Descubrí mi hartazgo de la verdad
Un día descubrí que una nueva fiel recién incorporada a la iglesia ya se había perdido dos reuniones, así que le pregunté a la líder del grupo por qué, pero no me respondió. Como luego vi que la nueva fiel había empezado a venir a las reuniones otra vez, no le pregunté el motivo a la líder del grupo. Pensé: “Mientras la nueva fiel asista regularmente a las reuniones, bien. Ahora estoy ocupadísima en el deber y fijarme en los detalles me llevaría mucho tiempo y esfuerzo. Volveré a preguntar por ello cuando tenga tiempo”. Por tanto, me olvidé de esa cuestión. Más adelante advertí que esta nueva fiel se marchó en mitad de otra reunión. Pregunté por qué a la líder del grupo, pero siguió sin responderme, y nunca ahondé en el asunto. Tampoco fui a preguntarle a la nueva fiel si estaba pasando por algún estado o dificultad. Transcurrido un tiempo, advertí otra vez que esta nueva fiel no había asistido a varias reuniones seguidas. Fue entonces cuando empecé a preocuparme. Enseguida contacté con la nueva fiel, pero no respondía. Me preocupaba que la nueva fiel se fuera de la iglesia, por lo que contacté rápidamente con la líder del grupo para ver si podía ponerse en contacto con ella, pero la líder del grupo me comentó: “Esta nueva fiel nunca aceptó mi solicitud de amistad, así que no puedo contactar con ella”. Me arrepentí un poco en ese momento. Si lo hubiera investigado antes, habría podido pensar en el modo de remediarlo, pero ya era demasiado tarde. Todo era culpa mía por no hacer seguimiento. Leí entero el chat con la nueva fiel con la esperanza de saber más de su situación. Me di cuenta de que, tras unas palabras para saludarla, nunca le hablé de nada más. No sabía nada de ella. Comprendí que la esperanza de recuperar a esta nueva fiel era remota. Todo esto había ocurrido porque yo salía del paso. Sin embargo, por entonces no hice introspección en serio. Solo lo pensé brevemente, admití que fui un poco negligente y pasé página.
La supervisora no tardó en preguntarme por esta nueva fiel y por qué se había ido de la iglesia. Eso me puso muy nerviosa. Pensé: “Ay, no, me va a revelar. Cuando se entere la supervisora de lo que pasó realmente, seguro que dice que yo salía del paso en el deber y que no era confiable. ¿Qué haría si me destituyeran?”. Efectivamente, la supervisora me señaló mi problema cuando conoció la situación y me dijo que yo solo cumplía con las formalidades y que no me importó ni traté de conocer el estado de la nueva fiel. Al oír esto, enseguida intenté justificarme: “La nueva fiel no respondió a mi saludo, así que no pude continuar la conversación”. La supervisora trató conmigo: “No es que no pudieras continuar la conversación, sino que no te importaba nada la nueva fiel”. Me preocupaba que, si admitía que salía del paso, tuviera que asumir la responsabilidad, por lo que me apresuré a explicar: “La líder del grupo era la principal responsable de esa nueva fiel. Como creía que estaba en contacto con ella, no pregunté por su situación a tiempo. Pregunté a la líder del grupo, pero no me contestó a su debido tiempo”. Le enseñé a la supervisora los mensajes que había enviado a la líder del grupo para demostrar que realmente me importaba la nueva fiel. También le enseñé los mensajes que envié después a la nueva fiel para demostrar que, tras descubrir que no venía regularmente a las reuniones, intenté ponerme en contacto con ella en tiempo y forma, pero no me había respondido. Incluso encontré un motivo para alegar que no pude contactar por teléfono con la nueva fiel porque el predicador del evangelio no había facilitado el teléfono de aquella. Aporté muchos motivos objetivos y desvié la culpa sin cesar, esperando que la supervisora creyera que el problema se había producido por algo, que no había sido culpa mía, o que al menos había sido una culpa compartida con otros, no totalmente mía. En vista de que no admitía mis problemas y eludía mi responsabilidad, la supervisora trató conmigo: “Esta nueva fiel ha estado en varias reuniones, lo que evidencia que anhela la verdad, pero no le preguntaste a tiempo por su estado y sus dificultades, y ahora eludes la responsabilidad diciendo que no pudiste contactar con ella porque no tenías su número. ¡Esto es demasiado irracional!”. Me di cuenta de que la supervisora tenía claros mis problemas y yo no podía eludir la responsabilidad. Preocupada, reflexioné: “¿Qué opinará la supervisora de mí? ¿Dirá que no hago un trabajo práctico? ¿Me destituirán?”. Estaba muy ansiosa y no podía calmarme. Más tarde repasé mentalmente todo lo que había conducido a esto y comprendí que no era una persona honesta en esta cuestión y que no aceptaba la poda y el trato. Era obvio que no había cumplido bien con el deber, que había salido del paso, pero seguía haciendo trampas y poniendo excusas para justificarme. Llegué a intentar culpar al predicador del evangelio por no facilitar el teléfono. Me negaba a admitir que había salido del paso en el deber y no hacía introspección. Me incomodaba recordar mi conducta. Aunque comía y bebía de la palabra de Dios a diario, cuando me sobrevino una situación de verdad y cuando me podaron y trataron, continué viviendo de acuerdo con mis actitudes corruptas y no acepté la verdad. Mi corrupción me parecía muy profunda y pensaba que me resultaría difícil cambiar, así que me sentía algo negativa.
Luego leí un pasaje de las palabras de Dios: “Perseguir la verdad es voluntario. Si amas la verdad, el Espíritu Santo obrará en ti. Cuando ames la verdad, cuando ores a Dios y te ampares en Él, hagas introspección y trates de conocerte sin importar la persecución o tribulación que atravieses, cuando busques activamente la verdad para resolver los problemas que descubras en ti mismo, serás capaz de cumplir con tu deber de manera adecuada. De este modo, serás capaz de mantenerte firme en el testimonio. Cuando la gente ama la verdad, todas estas manifestaciones son naturales en ella. Se producen voluntariamente, de buena gana y sin coacción, sin condicionamientos adicionales. Si la gente es capaz de seguir a Dios de esta manera, al final obtiene la verdad y la vida, entra en la realidad verdad y vive a imagen del hombre. […] Sea cual sea tu motivo para creer en Dios, a la larga Él decidirá tu final en función de si has alcanzado la verdad o no. Si no lo has hecho, ninguna de las justificaciones o excusas que aduzcas tendrá sustento. Intenta razonar como quieras, complícate como quieras; ¿acaso le importará a Dios? ¿Conversará Dios contigo? ¿Discutirá y debatirá Él contigo? ¿Consultará contigo? ¿Qué respuesta hay para eso? No. De ninguna manera lo hará. Por muy sólido que sea tu razonamiento, no se sostendrá. No debes malinterpretar las intenciones de Dios y pensar que si das todo tipo de razones y excusas no es necesario que persigas la verdad. Dios quiere que seas capaz de buscar la verdad en todas las situaciones y en todos los asuntos que se te presenten, y que finalmente logres entrar en la realidad verdad y alcanzar la verdad. Sean cuales sean las circunstancias que Dios haya dispuesto para ti, la gente y los acontecimientos con que te topes y la situación en que te halles, debes orar a Dios y buscar la verdad para afrontarlos. Son precisamente las lecciones que debes aprender en la búsqueda de la verdad. Si siempre buscas dar excusas para zafar, evadir, negarte o resistirte a estas circunstancias, entonces Dios se rendirá contigo. No tiene sentido razonar, o ser intratable o difícil; si Dios no te presta atención, perderás la oportunidad de salvarte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (1)). En la palabra de Dios descubrí que no es difícil corregir un carácter corrupto y entrar en la realidad verdad. La clave radica en qué elige la gente y en si busca y practica la verdad, o no. Sea cual sea la situación, trátese de la poda y el trato o de los fracasos y reveses, la gente debe ser capaz de reflexionar para conocerse y buscar activamente la verdad. Una vez que la comprendas un poco, ponla en práctica y actúa según los principios verdad. Hazlo, y crecerás y te transformarás. Ahora bien, cuando te podan y tratan, si siempre lo eludes, lo niegas y pones excusas, no solo no alcanzarás la verdad, sino que, además, Dios te despreciará y rechazará. Fijándome de nuevo en mí, cuando me podaron y trataron, no lo acepté, no obedecí, no me hice responsable honestamente, no medité mi problema ni busqué activamente la verdad para corregir mi carácter corrupto. Por el contrario, me limité a mí misma, me volví negativa y me opuse. ¿Acaso no estaba siendo irracional? ¡No era una actitud de aceptación de la verdad! Al reconocerlo, no quise vivir más en un estado negativo y limitarme a mí misma. Quería buscar la verdad para resolver mis problemas. Me puse a reflexionar y me pregunté por qué normalmente hablaba de forma tan agradable, pero cuando me podaban y trataban, no lo aceptaba y me volvía negativa e insolente. ¿Qué carácter revelaba?
En mi búsqueda leí dos pasajes de la palabra de Dios: “Algunas personas pueden llegar a admitir que son demonios, satanases, y vástagos del gran dragón rojo, y hablan muy bien de su conocimiento de sí mismas. Pero cuando revelan un carácter corrupto y alguien los revela, trata con ellas y las poda, intentan con todas sus fuerzas justificarse y no aceptan la verdad en absoluto. ¿Qué es lo que ocurre aquí? En esto, estas personas quedan totalmente expuestas. Dicen cosas muy bonitas cuando hablan de conocerse a sí mismas, así que ¿por qué cuando se enfrentan a la poda y el trato no pueden aceptar la verdad? Aquí hay un problema. ¿No es bastante común este tipo de cosas? ¿Es fácil de discernir? De hecho, lo es. Hay bastantes personas que admiten que son demonios y satanases cuando hablan de su autoconocimiento, pero después no se arrepienten ni cambian. Entonces, ¿es verdadero o falso el autoconocimiento del que hablan? ¿Tienen un conocimiento sincero de sí mismas, o es solo una treta para engañar a los demás? La respuesta es evidente. Por lo tanto, para ver si una persona tiene un autoconocimiento sincero, no hay que limitarse a escuchar lo que dice al respecto, sino que hay que fijarse en la actitud que tiene hacia la poda y el trato y si puede aceptar la verdad. Eso es lo más importante. Quien no acepta ser podado y tratado posee una esencia de no aceptar la verdad, de negarse a aceptarla, y su carácter está harto de la verdad. Eso está fuera de duda. Algunas personas no permiten que otros traten con ellas, por mucha corrupción que hayan revelado; nadie puede podarles ni tratar con ellas. Pueden hablar de su propio autoconocimiento de la manera que les plazca, pero si otra persona los pone en evidencia, los critica o trata con ellos, por muy objetivo que sea o que concuerde con los hechos, no lo aceptan. Sea cual sea la manifestación de un carácter corrupto que otro revele en ellos, son extremadamente antagonistas e insisten en dar justificaciones engañosas de sí mismos, sin ni siquiera el menor ápice de verdadera sumisión. Si tales personas no persiguen la verdad, estarán en problemas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (1)). “La manifestación fundamental de estar harto de la verdad no es solo mostrar aversión cuando se oye la verdad. Incluye además la falta de voluntad para ponerla en práctica, huyendo cuando llega el momento de practicarla, como si la verdad no tuviera nada que ver con ellos. Cuando algunas personas comparten durante las reuniones, parecen muy animadas, les gusta repetir palabras y doctrinas y hacer declaraciones altisonantes para confundir a los demás y ganárselos. Parecen llenos de energía y de buen humor mientras hacen esto y no paran de hablar. Entretanto, otros se pasan ocupados de la mañana a la noche con asuntos de fe, leyendo las palabras de Dios, orando, escuchando himnos, tomando notas, como si no pudieran estar separados de Dios ni siquiera un momento. Desde el amanecer hasta la madrugada, se ocupan en el desempeño de su deber. ¿Aman realmente la verdad estas personas? ¿Acaso no tienen el carácter de estar hartos de ella? ¿Cuándo se puede ver su verdadero estado? (Cuando llega el momento de practicar la verdad, escapan de ella, y no están dispuestos a aceptar ser podados y tratados). ¿No será que no están dispuestos a aceptarlo porque no entienden lo que oyen o porque no entienden la verdad? La respuesta no es ninguna de estas. Su naturaleza los gobierna. Se trata de un problema de carácter. En sus corazones, estas personas saben perfectamente que las palabras de Dios son la verdad, que son positivas, y que la práctica de la verdad puede provocar cambios en las actitudes de las personas y llevarlas a cumplir con la voluntad de Dios, sin embargo no las aceptan ni las ponen en práctica. Esto es estar harto de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El auténtico autoconocimiento es conocer los seis tipos de actitudes corruptas). En la palabra de Dios descubrí que la gente tiene un carácter de estar harta de la verdad, en cuyo caso manifiesta una negativa a aceptarla, a ser podada y tratada, y a practicar la verdad. Hice introspección y me di cuenta de que, aunque comía y bebía de las palabras de Dios y cumplía con el deber cada día, y aunque en las reuniones podía admitir que tenía actitudes corruptas según las palabras de Dios, pertenecía a Satanás, era hija del gran dragón rojo y demás. De puertas afuera parecía aceptar la verdad, pero, cuando me podaban y trataban por salir del paso en el deber, trataba de justificarme y de desviar la culpa, y no admitía mi corrupción. Comprendí que no era una persona que aceptara ni practicara para nada la verdad y que revelaba el carácter satánico de hartazgo de la verdad en todo. Sabía que, como regadora, el requisito mínimo es ser responsable y paciente. Los nuevos fieles aún no han echado raíces en el camino verdadero, y son como recién nacidos y muy frágiles en la vida. Si no vienen a las reuniones, tenemos que investigar su estado y hallar el modo de regarlos y sustentarlos rápidamente. Entendía estos principios, pero a la hora de practicarlos, sufrir y pagar el precio, no quería hacerlo. Tenía clara la verdad, pero no la practicaba. Con la excepción de las pocas veces que saludé a aquella nueva fiel, no le brindé riego ni sustento. Cuando me enteré de que no asistía a las reuniones con regularidad, no sentí ansiedad, no pensé en cómo podría contactar pronto con ella ni llegué a comprender sus problemas y dificultades. Como fui negligente e irresponsable, se fue de la iglesia. Ni siquiera entonces hice introspección. Cuando la supervisora me señaló mis problemas, procuré por todos los medios poner excusas sobre por qué había salido del paso con la esperanza de responsabilizar a la líder del grupo y al predicador del evangelio. ¿Esa era una actitud de aceptación y obediencia a la verdad? ¡Lo único que revelé fue un carácter de estar harta de la verdad!
Continué buscando la verdad y leí otro pasaje de la palabra de Dios: “Independientemente de las circunstancias que causan que alguien sea tratado o podado, ¿qué actitud es fundamental tener al respecto? En primer lugar, debes aceptarlo. No importa quién te trate, por qué razón, no importa si es duro o cuál es el tono y la formulación, debes aceptarlo. Luego, debes reconocer qué has hecho mal, qué carácter corrupto has expuesto, y si has actuado de acuerdo con los principios verdad. Cuando se te poda y trata, antes que nada, esta es la actitud que debes tener. ¿Y poseen los anticristos tal actitud? No; de principio a fin, la actitud que irradian es de resistencia y aversión. Con una actitud así, ¿pueden acallarse ante Dios y aceptar con modestia la poda y el trato? No es posible. Entonces, ¿qué harán? En primer lugar, discutirán enérgicamente y ofrecerán justificaciones, defendiendo y argumentando contra los errores que han cometido y el carácter corrupto que han revelado, con la esperanza de ganarse la comprensión y el perdón de la gente, para no tener que asumir ninguna responsabilidad ni aceptar las palabras que los tratan y los podan. ¿Cuál es la actitud que demuestran cuando se enfrentan a ser tratados y podados? ‘No he pecado. No he hecho nada malo. Si cometí un error, existió una razón para ello; si cometí un error, no lo hice a propósito, no debería tener que asumir la responsabilidad por ello. ¿Quién no comete errores?’. Se aferran a estas afirmaciones y frases, se agarran fuertemente a ellas y no las sueltan, pero no buscan la verdad ni reconocen el error que cometieron o el carácter corrupto que revelaron, y por supuesto no admiten cuáles fueron su intención y su objetivo al hacer el mal. […] No importa que los hechos saquen a la luz su carácter corrupto, no lo reconocen ni lo aceptan, sino que siguen con su desafío y resistencia. Digan lo que digan los demás, no lo aceptan ni lo reconocen, sino que piensan: ‘Veamos quién puede hablar más que el otro; veamos quién discute mejor’. Este es el tipo de actitud con la que los anticristos consideran ser tratados y podados” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VIII)). Con lo revelado en la palabra de Dios, entendí que, cuando se poda y se trata con la gente normal, esta es capaz de recibirlo de parte de Dios, de aceptarlo y obedecerlo, de hacer introspección y de lograr arrepentirse y transformarse de verdad. Aunque no lo admita en el momento, luego, con la búsqueda y la reflexión continuas, es capaz de aprender lecciones de la poda y el trato. Sin embargo, un anticristo está harto de la verdad y la aborrece por naturaleza. Cuando se lo poda y trata, jamás hace introspección. Solamente exhibe una actitud de resistencia, rechazo y odio. Al reflexionar sobre mi conducta, era evidente que había salido del paso y no había apoyado a la nueva fiel a tiempo, por lo que se marchó de la iglesia. Esto ya fue una transgresión. Cualquiera con conciencia y razón se sentiría desdichado y culpable, reflexionaría sobre sus problemas y no diría más sobre el asunto. Pero yo no solo no me sentía en deuda, sino que tampoco admitía mis problemas. Ante una realidad tan obvia, todavía traté de eludir adrede la responsabilidad alegando al principio que la nueva fiel no me respondía, luego, que la líder del grupo era irresponsable y, finalmente, culpando al predicador del evangelio con la esperanza de zafarme de toda responsabilidad y conseguir la comprensión de la supervisora. Frente a lo que revelaba Dios y a la poda y el trato, no hacía introspección en absoluto. En cambio, me resistía, me oponía y buscaba excusas varias para justificarme y defenderme porque no quería responsabilizarme. ¿En qué sentido tenía yo algo de humanidad o de razonamiento? Supe que lo que revelaba eran unas actitudes de obstinación y hartazgo de la verdad. No tenía un corazón temeroso de Dios. Vi que, tras tantos años de fe en Dios, mi carácter no se había transformado para nada, y me sentí triste.
Leí después un pasaje de las palabras de Dios que me hizo conocer mejor mi problema de no aceptación del trato y la poda. Dios Todopoderoso dice: “La actitud arquetípica de los anticristos hacia el trato y la poda consiste en negarse vehementemente a aceptarlos o admitirlos. Por más maldad que cometan o por mucho daño que causen a la obra de la casa de Dios y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios, no sienten el menor remordimiento ni que deban algo. Desde este punto de vista, ¿tienen humanidad los anticristos? De ninguna manera. Causan toda clase de daño al pueblo escogido de Dios y perjudican la obra de la iglesia; esto es sumamente evidente para el pueblo escogido de Dios, y este puede ver la sucesión de actos malvados de los anticristos. Y sin embargo los anticristos no aceptan ni reconocen este hecho; con obstinación, se niegan a reconocer que están equivocados o que son responsables. ¿Acaso no es esto un indicio de que están hartos de la verdad? Este es el extremo hasta el cual los anticristos están hartos de la verdad. Por mucha maldad que cometan, se niegan a admitirlo y permanecen inflexibles hasta el final. Esto demuestra que ellos jamás toman en serio la obra de la casa de Dios ni aceptan la verdad. No han venido por creer en Dios; son esbirros de Satanás que vinieron a perturbar e interrumpir la obra de la casa de Dios. Solo hay reputación y estatus en el corazón de los anticristos. Creen que si llegaran a reconocer su error, tendrían que asumir la responsabilidad y, entonces, su estatus y reputación se verían gravemente comprometidos. Como consecuencia, se resisten con la actitud de ‘negar a muerte’. Por muchas revelaciones o análisis que haga la gente, hacen todo lo posible por negarlo. En resumidas cuentas, sea su negación intencional o no, estos comportamientos exponen, por un lado, la esencia naturaleza de hartazgo y odio hacia la verdad de los anticristos. Por el otro, eso muestra lo mucho que valoran los anticristos su propio estatus, su reputación y sus intereses. ¿Cuál es, entretanto, su actitud hacia la obra y los intereses de la iglesia? Es una actitud de desprecio y negación de la responsabilidad. Carecen de toda conciencia y razón. ¿Acaso que los anticristos eludan su responsabilidad no demuestra estos problemas? Por una parte, eludir la responsabilidad prueba su esencia naturaleza de estar hartos de la verdad y detestarla, mientras que por otra, muestra su falta de conciencia, razón y humanidad. Por mucho que se perjudique la entrada a la vida de los hermanos y las hermanas por su perturbación y actos malvados, no se lo recriminan a sí mismos y nunca se inquietarían por ello. ¿Qué clase de criaturas son estas? Incluso admitir su parte de culpa en el error contaría como tener un poco de conciencia y sentido, pero los anticristos ni siquiera tienen ese pequeño grado de humanidad. Entonces, ¿qué os parece a vosotros que son? La esencia de los anticristos es el diablo. Por mucho daño que hagan a los intereses de la casa de Dios, no se dan cuenta. No se inquietan ni remotamente por dentro por eso ni se hacen reproches, y ni mucho menos se sienten en deuda. Esto no es para nada lo que se debería atisbar en la gente normal. Esto es el diablo y este carece de toda conciencia y sentido” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). En la palabra de Dios descubrí que los anticristos no aceptan el trato y la poda por su naturaleza de hartazgo y aborrecimiento de la verdad, y también porque valoran especialmente sus propios intereses. Una vez que algo afecta y perjudica su reputación y estatus, hacen todo lo posible por justificarse y buscan motivos para desviar la responsabilidad. Ni siquiera cuando sus actos perjudican los intereses de la iglesia o la vida espiritual de los hermanos y hermanas sienten ellos vergüenza o remordimiento. Si se descubre que hacen estas cosas, se niegan obstinadamente a confesar por temor a que admitir su responsabilidad perjudique su reputación y estatus. Vi que los anticristos son especialmente egoístas y despreciables, carentes de humanidad y, básicamente, unos diablos. Al observar la palabra “diablo”, me sentí fatal, pues mi conducta y las actitudes que revelaba eran las de un anticristo. Era obvio que había errado y perjudicado la labor de la iglesia, pero aún no lo admitía. Cuando me podaban y trataban, me justificaba y trataba de desviar la responsabilidad. No es un proceso tan fluido para los nuevos creyentes aceptar el evangelio, requiere que cierta cantidad de gente pague un precio, y proveer de riego y sustento para llevarlos ante Dios. Dios es especialmente responsable de todos. De cien ovejas, si pierde una sola, deja las 99 restantes para buscar la oveja perdida y valora profundamente la vida de toda persona. Sin embargo, cuando yo fui responsable del riego de nuevos fieles, lo abordé de forma negligente. Al ver que la nueva fiel no asistía a las reuniones, no me preocupé ni me importó. A veces cumplía con la formalidad de preguntar, y al hacer seguimiento del trabajo de la líder del grupo, salía del paso y era irresponsable. Cuando no me respondió en varias ocasiones, no le pregunté encarecidamente por qué ni investigué si tenía problemas o dificultades. Traté a la nueva fiel con una actitud negligente e irresponsable y no me tomé para nada en serio su vida. Pero ni siquiera entonces sentí remordimiento o culpa ni intenté remediar el asunto. Cuando la supervisora señaló que salía del paso y era una irresponsable, me empleé a fondo en discutir y justificarme, y busqué motivos para eludir la responsabilidad porque me daba miedo asumirla si admitía mis problemas, darle una mala impresión a la supervisora y ser destituida. Desde un principio, jamás tuve en cuenta el trabajo de la iglesia ni si la vida de la nueva fiel sufriría pérdida. Solamente tenía en cuenta si se verían perjudicados mis intereses y si podría conservar mi imagen y estatus. Era especialmente egoísta y despreciable, y que no protegía sino mis intereses personales. En verdad, no tenía humanidad y Dios me aborrecía. Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, salía del paso en el deber, provoqué graves consecuencias y no lo admití. No pensaba en la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios, sino en mi reputación y estatus. ¡Realmente no tengo humanidad! Dios mío, deseo arrepentirme”.
Más tarde, leí más palabras de Dios y hallé una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Obtener la verdad no es difícil, ni tampoco lo es entrar en la realidad verdad, pero si las personas están siempre hartas de la verdad, ¿son capaces de obtenerla? No pueden. Por lo tanto, debes acudir siempre ante Dios, examinar tus estados internos de hartazgo de la verdad, comprobar qué muestras das de ello, qué maneras de hacer las cosas exponen hartazgo de la verdad y en qué cosas tienes tal actitud; debes reflexionar a menudo sobre esas cosas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Si quieres seguir a Dios y cumplir bien con tu deber, primero debes evitar ser impulsivo cuando las cosas no te salgan como quieres. Primero cálmate y permanece tranquilo ante Dios, y órale y búscale en tu corazón. No seas testarudo; primero sométete. Solo con esa mentalidad puedes resolver mejor los problemas. Si puedes perseverar en la vida ante Dios, y te ocurra lo que te ocurra eres capaz de orarle y buscarle, y enfrentarte a ello con una mentalidad de sumisión, entonces no importa cuántas expresiones haya de tu carácter corrupto, ni qué transgresiones hayas cometido anteriormente: podrán resolverse siempre y cuando busques la verdad. No importan las pruebas que te sobrevengan, serás capaz de mantenerte firme. Mientras tengas la mentalidad correcta, seas capaz de aceptar la verdad y obedezcas a Dios según Sus requerimientos, entonces serás totalmente capaz de poner en práctica la verdad. Aunque a veces seas un poco rebelde y te resistas, y en ocasiones muestres razonamientos a la defensiva y seas incapaz de someterte, si puedes orar a Dios y cambiar tu estado de rebeldía, entonces puedes aceptar la verdad. Una vez hecho esto, reflexiona sobre por qué surgió en ti tal rebeldía y resistencia. Encuentra la razón, luego busca la verdad para resolverla, y así ese aspecto de tu carácter corrupto podrá ser purificado. Después de varias recuperaciones de tales tropiezos y caídas, hasta que puedas poner en práctica la verdad tu carácter corrupto se irá eliminando poco a poco. Y entonces, la verdad reinará dentro de ti y se convertirá en tu vida, y no habrá más obstáculos para que la practiques. Serás capaz de someterte verdaderamente a Dios y vivirás la realidad verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En la palabra de Dios entendí que, para corregir el carácter de estar harta de la verdad, debo hacer introspección a menudo y examinar si mis declaraciones, prácticas, intenciones, actitudes y opiniones demuestran hartazgo de la verdad. Cuando sucedan las cosas, estén o no en consonancia con lo que quiero, primero debo calmarme y no resistirme. Si no puedo admitir lo que digan otros y deseo buscar motivos para justificarme, es preciso que me presente ante Dios, ore y busque la verdad más, me fije en lo que afirman las palabras de Dios y haga introspección con ellas o hable con hermanos y hermanas que comprendan la verdad. Así, de manera progresiva, podré aceptar la verdad y entrar en sus realidades, y será entonces cuando, poco a poco, podré despojarme de mi carácter corrupto. Una vez comprendida la senda de práctica, decidí transformarme.
Sabedora de que ya era una transgresión que no investigara a tiempo la situación de esta nueva fiel, me apresuré a cambiar las cosas. Comprobé si había fracasado a la hora de regar adecuadamente a los nuevos fieles de los que era responsable. Charlando con una nueva fiel, descubrí que ella no comprendía muy bien la verdad del regreso del Señor y las tres etapas de la obra de Dios. Pregunté a mi líder si debería hablar con ella el predicador del evangelio, pero me dijo que lo hiciera yo. Aunque sabía que era responsabilidad mía resolver pronto los problemas de los nuevos fieles, aún era muy reacia. Tuve ganas de discutir y no obedecer. Creía que esto había pasado porque el predicador del evangelio no había hablado claro; entonces, ¿por qué era yo la responsable del asunto? Con tantos nuevos fieles, no tenía tiempo suficiente, por lo que debía ser el predicador del evangelio quien hablara con ella. Luego entendí que mi estado no era correcto. De hecho, lo que dijo mi líder fue apropiado. Si su sugerencia era correcta, ¿por qué no la aceptaba? ¿Por qué seguía con tantas ganas de discutir? ¿Por qué no podía obedecer? Así pues, oré a Dios para pedirle que me guiara para someterme, no pensar en mis intereses carnales y ser responsable de la vida de la nueva fiel. Pensé que cada cual tiene una capacidad de comprensión. Hay quienes oyen hablar a un predicador del evangelio y lo entienden en el momento, pero después no están claros algunos aspectos. Se requiere que los regadores comuniquen y compensen las carencias. Esto es cooperar en armonía. Como regadora, debo resolver los problemas cuando los descubra. No debo ser exigente, hacer lo fácil ni dejar los problemas difíciles para los demás, ni tampoco tratar únicamente de ahorrarme trabajo y relajarme. No debo empeñarme en unas condiciones ni poner excusas en el deber. Si se me asigna un nuevo fiel, soy responsable de regarlo debidamente, de asegurarme de que comprenda la verdad y de sentar las bases sobre el camino verdadero. Este es mi deber. Esto supone practicar sinceramente la verdad y una transformación real. Mi corazón se sintió brillar al pensarlo. Me apresuré a buscar a esta nueva fiel para hablarle de su problema. Conforme practicaba de este modo, no solo no notaba resistencia alguna, sino que era muy feliz. Comprendí que la práctica de la verdad no es un acto externo. Implica, en cambio, aceptar de corazón las palabras de Dios, practicar los principios verdad y utilizar la palabra de Dios como criterio para contemplar a las personas y materias, actuar y comportarse. Así, nuestras intenciones y opiniones equivocadas, además de nuestras actitudes corruptas, se verán inconscientemente sustituidas por verdad de la palabra de Dios.
Después de esa experiencia, obtuve cierta comprensión de mi carácter satánico, por el que era obstinado y estaba harto de la verdad. También comprobé la importancia de buscar la verdad y actuar según los principios en todas las cosas. Todo esto fue fruto de la lectura de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.