Transformada por el deber
El año pasado asumí deberes de diseño gráfico y, además, era responsable del trabajo de varias iglesias. Al principio, como no captaba bien los principios y pormenores de todos los aspectos, estudiaba mucho, y si no sabía algo, pedía ayuda a mis hermanos y hermanas. Con el tiempo dominé algunos principios y logré resultados en el deber. Empecé a conformarme con la situación y consideraba aceptable hacer así las cosas. Posteriormente, rara vez estudiaba de forma activa para mejorar mis competencias profesionales. En esa época, a fin de crear imágenes aún mejores, los líderes de la iglesia nos sugirieron que aprendiéramos e innováramos más. Acepté de palabra, pero para mí pensé: “La innovación es agotadora y laboriosa y las imágenes que creamos ahora ya dan resultado. ¿Por qué hemos de invertir tanto esfuerzo en innovar?”. Después, no me lo tomé en serio. Un día, mi compañera me dijo que había descubierto una nueva forma de crear imágenes que daba mejores resultados y me recomendó que la aprendiera. Pensé: “Los resultados son sin duda mejores, pero no conozco esta técnica y, aunque sí la aprenda, llevará mucho tiempo y será un problema. Si hacemos las cosas con nuestras técnicas actuales, no solo ahorramos tiempo y esfuerzo, sino que también podemos lograr resultados; así pues, ¿para qué aprender la nueva? Con lo que hacemos tiene que bastar”. Por ello, continué creando imágenes paso a paso según el antiguo método. Al hacer seguimiento del trabajo grupal, también se me empezaron a ocurrir maneras de ahorrarnos trabajo. Al principio era la única persona encargada del grupo, por lo que estaba bajo mucha presión. Luego me pusieron por compañera a la hermana Han y me alegré mucho. Pensé: “La hermana Han es muy minuciosa en el deber y está dispuesta a pagar un precio. En un futuro podré dejarla de responsable de más trabajo. Así tendré menos estrés y no tendré que preocuparme tanto”. Más adelante, como la hermana Han tenía tanto que hacer, me dijo que estaba bajo mucha presión y que sentía que no había tiempo suficiente. Yo no solo no hice introspección, sino que lo justifiqué alegando que era su oportunidad de practicar y seguí dándole más trabajo. Por entonces me sentía algo culpable. Notaba que mi hermana estaba bajo demasiada presión y yo le daba demasiado trabajo, lo que era muy cruel de mi parte. Sin embargo, para evitar el cansancio, continuaba haciéndolo.
Por tanto, no estudiaba ni innovaba y le pasaba trabajo a la hermana Han, lo que me dejaba mucho tiempo libre. En mi tiempo de ocio hacía las cosas que disfrutaba. En aquella época miraba cortometrajes mundanos con la excusa de mejorar mi sentido estético. Miraba uno, y acto seguido, otro. Incluso mientras leía la palabra de Dios y en las reuniones aparecían esas secuencias de video de forma constante en mi mente, así que no podía calmarme y meditar la palabra de Dios. Día tras día, empecé a centrarme en el goce carnal, en cocinar deliciosas comidas, y a menudo miraba diversos videos de noticias en internet. A veces miraba demasiados y temía que dijeran que descuidaba el deber, por lo que, cuando pasaba alguien al lado de mi asiento, me ponía nerviosa, cerraba rápidamente la ventana de video, abría la interfaz de trabajo y fingía trabajar. Como esto continuó, cada vez llevaba una menor carga en el deber. Cuando hacía seguimiento de los deberes de mis hermanos y hermanas, lo hacía mecánicamente. Si decían que no había dificultades ni problemas, mejor, y no tenía ganas de esforzarme por buscar soluciones cuando había problemas. Pensaba: “Si me esforzara por resolver los problemas de todos en el deber, ¿cuánto tiempo y ajetreo me llevaría eso? Que los resuelvan ellos solos. Yo solo les recordaré que les consulten más a los hermanos y hermanas que entienden de tecnología”. Así pues, mi manera de hacer seguimiento del trabajo fue pasando de preguntar una vez a la semana a una vez cada dos semanas. Realmente me sentía culpable por ello a veces. Sabía que Dios nos exige que cumplamos con el deber con todo corazón, mente y fuerza, pero yo siempre eludía el mío de esta forma para ahorrar tiempo y satisfacer mis deseos carnales, lo que no estaba en consonancia con la voluntad de Dios. Sin embargo, desde otro punto de vista, no había demorado la producción de imágenes, no había ningún problema evidente en mi deber y todo iba normal, por lo que no creía que fuera un gran problema. Poco a poco, ya no sentía la presencia de Dios, las oraciones no me conmovían, leer la palabra de Dios no me daba esclarecimiento y no tenía inspiración para crear imágenes. Los resultados de mi deber iban cada vez peor. Además, como no seguía en serio el trabajo de mis hermanos y hermanas y, cuando tenían dificultades, no me importaban ni buscaba la verdad, ellos holgazaneaban en el deber, no procuraban avanzar, se conformaban con la situación, no progresaban en el deber y no producían buenos resultados en el trabajo. Solamente notaba que algo fallaba por entonces y estaba algo confundida. Aunque me lo advirtieran, me daba igual.
Un día, de repente vino a verme una líder de la iglesia, y me preguntó: “Llevas mucho tiempo creando imágenes; entonces, ¿por qué tu trabajo es menos eficaz, y no más? ¡Es increíble lo mal que está tu trabajo ahora!”. Asimismo, me reveló por no hacer un trabajo práctico, por ser una “líder” inútil y convertir a mis hermanos y hermanas en descuidados, ineficaces y faltos de calidad en el deber. Según ella, cumplir así con el deber era salir del paso, engañar a Dios y hacer daño a Su casa, y si no recapacitaba y me arrepentía, ya no podría arreglarlo cuando perdiera mi deber. En ese momento me dolieron las palabras de la líder, pero no me pareció grave aquello, así que realmente no hice introspección. Después, hacía un seguimiento superficial del trabajo y me aguantaba sin mirar videos no relacionados con mi deber.
Un mes más tarde, me destituyeron por salir del paso, holgazanear y simplemente ir tirando a lo largo de mucho tiempo, y también perdieron el deber otras dos hermanas por no trabajar de verdad. Mi líder me reveló por ser negligente en el deber, por posponer las cosas, holgazanear y tener intenciones ocultas, lo que suponía engañar a Dios, y dijo que yo no hacía seguimiento del trabajo ni resolvía los problemas de los hermanos y hermanas, por lo que, en esencia, protegía y perdonaba sus conductas, cosa que perjudica a la casa de Dios. Me sorprendió que la líder revelara mi conducta. Cumplía tan mal con el deber que los demás no lo soportaban, pero yo no me daba cuenta de nada. No creía estar dificultando para nada el trabajo. ¿Por qué estaba tan adormecida? Esos días pensé reiteradamente: “Hice esas cosas y las hice con plena conciencia de lo que hacía. Sabía que debía ser fiel en el deber, pero ¿por qué, de todos modos, salía del paso y actuaba con astucia? ¿Qué clase de persona soy?”. Dolida y confundida, me presenté ante Dios a orar y a pedirle que me guiara para conocerme a mí misma.
Un día leí un pasaje de las palabras de Dios. “Noé no había escuchado una predicación elevada cualquiera. No entendía muchas verdades ni era un erudito. No comprendía la ciencia ni los conocimientos modernos. Era un hombre sumamente corriente, un miembro poco notable de la raza humana. Sin embargo, en un aspecto no se parecía a nadie: sabía escuchar las palabras de Dios, sabía cómo seguir y acatar Sus palabras, sabía cuál era la posición del hombre, y era capaz de creer y obedecer verdaderamente las palabras de Dios. Nada más. Estos pocos y sencillos principios fueron suficientes para que Noé lograra todo lo que Dios le había encomendado, y perseveró en ello no solo durante unos meses, años o décadas, sino durante más de un siglo. ¿No es asombrosa esta cifra? (Sí). ¿Quién podría haber hecho esto sino Noé? (Nadie). ¿Y por qué no? Algunos dicen que porque no entienden la verdad, pero eso no concuerda con los hechos. Otros dicen que se debe al carácter corrupto de la gente, pero ¿no tenía Noé un carácter corrupto? ¿Por qué pudo hacerlo Noé pero no puede hacerlo la gente de hoy? (Porque la gente de hoy no cree en las palabras de Dios, no las tratan ni las acatan como la verdad). ¿Y por qué son incapaces de acatar las palabras de Dios? ¿Por qué son incapaces de tratar las palabras de Dios como la verdad? (No temen a Dios). Sí. Entonces, cuando las personas no tienen ninguna comprensión de la verdad y no han escuchado muchas verdades, ¿cómo se llega a temer a Dios? En la humanidad de las personas deben estar presentes dos de las cosas más preciosas de todas: la primera es la conciencia, y la segunda el sentido de la humanidad normal. La posesión de la conciencia y el sentido de la humanidad normal es el estándar mínimo para ser una persona; es lo mínimo, lo más básico para medirla. Esto está ausente en las personas de la actualidad y, por eso, por muchas verdades que escuchen y entiendan, no llegan a temer a Dios. Entonces, ¿cuál es la diferencia en la esencia de las personas de hoy en día si las comparamos con Noé? (No tienen humanidad). ¿Y cuál es la esencia de esta falta de humanidad? (Bestias y demonios). ‘Bestias y demonios’ no suena muy bien, pero concuerda con los hechos; una forma más cortés de decirlo sería que no tienen humanidad. Las personas sin razón no son personas, están incluso por debajo de las bestias. Noé fue capaz de hacer esto porque él era una persona real, alguien que poseía la mayor razón; las personas con tanta razón como Noé son muy poco comunes, sería muy difícil encontrar a alguien más así” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión dos: Cómo escucharon Noé y Abraham las palabras de Dios y lo obedecieron (I)). Las palabras de Dios fueron una lectura penetrante y dolorosa. Era como si Dios me reprendiera cara a cara por no ser fiel en el deber. Entendí que cumplía mal con el deber por tener poca aptitud y una comprensión superficial de la verdad, no por no saber dar la consideración correcta al deber, sino porque no tenía conciencia, razón ni humanidad y no me ocupaba de la comisión de Dios con temor de Él en mi corazón. En cuanto a Noé, aunque había oído poco la palabra de Dios y comprendía poca verdad, se ocupó de la comisión de Dios de forma seria y diligente. Recordaba cada detalle y se esforzó por lograr buenos resultados. Noé tuvo en consideración la voluntad de Dios. Perseveró 120 años para dar testimonio de fidelidad y obediencia a Dios. ¿Y yo? Leí gran parte de la palabra de Dios, descubrí multitud de verdades y misterios y aprendí mucho más que la gente del pasado, pese a lo cual trataba de ser astuta y de holgazanear por doquier en el deber. Sabía cómo lograr buenos resultados y dar mejor testimonio de Dios, pero estas cosas me parecían un problema, así que las evitaba y me aprovechaba de mi compañera dándole más trabajo. Cuando mis hermanos y hermanas tenían dificultades, procuraba ponerme las cosas fáciles y no quería esforzarme por encontrar soluciones. Además, hacía un seguimiento mecánico del trabajo. No me volcaba para nada en el deber. En consecuencia, ellos cumplían con el deber sin sensación de urgencia ni de preocupación. Llegué a mirar videos mundanos con la excusa de cumplir con el deber, con lo cual era negligente en él, me centraba exclusivamente en comer mejor y buscar el goce carnal y, por temor a que me descubrieran, trataba de ocultar las cosas y actuaba engañosamente. En realidad, al hacer estas cosas, aunque me remordiera la conciencia y mentalmente supiera que esa no era la voluntad de Dios, me empeñaba obstinadamente en hacerlas de todos modos. Vi lo deficientes que eran mi conciencia y mi razonamiento. No podía compararme con Noé ni con ningún hermano o hermana que cumpliera fielmente con el deber. Esa manera de cumplir con el deber era un intento de engañar y mentir a Dios. No tenía la menor humanidad ni fidelidad a Dios. Era totalmente indigna de Su comisión. Mi destitución fue el castigo del carácter justo de Dios sobre mí. La verdad, me había pasado de la raya.
Por entonces solía pensar en este problema. Me preguntaba por qué estaba tan desprovista de conciencia y razón. Un día oí un himno de la palabra de Dios, “La verdad de las secuelas de la corrupción del hombre por Satanás”. “Durante muchos años, los pensamientos en los que se han apoyado las personas para sobrevivir han corroído sus corazones hasta el punto de volverse astutas, cobardes y despreciables. No solo carecen de fuerza de voluntad y determinación, sino que también se han vuelto avariciosos, arrogantes y obstinados. Carecen absolutamente de cualquier determinación que trascienda el yo, más aun, no tienen ni una pizca de valor para sacudirse la esclavitud de esas influencias oscuras. Los pensamientos y la vida de las personas están tan podridos que sus perspectivas de creer en Dios siguen siendo insoportablemente horribles, e incluso cuando las personas hablan de sus perspectivas de la creencia en Dios, oírlas es sencillamente insufrible. Todas las personas son cobardes, incompetentes, despreciables y frágiles. No sienten repugnancia por las fuerzas de la oscuridad ni amor por la luz y la verdad, sino que se esfuerzan al máximo por expulsarlas” (“Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Tras meditar las palabras de Dios, las entendí. A menudo holgazaneaba y trataba de engañar a Dios en el deber, ya que vivía según filosofías satánicas como “la vida es breve; disfrútala mientras puedas”, “vive el presente” y “aprovecha el momento, pues la vida es corta”. Estas tonterías corrompían y distorsionaban mi mente. Creía un acierto vivir sin prisas y cómodamente. Si la vida es tan breve, ¿para qué presionarme tanto? El esfuerzo es una necedad. La gente debería ser amable consigo misma, tratarse bien y disfrutar todo lo posible. Controlada por esta mentalidad, me volví astuta y era poco concienzuda en todo. Cada vez era más astuta. Recuerdo que, de estudiante, tenía un empleo a media jornada. Era un trabajo fácil. Cuando se iba el supervisor, solía entrar a hurtadillas en el dormitorio a descansar, y pensaba en la manera de trabajar menos sin que me descubrieran. Una vez me descubió mi compañera de cuarto y me dijo que era demasiado holgazana. Según ella, si en un futuro conseguía un empleo de verdad, seguro que trataría de ahorrarme trabajo. Sentí vergüenza al oírle decir eso, pero luego pensé: “Bien, tú di lo que quieras. ¿No es una estupidez que la gente trabaje demasiado? De acuerdo con el refrán, ‘cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. ¿Quién no procura vivir para sí mismo? ¿No es una estupidez no pensar en uno mismo?”. Una vez que empecé a creer en Dios, no me centré en buscar la verdad y corregir mi carácter corrupto. Seguía viviendo según estas filosofías satánicas de vida y no pensaba más que en obtener comodidad y placer carnales, por lo que, en el deber, hacía todo lo posible por ahorrarme trabajo y hacía lo que fuera preciso para evitar el sufrimiento carnal. Al vivir según estas filosofías satánicas, siempre postergaba el deber y nunca lo daba todo ni pagaba sinceramente un precio. Siempre me apañaba con trucos, astucia y engaños. No desperté ni siquiera cuando mi líder me reveló y trató conmigo. Estaba adormecida hasta cierto punto y totalmente controlada por estas filosofías satánicas. Cumplía con el deber sin pensar en los progresos ni hacía un seguimiento real del trabajo, por lo que también mis hermanos y hermanas salían del paso en el deber y no progresaban, y destituyeron a otras dos hermanas junto conmigo. Al cumplir así con el deber, perjudicaba de veras a otros. Descubrí que estaba corrompida por las filosofías satánicas y que había perdido lo principal de un ser humano. Me había vuelto una persona holgazana, egoísta, maliciosa y astuta. Vivía en un estado lamentable y vergonzoso. Cuando me di cuenta, oré en silencio a Dios. Le dije: “Dios mío, realmente no quiero vivir más así. Te pido que me salves de la esclavitud de mis actitudes satánicas”.
Más adelante, leyendo las palabras de Dios, hallé una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Todo lo que deriva de Dios, es lo que Él pide y se relaciona con los diversos aspectos de la labor y el trabajo que Dios exige, todo esto requiere de la cooperación del hombre, todo es deber del hombre. El alcance de los deberes es muy amplio. Son tu responsabilidad, son lo que debes hacer, y si siempre te muestras esquivo con ellos, entonces hay un problema. Por decirlo suavemente, eres demasiado perezoso, demasiado astuto, eres ocioso, amas el placer y odias el trabajo. Si lo decimos con mayor seriedad, no estás dispuesto a cumplir con tu deber, no tienes compromiso, no tienes obediencia. Si ni siquiera puedes esforzarte en esta pequeña tarea, ¿qué puedes hacer? ¿Qué eres capaz de hacer bien? Si una persona es realmente devota y tiene sentido de la responsabilidad hacia su deber, mientras sea requerido por Dios, y cuando sea necesario para la casa de Dios, hará cualquier cosa que se le pida, sin elegir; emprenderá y completará cualquier cosa que pueda y deba hacer. ¿Es este uno de los principios de cumplir con el deber? (Sí). Algunos que realizan trabajo físico no están de acuerdo y sostienen: ‘Vosotros pasáis todo el día cumpliendo con el deber en vuestro cuarto, a resguardo del viento y del sol. No existe ninguna dificultad en ello en absoluto. Vuestro deber es mucho más cómodo que el nuestro. Ponte en nuestros zapatos, veamos qué tal te va tras varias horas de trabajo en el exterior’. De hecho, todo deber involucra cierta dificultad. El trabajo físico involucra esfuerzo físico y el trabajo intelectual involucra esfuerzo intelectual; cada uno tiene sus dificultades. Siempre es más fácil decir que hacer. Cuando las personas actúan de verdad, por un lado, hay que mirar su personalidad y, por otro, hay que ver si aman la verdad. Hablemos primero de la personalidad de las personas. Si una persona tiene buena personalidad, ve el lado positivo de todo, y es capaz de aceptar y comprender estas cosas desde una perspectiva positiva y sobre la base de la verdad; es decir, su corazón, su personalidad y su temperamento son justos. Esto es desde la perspectiva de la personalidad. El otro aspecto es cuánto aman la verdad. ¿Con qué se relaciona esto? Si, más allá de si comprenden o no las palabras de Dios, y de si entienden o no Su voluntad, igualmente son capaces de aceptar el deber que Dios les encomendó y son obedientes y sinceras, entonces con eso basta, eso las califica para cumplir con su deber, es el requisito mínimo. Si eres obediente y sincero, cuando llevas a cabo tu tarea no eres descuidado ni indiferente, y no buscas la manera de holgazanear, sino que pones la totalidad de tu cuerpo y alma en ello. Tener el estado interior incorrecto produce negatividad, lo que hace que la gente pierda el incentivo y, así, se vuelve descuidada y desordenada. La gente que, en su interior, sabe muy bien que su estado no es el correcto y, aun así, no intenta corregirlo buscando la verdad es gente que no tiene amor por ella y tiene solo una ligera disposición a cumplir con su deber. No les interesa hacer ningún esfuerzo ni sufrir dificultades, y siempre están buscando la manera de holgazanear. De hecho, Dios ya ha visto todo esto, y solo está esperando que las personas despierten, para que las expongan y las excluyan. Sin embargo, esta persona piensa: ‘Mira qué listo soy. Comemos la misma comida, pero después de trabajar ellos están completamente exhaustos, mientras que yo… Mírame, sé cómo pasármelo bien. Yo soy el inteligente; el que hace un trabajo real es un idiota’. ¿Está bien que vean a la gente honesta de este modo? No. En efecto, los que hacen un trabajo real son los inteligentes. ¿Qué les hace ser inteligentes? Dicen: ‘No hago nada que Dios no me pida, y hago todo lo que Él me pide. Hago cualquier cosa que Él me pide, y pongo en ello mi corazón, dedico todo lo que puedo a ello, sin nada de trucos. No lo hago por ninguna persona, lo hago por Dios’. Esta es la mentalidad correcta, y el resultado es que cuando llegue el momento de purificar la iglesia, los que son escurridizos en el cumplimiento de su deber serán excluidos, mientras que los que son honestos y aceptan el escrutinio de Dios permanecerán. El estado de estas personas honestas mejora cada vez más y cuentan con la protección de Dios en todo lo que les suceda. ¿Y qué les hace ganarse esta protección? Que, en su interior, son honestos. No temen las dificultades ni el cansancio cuando cumplen su deber, y no son quisquillosos con nada de lo que se les confía. No preguntan por qué, simplemente hacen lo que se les dice, obedecen, sin examinar ni analizar, sin tener en cuenta nada más. No tienen segundas intenciones, sino que son capaces de obedecer en todas las cosas. Su estado interior es siempre muy normal. Dios les protege cuando se enfrentan al peligro. Cuando les sobreviene una enfermedad o una plaga, Dios también les protege: están muy bendecidos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Desprecian la verdad, desacatan públicamente los principios e ignoran las disposiciones de la casa de Dios (IV)). Tras meditar las palabras de Dios, las entendí. Debemos cumplir con el deber con un corazón honesto y de manera realista, no pensar en las pérdidas y ganancias personales y no hacer trampas, y cuando se presenten problemas, debemos resolverlos enseguida y no escatimar esfuerzos en el deber. Solo así podemos ser honestos ante Dios y recibir Su protección y Sus bendiciones. Recordé que era egoísta, despreciable y atenta a la carne, que no quería esforzarme en el deber, que mis imágenes no daban buenos resultados, y me sentí muy culpable. Después seguí cumpliendo con el deber de diseño gráfico en mi tiempo libre y traté conscientemente de cambiar. Empecé a aprender nuevas técnicas y a hacer preguntas e intenté crear de nuevas formas. Ante las dificultades oraba a Dios, y hacía cambios constantes a sugerencia de otras personas. Cada vez que imaginaba una nueva imagen, la miraba desde todos los ángulos para ver si había otro modo de hacer algo nuevo. Así, después de practicar en el deber durante un tiempo, contemplé la bendición de Dios. Hice importantes avances en cuanto al concepto y la técnica de composición y, según mis hermanos y hermanas, las imágenes que creaba ahora eran mejores que las de antes. Encontré el empuje para cumplir con el deber y conseguí alentar a mis hermanos y hermanas en el suyo. Todos querían innovar, hacer grandes avances y mejorar.
Cuando realmente me esforzaba en el deber, cuando me volcaba en él, me sentía segura llevándolo a cabo. Tenía cosas que contarle a Dios en oración. También logré entender algunos problemas e hice algunos progresos en la profesión. Comprobé que, en efecto, Dios es santo. Dios aparece en lugares de santidad, pero se oculta en lugares de inmundicia. No podía evitar sentir veneración por Dios en mi interior. Y cuando ponía todo mi esfuerzo en el deber, en realidad no me sentía demasiado cansada. Aunque a veces requería algo más de reflexión, sentía felicidad y gozo. Vi que Dios jamás exige lo imposible a la gente, que todo puede alcanzarse con un poco de esfuerzo, y me sentía especialmente agradecida a Dios. Con el tiempo me trasladaron de vuelta a mi deber con los hermanos y hermanas. Por entonces estaba muy agradecida, pero también me sentía indigna de ello, así que oré a Dios: “Dios mío, con una humanidad como la mía, soy indigna de cumplir con un deber y de este enaltecimiento. Deseo esmerarme en este deber, y si, pese a ello, atiendo Tu comisión como antes, ¡te pido que me castigues y disciplines para que pueda arrepentirme sinceramente y cumplir fielmente con el deber para retribuir Tu amor!”.
En aquella época, la líder dispuso que otros tres hermanos y hermanas y yo creáramos juntos nuevos efectos. El proceso de producción requería mucho tiempo y esfuerzo y, además, por entonces había una alta demanda de imágenes, por lo que, en realidad, mi deber era bastante agotador. Sobre todo cuando se acumulaban muchas cosas y había que ocuparse de ellas, sentía que me iba a explotar la cabeza. Una vez, como no terminé a tiempo las imágenes, mi compañero me preguntó por qué trabajaba tan despacio. En ese momento me sentí ofendida, y pensé: “Ya ves que todo el mundo solo se concentra en crear imágenes, menos yo, que tengo que aprender técnicas y efectos nuevos aparte de crear imágenes. Me supone más tiempo y esfuerzo. Y si hiciera menos imágenes, ¿qué opinarían de mí mis hermanos y hermanas? Tal vez debería hablar con la líder y decirle que no puedo ocuparme de todos estos nuevos efectos, así que tienen que buscar a otro que lo haga”. Al pensar de esta manera, supe que de nuevo estaba atenta a la carne, por lo que comí y bebí conscientemente los fragmentos pertinentes de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “A Dios le agradan los honestos, no los arteros. No hay nada que temer por ser un poco ignorante, pero, ciertamente, uno ha de ser honesto. Los honestos asumen su responsabilidad; no piensan en sí mismos; son puros de pensamiento y tienen honestidad y benevolencia en sus corazones, como cuencos de agua clara cuyo fondo es visible a simple vista. Aunque siempre estés de postureo, ocultándote y tapándote, arropándote tan estrechamente que los demás no ven lo que hay en tu corazón, Dios puede escudriñar las cosas más profundas que hay en él. Si Dios ve que no eres una persona honesta, sino astuta, que nunca le entregas tu corazón y que siempre tratas de jugar con Él, no le agradarás y no te querrá. Todos los que prosperan entre los incrédulos ─gente con pico de oro e ingenio─, ¿qué clase de personas son? ¿Lo veis claro? ¿Cuál es su esencia? Se puede afirmar que todos ellos son individuos extremadamente escurridizos y astutos, sumamente taimados, maliciosos, son el auténtico diablo, Satanás. ¿Es posible que esa gente agrade a Dios? (No). Dios odia sobre todo a los demonios; hagáis lo que hagáis, no debéis ser personas de este tipo. Os digo que aquellos que están siempre alerta y tienen en cuenta todos los ángulos en su discurso, que esperan a ver por dónde van los tiros y son insidiosos en el manejo de sus asuntos son aquellos a los que más aborrece Dios. ¿Y daría Dios gracia o esclarecimiento de todos modos a una persona así? No. Dios considera a esas personas de la calaña de los animales. Llevan piel humana, pero su esencia es la del diablo, Satanás. Son cadáveres andantes a quienes, por supuesto, Dios no salvará. ¿Os parecen las personas de este tipo realmente inteligentes o necias? Son las personas más necias que hay. Son arteras. Dios no quiere esta clase de gente. La condena. Para una persona así, ¿qué esperanza hay en creer en Dios? Su fe carece de significado y ella está destinada a no recibir nada. Si, a lo largo de su fe en Dios, la gente no busca la verdad, entonces da igual cuántos años lleve siendo creyente; al final no recibirá nada. Si desea alcanzar a Dios, debe alcanzar la verdad. Solo si comprende la verdad, la practica y entra en su realidad, la alcanzará y será salvada por Dios; será entonces cuando alcanzará la aprobación y las bendiciones de Dios y esto es lo único que supone alcanzarlo a Él” (“Cómo identificar a los falsos líderes (8)”). Tras leer la palabra de Dios, comprendí que aún tenía algunas opiniones equivocadas. Antes admiraba a los astutos. Creía que solo hacían cosas que les daban buena imagen y que tomaban los atajos adecuados. Los consideraba inteligentes y listos y aspiraba a convertirme en alguien así. Hasta que no leí las palabras de Dios no entendí que, para Él, esto era astucia, no inteligencia. Para lograr sus objetivos, pueden emplear todo tipo de medios indignos. Esa gente es inescrutable y tiene una naturaleza de diablo. A Dios le agrada la gente sencilla y honesta, gente sin falsedad de corazón, gente sin tantas motivaciones retorcidas, capaz de asumir las comisiones que le confíe Dios y de hacer las cosas de todo corazón y de manera realista. Dios examina nuestros corazones y mentes y nos trata distinto según nuestra esencia. La actitud de Dios hacia los astutos es la abominación. No les da esclarecimiento para comprender la verdad y al final los elimina, pero, en cambio, da esclarecimiento y bendiciones a la gente honesta. Luego pensé en mí. En el deber, cuando tenía que pagar un precio y soportar el sufrimiento carnal, quería eludir el deber para no cansarme. Esto era egoísta y astuto, una manifestación de astucia. Si hacía eso, Dios abominaría de mí y no recibiría la obra del Espíritu Santo, y en semejante ambiente, seguro que jamás recibiría la verdad. En ese momento, de pronto comprendí que este deber era la prueba de Dios para mí, para ver si había progresado, si tenía sentido de la responsabilidad hacia el deber y si sabía elegir correctamente entre el deber y el bienestar físico. Si eludía el deber para proteger mis intereses, perdería mi testimonio en esta prueba. Recordé el pasado reciente. Aunque había sufrido un poco mi carne, tenía el corazón repleto. Tenía más preocupaciones y dificultades en el deber, pero también estaba cerca de Dios para buscar más la verdad y los principios. Todos los días aprendía algo en el deber y me parecía que tenía mucho sentido. Antes anhelaba la comodidad carnal y, aunque no me cansaba, no sentía gozo y el Espíritu Santo me abandonó. Ese dolor fue peor que el dolor físico. Ya no podía recurrir a las trampas y la mentira. Después volví a evaluar el trabajo pendiente, y cuando había alguna dificultad real, pedía ayuda a la hermana encargada, me esforzaba lo que podía y hacía lo que se me exigía lo mejor que sabía. Esto me hacía sentir más a gusto.
Al acordarme de mi actitud anterior hacia el deber, sentía un remordimiento y una vergüenza profundos. Dios dispuso una y otra vez ambientes donde purificarme y transformarme, me libró del anhelo de la comodidad carnal y de vivir como un animal, me enseñó la vergüenza y me capacitó para cumplir con el deber de forma realista y para vivir con semejanza humana. ¡Esta fue la auténtica salvación de Dios para mí! ¡Gracias a Dios!