Encadenada

29 Mar 2022

Por Li Mo, China

En 2004 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y poco después me denunciaron por predicar el evangelio. Ese día estaba trabajando en el hospital, y mi compañero me dijo que el director estaba buscándome. Entré en su despacho y allí había dos policías altos uniformados. Me dijeron: “Han denunciado que crees en el Relámpago Oriental y predicas el evangelio por todos lados. El Relámpago Oriental es objetivo clave de represión nacional, ¡y todos sus creyentes son delincuentes políticos que serán condenados a prisión!”. También me amenazaron diciendo que, si continuaba creyendo en Dios, podían impedirme trabajar cuando ellos quisieran, y que, aunque fuera a trabajar, quizá no me pagaban. Incluso se verían afectados el empleo de mi esposo y el derecho de mi hijo a ir a la universidad, a ingresar al ejército o viajar al extranjero. Según ellos, me mandarían a la cárcel si un día me atrapaban predicando. Eso me preocupó, y pensé: “Si no renuncio a mi fe, la policía no va a pasar esto por alto. Si pierdo el trabajo y se ve afectada la empresa de mi esposo, ¿cómo vamos a subsistir? ¿Quién cuidará a mi hijito si me detienen y mandan a la cárcel? Eso me convertiría en una mala madre, si su futuro se ve afectado por mi fe”. Cuanto más lo pensaba, más angustiada me sentía. Clamé a Dios de inmediato para que protegiera mi corazón. Recordé entonces un pasaje de Su palabra: “Desde el momento en el que llegas llorando a este mundo, comienzas a cumplir tu deber. Para el plan de Dios y Su predestinación, desempeñas tu papel y emprendes tu viaje de vida. Sean cuales sean tus antecedentes y sea cual sea el viaje que tengas por delante, nadie puede escapar de las orquestaciones y disposiciones del Cielo y nadie tiene el control de su propio porvenir, pues solo Aquel que gobierna sobre todas las cosas es capaz de llevar a cabo semejante obra(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Medité la palabra de Dios y entendí que el destino de todos está bajo el gobierno de Dios. Lo que le sucediera a nuestra familia estaba en las manos de Dios y nadie podía decidirlo. Dios es el Creador y es natural y correcto que la gente crea en Él y lo adore. Pero la policía estaba utilizando mi trabajo y el de mi marido para amenazarme y forzarme a dejar el camino verdadero y traicionar a Dios. ¡Qué cosa más despreciable! En ese preciso momento decidí que, más allá de cómo se desarrollara mi vida en el futuro, jamás le haría ninguna concesión a Satanás. La policía luego me exigió que denunciara a mis hermanos y hermanas, pero no hice caso y, finalmente, tuvieron que irse.

Después de aquello, solían venir al hospital a preguntarme si aún creía en Dios y predicaba el evangelio. A veces tenía que interrumpir una cirugía, por muy urgente que fuera. Me estaba empezado a enfadar. Pensaba que yo no había hecho nada malo, solo creía en Dios y seguía la senda correcta, entonces ¿por qué la policía me acosaba y me impedía trabajar tranquila? El hecho de que yo estuviera bajo constante investigación causó un alboroto en el hospital. Mis compañeros me consideraban peligrosa. Algunos hablaban de mí a mis espaldas y otros me preguntaban directamente: “¿Qué haces creyendo en Dios? ¿Por qué te investiga la policía constantemente? Tu fe nos ha puesto a la policía en la puerta. Esto es grave”. También cambió la actitud del director hacia mí. Siempre me había tenido en alta estima, pero, tras aquel incidente, siempre que me veía me preguntaba: “No has salido a predicar, ¿verdad?”. Además, me mandaba tener el teléfono encendido las 24 horas para estar siempre disponible. Una vez me dijo: “La policía ha venido varias veces porque crees en Dios. Tienes que dejar de creer. Siempre has hecho bien tu trabajo y todos tienen buena opinión de ti. No permitas que la fe eche a perder tu futuro. No vale la pena. Para mí, como tu jefe, también será un gran problema si te detienen o algo peor”. En esa época, me sentía muy triste y deprimida, al estar vigilada constantemente por el director y con mis compañeros mirándome con desconfianza. Oré a Dios para pedirle fe, fortaleza y que me ayudara a mantenerme fuerte en aquella difícil situación. Leí entonces un pasaje de la palabra de Dios: “El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, la gente es sometida a humillación y opresión debido a su fe en Dios […]. Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Con la palabra de Dios comprendí Su intención. China está gobernada por el Partido Comunista y es allí donde hay mayor oposición a Dios. Es inevitable que las personas de fe en China sean perseguidas y humilladas, pero Dios utiliza la persecución del Partido Comunista como una manera de perfeccionar nuestra fe y, así, crea un conjunto de vencedores. Esa es la sabiduría de Dios. Como yo creía en Dios e iba por la senda correcta, estaba sometida al acoso y la vigencia de parte de la policía y, además, a la humillación y la crítica de compañeros y amigos. Y detrás de todo esto había un propósito. Cuando lo entendí, no me sentí tan mal. Me prometí que, sin importar cómo tratara el Partido Comunista de perseguirme y obstaculizarme, seguiría a Dios hasta el final.

En aquella época, mi esposo estaba de viaje por trabajo, y no le conté lo de la investigación policial porque no quería preocuparlo. Regresó de sus viajes en enero de 2005, y se alarmó al enterarse de lo que había pasado. Con gesto muy serio, me dijo que se había enterado de que los creyentes en Dios Todopoderoso eran delincuentes políticos que podían ser detenidos y encarcelados en cualquier momento, y, podían dejarlos medio muertos a golpes estando detenidos. Afirmó que tanto el futuro de nuestro hijo como los empleos de nuestros familiares se verían afectados, y me pidió que dejara de creer en Dios Todopoderoso. Pensé: “Mi esposo solo cree en el nombre del Señor. En realidad no entiende nada. Es normal que se preocupe. El Partido Comunista nos persigue muchísimo a los creyentes, incluso va detrás de nuestros familiares. ¿Quién no tendría miedo?”. También pensé que él había estado fuera por trabajo todo ese tiempo, con lo cual yo no había tenido oportunidad de darle testimonio de la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Necesitábamos esta ocasión para hablar de forma adecuada, así que hablé mucho con él, pero no me hizo ningún caso. Solamente lo desestimó, diciendo que nos iba bien en la vida y que debíamos disfrutar de la gracia del Señor Jesús y no hacía falta que aceptáramos la obra del juicio. Como temía que implicaran a nuestra familia si me detenían, empezó a tratar de impedirme creer en Dios. Luego comenzó a vigilarme muy de cerca. Si no llegaba a casa a tiempo después del trabajo, llamaba para preguntar dónde estaba y meterme prisa, y dejó de salir con los amigos de noche, cosa que era inusual en él. En cambio, se quedaba en casa vigilándome. Cuando llegaba la hora de asistir a una reunión, me pedía que lo ayudara con cosas. Básicamente, trataba por todos los medios de impedirme creer en Dios o cumplir con el deber. Al principio, me sentía muy limitada, pero posteriormente recordé un pasaje de la palabra de Dios: “Debes poseer Mi valentía dentro de ti y debes tener principios cuando te enfrentes a parientes que no creen. Sin embargo, por Mi bien, tampoco debes ceder a ninguna fuerza oscura. Confía en Mi sabiduría para seguir el camino perfecto; no permitas que triunfe ninguna de las tramas de Satanás(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Meditando la palabra de Dios, entendí que, en apariencia, mi esposo trataba de obstaculizar mi fe en Dios, pero tras bambalinas Satanás estaba manipulando y perturbando las cosas, usando trampas para hacerme traicionar y negar a Dios. No podía ceder ante Satanás. Más adelante, buscaba excusas para eludir la vigilancia de mi marido, iba a reuniones y cumplía con el deber en secreto. También buscaba la ocasión de hablar con él con la esperanza de que no temiera al Partido Comunista y buscara para estudiar la obra de Dios Todopoderoso. Sin embargo, mi marido siempre ponía excusas y decía que creería cuando empezaran a creer los curas y las monjas. Además, me pidió que no fuera a reuniones ni predicara el evangelio para que no me detuvieran y mandaran a la cárcel. Veía que mi esposo no tenía el menor interés por la verdad ni por recibir la venida del Señor, así que dejé de hablarle de ello. Pensé: “Pase lo que pase, he de creer en Dios y cumplir con el deber. No puedo dejar que él me limite”.

Después del Festival de Primavera de ese año, mi esposo se quedó en casa para vigilarme, en lugar de volver a salir de viaje de negocios. Un día, se arrodilló, llorando, y me suplicó: “Siempre sales a reuniones y a predicar el evangelio. ¿Cómo subsistiremos en lo sucesivo si te detienen y encarcelan? ¿Qué pasará con esta familia y con nuestro hijo? Tienes que pensar en la familia y en el futuro de nuestro hijo”. A decir verdad, en todos nuestros años juntos, nunca había visto llorar a mi esposo. Me sentí fatal al verlo así de rodillas, suplicándome, y yo también me puse a llorar. Para consolarlo, le dije: “Todo está en las manos de Dios. Ya sea que me detengan o no y lo que le pase a nuestro hijo en un futuro, todo lo dispone Dios. Solo podemos ampararnos en Él y vivir la experiencia. No es necesario que nos preocupemos por estas cosas”. Mi marido, con lágrimas en los ojos, negó con la cabeza y replicó: “La policía ya te está encima. Te van a detener tarde o temprano si sigues creyendo de esta forma, y entonces todo se vendrá abajo”. Ante tanta angustia de mi marido, me sentí sumamente afligida. ¡Todo esto era culpa del Partido Comunista! Creemos en Dios y difundimos el evangelio para que la gente pueda aceptar la salvación de Dios de los últimos días y sobrevivir al desastre. Esto es salvar a la gente y no hay nada más recto, pero el Partido Comunista trata frenéticamente de obstaculizarnos y perturbarnos. ¡No es más que un grupo de satanases y demonios opuestos a Dios! Dicen las palabras de Dios: “¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). En apariencia, el Partido Comunista promueve la libertad religiosa, pero en realidad reprime y detiene a los creyentes, y utiliza el trabajo y a la familia de la gente para forzarla a negar y traicionar a Dios. ¡Qué despreciable! De no ser por la persecución del Partido Comunista, las cosas jamás habrían llegado hasta este punto con mi esposo, y él no habría tenido tanto miedo. Allá donde llega la oscura mano del Partido Comunista, provoca un desastre. Mi marido tenía miedo y quería proteger su trabajo y a nuestra familia, y por ese motivo secundaba al Partido Comunista presionándome para que abandonara mi fe. Pero no le iba a hacer caso. Tenía que fortalecer mi fe e ir con Dios.

Luego, mi esposo leyó muchas calumnias del Partido Comunista contra la Iglesia de Dios Todopoderoso en internet, y simplemente se quedaba en casa vigilándome, en lugar de continuar con sus viajes de negocios. También preguntaba por ahí con quiénes me había contactado por mi fe y a quiénes llamaba. Incluso fue a la empresa de telefonía a que le imprimieran mi registro de llamadas de los últimos 6 meses y me preguntó, uno por uno, por los números. Para controlarme, me acompañaba al trabajo ida y vuelta todos los días. Me seguía allá donde fuera y no me dejaba salir sola de la casa. No tenía ninguna libertad, era como estar encadenada. No podía vivir la vida de iglesia ni cumplir con el deber, lo que me hacía sentir muy mal, por lo que aprovechaba los descuidos de mi esposo para escaparme a predicar el evangelio. En una ocasión, me dijo airadamente: “Si sigues saliendo a predicar incluso mientras te estoy vigilando todo el tiempo, entonces realmente yo no puedo hacer nada. El Partido Comunista está en el Gobierno actualmente, y no te permitirá seguir con tu fe. Si continúas así, te detendrán tarde o temprano y se romperá la familia. Por ello, vamos a divorciarnos. Podrás creer en lo que quieras una vez que estemos divorciados, sin que eso repercuta en nuestro hijo ni en nadie más”. Cuando escuché que quería el divorcio, no me lo podía creer. Lo único que yo hacía era creer en Dios. ¿Cómo habíamos llegado hasta acá? ¿No valían de nada todos nuestros años juntos? La idea de que el Partido Comunista destrozara mi familia perfecta era terriblemente angustiante. Era algo que no podía aceptar. Oré a Dios: “Dios mío, te ruego fe y fortaleza para mantenerme firme en esta situación difícil”. Tras mi oración recordé este pasaje de la palabra de Dios: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de las personas, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y en el que tengan una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son sumisas hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). Medité la palabra de Dios y entendí que, en Su obra de los últimos días, Dios utiliza Sus palabras y diversas pruebas y refinaciones para perfeccionar la fe y el amor de la gente. Recordé las tentaciones de Satanás a Job. Perdió a sus hijos y su riqueza de un día para otro y se llenó de unas llagas terribles. En medio de esas enormes tribulaciones, Job jamás se quejó, sino que siguió alabando el nombre de Dios. A lo largo de todas sus pruebas, se mantuvo firme en su testimonio para Dios. Entonces pensé en mí misma. Mi familia se estaba rompiendo por la persecución del Partido Comunista y yo ya me estaba quejando. Comprobé que tenía muy poca estatura y ningún testimonio en absoluto. Sentí gran remordimiento, por lo qué oré a Dios y le prometí que, aunque mi esposo se divorciara de mí, yo no abandonaría la verdad en pos de la carne y la familia.

Unos días después, mi marido inesperadamente me pidió disculpas y me dijo que se había equivocado, que no debería haber hablado de divorcio y que solo lo hizo a causa de la despiadada coerción del Partido Comunista. Al cabo de un rato, de pronto me comentó: “Si no puedo convencerte, entonces me uniré a ti en tu fe en Dios Todopoderoso”. Me impactó ese cambio rotundo, pero creí que debía de haberlo analizado mucho, así que ambos leíamos juntos la palabra de Dios en casa. Una semana más tarde, me pidió que lo llevara a una reunión. Como su conducta me parecía un poco extraña, no accedí. Me pilló por sorpresa cuando se volvió contra mí y replicó: “Si no me llevas a una reunión, ya no creeré”. También me dijo que lo hacía para convencerme de que cambiara de idea. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi marido estaba fingiendo que creía en Dios Todopoderoso y que su objetivo era descubrir dónde celebrábamos las reuniones para poder vigilarme y controlarme mejor. No esperaba que él hiciera algo tan ridículo. A partir de entonces, mantuvimos una guerra fría. Un día, estaba leyendo la palabra de Dios en el dormitorio cuando mi esposo golpeó a la puerta mientras gritaba: “¡No podemos seguir así!”. Cuando abrí la puerta, se precipitó hacia adentro como un loco y me agarró del cuello gritando: “¿Por qué tienes que creer en Dios Todopoderoso? ¿En serio es Él más importante para ti que tu familia y tu hijo?”. Me apretaba tan fuerte que me dolía y no podía respirar, así que clamé desesperadamente a Dios para que me salvara. Forcejeé y me soltó. Estaba tremendamente alterada por lo que había pasado, y profundamente triste. Luego leí un pasaje de la palabra de Dios: “¿Por qué un esposo ama a su esposa? ¿Y por qué una esposa ama a su esposo? ¿Por qué los hijos son obedientes con sus padres? ¿Y por qué los padres adoran a sus hijos? ¿Qué clase de intenciones realmente albergan las personas? ¿No es su intención satisfacer los planes propios y los deseos egoístas?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Meditando la palabra de Dios, me pregunté si mi marido realmente me amaba. Recordé todos nuestros años de matrimonio. Obviamente, mi esposo conocía mejor que nadie los sacrificios que yo había hecho por la familia y sabía que creía en el Señor desde pequeña y anhelaba Su venida, pero, cuando recibí al Señor, él no me apoyó. De hecho, se puso de parte del Partido Comunista en mi contra, amenazó con divorciarse e incluso intentó estrangularme. Todo para proteger sus intereses. No había ni el más mínimo respeto que debía existir entre marido y mujer. ¿Cómo iba a considerarse eso amor? Pensé, además, que, aunque mi marido creía en el Señor Jesús, solo lo hacía para conseguir la gracia. En absoluto anhelaba la venida del Señor. Tenía tanto miedo de ser detenido por el Partido Comunista y del régimen satánico, que no aceptó la obra de Dios de los últimos días cuando Él vino a expresar la verdad y realizar la obra de la salvación. Y secundó al Partido Comunista al intentar obligarme a que dejara mi fe. Entendí que mi esposo no tenía nada de sincero creyente en Dios. Era un incrédulo. Las palabras de Dios dicen: “Creyentes y no creyentes no son compatibles, sino que más bien se oponen entre sí(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Mi esposo y yo íbamos por sendas totalmente distintas, por lo que no podía dejar que me limitara. Posteriormente, él me amenazó varias veces más con el divorcio al ver que no iba a abandonar mi fe. Yo no podía soportar la idea de realmente perder a mi familia, por eso oraba a Dios a diario para pedirle que me guiara.

Un día descubrí un pasaje de la palabra de Dios: “Como alguien que es normal y que busca el amor por Dios, la entrada al reino para convertirse en uno del pueblo de Dios es vuestro verdadero futuro, y es una vida que tiene el mayor valor y significado; nadie está más bendecido que vosotros. ¿Por qué digo esto? Porque los que no creen en Dios viven para la carne y viven para Satanás, pero hoy vivís para Dios y vivís para seguir la voluntad de Dios. Es por esto que digo que vuestras vidas tienen el mayor significado. Solo este grupo de personas, que Dios ha seleccionado, puede vivir una vida con gran significado: nadie más en la tierra puede vivir una vida de tal valor y significado(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Conoce la obra más reciente de Dios y sigue Sus huellas). Creía que tener una familia feliz, una relación de amor con mi esposo y mis necesidades materiales cubiertas eran la definición de la felicidad y que vivir así tenía sentido, pero ahora veía claro que el supuesto amor conyugal era frágil. Como dicen: “Cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Antes, cuando me esforzaba por mi familia y mi esposo, él me cuidaba mucho, pero ahora que yo tenía fe, él creía que la persecución de los creyentes por parte del Partido Comunista era una amenaza a sus intereses, así que había pasado a perseguirme a mí y a exigir el divorcio. Para decirlo claramente, nuestro “amor” como marido y mujer consistía solo en dos personas que se utilizaban mutuamente. ¿Dónde está la felicidad en una vida así? Me acordé de cómo me había vigilado durante los meses anteriores y me había prohibido ir a reuniones y cumplir con el deber. No podía quedar con mis hermanos y hermanas para compartir la verdad, no podía leer tranquila la palabra de Dios en casa y tenía que pensar en cómo arreglármelas con mi marido cuando salía a predicar el evangelio. No tenía ninguna libertad religiosa, como si estuviera atada con una cuerda invisible que me apretaba quitándome de a poco la vida. De seguir así las cosas, se resentiría mi vida y también perdería la oportunidad de obtener la verdad y recibir la salvación. No valía la pena. Fue entonces cuando comprendí cada vez mejor que la vida familiar con amor marital no era la auténtica felicidad. Solo podría vivir con sentido si perseguía la verdad y cumplía con el deber de un ser creado. Recordé, asimismo, las palabras del Señor Jesús: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí(Mateo 10:37-38). Me acordé de los santos de todos los tiempos y de que, para llevar a cabo la comisión de Dios, renunciaron a su hogar y su sustento, cruzaron los océanos para predicar el evangelio y dar testimonio de Dios, soportaron el sufrimiento y llegaron a dar la vida. Su testimonio se granjeó la aprobación de Dios. Y ahora Dios me concedía Su gracia, me llevaba ante Él para que recibiera la salvación de los últimos días. Era una oportunidad única. Si no podía cumplir adecuadamente con el deber por las limitaciones impuestas por mi esposo, ¡sería una desgraciada sin corazón, indigna ante Dios! Al comprender esto, juré que haría como los santos de antaño y renunciaría a todo, seguiría a Dios y cumpliría con el deber de un ser creado. Así es como tendría una vida con sentido.

Una noche, llegué a casa de una reunión y me quedé paralizada al abrir la puerta. El lugar estaba lleno de gente. Estaban mis compañeros, junto con amigos y familiares de mi marido. Nada más verme, se pusieron todos a hablar al mismo tiempo, intentando convencerme de que renunciara a mi fe. Algunos afirmaron haber visto en las noticias que el Partido Comunista había detenido recientemente a muchos creyentes en Dios Todopoderoso, y que algunos habían sido condenados a 10 años o más. Según otros, no se trataba solo de ser detenido y enviado a la cárcel; a muchos creyentes en Dios Todopoderoso los dejaban lisiados o los mataban estando detenidos, y sus familias también resultaban implicadas. Otros también repitieron las falacias y los rumores difamatorios del Partido Comunista acerca de la Iglesia, y señalaron que los creyentes en Dios abandonaban a su familia. Me enfadé mucho con todo eso. “De no ser por la persecución del Partido Comunista”, pensé, “mi familia no se opondría ni me atacaría así. El Partido Comunista tergiversa los hechos y difunde rumores para que el pueblo, que no conoce la verdad, se le sume en su oposición a Dios. Junto con él, son condenados por Dios, y ambos finalmente acabarán destruidos. ¡Es pura maldad!”. Refuté lo que ellos decían: “No digáis disparates si no entendéis qué supone tener fe. ¿Por qué me empeño en creer en Dios pese a estos riesgos? Porque ha venido el Salvador y ha expresado muchas verdades para salvar a la humanidad de la influencia de Satanás y librarnos del desastre. ¡Es una oportunidad única! Pero el Partido Comunista no permite la fe en Dios. Reprime y persigue frenéticamente a quienes sí creen en Él, y detiene y encarcela a muchos de ellos. Muchos no pueden volver a casa, a muchos los han lisiado y matado a golpes y se han roto los hogares de muchísimos cristianos. ¿No es todo eso obra del Partido Comunista? Obviamente, es el Partido Comunista el que persigue a las personas de fe y rompe familias cristianas, pero le da la vuelta a las cosas y afirma que los creyentes en Dios abandonan a su familia. ¿Eso no es tergiversar la verdad? Vosotros no odiáis al PCCh, pero queréis impedirme que crea en Dios. ¿Conocéis la diferencia entre el bien y el mal? La senda de la fe fue decisión mía. Aunque vaya a la cárcel, estoy decidida a seguir a Dios Todopoderoso”. Vieron que no podían convencerme y, al final, todos se fueron. Con tristeza, mi esposo me comentó: “Por lo que parece, nadie puede hacerte cambiar de idea, así que vamos a divorciarnos. Crees en Dios Todopoderoso, lo que significa que el Estado te va a atacar y a detener. Cuando eso ocurra, perderás tu empleo, a nuestra familia y, a lo mejor, hasta tu vida. Pero el resto de nosotros queremos seguir viviendo, así que el divorcio es la única opción. El Partido Comunista acorrala al pueblo”. Me dolió el corazón al oírlo, pero tuve la certeza de que había llegado el momento de decidir. Yo decidí creer en Dios, seguirlo y perseguir la verdad y la vida, mientras que mi marido optaba por obedecer al Partido Comunista por su empleo y su porvenir. Así pues, teníamos que tomar caminos distintos. Oré entonces a Dios: “Dios mío, pase lo que pase, te seguiré hasta el final”. A la mañana siguiente, mi esposo y yo fuimos al Registro Civil a hacer los trámites de divorcio, con lo que pusimos fin a doce años de casados. Desde entonces, puedo ir a reuniones y cumplir con el deber con normalidad, y siento mucha paz. Para mí, cumplir con el deber de un ser creado es la única manera de llevar una vida con sentido.

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