimiento previo de ser una buena líder estaba equivocado y no se ajustaba para nada a las exigencias de Dios. Todas mis palabras y acciones deberían basarse en los principios de la palabra de Dios. Si no practico la verdad, voy por el camino de resistencia a Dios. Dios quiere gente que pueda hablar y actuar según Sus palabras y requisitos, y no que se atenga a las virtudes culturales tradicionales, que busque elogios, hable y actúe de forma deshonesta, y no practique la verdad. Al pensar en esto, entendí que debía cambiar mi forma de relacionarme con otros. Como líder de iglesia, no podía seguir cumpliendo mi deber de acuerdo con mis propios deseos. En cambio, debía actuar según la voluntad de Dios y ayudar a mis hermanos y hermanas a resolver las dificultades según la palabra de Dios, para que pudieran cumplir sus deberes de acuerdo con la verdad y los principios. Era mi responsabilidad. Hallé una senda de práctica en la palabra de Dios. Por eso, oré a Dios y le pedí que me guiara para practicar la verdad para corregir mi corrupción.
Después, leí la palabra de Dios. “La gente debería esforzarse al máximo por hacer de las palabras de Dios su base y de la verdad su criterio; tan solo entonces podrá vivir en la luz y como un ser humano normal. Si quieres vivir en la luz, debes actuar según la verdad; si quieres ser honesto, debes decir palabras honestas y hacer cosas honestas. Solo con los principios de la verdad hay una base para tu conducta; una vez que las personas pierden los principios de la verdad, y se centran solo en el buen comportamiento, esto da lugar inevitablemente a que sean falsas y finjan. Si no hay principios en la conducta de las personas, entonces, por muy buena que sea su conducta, son hipócritas; pueden ser capaces de engañar a los demás durante un tiempo, pero nunca serán dignas de confianza. Solo cuando las personas actúan y se comportan de acuerdo con las palabras de Dios tienen una base verdadera. Si no se comportan de acuerdo con las palabras de Dios, y solo se centran en fingir que se comportan bien, ¿podrán así convertirse en buenas personas? Por supuesto que no. El buen comportamiento no puede cambiar la esencia de las personas. Solo la verdad y las palabras de Dios pueden cambiar las actitudes, los pensamientos y las opiniones de las personas, y convertirse en su vida. […] A veces, es necesario señalar y criticar directamente los defectos, las deficiencias y las faltas de los demás. Esto supone un gran beneficio para las personas. Es una verdadera ayuda para ellos y es muy constructivo, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (3)). Las palabras de Dios me señalaron una senda de transformación de carácter, que es actuar según las palabras de Dios, usar la verdad como criterio, no disfrazarme con aparentes buenas acciones, practicar la verdad, ser una persona honesta. Cuando veo que suceden cosas contra los principios de la verdad, o cuando veo hermanos o hermanas que cumplen sus deberes con actitudes corruptas, debo ser sincera con ellos, lidiar con ellos de acuerdo con los principios, y enseñar, señalar las cosas o tratar con ellos según sea necesario. Solo así pueden los hermanos y hermanas entender las desviaciones en el cumplimiento de sus deberes y corregir las cosas a tiempo. Esto es en verdad ayudar a los hermanos y hermanas, y tener relaciones con ellos según la palabra de Dios. Este es el significado de la relación normal entre personas. Tras entender cómo practicar la verdad, me dije: “No temas hablar sobre los errores de otros y no digas siempre cosas buenas. Dios odia a los que fingen y engañan. Mis palabras y acciones deben estar de acuerdo con las palabras de Dios y los principios de la verdad”. Después, cuando vi que Joan era holgazana otra vez, quise señalárselo, pero cuando llegó el momento de practicar, me resultó muy difícil. Seguía preocupada por perder mi buena imagen en su corazón. Pensé en la palabra de Dios que había leído antes y comprendí que seguía amparándome en la idea de ser accesible y amigable en mi forma de comportarme y conducirme. Oré a Dios y le pedí que me guiara para practicar la verdad. Después, busqué a Joan y le dije: “Hermana, no sé si te das cuenta, pero como sales del paso en tu deber y holgazaneas, muchos recién llegados no asisten a las reuniones. Cumplir así tu deber genera mucho retraso en el riego de los recién llegados…”. Tras señalar su problema, también compartí mi experiencia con ella. Pensé que se enojaría y me ignoraría, pero lo que sucedió me sorprendió. No solo no se enojó, sino que hizo introspección y me dijo: “Este es mi defecto y debo corregirlo”. Después, la hermana Joan empezó a cumplir sinceramente su deber, y los recién llegados que ella regaba asistían a las reuniones con más regularidad. La relación entre nosotras no se arruinó por mi guía y ayuda, sino que mejoró. Después, cuando volví a ver su corrupción, se la señalé directamente, y ella pudo aceptarlo y conocerse. Ahora, su actitud hacia su deber ha cambiado mucho, y la ascendieron a líder de iglesia. También señalé los problemas de Edna y de Anne. Edna comprendió su arrogancia y dijo que debía cambiar la forma en que hablaba a otros, y Anne reconoció su carácter corrupto y dijo que estaba dispuesta a cambiar. Esto me alegró mucho. ¡Gracias a Dios! ¡Solo la palabra de Dios puede cambiar a la gente!
Experimentar estas cosas me permitió ver que una persona verdaderamente buena no es alguien que se comporta, hacia afuera, en la forma que la gente cree que es buena. Significa actuar según la palabra de Dios, practicar la verdad y ser una persona honesta. Esa es la clase de persona que Dios ama. También vi que cuando veo problemas en otros, debo hablarles y ayudarlos pronto, y exponerlos y tratar con ellos cuando sea necesario. Solo así pueden comprender su propia corrupción y sus defectos, y son capaces de buscar la verdad y cumplir sus deberes de acuerdo con los principios. Es la mejor manera de ayudarlos. Ahora, ya no temo señalar los problemas de mis hermanos y hermanas. Sin importar qué piensen de mí, quiero practicar ser una persona honesta, seguir los principios y salvaguardar la obra de la iglesia. ¡Gracias a Dios!