Mantente fiel a la verdad, no a los afectos

20 Abr 2022

Por Jiaming, China

Un día de julio de 2017, recibí una carta de la líder de mi iglesia que me decía que esta iba a depurar a los incrédulos, y me pedía que escribiera una evaluación sobre la conducta de mi hermano. Estaba sorprendido y algo nervioso. ¿La iglesia estaba por echar a mi hermano? Si no, ¿por qué me mandaban escribir sobre su conducta? Sabía que él no leía la palabra de Dios ni asistía a reuniones en su tiempo libre, sino que siempre salía a divertirse con sus amigos, seguía las tendencias mundanas, y no mostraba interés por las cuestiones de fe. Incluso me dijo que no me centrara tanto en la fe, sino que saliera más al mundo como él. Intenté compartir la palabra de Dios con él, pero no me escuchaba y hasta se incomodó: “¡Basta! No tiene sentido que me hables de esto, ¡me da igual!”. Y se fue a la cama. Los hermanos y hermanas se ofrecieron a enseñarle muchas veces y le aconsejaron leer la palabra de Dios e ir a reuniones, pero él no aceptaba. Según él, creer en Dios era muy restringido y siempre tenía que sacar tiempo para asistir a las reuniones y, además, unirse a la iglesia no había sido decisión suya, lo había hecho solo para tranquilizar a nuestra madre. Así había sido siempre. A juzgar por eso, era un auténtico incrédulo, y, si lo echaban de la iglesia, eso estaría en consonancia con los principios. No obstante, siempre habíamos sido unidos. Desde pequeños, siempre me guardaba alguna sobra de comida cuando tenía algo rico para comer y me daba la mitad del dinero que le daban. Una vez, un maestro me castigó y me hizo quedarme después de clase y mi hermano se disgustó tanto que lloró. La mayoría de los hermanos de nuestra aldea no eran tan unidos como nosotros. Al pensar en todo eso, no soportaba la idea de escribir sobre sus problemas; no quería romper nuestro lazo. Si era sincero acerca de su conducta y al final la iglesia lo echaba, entonces, ¿él no perdería toda ocasión de ser salvado? ¿Eso no sería cruel y despiadado de mi parte? ¿Y si se enteraba de lo que hubiera escrito sobre él y no volvía a hablarme nunca más? Decidí escribir algo más positivo: que a veces leía la palabra de Dios y que en su corazón creía en Dios aunque no fuera a reuniones. Eso le daría cierto margen. Cuando la líder lo viera, quizá hablaría más con él y tal vez no lo echaran. Y, sin embargo, si no era honesto acerca de su conducta, estaría mintiendo y encubriendo la verdad. Eso despistaría a nuestros hermanos y hermanas, y perturbaría el trabajo de la iglesia. Por un lado estaba el trabajo de la iglesia y, por el otro, mi hermano. No sabía qué lado elegir. Estaba muy angustiado y no podía calmarme lo suficiente para cumplir con mi deber. La idea de sentarme a escribir sobre su conducta me dejaba la mente en blanco; no sabía por dónde empezar. Cuanto más lo pensaba, más perdido me sentía, así que oré en silencio: “Dios mío, quiero ser justo en la evaluación de mi hermano, pero me limitan los afectos y no puedo hacerla. Te pido que me guíes para que mi enfoque no se rija por los afectos, sino que siga Tu palabra”.

Tras orar, leí este pasaje de la palabra de Dios: “Aquellos que arrastran a sus hijos y a sus parientes totalmente no creyentes a la iglesia son todos extremadamente egoístas y solo están exhibiendo bondad. Estas personas solo se enfocan en ser amorosas, independientemente de si creen o no y de si esa es la intención de Dios. Algunos llevan a sus esposas ante Dios o arrastran a sus padres ante Dios, y sin importar si el Espíritu Santo está de acuerdo o no con esto o si está obrando en ellos o no, ellos siguen ciegamente ‘adoptando personas talentosas’ para Dios. ¿Qué beneficio se puede obtener de mostrarles bondad a estos no creyentes? Incluso si a ellos, que están sin la presencia del Espíritu Santo, les cuesta seguir a Dios, no pueden ser salvados, como se podría pensar. Aquellos que pueden recibir la salvación en realidad no son tan fáciles de ganar. Las personas que no han experimentado la obra del Espíritu Santo y las pruebas, y que no han sido perfeccionadas por Dios encarnado, son completamente incapaces de ser completadas. Por lo tanto, desde el momento en que empiezan a seguir supuestamente a Dios, estas personas carecen de la presencia del Espíritu Santo. A la vista de sus condiciones y de su estado real, simplemente no pueden ser completadas. Así que, el Espíritu Santo decide no dedicar mucha energía en ellas ni les provee ningún esclarecimiento ni las guía de ningún modo; Él solo les permite seguir y en última instancia revelará sus resultados, esto es suficiente(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Al leer la palabra de Dios entendí que querer decir cosas agradables de mi hermano para mantenerlo en la iglesia y darle la oportunidad de ser salvado era mi ilusión vana. La palabra de Dios deja claro que no pueden ser salvados aquellos que no sigan sinceramente a Dios, que solo crean en Él de palabra. Dios solamente salva a los que aman la verdad y la aceptan. Son el único tipo de personas que pueden recibir la presencia y obra del Espíritu Santo, comprender y alcanzar la verdad y, en definitiva, ser salvadas por Dios y sobrevivir a los desastres. En su esencia, los incrédulos sienten aversión por la verdad. Jamás pueden aceptarla y, por mucho tiempo que crean, sus perspectivas, su visión de la vida y sus valores nunca cambian. Son como los no creyentes. Dios no los reconoce y jamás recibirán el esclarecimiento ni la guía del Espíritu Santo. Puede que sigan hasta el final, pero nunca transformarán su carácter-vida: no pueden ser salvados. Al pensar en la conducta de mi hermano, vi que él no amaba la verdad, sentía aversión por ella. Sus valores se centraban en los placeres mundanos, igual que un no creyente, no en leer la palabra de Dios ni ir a reuniones, y sin duda no en cumplir con su deber. Incluso a menudo afirmaba: “No tiene sentido creer en Dios. Da igual si crees o no”. No escuchaba las enseñanzas de nadie y le crispaba que le enseñaran demasiado. A tenor de su conducta general, era un incrédulo, y Dios no lo reconocería en absoluto. Nunca recibiría la obra del Espíritu Santo ni alcanzaría a comprender la verdad. Por muy buenas que fueran las cosas que escribiera sobre él para mantenerlo en la iglesia, jamás sería salvado. Como en ese punto yo ya había comprobado que él era un incrédulo, si me dejaba llevar por los afectos y lo encubría para que permaneciera en la iglesia, ¿no estaría vulnerando claramente los principios? Si no escribía una evaluación justa y exacta de mi hermano basada en la realidad, sino que, en cambio, despistaba a los hermanos y hermanas para mantener en la iglesia a alguien a quien se debería haber depurado, ¿no entorpecería el trabajo de la iglesia? Al darme cuenta de lo graves que serían las consecuencias, supe que tenía que renunciar a mis afectos, seguir los principios y brindar a la iglesia información precisa sobre mi hermano; solo eso estaría de acuerdo con las intenciones de Dios. Sabiendo esto, escribí la evaluación de mi hermano y se la entregué a la líder, sintiendo que finalmente había hecho lo correcto. Al final, conforme a los principios, la iglesia lo echó, y yo pude aceptar ese resultado con calma. Gracias a la guía de la palabra de Dios, no actué de acuerdo con mis afectos y protegí a mi hermano, sino que lo evalué de manera justa y objetiva. Le estaba muy agradecido a Dios.

En julio de 2021, la líder de la iglesia me pidió que redactara una evaluación de mi madre. Reflexioné que últimamente ella no compartía el evangelio según los principios, cosa que casi ocasionó la detención de algunos hermanos y hermanas. Cuando otros le señalaban su problema, no lo admitía, sino que reñía sin cesar sobre lo que realmente había pasado. Por ello, los hermanos y hermanas no se atrevían a señalar sus problemas. De hecho, no era la primera vez ni la segunda que mi madre causaba problemas. Una vez, en una reunión, un líder le pidió a otra hermana que leyera la palabra de Dios, y no a mi madre. Mi madre se puso a decir que el líder la reprimía y era un falso líder. Una hermana reparó en que estaba hablando fuerte y le pidió que bajara la voz y tuviera en cuenta el entorno. Mi madre acusó a esa hermana de querer criticarla, y le dijo que la próxima vez no volviera. Mi madre peleaba sin cesar por cualquier pequeñez y era problemática en las reuniones. Se había convertido en una perturbación para la vida de iglesia. Los hermanos y hermanas hablaron con ella y la podaron muchas veces con la esperanza de que reflexionara y se arrepintiera, pero ella no lo aceptaba. Incluso tergiversaba los hechos y alegaba que solo había dicho una cosita equivocada y que estaban haciendo un gran alboroto al respecto. No aceptaba la verdad. Según los principios, alguien con semejante conducta debía ser aislada para que reflexionara sobre sí misma a fin de que no perturbara ni repercutiera en las reuniones de los hermanos y hermanas. Sabía que debía informar con exactitud sobre su conducta a la iglesia lo antes posible, pero pensé en cuánto le desagradaba quedar mal y que tenía un temperamento explosivo. Ella tendía a darle la espalda a cualquiera que la criticara. Si se enteraba de que yo había informado sobre sus problemas, ¿lo aceptaría? ¿No le resultaría humillante saber que yo decía esas cosas de ella? ¿Se volvería negativa y renunciaría a su fe? Cuanto más lo pensaba, más me alteraba, y no paraba de recordar todas sus muestras pasadas de amor y atención hacia mí. En una ocasión, cuando yo era pequeño, tuve mucha fiebre en plena noche y ella me llevó a cuestas al médico de la aldea vecina. Tenía una fiebre tan alta que el médico tuvo miedo de atenderme, por lo que, esa misma noche, mi madre me llevó aun más lejos, al hospital de la ciudad. Siempre me ayudaba con todo en mi vida y se ocupaba de cada pequeño detalle. Me parió, me crio, me predicó el evangelio, me llevó ante Dios y me apoyaba en el deber. Ella era muy buena conmigo, si la ponía en evidencia, ¿no sería algo desalmado? ¿No sería hiriente para ella? Si otros sabían que yo había expuesto personalmente cómo perturbaba la vida de iglesia, ¿me criticarían por ser muy despiadado e insensible con mi propia madre? ¿Dirían que era un miserable hijo desagradecido? Sabía que mi madre no era alguien que aceptara la verdad, pero era muy amorosa conmigo. Después de todo, era mi propia madre. Por eso, aunque la líder seguía presionándome para que escribiera su evaluación, yo seguía postergándolo. Antes habíamos sido una familia creyente. Cantábamos himnos y orábamos juntos, leíamos la palabra de Dios y hablábamos de nuestros sentimientos. Eran épocas muy felices, y a veces afloraban esos recuerdos en mi mente. Pero ahora habían echado a mi hermano, y mi madre posiblemente sería aislada para que pudiera reflexionar sobre sí misma. Me sentía triste y no sabía cómo afrontar la situación. No tenía ánimo para cumplir con el deber, y no sentía ninguna carga para buscar la verdad y ayudar a mis hermanos y hermanas con sus problemas. Actuaba por inercia en las reuniones, distraído e incapaz de compartir nada. Salía del paso cada día y sufría mucho. Sabía que no me hallaba en un buen estado, por lo que me presenté ante Dios a orar para pedirle que me guiara para poder salir de mi negatividad y para que no me dejara constreñir por los afectos.

Luego leí la palabra de Dios: “¿Qué problemas están relacionados con los sentimientos? Lo primero es cómo evalúas a tus propios familiares y cómo abordas las cosas que hacen. En este caso, ‘las cosas que hacen’ incluye, por supuesto, cuando trastornan y perturban la obra de la iglesia, cuando juzgan a la gente a sus espaldas, cuando participan en algunas de las prácticas de los incrédulos, etcétera. ¿Puedes abordar estas cosas de manera imparcial? Cuando es necesario que redactes una evaluación de tus familiares, ¿puedes hacerlo con objetividad e imparcialidad, apartando a un lado tus propios sentimientos? Esto está relacionado con cómo abordas a tus familiares. Además, ¿albergas sentimientos hacia las personas con quienes te llevas bien o que te han ayudado en el pasado? ¿Eres capaz de contemplar sus acciones y su comportamiento de una manera objetiva, imparcial y precisa? Si trastornan y perturban la obra de la iglesia, ¿serás capaz de informar de ellas o de desenmascararlas de inmediato después de haberte enterado del caso?(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (2)). “Digamos, por ejemplo, que tus parientes o padres son creyentes en Dios y, debido a malas acciones, a que causan perturbaciones o no tienen aceptación alguna de la verdad, son echados. Sin embargo, tú no tienes discernimiento sobre ellos, desconoces por qué los echaron, te sientes sumamente disgustado y siempre te quejas de que la casa de Dios no tiene amor y no es justa con la gente. Debes orar a Dios y buscar la verdad, luego evaluar qué tipo de personas son estos familiares sobre la base de las palabras de Dios. Si entiendes realmente la verdad, serás capaz de definirlos con exactitud, y verás que todo lo que Dios hace es correcto y que es un Dios justo. Entonces, no tendrás ninguna queja, serás capaz de someterte a los arreglos de Dios y no tratarás de defender a tus parientes o padres. No se trata aquí de cortar vuestro parentesco, sino únicamente de definir qué tipo de personas son y hacer que puedas discernir sobre ellas y saber por qué fueron descartadas. Si tienes verdaderamente claras estas cosas dentro de ti y tus puntos de vista son correctos y acordes con la verdad, sabrás estar del mismo lado que Dios, y tus opiniones sobre el asunto serán plenamente compatibles con las palabras de Dios. Si no eres capaz de aceptar la verdad ni de contemplar a las personas de acuerdo con las palabras de Dios, y continúas del lado de las relaciones y perspectivas de la carne al contemplarlas, nunca podrás deshacerte de esta relación carnal y seguirás tratando a estas personas como tus parientes, más cercanos incluso que tus hermanos y hermanas de la iglesia, en cuyo caso existirá una contradicción entre las palabras de Dios y tus opiniones de tu familia en este asunto, incluso un conflicto; en tales circunstancias sería imposible que estuvieras del lado de Dios, y tendrías nociones y malentendidos sobre Él. Entonces, para que las personas logren la compatibilidad con Dios, en primer lugar su visión de los asuntos debe concordar con las palabras de Dios; deben ser capaces de ver a las personas y las cosas basándose en las palabras de Dios, aceptar que estas son la verdad y ser capaces de dejar de lado las nociones tradicionales del hombre. Sin importar a qué persona o asunto te enfrentes, debes ser capaz de mantener las mismas perspectivas y puntos de vista que Dios, y esas perspectivas y puntos de vista deberán estar en armonía con la verdad. De este modo, tus puntos de vista y la forma en que abordas a la gente no se opondrán a Dios y serás capaz de someterte y ser compatible con Él. Tales personas nunca podrían volver a resistirse a Dios; esas son precisamente las personas que Dios desea ganar(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo identificar la esencia-naturaleza de Pablo). La palabra de Dios me ayudó a entender que no podemos evaluar a las cosas ni a las personas desde una perspectiva emocional. Debemos atenernos a la verdad de la palabra de Dios para discernir la esencia-naturaleza de la persona y qué clase de persona es. Esa es la manera correcta de evaluar a alguien, asegurándonos de no caer presa de los afectos. Yo siempre analizaba la situación con mi madre desde una perspectiva emocional y pensaba en que ella me había parido, y que me amaba y me cuidaba. Eso hacía que me resultara muy difícil ponerme a redactar una evaluación veraz. Sin embargo, Dios dice que hemos de discernir a la gente en función de su esencia-naturaleza; ser capaces de discernir su esencia-naturaleza es la única manera de librarnos de los afectos y tratar a la gente de modo justo y según los principios. ¿Qué clase de persona era realmente mi madre? Tenía ánimo y era atenta con los demás en la vida diaria, pero eso solo significa que era afectuosa. Me cuidaba mucho, pero eso únicamente implica que cumplía con su responsabilidad de madre. No obstante, por naturaleza era arrogante y no aceptaba la verdad. Se había vuelto prejuiciosa y se resistía a cualquiera que le señalara sus problemas o la podara, y se enfadaba por ello. Cuando era algo grave, incluso chocaba con los demás y los importunaba sin cesar, lo cual limitaba a los demás. A tenor de su conducta, si seguía reuniéndose con los hermanos y hermanas, seguro que perturbaría la vida de iglesia y demoraría la entrada en la vida de otros. Si, de acuerdo con los principios, la aislaban para que reflexionara sobre sí misma, todos podrían volver a celebrar reuniones como es debido y esa disposición sería una advertencia para ella. Si de verdad reflexionaba y se conocía a sí misma, sería beneficioso para su vida. Sin embargo, si se resistía y lo rechazaba, o hasta abandonaba su fe, quedaría revelada y descartada. Entonces yo vería con mayor nitidez su esencia-naturaleza, si era trigo o cizaña resultaría obvio a primera vista, y no tendría motivo para intentar que permaneciera en la iglesia. En ese momento comprendí las intenciones de Dios. Dios dispuso esta situación esperando que yo adquiriera discernimiento y aprendiera a ver la esencia-naturaleza de la gente según Su palabra, de modo que pudiera desechar mis afectos al actuar y tratara a la gente de acuerdo con los principios.

Posteriormente, leí otro pasaje de la palabra de Dios: “¿Quién es Satanás, quiénes son los demonios y quiénes son los enemigos de Dios, sino los opositores que no creen en Dios? ¿No son esas las personas que son rebeldes contra Dios? ¿No son esos los que verbalmente afirman tener fe, pero carecen de la verdad? ¿No son esos los que solo buscan obtener las bendiciones, mientras que no pueden dar testimonio de Dios? Todavía hoy te mezclas con esos demonios y los tratas con conciencia y amor, pero, en este caso, ¿no estás teniendo buenas intenciones con Satanás? ¿Acaso no te estás compinchando con los demonios? Si las personas han llegado a este punto y siguen sin ser capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo, y continúan siendo ciegamente amorosas y misericordiosas sin ningún deseo de buscar las intenciones de Dios o sin ser capaces de ninguna manera de considerar las intenciones de Dios como propias, entonces su final será mucho más desdichado. Cualquiera que no cree en el Dios en la carne es Su enemigo. Si puedes tener conciencia y amor hacia un enemigo, ¿no careces del sentido de la rectitud? Si eres compatible con los que Yo detesto y con los que estoy en desacuerdo, y aun así tienes amor o sentimientos personales hacia ellos, entonces ¿acaso no eres rebelde? ¿No estás resistiéndote a Dios de una manera intencionada? ¿Posee la verdad una persona así? Si las personas tienen conciencia hacia los enemigos, amor hacia los demonios y misericordia hacia Satanás, ¿no están trastornando de manera intencionada la obra de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). La palabra de Dios revelaba mi estado exacto. Sabía que mi madre creía en Dios desde hacía años, pero no aceptaba la verdad, y cuando trataban de ayudarla con sus problemas, de podarla, no lo aceptaba de parte de Dios. Siempre discutía sobre nimiedades y perturbaba la vida de iglesia como una esbirra de Satanás. No obstante, yo no le plantaba cara y la revelaba; no dejaba de tapar las cosas y de protegerla. Creía que no revelarla o no redactar una evaluación veraz era tener conciencia. En realidad, yo demostraba amor y conciencia para con Satanás, y ni de lejos pensaba en la labor de la iglesia ni en si se resentiría la entrada en la vida de mis hermanos y hermanas. Estaba a favor de Satanás y hablando en su nombre. ¿Eso no era lo que Dios denominaba “resistirse a Dios de una manera intencionada”? Mi amor no tenía principios y yo no distinguía el bien del mal; era un amor confuso. Protegía a mi madre, con lo que ella podía continuar perturbando la vida de iglesia. Participaba de su maldad. Actuando de ese modo, ¿no estaba perjudicando a los demás y a mí mismo? Estaba cegado por los afectos, paralizado por ellas. La líder me apremió varias veces a que escribiera una evaluación de mi madre, pero yo seguía posponiéndolo y demorando el trabajo de la iglesia. Al darme cuenta, me consumió la culpa. No sabía por qué no podía evitar que me limitaran los afectos ante esta situación. ¿Cuál era el verdadero problema? Me presenté ante Dios a orar y buscar para pedirle que me guiara para entender mis problemas.

Leí un pasaje de la palabra de Dios que me ayudó a comprenderme mejor. Las palabras de Dios dicen: “¿Según qué principio piden las palabras de Dios que la gente trate a los demás? Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse. Dios ama a los que persiguen la verdad y son capaces de seguir Su voluntad; esas son también las personas a las que debemos amar. Aquellos que no son capaces de seguir la voluntad de Dios, que lo odian y se rebelan contra Él, son personas detestadas por Dios, y nosotros también debemos detestarlas. Esto es lo que Dios pide del hombre. […] Si una persona es alguien que niega y se opone a Dios, y que está maldecida por Él, pero se trata de uno de tus padres o de un familiar tuyo que no te parece que sea una persona malvada y te trata bien, entonces podrías encontrarte con que eres incapaz de odiarla, y puede incluso que sigas en contacto cercano con ella, sin que cambie vuestra relación. Oír que Dios odia a tales personas te genera conflicto y no eres capaz de ponerte del lado de Dios y rechazarlas sin piedad. Siempre te constriñen los sentimientos y no puedes abandonarlas por completo. ¿Por qué pasa esto? Esto sucede porque tus sentimientos son demasiado intensos y te dificultan practicar la verdad. Esa persona es buena contigo, así que no puedes llegar a odiarla. Solo podrías odiarla si te lastimara. ¿Ese odio estaría en consonancia con los principios-verdad? Además, también te atan las nociones tradicionales, pues piensas que es uno de tus padres o un familiar, así que, si la odias, la sociedad te despreciaría y la opinión pública te denostaría, te condenaría por ser poco filial, carente de conciencia, ni siquiera humano. Crees que sufrirías la condena y el castigo divinos. Incluso si quieres odiarla, tu conciencia no te lo permite. ¿Por qué funciona así tu conciencia? Porque desde que eras niño te han inculcado una manera de pensar, a través de la herencia de la familia, de la educación que recibiste de tus padres y del adoctrinamiento de la cultura tradicional. Tienes esta manera de pensar arraigada profundamente en el corazón y te hace creer erróneamente que la devoción filial es perfectamente natural y está justificada, y que cualquier cosa que hayas heredado de tus ancestros siempre es buena. La aprendiste primero y sigue siendo dominante, lo que crea un enorme obstáculo y una perturbación en tu fe y en la aceptación de la verdad, y te deja incapacitado para poner en práctica las palabras de Dios y amar lo que Él ama y odiar lo que odia. Sabes de corazón que tu vida provino de Dios, no de tus padres, y también que ellos no solo no creen en Dios, sino que se oponen a Él, que Dios los odia y tú deberías someterte a Él, ponerte de Su lado, pero simplemente no puedes llegar a odiarlos, por más que quieras. No puedes cambiar de idea, no puedes endurecer tu corazón y no puedes practicar la verdad. ¿Cuál es la causa de eso? Satanás usa ese tipo de cultura tradicional y esas nociones de moralidad para atar tus pensamientos, tu mente y tu corazón, lo que te vuelve incapaz de aceptar las palabras de Dios; tales cosas de Satanás te han poseído y te han hecho incapaz de aceptar Sus palabras. Cuando quieres practicar las palabras de Dios, estas cosas te perturban en tu interior, hacen que te opongas a la verdad y a Sus requisitos, y te vuelven impotente para librarte del yugo de la cultura tradicional. Tras luchar durante un tiempo, cedes: prefieres creer que las nociones tradicionales de moralidad son correctas y conformes a la verdad, así que rechazas o abandonas las palabras de Dios. No aceptas Sus palabras como la verdad y no piensas en absoluto en ser salvado, pues sientes que aún vives en este mundo, y solo puedes sobrevivir apoyándote en estas personas. Incapaz de soportar el rechazo social, preferirías renunciar a la verdad y a las palabras de Dios, abandonarte a las nociones tradicionales de moralidad y a la influencia de Satanás, y optarías por ofender a Dios en lugar de practicar la verdad. ¿Acaso no es el hombre digno de pena? ¿No tiene necesidad de la salvación de Dios?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Con la palabra de Dios entendí que Él nos exige que amemos lo que Él ama y odiemos lo que Él odia. Además, el Señor Jesús dijo una vez: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? […] cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre(Mateo 12:48, 50). Dios ama a quienes buscan la verdad y son capaces de aceptarla. Ellos son la única clase de personas que yo debo considerar hermanos y hermanas, la única clase que debo amar y ayudar por amor. Todos los que sienten aversión por la verdad y jamás la practican son unos incrédulos, no hermanos y hermanas. Incluso si son nuestros padres o familiares, debemos discernirlos y revelarlos según los principios-verdad. Eso no significa que no respetemos a nuestros padres o que no cuidemos de ellos en lo sucesivo, sino que debemos tratarlos de manera racional y justa, de acuerdo con su esencia-naturaleza. Sin embargo, “La sangre es más espesa que el agua” y “El hombre no es inanimado; ¿cómo puede carecer de emociones?” eran unos venenos satánicos impregnados en mí. No tenía principios en mi manera de tratar a la gente, y siempre protegía a mi familia y me ponía de su parte por los afectos. Cuando escribía la evaluación de mi hermano, sabía que ya se había revelado como un incrédulo y que había que echarlo de la iglesia, pero me dejé llevar por mis afectos y no quería escribir la verdad. Quería ocultar la realidad y engañar a mis hermanos y hermanas. Cuando la líder me pidió que escribiera la evaluación de mi madre, sabía que ella perturbaba la vida de la iglesia y que yo debía redactar una evaluación veraz y objetiva para ayudar a la líder a exponerla y contenerla. No obstante, al pensar que era mi madre y en lo buena que era conmigo, me daba miedo que, si escribía honestamente sobre su conducta, me sintiera culpable siempre y no pudiera vivir con ello. También me daba miedo que pensaran que era despiadado e insensible. Lleno de desasosiego y recelo, no hacía más que posponerlo. Vi que estos venenos satánicos estaban enraizados en mi interior y me ataban a mis afectos. Hacían que careciera de principios al relacionarme con los demás y me impedían defender el trabajo de la iglesia. Estaba de parte de Satanás, me rebelaba contra Dios y me resistía a Él. Lo cierto era que mi madre y mi hermano eran incrédulos los dos, y lo recto era revelar su conducta. Eso era proteger la labor de la iglesia y obedecer las exigencias de Dios. Era amar lo que Dios ama y odiar lo que Él odia, y un testimonio de práctica de la verdad. Sin embargo, para mí, practicar la verdad y revelar a Satanás eran cosas negativas; lo consideraba despiadado, carente de conciencia y traicionero. ¡Qué confundido estaba! Confundía lo blanco y lo negro, el bien y el mal. Estaba atado a mis afectos y me consumía la negatividad a causa de ello, carecía de motivación por cumplir con el deber. Sin el esclarecimiento y la guía oportunos de Dios, mis afectos habrían terminado conmigo. Vivir inmerso en mis afectos estuvo a punto de ser mi perdición. Verdaderamente estaba jugando con fuego.

Luego hice más introspección y me di cuenta de que mi reticencia a escribir sobre mi madre derivaba de otro concepto equivocado: que ponerla en evidencia sería despiadado de mi parte, ya que me había criado con suma bondad. Leí un pasaje de la palabra de Dios que cambió mi perspectiva al respecto. Las palabras de Dios dicen: “Dios creó este mundo y trajo a él al hombre, un ser vivo al que le otorgó la vida. Después, el hombre tuvo padres y parientes y ya no estuvo solo. Desde que el hombre puso los ojos por primera vez en este mundo material, estuvo destinado a existir dentro de la predestinación de Dios. El aliento de vida proveniente de Dios sostiene a cada ser vivo hasta llegar a la adultez. Durante este proceso, nadie siente que el hombre esté creciendo bajo el cuidado de Dios. Más bien, la gente cree que lo hace bajo el amor y el cuidado de sus padres y que es su propio instinto de vida el que dirige este crecimiento. Esto se debe a que el hombre no sabe quién le otorgó la vida o de dónde viene esa vida, y, mucho menos, la manera en la que el instinto de la vida crea milagros. El hombre solo sabe que el alimento es la base para que su vida continúe, que la perseverancia es la fuente de su existencia y que las creencias de su mente son el capital del que depende su supervivencia. El hombre es totalmente ajeno a la gracia y la provisión de Dios y, así, desperdicia la vida que Dios le otorgó… Ni uno solo de esta humanidad a quien Dios cuida día y noche toma la iniciativa de adorarlo. Dios simplemente continúa obrando en el hombre —sobre el cual no tiene expectativas— tal y como lo planeó. Lo hace así con la esperanza de que, un día, el hombre despierte de su sueño y, de repente, comprenda el valor y el significado de la vida, el precio que Dios pagó por todo lo que le ha dado y la ansiedad con la que Dios espera que el hombre regrese a Él(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Gracias a la palabra de Dios aprendí que, desde fuera, parece que mi madre me parió y crio, y que ella es la que me ha cuidado en la vida, pero, en realidad, la fuente de la vida humana es Dios y todo cuanto he gozado me lo ha otorgado Él. Dios me dio la vida y dispuso mi familia y mi hogar. Asimismo, gracias a las disposiciones de Dios pude oír Su voz y presentarme ante Él. Debería estar dando gracias a Dios y practicar la verdad en todas las cosas que me sucedan a fin de satisfacerlo y retribuirle Su amor. No debería ponerme de parte de mi familia y representar a Satanás, lo cual entorpece la labor de la iglesia. Darme cuenta de esto me supuso una llamada de atención. Tenía que presentarme ante Dios a arrepentirme y no podía continuar obedeciendo mis afectos. Posteriormente, revelé con precisión la conducta de mi madre que perturbaba la vida de iglesia.

Un mes más tarde, me eligieron líder de la iglesia. Supe que algunos miembros de la iglesia aún no habían discernido plenamente la conducta de mi madre. Pensé: “Debo hablarles de que mi madre perturbaba la vida de la iglesia, para que puedan aprender a discernir y tratarla según los principios-verdad”. Sin embargo, justo cuando iba a hacerlo, me sentí en conflicto. Si, durante la charla y disección, los hermanos y hermanas lograban discernir sobre la conducta de mi madre, ¿la abandonarían? ¿Eso le molestaría a mi madre? Sentía que no lograba decir nada. Comprendí que de nuevo me estaban limitando mis afectos y recordé la palabra de Dios que había leído anteriormente: debía amar lo que Él ama y odiar lo que Él odia. Mi madre provocaba problemas en la vida de iglesia, cosa que Dios odia. No podía seguir protegiéndola por afecto. Tenía la responsabilidad de exponer y diseccionar la situación, de acuerdo con los principios-verdad, para que los hermanos y hermanas lograran discernir. Por ello, diseccioné y hablé sobre cómo mi madre había perturbado la vida de iglesia y los demás adquirieron discernimiento y aprendieron algunas lecciones. La mayoría finalmente estuvo de acuerdo en que se la debía aislar para que reflexionara sobre sí misma. Tras poner esto en práctica me sentí relajado y en paz. Doy gracias a Dios de todo corazón por la guía y el esclarecimiento de Su palabra al ayudarme a comprender la verdad, a descubrir principios de práctica y a entender cómo tratar a mis familiares. Sin eso, todavía estaría limitado por los afectos, actuando en contra de Dios. Estas experiencias me han enseñado realmente que, en la relación con las personas y el manejo de las situaciones dentro de la iglesia, todo ha de hacerse según los principios-verdad. Eso es lo único que concuerda con la intención de Dios. Es el único modo de sentirse libre y conseguir una sensación de paz interior. ¡Gracias a Dios!

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