Ceñirse al deber
Solía sentir mucha envidia cuando veía a los hermanos y hermanas actuar, cantar y bailar en alabanza a Dios. Soñaba con el día que pudiera subirme al escenario para cantar y dar testimonio de Dios. ¡Pensaba qué sería un gran honor! Ese día llegó antes de lo pensado.
En mayo de 2018 me sumé a los ensayos del Himno del Reino, un espectáculo coral. Jamás había tomado clases de canto ni danza, así que al principio las prácticas me resultaron muy difíciles. Al cantar me ponía muy nerviosa y mantenía una expresión tensa, y siempre estaba fuera de ritmo al bailar. Pero igualmente no me desanimaba. Pensaba que el Himno del reino era un testimonio para toda la humanidad sobre la llegada de Dios y de inmediato me sentía tan inspirada que simplemente continuaba orando. Estaba decidida a esforzarme al máximo para cantar y bailar bien. Dios me guiaba poco a poco, y tras algunos meses comencé a sentirme más cómoda con todo. También dirigía a los hermanos y hermanas en la práctica de sus expresiones. Empecé a sentirme bastante satisfecha conmigo misma y pensaba: “Mis expresiones y movimientos están muy bien ahora. Sin duda me pondrán bien adelante al grabar, y cuando los hermanos y hermanas de casa me vean allí se van a poner muy felices, muy emocionados. Apuesto que sentirán envidia también, y me admirarán”. Cada vez que pensaba en eso me sentía genial y desbordaba de energía en mi deber. Incluso cuando ensayábamos hasta que terminaba empapada de sudor y dolorida, no me relajaba. Temía que, si holgazaneaba, no me pondrían adelante y así tendría menos chances de mostrarme. Sabía que debía esforzarme al máximo sin importar cuán difícil o agotador fuera. El director diagramó nuestras posiciones sobre el escenario cuando se acercaban las grabaciones. Entusiasmada, abrí la nómina de artistas y busqué mi nombre, y entonces vi que estaba en la séptima fila. Por un momento, no pude creer lo que veía. ¿Por qué me pusieron tan atrás? ¿Se habrá equivocado el director? Mis expresiones y movimientos eran correctos, e incluso había estado ayudando a los hermanos y hermanas a practicar. Realmente pensé que debería estar en las primeras filas. ¿Cómo podía estar atrás? Si no aparecía en pantalla, si no había tomas mías, los demás ni me verían. Esa idea me dejó muy contrariada. Después de eso, en los ensayos no podía reunir alegría para cantar ni energía para bailar. Siempre estaba taciturna, especialmente cuando veía que las expresiones y los movimientos de las hermanas no eran gran cosa, pero estaban en las tres primeras filas. Realmente no lo entendía. ¿Cómo es que eran mejores que yo? ¿Por qué las habían puesto adelante, mientras que a mí me relegaron atrás? Estaba llena de celos y no podía aceptarlo. Sí vi que algunos hermanos y hermanas que en general eran mejores que yo en las prácticas estaban aún más atrás, pero en los ensayos se los veía completamente tranquilos, como si eso no los hubiera afectado para nada. Estaba desconcertada: Incluso atrás, eran obedientes y cumplían activamente con su deber, entonces ¿por qué era tan difícil para mí y no lograba someterme? ¿Estaba siendo irracional? En ese momento, sentí algo de remordimiento, pero aun así no busqué la verdad ni reflexioné. Seguía sin poder superar que me hubieran dado esa ubicación.
Unos días después, el director hizo algunos cambios en las filas. Sentí un súbito deleite interior y me pregunté si me pasarían al frente. Pero al verlo, realmente quise llorar. Me pusieron en la última fila y justo en el extremo, donde la cámara difícilmente me tomaría. Lo que me pareció más increíble aún fue que algunas hermanas que hacía mucho que no ensayaban quedaron delante de mí. Me sentí completamente perturbada y desconcertada. Me había esforzado tanto practicando mis expresiones y movimientos para poder estar en la película, así que ¿por qué me habían relegado a un rincón escuro sin la menor chance de ser vista? ¡Solo sería parte del decorado! ¿Qué sentido tenía participar del espectáculo? De haberlo sabido, no me habría esforzado tanto en los ensayos. Sentía que me desmoronaba y simplemente no podía aceptarlo. Durante los siguientes días de práctica, terminé torciéndome el tobillo. Pensé: “Como me torcí un tobillo, ahora puedo descansar; no hay necesidad de agotarme todos los días. De todos modos estoy atrás, donde nadie puede verme. ¿Para qué esforzarme tanto?”. Empecé a llegar tarde e irme temprano, y cuando los ensayos se ponían intensos, descansaba en un costado. Al ver esto, algunas hermanas me recordaban: “Estamos por grabar. Si no dedicas estos días a practicar, estarás fuera de ritmo con los demás. No podemos rezagarnos”. Oír eso me molestó un poco y me sentí algo mal. Sabía que íbamos a grabar en solo 20 días, así que si no ensayaba mucho, todo el proyecto se atrasaría. Causaría una perturbación. Tuve una repentina sensación de miedo. ¿Cómo podía ser tan depravada? Gracias a la reflexión, me di cuenta de que había estado poniendo excusas y resistiéndome, y había perdido el entusiasmo por mi deber desde que me habían ubicado atrás y no tendría oportunidad de lucirme. Solo estaba haciendo lo menos posible, siguiendo la corriente. Me estaba resistiendo a Dios y estaba oponiéndome. Mi tobillo estaba empeorando cada vez más, y quizás eso era la disciplina de Dios. Si me seguía resistiendo tanto, ya no importaría si lograba lucirme o no; quizás no podría subirme al escenario, y entonces incluso perdería mi deber. Sumida en el dolor y el remordimiento, esa noche me arrodillé para orar a Dios. “Dios mío, he estado muy molesta desde que vi que me pusieron atrás; no he sido capaz de someterme, llena de quejas, y no he estado cumpliendo bien con mi deber, no me he esforzado en el trabajo. Veo lo rebelde que soy y cómo Te he decepcionado. Dios, guíame para salir de este estado”.
Después leí estas palabras de Dios: “Tan pronto como involucre posición, prestigio o reputación, el corazón de todos salta de emoción y cada uno quiere siempre sobresalir, ser famoso y ser reconocido. Nadie está dispuesto a ceder; en cambio, todos quieren siempre competir, aunque competir sea vergonzoso y no se permita en la casa de Dios. Sin embargo, si no hay controversia, no te sientes contento. Cuando ves que alguien sobresale, te pones celoso, sientes odio, te quejas y sientes que es injusto. ‘¿Por qué yo no puedo sobresalir? ¿Por qué siempre es aquella persona la que logra sobresalir y nunca es mi turno?’ Luego surge el resentimiento en ti. Tratas de reprimirlo, pero no puedes. Oras a Dios y te sientes mejor por un rato, pero, después, tan pronto como te encuentras nuevamente con este tipo de situación, no puedes superarla. ¿No muestra esto una estatura inmadura? ¿No es una trampa la caída de una persona en tales estados? Son los grilletes de la naturaleza corrupta de Satanás que atan a los humanos. Si una persona se ha deshecho de estas actitudes corruptas, ¿no está, entonces, libre y liberada? Ponderad esto: ¿Qué clase de cambios debe hacer una persona si quiere abstenerse de quedarse atrapada en estas condiciones, poder liberarse de ellas y de los disgustos y esclavitud de estas cosas? ¿Qué debe obtener una persona antes que pueda liberarse y ser libre verdaderamente? Por un lado, debe llegar a comprender las cosas: la fama, las fortunas y las posiciones son meras herramientas y métodos que Satanás usa para corromper a las personas, engañarlas, provocar su degeneración y dañarlas. En teoría, primero debes obtener un entendimiento claro de esto. Además, debes aprender a dejar abandonar estas cosas y dejarlas a un lado. […] De otra manera, cuanto más luches, más oscuridad te rodeará y los celos y el odio dentro de tu corazón aumentarán, y tu deseo de obtener se hará más fuerte. Cuanto más fuerte sea tu deseo de obtener, menos capaz serás de lograrlo y a medida que obtengas menos tu odio aumentará. A medida que tu odio aumente, te volverás más oscuro por dentro. Cuanto más oscuro seas por dentro más pobremente llevarás a cabo tu deber; cuanto más pobremente lleves a cabo tu deber, menos útil serás. Este es un círculo vicioso interconectado. Si no puedes nunca llevar a cabo bien tu deber, gradualmente, serás eliminado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Esto me despertó un poco. Las palabras de Dios revelaron mi propio estado con precisión. Tras unirme al grupo del coro y ver que me estaba familiarizando con las rutinas, y dirigía a los demás para practicar sus expresiones, empecé a sentir que me desempeñaba mejor que ellos y que estaría adelante en las grabaciones. Rebosaba de energía en mi deber al pensar que aparecería en cámara, que podría lucirme. Estaba feliz de esforzarme y agotarme y simplemente me centré en practicar mis expresiones y movimientos. Pero cuando al final me ubicaron cada vez más atrás, se destruyeron mis esperanzas de lucirme. Me resistía a lo que disponía el director y me negaba a aceptar a los que estaban adelante. Estaba celosa de ellos. Me confundía y me quejaba, sentía que no era justo, trataba de razonar y competir con Dios y me volví negativa y holgazaneaba en mi deber. Incluso lamenté el esfuerzo que le dediqué a las prácticas. Mientras reflexionaba sobre mis motivaciones y mi conducta, vi que no estaba cumpliendo con mi deber teniendo en cuenta la voluntad de Dios o para dar testimonio de Él. En cambio, quería esa oportunidad para destacarme, para que los demás me admiraran. ¿Acaso no estaba luchando por mi propia reputación y estatus? ¡Era tan egoísta y despreciable! Esa oportunidad de unirme al grupo del coro fue Dios que me elevó, pero, desprovista de conciencia y razón, no pensé en cómo cumplir bien con mi deber y satisfacer a Dios. En cambio, solo luché por lucirme. Al no poder lucirme, me molesté y me quejé. Caí en un estado cada vez más oscuro. Al final no cumplí bien con mi deber, y eso repugnó a Dios. ¿Acaso no había caído en las redes de Satanás? Pensé en todos esos hermanos y hermanas que cumplían con su deber tras bambalinas, que no podían estar en escena, pero trabajaban arduamente sin quejarse, ciñéndose a su deber con firmeza. Yo no era nada comparada con ellos. Sentí que no distinguía el bien del mal y que estaba muy en deuda con Dios. No quise seguir siendo tan rebelde. Quise arrepentirme ante Dios.
Después de eso, leí estas palabras de Dios: “Debes aprender a dejar ir estas cosas y hacerlas a un lado, a recomendar a otros y permitirles sobresalir. No luches ni te apresures a sacar ventaja tan pronto como te encuentres con una oportunidad para sobresalir u obtener la gloria. Debes aprender a retroceder, pero no debes demorar el desempeño de tu deber. Sé una persona que trabaja en silencio y fuera de la mirada de la gente y que no alardea delante de los demás mientras lleva a cabo su deber con lealtad. Cuanto más dejes ir tu prestigio y estatus y más hagas a un lado tus propios intereses, más tranquilo estarás, más espacio se abrirá en tu corazón y más mejorará tu estado. Cuanto más luches y compitas, más oscura será tu condición. Si no lo crees, ¡inténtalo y observa! Si quieres cambiar esta clase de condición y si no quieres ser controlado por estas cosas, entonces primero debes hacerlas a un lado y abandonarlas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Las palabras de Dios me dieron un camino de práctica. Cada vez que quería volver a lucirme, tenía que orar a Dios y abandonarme a mí misma, dejar mis propios deseos y pensar más en cómo podía cumplir con mi deber de acuerdo con los requisitos de Dios, y tener precisión en mis movimientos y entonar bien las cánticos. Eso es lo que necesitaba hacer. Me di cuenta de que mi oportunidad de participar en el Himno del reino dependía de que cumpliera con el deber de un ser creado, ya sea que estuviera adelante o atrás. Dios no decide si la gente es devota en su deber según el lugar que ocupa en una fila, sino basado en su sinceridad y en si practica la verdad y se somete a Dios. Me sentí mucho más tranquila tras comprender la voluntad de Dios, y pronuncié esta oración: “Dios, ya no quiero rebelarme en Tu contra. Sin importar qué lugar ocupe, aunque sea atrás de todo donde nadie pueda verme, ¡quiero cumplir bien con mi deber para satisfacerte a Ti!”.
Después de eso, en los ensayos siempre estaba en las últimas dos filas. A veces sí pensaba que así jamás iba a entrar en cuadro, que nadie iba a admirarme nunca, y me sentiría algo decepcionada. Pero en esos momentos me apresuraba a orar a Dios y pedirle que aquietara mi corazón, y consideraba cómo expresar lo que Dios requiere con cada estrofa que cantaba, y cómo bailar con energía, siguiendo la coreografía. Cuando empecé a poner el corazón en estas cosas, me sentí muy cerca de Dios y no me importó la ubicación que tuviera. Increíblemente, a medida que se aproximaban las grabaciones, me pasaban cada vez más adelante y también me dieron algunas escenas breves para filmar. Le agradecí a Dios por darme esa oportunidad de practicar. Durante los varios días de grabación de las escenas, me aferré a mi sentido de gratitud. En cada toma, me concentraba en poner el corazón para no tener ningún remordimiento sobre mi deber. Para la última toma, me pusieron en la primera fila con la cámara muy cerca de mí. No podía creerlo. Sentí que era un gran honor. Agradecí a Dios una y otra vez y estaba decidida a hacer un buen trabajo. Justo cuando caminaba hacia la primera fila, todas esas luces me iluminaban y las cámaras me enfocaban. Una hermana se apresuró a alisarme la ropa, retocarme el maquillaje y peinarme. De repente sentí como si yo fuera el centro de atención, que todos me miraban, y no pude controlar mi entusiasmo. Ni en sueños había imaginado que estaría en la primera fila. Si la toma salía bien, me imaginé que me vería mucha gente y que me haría muy conocida. Esa idea realmente crecía en mí. Era una sensación indescriptible. Al pensarlo, de golpe me di cuenta de que no estaba en el estado correcto, y que otra vez deseaba lucirme. Me apresuré a orar a Dios y abandonarme a mí misma, pero aun así no podía suprimir mi pensamiento incorrecto y no lograba calmarme. Hicimos dos o tres tomas, una tras otra, pero no lograba disfrutarlo. Entonces el director nos recordó adoptar la actitud adecuada. Comencé a preocuparme de que el director hubiera visto que mis expresiones no eran correctas y que me pusiera atrás otra vez. Me preocupaba perder esa oportunidad de lucirme. Pero me di cuenta de que no podía pensar siempre en mis propios intereses, y debía concentrarme en cómo adaptar mi estado para poder cumplir bien con mi deber. Me debatía internamente entre querer cumplir bien con mi deber y preocuparme por perder la oportunidad de lucirme. Eso me puso terriblemente nerviosa. Hicimos cinco tomas de una vez, pero seguía sin poder disfrutarlo, y me veía muy estática. Vi que las demás hermanas hablaban con entusiasmo sobre lo que habían aprendido después de la toma, y algunas estaban tan emocionadas que lloraban, pero no lograba animarme. Me sentía tan abatida que me fui rápidamente.
Mientras volvía, me sentía muy culpable por mi mal desempeño en la grabación. Todos los demás le habían entregado a Dios su corazón honesto y su sonrisa inocente, pero yo estaba obsesionada con lucirme. Mi actuación no era lo suficientemente buena para dar testimonio de Dios en absoluto, y Él no podía aprobar mi deber. En ese momento, realmente quise largarme a llorar. Le dije a Dios: “Dios, lamento esta última toma. Realmente ya no quiero lucirme, y me gustaría estar atrás en escena, en un rincón donde nadie, ni siquiera la cámara, pueda verme. Mientras tenga un corazón simple y honesto para cantar sinceramente para Ti, me sentiré feliz y en paz, y ya no volveré a sentirme tan acusada. Pero es demasiado tarde y no puedo saldar la deuda que tenía”. Cuanto más lo pensaba, más molesta me sentía; tenía mucho remordimiento por cómo había llevado a cabo mi deber.
Aquieté mi corazón y comencé a reconsiderarlo. ¿Por qué mi deseo de lucirme y destacarme era tan fuerte que se me hacía tan difícil abandonar la carne y practicar la verdad? Leí esto en las palabras de Dios: “Lo que te gusta, aquello en lo que te centras, lo que adoras, lo que envidias y aquello en lo que piensas en tu corazón cada día, todo ello es representativo de tu naturaleza. Es suficiente para demostrar que a tu naturaleza le gusta la injusticia y que, en situaciones graves, es malvada e incurable. Debes analizar tu naturaleza de este modo; es decir, examinar aquello que te gusta mucho y aquello a lo que renuncias en tu vida. Puede que seas bueno con alguien durante un tiempo, pero esto no demuestra que le tengas cariño. Lo que te gusta de verdad es, precisamente, lo que está en tu naturaleza; aunque tuvieras los huesos rotos, lo seguirías disfrutando y no podrías renunciar a ello jamás. Esto no resulta fácil de cambiar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Lo que se debe saber sobre cómo transformar el propio carácter). “Además de sacar a la luz las cosas que más les gustan a las personas de su naturaleza, también es necesario descubrir otros aspectos pertenecientes a esta. Por ejemplo, los puntos de vista de las personas sobre las cosas; sus métodos y sus metas en la vida; sus valores vitales y sus opiniones sobre la vida y sobre todas las cosas relacionadas con la verdad. Estas cosas están, todas, en lo profundo del alma de la gente y guardan una relación directa con la transformación del carácter” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Lo que se debe saber sobre cómo transformar el propio carácter). Las palabras de Dios me ayudaron a entender que las ideas, las preferencias y las búsquedas humanas provienen de nuestra naturaleza, y que también están controladas por ella. Entonces me pregunté: ¿en qué me había enfocado y qué había estado buscando realmente todo ese tiempo en mi deber? A medida que mi lugar en escena se iba acercando al frente y aparecía cada vez en más tomas, en lo que más pensaba era en la oportunidad de finalmente estar adelante, para lucirme y ser el centro de la envidia y la estima de los demás. En particular en la última escena, cuando me pusieron adelante, me sentía como si fuera una especie de estrella. Me pareció un logro tan importante que no pude controlar el deseo de lucirme, para verme lo mejor posible en cámara, dar una sorpresa agradable a los hermanos y hermanas que me conocían y tener para mí un recuerdo maravilloso que perduraría por siempre. Vi cuánto atesoraba la reputación y el estatus, y que eso se había insertado muy profundamente en mi corazón.
Después, leí esto en las palabras de Dios: “Hay un carácter satánico corrupto profundamente arraigado en las personas; se convierte en su vida. ¿Qué es exactamente lo que la gente busca y desea obtener? Bajo la fuerza impulsora de un carácter satánico corrupto, ¿qué ideales, esperanzas, ambiciones, metas de vida y rumbos tienen las personas? ¿No son contrarios a las cosas positivas? En primer lugar, la gente siempre quiere tener prestigio o ser famosa; desea obtener mucha fama y prestigio y honrar a sus antepasados. ¿Son positivas estas cosas? No concuerdan en absoluto con las cosas positivas; es más, son contrarias al hecho de que la ley de Dios tiene dominio sobre el destino de la humanidad. ¿Por qué digo esto? ¿Qué tipo de persona quiere Dios? ¿Quiere una persona con grandeza, famosa, noble o increíble? (No). Entonces, ¿qué tipo de persona quiere Dios? Quiere una persona que tenga los pies bien puestos en la tierra y busque ser una criatura de Dios capacitada, que pueda cumplir el deber de una criatura y pueda atenerse al sitio que debe ocupar un ser humano” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El carácter corrupto solo se puede corregir al buscar la verdad y confiar en Dios). “Tú siempre buscas la grandeza, la nobleza y la dignidad; siempre buscas la exaltación. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y no quiere ni verlo. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. ¡No seas una persona repugnante a los ojos de Dios! Entonces, ¿cómo se puede conseguir esto? Haciendo las cosas de una manera sensata mientras ocupas la posición de ser humano. No albergues sueños ociosos, ni busques la fama o destacar entre tus iguales y, más aún, no intentes ser una persona con grandeza que sobrepasa a todos los demás, superior entre los hombres y que hace que las personas la adoren. Esta es la senda por la que camina Satanás; Dios no quiere a tales seres creados. Si, al final, una vez que se haya llevado a cabo la totalidad de la obra de Dios, todavía hay personas que van detrás de estas cosas, entonces solo hay un desenlace para ellas: ser eliminadas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Las palabras de Dios realmente me despertaron. Reflexioné acerca de por qué me gustaba tanto lucirme, por qué era tan vanidosa. Se debía a haber sido educada y corrompida por Satanás. Sus venenos, como “Destacar entre los demás y honrar a los antepasados” y “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” de verdad se habían infiltrado en mí, y me habían dado una perspectiva de vida equivocada. Pensaba que buscar reputación y estatus y vivir mejor que los demás eran cosas positivas. Las tomaba como objetivos de vida. Hiciera lo que hiciera, quería lucirme, que los demás me admiraran y me envidiaran. Sentía que eso era vivir mejor que los demás, que sería honorable. Así que tenían un gran amor a la reputación y el estatus. Pensé en cómo antes siempre había querido sobresalir en la escuela y en las interacciones con los demás. Quería ir por delante de los demás, tener protagonismo. Cada vez que alguien comenzaba a notarme me sentía increíblemente complacida. Cuando pasaba desapercibida o era irrelevante en algún grupo de personas, no lo soportaba. Quería luchar por un lugar, y fracasar en eso era molesto. Siempre vivía según esos venenos satánicos, queriendo siempre que los demás me admiraran. Estas cosas eran como grilletes que me sujetaban, controlaban mis pensamientos, y hacían que viera estar en una película para dar testimonio de Dios como un escenario personal para exhibirme. Trataba a mi deber como un trampolín para satisfacer mis propios deseos. En mi corazón no había nada más que cómo destacarme, cómo brillar. No pensaba para nada en cómo cumplir bien con mi deber o satisfacer a Dios. Vi que, mientras no se resolvieran mis toxinas y actitudes satánicas, no solo era imposible para mí cumplir bien con mi deber y satisfacer a Dios, sino que finalmente sería eliminado por Dios por rebelarme y oponerme a Él.
Más tarde leí esto en las palabras de Dios: “Lo que Dios requiere de las personas no es la capacidad de completar cierto número de tareas o realizar algún proyecto grande, y tampoco necesita que lideren ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande u honorable, ni que hagas un milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Todo lo que Dios necesita es que escuches Sus palabras y, una vez las hayas escuchado, las tomes en serio y las tengas en cuenta mientras practicas teniendo los pies en la tierra, para que llegues a vivir las palabras de Dios y se conviertan en tu vida. Así Dios estará satisfecho” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Vi que la voluntad de Dios es que persigamos la verdad y seamos personas totalmente honestas, que nos sometamos a su gobierno y sus disposiciones y nos dediquemos por completo a nuestro deber. Trabajar en pos de estas metas lo satisfará. Jamás había entendido la voluntad de Dios, sino que me dediqué por completo a perseguir reputación y estatus. Como resultado, no pude cumplir bien con mi deber, y eso decepcionó a Dios. Era muy corrupta, pero Él de todos modos no me abandonó. Una y otra vez, Él reveló mis perspectivas incorrectas sobre la búsqueda modificando mi ubicación en escena para que yo pudiera ver mi carácter satánico corrupto, alterar el rumbo y cambiar. El amor de Dios realmente me emocionó. Le oré a Él de esta manera: “Dios mío, ya no quiero buscar destacarme ni lograr admiración. Estas búsquedas solo me causan dolor y hacen que no pueda satisfacerte en mi deber, lo que me da mucha culpa. A partir de ahora, solo deseo practicar según Tus palabras. Sin importar qué posición tenga, si puedo lucirme o no, lo único que quiero es cantar para alabarte con un corazón sincero de sumisión a Ti, y cumplir con mi deber para satisfacerte”. En las nuevas tomas después de eso, algunas veces iba más atrás, otras veces más adelante, y en ocasiones me necesitaban en los ensayos pero no en las grabaciones. Sí me afectó emocionalmente, pero fui capaz de abandonar mis propios deseos al orar a Dios y leer Sus palabras para manejar mi mentalidad. A veces veía que a algunas hermanas las afectaba que las cambiaran de lugar y no cumplían bien con su deber. Fui capaz de encontrar oportunamente algunas palabras relevantes de Dios y relacionar eso con mi propia experiencia para ayudarlas. ¡Cumplir con mi deber de esa manera de verdad me tranquilizó y fue muy importante! Más tarde el director me hizo ir de nuevo a la primera fila, pero yo no trataba de lucirme como antes. Simplemente sentía que era una responsabilidad que la cámara me enfocara, era un testimonio. Me concentré en cantar bien y cumplir correctamente con mi deber. Recuerdo que, en una escena, cuando estaba atrás de todo, cantamos esto de las palabras de Dios: “¡Levanta tu triunfante bandera para celebrar a Dios! ¡Canta tu triunfante canción de victoria y esparce el nombre santo de Dios!”. Pensé en cuán profundamente me había corrompido Satanás, al buscar reputación y estatus, que había fallado en cumplir bien con mi deber para satisfacer a Dios, cuánto lo había herido. Ese día, sentí que debía alabar a Dios de corazón, ofrecerle mi mejor cántico, ¡para humillar y derrotar a Satanás! Cuando cantaba en alabanza a Dios en el escenario con esa clase de actitud, sentí una paz y un gozo que jamás había experimentado. ¡También tuve una gran sensación de orgullo y justicia!
El Himno del reino, una obra coral de gran escala, llegó a internet al poco tiempo. Todos nosotros, hermanos y hermanas, miramos el video con entusiasmo. Ver a tantos de los escogidos de Dios parados ante el Monte de los Olivos cantando con orgullo “El pueblo aclama a Dios, el pueblo alaba a Dios” realmente me estremeció, y me emocioné tanto que no pude evitar derramar lágrimas de gratitud. Al rememorar todo lo sucedido, desde estar tan afectada al principio por mi posición que no podía poner el corazón en mi deber, hasta que finalmente ya no me afectó la reputación y el estatus, ya fuera que me tocara estar adelante o atrás, sino que simplemente adopté el lugar de un ser creado, cantando y dando testimonio de Dios libremente, todo eso fue el fruto de la obra de Dios en mí. ¡Gracias a Dios!
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