En las pruebas vi las bendiciones de Dios
A principios de 2008, noté que le había salido un bulto detrás de la oreja de mi hijo. Lo llevé a revisión al hospital y el médico dijo que era un tumor, un tipo concreto de tumor que destruye los huesos. En ese momento no había riesgo de muerte, pero tampoco tratamiento eficaz, y dijo que era muy doloroso, ya que, cada vez que saliera, tendrían que operar a mi hijo para extraer el hueso infectado. Si no, su vida podría correr peligro. Las palabras del médico me dejaron totalmente anonadada. Estaba destrozada. Entonces acababa de empezar a creer y suponía que, como creía en Dios, Él debía ser mi apoyo. Me alentaba a mí misma a mantenerme firme en la fe y a no culpar a Dios nunca. Creía que, si confiaba en Dios, mi hijo se recuperaría con toda seguridad. La operación de mi hijo fue finalmente todo un éxito y se recuperó muy rápido. Solo tres días después de operarse estaba corriendo por todo el edificio y le dieron el alta en una semana. Después de aquello tenía más motivación en mi fe. Aceptaba gustosamente cualquier tarea que me asignara la iglesia y siempre, siempre, cumplía con el deber. Mi familia no lo entendía y mis allegados hablaban constantemente a mis espaldas, pero no me daba por aludida. Creía que, siempre y cuando no dejara de trabajar mucho y esforzarme, seguro que Dios me bendeciría.
Un buen día vino mi hijo agarrándose la cintura y diciendo que le dolía. Al ver su rostro dolorido, tuve un mal presentimiento. Le levanté la camisa inmediatamente y vi un bulto justo donde decía que le dolía. Gritó de dolor cuando lo rocé levemente y supe que su enfermedad había vuelto. Rápidamente, lo llevé directo al hospital. Un chequeo confirmó que se había reproducido su dolencia. No pude evitar recordarlo tras su primera operación, pegado a un montón de tubos. Parecía débil y yo estaba angustiada. No soportaba la idea de lo que tendría que padecer esta vez. Cada vez que pensaba en lo que tendría que sufrir, y a tan corta edad, me daba tal ansiedad que ni siquiera podía comer o dormir. Deseaba de todo corazón poder contraer su enfermedad y padecerla en su lugar. No acababa de entender por qué Dios no había cuidado y protegido a mi familia pese a haber trabajado tanto por Él desde que era creyente. Ese mismo día vino a verme una hermana de nuestra aldea que compartió conmigo las palabras de Dios. Supe que, en los últimos días, Dios lleva a cabo principalmente la obra del juicio, el castigo, las pruebas y la refinación, y que todos debemos experimentar las pruebas y mantenernos firmes en el testimonio de Dios ante Satanás. Recordé que Job jamás pecó de palabra cuando Dios lo probó, sino que afirmó que había que alabar el nombre de Jehová. Job se mantuvo firme en el testimonio de Dios, quien al final lo elogió y bendijo. Entendí que las pruebas son bendiciones del cielo que solo pueden recibir las personas de fe. Dios me estaba probando con la enfermedad de mi hijo. Si tenía fe, me mantenía firme en el testimonio de Dios y no lo culpaba, seguro que Él bendeciría a mi hijo de nuevo. No dejé de ir a reuniones y me volqué aún más en el deber. Cuando los hermanos y hermanas de la iglesia pasaban por pruebas y se volvían negativos, compartía con ellos mi poquito entendimiento. Todos me admiraban y decían que tenía mucha fe. Cada vez que alguien me elogiaba de esta forma, más segura estaba todavía de que estaba firme en el testimonio de Dios.
Luego reapareció la dolencia de mi hijo por quinta vez y el médico dijo que estaba teniendo demasiados brotes, prácticamente cada seis meses, y que habría riesgo de muerte si aquello seguía así. Propuso quimio y radioterapia para ver si servían de algo. Al oírlo me rompí totalmente por dentro. Sufría tanto que empecé a tratar de razonar con Dios: “Trabajo muchísimo todos los días, pase lo que pase, y, sin importar qué juicios y ataques soporte de los demás, jamás he renegado de Dios. No dejo de cumplir con el deber. ¿Por qué no protege Dios a mi hijo?”. Además, me inundaban las quejas. Seguía yendo a reuniones y cumpliendo con el deber, pero mi corazón se estaba alejando más de Dios. A menudo sostenía un libro de las palabras de Dios con la mirada perdida. Sufría mucho. Me desahogué con Dios: “Dios mío, ahora estoy sufriendo mucho. Sé que no debo culparte de los problemas de salud de mi hijo, pero no comprendo Tu voluntad ni cómo he de sobreponerme a esto. Dios mío, te ruego que me ayudes a comprender Tu voluntad”. Recordé estas palabras de Dios tras mi oración: “Supongamos que Dios hubiera descartado a Job después de que este diera testimonio de Él: Dios también habría sido justo entonces”. Justo después encontré este himno de las palabras de Dios: “[…] La justicia no es en modo alguno justa ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo. Esto no es justicia. Supongamos que Dios hubiera descartado a Job después de que este diera testimonio de Él: Dios también habría sido justo entonces. ¿Por qué se denomina justicia a esto? Desde un punto de vista humano, si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. La esencia de Dios es la justicia. Aunque no es fácil comprender lo que hace, todo cuanto hace es justo, solo que la gente no lo entiende. Cuando Dios entregó a Pedro a Satanás, ¿cómo respondió Pedro? ‘La humanidad es incapaz de comprender lo que haces, pero todo cuanto haces tiene Tu benevolencia; en todo ello hay justicia. ¿Cómo sería posible que no alabara Tus sabias obras?’. Todo cuanto hace Dios es justo. Aunque pueda resultarte incomprensible, no debes juzgarlo a tu antojo. Si alguna cosa que haga te parece irracional o tienes nociones al respecto y por eso dices que no es justo, estás siendo completamente irracional. Tú ya ves que a Pedro le parecían incomprensibles algunas cosas, pero estaba seguro de que la sabiduría de Dios estaba presente y que esas cosas albergaban Su benevolencia. Los seres humanos no pueden comprenderlo todo; hay muchísimas cosas que no pueden entender. Por lo tanto, realmente no es fácil conocer el carácter de Dios” (‘Todo lo que Dios hace es justo’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). A medida que daba vueltas a las palabras de Dios, mi corazón se iluminaba. La justicia de Dios no era imparcial y razonable ni igualitaria como creía, y no se trataba de una compensación por tu trabajo, de obtener lo que hayas dado. Los actos de Dios son insondables para los seres humanos, pero, sin importar lo que haga ni cómo trate a una persona, todo es justo. Todo tiene la sabiduría de Dios porque Su misma esencia es justa. Vi que no comprendía el carácter justo de Dios. Tenía la noción de que, por creer en Dios, Él debía velar por mí; como me esforzaba por Dios, debía colmarme en todos los sentidos y allanarme la senda. Pensaba que, como creía en Dios, Él debía bendecir a toda mi familia. ¿Acaso no trataba de negociar con Dios?
Al pensarlo, abrí mi libro de las palabras de Dios y leí este pasaje: “Lo que buscas es poder ganar la paz después de creer en Dios, que tus hijos no se enfermen, que tu esposo tenga un buen trabajo, que tu hijo encuentre una buena esposa, que tu hija encuentre un esposo decente, que tu buey y tus caballos aren bien la tierra, que tengas un año de buen clima para tus cosechas. Esto es lo que buscas. Tu búsqueda es solo para vivir en la comodidad, para que tu familia no sufran accidentes, para que los vientos te pasen de largo, para que el polvillo no toque tu cara, para que las cosechas de tu familia no se inunden, para que no te afecte ningún desastre, para vivir en el abrazo de Dios, para vivir en un nido acogedor. Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tiene corazón, tiene espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Es que no puedes ser diferente a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes las agallas para mirar a Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Las palabras de Dios exponían todas las motivaciones y esperanzas absurdas que tenía en mi fe. Cada pregunta de Dios me dejaba sin escapatoria. Echando la vista atrás, desde el principio había tenido fe nada más que para recibir bendiciones. Pensaba que, si me esforzaba por Dios en el marco de mi fe, Él me bendeciría con una tranquila vida familiar y con salud para mi hijo. Por eso no dejé de cumplir con el deber sin importar cómo me difamaran mis familiares y amigos. Cuando reapareció la enfermedad de mi hijo, pensé que Dios me probaba para ver si tenía auténtica fe en Él. Creía que, si soportaba el sufrimiento y me mantenía firme en el testimonio de Dios, me bendeciría sin lugar a dudas y mi hijo se mejoraría. Así pues, cuando volvió a enfermar e incluso su vida corría peligro, mis esperanzas de recibir bendiciones y gracia se hicieron añicos al instante. Comencé a quejarme a Dios y a razonar con Él, y lo culpaba de ser injusto. Hasta perdí el interés por mi deber. El juicio y las revelaciones de las palabras de Dios fueron lo que me demostró que trabajaba mucho solamente a cambio de bendiciones de Dios. Lo hacía exclusivamente para negociar con Dios, para engañarlo. Me convencí por completo ante la realidad y entendí que Dios es verdaderamente santo y justo. Penetra en nuestro corazón y nuestra mente. Si una prueba tras otra no me hubieran mostrado que mi fe estaba viciada y mi perspectiva de búsqueda era incorrecta, habría continuado engañada por mi buena conducta externa. Habría continuado creyéndome muy devota y firme en el testimonio de Dios. Vi que no me conocía lo más mínimo.
Luego leí esto en las palabras de Dios: “Frente al estado del hombre y la actitud de este hacia Dios, Él ha hecho una nueva obra permitiéndole al hombre poseer tanto el conocimiento de Dios como la obediencia hacia Él, y tanto el amor como el testimonio. Por tanto, el hombre debe experimentar el refinamiento que Dios realiza en él, así como Su juicio, trato y poda, sin los cuales el hombre nunca conocería a Dios y no podría amarlo realmente ni dar testimonio de Él. El refinamiento que Dios realiza en el hombre no es solo en aras de un efecto unilateral sino de un efecto polifacético. Solo de esta manera Dios hace la obra de refinamiento en los que están dispuestos a buscar la verdad, con el fin de perfeccionar su determinación y su amor. A los que están dispuestos a buscar la verdad, que anhelan a Dios, nada les es más significativo o de mayor ayuda que un refinamiento como este. El hombre no conoce ni entiende fácilmente el carácter de Dios, porque Dios, a fin de cuentas, es Dios. En última instancia, es imposible que Dios tenga el mismo carácter que el hombre y por eso al hombre no le es fácil conocer Su carácter. El hombre no posee por naturaleza la verdad y aquellos a los que Satanás ha corrompido no la pueden entender con facilidad; el hombre está privado de la verdad y de la determinación de ponerla en práctica y, si no sufre y no es refinado ni juzgado, entonces su determinación nunca será hecha perfecta. Para todas las personas, el refinamiento es penosísimo y muy difícil de aceptar, sin embargo, es durante el refinamiento cuando Dios deja claro el carácter justo que tiene hacia el hombre y hace público lo que le exige y le provee mayor esclarecimiento, además de una poda y un trato más reales. Por medio de la comparación entre los hechos y la verdad, le da al hombre un mayor conocimiento de sí mismo y de la verdad y le otorga una mayor comprensión de la voluntad de Dios, permitiéndole así tener un amor más sincero y puro por Dios. Esas son las metas que tiene Dios cuando lleva a cabo el refinamiento” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor). En las palabras de Dios comprendí que Dios nos prueba y refina para desenmascararnos y purificarnos, de modo que conozcamos la verdad de nuestra corrupción satánica, nuestro carácter corrupto y las impurezas de nuestra fe. Entonces podemos buscar la verdad, purificarnos, transformarnos y alcanzar una fe en Dios, un sometimiento y un amor auténticos. Al final podemos ser salvados por Dios y librarnos completamente del mal de Satanás. Este es el propósito de las pruebas de Dios a la gente. Que mi hijo enfermara una y otra vez reveló plenamente mi motivación por recibir bendiciones. Haciendo introspección comprobé que se me ocurría de todo con tal de recibir bendiciones de Dios. Durante mis pruebas leí sobre la experiencia de Job, pero no analicé cómo Job se sometió y veneró a Dios. Solo me fijé en cuánto lo bendijo Dios después de las pruebas y creía que también me bendeciría a mí si podía soportar el sufrimiento. Parecía muy entusiasta y centrada en mi búsqueda, pero tras ella se ocultaban mis motivaciones despreciables. Me controlaba el veneno satánico de “Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda”. En todo lo que hacía consideraba primero mis intereses y, cuando se hacían añicos mis esperanzas, me oponía a Dios y quería ajustarle las cuentas. Manifestaba todo tipo de perversidades. ¡Pero qué egoísta y despreciable soy! ¿Qué tenía eso de fe en Dios? Solamente me oponía a Él y trataba de engañarlo. Al darme cuenta, me postré ante Dios en oración, diciendo: “¡Oh, Dios mío! Todos estos años te he engañado, aferrada a mis motivaciones por recibir bendiciones. Trataba de negociar contigo a cada momento y carecía de toda sinceridad. ¡Qué egoísta, despreciable e inhumana soy! Estoy dispuesta a renunciar a mis motivaciones por recibir bendiciones, a dejar a mi hijo en Tus manos y a someterme a lo que orquestes y dispongas. ¡No me quejaré en absoluto!”. Me sentí realmente libre y en paz tras esta oración.
Poco después, mientras cumplía con el deber en otra ciudad, me llamó mi esposo para decirme que se había extendido la dolencia de nuestro hijo. Tenía tumores en cabeza, espalda y cuello. Ya no había esperanza de controlarlo. Esas palabras me dejaron completamente atónita un buen rato. No soportaba pensar en la situación en que debía de estar mi hijo y era verdaderamente incapaz de afrontar las cosas como venían. Invoqué reiteradamente a Dios: “¡Oh, Dios mío! Ahora estoy muy débil. No sé cómo sobreponerme a esta situación. Te ruego esclarecimiento y ayuda para comprender Tu voluntad”. Después de orar busqué unas palabras de Dios sobre las pruebas y la refinación, y encontré esto: “Para el hombre, Dios hace muchas cosas incomprensibles e incluso increíbles. Cuando Dios desea orquestar a alguien, con frecuencia esta orquestación está en desacuerdo con las nociones del hombre y le resulta incomprensible. Sin embargo, esta disonancia e incomprensibilidad son precisamente la prueba y el examen de Dios para el ser humano. Entretanto, Abraham pudo demostrar su obediencia a Dios, que era la condición más fundamental de su capacidad de satisfacer Su requisito. […] Aunque, en diferentes contextos, Dios usa diferentes formas de probar a cada persona; en Abraham comprobó lo que quería ver: que su corazón era sincero, y su obediencia incondicional. Este ‘incondicional’ era precisamente lo que Dios deseaba. Con frecuencia, las personas afirman: ‘Ya he ofrecido esto, ya he renunciado a aquello; ¿por qué sigue Dios insatisfecho conmigo? ¿Por qué sigue sometiéndome a pruebas? ¿Por qué sigue examinándome?’. Esto demuestra una realidad: Dios no ha visto tu corazón ni lo ha ganado. Es decir, no ha visto la misma sinceridad que cuando Abraham fue capaz de levantar su cuchillo para matar a su hijo con sus propias manos y ofrecérselo a Dios. No ha visto tu obediencia incondicional ni ha sido confortado por ti. Es natural, pues, que Dios siga probándote” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Pensé una y otra vez en estas palabras. Cuando Abrahán ofreció a Dios su único hijo, no pidió nada para él ni alegó nada. Sabía, sin lugar a dudas, que Dios le había dado su hijo y que era justo devolvérselo como Dios le exigía. Esas eran la conciencia y la razón que debería tener un ser creado. Aunque le resultara muy doloroso, supo someterse de todas formas a las exigencias de Dios. Al final, efectivamente, sí agarró el cuchillo para matar a su hijo, lo que demuestra que su fe y obediencia hacia Dios eran sinceras y que podía resistir una prueba real. Sin embargo, yo dije que estaba dispuesta a someterme a lo que Dios orquestara y dispusiera y a entregarle mi hijo, pero por dentro me aferraba a mis exigencias. Sobre todo cuando supe que había empeorado su enfermedad y no se la podían tratar, ante el dolor de su posible pérdida, descubrí que albergaba exigencias. No las verbalizaba, pero en mi interior quería pedirle a Dios que lo sanara. Entendí que era muy irracional y carente de obediencia hacia Dios. Lo cierto es que mi hijo no es de mi propiedad. Dios sopló el aliento de vida en él. Mi cuerpo fue un simple medio por el que nació. Hace mucho que Dios predestinó y dispuso íntegramente su vida entera. Dios ya había decidido cuánto sufriría, cuántas adversidades afrontaría a lo largo de la vida. Tenía que someterme a las disposiciones de Dios. Cuando lo pensé, oré a Dios: “Dios mío, mi hijo no me pertenece. Te lo lleves o no, sé que es por Tu voluntad benévola. Quiero someterme y dejar en Tus manos la vida de mi hijo. No me quejaré hagas lo que hagas”. El dolor que sentía se alivió tras orar. En un suspiro se pasó un mes. Un día, al llegar a casa de una reunión, mi esposo me llamó para contarme, emocionado, que habían desaparecido todos los tumores de nuestro hijo. Lo había confirmado un escáner en el hospital. Cuando me enteré, me emocioné tanto que me puse a llorar. Exclamé una y otra vez dentro de mí: “¡Gracias a Dios!”. Esta experiencia concreta me demostró realmente el gran poder de Dios y me permitió experimentar estas palabras suyas: “Todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán, de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios preside sobre todas las cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Esto me demostró realmente la omnipotencia y soberanía de Dios, que puede generar algo de la nada y hacer que deje de existir una cosa. La mano de Dios lo orquesta todo. ¡Di gracias de corazón a Dios!
Un año después, en un mensaje inesperado, mi marido me decía que la enfermedad de nuestro hijo había reaparecido y que estaba en el hospital recibiendo quimio. Aquello me dolió de algún modo, pero recordé mi experiencia anterior. Estaba dispuesta a seguir el ejemplo de Abrahán y someterme a lo que Dios orquestara y dispusiera. Para mi sorpresa, a mi hijo le dieron el alta solo dos semanas más tarde y sigue sano a día de hoy. Durante estas pruebas, pese a que culpé y malinterpreté a Dios, Él no se fijó en mi ignorancia, sino que me dio esclarecimiento y me guió con Sus palabras para que entendiera Su omnipotencia y soberanía y cambiara mi idea equivocada de tener fe nada más que por las bendiciones. ¡Experimenté de veras que las pruebas y la refinación son bendición de Dios para mí! ¡Demos gracias a Dios Todopoderoso!
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