Despedirse de la inferioridad

27 Mar 2025

Por Keke, China

Desde que era niña, siempre he sido bastante introvertida. No me gustaba hablar ni saludar a las personas. Cuando quería salir de casa y veía que mis vecinos estaban afuera charlando, me ponía muy nerviosa y evitaba salir a menos que fuera absolutamente necesario. Cuando iba a la escuela y tenía que llamar a los profesores para preguntarles algo, no sabía cómo empezar, así que pedía a mi papá que hablara por mí. Mi papá se enfadaba mucho y se quejaba de que no era tan segura de mí misma como el resto de los niños. Mi tía solía decirme: “Es como si te hubieran tapado la boca con una cinta. Si sigues así, no llegarás a ser nadie en la vida…”. A menudo se me venían sus comentarios a la cabeza y a veces lloraba de lo triste que me sentía y me odiaba a mí misma por no ser capaz de hablar o hacer felices a los adultos. Solía envidiar a aquellos que eran elocuentes y podían amenizar cualquier situación. En la universidad, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días y asistí a reuniones con hermanos y hermanas para leer las palabras de Dios. Vi que todos se abrían y compartían su conocimiento vivencial, nadie se burlaba de nadie y yo también pude abrirme y compartir sin sentirme limitada. Estar con los hermanos y hermanas era muy relajante y liberador.

En enero de 2024, regaba a los nuevos fieles en la iglesia y colaboraba con la hermana Wang Lu. A través de nuestras interacciones, me di cuenta de que ella tenía buena aptitud, una gran capacidad de expresión y entendía bien la verdad. Durante las reuniones, podía hacer referencia a los estados de los nuevos fieles en su plática, los cuales solían asentir con la cabeza mientras la escuchaban. Al ver esto, yo bajaba la cabeza por instinto y pensaba: “Ella es realmente una persona que ha creído en Dios durante muchos años. ¡Su forma de hablar es impresionante! En cambio, yo tengo que pensar mucho antes de responder a las preguntas de los nuevos fieles al compartir con ellos y lo que digo no es tan elocuente ni detallado como lo que dice Wang Lu. ¿Por qué carezco de tanto? Si comparto después de ella, seguro que los nuevos fieles se darán cuenta de que no soy tan buena como ella. Ni hablar, mejor no digo nada y así no pareceré tan insignificante en comparación”. Tras eso, tenía miedo de hablar durante las reuniones con Wang Lu, ya que me preocupaba que ella me menospreciara si no lo hacía bien. Una vez, un nuevo fiel tenía dificultades para predicar el evangelio y Wang Lu simplemente mencionó una forma de solucionar el problema. Quise añadir algo, ya que tenía experiencia en el tema, pero luego pensé: “Wang Lu está aquí, si no me expreso bien, ¿no pensará que me estoy sobreestimando al querer compartir?”. Así que, aunque tenía las palabras en la punta de la lengua, no tuve el valor de hablar y esperé a que Wang Lu se fuera para compartir. Otra vez, estaba con Wang Lu y la hermana Li Hua en una reunión con nuevos fieles. Pregunté brevemente sobre los estados de los nuevos fieles, y uno de ellos compartió sus dificultades. Estaba a punto de compartir con ella y guiarla sobre cómo aprender una lección en esa situación, pero, al pensar que las dos hermanas estaban allí, que tenían buena aptitud y capacidad de expresión, me sentí preocupada: “No se me da bien hablar, ¿qué pensarán de mí si termino divagando?”. Al ver que no había dicho nada durante un rato, Li Hua asumió la plática sin demora y, aunque era la primera vez que conocía a los nuevos fieles, pudo conversar con ellos de forma natural. Al observar cómo Wang Lu y Li Hua se pasaban la palabra durante la plática, sentí mucha envidia y pensé: “Los regadores deben ser personas con aptitud, elocuencia y personalidades extrovertidas como estas hermanas”. Pensé de nuevo en mí misma. Apenas hablé durante toda la reunión y me sentía como una extraña. Estaba frustrada y me preguntaba por qué no podía compartir tan abiertamente como los demás. ¿Podría ser que simplemente no estaba hecha para un deber que requería hablar a menudo? Siempre que asistía a reuniones con hermanos y hermanas que tenían buena aptitud y una gran capacidad de expresión, me sentía muy nerviosa, ya que temía que la gente me menospreciara si hablaba mal. Incluso cuando podía compartir algo de luz, no me atrevía a hacerlo. Era incapaz de hacer mi deber como debía, así que oré a Dios para buscar una manera de resolver ese estado y cumplir mi deber de forma normal.

Un día, recordé dos pasajes de las palabras de Dios que estaban relacionados con mi estado, así que los busqué y los leí. Dios Todopoderoso dice: “Hay quienes, de niños, tenían un aspecto corriente, eran escasamente elocuentes y poco espabilados, lo que provocó que otras personas de su familia y su entorno social emitieran valoraciones bastante desfavorables sobre ellos, diciendo cosas como: ‘Este niño es tonto, lento y torpe al hablar. Fíjate en los hijos de los demás, que hablan tan bien que son capaces de meterse a la gente en el bolsillo. En cambio, este niño se pasa el día haciendo pucheros. No sabe qué decir cuando conoce gente, no sabe cómo explicarse o justificarse después de hacer algo mal, y no es capaz de divertir a la gente. Este chico es idiota’. Lo dicen sus padres, lo dicen sus familiares y amigos, y lo dicen también sus profesores. Este entorno ejerce una cierta presión invisible sobre tales individuos. Al experimentar estos entornos, desarrollan inconscientemente determinada mentalidad. ¿Qué tipo de mentalidad? Piensan que no son atractivos, que no caen bien y que los demás nunca se alegran de verlos. Creen que no se les da bien estudiar, que son lentos, y siempre les da vergüenza abrir la boca y hablar delante de los demás. Les da demasiada vergüenza dar las gracias cuando les ofrecen algo y piensan: ‘¿Por qué siempre se me traba tanto la lengua? ¿Por qué los demás son tan persuasivos? ¡No soy más que un estúpido!’. Subconscientemente, piensan que no valen nada, pero siguen sin estar dispuestos a reconocer lo poco que valen y lo estúpidos que son. En sus corazones siempre se preguntan: ‘¿De verdad soy tan estúpido? ¿De verdad soy tan desagradable?’. No les cae bien a sus padres, a sus hermanos, a sus maestros ni a sus compañeros de clase. Y, de vez en cuando, sus familiares, sus parientes y sus amigos dicen de ellos: ‘Es bajito, tiene los ojos y la nariz pequeños, y con un aspecto así, no triunfará cuando sea mayor’. Entonces, cuando se miran en el espejo, ven que, efectivamente, sus ojos son pequeños. En esta situación, la resistencia, la insatisfacción, la falta de voluntad y la falta de aceptación en el fondo de su corazón se convierten poco a poco en aceptación y reconocimiento de sus propios defectos, deficiencias y problemas. Aunque puedan aceptar esta realidad, surge una emoción pertinaz en el fondo de su corazón. ¿Cómo se llama esta emoción? Inferioridad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). “En apariencia, la inferioridad es una emoción que se manifiesta en la gente, si bien, en realidad, las causas fundamentales de que se produzca son esta sociedad, la humanidad y el entorno en el que viven las personas. Surge también a causa de las propias razones objetivas de la gente. No hace falta decir que la sociedad y la humanidad provienen de Satanás, porque toda la humanidad se halla bajo el poder del maligno, hondamente corrompida por Satanás, y a nadie le es posible enseñar a la próxima generación de acuerdo con la verdad o las enseñanzas de Dios, sino que en cambio se enseña de acuerdo con las cosas que provienen de Satanás. Por tanto, la consecuencia de enseñar a la próxima generación y a la humanidad las cosas de Satanás, además de la corrupción de las actitudes y la esencia de las personas, es que se provoca que surjan en ellas emociones negativas. Si estas son temporales, no tendrán un efecto excesivo en la vida de una persona. Sin embargo, si una emoción negativa se arraiga en lo más hondo del corazón y el alma de alguien y queda indeleblemente adherida allí, si la persona es del todo incapaz de olvidarla o deshacerse de ella, entonces sin duda afectará a cada una de sus decisiones, al modo en el que afronte a toda clase de personas, acontecimientos y cosas, a sus elecciones cuando se enfrente a importantes cuestiones de principios, y a la senda que recorrerá en su vida; ese es el efecto que la sociedad humana real tiene en todas y cada una de las personas. El otro aspecto es el de las propias razones objetivas de cada uno. Es decir, la educación y las enseñanzas que las personas reciben a medida que se hacen mayores, todos los pensamientos, ideas y maneras de comportarse que aceptan, además de los diversos dichos humanos; todos provienen de Satanás, hasta un punto en que las personas no tienen la capacidad de gestionar y disipar estos problemas con los que se encuentran desde la perspectiva y el punto de vista correctos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). Después de leer las palabras de Dios, finalmente lo entendí. Me di cuenta de que me había sentido limitada durante las reuniones con los hermanos y hermanas porque tenía fuertes sentimientos de inferioridad. Desde niña, mi familia siempre decía que no sabía hablar ni hacer felices a los adultos, que era tímida y vacilaba cuando hablaba con los demás y que no era como los hijos de otras personas, que hablaban con claridad y confianza. Bajo la influencia de esas palabras, me hice consciente de que a nadie le gustan los niños como yo, que no saben hablar bien, y que la gente solo quiere a aquellos que son elocuentes y extrovertidos. En consecuencia, me solía sentir inferior a los demás y prefería esconderme por los rincones, lejos de otras personas. Ahora que estaba en la iglesia cumpliendo mi deber, aún me influenciaban esos sentimientos de inferioridad. Cuando asistía a reuniones con personas de buena aptitud y una buenas habilidades comunicativas, me sentía inferior y solía negarme a mí misma. Incluso cuando entendía ciertos problemas, no me atrevía a compartir y me costaba colaborar en armonía con las hermanas. ¡Vivir con esos sentimientos de inferioridad realmente afectaba mi capacidad para cumplir mi deber!

Más tarde, leí un par de pasajes de las palabras de Dios y obtuve algo de comprensión sobre las consecuencias de no resolver esos sentimientos de inferioridad. Dios Todopoderoso dice: “Cuando esta emoción aparece en ti, sientes que no tienes a dónde ir. Cuando te topas con un asunto que te requiere expresar un punto de vista, consideras innumerables veces lo que quieres decir y el punto de vista que deseas expresar en el fondo de tu corazón, y sin embargo continúas sin atreverte a decirlo en voz alta. Cuando alguien expresa el mismo punto de vista que tú defiendes, te permites sentir un poco de reafirmación en tu interior, una confirmación de que no eres peor que los demás. Sin embargo, cuando la misma situación vuelve a ocurrir, te sigues diciendo: ‘No puedo hablar de manera informal ni hacer nada imprudente o convertirme en un hazmerreír. No valgo para nada, soy estúpido, soy necio, soy idiota. He de aprender a esconderme y limitarme a escuchar, sin decir nada’. A partir de esto, podemos ver que, desde el momento en que la sensación de inferioridad surge y hasta que se arraiga profundamente en lo más hondo del corazón de una persona, ¿acaso no se le priva entonces de su libre albedrío y de los derechos legítimos que Dios le ha concedido? (Sí). Se le ha privado de estas cosas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). “Como se sienten inferiores y no se atreven a presentarse ante la gente, ni siquiera pueden contraer las obligaciones y responsabilidades que les corresponden, ni pueden asumir lo que realmente son capaces de lograr dentro del ámbito de su propia capacidad y calibre y del de la experiencia de su propia humanidad. Este sentimiento de inferioridad afecta a todos los aspectos de su humanidad, afecta a su personalidad y, por supuesto, también afecta a su temperamento. Cuando están rodeados de otras personas, rara vez expresan sus propias opiniones, y casi nunca los oyes aclarar su propio punto de vista u opinión. En cuanto se encuentran con un problema, no se atreven a hablar, sino que se retraen y dan marcha atrás. En aquellos momentos en los que hay poca gente, se sienten valientes para sentarse entre ellos, pero cuando hay mucha, buscan un rincón y se dirigen hacia donde apenas da la luz, sin atreverse a mezclarse con los demás. Siempre que sienten que les gustaría decir algo de un modo positivo y activo y expresar sus propios puntos de vista y opiniones para demostrar que lo que piensan es correcto, no tienen siquiera el valor de hacerlo. Cuandoquiera que tienen esas ideas, su sentimiento de inferioridad aflora de golpe y los controla, los ahoga y les dice: ‘No digas nada, no sirves para nada. No expreses tus puntos de vista, guárdate tus ideas para ti. Si en tu corazón albergas algo que realmente quieras decir, anótalo en el ordenador y mastícalo tú solo. No debes permitir que nadie más lo sepa. ¿Y si te equivocas? ¡Sería muy embarazoso!’. Esta voz sigue diciéndote que no hagas o digas esto o aquello y hace que te tragues cualquier palabra que quieras decir. Cuando deseas decir algo que llevas mucho tiempo pensando, te bates en retirada y no te atreves a decirlo, o te avergüenzas de hacerlo, creyendo que no deberías; y si lo haces, sientes como si hubieras infringido alguna regla o vulnerado la ley. Y cuando un día expresas de forma activa tu propia opinión, en el fondo te sientes incomparablemente perturbado e inquieto. Aunque esta enorme sensación de malestar se desvanece poco a poco, tu sentimiento de inferioridad asfixia lentamente las ideas, intenciones y planes que tienes de querer hablar, de querer expresar tus propios puntos de vista, de querer ser una persona normal igual que los demás. Los que no te entienden creen que eres una persona de pocas palabras, callada, de carácter tímido, alguien a quien no le gusta destacar entre los demás. Cuando hablas delante de mucha gente, te sientes avergonzado y te ruborizas; eres algo introvertido y, en realidad, solo tú sabes que te sientes inferior. Tu corazón está lleno de este sentimiento de inferioridad que existe desde hace mucho tiempo, no se trata de un sentimiento pasajero. Más bien, controla firmemente tus pensamientos desde lo más profundo de tu alma, sella herméticamente tus labios, y por eso, sin importar lo bien que entiendas las cosas, o qué puntos de vista y opiniones tengas sobre las personas, los acontecimientos y las cosas, solo te atreves a pensar y a darles vueltas a los asuntos en tu propio corazón, nunca te atreves a hablar en voz alta. Tanto si los demás aprueban lo que dices como si te corrigen o critican, no te atreverás a enfrentarte ni a contemplar ese resultado. ¿A qué se debe? A que tu sentimiento de inferioridad se halla dentro de ti y te dice: ‘No hagas eso, no estás a la altura. No tienes esa clase de calibre, no tienes esa clase de realidad, no deberías hacer eso, tú no eres así. No hagas nada ni pienses nada ahora. Solo mostrarás tu verdadero ser si vives en la inferioridad. No estás capacitado para perseguir la verdad, ni para abrir tu corazón para decir lo que te apetezca y conectar con los demás, como hace otra gente. Y eso es porque no eres bueno, no tanto como ellos’. Este sentimiento de inferioridad guía el pensamiento que albergan las personas en sus mentes; los inhibe de cumplir con las obligaciones que una persona normal debería cumplir y de vivir la vida de humanidad normal que les corresponde, al tiempo que conduce las formas y los medios, y la dirección y las metas de cómo consideran a las personas y las cosas, cómo se comportan y actúan(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). Al reflexionar sobre la época desde que llegué a la casa de Dios, me di cuenta de que, cuando veía que los hermanos y hermanas se reunían y compartían abiertamente, yo sentía una sensación de liberación. Cuando regaba a los nuevos fieles, podía compartir mi conocimiento y eso los beneficiaba. Pero cuando me encontraba con personas extrovertidas, que tenían buena aptitud y buenas habilidades comunicativas, afloraban mis sentimientos de inferioridad. Por ejemplo, cuando asistía a reuniones con Wang Lu, al ver que tenía buena capacidad de expresión y compartía la verdad con mayor claridad que yo, me sentía inferior a ella. Incluso cuando veía que su plática tenía deficiencias y quería añadir algo, no encontraba el valor para hablar, ya que temía que la gente se burlara de mí si hablaba mal, así que me retraía. Lo mismo ocurrió cuando asistí a una reunión con Li Hua y Wang Lu. Me sentí como una muda y una extraña durante toda la reunión y no me atreví a hablar cuando debí haber compartido. Aunque mi boca era parte de mi cuerpo, simplemente no me obedecía en los momentos críticos. La iglesia me había dado la oportunidad de practicar el riego a los nuevos fieles y de colaborar con las hermanas para compartir las palabras de Dios y abordar los estados y dificultades de los nuevos fieles. Pero mis sentimientos de inferioridad me habían maniatado y no podía compartir lo que quería. Ni siquiera podía cumplir mi propio deber. ¿No era una completa inútil? Al darme cuenta de esto, entendí que seguir viviendo con esos sentimientos negativos afectaría mi deber y sería una gran pérdida para mi entrada en la vida. Entonces, oré a Dios: “Dios, me siento muy reprimida viviendo con estos sentimientos de inferioridad. Te ruego que me guíes para despojarme de estos sentimientos negativos y que pueda cumplir bien mi rol”.

Más tarde, me pregunté a mí misma: “¿Por qué no tengo el valor de compartir siempre que estoy con hermanas de buena aptitud?”. Un día, me sinceré sobre mi estado con una hermana y ella me envió un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Cuando los ancianos de la familia te dicen que ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’, lo hacen para que otorgues importancia al hecho de tener una buena reputación, vivir con orgullo y no hacer nada que te haga caer en desgracia. Entonces, ¿guía este dicho a la gente de un modo positivo o negativo? ¿Puede conducirte a la verdad? ¿Puede llevarte a entenderla? (No). Te es posible aseverar con total certeza que no es así. Piénsalo, Dios dice que la gente debe comportarse con honestidad. Cuando has cometido una transgresión, has hecho algo malo o has llevado a cabo alguna acción que se rebela contra Dios y va en contra de la verdad, debes admitir tu error, lograr entenderte y diseccionarte a ti mismo para llegar al verdadero arrepentimiento, y de ahí en adelante actuar de acuerdo con las palabras de Dios. Así que, si las personas deben comportarse con honestidad, ¿se contradice eso con el dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’? (Sí). ¿De qué manera se contradice? El objetivo de ese dicho es que las personas concedan importancia al hecho de llevar una vida alegre y colorida y de hacer cosas que las dejen en buen lugar —en vez de otras que sean malas o deshonrosas o de poner al descubierto su lado más desagradable— e impedir que vivan sin orgullo o dignidad. Por el bien de su propia reputación, orgullo y honor, uno no puede tirarse piedras en su propio tejado, y menos aún hablarle a los demás sobre su lado oscuro o sus aspectos más vergonzosos, ya que una persona debe vivir con orgullo y dignidad. Para tener dignidad se necesita una buena reputación, y para tener una buena reputación hay que aparentar y engalanarse. ¿Acaso no se contradice eso con comportarse como una persona honesta? (Sí). Cuando te comportas como una persona honesta, lo que haces se opone por completo al dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’. Si quieres comportarte como una persona honesta, no le des importancia al orgullo; el orgullo de una persona no vale un céntimo. Ante la verdad, uno debe desenmascararse, no aparentar ni crear una imagen falsa. Uno debe revelar a Dios sus verdaderos pensamientos, los errores que ha cometido, los aspectos que vulneran los principios-verdad, etc., y también dejar al descubierto esas cosas ante sus hermanos y hermanas. No se trata de vivir por el bien de la propia reputación, sino más bien en aras de comportarse como una persona honesta, perseguir la verdad, ser un verdadero ser creado, satisfacer a Dios y ser salvado. No obstante, cuando no entiendes esta verdad ni las intenciones de Dios, las cosas con las que tu familia te condiciona tienden a prevalecer. Así que cuando haces algo malo, lo encubres y finges, pensando, ‘No puedo decir nada acerca de esto, y tampoco permitiré que nadie que lo sepa diga nada. Si alguno de vosotros dice algo, no dejaré que se vaya de rositas. Mi reputación es lo primero. Vivir no sirve para nada si no es por el bien de la propia reputación, ya que esta es más importante que cualquier otra cosa. Si una persona pierde su reputación, se queda sin dignidad. Así que no puedes decir las cosas como son, has de fingir y encubrirlas, de lo contrario te quedarás sin reputación ni dignidad, y tu vida carecerá de cualquier valor. Si nadie te respeta, no vales nada; eres basura sin valor’. ¿Resulta posible comportarse como una persona honesta si se practica de esta manera? ¿Es posible ser completamente franco y diseccionarse a uno mismo? (No). Obviamente, al hacerlo estás defendiendo el dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’ con el que tu familia te ha condicionado(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Gracias a las palabras de Dios, me di cuenta de que, desde que era niña, me habían influenciado los venenos satánicos, como “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. Esas frases me habían llevado a dar demasiada importancia a la vanidad y el orgullo. Desde pequeña, había evitado hacer cualquier cosa que pudiera dañar mi orgullo. Al reflexionar sobre mi personalidad introvertida y mi falta de elocuencia, recordé que siempre corría a esconderme cuando venían invitados a casa, ya que tenía miedo de mostrar mi torpeza. Ahora, cuando asistía a reuniones con Wang Lu y veía lo bien que se expresaba, mientras que a mí se me trababa la lengua, tenía miedo de que, si compartía, las hermanas pensaran que no me sabía expresar bien y acabara por hacer el ridículo, así que no me atrevía a hablar. Dios nos pide que seamos personas honestas y leales en nuestros deberes, pero yo no tenía el valor de compartir cuando veía problemas, ya que quería proteger mi orgullo. Ni siquiera podía realizar los deberes que era capaz de hacer y me di cuenta de que estaba dando demasiada importancia a mi orgullo. Los tormentos de Satanás me habían hecho perder todo sentido de la integridad y la dignidad. En secreto, me propuse que siempre que me encontrara en situaciones similares, tendría las intenciones correctas y no me disfrazaría ni me encubriría, ¡y que buscaría ser una persona honesta y cumplir mis deberes!

Más tarde, seguí buscando una forma de resolver mis sentimientos de inferioridad. Leí más de las palabras de Dios: “Hay quienes han sido bastante introvertidos desde la infancia; no les gusta hablar y les cuesta asociarse con los demás. Incluso ya adultos, en la treintena o con cuarenta y tantos años, siguen sin sobreponerse a esta personalidad. No se les dan bien los discursos ni las palabras, así como tampoco asociarse con los demás. Después de convertirse en líderes, como este rasgo de la personalidad limita e impide su trabajo en cierto grado, eso a menudo les causa angustia y frustración, de modo que les hace sentir muy constreñidos. La introversión y que hablar no sea de su agrado son manifestaciones de humanidad normal. Siendo así, ¿las considera Dios transgresiones? No, no son transgresiones, y Dios las tratará de la manera correcta. Sean cuales sean tus problemas, defectos o fallos, ninguno supone un inconveniente a ojos de Dios. Él se fija en cómo buscas la verdad, la practicas, actúas de acuerdo con los principios-verdad y sigues el camino de Dios bajo las condiciones inherentes de la humanidad normal; en esto se fija Él. Por tanto, en los asuntos relacionados con los principios-verdad, no permitas que te restrinjan condiciones básicas como el calibre, los instintos, la personalidad, los hábitos y los patrones de vida de la humanidad normal. Por supuesto, tampoco inviertas tiempo y energía en tratar de superar estas condiciones básicas ni trates de cambiarlas. Por ejemplo, si tienes una personalidad introvertida, si no te gusta hablar y si no se te dan bien las palabras ni asociarte y relacionarte con la gente, nada de eso es un problema. Aunque a los extrovertidos les encanta hablar, no todo lo que dicen es útil ni conforme a la verdad, así que ser introvertido no es un problema y no hace falta que intentes cambiarlo. […] Da igual cómo haya sido tu personalidad en su origen, sigue siendo la tuya. No trates de cambiarla para lograr la salvación; esa es una idea falaz; independientemente de la personalidad que tengas, es un hecho objetivo que no puedes cambiar. En términos de las razones objetivas de ello, el resultado que quiere lograr Dios en Su obra no tiene nada que ver con tu personalidad. Que puedas o no lograr la salvación tampoco guarda relación con tu personalidad. Además, el hecho de que seas o no una persona que practica la verdad y posee la realidad-verdad tampoco tiene nada que ver con ella. Por tanto, no trates de cambiar tu personalidad porque realices ciertos deberes o sirvas como supervisor de cierto aspecto del trabajo; esta es una idea errónea. ¿Qué deberías hacer entonces? Con independencia de tu personalidad o tus condiciones innatas, deberías atenerte a los principios-verdad y practicarlos. Al final, Dios no mide si sigues Su camino o puedes lograr la salvación sobre la base de tu personalidad o qué calibre, habilidades, capacidades, dones o talentos innatos posees y, desde luego, Él tampoco se fija en cuánto has restringido tus instintos y necesidades corporales. En su lugar, Él se fija en si mientras sigues a Dios y ejecutas tus deberes, practicas y experimentas Sus palabras, si tienes la voluntad y la determinación de perseguir la verdad y, al final, si has logrado practicarla y seguir el camino de Dios. En esto se fija Dios. ¿Lo entiendes? (Sí)” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me permitieron entender que ser introvertida es una condición inherente a las personas y no es un problema a los ojos de Dios. La obra de Dios es cambiar el carácter corrupto de las personas, no modificar su aptitud o personalidad. Las personas deben practicar la verdad y hacer sus deberes lo mejor que puedan según sus condiciones inherentes y, cuando tengan intenciones incorrectas, deben rebelarse contra ellas y practicar conforme a las palabras de Dios. Ese es el tipo de persona que Dios ama. También entendí que debo realizar mis deberes ante Dios y que, mientras los cumplo, no debo preocuparme constantemente por lo que piensen los demás. Obtener la aprobación de Dios es lo más importante. Aunque soy introvertida y no se me da bien hablar, aún podía ayudar a resolver algunos de los estados y problemas de los nuevos fieles, quienes podían entender y beneficiarse de las palabras de Dios cuando yo las compartía. Los defectos de mi personalidad no me impedían cumplir bien con mis deberes. Además, llevaba poco tiempo creyendo en Dios, por lo que era normal tener carencias en mis deberes. Debía abordarlo de manera correcta, compartir tanto como entendiera, no disfrazarme ni ocultarme, y aprender de las hermanas con las que colaboraba para compensar mis deficiencias. De esa manera, no solo podía cumplir mis deberes, sino también compensar mis carencias. Al reconocer esto, disminuyó la presión que sentía y tuve la voluntad de cambiar mi estado incorrecto y de trabajar en armonía con las hermanas con las que colaboraba para cumplir bien nuestros deberes con el mismo sentir.

Poco después, me eligieron líder de la iglesia y estuve colaborando con la hermana Li Hui. Li Hui había sido predicadora y tenía buena aptitud y buenas capacidades laborales. La primera vez que me reuní con ella, una hermana se encontraba en un mal estado, por lo que Li Hui compartió con ella las palabras de Dios, pero la hermana no poseía mucho entendimiento. Pensé en cómo yo acababa de pasar por algo similar a su estado, así que quise añadir algo. Pero apenas abrí la boca para hablar, el corazón me empezó a palpitar y no paraba de pensar en cómo expresar lo que quería decir. Me preocupaba lo que Li Hui pensaría de mí si no compartía bien y pensé: “Mejor solo escucho lo que ella comparte. Si su plática no puede resolver los problemas de la hermana, ¿cómo podría ser mejor la mía?”. Con esos pensamientos, no experimenté ningún sentido de carga e incluso empecé a tener un poco de sueño. Me di cuenta de que mi estado era incorrecto, que ayudar a resolver el estado de la hermana también era mi deber y que debía hacer todo lo posible para compartir lo que entendía. Así que oré a Dios de inmediato: “Dios, tenía miedo de que, si no compartía bien, la hermana me menospreciara y acabé siendo una mera espectadora de nuevo. Dios, no quiero seguir así. Te ruego que me des la fe y el valor que necesito para rebelarme contra mi carne y practicar la verdad”. Después de orar, me sentí mucho más tranquila y pensé: “Soy una nueva fiel, así que seguramente mi comunión tendrá deficiencias, pero, incluso si la hermana se ríe de mí, compartiré lo que entiendo ante Dios”. Finalmente, reuní el valor para hablar y compartir. Para mi sorpresa, a través de mi comunión, la hermana pudo reconocer sus problemas y sentí un tremendo alivio y una sensación de paz y gozo que no podía expresar con palabras. Agradecí sinceramente a Dios por guiarme a dar este paso. Luego, cuando asistía a reuniones con hermanas que eran elocuentes, ya no me sentía limitada por mi orgullo como en el pasado y compartía todo lo que entendía. ¡Qué bien se siente practicar de esa manera! ¡Gracias a Dios!

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