La lucha por ser una persona honesta
Por Wei Zhong, China Hace unos años abrí una tienda de reparación de electrodomésticos. Quería ser un empresario honesto y simplemente...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Desde pequeña, mis padres me enseñaron a ser razonable y amable con los demás, a entender las dificultades de otros y a no buscar problemas por nimiedades. Decían que eso es lo que hace que alguien sea una buena persona, y que así ganaría el respeto y la estima de los demás. Yo también creía que ser así era bueno, y solía recordarme ser considerada y amable. Nunca tenía conflicto con mi familia ni con los demás aldeanos, y me preocupaba mucho dar una buena impresión. Mis vecinos solían elogiarme, decían que tenía buena humanidad, que era considerada y que no peleaba con nadie cuando me ofendían. Este tipo de elogios me hacía muy feliz. Pensaba que, como persona, debía ser así de amigable y debía ser comprensiva incluso cuando alguien se equivocaba. Estaba segura de que ese era el estándar para ser una buena persona. Tras hacerme creyente, seguí haciendo así las cosas.
Luego, en noviembre de 2021, me eligieron diaconisa de la iglesia y empecé a difundir el evangelio con algunos hermanos y hermanas más. Uno de ellos, Kevin, venía de la misma aldea que yo. Tenía cierta aptitud, su enseñanza era bastante clara cuando compartía el evangelio, y era capaz de usar ejemplos para explicar las cosas, para ayudar a entender a quienes estudiaban el camino verdadero. Pero descubrí que era bastante arrogante y que no aceptaba las sugerencias de los demás. Además, muchas veces no seguía los principios en su deber. En vez de exaltar a Dios y dar testimonio de Él en su evangelización, hablaba mucho de a cuántas personas había convertido. También decía que a todos los hermanos y hermanas les gustaba escucharlo predicar y lo adulaban mucho. Una vez, alguien que estudiaba el camino verdadero lo elogió por tener aptitud y por predicar bien. Me di cuenta de que Kevin se exaltaba a sí mismo y alardeaba bastante, y que, al compartir el evangelio, no se concentraba en dar testimonio de la obra de Dios de los últimos días ni en corregir las nociones religiosas de la gente. Quería mencionárselo a Kevin, pero tras pensarlo un poco, decidí esperar más. Quería que él supiera que yo era una persona amable y razonable, que no llamaba la atención por cada pequeño detalle que veía. Pensé que debía alentarlo y ayudarlo más. Después, la líder solía enviar a nuestro grupo principios relevantes para compartir el evangelio y yo, indirectamente, hablaba un poco sobre temas que se relacionaban con la conducta de Kevin. Esperaba que él llegara a ver sus problemas a través de esas charlas. Pero pasó el tiempo y él no cambiaba de actitud. Otra vez quise mencionarle sus problemas, pero luego pensé que como él era bastante arrogante, tal vez no aceptara mi consejo. Temía que pensara que yo no era razonable ni amable, y que eso le diera una mala impresión de mí. Si llegábamos a un punto muerto en nuestra relación y no podíamos trabajar bien juntos, mi imagen de buena persona quedaría arruinada. Ante este pensamiento, me tragué mis palabras. En ese momento me sentí un poco mal, por lo que oré a Dios y le pedí fortaleza para practicar la verdad. Después, Kevin, otros hermanos, hermanas y yo fuimos a una aldea a compartir el evangelio. Noté que Kevin aún alardeaba al enseñar, decía que no le importaba el dinero y que pagaba un precio por Dios. No se concentraba en compartir la verdad. En el camino a casa, junté coraje y le dije: “No entraste en los principios en tu prédica y en tu testimonio de Dios. Debes concentrarte en compartir la verdad a los potenciales destinatarios del evangelio, en llevarlos ante Dios…”. Antes de que yo pudiera terminar, me respondió: “Mi enseñanza no tiene nada de malo. Estás pensando mucho las cosas”. Tenía miedo de herir su orgullo si decía algo más, y de dañar nuestra relación. También me preocupaba que él pensara mal de mí, por lo que no dije nada más. Sentí que eso había sido suficiente, que él de a poco llegaría a verse a sí mismo. Después descubrí que aunque siempre estábamos ocupados, no conseguíamos buenos resultados en nuestro trabajo evangelizador. Algunos de la aldea que habían estado estudiando el camino verdadero habían escuchado las enseñanzas de Kevin, pero aún no comprendían. Además, los rumores los afectaban, tenían nociones y ya no querían estudiar más la obra de Dios. También había otros que de verdad admiraban a Kevin y solo querían escuchar su enseñanza, y la de nadie más. Ver esto me incomodó mucho y me sentí bastante culpable. Esos problemas tenían mucho que ver con el propio Kevin. Si yo hubiera mencionado sus problemas antes, él podría haberlos visto y haber cambiado, y nuestra evangelización no habría sufrido contratiempos. Pero después, cuando de verdad quise mencionarlo, me preocupó otra vez que pudiera dañar nuestra relación, y me sentí en conflicto. Pensé que podía hablar con la líder y pedirle que ella hablara con él, así no se afectaría nuestra cooperación en el deber, y aún podríamos llevarnos bien. Así pues, hablé con la líder sobre lo que pasaba con Kevin. Ella halló algunas palabras de Dios relevantes y nos hizo entrar en ellas juntos, y pareció que Kevin cambiaba un poco. Por eso, lo dejé pasar.
Una vez, le mencioné el asunto a otra hermana que señaló que yo siempre protegía mi relación con los demás y que eso era señal de ser complaciente. Pensaba que no había forma de que yo fuera complaciente; los complacientes son falsos. Yo nunca había hecho nada falso, ¿cómo podía ser alguien así? En ese momento, no quise aceptar sus comentarios, pero también sabía que yo tenía una lección que aprender de lo que ella había dicho. Oré a Dios y le pedí que me guiara para conocerme. Después leí las palabras de Dios: “La conducta de las personas y sus formas de lidiar con el mundo deben estar basadas en las palabras de Dios; este es el principio más básico para la conducta humana. ¿Cómo pueden las personas practicar la verdad si no entienden los principios de la conducta humana? Practicar la verdad no consiste en decir palabras vacías ni gritar consignas. Más bien consiste en cómo, independientemente de lo que la gente encuentre en la vida, siempre que tenga que ver con los principios de la conducta humana, sus perspectivas sobre las cosas, o el cumplimiento de sus deberes, se enfrenta a una elección y debe buscar la verdad, encontrar un fundamento y principios en las palabras de Dios, y luego debe encontrar una senda de práctica. Aquellos capaces de practicar de este modo son personas que persiguen la verdad. Ser capaz de perseguir la verdad de este modo, por muy grandes que sean las dificultades que uno encuentre, es recorrer la senda de Pedro, la senda de búsqueda de la verdad. Por ejemplo: ¿Qué principio debe seguirse a la hora de relacionarse con los demás? Tal vez tu perspectiva original sea que ‘La armonía es un tesoro y la paciencia, una virtud’, que debes mantenerte en una posición en la que agrades a todos, evitar que los demás queden mal y no ofender a nadie, con lo que logras tener buenas relaciones con ellos. Constreñido por esta perspectiva, guardas silencio cuando presencias que otros hacen cosas malas o vulneran los principios. Preferirías que la obra de la iglesia sufriera pérdidas antes que ofender a nadie. Tratas de estar del lado de todos, sin importar quiénes sean. Tan solo piensas en los sentimientos humanos y en guardar las apariencias cuando hablas, y siempre pronuncias palabras que suenan bien para complacer a los demás. Incluso si descubres que otros tienen problemas, optas por tolerarlos y te limitas a hablar sobre ellos a sus espaldas, pero a la cara respetas la paz y mantienes la relación. ¿Qué opinión te merece tal conducta? ¿Acaso no corresponde a la de una persona complaciente? ¿No es muy poco fiable? Vulnera los principios de la conducta humana. ¿No es una bajeza comportarse de esa forma? Quienes actúan así no son buenas personas, esa no es una manera noble de comportarse. Da igual lo mucho que hayas sufrido y cuántos precios hayas pagado, si te comportas sin principios, entonces habrás fracasado a este respecto, y tu conducta no será reconocida, recordada ni aceptada ante Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para cumplir bien con el deber, al menos se ha de tener conciencia y razón). Hice introspección a la luz de las palabras de Dios. Sentía que no era complaciente, pero ¿cómo actuaba en realidad? En esa época, había visto que Kevin alardeaba mucho en su evangelización. Yo debería haber señalado ese problema para ayudarlo a conocerse y a cumplir su deber según los principios, pero temía que ser directa dañara nuestra relación. Siempre tenía en cuenta sus sentimientos y no me animaba a decir nada demasiado directo. Incluso quería alentarlo más para darle la impresión de que yo era una buena persona y que él me tuviera en alta estima. Pero, en realidad, yo sabía que al cooperar con hermanos y hermanas en un deber, si notamos problemas, debemos señalárnoslos, compensar nuestras debilidades mutuas y proteger la obra de la iglesia. Yo hacía lo incorrecto a sabiendas y no practicaba la verdad. Como resultado, Kevin no reconoció sus propios problemas. Seguía alardeando mientras compartía el evangelio y no prestaba atención a compartir la verdad. Eso significaba que no se corregían las nociones religiosas de quienes estudiaban el camino verdadero, y algunos, al ser perturbados, dejaron de asistir a las reuniones. Vi el impacto de nuestro trabajo y me sentí bastante culpable, pero temía que Kevin se pusiera en mi contra si era directa, y que eso pudiera dañar nuestra relación. Por eso, con engaño, hice que una líder de iglesia hablara con él así yo no tenía que ofenderlo. Vi que intentaba proteger las relaciones con otros y congraciarme con ellos en mi deber, que no protegía para nada los intereses de la iglesia y que no tenía sentido de la rectitud, que no seguía ni remotamente los principios. No era alguien que practicara la verdad en absoluto. ¿No es precisamente así como actúa una persona complaciente? Después de eso, leí un pasaje de las palabras de Dios que pone en evidencia a los anticristos: “Según las apariencias, las palabras del anticristo parecen especialmente amables, cultas y distinguidas. Más allá de quién viole los principios o trastorne y perturbe el trabajo de la iglesia, el anticristo no expone ni critica a estas personas, sino que hace la vista gorda, deja que la gente piense que es magnánimo en todos los asuntos. Independientemente de las actitudes corruptas que revele la gente y de las acciones malvadas que cometan, el anticristo se muestra comprensivo y tolerante. No se enfadan o tienen estallidos de rabia, no se molestan ni culpan a la gente cuando esta hace algo mal y daña los intereses de la casa de Dios. No importa quién cometa la maldad y perturbe la obra de la iglesia, no le prestan atención, como si no tuviera nada que ver con ellos, y nunca ofenderán a la gente por este motivo. ¿Qué es lo que más les preocupa a los anticristos? Cuánta gente los tiene en alta estima y cuánta los ve sufrir y los elogia por ello. Los anticristos creen que el sufrimiento nunca debe ser por nada, sin importar la dificultad que sufran, el precio que paguen, qué buenas acciones hagan, cómo de cariñosos, considerados y amables sean con los demás, todo ello debe llevarse a cabo delante de otros, para que pueda verlo más gente. ¿Y cuál es su objetivo al actuar así? Congraciarse con las personas, hacer que más gente apruebe sus actos, su conducta y su calidad humana en el corazón, que les den el visto bueno. Existen incluso anticristos que intentan establecer una imagen de sí mismos de ‘buena persona’ mediante este buen comportamiento de cara al exterior, de tal modo que más gente acuda a ellos en busca de ayuda” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (X)). Tras leer las palabras de Dios, me sentí muy culpable, como si Él estuviera frente a mí revelando mi carácter satánico. Reflexioné que siempre intentaba ser una persona comprensiva y amable porque sentía que hacerlo haría que los demás me respetaran y elogiaran: le gustaría a la gente cercana a mí. También era así cuando cumplía mi deber con otros hermanos y hermanas. En apariencia, no había revelado los problemas de Kevin por temor a herir su orgullo y nuestra relación de siempre. Pero, de hecho, todo lo que hacía era proteger mi propio nombre y estatus. Usaba una amabilidad superficial para simular y hacerme ver bien, para ganarme el favor para que la gente pensara que era amorosa, paciente y tolerante, que era una persona buena y amable. Pero no me tomaba en serio si se resentían la obra de la iglesia o las vidas de los hermanos y hermanas. Recién entonces vi cuán huidiza y falsa era. Parecía que nunca ofendía a nadie, que era una buena persona, pero, de hecho, mis propios motivos viles estaban detrás de todas mis acciones. Vi que tenía el carácter de un anticristo, que sacrificaba los intereses de la iglesia para proteger mi imagen y mi estatus. De seguir en esa senda estaría en gran peligro; cada vez me alejaría más de Dios y ¡terminaría siendo desdeñada por Él! De verdad me desprecié a mí misma cuando me di cuenta de esto, y también me sentí muy triste. Dije una oración: “Dios mío, siempre finjo y me hago quedar bien, me concentro en dar una imagen positiva. No quiero seguir en esta senda. Deseo arrepentirme y rebelarme contra mi carácter corrupto”.
Después leí más palabras de Dios: “El estándar por el que los humanos juzgan a otros humanos se basa en su comportamiento; uno cuya conducta es buena es una persona justa y uno cuya conducta es abominable es malvado. El estándar por el que Dios juzga a los humanos se basa en si la esencia de alguien se somete a Él; uno que se somete a Dios es una persona justa y uno que no, es un enemigo y una persona malvada, independientemente de si el comportamiento de esta persona es bueno o malo, o si su discurso es correcto o incorrecto” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). “Tal vez en todos tus años de fe en Dios, nunca hayas maldecido a nadie ni cometido una mala acción, sin embargo, en tu relación con Cristo, no puedes decir la verdad, actuar honestamente ni someterte a la palabra de Cristo. En ese caso, Yo digo que tú eres la persona más siniestra y malévola del mundo. Quizás eres excepcionalmente amable y dedicado a tus parientes, tus amigos, tu esposa (o esposo), tus hijos e hijas y tus padres, y nunca te aprovechas de nadie, pero si eres incapaz de ser compatible con Cristo, si eres incapaz de relacionarte en armonía con Él, entonces, aun si gastas todo lo que tienes ayudando a tus vecinos, o si les brindas a tu padre, a tu madre y a los miembros de tu casa un cuidado meticuloso, te diría que sigues siendo una persona malvada y, más aún, lleno de trucos astutos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Quienes son incompatibles con Cristo indudablemente se oponen a Dios). Gracias a las palabras de Dios, pude ver que el estándar de la gente para medir a otros se basa en cuán bien se comporten. Aquellos que se comportan bien son buenas personas, mientras que los que se comportan mal son malas personas. Pero el estándar de Dios se basa en si siguen Su camino, y en su esencia y su actitud hacia someterse a Dios. No se basa en cuán amable es su conducta externa. Yo siempre me había considerado una buena persona, porque, desde pequeña, nunca peleé ni inicié conflictos con nadie, ya fueran familiares u otras personas. Incluso si alguien empezaba a discutir conmigo, los aplacaba para resolverlo. Mis vecinos de la aldea siempre me elogiaban por ser una buena persona; yo también pensaba que ser así significaba que había alcanzado el estándar de buena persona. Ahora me resultaba evidente que, si bien aparentaba no hacer maldades, no era honesta ni de obra ni de palabra. Vi que Kevin cumplía su deber sin seguir los principios y que constantemente alardeaba, que había afectado la efectividad de nuestro trabajo. Sin embargo, para proteger mi imagen de buena persona, no lo puse en evidencia ni lo ayudé, y no protegí los intereses de la iglesia. Así pues, aunque los demás pensaban que yo era una buena persona, ante Dios, yo seguía estando en Su contra y contra la verdad, y, en esencia, estaba haciendo el mal. Vi que juzgar si alguien es buena o mala persona con base en sus conductas externas no era el estándar correcto. Algunas personas parecen hacer muchas cosas amables, pero se resisten fuertemente y condenan la obra y las palabras de Dios. Son personas malvadas. Recordé a una hermana con la que había trabajado. Por lo que yo sabía, a ella no le importaba ser cálida o amable en sus palabras, pero tenía un sentido de la rectitud relativamente fuerte. Decía lo que era necesario decir cuando veía que otros no actuaban según la verdad. Ayudaba a sus hermanos y hermanas a buscar la verdad y a cumplir con el deber de acuerdo con los principios, con lo que les aportaba beneficios reales. Pensar esto me dio cierta determinación para dejar de seguir mis perspectivas erradas en cuanto a tratar de parecer una persona amable. Debía actuar según la verdad de las palabras de Dios y buscar ser una persona verdaderamente buena.
Leí un pasaje de las palabras de Dios que me dio una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “La gente debería esforzarse al máximo por hacer de las palabras de Dios su base y de la verdad su criterio; tan solo entonces podrá vivir en la luz y vivir a semejanza de una persona normal. Si quieres vivir en la luz, debes actuar según la verdad; debes ser una persona honesta que dice palabras honestas y hace cosas honestas. Lo fundamental es tener los principios-verdad en el comportamiento propio; una vez que las personas pierden los principios-verdad, y se centran solo en el buen comportamiento, esto da lugar inevitablemente a que sean falsas y finjan. Si no hay principios en la conducta de las personas, entonces, por muy bueno que sea su comportamiento, son hipócritas; pueden ser capaces de desorientar a los demás durante un tiempo, pero nunca serán dignas de confianza. Solo cuando las personas actúan y se comportan de acuerdo con las palabras de Dios tienen una base verdadera. Si no se comportan de acuerdo con las palabras de Dios, y solo se centran en fingir que se comportan bien, ¿podrán así convertirse en buenas personas? Por supuesto que no. Las buenas doctrinas y el buen comportamiento no pueden cambiar las actitudes corruptas del hombre ni su esencia. Solo la verdad y las palabras de Dios pueden cambiar las actitudes corruptas, los pensamientos y las opiniones de las personas, y convertirse en su vida. […] Dios exige a la gente que diga la verdad, lo que piensa, que no engañe, induzca a error, se burle, ridiculice, se mofe, parodie, oprima a los demás o exponga sus debilidades ni los hiera. ¿No son estos los principios discursivos? ¿Qué significa decir que uno no debe exponer las debilidades de la gente? Significa no buscar defectos en los demás. No aferrarse a sus errores o faltas del pasado para juzgarlos o condenarlos. Esto es lo menos que debes hacer. Desde el lado proactivo, ¿cómo se expresa el discurso constructivo? Principalmente, se trata de animar, orientar, guiar, exhortar, comprender y reconfortar. Además, en casos especiales, se hace necesario sacar directamente a la luz los errores de otras personas y podarlas para que adquieran conocimiento de la verdad y deseen arrepentirse. Es entonces cuando se consigue el efecto pretendido. Esta forma de practicar beneficia enormemente a la gente. Le supone una verdadera ayuda y es muy constructiva, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (3)). En las palabras de Dios, hallé el principio para actuar. Debemos ser gente honesta de acuerdo con Sus palabras. Cuando vemos los problemas de otros, debemos señalárselos y ayudarlos; eso los beneficia. Deberíamos proteger la obra de la iglesia y ser edificantes para los demás. Tras entender esta senda, quise poner en práctica la verdad de inmediato, tener una conversación sincera con Kevin y mencionar sus problemas. Eso era con el objetivo de rectificar su actitud hacia su deber y le permitiría entender su carácter corrupto y las anomalías en su deber; sería para ayudarlo. Así pues, lo busqué, dispuesta a señalar sus problemas. Justo entonces, me inquieté otra vez, pues me preocupaba qué pensaría él de mí. Me apresuré a orar a Dios, rebelándome contra estas motivaciones incorrectas que albergaba. Pensé en que últimamente yo no había estado practicando la verdad, lo que dañaba nuestra obra, y me sentí muy culpable. Sabía que Dios examina cada uno de mis pensamientos y mis acciones y que debía ser una persona honesta. Ya no podía proteger mi imagen y vulnerar a la verdad. Este pensamiento me dio el valor para rebelarme contra mi carácter corrupto y hablar con Kevin sobre sus problemas con sinceridad. Para mi sorpresa, él me escuchó y fue capaz de aceptarlo. Dijo: “Aún no he entendido por completo algunos principios. En el futuro, por favor háblame de cualquier problema que veas. Podemos ayudarnos mutuamente y cumplir bien nuestro deber juntos”. Oír eso me emocionó, y le agradecí mucho a Dios. También sentí vergüenza y remordimientos por no haber puesto en práctica la verdad antes. Si le hubiera mencionado esto antes, podríamos haber mejorado los resultados de nuestro trabajo más rápido, y él se habría enterado antes de su carácter corrupto. Comprobé que practicar la verdad beneficia a otros, a uno mismo y al propio deber.
Ahora, cuando veo problemas de los hermanos y hermanas, se los señalo activamente porque sé que esto es practicar la verdad y es ayudarlos. También he comprobado que vivir según las exigencias de Dios y hacer las cosas según los principios-verdad es la única forma de practicar la verdad y ser una buena persona.
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