Contemplé las obras de Dios durante mi persecución

14 Feb 2025

Por Li Chen, China

Un día de julio de 2018, a altas horas de la madrugada, una hermana y yo estábamos en casa de nuestro anfitrión terminando un debate de trabajo y a punto de irnos a la cama, cuando de pronto oímos que apalancaban la puerta y el ladrido de un perro, lo que me puso un poco nerviosa. Entonces, siete u ocho policías irrumpieron en la sala y nos esposaron las manos a la espalda. Sin mostrar documento alguno, se pusieron a revolver la casa para registrarla. Al final encontraron más de 7000 yuanes en metálico y un recibo de 350000 yuanes de dinero de la iglesia. Me asusté: la policía, al haber encontrado el recibo, seguro que iba a preguntar dónde estaba el dinero. No sabía cómo me torturarían ni si me matarían a golpes. Me apresuré a orar en mi interior para pedirle a Dios fortaleza y protección para no volverme una judas y no traicionarlo. Me vino a la memoria el himno “El testimonio de la vida”: “Si un día me capturan y persiguen por dar testimonio de Dios. Tal sufrimiento es por el bien de la rectitud, lo sé en mi corazón. Si mi vida se apaga en un abrir y cerrar de ojos como los fuegos artificiales, aún sentiré orgullo de seguir a Cristo y dar testimonio de Él” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Cierto. Tener fe es algo recto, por lo que, sin importar qué tortura brutal tuviera que enfrentar, eso sería sufrir por causa de la justicia. No podía ser cobarde ni temerosa: tenía que pasar por ello amparada en Dios. Con esta idea en mente, me calmé poco a poco.

Aquella tarde, la policía nos llevó a las dos a un hotel a interrogarnos por separado. Un agente, Liu, gritó: “¡Vamos, suelta la verdad sobre estos asuntos religiosos! ¿De qué va ese recibo de 350000 yuanes?”. Pensé: “Ese dinero pertenece a la iglesia, no es cosa de ellos. ¿Por qué habría de contarles nada?”. Así pues, callé. Después, el agente Liu me dio, airado, una bofetada que me escoció la cara. Me apretó muy fuerte los puntos de presión del cuello, pero yo apreté los dientes de dolor y no dije ni palabra. Luego, un agente con sobrepeso me dijo: “Ven, te ayudaré a hacer ejercicio”. Me agarró del pelo y tiró de él arriba y abajo, lo que me forzaba a hacer sentadillas. Después de 50 o 60 veces, me escocía el cuero cabelludo y él me había arrancado el pelo por todos lados. En ese momento trajeron una silla y la pusieron detrás de mí con el respaldo contra mi espalda. Me pasaron los brazos, esposados, por un hueco del respaldo, de forma que quedaron apoyados en el asiento de la silla. Yo estaba sentada en el suelo con las piernas extendidas hacia adelante. Siguieron pidiéndome información sobre los 350000 yuanes y, en vista de que no hablaba, continuaron torturándome. Al rato me dolían mucho las articulaciones de los hombros, y sentía como si me hubieran partido la cintura. Los cerrojos de las esposas se me estaban clavando de lleno en la carne. Temblaba de dolor, sudaba sin cesar y creía que realmente ya no podía más. No paraba de orar en mi interior para pedirle a Dios que me diera fortaleza y que velara por mí para que pudiera mantenerme firme. Recordé entonces un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes someterte a Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a las pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Solo esto es amor y fe verdaderos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Por las palabras de Dios supe que Él permitía que Satanás me persiguiera para perfeccionar mi fe y mi amor, y para ver si era capaz de mantenerme firme en mi testimonio y de satisfacerlo a Él a través del sufrimiento. Satanás me torturaba físicamente para que traicionara a Dios, y yo no podía ceder ante él. Una vez comprendida la intención de Dios, adquirí fuerza interior y, para cuando quise darme cuenta, pude resistir el dolor.

Al día siguiente, la policía continuó preguntándome por el dinero de la iglesia. Como seguía sin hablar, uno de ellos sacó un bote de lacrimógeno, un líquido que te hace llorar. Me lo sacudió en la cara, mientras decía: “Si te rocían con esto en la cara, los ojos y la nariz no pararán de gotearte. Duele un montón. Lo usaremos contigo si sigues sin hablar”. El agente Liu ordenó, enfurecido: “Usad agua de chile con ella; ¡así aprenderá!”. Luego trajeron una silla de tigre y me amenazaron: “Si no hablas, te colocaremos sobre ella ¡y te electrocutaremos hasta la muerte!”. Eso me asustó mucho: si realmente me torturaban así, ¿podría soportarlo? Después me vinieron a la mente unas palabras de Dios: “No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Las palabras de Dios me ayudaron a calmarme. Cierto: no estaba pasando por esta opresión y esta dificultad yo sola, sino que Dios estaba a mi lado, Dios me respaldaba. Sin importar cómo me torturara la policía, Dios me guiaría y ayudaría en este difícil momento. En compañía de Dios no tenía nada que temer. Al ver que todavía no hablaba, los agentes agarraron el lacrimógeno y una bolsa de plástico y me arrastraron al baño. Como veía que me iban a poner la bolsa de plástico en la cabeza, justo antes de que lo hicieran, respiré hondo y aguanté la respiración. Unos 40 segundos después, me quitaron la bolsa e inmediatamente me rociaron la cara con el lacrimógeno. No me ahogué porque aún estaba aguantando la respiración. En cambio, a los dos agentes les llegó un poco y empezaron a toser. Me volvieron a poner la bolsa de plástico en la cabeza, un minuto o así en esta ocasión. Cuando me rociaron de nuevo con el lacrimógeno, fue incluso más que la primera vez. Sin embargo, sorprendentemente, solo noté escozor en el cuello y la cara, y ningún otro efecto. La policía no tuvo más remedio que llevarme de vuelta a la habitación. Estaba muy conmovida. Había contemplado realmente la obra de Dios y sentía que Él estaba a mi lado ayudándome. Luego me abofetearon en la cara y me apretaron los puntos de presión. Me obligaron a hacer sentadillas tirándome del pelo y volvieron a ponerme los brazos a la fuerza contra el asiento de la silla. Me torturaron de esa forma una y otra vez; y yo me mantuve fuerte continuando con mis oraciones.

A mediodía del cuarto día, al comprobar que seguía sin contarles nada, el agente Liu me pellizcó la barbilla con fuerza y me dijo con saña: “No hay límite de tiempo para los interrogatorios en casos como el tuyo. El gobierno nacional ha decretado para vosotros que seáis asesinados, encarcelados u obligados a arrepentiros. Tenemos tiempo de sobra. Si no abres la boca, ¡te lo demostraremos esta tarde!”. Me empezó a latir el corazón con fuerza, sin saber qué clase de tortura me tenían preparada. Estaba cada vez más nerviosa. Oré a Dios en silencio y sin cesar para pedirle fe y fortaleza. Después recordé Sus palabras: “Con toda seguridad, bajo la guía de Mi luz, os abriréis paso entre el yugo de las fuerzas de la oscuridad. En medio de la oscuridad, ciertamente no perderéis la guía de Mi luz. Con seguridad seréis los amos de toda la creación. Con seguridad seréis vencedores delante de Satanás. Con seguridad, cuando caiga el reino del gran dragón rojo, os erguiréis entre las grandes multitudes como prueba de Mi victoria. Con seguridad permaneceréis firmes e inquebrantables en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis Mis bendiciones, y, con seguridad, irradiaréis Mi gloria por todo el universo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 19). Las palabras de Dios me dieron fortaleza. Dios perfeccionará a un grupo de vencedores en medio de la salvaje persecución del gran dragón rojo y, sean cuales sean el dolor y las dificultades que estos vencedores enfrenten, serán capaces de someterse a Dios y consagrarse a Él hasta el final. Por muy brutal que sea el gran dragón rojo, él también está en manos de Dios; simplemente presta un servicio para que Dios perfeccione a Su pueblo escogido. Fuera cual fuera la horrible tortura a la que me sometiera la policía, solo tenía que ampararme verdaderamente en Dios y confiar en que Él me guiaría para imponerme a la persecución de Satanás. Gracias a la guía de las palabras de Dios, ya no me sentía tan ansiosa ni temerosa.

Aquella tarde, la policía continuó con su tortura. Como el agente Liu me había estado abofeteando sin parar, me zumbaban los oídos. Me agarró un poco del pelo de las sienes, tiró de él hacia delante y hacia atrás, y luego apretó con fuerza los puntos de presión del cuello, las orejas y la clavícula. Yo sudaba de dolor. Otro agente me agarró del pelo y me obligó a ponerme en cuclillas. Lo hizo 90 veces por lo menos. Nunca había imaginado que podría aguantar tanto, pero ni siquiera se me entumecieron las piernas. El agente Liu me apretó fuerte los puntos de presión del cuello y, aunque al principio me dolió, al rato pude soportarlo. Exasperado, gritó: “¡Eres de constitución robusta!”. Di gracias a Dios una y otra vez cuando me dijo aquello. No es que fuera de constitución robusta, sino que se trataba exclusivamente de la protección de Dios. Después me volvieron a poner los brazos sobre el asiento de la silla. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero el dolor de brazos se me hizo insoportable y me temblaba todo el cuerpo sin parar. Justo entonces, el agente Liu me puso un pie en la cara, lo que me impedía moverme. Me levantó la cara con el pie, me metió el zapato en la boca y me dijo: “Si sigues negándote a hablar, me quitaré los calcetines y te los meteré en la boca. Y me huelen los pies a rayos”. Su sonrisa malvada me enfureció. Yo tan solo era creyente; no había hecho nada ilegal, pero esta pandilla de demonios me torturaba y jugaba conmigo. Los odiaba con todo mi ser. En silencio y sin cesar, oré a Dios para pedirle que me diera fortaleza y que velara por mí para que pudiera mantenerme firme. Poco a poco, desapareció el dolor de brazos, y pude sentarme tranquila en el suelo. Estaba sumamente conmovida: había experimentado una vez más la misericordia de Dios para conmigo. Estaba tan agradecida a Dios que no pude contener las lágrimas. Más tarde, en vista de que no me iban a sonsacar información sobre el dinero, intentaron obligarme a firmar una carta de arrepentimiento. Me informaron que iría a la cárcel si no la firmaba y me amenazaron: “El sufrimiento al que te enfrentarás en la cárcel es bastante duro. Hay labores diarias, te pegarán y castigarán, y la comida no es apta para seres humanos. ¡Entonces será demasiado tarde para arrepentirse! Más te vale que te lo pienses bien. Todavía estás a tiempo de firmar”. Pensé: “Mi fe no vulnera ninguna ley, así que no firmaré su carta. Eso sería traicionar y humillar a Dios. Por muy duras que sean las cosas en la cárcel, estoy dispuesta a ampararme en Dios y perseverar”. Por tanto, respondí: “No voy a firmar”. Enfurecidos, dijeron: “¡Bien! Si quieres sufrir, adelante”, y se marcharon.

A principios de agosto me trasladaron a las autoridades locales de Seguridad Pública de mi localidad natal. La policía me llevó directamente a un hotel a interrogarme. Recuerdo que había seis agentes, en parejas, que me vigilaban por turnos y se aseguraban de que no durmiera. A esto lo llaman “agotamiento del águila”: no dejar dormir a la gente durante largos períodos de tiempo para desalentarla, y luego interrogarla y exigirle que confiese en estado de confusión. Es una forma habitual de tortura de la policía. Al principio intentaron, sobre todo, lavarme el cerebro hablándome de ateísmo y evolución, y contándome todo tipo de herejías y falacias que negaban y se resistían a Dios. A veces me ponían videos en los que se blasfemaba contra Dios y se difamaba a la Iglesia de Dios Todopoderoso; era repugnante. En un principio discutía con ellos, pero después me di cuenta de que eran unos demonios contrarios a Dios, enemigos de Dios, por lo que, por más que yo hablara, no hacía más que gastar saliva. A partir de entonces los ignoré. Uno de los agentes me trajo algo blasfemo contra Dios para que lo leyera. Como me negué a leerlo, me dio una fuerte bofetada y me amenazó, con sonrisa perversa: “Si no lo lees, te quitaremos toda la ropa y te pegaremos esta blasfemia por todo el cuerpo”. Detesté profundamente a aquellos demonios por emplear una táctica tan vil y sucia para obligarme a traicionar a Dios. Tomé la determinación y juré por mi vida que jamás blasfemaría contra Dios. Volví la cara hacia un lado y los ignoré. Mientras estuve allí, en cuanto comenzaba a dormirme, un agente gritaba: “¡Nada de dormir!”. En esos momentos oraba en mi interior, recitaba en silencio unas palabras de Dios o cantaba un himno para mis adentros y, para cuando quería darme cuenta, ya ni siquiera tenía sueño. Cuanto más tiempo pasaba, más energía tenía; los policías, en cambio, estaban llegando al límite; algunos hasta enfermaron. Así superé ocho días de “agotamiento del águila”, amparada en las palabras de Dios. Esto me conmovió mucho. Por mí misma no habría tenido energía después de tantos días sin dormir. Sabía que todo esto era obra de Dios y estaba muy agradecida por Su protección. Esto, además, reforzó mi confianza en que podría mantenerme firme en mi testimonio para Dios en cualquier interrogatorio posterior. Al ver que seguía sin hablar, uno de ellos me abofeteó con rabia, me levantó de la silla a rastras, me agarró del pelo y me golpeó contra el suelo y la pared. Entonces me agarró enérgicamente y me pisó con fuerza la pierna izquierda para que no pudiera moverme, mientras otro agente me daba una patada en la pierna derecha, obligándome a abrirme de piernas en un ángulo de unos 120 grados. Grité de dolor. Transcurrió un minuto entero hasta que me soltaron, y uno de ellos me amenazó: “Si sigues en silencio, te desnudaremos, te colgaremos ¡y te daremos una paliza! En China, creer en Dios es un delito político. Antaño te habrían fusilado, pero ahora podemos tratarte como a un animal. ¡Podemos hacerte lo que queramos!”. Me enfadé mucho cuando dijo eso, pero también me preocupé bastante. No sabía cómo iban a torturarme y humillarme aquellos demonios a continuación. ¿Y si de veras me quitaban toda la ropa y me colgaban? En pleno dolor, oré a Dios sin cesar para pedirle fortaleza y protección para poder mantenerme firme. Tras orar recordé un himno, “El reino”:

[…]

2  […] Dios es mi apoyo, ¿qué hay que temer? Prometo con mi vida luchar contra Satanás hasta el final. Dios nos eleva, deberíamos dejarlo todo atrás y luchar para dar testimonio de Cristo. Dios cumplirá Su voluntad en la tierra. Tendré mi amor y lealtad preparados para entregárselos a Dios. Recibiré con gozo el regreso de Dios cuando descienda en la gloria y volveré a reunirme con Él cuando se haga el reino de Cristo.

3  […] De la adversidad han salido muchos buenos soldados vencedores. Somos vencedores junto con Dios y nos hemos convertido en testimonio de Dios. Mira hacia el día en que Dios logra la gloria, llega con una fuerza irresistible. La gente se dirige a raudales hacia esta montaña y camina en la luz de Dios. El incomparable esplendor del reino debe manifestarse por todo el mundo. […]

Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos

Este himno realmente suscitó algunos sentimientos en mí. Era un honor para mí experimentar semejante opresión y dificultad en mi fe, y tener la oportunidad de dar testimonio de Dios ante Satanás. Recordé la época en que el Señor Jesús obraba; Sus apóstoles y discípulos soportaron la persecución por difundir Su evangelio. Unos murieron lapidados, otros, descuartizados, pero todos dieron rotundo testimonio para Dios y vencieron a Satanás. En los últimos días, Dios se ha hecho carne y ha venido a obrar para salvar plenamente a la humanidad del pecado y llevarnos a un hermoso destino. Sin embargo, el Partido Comunista es un partido malvado que se resiste y odia a Dios. No permite que el pueblo tenga fe y adore a Dios, y reprime y persigue frenéticamente a los cristianos. Muchísimos hermanos y hermanas han sido torturados sin piedad tras ser detenidos, pero, amparados en Dios, pudieron dar un hermoso testimonio. Sabía que tenía que seguir su ejemplo, que no podía temer el sufrimiento físico y la humillación, sino que tenía que mantenerme firme en el testimonio y humillar a Satanás.

La policía reanudó su interrogatorio días después, e intentó forzarme a traicionar a mis hermanos y hermanas y a informarle sobre el dinero de la iglesia. Dado que no quise decirles nada, me sentaron con la espalda pegada a la pared y me abrieron las piernas por la fuerza. Un agente me sujetó la pierna izquierda contra la pared y me agarró los brazos para que no pudiera moverme, mientras otro me pateó con saña la pierna derecha para ponerla contra la pared contraria. Me sacudían unos brotes de dolor agudo. Me torturaron sin parar de las 20:00 a las 23:00. No recuerdo cuántas veces me lo hicieron. Finalmente, me pusieron la pierna derecha contra la pared en un ángulo de 180 grados, mientras yo, completamente sin fuerzas, estaba desplomada en el suelo. Cuando salió el sol, vi que tenía ambas piernas sumamente hinchadas y moradas. Tenía la cara interna del muslo derecho, en concreto, toda morada, e incluso levantarme al baño me resultaba realmente difícil. Tenían que ayudarme a sentarme en el retrete. Un agente me dijo, tratando de asustarme: “Con las piernas así, si seguimos torturándote, será el doble de desagradable que ayer. Cada vez te dolerá más. ¡Confiesa ya!”. Al ver que no les iba a contar nada, otro agente me separó las piernas con saña para abrírmelas a la fuerza, y sentí un dolor agudo justo cuando superaban los 90 grados. Grité, incapaz de soportarlo. Me dijo: “Solo hasta ahí, ¿y te duele tanto? Te seré sincero. Esta tortura se emplea especialmente con las mujeres agentes especiales. ¿Puede soportarla tu cuerpo? Piénsalo un poco”. Otro agente con sobrepeso comentó: “Todos aquellos a los que he interrogado anteriormente eran asesinos. Al final todos confesaban mientras llamaban a gritos a papá y mamá. Querían morir antes que soportar ese tipo de sufrimiento”. Esto me asustó. Los delincuentes preferían la muerte antes que su castigo; ¡debía de ser una tortura horrible! La idea de ser torturada de tal modo que estaría mejor muerta hizo que mi corazón empezara a latir con fuerza. Oraba reiteradamente a Dios en silencio. En ese momento recordé algo que manifestó el Señor Jesús: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno(Mateo 10:28). También las palabras de Dios Todopoderoso: “Cuando las personas están verdaderamente preparadas para sacrificar su vida, todo se vuelve insignificante y nadie puede vencerlas. ¿Qué podría ser más importante que la vida? Así pues, Satanás se vuelve incapaz de hacer nada más en las personas, no hay nada que pueda hacer con el hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 36). Las palabras de Dios afianzaron mi fortaleza. La policía podía torturarme con brutalidad, pero solamente podría despojarme de mi existencia carnal. No podría rozar mi alma. Si yo traicionaba a Dios por miedo a las penalidades físicas, arrastraría una existencia innoble como una judas y, al final, mi alma, mi espíritu y mi cuerpo recibirían castigo. Satanás estaba utilizando mi debilidad carnal para que traicionara a Dios, y yo no podía caer en sus trucos. Sin importar cómo me torturara la policía, aunque me golpeara hasta la muerte, estaba decidida a mantenerme firme en mi testimonio y humillar a Satanás.

La policía siguió interrogándome los días posteriores y me amenazó de nuevo con hacerme abrir las piernas. Me dijeron que me llevarían a una cámara de tortura, me someterían a todo tipo de torturas crueles y no pararían hasta que les diera información sobre la iglesia. Recordé el dolor de abrir las piernas: como si me las arrancaran a la fuerza. No quería volver a soportar nunca más ese espantoso dolor. Pensé que prefería morir a seguir soportando aquella horrible tortura. Hice huelga de hambre y rechacé varias comidas seguidas. Los policías me gritaban, enfurecidos, que me alimentarían a la fuerza si me negaba a comer. Asustada, por fin entendí que tenía que buscar la intención de Dios. Entonces me acordé de unas palabras Suyas: “El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes! […] Por lo tanto, durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Con las palabras de Dios descubrí que era de cobardes buscar la muerte por miedo al sufrimiento físico. De esa forma, no solo no glorificaría a Dios, sino que sería el hazmerreír de Satanás. Dios esperaba que diera testimonio para Él ante Satanás, que me consagrara a Él hasta mi último aliento y que no me rindiera nunca ante Satanás. Ese era un firme testimonio con el que contraatacar a Satanás. Una vez que conocí la intención de Dios, dejé de rechazar la comida. Sin embargo, al pensar en la probabilidad de que continuara mi tortura a manos de la policía, sin saber cuándo acabaría todo, sentí cierta debilidad en mi interior. Luego rememoré un himno, Imitar al Señor Jesús: “En el camino hacia Jerusalén, Jesús estaba sufriendo, como si le estuvieran retorciendo un cuchillo en el corazón, pero no tenía la más mínima intención de faltar a Su palabra; siempre había una poderosa fuerza que lo empujaba hacia adelante hacia el lugar de Su crucifixión. Finalmente, fue clavado en la cruz y se convirtió en semejanza de carne de pecado, completando la obra de redención de la humanidad. Se liberó de los grilletes de la muerte y el Hades. Delante de Él, la mortalidad, el infierno y el Hades perdieron su poder, y Él los venció(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo servir en armonía con las intenciones de Dios). Al meditar las palabras de Dios, recordé que, en la época en que el Señor Jesús realizó Su obra de redención de la humanidad, lo azotaron los soldados romanos, tuvo que llevar una corona de espinas y caminó paso a paso mientras agonizaba al lugar de Su crucifixión. Finalmente, derramó Su última gota de sangre en la cruz, con un dolor inimaginable. Para salvarnos, Dios entregó Su propia vida sin vacilar; ¡cuán grande es el amor de Dios! Sin embargo, yo, cuando vi la horrible tortura a la que no podría escapar, no quise sufrir más. Dejé de estar decidida a dar testimonio para Dios. Eso me pareció realmente vergonzoso. Si Dios pudo sacrificar Su vida por nosotros, ¿por qué no podía ofrecerme yo para retribuir Su amor? Mientras percibía el amor de Dios, se me caían las lágrimas sin cesar por la cara. Oré en silencio: “Dios mío, sin importar cuánto tenga que sufrir ni durante cuánto tiempo, ¡quiero mantenerme firme en mi testimonio!”.

Esa noche, al incorporarme del suelo, sentí fuerza en todo el cuerpo y estaba mucho mejor de ánimo. Uno de los policías siguió interrogándome para obtener información sobre la iglesia. Le respondí categóricamente: “No voy a contarle nada”. Se fue airado y dando un portazo. Poco después, los policías trajeron una silla de interrogatorios nueva, me esposaron a ella y me dijeron que el día siguiente sería terrible para mí. Aquella noche, ya tarde, me di cuenta de que los dos agentes que me vigilaban se habían dormido, así que decidí intentar quitarme las esposas. Sorprendentemente, estaban bastante flojas y se me soltaron inmediatamente las manos. Oré en mi interior: “Dios mío, ¿me estás dando una salida? No sé lo que hay fuera de esta habitación ni adónde puedo huir. Me pongo en Tus manos; ¡guíame, por favor!”. Tras orar, me escapé de la silla de interrogatorios y llegué a la puerta. La abrí con cuidado y corrí a la entrada del hotel. Para mi sorpresa, los guardias de la puerta también estaban durmiendo encima de una mesa, con lo que salí del hotel sin problema y fui corriendo hacia un callejón. Tenía las piernas bastante malheridas, pero en aquel momento, increíblemente, no me dolían nada. Corría desesperadamente. Estaba muy nerviosa, con miedo a que la policía me alcanzara y me llevara de vuelta. No sabía adónde ir y no me atrevía a ir a ver a mis hermanos o hermanas por temor a ponerlos en peligro. Me acordé de una casa que mi familia había comprado hacía poco y que probablemente la policía aún no conocía. Quería ir a esconderme un tiempo en ella, así que corrí rápido hacia allí. No tardó en volver mi mamá. Nerviosa, me dijo: “La policía anda por ahí con tu foto, preguntando por ti por todas partes. No puedes quedarte aquí, tienes que irte ya”. Esto me puso muy nerviosa, y me latía el corazón con fuerza. Enseguida me arrodillé a orar: “Dios mío, no sé adónde ir. Guíame, por favor. No sé si esta huida me saldrá bien, pero lo dejo todo en Tus manos, a lo que Tú dispongas. Si no puedo escapar, estoy dispuesta a dar la vida por mantenerme firme en mi testimonio”. Poco a poco me calmé tras orar. Después, mi papá me sacó de allí en su bicicleta eléctrica. Justo cuando nos acercábamos a la puerta trasera del complejo de apartamentos, vi no muy lejos a los policías que me habían estado interrogando, los cuales tenían una foto y preguntaban a los transeúntes. Se me subió el corazón a la garganta y sudaba por todo el cuerpo. Mientras no estaban atentos, me bajé de la bicicleta y fui a un edificio cercano a esconderme. Mi papá continuó la marcha fingiendo compostura. Yo oraba a Dios sin cesar para pedirle que me guiara. Mi papá volvió a buscarme al poco rato y me dijo que la policía se había ido. No había nadie vigilando la puerta trasera del complejo de apartamentos, así que aproveché para escabullirme. Tras algunos contratiempos, con la ayuda de mis hermanos y hermanas, encontré un lugar relativamente seguro para esconderme.

Posteriormente me enteré de que, ese mismo día, poco después de irme de casa de mis padres, habían llegado muchos coches de policía y habían rodeado el complejo de apartamentos. Se habían pasado días buscando de puerta en puerta. Habían puesto patas arriba la casa de mis padres cuando la encontraron y se llevaron a mi padre a la comisaría para interrogarlo sobre mi paradero. Y no solo eso, sino que habían instalado una cámara de alta definición en el edificio situado justo enfrente del de mis padres. La policía también registró en mi búsqueda los alrededores de la casa de mi abuela. Cuando una señora mayor que vivía al lado dijo algo en voz baja a alguien que estaba con ella, la policía le ordenó que me entregara, la llevó a la comisaría y la tuvo allí toda la noche. Después detuvieron a mi tía y le preguntaron por mi paradero. Todos mis parientes estaban bajo vigilancia policial. Me enfadé mucho cuando me enteré. El Partido Comunista es una auténtica locura: pese a que mi fe no vulneraba ninguna ley, sería capaz de todo por capturarme. Recordé estas palabras de Dios: “¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] Miles de años de odio están concentrados en el corazón, milenios de pecaminosidad están grabados en el corazón; ¿cómo no podría esto infundir odio? ¡Venga a Dios, extingue por completo a Su enemigo, no permitas que siga más tiempo fuera de control, que reine como un tirano! Ahora es el momento: el hombre lleva mucho tiempo reuniendo todas sus fuerzas; ha dedicado todos sus esfuerzos y ha pagado todo precio por esto, para arrancarle la cara odiosa a este diablo y permitir a las personas, que han sido cegadas y han soportado todo tipo de sufrimiento y dificultad, que se levanten de su dolor y se rebelen contra este viejo diablo maligno(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). Dios se ha hecho carne en los últimos días y expresa verdades para salvar a la humanidad. Nos ha traído el evangelio para que nos salvemos y entremos en el reino de los cielos, pero el Partido Comunista no permite que el pueblo tenga fe y siga a Dios. Detiene y persigue frenéticamente a los cristianos, nos tortura cruelmente, nos condena a penas de cárcel y hasta nos deja discapacitados o nos mata. ¡El Partido Comunista es un demonio maligno del inframundo! Cuanto más aumenta su opresión, más clara tengo yo su esencia demoníaca, y más lo odio y me rebelo contra él de corazón. Juro por mi vida que continuaré siguiendo a Dios.

Esta experiencia de detención y persecución me mostró el dominio omnipotente de Dios y Sus maravillosas obras. En medio de la crisis, Dios veló por mí para que pudiera sobreponerme a la brutalidad de Satanás. Asimismo, las palabras de Dios fueron las que en reiteradas ocasiones me dieron fortaleza y fe. Experimenté verdaderamente el poder y la autoridad de Sus palabras, y sentí Su amor y protección hacia mí. ¡Estoy agradecida a Dios y lo alabo de todo corazón!

Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.

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