Una historia sobre denunciar un falso líder
En 2010, con frecuencia estaba en contacto con una de las líderes de la iglesia, Lucía. Ella nos decía a menudo: “Los últimos años, Dios siempre ha sido amable conmigo. Mis líderes siempre me transfieren a iglesias que tienen dificultades. A veces no quiero ir, pero sé que es la comisión de Dios, así que no puedo considerar mis intereses carnales. Debo ser leal a Dios, así que acepto. En cada iglesia a la que voy, hago mis rondas, soy anfitriona de un par de reuniones, y las iglesias que son un caos vuelven a la normalidad y la vida de iglesia y la obra del evangelio vuelven a ser efectivas. A veces me topo con dificultades, pero oro a Dios, y Él despeja el camino y todo fluye. Veo lo maravillosa que es la obra de Dios…”. Escuchar la experiencia de Lucía me hizo admirarla. Me pareció alguien que podía soportar cargas y una líder capaz. Una vez, antes de una reunión, estaba conversando casualmente, y Lucía me interrumpió y dijo: “El tiempo aquí vale oro, evitemos conversar mientras estamos juntos. Usemos el tiempo para enseñar la palabra de Dios”. Al oírla decir eso, pensé: “He conocido a muchos líderes a lo largo de los años, pero Lucía es la primera que es tan meticulosa, tan piadosa y comprometida a perseguir la verdad”. La respetaba y admiraba aún más. Pero, después de interactuar con ella un largo tiempo, me di cuenta de que, si bien su enseñanza siempre era razonada y que, por fuera, parecía alguien que perseguía la verdad, muy raramente compartía cómo reflexionaba sobre sí misma y cómo había llegado a conocerse a partir de la palabra de Dios o la experiencia práctica de esta. La mayor parte de su enseñanza era una forma encubierta de exaltarse a sí misma y de alardear para que los demás pensaran que era culta y que desempeñaba funciones importantes en la iglesia, y para que, así, los demás la admiraran. Pero lo más serio era el hecho de que en algunas cuestiones clave, en relación con los intereses de la iglesia, no practicaba la verdad y mentía, engañaba y esquivaba responsabilidades abiertamente. Por ejemplo, Finn, el líder responsable del trabajo de Lucía, había cometido una serie de felonías en la iglesia. Malversó y se quedó con dinero de aquella; por eso, fue acusado de ser un anticristo y fue expulsado. Lucía estaba muy al tanto las maldades de Finn y, de hecho, participó de eso. Pero, después de que Finn fuera expulsado, Lucía no solo no reflexionó sobre sí misma ni se arrepintió ante Dios, sino que no admitió haber participado en las maldades de Finn. Se mostró totalmente ajena a la cuestión, como si no supiera nada ni hubiera estado involucrada. En ese momento, descubrí que Lucía era una hipócrita. Como Lucía sabía enmascararse y engañar con palabras elevadas, algunos hermanos y hermanas sin discernimiento se mostraban admirados al mencionarse su nombre. Cuando el hermano que era mi compañero y yo vimos la conducta de Lucía y las consecuencias de su labor y de sus sermones, aplicamos los principios del discernimiento de falsos líderes y determinamos que Lucía era una falsa líder, y escribimos una carta para denunciar estas cuestiones sobre Lucía.
Luego de enviar la carta, esperamos que los líderes superiores verificaran y comprendieran lo que sucedía con Lucía, pero después de medio mes, aún no habíamos recibido respuesta. Mi compañero y yo no entendíamos por qué. Un día, Lucía se reunió con nosotros de muy buena gana y nos dijo que los líderes superiores tenían intenciones de promoverla. No pude creerlo: “¿En lugar de despedir a esta falsa líder van a promoverla y a asignarle funciones importantes? ¿Será que por no entender los principios verdad y carecer de discernimiento nos equivocamos al denunciarla?”. Transcurrido poco más de un mes, Lucía volvió y dijo que la iglesia planeaba elegir líderes y que la mayoría de los hermanos y hermanas tenían una buena opinión sobre ella y tenían la intención de elegirla. Al oír eso, me quedé pasmado y pensé: “Lucía es ladina y engañosa. No es apta para ser líder en absoluto. Debería escribir otra carta para denunciarla”. Pero, cuando me preparaba a hacerlo, dudé: “En este momento, muchos carecen de discernimiento sobre Lucía. Todos han sido engañados por su falsa apariencia. Si escribo una carta para volver a denunciarla y los líderes superiores no logran entender la situación, ¿pensarán que estoy empecinado con esto? Además, si Lucía descubre que fui yo quien escribió la carta, ¿quedará resentida conmigo e intentará sabotearme subrepticiamente? Ella está a cargo de entregarnos los libros con la palabra de Dios, los sermones y la enseñanza de la casa de Dios, así que, si la ofendo, no tendrá necesidad de hacer nada para acallarme, solo le bastará con ignorarme, no entregarme libros, para ponerme en apuros”. Pensar en esto me hizo sentir muy conflictuado. ¿Debía denunciarla de nuevo u olvidar el asunto? Mientras sopesaba mis propios intereses, mi futuro y destino, sentí como si estuviera condicionado y limitado por una influencia invisible y oscura. Lo deliberé un momento y, para protegerme de ser acallado, finalmente decidí desistir. Por el momento, decidí no denunciarla. Me consolé diciéndome: “Al menos ahora tenemos discernimiento sobre quién es Lucía y ya no nos engañará, así que por ahora eso basta. Tal vez, un día, Dios la dejará en evidencia y todos podrán adquirir discernimiento sobre quién es realmente. Será reemplazada, como es de esperar”.
Transcurrido poco más de un mes, recibimos una carta de dos hermanas. En ella decían que habían discernido que Lucía era una falsa líder y querían denunciarla. Nos pedían nuestra opinión y si teníamos algún consejo. Pensé: “No hemos recibido respuesta la última vez que denunciamos a Lucía. Si volvemos a denunciarla junto con estas hermanas, ¿dirán los líderes superiores que hemos formado una camarilla para atacar a Lucía y que alteramos la labor de la iglesia? Si eso sucede, seguramente antes de despedir a Lucía, nos despedirán a nosotros”. Con eso en mente, mi compañero y yo les respondimos esto a las dos hermanas: “Denúncienla ustedes. Nosotros la denunciamos una vez anteriormente, así que no volveremos a hacerlo”. Luego de responder, sentí mucho remordimiento. Me di cuenta de que estaba engañándome para protegerme. Eso era ceder y rendirme frente a una influencia oscura. Para ahorrarme esta condena interna, recurrí a las mismas razones de antes para consolarme: “Por ahora, muchos carecen de discernimiento sobre Lucía. Si insistimos en denunciarla y proponemos su despido, los hermanos y hermanas no lo permitirán. Intentarán protegerla. Deberíamos esperar a que los hermanos y hermanas tengan discernimiento sobre ella. Cuando llegue el momento justo, naturalmente, será reemplazada”. Si bien eso era lo que pensaba, cada vez que me topaba con un pasaje de la palabra de Dios sobre exponer falsos líderes y anticristos, sentía que mi conciencia me condenaba. Claramente, había descubierto a una falsa líder y, sin embargo, no la denunciaba ni la ponía en evidencia. ¿Acaso no estaba tolerando que Satanás interrumpiera y alterara la obra de la iglesia? Todos los hermanos y hermanas que nos acogían idolatraban a Lucía, y cuando expusimos su conducta de falsa líder, no intentaron discernir sobre ella, sino que se molestaron con nosotros y nos culparon, pues pensaban que estábamos atacando a Lucía. Vi que esta falsa líder había engañado muchísimo a la gente. No sabía cuántos hermanos y hermanas eran víctimas de este engaño, y sentí aún más que los falsos líderes son obstáculos y escollos para la entrada en la vida del pueblo elegido de Dios. En ese momento, lo que más quería era que Lucía fuera reemplazada lo antes posible, pero no tenía el valor de escribir la carta para volver a denunciarla. Incluso simplemente por evitar que los hermanos y hermanas que nos acogían se ofendieran, no me atreví a exponer la conducta de Lucía otra vez. Por dentro, me condené y me acusé a mí mismo. Pensaba cómo podía ser tan cobarde e inútil. Vi a una falsa líder alterar la obra de la iglesia y no me animé a denunciarla. Ni siquiera me atreví a decir la verdad. ¿No era un lacayo de Satanás? Recordé las palabras de Dios: “Todos vosotros decís que tenéis consideración por la carga de Dios y defenderéis el testimonio de la Iglesia, pero ¿quién de vosotros ha considerado realmente la carga de Dios? Hazte esta pregunta: ¿Eres alguien que ha mostrado consideración por Su carga? ¿Puedes tú practicar la justicia por Él? ¿Puedes levantarte y hablar por Mí? ¿Puedes poner firmemente en práctica la verdad? ¿Eres lo bastante valiente para luchar contra todos los hechos de Satanás? ¿Serías capaz de dejar de lado tus emociones y dejar a Satanás al descubierto por causa de Mi verdad? ¿Puedes permitir que Mis intenciones se cumplan en ti? ¿Has ofrecido tu corazón en el momento más crucial? ¿Eres alguien que hace Mi voluntad? Hazte estas preguntas y piensa a menudo en ellas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). Cada una de las preguntas de Dios me hizo sentir apenado y avergonzado. Normalmente, era bueno para lanzar eslóganes, pues decía que tendría en cuenta la voluntad de Dios y que me mantendría firme en el testimonio para Él, y solía orar, diciendo que quería practicar la verdad y satisfacer a Dios. Pero apenas pasó algo y tuve que alzarme y proteger los intereses de la iglesia, escondí la cabeza en mi caparazón. Sabía claramente que los falsos líderes debían ser reportados de inmediato, pero como tenía miedo de que me acallaran y me despidieran, no me atreví a volver a denunciar a Lucía, y permití que continuara dañando y engañando a nuestros hermanos y hermanas. Lo peor es el hecho de que cuando vi que los hermanos y hermanas que me acogieron fueron engañados por Lucía, no pensé en cómo ayudarlos a adquirir discernimiento sobre la falsa líder. Por el contrario, cedí. Por miedo a que exponer a Lucía los apenara y ya no quisieran acogernos, guardé silencio sobre la conducta de falsa líder de Lucía. Era muy egoísta y despreciable. Yo disfrutaba todo lo que Dios me proveía y mis hermanos y hermanas me acogían y me cuidaban, pero no tenía consideración por la voluntad de Dios ni protegía la obra de la iglesia. Me había quedado a un lado y había permitido que una falsa líder detentara el poder dentro de la iglesia y perturbara la labor de esta. ¿Dónde estaban mi conciencia y mi razón? ¡No merecía en absoluto vivir ante Dios!
Después de eso, leí las palabras de Dios: “La casa de Dios no permite que aquellos que no practican la verdad permanezcan y tampoco que lo hagan aquellos que deliberadamente desmantelan a la iglesia. Sin embargo, este no es el momento de llevar a cabo la obra de expulsión; esas personas simplemente serán expuestas y descartadas al final. No debe gastarse más obra inútil en estas personas; aquellos que pertenecen a Satanás son incapaces de ponerse del lado de la verdad, mientras que aquellos que buscan la verdad sí pueden hacerlo. Las personas que no practican la verdad no son dignas de escuchar el camino de la verdad ni de dar testimonio de ella. La verdad simplemente no es para sus oídos; más bien, está dirigida a quienes la practican. Antes de que se revele el fin de cada persona, aquellos que perturban a la iglesia e interrumpen la obra de Dios serán hechos a un lado por ahora y se les tratará después. Una vez que la obra esté completa, cada una de estas personas será expuesta y, luego, serán descartadas. Por ahora, mientras se está proveyendo la verdad, serán ignoradas. Cuando toda la verdad se revele a la humanidad, esas personas deberán ser descartadas; ese será el momento en el que todas las personas serán clasificadas según su especie. Los engaños insignificantes de quienes no tienen discernimiento los llevarán a su destrucción a manos de los malvados, serán alejados por ellos para no regresar jamás. Y ese es el trato que merecen, porque no aman la verdad, porque son incapaces de ponerse del lado de la verdad, porque siguen a las personas malvadas y están del lado de las personas malvadas y porque se confabulan con personas malvadas y desafían a Dios. Saben perfectamente que lo que esas personas malvadas irradian es maldad, pero endurecen su corazón y le dan la espalda a la verdad para seguirlas. ¿Acaso no están haciendo el mal estas personas que no practican la verdad, pero que hacen cosas destructivas y abominables? Aunque hay entre ellos quienes se visten como reyes y otros que los siguen, ¿no son iguales sus naturalezas que desafían a Dios? ¿Qué excusa pueden tener para afirmar que Dios no los salva? ¿Qué excusa pueden tener para decir que Dios no es justo? ¿No es su propio mal el que los está destruyendo? ¿No es su propia rebeldía la que los está arrastrando al infierno? Las personas que practican la verdad, al final, serán salvas y perfeccionadas a causa de la verdad. Al final, aquellos que no practican la verdad causan su propia destrucción a causa de la verdad. Estos son los fines que esperan a los que practican la verdad y a los que no la practican” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Vi que era el tipo de persona revelada por la palabra de Dios, el tipo de persona que no practica la verdad. Era alguien a quien Dios despreciaba. Siempre intentaba preservarme y protegerme. Frente a una falsa líder, me atreví a no respetar los principios, no denunciarla y ponerla en evidencia. ¿No estaba básicamente arrodillándome ante Satanás y conspirando con él? Por fuera, no apoyaba ni defendía a Lucía, pero no había denunciado ni expuesto que ella era una falsa líder. Le permití que confundiera y engañara a los hermanos y hermanas de la iglesia y que alterara y perturbara su obra. Con esto, me ponía del lado de Satanás. La palabra de Dios dice: “Saben perfectamente que lo que esas personas malvadas irradian es maldad, pero endurecen su corazón y le dan la espalda a la verdad para seguirlas. ¿Acaso no están haciendo el mal estas personas que no practican la verdad, pero que hacen cosas destructivas y abominables?”. La palabra de Dios revelaba precisamente mi conducta. Pensé en lo que dijo el Señor Jesús: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mateo 12:30). En la batalla entre Dios y Satanás, no estar del lado de Dios es estar del lado de Satanás. No hay punto medio. Pero en el asunto de informar sobre la falsa líder estaba intentando ser listo, mantenerme neutral, para no correr riesgos y protegerme. ¿No era eso ponerse del lado de Satanás y traicionar a Dios? Había creído que muchos carecían de discernimiento sobre Lucía, pero que, cuando Dios la revelara por completo y en el momento indicado, obviamente se la reemplazaría. Aparentemente, la idea parecía muy razonable, pero, en realidad, yo estaba esquivando responsabilidades y buscando excusas para evitar practicar la verdad. Simplemente esperaba a que Dios la delatara, en lugar de cumplir con mis responsabilidades de exponerla y denunciarla. En esencia, estaba consintiendo a una falsa líder que hacía el mal y alteraba la obra de la iglesia. No sería errado considerarme cómplice de un falso líder. Al pensar en todo esto, me odié a mí mismo por ser tan egoísta, despreciable, débil e incompetente. ¡Era un inútil, un lacayo de Satanás! No tenía testimonio alguno en la guerra contra el mal. ¡Dios realmente despreciaba eso! Me puse ante Dios y oré para arrepentirme. Le pedí que me diera fortaleza para abrirme camino entre el control de las fuerzas oscuras, para ponerme del lado de Dios y decir “no” a las fuerzas de Satanás. Quería escribir otra carta para denunciar a Lucía después de encontrar más pruebas. Pero antes de hacerlo, la iglesia investigó y determinó que Lucía era una falsa líder que había tomado la senda de un anticristo, y la reemplazó. Posteriormente, supe que nuestra carta de denuncia había sido interceptada y retenida por otro falso líder. Ese falso líder también había sido reemplazado por no hacer una obra práctica. Esta noticia me alegró mucho, pero también me sentí culpable, porque había actuado como lacayo de Satanás en este asunto, no había protegido la labor de la iglesia ni me había mantenido firme en el testimonio.
Luego de que Lucía fuera reemplazada, una nueva hermana se hizo cargo temporariamente de la obra de la iglesia y creí que el problema ya estaba resuelto, pero no fue así. Transcurrido poco más de un mes, el hermano que era mi compañero me dijo que Lucía seguía empecinada tras su reemplazo. Les decía a los hermanos y hermanas que la líder recientemente electa era una falsa líder para que se compadecieran de ella, y estaba armando una camarilla a su alrededor para que despidieran a la nueva líder y así poder recuperar su puesto. Cuando me enteré, me preocupé bastante. Debía encontrar la forma de contarles a los líderes superiores lo antes posible sobre la conducta malvada de Lucía. En ese momento, la nueva líder de la iglesia también estaba escribiendo una carta para denunciar la situación de Lucía a los líderes superiores y estaba tratando de decidir cómo explicar la situación claramente. Yo escribo bastante bien, así que tomé la iniciativa y me ofrecí a escribir la carta de denuncia en nombre de ella. A la mañana siguiente, luego de terminar de escribir la denuncia, mi compañero de repente dijo: “Firmemos la carta nosotros también”. Me quedé atónito, pues pensé: “Lucía es despiadada, insidiosa y sabe engañar a los demás. Si no la reportábamos esta vez y ella retomaba el poder y volvía a ser líder de la iglesia, dados sus antecedentes de abuso de poder al expulsar a los que les tenía antipatía, sin duda iba a hacer que nos reemplazaran o incluso que nos expulsaran. Pero no firmar la carta no estaría justificado, porque en realidad la habíamos escrito nosotros”. Pensé un momento y le dije: “Firmemos la carta como ‘escritores fantasmas’”. La verdad es que quería hacer lo posible por mantener la distancia, de modo que si me acallaban, no lo harían tan duramente. En ese momento, mi compañero trató conmigo: “¿Por qué te cuesta tanto firmar? ¡Estás siendo muy artero!”. Ese comentario me dolió mucho. Me di cuenta de que no podía ser artero y dejar de intentar protegerme a mí mismo, y que debía practicar la verdad y ser una persona honesta.
Luego, reflexioné sobre mí mismo. ¿Por qué cada vez que sucedía algo relacionado con los intereses de la iglesia sobre lo cual debía expresar mi opinión, me daba miedo, me echaba atrás e intentaba protegerme? ¿Qué naturaleza estaba controlándome al hacer eso? Leí las palabras de Dios: “Satanás corrompe a las personas mediante la educación y la influencia de gobiernos nacionales, de los famosos y los grandes. Sus palabras demoníacas se han convertido en la vida y naturaleza del hombre. ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ es un conocido dicho satánico que ha sido infundido en todos y esto se ha convertido en la vida del hombre. Hay otras palabras de la filosofía de vida que también son así. Satanás utiliza la cultura tradicional de cada nación para educar, engañar y corromper a las personas, provocando que la humanidad caiga y sea envuelta en un abismo infinito de destrucción, y al final Dios destruye a las personas porque sirven a Satanás y se resisten a Dios. Algunas personas han trabajado como funcionarios públicos en la sociedad durante décadas. Imagina que le haces la siguiente pregunta: ‘Te ha ido tan bien en esa función, ¿cuáles son los principales dichos famosos por los que te riges?’. Podría decir, ‘Si hay algo que entiendo, es esto: “Los funcionarios facilitan las cosas a quienes traen obsequios, los que no adulan ni halagan no consiguen nada”’. Esta es la filosofía satánica en la que se basa su carrera. ¿Acaso estas palabras no son representativas de la naturaleza de estas personas? No escatimar ningún medio para obtener posición se ha convertido en su naturaleza; el funcionariado y el éxito profesional son sus metas. Sigue habiendo muchos venenos satánicos en la vida de las personas, en su conducta y comportamiento. Por ejemplo, sus filosofías de vida, sus formas de hacer las cosas y sus máximas están todas llenas de los venenos del gran dragón rojo, y proceden por entero de Satanás. Así pues, todas las cosas que fluyen a través de los huesos y la sangre de las personas son de Satanás. […] Satanás ha corrompido profundamente a la humanidad. El veneno de Satanás fluye por la sangre de todas las personas, y se puede decir que la naturaleza del hombre es corrupta, malvada, antagonista y opuesta a Dios, llena e inundada de las filosofías y los venenos de Satanás. Se ha convertido por entero en la esencia naturaleza de Satanás. Por este motivo la gente se resiste y se opone a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Tras leer la palabra de Dios, me di cuenta de que no me animaba a confrontar de frente a los falsos líderes y anticristos porque vivía de acuerdo con la lógica y leyes satánicas y filosofías mundanas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “cuantos menos problemas, mejor” y “el sensato se protege nada más que para no equivocarse”. También estaba “que cada quien se ocupe de lo suyo”. Como vivía de acuerdo a estos venenos satánicos, era especialmente egoísta, despreciable, cobarde y astuto. En todo momento, lo que primero que tenía en cuenta eran mis intereses y lo que podía llegar a perder o ganar. La primera vez que quise denunciar a Lucía, no me atreví a hacerlo porque quería protegerme. Ahora, Lucía estaba armando una camarilla, compitiendo por el poder en la iglesia y alterando y perturbando la obra de esta, y yo seguía sin tener valor para alzarme y practicar la verdad. Escondí la cabeza en mi caparazón, como una tortuga, aterrado de que apenas me asomara, me castigarían si la falsa líder y anticristo me descubriera. De palabra, creía en Dios y lo seguía, pero en mi corazón no había lugar para Él. Incluso veía la casa de Dios igual que la sociedad, pues creía que era un lugar sin imparcialidad ni justicia, donde tenía que tener cuidado constantemente y aprender a protegerme, o si no corría el riesgo de ser acallado y castigado. ¡Ese punto de vista no era más que difamar a Dios y blasfemar en Su contra! La casa de Dios no es el mundo exterior. Satanás reina en el mundo y gobiernan los malvados, y los buenos solo son abusados y oprimidos. Sin embargo, la casa de Dios está gobernada por Cristo y la verdad. Los falsos líderes y anticristos no tienen lugar en la casa de Dios, y a medida que Su pueblo elegido logre comprender la verdad y adquiera discernimiento, todos ellos serán denunciados y puestos en evidencia, apartados y descartados. Esta es la justicia de Dios. La palabra de Dios dice: “Los malvados deben ser castigados” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios). La palabra de Dios es la verdad y la realidad que concretará Dios. También había visto ejemplos reales de falsos líderes y anticristos reemplazados o expulsados. ¿No era eso la justicia de Dios? Pero estaba completamente cegado por mis propios intereses y en lo único que pensaba era en protegerme. Creía en Dios, pero no creía en la palabra de Dios, en Su fidelidad ni en Su justicia. Veía las cosas desde el punto de vista de un incrédulo. ¡Esta era la manifestación de un no creyente! Si continuaba viviendo según las filosofías satánicas, si no practicaba la verdad ni protegía la labor de la iglesia, al final sería condenado y descartado por Él. Al darme cuenta de estas cosas, comprendí que en lo relativo a denunciar a Lucía, debía cumplir con mis responsabilidades lo mejor que pudiera, e incluso si un día Lucía me acallaba o expulsaba, también aprendería algo y esas serían las buenas intenciones de Dios. Pensando en eso, firmé la denuncia con mucha tranquilidad. En ese momento, me sentí seguro y en paz, y también tuve cierto orgullo. Sentí que por fin me alzaba y me convertía en una persona decente.
Aproximadamente un mes después de enviar la denuncia, finalmente recibimos buenas noticias. Lucía había hecho muchísimas maldades y se negaba a cambiar, así que se determinó que era un anticristo y fue expulsada de la iglesia. Los hacedores de maldad que seguían a Lucía en sus maldades y perturbaban la labor de la iglesia también fueron expulsados. Algunos que mostraron señales de arrepentimiento no fueron clasificados como hacedores de maldad y se les permitió quedarse en la iglesia, y se les dio la oportunidad de arrepentirse. El caos que se había extendido durante tantos meses finalmente disminuía y se retomaba la vida de iglesia normal. Este resultado me puso muy feliz, pero también sentí remordimiento y culpa porque cuando se trató de denunciar a la falsa líder y anticristo, había sido egoísta y despreciable, me había protegido a mí mismo, e incluso había dudado de la justicia de Dios y de que la verdad rigiera en Su casa. Seguía siendo no creyente en gran medida. Vi que era profundamente corrupto y que le debía mucho a Dios. Juré que la próxima vez que algo así pasara, me pondría del lado de Dios.
Cuatro años después, sucedió algo similar. Los líderes de mi iglesia, Kayden y otros dos, hablaban de palabras y doctrinas y no hacían obra práctica; por eso, fueron condenados como falsos líderes y despedidos, y la iglesia envió a dos líderes para asumir temporalmente esas responsabilidades. Cuando llegaron esas dos hermanas, Kayden divulgó la falacia de que nuestra iglesia no aceptaba “donaciones de caridad”. Quiso decir que no aceptaba a las dos hermanas de afuera como nuestras líderes. Comenzaron a buscar excusas para atacar a esas dos hermanas y persuadieron a otros hermanos y hermanas para que se pusieran de su lado y escribieran una carta de denuncia para que las retiraran. Luego, también me pidieron a mí que participara en eso. Cuando leí la carta que habían escrito, vi que algunas de las conductas malvadas que mencionaban en realidad eran ejemplos normales de corrupción y no eran maldades. Otras eran pura exageración y básicamente acusaciones falsas y mentiras que distorsionaban la realidad. Las condenas en esa carta eran exageradas, gratuitas y malintencionadas. Me di cuenta de que el verdadero propósito de la carta no era proteger la obra de la iglesia, apartar falsos líderes o proteger al pueblo elegido de Dios, sino tomar el poder, recuperar su puesto de líderes de la iglesia, controlar la iglesia y al pueblo elegido de Dios. ¡Eran anticristos! Al principio, no quise meterme en el asunto, porque también habían engañado al líder de mi grupo que participaba en la denuncia, y yo era solo un creyente común, así que esta era gente que no podía permitirme ofender. Pero al recordar que, cuatro años atrás, la anticristo Lucía había sido denunciada y apartada, y que yo no había dado ningún testimonio, decidí no esconderme ni volver a echarme atrás. Hablé con mis hermanos y hermanas cercanos para que pudieran entender bien el objetivo y la intención real de la gente que había escrito esa carta de denuncia y para que tuvieran discernimiento sobre ellos. Luego, informé y expuse ante la iglesia las maldades que esta camarilla había cometido para competir por el poder. La iglesia investigó y verificó la situación, y determinó que estas personas eran anticristos y los expulsó de la iglesia. Cuando vi que la notificación sobre la expulsión de este grupo de anticristos incluía cierta evidencia aportada por mí, me sentí muy feliz y reconfortado. Me sentí honrado por haber estado a la altura de mis responsabilidades en este asunto.
Experimentar estas cosas me permitió ver la gran sabiduría de la obra de Dios. Dios permitió que en la iglesia surgieran falsos líderes y anticristos para que yo pudiera desarrollar el discernimiento. Gracias a que fueron revelados y expulsados, llegué a conocer algo sobre el carácter justo de Dios, vi que Cristo y la verdad rigen en Su casa, y creció mi fe en Dios. ¡Doy gracias a Dios!
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