Quitarse la máscara
En junio, apenas empezaba a cumplir mi deber como líder. Al principio, me comunicaba con los miembros nuevos porque hablo francés, y las hermanas me pedían ayuda con la traducción, me pedían ayuda por alguna duda o dificultades. En la iglesia de nuevos creyentes, sin importar a qué grupo iba, me escuchaban con atención y al terminar, decían que era muy útil. Pensé que, comparada con las hermanas, mis habilidades lingüísticas eran mejores, y a los recién llegados, yo podía enseñarles verdades, y, por eso, yo era irremplazable en el grupo. Y eso satisfacía mi vanidad. Pero, por eso, siempre intentaba mantener la buena impresión que tenían de mí. Cuando alguien hacía una pregunta, aunque yo no sabía la respuesta, fingía que sí.
Recuerdo una vez que fui a enseñar sobre la implementación de un proyecto. Un hermano me hizo una pregunta, pero como era la primera vez que yo hacía este trabajo, no estaba muy segura sobre los principios y requisitos específicos, y no sabía cómo responder. Pensaba: “Si digo que no sé, ¿este hermano tendrá una peor opinión de mí? ¿Pensará que creo en Dios hace mucho más tiempo que él, pero no puedo responder una simple pregunta, y no entiendo la verdad? Eso sería vergonzoso. ¿Los otros hermanos aún me aprobarían como líder? Debo impedir a toda costa que sepan que no entiendo”. Con eso en mente, calmada mencioné unas doctrinas que me vinieron a la cabeza. Veía que él no estaba satisfecho con mi respuesta. Me sentí un poco culpable, ¿no estaba engañando a este hermano? Pero, por salvar las apariencias, no le dije la verdad. En otra ocasión, un hermano me preguntó cómo organizar el tiempo de forma más eficiente. Eso lo perturbaba mucho, y necesitaba ayuda. En ese momento, no pude ayudar, porque yo tengo el mismo problema. No sé administrar mi tiempo, y siento que no me alcanza. Pero si dejaba que supiera que tengo el mismo problema, después de creer en Dios todos estos años, ¿tendría peor opinión de mí? ¿Pensaría que no entiendo más que él? ¿No se arruinaría la imagen que tenía de mí? Mencioné algunas teorías de administración del tiempo y le hice creer que las usaba en mi práctica. Después de eso, él no dijo nada, y yo no hice seguimiento para ver si mi enseñanza le había sido útil. Temía sus preguntas más detalladas, y que si no podía responderlas, eso sería una vergüenza. Por eso, ignoré su problema sin más. Algunas veces, mi propio estado no era muy bueno. Al trabajar con hermanos y hermanas, revelaba algunas actitudes corruptas, pero durante las reuniones, evitaba hablar de sinceramente de eso. Hablaba de la comprensión literal de la palabra de Dios. para que creyeran que entendía la verdad y tenía más estatura. Una vez, una hermana que yo había regado me envió un mensaje que decía que extrañaba las reuniones que solíamos tener. Normalmente, en mi interacción con hermanos, por la comunicación verbal y no verbal, veía que me respetaban y me admiraban. Estaba muy contenta y disfrutaba sentirme una persona importante en la iglesia, y esperaba que me siguieran respetando y apoyando. A veces no me sentía muy tranquila al pensar que fingía ser digna de admiración. ¿Llevaba a la gente ante mí para que me adoraran? Esa idea me asaltaba, pero no le prestaba atención.
Una mañana, a principios de octubre, una hermana y yo discutíamos la obra con una líder de grupo. Esa hermana hizo que la líder de grupo mencionara nuestros problemas al cumplir con el deber. Me sorprendí cuando la líder de grupo me dijo: “En verdad adoro a los hermanos y a las hermanas de China, sobre todo a ti. Hasta pienso que lo que dices es más importante que las palabras de Dios. Solo quiero escucharte a ti”. Al oír eso, me saltó el corazón en el pecho, y me empezó a arder el rostro. Después dijo: “Sé que está mal adorar a las personas, pero hace un año que te conozco, y no he visto ninguna de tus corrupciones, dificultades o debilidades. Eso me hace pensar que eres perfecta, sin ninguna corrupción. No puedo evitar respetarte y admirarte”. Oír eso me sorprendió y me asustó. Durante unos minutos, no hablé, hasta que traduje los comentarios de ella a mi compañera, tartamudeando todo el tiempo. Después, ella compartió enseñanza a la líder de grupo. Como no sabía qué decir, solo ayudé con la traducción. Y así terminó la reunión, de manera incómoda.
Más tarde, sentía el cuerpo débil. Oía el eco de esas palabras en mi mente, sobre todo, la parte de no ver mi corrupción, que parezco perfecta, que me adora, y que cree que mis palabras son más importantes incluso que las de Dios. Al principio, sin entenderme, me sentí perjudicada y asustada. Pensé que lo que dijo era ridículo. Nunca le pedí que tratara a mis palabras como a las de Dios. Que ella dijera eso, ¿no significaba que el problema era grave? ¿No la llevé frente a mí y me convertí en un anticristo? Esa tarde, no pensaba en otra cosa, repasaba el momento una y otra vez. Fui ante Dios para orar y buscar: “Dios, me duele y me asusta pensar lo que esa hermana dijo hoy. Nunca imaginé que ella pensara eso de mí. Dios mío, no sé cómo llegué a esta situación. No me entiendo. Por favor, guíame para conocerme. Estoy dispuesta a arrepentirme y dejar de hacer lo que Tú aborreces”. Una mañana, leí dos pasajes de las palabras de Dios. “Independientemente del contexto, de dónde esté cumpliendo con su deber, el anticristo tratará de dar la impresión de que no es débil, de que siempre es fuerte, que está lleno de confianza, nunca es negativo. Jamás revelan su verdadero punto de vista o su auténtica actitud hacia Dios. En el fondo de su corazón, ¿de verdad creen que no hay nada que no puedan hacer? ¿De verdad piensan que no tienen debilidad, negatividad ni brotes de corrupción? Por supuesto que no. Se les da bien fingir, son expertos en ocultar cosas. Les gusta mostrar a la gente su lado fuerte y honorable, no quieren que perciban su lado débil y oscuro. Su propósito es obvio, sencillamente quieren mantener su imagen ante los demás, proteger el lugar que ocupan en el corazón de estas personas. Piensan que si se abren a los demás sobre su propia negatividad y debilidad, si revelan su lado rebelde y corrupto, esto supondrá una grave amenaza para su estatus y reputación, causará más problemas de los necesarios. Así que prefieren mantener su debilidad y rebeldía estrictamente para sí mismos. Y si llega un día en el que todo el mundo percibe su lado débil y rebelde, han de seguir fingiendo. Consideran que si admiten que tienen un carácter corrupto, que son personas normales, pequeñas e insignificantes, perderán entonces su lugar en el corazón de los demás y habrán fracasado por completo. Por eso, pase lo que pase, no pueden abrirse a la gente. En ningún caso pueden entregar a nadie su poder y su estatus. En cambio, se esfuerzan al máximo por competir y nunca se darán por vencidos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (X)). “¿De qué carácter se trata cuando la gente monta siempre una fachada, se blanquean a sí mismos, fingen para que los demás los tengan en alta estima y no detecten sus defectos o carencias, cuando siempre tratan de presentar a los demás su mejor lado, el más perfecto? Eso es arrogancia, falsedad, hipocresía, es el carácter de Satanás, es algo malvado. […] Los que no reconocen estas cosas nunca mencionan sus propios defectos, carencias y estados corruptos, ni hablan de conocerse a sí mismos. ¿Qué dicen? ‘Llevo creyendo en Dios muchos años. ¡No sabéis lo que estoy pensando cuando hago algo, qué tengo en cuenta o qué soy capaz de hacer!’. ¿Es este un carácter arrogante? ¿Cuál es la principal característica de un carácter arrogante? ¿Cuál es el objetivo que desean alcanzar? (Hacer que la gente los tenga en alta estima). El propósito de hacer que la gente los tenga en alta estima es proveerles de un estatus en la mente de esas personas. Si tienes estatus en la mente de alguien, cuando te encuentras en su compañía te tratan con deferencia y son especialmente educados cuando hablan contigo, siempre se muestran respetuosos, siempre te permiten ser el primero en todo, te halagan, y nunca te dicen nada hiriente sino que debaten todas las cosas contigo. De hecho, ¿no es todo esto beneficioso para ti? Es exactamente lo que la gente desea. […] Su objetivo cuando engañan a la gente, cuando fingen, se blanquean, montan una fachada, se embellecen para que los demás piensen que son perfectos, es el de disfrutar de las ventajas del estatus. Si no te lo crees, piénsalo bien: ¿por qué quieres que la gente te tenga en alta estima? ¿Qué te aportará el estatus que buscas con tanto ahínco? Es bueno para ti, te aporta beneficios y cosas que puedes disfrutar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Dios reveló el caractér de los anticristos, es especialmente malvado. Se disfrazan para mantener su status y su imagen ante otros. Nunca dejan ver su corrupción, su debilidad ni su negatividad, sino que desean tener estatus frente a los demás y beneficiarse de ello. Vi que mi carácter era el de los anticristos, según lo expuesto por Dios. Al convertirme en líder de una iglesia, me disfrazaba para proteger mi imagen, y me encantaba la sensación de ser respetada y adorada. Los hermanos me hacían preguntas con la esperanza de que pudiera ayudarlos, pero fingía saber la respuesta. Decia doctrinas vacías solo para engañarlos. A veces mi carácter corrupto era revelado cuando trabajaba con hermanos, pero en la enseñanza, evitaba hablar de mi verdadero estado, temía que todos me despreciaran y pensaran cómo era tan corrupta como ellos tras tantos años de fe. Casi nunca era abierta sobre mi verdadero estado ni decía lo que sentía. Solo soltaba algunas doctrinas para engañarlos, sin tener en cuenta si los ayudaba con sus problemas o si mi enseñanza los beneficiaba. Solo quería mantener mi propio estatus y la admiración de todos. Era despreciable y malvada. Si siempre me disfrazo para que los hermanos no vean mis corrupciones y deficiencias, es muy probable que, con el tiempo, me admiren. Recordé el año en que regué a los recién llegados, cuando ellos no sabían nada sobre Dios, y terminaron admirándome y adorándome. Incluso consideraban mis palabras más importantes que las de Dios. ¿No los estaba trayendo hacia mí? No cumplía mi deber, ¡estaba haciendo el mal! Siempre buscaba la admiración de los demás. Pero, cuando una hermana dijo que me admiraba y adoraba, no sentí felicidad ni ningún placer. De hecho sentí pánico, como si me hubiera causado algún desastre. Al ver que siempre buscaba un estatus, y me disfrazaba para disfrutar los beneficios del estatus, vi que no era la senda correcta sino contraria a Dios. Por fin entendí que lo que ella me dijo era una advertencia de Dios y era la protección de Él. Si no, habría continuado trabajando por estatus, lo que es muy peligroso.
Después leí las palabras de Dios: “Algunas personas no buscan la verdad y, una vez que han recibido la oportunidad de ser líderes, actúan por diversos medios, esforzándose y pagando un precio, con la finalidad de conseguir estatus. Con el tiempo, puede que adquieran estatus, engañen a la gente y se ganen sus corazones, para que sean más quienes las idolatren y las tengan en gran estima. Una vez que han adquirido todo el poder y han satisfecho por completo su deseo de estatus, ¿cuál es el resultado final? Independientemente de los pequeños favores con que alguien así soborne a la gente, de lo mucho que presuma de dones y habilidades o de los métodos con que engañe a la gente para que esta tenga buena impresión de ellos, ni tampoco de qué forma se gane sus corazones para ocupar un lugar en ellos, ¿qué ha perdido? Ha perdido una oportunidad de recibir la verdad mientras cumplía con su deber de líder. A su vez, a consecuencia de las diversas formas en que se ha comportado, también ha acumulado malas acciones, las cuales acarrearán su resultado final. Ahora que lo estáis viendo, ¿os parece que hacer pequeños favores, lucirse o engañar a la gente con ilusiones es una buena senda, digna de ser tomada pese a los muchos beneficios y la mucha satisfacción que aparentemente obtenga una persona que aplique estos métodos? ¿Es una senda de búsqueda de la verdad? ¿Es una senda que pueda traer consigo la propia salvación? Es muy evidente que no. Todos estos métodos y trucos, por muy brillante que haya sido la forma de concebirlos, no pueden engañar a Dios, y terminan condenados y aborrecidos por Dios, pues a dichas conductas subyacen la ambición personal y una actitud y esencia de desear ponerse en contra de Él. En el fondo, Dios no reconocería absolutamente nunca a una persona así como alguien que cumple con el deber, y la definiría, en cambio, como una malhechora. ¿A qué conclusión llega Dios cuando trata a los malhechores? ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. Cuando Dios dijo ‘Apartaos de mí’, estaba enviando a la gente a Satanás, adonde mora Satanás, y no la quiso más. Que no la quisiera suponía que no la salvaría. Si tú no eres del rebaño de Dios, y ni mucho menos uno de Sus seguidores, no estás entre aquellos a los que salvará. Así es como se define a una persona de este tipo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Tratan de ganarse a la gente). Al leer esto, me sentí aterrada por completo. Sentí que el carácter de Dios no tolera ofensas. Siempre fingí para engañar y confundir a fin de ganar popularidad. En esencia, quería remplazar a Dios en el corazón de los demás y que me trataran como a Dios. Competía con Dios, algo que lo ofende profundamente. Recordé que ese año, al tratar con ellos, fingía todos los días. Nadie comprendía qué tipo de persona era, suponían que entendía la verdad, tenía estatura pero no corrupciones. Me adoraban a ciegas. Al engañar a las personas, hice mal y me resistí a Dios. Me recuerda a los fariseos, que servían a Dios pero no lo exaltaban ni daban testimonio por Él. Hablaban mucho en el templo, y recitaban algunas doctrinas bíblicas para presumir. Se paraban a orar en la calle ensanchaban sus filacterias y alargan los flecos de sus mantos. Parecían devotos y tenían buena conducta, y las personas los tenían en alta estima, los admiraban y adoraban. Pero Dios los condenó como malvados y calaña de la serpiente, y les hizo siete críticas. Dios tiene carácter justo y santo, y no tolera ofensa contra Su carácter. Odia y condena a los hipócritas que ansían popularidad, como los fariseos. Él no salva a las personas así en absoluto. Todo lo que yo hacía en esa época era igual a los fariseos. Asistía a reuniones, completaba el trabajo y cumplía mi deber, pero mi intención no era satisfacer a Dios, sino proteger mi estatus e imagen entre la gente. Siempre fingí que captaba la verdad y entendía las cosas por completo. Y evitaba hablar de mis debilidades y corrupciones para que me admiraran, y el resultado fue atraer a las personas hacia mí. De haber seguido disfrazándome y por la misma senda que los fariseos, habría sido eliminada por Dios. Ver que Dios elimina a ese tipo de personas me asustó en verdad. Tuve culpa y remordimiento. Dios me elevó a una posición de líder, esperando que yo apoyara a los recién llegados, guiara a los hermanos a entender la verdad y que tuvieran una base en el camino verdadero. Pero no cumplí bien mi deber de líder; solo me aferré a mi estatus. No ayudaba a los hermanos con su entrada en la vida, sino que los perjudicaba. Era despreciable, sin conciencia ni razón. Al pensarlo, sentí remordimientos. Me arrodillé ante Dios y oré: “Dios mío, al cumplir mi deber no busqué la verdad sino que seguí la senda equivocada del estatus. De verdad hice que me aborrezcas. Dios, no quiero seguir así. Quiero arrepentirme y cambiar. Oro para que me guíes”.
Después vi unos pasajes de las palabras de Dios: “Primero, debéis entender lo que es un verdadero ser creado: un verdadero ser creado no es un superhumano, sino una persona que vive honesta y humildemente en la tierra y no es extraordinario en absoluto. ¿Qué significa no ser extraordinario? Significa que, sin importar qué tan alto podáis ser o qué tan alto podéis saltar, vuestra altura no cambiará y no contáis con una habilidad extraordinaria. Si queréis siempre superar a los demás y tener un rango superior a los demás, eso está ocasionado por vuestro carácter arrogante y satánico y es vuestra fantasía. De hecho, es algo que no podéis alcanzar y os es imposible hacer. Dios no os dio ese talento o habilidad, ni os dio semejante esencia. No olvidéis que, a pesar de que vuestra apariencia, vuestra familia y la década en la que nacisteis puedan ser diferentes, y que puede haber algunas diferencias en vuestros talentos y dones, sois miembros normales y ordinarios de la humanidad, de ninguna forma diferentes a los demás. Sin embargo, no olvidéis esto: no importa cuán diferentes seáis, lo sois únicamente en estos pequeños detalles, pero vuestro carácter corrupto es el mismo que el de los demás, y los principios, objetivos y orientación a los que debéis adheriros en el cumplimiento de vuestro deber son idénticos a los de los demás. La gente difiere meramente en sus fortalezas y dones” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). “Como una de las criaturas, el hombre debe mantener su propia posición y comportarse concienzudamente. Debes guardar con sumisión aquello que el Creador te ha confiado. No debéis actuar de forma inaceptable ni hacer cosas más allá de vuestra capacidad, ni las que son aborrecibles para Dios. No tratéis de ser grandioso, ni de convertirte en un superhombre ni de estar por encima de los demás, ni de buscar volverte Dios. Así es como las personas no deberían desear ser. Buscar ser grandioso o un superhombre es absurdo. Procurar convertirse en Dios es incluso más vergonzoso; es repugnante y despreciable. Lo que es elogiable, y a lo que las criaturas deberían aferrarse más que a cualquier otra cosa, es a convertirse en una verdadera criatura; este es el único objetivo que todas las personas deberían perseguir” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). Gracias a esos pasajes vi que solo soy un ser creado común, igual que cualquier otro. Dios espera que pueda quedarme en mi lugar y comportarme con esmero mientras cumplo mi deber seriamente. Dios me dio ciertas habilidades con los idiomas. Debía agradecerle a Dios y usarlas para cumplir mi deber. Pero las utilicé solo como capital para sobresalir. Estaba claro que era corrupta, llena del carácter corrupto de Satanás. Pero intenté esconder mis corrupciones y fallas, me disfracé de persona perfecta para que me admiraran. Vi que lo que buscaba era hipócrita y vergonzoso. Desagradaba al hombre y era vil a Dios. Siempre me disfrazaba, y escondía mis corrupciones, pero aunque los demás no lo vieran, esas corrupciones también eran parte de mí. ¿no me engañaba a mí y a los demás? Sin siquiera abrirme a buscar la verdad, mi carácter corrupto nunca podría resolverse. No solo sufría en mi propia vida, también confundía y engañaba a otros. ¿No me estaba disparando en el pie? La simulación y el engaño no son un buen camino.
En una reunión leímos un par de pasajes de las palabras de Dios y hallé la senda para practicar. “‘Experiencias de compartir y conversar’ significa darle voz a cada pensamiento que hay en tu corazón, tu estado de ser, tus experiencias y conocimiento de las palabras de Dios, así como el carácter corrupto que hay en ti, y entonces permiten a otros distinguir estas cosas y aceptar las partes positivas y reconocer lo que es negativo. Solo esto es compartir, y solo esto es tener verdadera comunión” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). “Para liberarte del control que el estatus tiene sobre ti, primero debes purgarlo de tus intenciones, de tus pensamientos y de tu corazón. ¿Cómo se consigue esto? Antes, cuando no tenías estatus, ignorabas a aquellos que no te llamaban la atención. Ahora que tienes estatus, si ves a alguien que no te llama la atención o tiene problemas, te sientes responsable de ayudarlo, y por eso pasas más tiempo comunicando con él, tratando de resolver algunos de los problemas prácticos que tiene. ¿Y qué sientes en tu corazón cuando haces tales cosas? Un sentimiento de alegría y paz. Así que también deberías confiar en la gente y ser más abierto con ellos cuando te halles en dificultades o experimentes un fracaso, comunicar tus problemas y debilidades, hablar de cómo desobedeciste a Dios y cómo saliste de esto y fuiste capaz de cumplir Su voluntad. ¿Y cuál es el efecto de confiar en la gente de esa manera? Es, sin duda, positivo. Nadie te mirará por encima del hombro, y es posible que envidien tus experiencias. Alguna gente siempre piensa que cuando las personas tienen estatus, deben actuar más como funcionarios, que los demás solo les tomarán en serio y les respetarán si hablan de una determinada manera. Si eres capaz de darte cuenta de que esta forma de pensar es errónea, entonces deberías orar a Dios y dar la espalda a las cosas carnales. No vayas por esa senda. Cuando tengas pensamientos de este tipo, debes salir de ese estado y no permitirte quedar atrapado en él. Tan pronto como te quedes atrapado en él y esos pensamientos y puntos de vista tomen forma en tu interior, te disfrazarás, te envolverás de manera increíblemente fuerte, para que nadie pueda ver dentro de ti ni tener una idea de lo que hay en tu corazón y tu mente. Hablarás con los demás como si llevaras una máscara. No podrán verte por dentro. Deberías aprender a dejar que otras personas vean lo que hay en tu corazón, confiar en la gente y acercarte a ella. Deberías alejarte de las predilecciones físicas, y esto no tiene nada de malo; también es una senda viable. No importa lo que te ocurra, primero debes reflexionar sobre los problemas de tu propio pensamiento. Si tu inclinación sigue siendo la de montar una escena o una farsa, entonces debes orar a Dios tan rápido como puedas: ‘¡Oh, Dios mío! Quiero disfrazarme de nuevo y estoy a punto de meterme en tramas y engaños otra vez. ¡Soy todo un diablo! ¡Consigo que me detestes enormemente! Ahora me doy mucho asco a mí mismo. Te pido que me disciplines, repruebes y castigues’. Debes orar y sacar a la luz tu actitud. Esto entraña tu manera de practicar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para resolver el propio carácter corrupto, la persona debe tener una senda específica de práctica). Las palabras de Dios me esclarecieron aún más. Para librarnos del yugo del estatus debemos practicar la verdad y ser honestos Debemos revelar nuestro corazón y abrirnos con los hermanos sobre nuestras corrupciones y deficiencias para mostrar nuestro verdadero ser. Cuando los demás pregunten, responder lo mejor que podamos y ser sinceros si no entendemos algo, para que juntos busquemos la verdad. Al practicar esto, poco a poco, podemos liberarnos del yugo del estatus. Entonces, pensé que debería abrirme ante los demás y revelarles cómo me había estado disfrazando a mí misma. Pero me preocupaba qué pasaría si me abría así: “Si les hablo de mi verdadero carácter, ¿qué pensarán todos? ¿Me despreciarán?”. Eso me puso más nerviosa. Y vi que solo intentaba fingir otra vez, así que oré a Dios en mi corazón. Pensé en que siempre me importaba cómo me veían los demás, y nunca consideraba lo que Dios requería de mí. Decidí que dejaría de salvar las apariencias y mi estatus. Debía practicar la verdad y ser honesta, abrirme y exponer mis propias corrupciones para que todos supieran que soy corrupta y que no merecía admiración. Al pensar así, me sentí mucho más tranquila, y compartí la enseñanza de cómo protegiendo mi estatus, había ocultado mis corrupciones y fallas. Compartí lo que aprendí de los peligros de buscar estatus, para que los hermanos aprendieran de mis fracasos. Después de la enseñanza, me sentí en paz y liberada, y los demás dijeron que se beneficiaron. sentí de verdad la paz y la alegría de practicar la verdad y ser sincera. Ahora, cuando estoy con hermanos, abro mi corazón para enseñar y hablar de cómo las diferentes situaciones expusieron mis corrupciones, cómo supe que las tenía y cómo busqué la verdad. Si de momento no conozco el camino para practicar, soy sincera sin considerar lo que puedan pensar de mí. Cuando cumplo mi deber con los hermanos, me abro sobre las cosas que me confunden o son difíciles. Y les dejo saber sobre lo que no entiendo o no puedo hacer y los animo a hacer sugerencias y comentarios para que todos aprendamos de los demás. Gradualmente, los hermanos pudieron asumir una carga en su deber y reflexionaron sobre las corrupciones que revelaron, y leyeron las palabras de Dios para conocerse. Al verlo, agradecí a Dios en mi corazón. Por esta experiencia, sentí que la parte más importante de ser un ser creado es ser honesto, cumplir bien nuestro deber y ser honestos con Dios y los demás. Es la única forma en que otros puedan beneficiarse con lo que vivimos.