La verdad no puede alcanzarse dentro de la religión
Al igual que mis padres, creía en el Señor cuando era niña y seguía fervorosamente mi fe. Participaba activamente en todas las actividades de la iglesia, fueran las que fueran. Daba el diezmo de mis ingresos y siempre participaba en el ministerio de la iglesia. A raíz de mi fervorosa búsqueda, llegué a diaconisa y, a los 30 años, a anciana de la iglesia. Sin embargo, tras muchos años de fe, había algo que siempre me preocupaba. Descubrí unas palabras del Señor Jesús: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’” (Mateo 7:21-23). Esto me confundió. ¿No éramos nosotros aquellos que predicaban y trabajaban en el nombre del Señor y gritábamos “Señor, Señor”? ¿Por qué decía el Señor que no conocía a dichas personas y que estas eran malhechoras? ¿No era Su voluntad que trabajáramos así para Él? Entonces, ¿cuál era la voluntad del Señor? Jamás hallé respuesta.
En marzo de 2020, un día me invitó una hermana a oír un sermón por internet. Pensé: “Como durante la pandemia no podemos ir a la iglesia, esto está bien”. Accedí gustosa a ello. En esa reunión virtual, la hermana Weiwei enseñó el significado de las vírgenes prudentes y de las insensatas, lo que es Cristo, si el reino de los cielos está en el cielo o en la tierra, etc. Me pareció que hablaba muy bien de estas cosas. Todas ellas eran cuestiones que yo no sabía enseñar con claridad en mis sermones, así que su enseñanza me resultó muy atractiva. Añadió: “Todos los creyentes en el Señor esperamos entrar en el reino de los cielos, pero ¿qué clase de personas pueden entrar en el reino de los cielos?”. Leyó entonces estos versículos bíblicos: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’” (Mateo 7:21-23). Explicó: “Dice el Señor que no todo creyente puede entrar al reino de los cielos. Solo pueden entrar aquellos que hagan la voluntad de Dios. ¿Y qué significa hacer la voluntad de Dios? Muchos creen que, siempre que trabajen más en el ministerio, lean la Biblia, oren y hagan muchas buenas acciones, están haciendo la voluntad de Dios y que, al regreso del Señor, entrarán en el reino. ¿Es una idea correcta? ¿Concuerda con la voluntad de Dios? Los fariseos del judaísmo tenían muchas buenas conductas, pero cuando el Señor Jesús llegó y expresó tanta verdad, no lo reconocieron, se resistieron a Él y lo condenaron frenéticamente, incluso crucificaron al Señor Jesús y, finalmente, se volvieron malhechores. Con esto vemos que hacer la voluntad del Padre no es solamente, como imaginamos, predicar el evangelio, leer la Biblia, orar y hacer buenas acciones. Este es solo un aspecto de lo que debe hacer un cristiano. ¿Y qué significa exactamente hacer la voluntad del Padre? Según la Biblia, ‘Seréis, pues, santos porque yo soy santo’ (Levítico 11:45). ‘Sin santidad, ningún hombre contemplará al Señor’ (Hebreos 12:14). Con esto vemos que lo que Dios exige a la gente es que alcance la santidad y se libre de pecado; es decir, que sea capaz de obedecer a Dios, que escuche Sus palabras, que deje de pecar y de resistirse a Él, que no lo traicione más y que, incluso cuando la obra de Dios sea incompatible con las nociones humanas, sepa obedecerla y aceptarla. Esta es la única clase de persona que hace la voluntad de Dios y que perdurará en el reino de Dios. Aunque creemos en el Señor y renunciamos y nos esforzamos por Él, solemos mentir y pecar, a menudo hay celos y disputas entre colaboradores y, ante los desastres y enfermedades, es posible que, aun así, nos quejemos de Dios, lo juzguemos y hasta lo traicionemos. ¿Esto supone realmente hacer la voluntad de Dios?”. Tras su enseñanza, de pronto desperté: hacer la voluntad de Dios no depende de lo aparentemente ocupados que estemos, sino de si escuchamos las palabras de Dios, lo obedecemos y dejamos de pecar y de resistirnos a Él, o no. Pero aún solemos pecar, vivimos en un estado de pecar de día y confesar de noche, no nos hemos librado de pecado, no sabemos practicar la palabra de Dios y, cuando sucede algo desfavorable, le guardamos rencor al Señor y nos quejamos de Él. ¿Cómo podemos decir que hacemos la voluntad de Dios?
Luego, en cada reunión, la hermana Weiwei compartía unas palabras conmigo. Estas palabras me parecían buenas, naturales y muy claras. Poco a poco empezaron a encantarme estas reuniones, y siempre esperaba con ansia la siguiente. Este fue el momento en que descubrí que los sermones que yo predicaba antaño, así como los de muchos pastores, eran meras palabras de doctrina con las que alentábamos a la gente. Honestamente, no comprendíamos para nada ni a Dios ni la verdad. Pero cuando me reunía en línea con los hermanos y hermanas y escuchaba sus enseñanzas, sentía muy hondamente que estaba recibiendo provisión, además de libertad y liberación. Podía hacer preguntas si no entendía la Escritura o no sabía alguna cosa, y allí siempre hallaba respuestas. Nunca había aprendido tanto en las reuniones de mi iglesia.
En una reunión, la hermana Weiwei envió un pasaje para que yo lo leyera. “Una vez se me conoció como Jehová. También se me llamó el Mesías, y las personas me llamaron una vez Jesús el Salvador con amor y aprecio. Hoy, sin embargo, ya no soy el Jehová o el Jesús que las personas conocieron en tiempos pasados; Yo soy el Dios que ha regresado en los últimos días, el que pondrá fin a la era. Soy el Dios mismo que surge del extremo de la tierra, repleto de todo Mi carácter y lleno de autoridad, honor y gloria. Las personas nunca se han relacionado conmigo, nunca me han conocido y siempre han sido ignorantes de Mi carácter. Desde la creación del mundo hasta hoy, ni una sola persona me ha visto. Este es el Dios que se le aparece al hombre en los últimos días, pero que está oculto entre los hombres. Él mora entre los hombres, verdadero y real, como el sol ardiente y la llama abrasadora, lleno de poder y rebosante de autoridad. No hay una sola persona o cosa que no será juzgada por Mis palabras y ni una sola persona o cosa que no será purificada por el fuego ardiente. Finalmente, todas las naciones serán bendecidas debido a Mis palabras y también serán hechas pedazos debido a ellas. De esta forma, todas las personas durante los últimos días verán que Yo soy el Salvador que ha regresado, y que Yo soy el Dios Todopoderoso que conquista a toda la humanidad. Y todos verán que una vez fui la ofrenda por el pecado para el hombre, pero que en los últimos días también me convierto en las llamas del sol que incineran todas las cosas, así como el Sol de la justicia que revela todas las cosas. Esta es Mi obra en los últimos días. Tomé este nombre y soy poseedor de este carácter para que todas las personas puedan ver que Yo soy un Dios justo, el sol ardiente, la llama abrasadora, y que todos puedan adorarme, al único Dios verdadero, y para que puedan ver Mi verdadero rostro: no soy solo el Dios de los israelitas ni soy solo el Redentor, soy el Dios de todas las criaturas en todos los cielos, la tierra y los mares” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El Salvador ya ha regresado sobre una “nube blanca”). Una vez que leí este pasaje, la hermana Weiwei me preguntó: “¿Quién crees que dijo esto?”. Me lo volví a leer rápidamente para mis adentros. Notaba que estas palabras tenían autoridad y poder, y en las palabras “Yo soy el Dios Todopoderoso que conquista a toda la humanidad” percibí la majestad de Dios. Estaba segura de que Dios había pronunciado estas palabras porque ningún ser humano podría decir cosas así. Ningún famoso, gran hombre o líder religioso podría decir unas palabras así. Contesté a la hermana Weiwei: “Evidentemente, lo dijo Dios, pues solo el propio Dios sabe lo que va a hacer Dios y nadie se atrevería a decir: ‘Una vez se me conoció como Jehová. También se me llamó el Mesías, y las personas me llamaron una vez Jesús el Salvador con amor y aprecio’”. Tras mi respuesta, exclamó emocionada: “¡Amén! ¡Esta es la voz de Dios! Dios bendice a aquellos capaces de reconocer Sus palabras”. Como nunca había leído estas palabras en la Biblia, tenía curiosidad acerca de su procedencia. Fue entonces cuando ella me contó que el Señor Jesús había regresado como Dios Todopoderoso, el Salvador; que Dios Todopoderoso ya había abierto el rollo y roto los siete sellos, que estas palabras eran del rollo y que son la verdad expresada por Dios en los últimos días. Emocionadísima al oír esto, pensé: “¿El rollo ha sido abierto? Entonces, ¡he de darme prisa en leer la palabra de Dios!”. Ella continuó con su enseñanza: “El Señor Jesús vuelve en los últimos días. Aparece y obra bajo el nombre de ‘Dios Todopoderoso’. Ha expresado muchas verdades y realiza la obra del juicio, que comienza por la casa de Dios y es la obra de la purificación y salvación completas de la gente. Solo si aceptamos el juicio de la palabra de Dios podemos despojarnos de pecado y corrupción y purificarnos, ser salvados y entrar en el reino de los cielos. El nuevo nombre de Dios en los últimos días, Dios Todopoderoso, cumple la profecía del Apocalipsis: ‘Yo soy el Alfa y la Omega […] el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso’ (Apocalipsis 1:8). ‘¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina’ (Apocalipsis 19:6). Jehová, Jesús y Dios Todopoderoso son los nombres de Dios. Aunque Dios tenga un nombre distinto en cada era, Él es un solo Dios y un solo Espíritu”. Fue después de oír su enseñanza cuando me di cuenta de que el nuevo nombre de Dios en los últimos días fue profetizado hace mucho en el Apocalipsis, pero yo no me había percatado. Solo sabía que Dios era todopoderoso por naturaleza. Nunca se me ocurrió que “Dios Todopoderoso” fuera el nombre utilizado por Dios a Su regreso en los últimos días. Estaba muy feliz y emocionada. ¡Resultó que Dios ha vuelto y es Dios Todopoderoso! Añadió: “Dios Todopoderoso apareció y comenzó a obrar en 1991, hace 30 años. Dios Todopoderoso expresó muchas verdades y millones de palabras, todas ellas colgadas públicamente en internet. Sus palabras ya se han extendido de Oriente a Occidente, a muchos países del mundo. Cada vez más gente oye la voz de Dios y acepta la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Esto cumple plenamente la profecía del Señor Jesús: ‘Porque así como el relámpago sale del oriente y resplandece hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre’ (Mateo 24:27)”. Esto me sorprendió mucho. Resultaba que el Relámpago Oriental era la aparición y obra de Dios. Hace unos años leí en el periódico que el Relámpago Oriental daba testimonio del regreso del Señor. No obstante, por entoces veía que la mayoría de los pastores y ancianos lo condenaba y no dejaba que los creyentes escucharan su prédica, por lo que yo creí que no era el camino verdadero, no busqué ni investigué y, ciertamente, no leí la palabra de Dios Todopoderoso. Jamás imaginé que Dios Todopoderoso fuera el regreso del Señor Jesús y que llevara 30 años apareciendo y obrando. Algo nerviosa, me sentía demasiado rezagada, por lo que quería leer más la palabra de Dios. Con el tiempo, gracias a las reuniones y a compartir la palabra de Dios con mi hermana, llegué a entender mejor por qué tiene que venir encarnado Dios para obrar en los últimos días, que Dios realiza la obra del juicio con Sus palabras, que debemos experimentar el juicio para ser purificados y entrar en el reino de los cielos, etc. Dios Todopoderoso ha revelado todos estos misterios y expresado muchísima verdad, lo que cumple la profecía del Señor Jesús: “Cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Estaba cada vez más segura de que Dios Todopoderoso era la segunda venida del Señor Jesús. Después me envió un libro de las palabras de Dios. Leía la palabra de Dios cada día y hallaba provisión espiritual.
Luego iba a casi todas las reuniones que podía, pero, como aún asistía a los servicios de mi iglesia, los horarios de reunión solían coincidir. Pensaba: “¿Debería irme de mi iglesia?”. Sin embargo, hacía 18 años que era anciana. Cada mandato duraba cuatro años y todavía faltaba más de un año para que acabara el mío. ¿Qué opinarían mis hermanos y hermanas de mí si me iba de la iglesia en mitad de mi mandato? ¿Creerían que me iba tan tranquila y sin lealtad hacia el Señor? No obstante, luego pensaba que, si el Señor había vuelto, ¿debía permanecer en la religión? Sabía muy bien que lo que decían los pastores en el púlpito ya no podía proveer a los creyentes. Hablaban una y otra vez de las señales y los prodigios del Señor Jesús y solían comentar cómo imitar al Señor, amar al prójimo como a ti mismo, ser paciente, etc. Los pastores llevaban décadas predicando estas manidas palabras de doctrina de siempre. Eran obsoletas y pobres, y yo tampoco sabía proveer a mis hermanos y hermanas. Sabía muy bien que el mundo religioso ya estaba desolado. Por entonces estaba muy confundida, así que oraba a Dios: “Dios mío, quiero irme de la iglesia, pero aún tengo algunas inquietudes y me preocupa que mis hermanos y hermanas chismorreen de mí. ¿Qué hago, Dios mío? Te pido que me guíes”. Al orar recordé lo que manifiesta la Biblia: “He aquí vienen días, […] en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová” (Amós 8:11). “Y además os retuve la lluvia cuando aún faltaban tres meses para la siega; hice llover sobre una ciudad y sobre otra ciudad no hice llover; sobre una parte llovía, y la parte donde no llovía, se secó” (Amós 4:7). Me acordé de los siete años de hambruna de Israel, cuando no había comida y todos los hermanos de José fueron a Egipto a pedírsela. Ahora, el mundo religioso entero padecía hambruna y carecía de la obra del Espíritu Santo, pero lo que yo comía y bebía en la Iglesia de Dios Todopoderoso eran las palabras actuales de Dios, lo que recibía era auténtica luz y, evidentemente, me guiaba el Espíritu Santo. Si no podía ir al compás, me descartaría la obra del Espíritu Santo. Ya había encontrado la iglesia que tenía la obra del Espíritu Santo, había oído la voz de Dios y había recibido al Señor, por lo que no debía seguir en la desolación de la religión. Posteriormente, mientras la iglesia no me ordenara trabajar, no iba a ella, pero, al ser anciana, de vez en cuando iba al culto.
Un día, seis meses después, miré una obra de teatro en internet, Una decisión prudente. La historia me conmovió hondamente. El protagonista, Li Mingzhi, pertenecía al gobierno municipal. Tras aceptar la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, comprendió algo de la verdad. Reflexionó sobre sus años al servicio del PCCh y cómo lo había obedecido para hacer el mal. Se dio cuenta de que iba por el camino a la perdición y tuvo claro que solo podría alcanzar la verdad y la vida siguiendo a Cristo y esforzándose por Dios. Oró a Dios para decirle que estaba decidido a dejar el trabajo y a dedicarse a Él. Cuando se enteró su esposa, se opuso enérgicamente, y luego su familia trató de obligarlo a dejar de creer en Dios. Asediado por su familia entera, no cedió, discutió con ellos y, al final, dejó decididamente su empleo y optó por seguir a Dios. Entonces pensé en mí. Si permanecía en la religión y no seguía a Dios de todo corazón, jamás alcanzaría la verdad y Dios me descartaría. Además, gracias a las enseñanzas de la verdad, tenía cada vez más clara la realidad de la resistencia del mundo religioso hacia Dios. Sentía que Dios me guiaba y que ya era hora de que dejara la religión.
Tras aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, recordé que, hace unos años, la obra de Dios de los últimos días se extendió a Taiwán. En esa época se publicaron en los periódicos las palabras de Dios Todopoderoso, pero los círculos religiosos de Taiwán declararon un boicot conjunto al Relámpago Oriental, una declaración firmada por muchos pastores. Hacía mucho que estos pastores sabían que había vuelto el Señor, pero no buscaban ni investigaban, ni tampoco contaban a sus creyentes la noticia del regreso del Señor. Se unieron, además, para resistirse a Dios e impedir la difusión del evangelio del reino de Dios en Taiwán. Esto me recordó a los sumos sacerdotes, escribas y fariseos de hace 2000 años. Veían con claridad que las palabras y la obra del Señor Jesús tenían autoridad y poder, pero no admitían que el Señor Jesús era el Mesías porque les preocupaba que todos los creyentes siguieran al Señor Jesús y ellos perdieran su estatus y sus rentas. Por eso se inventaron falsos juicios y condenaron al Señor Jesús. Es igual en el mundo religioso actual. Los pastores temen que, si todo el mundo cree en Dios Todopoderoso y no va a la iglesia, nadie hará ofrendas y ellos no recibirán un salario, con lo que, para mantener su estatus y sus rentas, condenaron y se resistieron conjuntamente a la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Esto me hizo recordar lo que manifestó el Señor Jesús al maldecir a los fariseos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que están entrando. […] ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros” (Mateo 23:13-15). Estos pastores del mundo religioso tienen claro que el Señor ha regresado y expresado mucha verdad, pero no investigan, y engañan y prohíben a otros investigar la nueva obra de Dios e impiden que los creyentes reciban al Señor. ¡Qué detestables son estos líderes religiosos! No son gente que siga sinceramente al Señor; son los fariseos contemporáneos.
En una reunión leí estas palabras de Dios Todopoderoso: “Hay algunos que leen la Biblia en grandes iglesias y la recitan todo el día, pero ninguno de ellos entiende el propósito de la obra de Dios. Ninguno de ellos es capaz de conocer a Dios y mucho menos es conforme a la voluntad de Dios. Son todos personas inútiles y viles, que se ponen en alto para enseñar a Dios. Se oponen deliberadamente a Él mientras llevan Su estandarte. Afirman tener fe en Dios, pero aun así comen la carne y beben la sangre del hombre. Todas esas personas son diablos que devoran el alma del hombre, demonios jefes que estorban deliberadamente a aquellos que tratan de entrar en la senda correcta y obstáculos en el camino de quienes buscan a Dios. Pueden parecer de ‘buena constitución’, pero ¿cómo van a saber sus seguidores que no son más que anticristos que llevan a la gente a levantarse contra Dios? ¿Cómo van a saber sus seguidores que son diablos vivientes dedicados a devorar a las almas humanas?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Todas las personas que no conocen a Dios son las que se oponen a Él). Al meditar la palabra de Dios, me percaté de que a los pastores del mundo religioso se les paga con las ofrendas de los hermanos y hermanas a Dios, pero impiden que la gente se vuelva hacia Dios, con lo que malogran la oportunidad de aquella de recibir al Señor y de entrar en el reino de los cielos. ¿No son meros diablos que devoran el alma de la gente? También reflexioné que, por la pandemia, las iglesias suspendieron todos los servicios. En una reunión, los pastores debatieron si poner en venta los productos agrícolas de los hermanos y hermanas fuera de nuestra oficina del comité, con el fin de aumentar las rentas de los creyentes. De ese modo, los hermanos y hermanas podrían continuar con el diezmo. Me enojé mucho cuando me enteré y me opuse firmemente. Les dije: “A los pastores debe importarles la vida de la gente. ¿Cómo les puede preocupar solamente el dinero?”. El secretario general me respondió: “Cuando la iglesia suspende reuniones, disminuyen las ofrendas de los hermanos y hermanas, lo que reduce notablemente las rentas de la iglesia”. Vi que a los pastores solo les importaban su salario y sus rentas, no el hecho de regar a los hermanos y hermanas y de fortalecer su fe. Ellos eran los fariseos hipócritas de los que habló el Señor Jesús. Codiciaban los sacrificios ofrecidos a Dios por los hermanos y hermanas. No les importaba la vida de sus creyentes, impedían que la gente recibiera al Señor y trataban de controlarla con firmeza. Vi con más claridad la verdad sobre los pastores. Estos pastores religiosos no eran sino unos anticristos que negaban y se resistían a Dios. Tras muchos años de fe en el Señor, por fin discerní cómo eran. Por fin desperté. Di gracias a Dios por Su misericordia y por darme la oportunidad de oír Su voz y de aceptar Su obra en los últimos días. Si no, al igual que los pastores, haría el mal y me resistiría a Dios, y perdería la ocasión de salvarme.
Luego miré una lectura en video de la palabra de Dios Todopoderoso. “En este preciso momento, ¿entendéis realmente qué es la fe en la religión y qué es la fe en Dios? ¿Hay alguna diferencia entre la fe en la religión y la fe en Dios? ¿Dónde radica tal diferencia? ¿Habéis comprendido estas cuestiones? ¿Cómo suelen ser los creyentes en la religión? ¿En qué se centran? ¿Cómo se puede definir la fe en la religión? Cuando las personas creen en la religión, reconocen que existe un Dios e implementan ciertos cambios en su comportamiento; no golpean ni insultan a nadie, no hacen cosas malas que perjudiquen a la gente y no cometen diversos delitos o infringen la ley. Los domingos se congregan. Así es alguien que cree en la religión. Por lo tanto, comportarse bien y asistir a menudo a las reuniones es una prueba de que alguien cree en la religión. Cuando alguien cree en la religión, reconoce que existe un Dios, y piensa que creer en Él conlleva ser una buena persona; mientras no peque o haga cosas malas, irá al cielo después de morir, tendrá un buen final. Su fe les proporciona sustento espiritual. Por tanto, creer en la religión también puede definirse de la siguiente manera: creer en la religión es reconocer, en tu corazón, que existe un Dios, confiar en que después de morir irás al cielo, significa tener una muleta emocional en tu corazón, así como cambiar en algo tu comportamiento; ser bueno, y nada más. En cuanto a si el Dios en el que creen existe o no, qué está haciendo ahora ese Dios y qué requiere de ellos, de eso no tienen ni idea, infieren e imaginan todo esto basándose en las doctrinas de la Biblia. Esta es la creencia en la religión. La fe en la religión es principalmente la búsqueda de cambios de comportamiento y sustento espiritual. Pero la senda que estas personas recorren —la senda de la búsqueda de bendiciones— no ha cambiado. No se ha producido ninguna alteración en sus opiniones, nociones e imaginaciones erróneas sobre la fe en Dios. La base de su existencia, y los objetivos y la dirección de la vida que buscan son cosas erróneas alineadas con la cultura tradicional, y no han cambiado en absoluto. Tal es el estado de todos los que creen en la religión. Entonces, ¿qué es la fe en Dios? ¿Cuál es la definición de la fe en Dios? (La confianza en Su soberanía). Se trata de la confianza en la existencia de Dios y en Su soberanía, que es lo más fundamental. Creer en Dios es escuchar las palabras de Dios, existir, vivir, cumplir con el deber y participar en todas las actividades de la humanidad normal como piden las palabras de Dios. La implicación es que creer en Dios es seguirlo, hacer lo que Él pide, vivir como Él lo exige; creer en Dios es seguir Su senda. ¿Acaso no son los objetivos y la dirección de la vida de las personas que creen en Dios completamente diferentes de los de las personas que creen en la religión? ¿Qué implica la creencia en Dios? […] La fe en Dios debe regirse según Sus palabras y lo que Dios pide, la gente debe practicar según lo que Él exige; solo esta es la verdadera fe en Dios, es llegar a la raíz del asunto. Practicar la verdad, seguir las palabras de Dios y vivir según Sus palabras: esta es la senda correcta de la vida humana; la fe en Dios se relaciona con la senda de la vida humana. La fe en Dios tiene que ver con muchas verdades, y los seguidores de Dios deben entender estas verdades; ¿cómo pueden seguir a Dios si no las entienden y aceptan? Las personas que creen en la religión se limitan a reconocer que existe un Dios y confían en que existe, pero no comprenden estas verdades ni las aceptan, por lo que tales personas no son seguidores de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. No es posible salvarse por la fe en la religión ni por participar en ceremonias religiosas). ¡Muy ciertas las palabras de Dios! Me acordé de cuando estaba dentro de la religión, sin la obra del Espíritu Santo y sin la provisión de las palabras actuales de Dios. Solo sabía observar preceptos y ritos religiosos y, aparentemente, hacer algunas buenas acciones. Cuando veía negativo a algún hermano o hermana, lo sustentaba. A menudo les imponía las manos y oraba, participaba activamente en el ministerio y creía que eso era conforme a la voluntad de Dios. Hasta que no leí las palabras de Dios, no supe que creía en la religión, no en Dios. Estas eran buenas acciones visibles nada más, pero ni suponían practicar las palabras de Dios y obedecerlo ni iban a transformar mi carácter. Nuestro esfuerzo y nuestro trabajo son simples espejismos y no concuerdan con la voluntad de Dios. También recordé que solía decirles a mis hermanos y hermanas que buscaran y se esforzaran por el Señor; que, cuando entraran en el cielo, dirigirían cinco o diez ciudades. Ahora, después de leer la palabra de Dios, mi prédica me parecía absurda y poco realista. Ninguno habíamos experimentado el juicio de Dios en los últimos días, no se había purificado nuestro carácter corrupto y no éramos en absoluto aptos para entrar al reino de Dios. En la fe en Dios no basta con las buenas acciones visibles. La clave es experimentar la obra y las palabras de Dios, lograr transformar el carácter y obedecer y adorar a Dios. Esto concuerda con Su voluntad. Comprobé que, antes, mi fe en el Señor dentro de la religión era tan solo una fe confusa, no algo que elogiara Dios. De seguir creyendo en Dios y reuniéndome en el marco de la religión, jamás alcanzaría la verdad, pero luego pensé que tenía mi trabajo como anciana, así que aún tenía que ir a la iglesia. Si abandonaba la iglesia, seguro que me harían de lado, me despreciarían, me faltarían al respeto y me considerarían infiel al Señor. Al pensarlo, dudé. También pensé contarles que había recibido al Señor y aceptado a Dios Todopoderoso, pero sabía que, en cuanto se lo dijera, el pastor y los demás colaboradores me perseguirían y pondrían trabas. Estaba muy indecisa. Sabía que, tarde o temprano, dejaría la religión, pero no cómo presentarles mi renuncia. Con frecuencia oraba y consultaba a Dios al respecto.
Más adelante leí un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso: “Dios busca a aquellos que anhelan que Él aparezca. Busca a aquellos que son capaces de oír Sus palabras, los que no han olvidado Su comisión y le ofrecen su corazón y su cuerpo. Él busca a aquellos que son obedientes como bebés ante Él y que no se le resisten. Si te dedicas a Dios, sin impedimento de ningún poder o fuerza, entonces Dios te mirará con buenos ojos y te concederá Sus bendiciones. Si tienes una posición alta, una reputación honorable, si posees un conocimiento abundante, si tienes muchas propiedades y muchas personas te apoyan, pero estas cosas no te impiden venir ante Dios para aceptar Su llamamiento y Su comisión, para hacer lo que te Él pide, entonces todo lo que haces será la causa más significativa de la tierra y el proyecto más justo de la humanidad. Si rechazas la llamada de Dios por causa de tu estatus o de tus propios objetivos, todo lo que hagas será maldito y será incluso detestado por Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el destino de toda la humanidad). Con la palabra de Dios entendí que dudé varias veces si dejar la iglesia porque no era capaz de renunciar al puesto de anciana. Gracias a mi estatus, mis hermanos y hermanas me admiraban y respetaban. Me trataban distinto y siempre pensaban en mí cuando había algo de provecho. Me preocupaba perder todo eso cuando me fuera de la iglesia. Anhelaba el estatus y codiciaba sus beneficios. Esta no era la senda adecuada y desagradaba a Dios. Tuve claro que tenía que librarme de las cadenas del estatus. Si no cambiaba las cosas, iría por la senda de resistencia a Dios. Ese no era el resultado que quería. No podía seguir preocupada por la estima de mis hermanos y hermanas. Daba igual si los demás me tenían en alta estima o no. Lo importante era si podía recibir el visto bueno de Dios. Tenía que ser leal a Dios, no al estatus. Con esto presente, mi determinación de abandonar la iglesia fue mayor.
Un día fui a la iglesia como de costumbre y, tras el servicio dominical, les conté a todos que iba a dejar mi trabajo como anciana. Todos se sorprendieron al enterarse e intentaron convencerme de que me quedara. Luego me llamaron algunos pastores y me dijeron que ser anciana era un pacto con Dios que no podía romper. Pensé: “El Señor ha vuelto, ha expresado muchas verdades y ha realizado una nueva obra. ¿Tengo que mantener igualmente este pacto y no recibir al Señor?”. Recordé que los sumos sacerdotes, escribas y fariseos servían a Dios en el templo todo el año, pero, cuando el Señor Jesús vino a obrar, condenaron al Señor Jesús, se resistieron a Él y lo crucificaron. ¿Esto es lealtad a Dios? No eran gente leal a Dios en absoluto. Se resistían a Dios. En la actualidad, el Señor Jesús había vuelto y expresado nuevas palabras. Si mantenía este presunto “pacto”, me quedaba en la iglesia y no iba al compás de las palabras y la obra actuales de Dios, ¡no era leal a Dios! Me acordé de que el Señor Jesús afirmó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen” (Juan 10:27). Las ovejas de Dios deben escuchar Sus palabras y seguirlo sin dudar. Así pues, por más que trataron de convencerme los pastores, no vacilé. Le estoy muy agradecida a Dios por sacarme de la religión, por dejarme comer y beber de Sus palabras prácticas y por concederme la obra del Espíritu Santo, gracias a lo cual pude experimentar una tranquilidad y una liberación sin precedentes. Sin mi estatus de anciana, ya no pronunciaba palabras de doctrina pobres y vacías desde el púlpito. En cambio, me concentraba en dotarme de la palabra de Dios Todopoderoso y todos los días me parecían plenos y gozosos.
Pronto se corrió la voz de que me había ido de la iglesia. Dos meses después, me enteré de que una hermana había publicado un video de la Iglesia de Dios Todopoderoso en un grupo de internet, por lo que los pastores habían comenzado a cerrar la iglesia y comunicaron en un mensaje que, como una persona la había abandonado, la iglesia debía tomar precauciones respecto al Relámpago Oriental. Esta noticia me entristeció y me dieron pena los pastores, pero estaba más segura que nunca de que a la mayoría de los pastores del mundo religioso no les gusta la verdad. Por naturaleza, están hartos de la verdad y la detestan. Creen conocer la verdad y a Dios, pero en realidad son ciegos que llevan a otros ciegos al abismo. Aún hay muchas ovejas de Dios vagando por ahí sin recibir el regreso del Señor. Tenía que predicarles el evangelio del reino, cumplir mis responsabilidades y retribuir el amor de Dios. Así, me puse a predicar el evangelio de Dios de los últimos días y comprobé que aquellos que creen sinceramente en Dios están volviendo a Él uno detrás de otro, lo que me alegra y emociona mucho. Además, cada día me parece pleno y lleno de sentido. Agradezco a Dios que me sacara de la religión, me dejara seguir Sus huellas y me permitiera experimentar Su obra en los últimos días. Me siento realmente bendecida por ello.