Cómo corregí mi astucia y mis engaños
Siempre me creí una persona honesta. Me creía cumplidor de palabra y obra, y eso decían también de mí quienes me conocían. Me consideraba un hombre honesto y confiable. Una vez que recibí la fe, casi nunca mentía a los hermanos y hermanas ni engañaba intencionalmente a los demás. Por eso siempre creí que, aunque no fuera una persona absolutamente honesta, al menos no era alguien astuto y engañoso. Luego, con lo que revelaron los hechos, pude conocer un poco mi naturaleza astuta y realmente descubrí mi auténtico rostro.
Un día, mi compañera, la hermana Ashley, me envió un mensaje para preguntarme si había hecho el seguimiento de cierto trabajo y si se había avanzado. Reparé de repente en que no había hecho seguimiento de él para nada esos días, por lo que ignoraba los pormenores sobre su avance. En principio pensaba contárselo, pero después dudé: “Como siempre he dado la impresión de ser confiable, si le digo directamente que últimamente he olvidado el seguimiento de algo, ¿le pareceré un irresponsable en el deber? Le daré una impresión negativa y, a sus ojos, perderé credibilidad. No puedo responderle directamente. Buscaré de inmediato a la hermana que gestiona ese proyecto para entender la situación y después responder a Ashley. Entonces, sin importar cómo estén progresando las cosas, al menos eso demostrará que estoy al tanto”. Así pues, hice como que no había visto el mensaje y respondí después de haber hecho seguimiento. Ashley no me dijo nada en ese momento, pero yo no dejaba de sentirme incómodo y nervioso. Luego leí esto en las palabras de Dios: “Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Las palabras de Dios me hicieron sentir avergonzado. No parecía que hubiera mentido, pero lo que había revelado tanto con mis pensamientos como con los objetivos de mis actos estaba destinado a encubrir y ocultar mi negligencia en el deber por temor a que Ashley me descubriera. Al hacer como que no había visto su mensaje y apresurarme a ir a ver a la hermana a cargo para entender la situación antes de responder para darle la impresión errónea de que había hecho el seguimiento del trabajo, ¿no estaba creando una falsa impresión y engañando? ¿No era ese un comportamiento astuto y engañoso? En un asunto tan pequeño, había pensado de forma tan enrevesada y había albergado motivaciones y empleado tácticas para ocultar la verdad. ¿Qué tenía eso de honesto? ¿Qué tenía de confiable? Al darme cuenta, comprendí que no era tan honesto y sincero como creía, y que a veces también jugaba con los demás y los engañaba. La próxima vez tenía que decir la verdad y ser honesto, y dejar de ocultar cosas para engañar a otros.
Pocos días después, Ashley me informó que, dos días más tarde, nuestra líder iba a ver cómo iba nuestro trabajo. Al oí esto, me dieron palpitaciones: “La líder no suele consultarnos de repente, ¿por qué lo hará ahora? ¿Habrá detectado algún problema en nuestra labor? Últimamente he estado ocupado con la labor de riego y no estoy haciendo seguimiento ni logrando mucho en la producción de video que dirijo. ¿Qué digo si la líder me pregunta por ello?”. Así pues, hice conjeturas sobre las preguntas que podría hacer ella y las cosas que no sabía yo, para así poder acertar rápidamente. De lo contrario, si me hacía una pregunta que no sabía responder, ¿no parecería que yo no hacía trabajo práctico? Estaba algo preocupado y nervioso. Tras pensarlo un poco, comprendí que era normal que un líder controlara el trabajo; ¿por qué les daba tantas vueltas a las cosas? No solo especulaba sobre lo que quería la líder, sino que también me devanaba los sesos sobre cómo tapar mis problemas por temor a que los descubriera y tratara conmigo por no hacer un trabajo práctico y que dijera que era un falso líder. ¿Acaso no intentaba disimular? Es muy normal que un líder pregunte por el trabajo. Debía afrontarlo con calma y hacer cambios si se detectaban problemas o anomalías. ¿Por qué les daba tantas vueltas a las cosas? ¿No estaba siendo astuto? Recordé las palabras de Dios: “Me regocijo en aquellos que no sospechan de los demás y me gustan los que aceptan de buena gana la verdad; a estas dos clases de personas les muestro gran cuidado, porque ante Mis ojos, son personas honestas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo conocer al Dios en la tierra). “Sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). Las palabras de Dios son claras. Los honestos deben llamar a las cosas por su nombre, deben hablar con franqueza, pero mi pensamiento era enrevesado. Por querer tapar la verdad, discurría ideas retorcidas. Por ello, oré a Dios para pedirle que me guiara para practicar la verdad y ser honesto y absolutamente franco sin importar qué preguntara la líder.
En la reunión, la líder preguntó primero por la labor de producción de videos. Yo era responsable directo de esa tarea, pero había dedicado la mayor parte de mi tiempo y energía al trabajo de riego. No me mantenía muy al día de los trabajos en video. Tras explicarle esto, ella trató conmigo por no hacer un trabajo práctico y me preguntó cuántos nuevos creyentes no asistían regularmente a las reuniones. Entré un poco en pánico con esa pregunta. No me mantenía al día de los pormenores y preguntaba por ello a veces, pero no me lo tomaba en serio. En ese momento pensé: “Acabo de decir que dedico mi energía mayormente a la labor de riego, por lo que, si ni siquiera soy capaz de indicarle a la líder cuántos nuevos fieles no asisten a reuniones con regularidad, ¿qué opinará de mí? Tal vez me preguntará qué hago todo el día como para ni siquiera saberlo, y si de veras hago alguna obra práctica. Ya se han puesto en evidencia muchos problemas en los trabajos en video; si también los descubre en la labor de riego, ¿no me destituirá inmediatamente?”. Así pues, tan solo le di una cifra aproximada, creyendo que no pasaba nada si era algo inexacta. De todos modos, al no ser un número exacto, no era realmente una mentira. Tras la reunión lo estudié detalladamente, y mi cálculo resultó estar bastante equivocado. Aquello me preocupó mucho. En esta ocasión, la verdad, había mentido descaradamente. Había engañado claramente. ¿Por qué no podía evitar mentir y engañar? En oración, era evidente que creía en ser sincero. ¿Por qué no podía controlarme al afrontar esta situación? Me sentía fatal por eso. Durante dos días, la palabra “mentira” no dejó de venirme a la mente. Creía haber hecho realmente algo ignominioso.
Oré a Dios para buscar acerca de mi problema. Al hacer introspección, leí Sus palabras: “¿Acaso no es agotadora la vida de los taimados? Se pasan todo el tiempo mintiendo, luego diciendo más mentiras para encubrir las anteriores y participando en artimañas. Ellos mismos se provocan este agotamiento. Saben que es agotador vivir así; entonces, ¿por qué siguen queriendo ser taimados y no desean ser honestos? ¿Habéis considerado alguna vez esta cuestión? Esta es una consecuencia de que la gente se vea engañada por sus naturalezas satánicas; eso les impide deshacerse de este tipo de vida, de esta clase de carácter. La gente está dispuesta a aceptar que los engañen y vivir en esto; no quiere practicar la verdad e ir por la senda de la luz. Para ti, vivir así es agotador, y actuar así, innecesario, pero las personas taimadas lo consideran absolutamente necesario. Creen que no hacerlo les causaría humillación, que perjudicaría su imagen, su reputación y también sus intereses, y que perderían demasiado. Aprecian estas cosas, aprecian su propia imagen, su propia reputación y estatus. Esta es la verdadera cara de la gente que no ama la verdad. En resumen, cuando la gente no está dispuesta a ser honesta o practicar la verdad, es porque no ama la verdad. En el fondo aprecian cosas como la reputación y el estatus, les gusta seguir las tendencias mundanas y viven bajo el poder de Satanás. Esto es un problema de su naturaleza. Ahora hay gente que cree en Dios desde hace años, que ha oído muchos sermones y sabe de qué va la fe en Dios. Sin embargo, siguen sin practicar la verdad, y no han cambiado ni un ápice. ¿A qué se debe esto? A que no aman la verdad. Incluso si comprenden un poco de la verdad, siguen sin ser capaces de practicarla. En lo que respecta a tales personas, por muchos años que lleven creyendo en Dios, eso no servirá de nada” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). “Algunas personas nunca le dicen la verdad a nadie. Todo lo deliberan y lo pulen en sus mentes antes de hablarles a los demás. No puedes saber qué cosas de las que dicen son verdaderas y cuáles falsas. Dicen una cosa hoy y otra mañana, dicen cierta cosa a una persona y la contraria a otra. Todo lo que dicen se contradice. ¿Cómo se puede creer a esa gente? Es muy difícil captar los hechos con precisión, y no puedes sacarles ni una palabra sincera. ¿Qué carácter es este? Es el engaño. ¿Es fácil transformar un carácter taimado? Es el más difícil de transformar. Todo lo que tiene que ver con las actitudes está relacionado con la naturaleza de una persona, y no hay nada más difícil de transformar que las cosas relacionadas con la naturaleza de alguien. Eso que se dice de que ‘la cabra siempre tira al monte’ es absolutamente cierto. Independientemente de lo que hablen o de lo que hagan, los taimados siempre albergan unos objetivos e intenciones propias. Si no tienen ninguna, no dirán nada. Si tratas de entender sus objetivos e intenciones, callan. Si se les escapa sin querer algo que es cierto, harán todo lo posible por pensar en la forma de tergiversarlo, de confundirte y evitar que sepas la verdad. Da igual lo que estén haciendo los taimados, no dejarán que nadie conozca toda la verdad sobre ello. Da igual cuánto tiempo pase la gente con ellos, nadie sabe lo que realmente se les está pasando por la cabeza. Esa es la naturaleza de los taimados. Por mucho que hable una persona taimada, los demás nunca sabrán cuáles son sus intenciones, lo que realmente piensan ni qué intentan conseguir en concreto. Hasta a sus padres les cuesta saberlo. Es sumamente difícil tratar de entender a alguien taimado, nadie puede descubrir lo que hay en sus mentes. Así es como habla y actúa la gente taimada. Nunca dicen lo que piensan ni transmiten lo que realmente sucede. Este es un tipo de carácter, ¿verdad? Cuando tienes un carácter taimado, da igual lo que digas o hagas: este carácter está siempre dentro de ti, controlándote, haciéndote participar en juegos y en artimañas, jugar con la gente, encubrir la verdad y levantar una fachada. Esto es engaño” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El auténtico autoconocimiento es conocer los seis tipos de actitudes corruptas). Las palabras de Dios me enseñaron que no podía evitar mentir, engañar y tapar la verdad porque era astuto y valoraba mi reputación y mi estatus. A fin de proteger tales cosas, pensaba y revisaba lo que quería decir, repasándolo mentalmente una y otra vez y, por agotador que fuera eso, no quería ser directo. Recordé que había orado a Dios para que me ayudara a ser honesto, pero cuando la líder preguntó por el trabajo concreto del que yo no tenía ni idea, pensé que, si le decía directamente que no sabía, ella creería que no había hecho obra práctica y que no era confiable y, a lo peor, podría destituirme. Para preservar mi estatus, no quería que la líder descubriera los problemas ni las anomalías de mi deber, así que pensé en la forma de tapar la verdad. Realmente no sabía cuántos nuevos fieles no estaban asistiendo regularmente a las reuniones, pero me inventé astutamente una cifra aproximada para que la líder pensara que entendía bien todos los aspectos de mi labor y que era capaz de hacer un trabajo práctico. Comprobé que estaba dispuesto a mentir y engañar en algo tan simple solo por proteger mi reputación y mi estatus. ¡Cuánta astucia! De hecho, no es inusual que haya problemas o anomalías al cumplir con el deber. Siempre y cuando las cosas se corrijan rápidamente una vez detectadas, está bien. No hay ninguna necesidad de ocultar ni engañar. Sin embargo, a fin de preservar mi reputación y estatus, fui deshonesto, engañé y tapé mis problemas, con lo que sacrifiqué mi integridad y dignidad. ¿Acaso no fue eso una necedad? Esto hizo que me diera cuenta de que, pese a parecer honesto, no era honesto de palabra ni obra, ni puro de pensamiento. Lo que revelaba era un carácter completamente satánico. Era astuto, deshonesto y deshonroso. Era sumamente taimado, inmundo y corrupto. Incluso me repugnaba yo mismo, ¿cómo no iba a estar Dios disgustado conmigo y no me iba a detestar? Siempre me había creído una persona sincera que casi nunca era astuta. Tampoco había hecho abiertamente jamás nada destinado a engañar o a ir en contra de Dios, por lo que creía que Él me veía como un hombre bueno y honesto. Incluso pensaba que no me hacía falta esforzarme en practicar la verdad de ser honesto, sino que podía seguir cumpliendo con el deber y siguiendo a Dios de ese modo y al final me salvaría. De veras que no me conocía para nada a mí mismo. De no haber sido porque la realidad me mostró los hechos y por el juicio y la revelación de las palabras de Dios, no me habría comprendido a mí mismo en absoluto. Por fin descubrí que no tenía nada que ver con una persona honesta. No estaba ni cerca.
Posteriormente, leí las palabras de Dios: “Cuando los anticristos son revelados, tratados y podados, lo primero que hacen es buscar diversos motivos en su defensa, buscar todo tipo de excusas para tratar de salir del atolladero y así lograr su objetivo de eludir sus responsabilidades y alcanzar su propósito de ser perdonados. Lo que más temen los anticristos es que los escogidos de Dios descubran su personalidad, sus debilidades y defectos, su talón de Aquiles, su aptitud real y su capacidad de trabajo, y por eso hacen todo lo posible por fingir y disimular sus fallos, problemas y actitudes corruptas. Cuando se descubre su maldad, lo primero que hacen es no admitir ni aceptar este hecho ni hacer todo lo posible por subsanar y compensar sus errores, sino que tratan de pensar en la manera de encubrirlos, de confundir y engañar a los que están al tanto de sus actos, de no dejar que los escogidos de Dios vean la realidad del asunto, de no dejar que sepan lo perjudiciales que han sido sus actos para la casa de Dios, lo mucho que han interrumpido y perturbado el trabajo de la iglesia. Por supuesto, lo que más temen es que se entere lo alto, porque en cuanto lo alto lo sepa, se les tratará según los principios y todo terminará para ellos, y están destinados a ser destituidos y descartados. Por eso, cuando los anticristos cometen maldades y son expuestos, lo primero que hacen no es reflexionar acerca de en qué se equivocaron, en qué han vulnerado los principios, por qué han hecho lo que han hecho, qué carácter los gobernaba, cuáles eran sus motivaciones, en qué estado se encontraban en ese momento, si fue por terquedad o por motivaciones viciadas. En lugar de analizar estas cosas, y mucho menos reflexionar sobre ellas, se devanan los sesos buscando cualquier forma de encubrir los hechos reales. Al mismo tiempo, hacen todo lo posible por racionalizar ante los escogidos de Dios a fin de engañarlos, tratando de minimizar las cosas que han hecho, de salir del paso con disimulo; para poder permanecer en la casa de Dios actuando con impunidad, abusando de su poder, de modo que todavía pueden engañar y controlar a la gente para hacer que los admiren y hagan lo que ellos digan, satisfaciendo así sus mayores deseos y ambiciones” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 11). Las palabras de Dios me resultaron muy alarmantes. Sobre todo al leer los términos “anticristos”, “tratan de pensar en la manera de encubrirlos”, “engañar” y “confundir”, sentí que Dios me juzgaba y revelaba en mi propia cara. Pensé que cuando Ashley me preguntó si había hecho seguimiento de aquel proyecto, yo no reconocí inmediatamente que no y ni siquiera aproveché la oportunidad para hacer introspección y buscar la manera de corregir mis anomalías. Fingí no ver su mensaje, corrí a buscar respuestas y contesté. De esa forma, Ashley no sabría que no estaba al día del proyecto ni que no había asumido ninguna carga ni responsabilidad en el deber. Creería que era confiable, alguien de quien se podía fiar. Después, cuando la líder vino a chequear mi trabajo, descubrió ciertas anomalías y problemas en mi deber y me podó y trató conmigo, no solo no lo admití ni hice introspección, reconociendo que no hacía un trabajo práctico y que era negligente e irresponsable en el deber, sino que mentí, engañé y tapé la verdad. Llegué a decirme: “En adelante, tengo que esforzarme más para poder responder rápidamente cualquier pregunta de la líder, de manera que no descubra errores ni omisiones en mi trabajo, sino que me crea detallista y responsable”. Me devanaba los sesos para proteger mi reputación y estatus, por temor a que me descubriera la gente y a perder la buena imagen de persona “meticulosa, responsable, seria y confiable”. ¿Acaso mi objetivo no era que los demás me valoraran y pensaran bien de mí? Vi que el carácter que revelaba era realmente el de un anticristo. Cuando a un anticristo lo tratan o revelan, no se somete y hace introspección, sino que hace lo imposible por justificarse, eludir su responsabilidad y ocultar sus problemas. Son totalmente desvergonzados. Los anticristos no muestran el menor deseo de aceptar la verdad, sino solo sus maquinaciones para hablar y actuar de una forma que preserve su estatus y su reputación. ¿No actuaba yo así? No hacía un trabajo práctico ni me dedicaba al deber, por lo que debería haberme sentido culpable y en deuda. Sin embargo, no solo no tenía percepción, sino que continuamente hacía lo posible por cubrirme y protegerme. Yo era muy engañoso y astuto, despreciable y malvada. Sentía que me habían puesto totalmente al descubierto, expuesto a la luz del día, y que Dios juzgaba y condenaba mis actos. También percibí que el carácter de Dios es justo y no tolera ofensa, y tuve miedo y me estremecí. Supe que tenía que arrepentirme y transformarme de inmediato.
Entonces leí más de las palabras de Dios: “Solo si la gente procura ser honesta puede saber lo hondamente corrompida que está, si realmente tiene o no semejanza humana, y sopesar claramente su capacidad o ver sus deficiencias. Solo al practicar la honestidad puede darse cuenta de cuántas mentiras dice y de lo profundamente ocultas que están su falsedad y su deshonestidad. Solo al experimentar la práctica de la honestidad puede llegar a conocer poco a poco la verdad de su propia corrupción y conocer su esencia naturaleza, momento en el que se podrán purificar constantemente sus actitudes corruptas. Solo durante la purificación constante de su carácter corrupto será cuando podrá recibir la gente la verdad. Tomaos vuestro tiempo para experimentar estas palabras. Dios no hace perfectos a quienes son deshonestos. Si tu corazón no es honesto, si no eres una persona honesta, entonces no serás ganado por Dios. Asimismo, tampoco obtendrás la verdad y serás incapaz de ganar a Dios. ¿Qué significa no ganar a Dios? Si no ganas a Dios y no has comprendido la verdad, entonces no conocerás a Dios, y entonces no habrá manera de que puedas ser compatible con Dios, en cuyo caso eres Su enemigo. Si eres incompatible con Dios, Él no es tu Dios; y si Él no es tu Dios, no puedes ser salvado. Si no intentas alcanzar la salvación, ¿por qué crees en Dios? Si no puedes alcanzar la salvación, serás, por siempre, un enemigo acérrimo de Dios y tu resultado estará determinado. Por lo tanto, si la gente desea salvarse, debe empezar por ser honesta. Al final, aquellos que han sido ganados por Dios están marcados con una señal. ¿Sabéis cuál es? Está escrito en el Apocalipsis, en la Biblia: ‘En su boca no fue hallado engaño; están sin mancha’ (Apocalipsis 14:5). ¿De quiénes se trata? Son los salvados, perfeccionados y ganados por Dios. ¿Cómo los describe Dios? ¿Cuáles son las características y manifestaciones de su conducta? Están sin mancha. No mienten. Probablemente todos podáis comprender y captar qué significa no mentir: significa ser honesto. ¿Qué quiere decir con eso de ‘sin mancha’? Significa no hacer el mal. ¿Y en qué fundamento se basa no hacer el mal? Sin duda, se basa en el fundamento del temor a Dios. No estar manchado, por lo tanto, significa temer a Dios y apartarse del mal. ¿Cómo define Dios a alguien sin mancha? A los ojos de Dios, solo aquellos que le temen y se apartan del mal son perfectos; así, las personas que no están manchadas son aquellas que temen a Dios y se apartan del mal, y solo las que son perfectas no están manchadas. Esto es totalmente correcto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). A partir de las palabras de Dios vi que los astutos rebosan mentiras. Viven un carácter totalmente satánico y son enemigos de Dios. Pertenecen a Satanás y Dios no los puede salvar. Vi que mis mentiras y mi engaño me habían puesto en grave peligro, y que era muy desvergonzado. Si no fuera por estos momentos de exposición, nunca me habría dado cuenta de cuánto había mentido y engañado ni de la gravedad de mi carácter satánico astuto y artero. No podía seguir así. Tenía que admitir mis errores, practicar la verdad y ser honesto.
Me dispuse a enviar un mensaje a la líder para contarle lo que pasaba realmente, pero dudaba un poco. “Si le digo que mentí, ¿qué pensará de mí la líder? ¿No pensará que soy muy astuto, pues le di vueltas a un asunto tan sencillo e incluso mentí al respecto, y que no soy digno de confianza? Tal vez no diga nada por esta vez, pero la próxima seré directo, honesto, y eso se considerará arrepentimiento”. No dejaba de consolarme pensando que no volvería a mentir nunca más, pero tenía remordimiento de conciencia y me sentía culpable. Leí un pasaje de las palabras de Dios: “A medida que las personas experimentan la honestidad, surgen muchos problemas prácticos. A veces hablan sin pensar, cometen deslices momentáneos y dicen una mentira porque los gobierna una motivación o un objetivo equivocados, o la vanidad y el orgullo. En consecuencia, tienen que decir cada vez más mentiras para tapar la anterior. Al final, no tienen el corazón tranquilo, pero no pueden retractarse de esas mentiras, les falta valor para corregir sus errores, para admitir que han mentido, y de este modo tales errores nunca tienen fin. Después, es como si esa persona tuviera siempre una roca oprimiéndole el corazón; siempre quiere buscar una oportunidad de sincerarse, admitir su error y arrepentirse, pero nunca pone esto en práctica. En definitiva, lo piensa y se dice: ‘Lo enmendaré cuando cumpla con mi deber en el futuro’. Siempre dice que lo va a enmendar, pero nunca lo hace. No es tan sencillo como simplemente pedir disculpas tras mentir. ¿Puedes enmendar el perjuicio y las consecuencias de contar mentiras y engañar? Si en mitad de un fuerte odio hacia ti mismo eres capaz de practicar el arrepentimiento y nunca más vuelves a hacer ese tipo de cosas, entonces puede que recibas la tolerancia y misericordia de Dios. Si hablas con palabras edulcoradas y dices que enmendarás tus mentiras en un futuro, pero en realidad no te arrepientes y luego continúas mintiendo y engañando, entonces te niegas a arrepentirte con una terquedad extrema, y no cabe duda de que serás descartado. Esto lo debería reconocer la gente que posee conciencia y razón. Después de mentir y engañar, no basta con pensar en enmendarse; lo más importante es arrepentirte de verdad. Si deseas ser honesto, entonces debes resolver el problema de tu mentira y tu engaño. Debes decir la verdad y hacer cosas prácticas. A veces decir la verdad puede afectar a tu imagen y causar que se te acabe tratando, sin embargo, merecerá la pena haber practicado la verdad y haber obedecido y satisfecho a Dios esa única vez, y será algo que te reconforte. En cualquier caso, al final habrás podido practicar la honestidad, finalmente habrás podido decir lo que hay en tu corazón, sin intentar defenderte ni reivindicarte, y eso es verdadero crecimiento. Con independencia de que te traten o te sustituyan, te mantendrás firme de corazón, dado que no mentiste. Te parece que, puesto que no has cumplido con el deber correctamente, fue justo que se te tratara y que te responsabilizaras de ello. Ese es un estado mental positivo. Y sin embargo, ¿cuál será la consecuencia de que engañes? Tras haber engañado, ¿cómo te sentirás por dentro? Incómodo. Siempre te parece que existe culpa y corrupción en tu corazón, siempre te sientes acusado: ‘¿Cómo he podido mentir? ¿Cómo he podido engañar otra vez? ¿Por qué soy así?’. Te parecerá que no puedes levantar la cabeza, que estás demasiado avergonzado para enfrentarte a Dios. En concreto, cuando Dios bendice a la gente, cuando recibe la gracia, la compasión y la tolerancia de Dios, más le parece que es vergonzoso engañarle y, en su interior, alberga una mayor sensación de reproche y menos paz y gozo. ¿Qué problema evidencia esto? Que engañar a las personas es la manifestación de un carácter corrupto, es rebelarse y oponerse a Dios, y por eso te acarreará dolor” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Las palabras de Dios revelaban mi estado. Sentí que Dios me decía todo eso directamente a mí y comprendí que ser astuto y ser honesto son sendas diametralmente opuestas. Ser astuto no es la senda correcta ni es propio de una humanidad normal. En ocasiones, puede que la gente alcance sus objetivos con mentiras y trampas, pero lo que pierden es su integridad y dignidad. No le trae más que culpa y malestar y vivirá en tinieblas, embaucado y ridiculizado por Satanás. Comprendí que con todas mis mentiras y engaños, albergaba secretos vergonzosos que no podían salir a la luz, y Satanás jugaba conmigo dolorosamente. Mis mentiras y mi engaño satisfacían mi vanagloria de momento, pero Dios los detestaba y condenaba y no contaban con Su aprobación. ¿Acaso eso no era estúpido? En cada momento crucial en que era preciso que dijera la verdad, me lo hacía fácil y decía: “A la próxima practicaré la verdad, a la próxima”. Siempre era indulgente conmigo mismo y no practicaba la verdad que comprendía, con lo que nunca vivía la realidad de ser una persona honesta ni dejaba de lado mi carácter astuto. ¿Cómo iba Dios a salvar a alguien así? Pensando en esto, me dije que no podía continuar haciendo eso, que daba igual cómo me viera la gente y que ante todo tenía que vivir ante Dios, aceptar Su escrutinio y ser alguien a quien Él aprobara. Esa es la clave. Debía ser simple y sincero y decir la verdad. Incluso si alguien me apreciaba con nitidez y yo perdía mi reputación y estatus, practicar la verdad y ser honesto supondría recibir la aprobación de Dios, eso es lo que más importa, ¡y es muy valioso y significativo! Además, siempre encubría mis problemas, y aunque los demás no se enteraran y no trataran conmigo ni me culparan, no tenía real conocimiento de mi corrupción y mis faltas, así que no podía transformar mi carácter corrupto ni mejorar en el deber. Esas cosas permanecían sepultadas en mi interior, como un tumor que no dejaba de crecer, y a la larga acabarían conmigo. Sin embargo, los hermanos y hermanas sinceros y sencillos ponían abiertamente sobre la mesa todos sus errores o problemas acerca de su deber, y a veces se les trataba o culpaba, o incluso eran destituidos, pero eso realmente les llegaba al corazón. Eran capaces de ver antes sus problemas y de buscar la verdad para resolverlos, lo que les aportaba grandes progresos en la vida. Si bien ser abierto y sencillo podría haber sido incómodo, recibían la aprobación de Dios por practicar la verdad. Eso es ser inteligente. Yo me creía rebosante de ideas, listo, y que era inteligente dar gato por liebre a los demás, pero era un necio total y absoluto, ¡un completo estúpido! Ser listo me perjudicaba. Era totalmente absurdo. Al darme cuenta de esto, dejó de importarme lo que opinaran de mí y solo quería practicar la verdad y humillar a Satanás, en lugar de decepcionar nuevamente a Dios. Así pues, me armé de valor para contarle a la líder la verdad, incluido el motivo de mis mentiras y cuáles eran mis intenciones. Tras enviar el mensaje, sentí paz y una sensación de liberación. La líder me respondió pronto, y dijo: “Es estupendo esforzarse por ser honesto de este modo. Yo también tengo un carácter corrupto astuto…”. Eso me emocionó mucho y también me avergonzó de veras. Este esfuerzo por ser honesto me demostró realmente que esa es la única forma correcta de ser un ser humano.
Después, comencé intencionalmente a tratar de practicar la honestidad de palabra y obra en la vida diaria, y descubrí que no era certero ni objetivo en muchas de las cosas que decía. Unas veces hablaba según mis nociones e imaginación, y otras veces exageraba o habla de manera incorrecta. En ocasiones falseaba mi imagen a propósito y era astuto. Cada vez era más evidente que era un mentiroso compulsivo. Recuerdo que, una vez, un líder me envió un mensaje y preguntó qué tal estaba progresando un proyecto y yo pensé inconscientemente: “No he podido ver a tiempo cómo va el tema, pero si digo ‘no sé, tengo que ir a consultar’, ¿pensaría el líder que no era pragmático y que solo lanzaba frases hechas? Tal vez no debía decir nada, y chequear rápidamente la situación y responder. Al menos así y aunque no esté terminado, el líder no tendrá nada malo que decir de mí y eso demostrará que al menos hago seguimiento de las cosas”. A punto de hacer eso, me di cuenta de que iba a mentir de nuevo por preservar mi reputación y estatus. Así pues, oré en silencio a Dios: “Oh Dios mío, quiero renunciar a mis intenciones astutas y practicar la verdad como una persona honesta. Te pido que me guíes y ayudes”. Tras orar, me vinieron a la memoria estas palabras de Dios: “Contar mentiras significa vender el propio talante y la propia dignidad. Te despoja de tu propia dignidad y de tu talante, y desagrada y disgusta a Dios. ¿Merece la pena? No” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Los términos “integridad” y “dignidad” me animaron mucho a decir la verdad, a dejar de vivir como un demonio. Por ello, envié una respuesta directa: “No tengo muy claros los pormenores, antes he de indagar”. Tuve una gran sensación de paz interior después de enviarlo. Tenía cada vez más la impresión de que ser honesto es el aspecto más fundamental de la humanidad, es lo básico. La honestidad es la única semblanza de una persona normal. ¡Gracias a Dios por salvarme!
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