Denunciar o no denunciar
Dios Todopoderoso dice: “Por el bien de vuestro destino, debéis buscar la aprobación de Dios. Es decir, ya que reconocéis que sois miembros de la casa de Dios, entonces debéis traer tranquilidad mental y satisfacer a Dios en todas las cosas. Debéis, en otras palabras, ser personas de principios en vuestras acciones y que estas se ajusten a la verdad. Si eres incapaz, entonces serás detestado y rechazado por Dios y despreciado por todos. Una vez que te encuentres en una situación como esta, no podrás ser contado entre los que pertenecen a la casa de Dios, que es precisamente lo que significa no ser aprobado por Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Dios nos exige que hagamos las cosas con principios y según la verdad. Es, además, nuestra obligación como creyentes. No podemos ganarnos la aprobación de Dios sin ajustarnos a esta norma. Antes siempre me frenaba mi carácter corrupto. No hablaba ni actuaba con principios. Cuando descubría a falsos líderes o colaboradores de la iglesia, no me atrevía a delatarlos ni a denunciarlos, lo que retrasaba el trabajo de la casa de Dios. La experiencia me enseñó la importancia de hacer las cosas con principios.
El verano pasado, el líder de la iglesia me asignó el deber de redactar para que ayudara al líder del equipo con el trabajo del grupo. Tres meses antes me habían cesado de mi último deber, así que le agradecí sinceramente a Dios la nueva oportunidad. La valoraba enormemente y quería acometer este trabajo con confianza en Dios. El líder del equipo me informó sobre el trabajo del grupo y vi que les faltaban manos para redactar documentos, lo que tenía un gran impacto en sus progresos. Le propuse a algunos hermanos y hermanas para así debatir sobre quiénes serían más aptos para ese deber, pero su respuesta fue: “Sin prisa. Vamos a tomárnoslo con calma. Tú prepara unos artículos primero, y luego ya veremos”. Al verlo tan despreocupado, me puse nerviosa. No había en el equipo suficientes personas aptas que entendieran la verdad, lo que ya había repercutido en el trabajo. ¿Cómo que nos lo tomáramos con calma? ¿No era irresponsable? Sentí que tenía que planteárselo, pero entonces pensé: “Es el encargado. Lleva más tiempo que yo en este deber y comprende más principios. Debería tener idea de cómo organizar las cosas. Yo acabo de unirme al equipo y todo es nuevo para mí. Si hablo demasiado, ¿no dirá que soy insistente y estoy fuera de lugar? Olvídalo. Esperaré a ver”.
Poco después descubrí que descuidaba mucho la formación de los miembros del equipo y que no tenía principios a la hora de asignar tareas a la gente. Había hermanos y hermanas que estaban cumpliendo con determinado deber y, sin pensar en la situación global, los puntos fuertes individuales ni el tipo de deber para el que eran aptos, los asignaba arbitrariamente a otro equipo. Esto repercutía en el trabajo de la casa de Dios y retrasaba nuestro progreso. Le decía que sus decisiones no tenían principios y eran inadecuadas, pero continuaba de todos modos. Quería hablar con él para analizar y revelar la naturaleza de lo que hacía, pero luego pensaba: “Soy nueva en el equipo. Si sugiero cosas constantemente, ¿dirá que soy controladora e irracional?”. No me atreví a volvérselo a mentar.
Pronto recibí una carta de un líder de la iglesia que me preguntaba si habíamos encontrado a alguien que redactara documentos y si el líder del equipo y yo trabajábamos bien juntos. Esto me preocupó un poco. No sabía qué responder. Si el líder del equipo se enteraba de que le había contado al líder de la iglesia que no hacía ningún trabajo práctico, ¿cómo podríamos seguir trabajando juntos? Encima, no sabía qué pensaba de él el resto del equipo. Si mi percepción era errónea, ¿diría el líder de la iglesia que era puntillosa, que estaba siendo parcial? Sin embargo, si no hablaba claro, sentiría que no estaba siendo honesta ni protegiendo los intereses de la casa de Dios. Después de mucha reflexión, decidí averiguar primero qué pensaban de él los demás. Podía contestar a la carta más adelante.
Vi al hermano Yang en una reunión. Me dijo que llevaba varios meses en el equipo y que el líder del grupo nunca había sido muy responsable. No estaba al corriente del trabajo ni hacía el seguimiento oportuno, y no guiaba a los hermanos y hermanas ni les ayudaba a entrar en los principios. Además, había documentos urgentes que no había asignado a nadie a tiempo y era muy despreocupado respecto a los asuntos planteados por otras personas. El hermano Yang también me dijo que casi nunca lo oía hablar en las reuniones acerca de cómo hacer introspección para conocerse a sí mismo ni de cómo practicar las palabras de Dios cuando tuviera un problema, sino que solamente soltaba algo de doctrina. Tenía labia, pero no hacía absolutamente ningún trabajo de verdad. Pensé para mis adentros: “Parece que solo va tirando sin hacer ningún trabajo de verdad. No acepta la verdad ni sugerencias ajenas. ¿No es esa la definición de un falso líder? Si continúa en este deber, siendo responsable de un trabajo tan importante en la casa de Dios, eso podría hacer mucho daño al trabajo de la casa”. Con esto comprendí la gravedad del problema y que debía contárselo sin demora a un líder de la iglesia. No obstante, luego pensé: “Si lo denuncio y al final no lo relevan, podría complicarme las cosas o incluso cesarme del deber. Llevo tres meses de devociones e introspección. No llevo mucho en este deber. Si me cesan, ¿tendré una oportunidad en otro deber? Dice el viejo refrán ‘Todas las miradas van al más notable’. No debo decir nada. Esperaré a que otro lo denuncie y entonces hablaré. Así no me juego el tipo”.
Solamente quería ir tirando con un ojo abierto y el otro cerrado, pero Dios ve el interior de nuestro corazón. De camino a casa tenía esta sensación tremendamente incómoda. Me remordía la conciencia. Lo percibía como una reprensión del Espíritu Santo. Oré a Dios para pedirle esclarecimiento para poder conocerme a mí misma. Después de orar recordé estas palabras de Dios: “Todos vosotros decís que tenéis consideración por la carga de Dios y defenderéis el testimonio de la Iglesia, pero ¿quién de vosotros ha considerado realmente la carga de Dios? Hazte esta pregunta: ¿Eres alguien que ha mostrado consideración por Su carga? ¿Puedes tú practicar la justicia por Él? ¿Puedes levantarte y hablar por Mí? ¿Puedes poner firmemente en práctica la verdad? ¿Eres lo bastante valiente para luchar contra todos los hechos de Satanás? ¿Serías capaz de dejar de lado tus emociones y dejar a Satanás al descubierto por causa de Mi verdad? ¿Puedes permitir que Mis intenciones se cumplan en ti? ¿Has ofrecido tu corazón en el momento más crucial? ¿Eres alguien que hace Mi voluntad?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). No tenía respuesta a esto. Estaba muy afligida. Siempre hablaba de tener en consideración la voluntad de Dios y defender el trabajo de la iglesia, pero cuando realmente sucedió algo que vulneraba la verdad y provocaba un perjuicio a la casa de Dios, defendí exclusivamente mis intereses. Sabía que el líder del equipo era descuidado en el deber y no hacía ningún trabajo de verdad, que eso ya había repercutido en el trabajo de la iglesia y debía decírselo al líder de la iglesia, pero simplemente me protegí por miedo a que se vengara o pudiera llegar a perder mi deber. Me eché atrás en el momento decisivo e hice la vista gorda mientras fingía no saber qué estaba pasando. No estaba defendiendo los intereses de la casa de Dios lo más mínimo. ¡Qué egoísta y despreciable fui, sin nada de humanidad ni de razón!
Al llegar a casa oré a Dios para buscar: “En realidad, ¿qué ha hecho que no practique la verdad ni defienda el trabajo de la iglesia?”. Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “La mayoría de las personas desean buscar y practicar la verdad, pero gran parte del tiempo simplemente tienen la determinación y el deseo de hacerlo; no poseen la vida de la verdad en su interior. Como resultado, cuando se topan con las fuerzas del mal o se encuentran con personas malvadas y malas que cometen actos malvados o con falsos líderes y anticristos que hacen las cosas de una forma que viola los principios —y provocan que la obra de la casa de Dios sufra pérdidas y dañe a los escogidos de Dios— las personas pierden el coraje de plantarse y decir lo que piensan. ¿Qué significa cuando no tenéis coraje? ¿Significa que sois tímidos o poco elocuentes? ¿O que no tenéis un entendimiento profundo y, por tanto, no tenéis la confianza necesaria para decir lo que pensáis? Nada de esto; lo que pasa es que estáis siendo controlados por diversos tipos de actitudes corruptas. Una de estas actitudes es la astucia. Pensáis primero en vosotros mismos y pensáis: ‘Si digo lo que pienso, ¿cómo va a beneficiarme? Si digo lo que pienso y provoco que alguien se disguste, ¿cómo nos llevaremos bien en el futuro?’. Esta es una mentalidad astuta, ¿cierto? ¿No es esto resultado de un carácter astuto? […] Tu carácter satánico corrupto está controlándote; ni siquiera eres el maestro de tu propia boca. Aun si quieres expresar palabras honestas, eres incapaz de decirlas y tienes miedo de hacerlo. No puedes realizar ni una diezmilésima parte de las cosas que debes hacer, de las cosas que debes decir y de la responsabilidad que debes asumir; tus manos y tus pies están atados por tu carácter satánico corrupto. Tú no estás a cargo en absoluto. Tu carácter satánico corrupto te dice cómo hablar y, por tanto, hablas de esa manera; te dice qué hacer, y, así lo haces. […] No buscas la verdad, ni mucho menos la practicas, pero sigues orando, fortaleciendo tu determinación, tomas decisiones y haces juramentos. Y ¿qué resultado ha dado todo esto? Sigues siendo una persona complaciente: ‘No voy a provocar a nadie y no voy a ofender a nadie. Si algo no es de mi incumbencia, me mantendré alejado del asunto; no diré nada sobre las cosas que no tienen que ver conmigo, y no haré excepciones. Si algo resulta perjudicial para mis intereses, para mi orgullo o para mi amor propio, no le prestaré atención y lo enfrentaré todo con precaución; no debo actuar precipitadamente. El clavo que sobresale es el primero en ser golpeado ¡y no soy tan estúpido!’. Estás totalmente bajo el control de tus actitudes corruptas de maldad, astucia, dureza y rechazo hacia la verdad. Están haciendo que choques contra el piso y se han vuelto más difíciles de soportar para ti que el aro dorado que llevaba puesto el rey Mono. ¡Vivir bajo el control de un carácter corrupto es sumamente agotador e insoportable!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo quienes practican la verdad temen a Dios). Las palabras de Dios revelaban con agudeza mis actitudes satánicas de astucia y malvado. Cuando planteé al principio la falta de personal en el equipo y vi que el líder del grupo estaba tan tranquilo y no se responsabilizaba, tuve muy claro que eso repercutiría en el trabajo de la iglesia, pero no me atreví a hablar más por temor a que dijera que me estaba pasando y empezara a caerle mal. Después vi que cambiaba de puesto al personal sin ningún principio, desnudando a un santo para vestir a otro en detrimento de nuestro trabajo. Seguí sin mencionarlo casi nunca y lo encubrí. Sabía que no había llegado a nada, pero tenía miedo de tratarlo o delatarlo. Cuando el hermano Yang me contó más cosas de él, no tuve ninguna duda de que no hacía un trabajo práctico ni aceptaba la verdad, de que era un falso líder y debía denunciarlo inmediatamente ante un líder de la iglesia. No obstante, temía que me apartara del deber, así que rápidamente me tragué el orgullo otra vez solo para proteger mi puesto y mi porvenir. ¡Qué egoísta y retorcida fui! Ante cada uno de sus problemas, no me atrevía a delatarlo ni a contárselo a ningún líder de la iglesia. En consecuencia, se alteraba el trabajo de la casa de Dios. Vivía según venenos satánicos como “Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda”, “Todas las miradas van al más notable”, “En la fuerza está la razón” y “Un funcionario provincial no puede mandar a los que están a su alrededor como puede hacerlo uno local”. Mi perspectiva era muy absurda y yo era cada vez más interesada y retorcida. Estaba alerta e iba con pies de plomo en todo lo que hacía, protegiendo mis intereses en todo momento por miedo a que me responsabilizaran de los problemas ocasionados. No soportaba la idea de no saber qué decir. Me resultaba muy difícil expresar una verdad, decir lo que estaba pasando realmente. No tenía agallas para denunciar y delatar a un falso líder. Estas actitudes y estos venenos satánicos me aprisionaban y controlaban con firmeza, tanto física como mentalmente. Ni podía decir la verdad ni tenía la más mínima rectitud. Qué manera más cobarde de vivir. Experimenté de verdad lo absurdo de estos venenos satánicos y, al vivir de acuerdo con ellos, todo cuanto hacía iba en contra de la verdad y de Dios. No tenía la menor semejanza humana.
Justo entonces llegó el momento en que la iglesia publicó su plan de trabajo. Nos volvieron a decir que, si habíamos descubierto a algún malhechor, anticristo, falso líder o colaborador que no estuviera haciendo un trabajo práctico, debíamos denunciarlo para proteger los intereses de la casa de Dios. Esa es la responsabilidad de cada miembro del pueblo elegido de Dios. Me sentí fatal ante estas exigencias de la casa de Dios. Era muy consciente de que teníamos un falso líder en el equipo, pero no me había atrevido a denunciarlo. ¿Qué me hacía digna de estar entre los elegidos de Dios? Busqué unas palabras de Dios relacionadas con mi estado y encontré esto: “¿Cuál es la actitud que las personas deben tener en términos de cómo tratar a un líder o a un obrero? Si lo que él hace está bien, puedes obedecerlo; si lo que hace está mal, puedes exponerlo e, incluso, oponerte a él y plantear una opinión distinta. Si es incapaz de llevar a cabo obra práctica y se revela que es un falso líder, un falso obrero o un anticristo, entonces puedes negarte a aceptar su liderazgo y también puedes reportarlo y exponerlo. Sin embargo, algunos de los escogidos de Dios no comprenden la verdad y son particularmente cobardes y, así, no se atreven a hacer nada. Dicen: ‘Si el líder me saca a patadas, estoy terminado; si hace que todos me expongan o me abandonen, ya no podré creer en Dios. Si dejo la Iglesia, Dios no me querrá y no me salvará. ¡La iglesia representa a Dios!’. ¿Acaso estas formas de pensar no afectan la actitud de dicha persona hacia esas cosas? ¿Podría en verdad ser cierto que si el líder te expulsa ya no puedes ser salvo? ¿Acaso el asunto de tu salvación depende de la actitud de tu líder hacia ti? ¿Por qué tantas personas tienen tal grado de miedo? Si, en cuanto os amenaza alguien que es un falso líder o un anticristo, no os atrevéis a reportarlo a los superiores e incluso garantizáis que a partir de ese momento estaréis de acuerdo con el líder, ¿no creéis que estáis perdidos? ¿Es esta la clase de persona que busca la verdad? No solo no te atreves a exponer semejante conducta malvada como algo que podrían perpetrar los anticristos satánicos, sino que, además, los obedeces e incluso tomas sus palabras como la verdad, a la cual te sometes. ¿No es esto el epítome de la estupidez?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (1)). Leer estas palabras de Dios me iluminó el corazón. Tenía miedo de denunciar al líder del equipo, principalmente por temor a que me complicara las cosas si lo ofendía o a llegar a perder mi deber. Era como si creyera que él podía decidir mi deber o mi destino. Era una manera tremendamente absurda de verlo. Que me cesaran o lo que me deparara el destino estaba en las manos de Dios. Ningún ser humano tenía la última palabra. Los falsos líderes y los anticristos no controlan eso. La casa de Dios no es como el mundo. Aquí reinan la verdad y la justicia. Los falsos líderes y los anticristos no pueden afianzarse en la casa de Dios. Pueden conseguir el poder durante un tiempo, pero al final los delatarán y expulsarán a todos. La iglesia había cesado y expulsado anteriormente a algunos falsos líderes y anticristos. Lo tenía muy claro, pero cuando apareció uno de ellos en mi círculo y tenía que denunciarlo para proteger los intereses de la casa de Dios, me eché atrás. Preferí ser una pequeña lacaya de Satanás. Fui muy débil y cobarde. No comprendía el carácter justo de Dios y realmente no entendía que Él lo gobierna y lo ve todo. Me daba miedo ofender a un hombre, pero no ofender a Dios. ¿Acaso había hueco para Dios en mi corazón?
Después leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Si no hay nadie en una iglesia que esté dispuesto a practicar la verdad y nadie que pueda dar testimonio de Dios, entonces esa iglesia debe ser completamente aislada y se deben cortar sus conexiones con otras iglesias. A esto se le llama ‘muerte por sepultura’; eso es lo que significa expulsar a Satanás. Si en una iglesia hay varios bravucones y son seguidos por ‘pequeñas moscas’ que no pueden distinguir lo que son, y si los congregantes, incluso después de haber visto la verdad, siguen siendo incapaces de rechazar las ataduras y la manipulación de estos bravucones, entonces todos estos tontos serán eliminados al final. Tal vez estas pequeñas moscas no hayan hecho nada terrible, pero son aún más astutas, aún más resbaladizas y evasivas y todos los que son como ellas serán eliminados. ¡No quedará ni uno! Aquellos que pertenecen a Satanás serán devueltos a Satanás, mientras que aquellos que pertenecen a Dios seguramente irán en busca de la verdad; esto está determinado por su naturaleza. ¡Que todos los que siguen a Satanás perezcan! No habrá piedad para estas personas. Que los que buscan la verdad sean provistos y que se complazcan en la palabra de Dios hasta que se sientan saciados. Dios es justo; Él no muestra favoritismo hacia nadie. Si eres un diablo, entonces eres incapaz de practicar la verdad; si eres alguien que busca la verdad, entonces es seguro que no serás llevado cautivo por Satanás. Esto está más allá de toda duda” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Al leer las palabras de Dios pude percibir de veras Su carácter santo, justo e imposible de ofender. No tolera que los falsos líderes y los anticristos alteren el trabajo de Su casa y lastimen a Sus elegidos. Además, odia a aquellos que no practican la verdad, que no protegen los intereses de la casa de Dios cuando aparece esta gente. Si no se arrepienten, todos ellos también acabarán descartados y castigados. Recordé que sabía que el líder del equipo era un falso líder, pero yo no practiqué la verdad ni tuve el valor de denunciarlo por mis intereses. Me sometí a Satanás una y otra vez, me puse de su parte, consentí y protegí a aquel falso líder a costa de la obra de la casa de Dios. Participé en su maldad. Disfrutaba de la verdad otorgada por Dios y comía y bebía de Su mesa, pero en el momento crítico, cuando Satanás estaba causando estragos en la casa de Dios, no supe proteger los intereses de la casa. Por el contrario, mordí la mano que me daba de comer y favorecí a un enemigo. Eso fue una traición a Dios que ofendió gravemente Su carácter. El recuerdo de estas palabras de Dios: “¡Que todos los que siguen a Satanás perezcan!” me dejó muy asustada. Sabía que, si no me arrepentía, Dios, sin duda, me descartaría junto con el falso líder. Vi la naturaleza y las graves consecuencias de no denunciar a un falso líder y me odié enormemente por ser tan egoísta y despreciable. No había protegido en absoluto los intereses de la casa de Dios. Carecía de toda humanidad. En ese momento me presenté ante Dios en oración. “Oh, Dios mío, soy muy egoísta y retorcida. He encontrado en la iglesia a un falso líder al que no he denunciado ni delatado. Lo he encubierto y consentido y he hecho de sierva de Satanás solo para proteger mis intereses. Debes castigarme. Dios mío, nunca volveré a hacer algo así. Deseo arrepentirme. Te ruego fortaleza para poder practicar la verdad, denunciar y delatar al falso líder y defender el trabajo de la iglesia”.
Al día siguiente leí estas palabras de Dios en mis devociones: “Debes aprender a analizar tus pensamientos e ideas. Cualquier cosa que estés haciendo está mal, y cualquier comportamiento que tengas no le gustará a Dios; debes poder revertirlo de inmediato y rectificarlo. ¿Cuál es el propósito de rectificarlo? Es aceptar y tomar en cuenta la verdad, al tiempo que rechazas las cosas en tu interior que le pertenecen a Satanás y las reemplazas con la verdad. Solías basarte en tus actitudes corruptas, como la astucia y el engaño, pero ahora no es así; ahora, cuando haces las cosas, te basas en actitudes, estados y caracteres que son honestos, puros y abiertos. […] Cuando la verdad se convierte en tu vida, si alguien blasfema contra Dios, si no tiene reverencia hacia Él, si es descuidado en el deber, provoca interrupciones o perturba la obra de la casa de Dios, y cuando ves que esto ocurre, entonces puedes discernirlo y exponerlo cuando sea necesario y abordarlo de acuerdo con el principio-verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo quienes practican la verdad temen a Dios). Las palabras de Dios me enseñaron que lo más básico de la fe es tener un corazón honesto, practicar la verdad, proteger los intereses de la casa de Dios y hacer las cosas con principios. Así es como podemos alegrar a Dios. Sabía que tenía que practicar la verdad y denunciar al líder del equipo según los principios, así que escribí todo lo que había hecho, fiel y detalladamente, y se lo di a un líder de la iglesia. Tras verificarlo todo, el líder de la iglesia confirmó su dejadez en el deber y que no había hecho ningún trabajo de verdad. Efectivamente, era un falso líder y lo cesaron del deber. Tuve una sensación de paz cuando me lo notificaron. Esa experiencia me demostró cuán justo es Dios y que en Su casa reinan Cristo y la verdad. Por muy elevada que sea la posición de una persona, por muy veterana que sea, debe someterse a la verdad y a las palabras de Dios. Quienes no practiquen la verdad no podrán permanecer en la casa de Dios. Los acabarán expulsando. Ser una persona honesta, practicar las palabras de Dios y hacer las cosas con principios es lo único que se ajusta a la voluntad de Dios y recibe Su aprobación.
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