Liberación interior
En octubre de 2016, mi esposo y yo aceptamos la obra de Dios en los últimos días estando en el extranjero. Unos meses después, la hermana Wang, que aceptó la obra de Dios conmigo, había progresado rápidamente. Recuerdo que por entonces todo el mundo le alababa su aptitud. También recuerdo que, después de una reunión, oí decir a la hermana Lin: “Todo lo compartido hoy por la hermana Wang sobre su aceptación y entendimiento de las palabras de Dios lo ha dicho de corazón. Lo que ha expresado, además, tiene luz y me resulta muy útil”. De hecho, al principio, oír hablar así a todos me hacía sentir bastante admiración por ella, pero, tiempo después, empecé a estar disgustada: ¿Por qué todos la elogiaban a ella y no a mí? ¿No había madurado nada? ¿Había algo de malo en lo que yo compartía? Poco a poco me fui resistiendo a aceptar que era mejor que yo y empecé a oponerme a ella en secreto. Pensaba para mí: “Sabes comunicar las palabras de Dios y yo también. Algún día te superaré. Me guardaré el entendimiento y conocimiento que adquiera de las palabras de Dios y solo los compartiré en las reuniones. Así verán todos que lo que yo comparto es muy bueno y práctico también”.
Posteriormente, durante un tiempo anoté en un cuaderno todo lo que había aprendido y comprendido de las palabras de Dios. Cuando llegó el momento de reunirnos, tuve que meditarlo detenidamente dentro de mí, a ver cómo podía compartirlo en comunión de una manera exactamente igual de clara, organizada y metódica que la de la hermana Wang. Sin embargo, por algún motivo, cuanto más intentaba lucirme delante de mis hermanos y hermanas, más hacía el ridículo. En mi turno de palabra, o me quedaba en blanco o me salían las palabras todas revueltas. No supe expresar claramente los puntos de vista que quería exponer. La reunión acabó siendo muy humillante para mí. Un día, al llegar a casa, le dije a mi marido: “Cuando oigo que lo que comparte la hermana Wang sobre las palabras de Dios en las reuniones tiene luz, me siento muy incómoda…”. Pero antes de que terminara de hablar, mi esposo me miró fijamente y me dijo con toda seriedad: “Lo que comparte la hermana Wang sí tiene luz y nos ayuda. Debemos dar gracias a Dios por ello. Este malestar que sientes, ¿no es simple envidia?”. Sus palabras fueron como una bofetada. Me apresuré a negarlo con la cabeza: “No, no lo es. Yo no soy así”. Mi esposo prosiguió diciendo: “Todos los hermanos y hermanas han disfrutado con lo que ha compartido la hermana Wang, pero te incomoda que lo digan. Eso solamente significa que estás celosa porque es más capaz que tú”. Estas palabras me hicieron sentir aún peor. ¿Realmente era así de envidiosa? Le dije: “Cállate ya. Deja que me calme y lo piense a solas”. Después, mi marido le contó lo que me pasaba a la hermana Liu en la iglesia, con la esperanza de que me ayudara. Cuando me enteré, se lo reproché: “¿Cómo has podido hablar con ella sin consultármelo antes? Si se lo cuenta a todos, ¿cómo me van a mirar?”. Cuanto más lo pensaba, más me alteraba. Oré a Dios en silencio: “¡Oh, Dios! Te ruego que me guíes. Por favor, ayúdame”.
Al día siguiente reflexioné sobre lo que había revelado en aquella época. Pensé que, normalmente, al leer las palabras de Dios, me guardaba para mí la luz que recibía y luego la compartía en las reuniones. Este era, en realidad, un mero deseo de hablar de cosas que los demás no supieran para que mis hermanos y hermanas tuvieran mejor opinión de mí. Al ver que lo que compartía la hermana Wang tenía luz, siempre me sentía incómoda y quería superarla. Me creía muy tolerante con los demás y que no solía montar un escándalo por pequeñeces, que en el fondo era una persona sencilla. Pero ahora resultaba que, a lo mejor, tenía envidia de una persona y que incluso me oponía y competía contra ella en secreto. ¿Cómo podía ser esa clase de persona? Llamé por teléfono a una hermana para preguntarle: “Hermana, ¿alguna vez sientes envidia durante las reuniones tras escuchar la luz en lo que comparten otros hermanos y hermanas sobre las palabras de Dios?”. Me contestó: “No. Si lo que comparten los hermanos y hermanas tiene luz, eso me ayuda. ¡Me alegra de veras y lo disfruto muchísimo!”. Sus palabras me hicieron sentir aún peor. Sentí vivamente la intensidad de mi envidia. Nadie más envidiaba a la hermana, solo yo. Viviendo en semejante estado, oré a Dios. Le dije: “¡Oh, Dios! No quiero ser envidiosa, pero cada vez que oigo las maravillosas enseñanzas de esta hermana, siento celos de ella sin querer. ¡Oh, Dios! No sé qué hacer. Te ruego que me guíes para que me suelte de las ataduras de la envidia”.
Más adelante vino a verme la hermana Liu, de la iglesia. Me habló con arreglo a mi estado y, además, me leyó un pasaje de las palabras de Dios: “Algunas personas siempre tienen miedo de que otras les roben el protagonismo y las superen, y que obtengan reconocimiento mientras ellas mismas son abandonadas. Esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no están celosas de las personas más capaces que ellas? ¿No es egoísta y despreciable este comportamiento? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicioso! Pensar solo en uno mismo, satisfacer solo los deseos propios, sin mostrar consideración por los deberes de los demás y tener en cuenta solo los propios intereses y no los intereses de la casa de Dios: las personas así tienen mal carácter y Dios no las ama” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Al oír estas palabras de Dios percibí que este era el estado exacto en que me hallaba. Las enseñanzas de la hermana Wang sobre las palabras de Dios eran esclarecedoras, pero yo no trataba de entender la verdad ni de buscar una senda de práctica a partir de lo que decía. Por el contrario, la envidiaba. Cuando lo que compartía yo no servía y cuando no podía lucirme y, en cambio, acababa haciendo el ridículo, la cabeza me daba vueltas y me ponía muy negativa y molesta. Tenía un profundo temor a que mis hermanos y hermanas me menospreciaran. Era muy egoísta y despreciable y no pensaba más que en destacar, pero era absolutamente incapaz de soportar que otra persona lo hiciera mejor que yo. ¿Eso no eran celos y envidia? ¡Aquello no tenía ni una pizca de calidad humana normal! Ahora que me acuerdo, también era así antes de creer en Dios. En mi trato con amigos, parientes, vecinos y compañeros, siempre quería que hablaran bien de mí. A veces, cuando un compañero elogiaba el trabajo de otro delante de mí, llegaba a sentirme incómoda y, para que los demás hablaran maravillas de mí, me dedicaba a hacer bien mi trabajo y estaba feliz de hacerlo por muy difícil o agotador que fuera. No era consciente de ello; simplemente pensaba que eran, por así decir, ansias de progresar. Es ahora cuando me he dado cuenta de que eran manifestaciones del carácter corrupto de Satanás. Después de aquello, a menudo me presentaba ante Dios y le oraba por mis dificultades. En las reuniones me centraba en sosegar el corazón y escuchar a los demás. En mi turno ya no pensaba en cómo hablar mejor que la hermana Wang. Por el contrario, meditaba en calma las palabras de Dios y compartía en comunión mi entendimiento de ellas. Practicando de esta manera, realmente me sentía mucho más relajada y liberada.
Transcurrido un tiempo, sentía de verdad que mi envidia había menguado en comparación con lo que había sido, pero el carácter satánico corrupto está muy hondamente arraigado y se revela cada vez que surge una circunstancia oportuna. Más adelante, en algunas reuniones, cuando veía que los demás hermanos y hermanas elogiaban lo que compartía la hermana Wang, de nuevo empezaba a sentir algo de envidia. Luego notaba cierta distancia entre ella y yo. Sin embargo, viviendo en ese estado, no me atrevía a abrirme a los demás. Temía que me menospreciaran si lo hacía. Por eso me sentí muy cohibida en varias reuniones.
Una noche me llamó la hermana Liu. Preocupada, me preguntó si últimamente estaba teniendo dificultades. Le respondí de manera confusa: “¿Soy demasiado corrupta? ¿Se negará Dios a salvar a alguien como yo?”. Temerosa de que me menospreciara, no dije nada más. La hermana Liu me leyó entonces un pasaje de las palabras de Dios relacionado con mi estado: “Cuando algunas personas oyen decir que para ser una persona honesta hay que abrirse y exponerse, dicen: ‘Cuesta mucho ser honesto. ¿Tengo que decirles a los demás todo lo que pienso? ¿Acaso no basta con comunicar las cosas positivas? No necesito hablarles a los demás de mi lado oscuro o corrupto, ¿o sí?’. Si no les dices estas cosas a los demás ni te examinas a ti mismo, jamás te conocerás; jamás reconocerás qué tipo de cosa eres y otras personas jamás podrán confiar en ti. Esto es un hecho. Si deseas que otros confíen en ti, primero debes ser honesto. Como una persona honesta, primero debes desnudar tu corazón de modo que todos puedan mirarlo, ver todo lo que estás pensando y atisbar tu verdadero rostro; no debes tratar de disfrazarte ni encubrirte para verte bien. Solo entonces confiarán las personas en ti y te considerarán honesto. Esta es la práctica más fundamental y es el prerrequisito para ser una persona honesta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). Tras leer estas palabras de Dios, habló conmigo: “Debemos abrirnos y hablar para buscar la verdad; es una manera de lograr la liberación espiritual. También es una manera de practicar la verdad y ser honestos. Así podemos recibir ayuda de nuestros hermanos y hermanas. Esto permite que se corrija más rápidamente nuestro carácter corrupto y nos da una sensación de liberación. Si no estamos dispuestos a revelar nuestras dificultades, nos creeremos fácilmente los engaños de Satanás y nos expondremos a sufrir pérdidas en la vida”. Después de escuchar a la hermana Liu, me armé de valor y le conté aquello por lo que estaba pasando. La hermana Liu me leyó entonces otro pasaje de las palabras de Dios: “Las personas a las que Dios salva son las que han sido corrompidas por Satanás y así han llegado a tener un carácter corrupto. No son personas perfectas sin la más mínima mancha ni son personas que vivan en el vacío. Algunas, tan pronto como se revela su corrupción, piensan: ‘Una vez más me he resistido a Dios; he creído en Él por muchos años pero aún no he cambiado. ¡Seguramente Dios ya no me quiere!’. ¿Qué clase de actitud es esta? Se han rendido y piensan que Dios ya no las quiere. ¿Acaso no están malinterpretando a Dios? Cuando eres tan negativo, es más fácil que Satanás encuentre grietas en tu armadura, y una vez que ha tenido éxito, las consecuencias son inimaginables. Por lo tanto, sin importar con cuántas dificultades te encuentres o cuán negativo te sientas, ¡nunca debes rendirte! Mientras las vidas de las personas se desarrollan y mientras son salvadas, a veces toman la senda equivocada o se descarrían. Por un tiempo demuestran ciertos estados y conductas inmaduros en su vida, o a veces se debilitan y se vuelven negativas, dicen cosas equivocadas, resbalan y caen o sufren un fracaso. Desde el punto de vista de Dios, todas esas cosas son normales y Él no haría un escándalo por ellas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La entrada en la vida es sumamente importante para la fe en Dios).
La hermana compartió esto conmigo: “Satanás nos ha corrompido profundamente a todos. Somos arrogantes, taimados, malvados y crueles. Estas actitudes satánicas están hondamente arraigadas en todos nosotros y han llegado a convertirse en nuestra naturaleza. Por eso nuestra conducta y nuestras actitudes revelan nuestra corrupción a cada paso. Eso solía irritarme de veras: tenía cierta comprensión de mi carácter corrupto y remordimientos cuando lo revelaba; entonces, ¿por qué volvía a hacerlo la siguiente vez? Después de leer las palabras de Dios, por fin me di cuenta de que mi carácter satánico era muy grave y la transformación del carácter no tiene lugar de un día para otro. La gente no puede cambiar con solo adquirir un poco de autoconciencia. Sin el juicio y castigo de las palabras de Dios a largo plazo, sin poda, sin trato, sin pruebas y sin refinación, es imposible la auténtica transformación. Dios viene a llevar a cabo el juicio y castigo con el objetivo de purificarnos y transformarnos. Sabe hasta qué punto nos ha corrompido Satanás y conoce nuestra estatura y las dificultades que nos encontramos al tratar de transformar nuestro carácter, por lo que es compasivo y paciente con quienes buscan la verdad. Dios espera que estemos decididos a buscar la verdad y procuremos transformar nuestro carácter sin reservas. Así pues, debemos tratarnos correctamente a nosotros mismos. Tenemos que comer y beber más de las palabras de Dios, aceptar su juicio y castigo, abandonar la carne y poner en práctica la verdad. Entonces, seguro que algún día se transforma nuestro carácter corrupto”.
Luego leímos otro pasaje de las palabras de Dios: “Tan pronto como involucre posición, prestigio o reputación, el corazón de todos salta de emoción y cada uno quiere siempre sobresalir, ser famoso y ser reconocido. Nadie está dispuesto a ceder; en cambio, todos quieren siempre competir, aunque competir sea vergonzoso y no se permita en la casa de Dios. Sin embargo, si no hay controversia, no te sientes contento. Cuando ves que alguien sobresale, te pones celoso, sientes odio, te quejas y sientes que es injusto. ‘¿Por qué yo no puedo sobresalir? ¿Por qué siempre es aquella persona la que logra sobresalir y nunca es mi turno?’. Luego surge el resentimiento en ti. Tratas de reprimirlo, pero no puedes. Oras a Dios y te sientes mejor por un rato, pero, después, tan pronto como te encuentras nuevamente con este tipo de situación, no puedes superarla. ¿No muestra esto una estatura inmadura? ¿No es una trampa la caída de una persona en tales estados? Son los grilletes de la naturaleza corrupta de Satanás que atan a los humanos. […] Debes aprender a dejar ir estas cosas y hacerlas a un lado, a recomendar a otros y permitirles sobresalir. No luches ni te apresures a sacar ventaja tan pronto como te encuentres con una oportunidad para sobresalir u obtener la gloria. Debes aprender a retroceder, pero no debes demorar el desempeño de tu deber. Sé una persona que trabaja en silencio y fuera de la mirada de la gente y que no alardea delante de los demás mientras lleva a cabo su deber con lealtad. Cuanto más dejes ir tu prestigio y estatus y más hagas a un lado tus propios intereses, más tranquilo estarás, más espacio se abrirá en tu corazón y más mejorará tu estado. Cuanto más luches y compitas, más oscura será tu condición. Si no lo crees, ¡inténtalo y observa! Si quieres cambiar esta clase de condición y si no quieres ser controlado por estas cosas, entonces primero debes hacerlas a un lado y abandonarlas. De otra manera, cuanto más luches, más oscuridad te rodeará y los celos y el odio dentro de tu corazón aumentarán, y tu deseo de obtener se hará más fuerte. Cuanto más fuerte sea tu deseo de obtener, menos capaz serás de lograrlo y a medida que obtengas menos tu odio aumentará. A medida que tu odio aumente, te volverás más oscuro por dentro. Cuanto más oscuro seas por dentro más pobremente llevarás a cabo tu deber; cuanto más pobremente lleves a cabo tu deber, menos útil serás. Este es un círculo vicioso interconectado. Si no puedes nunca llevar a cabo bien tu deber, gradualmente, serás eliminado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad).
Las enseñanzas de la hermana sobre las palabras de Dios me hicieron comprender que mi envidia había nacido de un deseo desmedido de reputación y estatus y que mi carácter había sido excesivamente arrogante. Me habían inculcado la educación del PCCh y toda clase de filosofías de vida y ponzoñas satánicas desde la infancia, como “Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda”, “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”, y “Destacar entre los demás y honrar a los antepasados”. Habían sembrado estas ponzoñas satánicas en lo más hondo de mi corazón, que me volvieron arrogante, presuntuoso, egoísta y ruin. Me había vuelto especialmente ambiciosa y agresiva; en todo lo que hacía me sentía obligada a superar a los demás. Así era en sociedad y también en la iglesia. Incluso al hablar y orar en las reuniones seguía queriendo ser mejor que los demás y únicamente era feliz cuando me elogiaban. En cuanto alguien demostraba ser mejor que yo, no lo aceptaba y me daba envidia. En mi interior me oponía y trabajaba contra esa persona. Cuando realmente no podía superarla, me quedaba en la negatividad y la incomprensión, incapaz de tratarme bien a mí misma. Llegué a malinterpretar a Dios y pensé que no podría ser objeto de Su salvación. Vi que la corrupción de Satanás me había hecho arrogante, frágil, egoísta y despreciable y mi vida se convirtió en una desdicha indescriptible. Más adelante descubrí una senda de práctica en las palabras de Dios. Debía aprender a soltar amarras, a dejar cosas de lado y practicar según las palabras de Dios. Debía aprender a abandonar la carne, reprimir mi ego y mi estatus, aprender más de los puntos fuertes de la hermana Wang y enmendar mis puntos débiles. Esta era la única forma de comprender y aprender más verdades.
Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “Las funciones no son las mismas. Hay un cuerpo. Cada cual cumple con su obligación, cada uno en su lugar y haciendo su mejor esfuerzo, por cada chispa hay un destello de luz, y buscando la madurez en la vida. Así estaré satisfecho” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 21). Una vez que leí estas palabras de Dios, entendí que, dado que la aptitud y los dones otorgados por Dios a cada persona son distintos, Sus exigencias para cada cual son distintas. De hecho, mientras hagamos todo lo que esté en nuestra mano por cumplir con el deber, el corazón de Dios tendrá consuelo. La hermana Wang tiene aptitud y entiende muy rápido la verdad. Hoy, Dios dispone que nos reunamos y Su propósito es que aprendamos de nuestros respectivos puntos fuertes y enmendemos nuestras debilidades para poder comprender la verdad y entrar juntos en la realidad de Sus palabras. Debo ocuparme adecuadamente de mis puntos fuertes y mis defectos. Sea cual sea la aptitud que Dios haya establecido para mí, he de someterme a Su gobierno y Sus disposiciones, rectificar mis motivaciones y buscar la verdad de todo corazón. Debo hablar de todo cuanto entienda y practicar lo que sepa. Debo esforzarme al máximo, y así Dios me dará esclarecimiento y guía. Con ese fin, tomé esta determinación ante Dios: “A partir de ahora, estoy dispuesta a esforzarme por buscar la verdad, a dejar de ser intolerante y envidiosa de las personas más capacitadas que yo y a vivir a semejanza de un auténtico ser humano para cumplir la voluntad de Dios”.
Pronto llegó la siguiente reunión de la iglesia. Quería abrirme a mis hermanos y hermanas acerca de mi envidia hacia la hermana Wang y de los aspectos de mi carácter corrupto que había revelado, pero solo de pensarlo me daba miedo lo que pensaran de mí, tanto ellos como la hermana Wang si se enteraba de la envidia que le había tenido. En el fondo era un poco reacia a afrontar la situación. Dentro de mí, oré a Dios en silencio: Le dije: “¡Oh, Dios! Dame fe y valor. Estoy dispuesta a dejar de lado mi vanidad y mi estatus, a compartir abiertamente en comunión con mis hermanos y hermanas y a disolver las barreras entre nosotros. Que Tú, mi Dios, seas mi guía”. Después de orar estaba mucho más tranquila, así que hablé del estado en que me había encontrado y de todo aquello por lo que había pasado. Tras escucharme, mis hermanos y hermanas no solo no me menospreciaron, sino que, de hecho, todos admiraron mi valentía al haber sido capaz de practicar la honestidad. Me dijeron que mi experiencia les había hecho comprender que solo practicando según las palabras de Dios podrían deshacerse de su corrupto carácter satánico y alcanzar la liberación y la libertad. También me dijeron que ya sabían qué hacer la próxima vez que se encontraran en semejante situación. En reuniones posteriores descubrí muchos puntos fuertes de la hermana Wang: Al comer y beber de las palabras de Dios, era capaz de incorporar su estado a sus enseñanzas. Cuando se encontraba con un problema, se centraba en presentarse ante Dios en busca de Sus propósitos y en descubrir una senda de práctica en Sus palabras. Al observar estos puntos fuertes en ella, fue cuando comprendí que no era mi rival, sino alguien que podría ayudarme. Solo entonces me di cuenta, de todo corazón, de que Dios dispone que trabajemos juntos para que aprendamos de nuestros respectivos puntos fuertes, a fin de que unos a otros enmendemos nuestros puntos débiles. Pensándolo así, me sentí completamente liberada. Ahora, cada reunión me parece un placer. Ya no me afecta la envidia, sino que soy capaz de recurrir a los puntos fuertes de los demás para contrarrestar mis puntos débiles, vivir armónicamente con ellos y sentirme libre de espíritu.
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