El costo de disfrazarse y ocultarse

29 May 2023

Por Lilieth, Honduras

En octubre de 2018, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Seis meses después, me eligieron como diaconisa de riego en mi iglesia. Cuando comencé con este deber, encontré muchas dificultades, pero después de orar y compartir con mis hermanos y hermanas, gradualmente comencé a dominar algunos principios y logré algunos resultados en mi deber. En mi tiempo libre, también practicaba escribir artículos de testimonio vivencial, solía hacer introspección, y me sentía muy plena todos los días.

Un día de enero de 2022, mi líder me dijo: “Has progresado un poco en la entrada en la vida, nos gustaría elegirte como predicadora. ¿Estarías dispuesta a hacerlo?”. Estaba un poco nerviosa, y respondí: “Me esforzaré”. El líder dijo entonces: “Los artículos de testimonio vivencial que escribiste son muy buenos. Solo los hermanos y hermanas que prestan atención a su entrada en la vida pueden ser predicadores, ya que pueden resolver de verdad los problemas y dificultades de sus hermanos y hermanas”. Oírle decir esto a mi líder me alegró. Sentí que me valoraba y apreciaba, por lo que no podía decepcionar a nadie, y quería demostrarles que podía hacer bien este trabajo. Después, el líder me hizo responsable del trabajo de varias iglesias y me enseñó muchos principios. El ámbito de trabajo era más grande, y también era responsable de más tareas, por lo que estaba estresada y un poco preocupada por no poder hacerlo. Vi que algunos hermanos y hermanas que cumplían el mismo deber que yo estaban familiarizados con el trabajo, pero yo era nueva en el deber y no sabía cómo cumplirlo. Quería expresar mis dificultades, pero luego pensé en los halagos de mi líder. Me preocupé y pensé: “Si él supiera que no entiendo cómo hacer este trabajo, ¿qué pensaría de mí? ¿Pensaría que no puedo hacerlo, que elegirme fue un error? Además, ahora soy predicadora. Si ni siquiera estoy familiarizada con el trabajo, ¿cómo puedo ayudar y apoyar a los líderes de la iglesia?”. Pensar en esto me estresaba mucho, pero me daba mucha vergüenza compartir mi dificultad con el líder.

Una vez, cuando nuestro líder superior nos estaba hablando sobre nuestro trabajo, y vi que la hermana Silvia y el hermano Ricardo eran muy activos al responder preguntas del líder y también sabían cómo hacer cada aspecto del trabajo. Cuando el líder me preguntó: “¿Estás teniendo alguna dificultad?”, pensé: “Todos cumplimos el mismo deber. Si digo que sí, ¿qué pensará de mí el líder? ¿Pensará que no soy competente?”. Por eso, mentí y dije que no tenía ningún problema. Después, cada vez que el líder se reunía con nosotros, yo apenas hablaba. Incluso cuando lo hacía, siempre pensaba primero cómo responder para evitar que los demás observaran que había muchas cosas que no comprendía y me despreciaran. Así, seguía ocultándome y disfrazándome. Me sentía muy limitada, y cada vez me volvía más pasiva en mi deber. Incluso quería dejar de asistir a reuniones. Pero incluso así no quería abrirme sobre mi estado ante mis hermanos y hermanas. Solo quería mostrar mi lado bueno a los demás. Un día, hice una cita con dos líderes de iglesia para averiguar sobre el estado del trabajo de la iglesia. Cuando me reuní con ellos, uno dijo con entusiasmo: “¡Es genial que estés a cargo de nuestro trabajo! Disfruto teniendo reuniones contigo, te admiro cada vez que oigo tus enseñanzas. Espero poder ser como tú en el futuro”. El otro líder dijo: “Nos sentimos bien al cumplir nuestro deber contigo. Tu enseñanza siempre nos aporta mucha luz”. En ese momento, quise decirles que no tuvieran tan buena opinión de mí, que yo también tenía dificultades en mi deber, y que, bajo presión, me volvía negativa. Pero luego pensé: “Si les digo la verdad, ¿pensarán tan bien de mí en el futuro? ¿Seguirán preguntándome si tienen preguntas?”. Tuve una lucha interna, y al final, no dije la verdad. En otra ocasión, tenía una reunión con varios líderes de iglesia y diáconos. Dijeron que no podían hacer algunos trabajos y que tenían dificultades. Los consolé: “No se preocupen, todos acabamos de empezar nuestros deberes. Poco a poco, captaremos estas cosas y podremos entenderlas”. En apariencia, lo que había dicho no tenía nada de malo. Pero, en realidad, yo tampoco podía hacer el trabajo. Me preocupaba que vieran mi estatura real, por lo que no fui honesta, y solo les di un poco de aliento que no solucionó sus problemas para nada. Como continuaba ocultándome y disfrazándome, mi estado era muy malo, no podía sentir la guía del Espíritu Santo y me sentía emocionalmente exhausta. A menudo pensaba: “¿Por qué no puedo hacer el trabajo de la iglesia como todos los demás?”. Sabía que debía buscar a mi líder para resolver mis dificultades, pero me preocupaba que pensara que no era apta si hablaba sobre ellas. Pensé en los inicios, me eligieron para este deber porque todo el mundo decía que prestaba mucha atención a la entrada en la vida. Debían creer que era alguien con aptitud que perseguía la verdad. Si supieran las muchas cosas que no entendía y que no podía hacer el trabajo de la iglesia, seguro que pensarían que elegirme como predicadora fue un error. Al pensar esto, tenía más miedo de hablar. Mi estado empeoró cada vez más, y vivía en la oscuridad y el sufrimiento. Oré a Dios: “Dios Todopoderoso, no sé cómo experimentar este entorno. Te pido que me dirijas y me guíes”.

Una vez, en una reunión, un líder superior nos preguntó sobre nuestra experiencia en este periodo. Los demás se sinceraron sobre su corrupción y sus deficiencias en sus deberes, y yo logré armarme de valor para hablar de mi estado. El líder usó su experiencia para ayudarme y dijo: “Como líderes y obreros, no necesitan entender todo para cumplir bien su deber. Esta idea está equivocada. Solo somos gente común, por lo que es normal que no comprendamos y no podamos desentrañar algunas cosas. Pero si queremos ser sabelotodos y no podemos lidiar correctamente con nuestras propias deficiencias, y si, para mantener nuestro estatus y nuestra imagen, usamos máscaras para disfrazarnos, engañar a otros y nunca dejamos que vean nuestra verdadera estatura, entonces la vida será muy dolorosa”. Luego, el líder me envió algunas palabras de Dios: “¿Cómo podéis ser personas normales y ordinarias? ¿Cómo puedes, como dice Dios, asumir el lugar propio de un ser creado, cómo puedes no intentar ser un superhombre o una gran figura? […] En primer lugar, no te otorgues a ti mismo un título y le cojas apego, y digas: ‘Soy el líder, soy el jefe del equipo, soy el supervisor, nadie conoce este tema mejor que yo, nadie entiende las habilidades más que yo’. No te dejes llevar por tu autoproclamado título. En cuanto lo hagas, te atará de pies y manos, y lo que digas y hagas se verá afectado. Tu pensamiento y juicio normales, también. Debes liberarte de las limitaciones de este estatus. Primero bájate de este título y esta posición oficial y ponte en el lugar de una persona corriente. Si lo haces, tu mentalidad se volverá más o menos normal. También debes admitirlo y decir: ‘No sé cómo hacer esto, y tampoco entiendo aquello; voy a tener que investigar y estudiar’, o ‘Nunca he experimentado esto, así que no sé qué hacer’. Cuando seas capaz de decir lo que realmente piensas y de hablar con honestidad, estarás en posesión de una razón normal. Los demás conocerán tu verdadero yo, y por tanto tendrán una visión normal de ti y no tendrás que fingir, ni existirá una gran presión sobre ti, por lo que podrás comunicarte con la gente con normalidad. Vivir así es libre y fácil; quien considera que vivir es agotador es porque lo ha provocado él mismo. No finjas ni coloques una fachada. Primero, muéstrate abierto sobre lo que piensas en tu corazón, tus verdaderos pensamientos, para que todos los conozcan y los comprendan. De este modo, se eliminarán tus preocupaciones, y las barreras y sospechas entre ti y los demás. Además, cuentas con otra dificultad. Siempre te consideras el jefe del equipo, un líder, un obrero o alguien con título, estatus y posición: Si dices que no entiendes algo, o que no puedes hacer algo, ¿acaso no te estás denigrando a ti mismo? Cuando dejas de lado estos grilletes en tu corazón, cuando dejas de pensar en ti mismo como un líder o un obrero, y cuando dejas de pensar que eres mejor que otras personas y sientes que eres una persona corriente igual a cualquier otra, y que hay algunos ámbitos en los que eres inferior a los demás; cuando compartes la verdad y los asuntos relacionados con el trabajo con esta actitud, el efecto es diferente, como lo es la atmósfera. Si en tu corazón siempre tienes recelos, si siempre te sientes estresado y atado, y si quieres librarte de estas cosas pero no eres capaz, entonces debes orar seriamente a Dios, reflexionar sobre ti mismo, percibir tus defectos, y esforzarte hacia la verdad. Si puedes poner la verdad en práctica, obtendrás resultados. Hagas lo que hagas, no hables ni actúes desde una determinada posición o usando un determinado título. Primero deja todo esto a un lado, y ponte en el lugar de una persona corriente(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). “Si, en tu corazón, tienes claro qué tipo de persona eres, cuál es tu esencia, cuáles son tus fallos y qué corrupción revelas, deberías comunicar esto abiertamente con otras personas, para que puedan ver cuál es tu verdadero estado, cuáles son tus pensamientos y opiniones, para que sepan qué conocimiento tienes de esas cosas. Hagas lo que hagas, no finjas ni coloques una fachada, no ocultes a los demás tu propia corrupción y tus defectos para que nadie los conozca. Este tipo de falso comportamiento es un obstáculo en tu corazón, y se trata también de un carácter corrupto, y puede impedir que la gente se arrepienta y cambie. Debes orar a Dios y someter a reflexión y análisis las cosas falsas, como los elogios que te hacen los demás, la gloria con la que te colman y las coronas que te otorgan. Debes darte cuenta del daño que te hacen estas cosas. Y al hacerlo conocerás tu propia medida, alcanzarás el autoconocimiento y dejarás de verte como un superhombre o una gran figura. Una vez que tengas ese autoconocimiento, te resultará fácil aceptar en tu corazón la verdad, las palabras de Dios y lo que Dios pide al hombre, aceptar la salvación del Creador para ti, ser una persona corriente con los pies en la tierra, alguien honesto y fiable, y establecer una relación normal entre tú mismo, un ser creado, y Dios, el Creador. Esto es precisamente lo que Dios pide a las personas, y se trata de algo totalmente alcanzable para ellas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Tras leer la palabra de Dios, empecé a reflexionar sobre mi estado durante este periodo. Cuando oí al líder decir que me elegían para ser predicadora porque prestaba atención a la entrada en la vida, me volví orgullosa y complaciente. Sentí que, como buscaba la verdad y era capaz de trabajar, me habían elegido para una tarea tan importante. Pero cuando empecé a cumplir este deber, vi que no entendía mucho del trabajo. No captaba algunos principios y sentía mucha presión, por lo que a menudo me sentía negativa. Pero no me sinceré sobre mi estado real, y engañé a mi líder al decirle que no tenía problemas, porque temía que él pensara que yo no estaba cualificada. Cuando oí que los líderes de iglesia me alababan, e incluso pensaban que era un modelo a seguir, aunque sabía que debía sincerarme sobre mi corrupción y mis deficiencias, y permitirles conocer mi verdadera estatura, me preocupaba que no tuvieran buena opinión de mí tras enterarse de los hechos. Por eso me callé. Incluso cuando los líderes y los diáconos me hacían preguntas que era obvio que no sabía responder, no me sinceré ni hablé de las cosas con ellos. Fingía entender cuando no entendía y respondía con palabras superficiales. Una y otra vez, me disfrazaba y daba falsas impresiones, todo porque estaba atascada en el título de “predicadora”. Pensaba que, como predicadora, mi comprensión y conocimiento debían ser mejores que los de los demás, no debía tener deficiencias y no debía ser negativa ni débil. Pensé que era la única forma de que los otros me admiraran y aprobaran. Para mantener mi estatus y mi imagen, me puse una máscara para cubrirme y me disfracé de alguien sin corrupción. Incluso cuando me sentía atormentada, negativa y débil, para mantener el título de “predicadora”, prefería llorar sola y en silencio, y no abrir mi corazón y pedir ayuda. Llevar este título me resultaba muy difícil y agotador. Cuando la iglesia me eligió predicadora, me dio una oportunidad de practicar y me permitió buscar y comprender más verdad en mi deber. Pero yo no seguí la senda correcta. Usé esta oportunidad para buscar fama y estatus. ¿Acaso esto no era ir contra la intención de Dios? Dios no quiere que busquemos ser superhombres ni personas geniales. Dios quiere que ocupemos el lugar de seres creados y seamos personas comunes y corrientes, que busquemos la verdad de una manera sensata, que enfrentemos nuestras deficiencias con honestidad, y que, ante los problemas que no entendemos, nos sinceremos con nuestros hermanos y hermanas y busquemos ayuda. Esta es la razón que debemos poseer. Tras entender la intención de Dios, sentí una gran libertad.

Después, leí algunos testimonios vivenciales escritos por otros hermanos y hermanas que hacían referencia a las palabras de Dios relativas a mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Independientemente del contexto, sea cual sea el deber que desempeñe, el anticristo tratará de dar la impresión de que no es débil, de que siempre es fuerte, que está lleno de fe y que nunca es negativo, de modo que las personas nunca vean su verdadera estatura o su auténtica actitud hacia Dios. En realidad, en el fondo de su corazón, ¿de verdad creen que no hay nada que no puedan hacer? ¿De verdad piensan que no tienen debilidad, negatividad ni revelaciones de corrupción? Por supuesto que no. Se les da bien fingir, son expertos en ocultar cosas. Les gusta mostrar a la gente su lado fuerte y espléndido, no quieren que perciban su lado débil y verdadero. Su propósito es obvio, sencillamente mantener su vanidad y orgullo, proteger el lugar que ocupan en el corazón de las personas. Piensan que si se abren a los demás sobre su propia negatividad y debilidad, si revelan su lado rebelde y corrupto, esto supondrá un daño grave para su estatus y reputación, causará más problemas de los necesarios. Así que prefieren morir antes que admitir que por momentos son débiles, rebeldes y negativos. Y si llega un día en el que todo el mundo percibe su lado débil y rebelde, cuando vean que son corruptos y que no han cambiado en absoluto, seguirán fingiendo. Consideran que si admiten que tienen un carácter corrupto, que son personas normales e insignificantes, perderán entonces su lugar en el corazón de los demás, la idolatría y adoración de todos, y así habrán fracasado por completo. Por eso, pase lo que pase, no se abrirán a la gente. En ningún caso entregarán a nadie su poder y su estatus. En cambio, se esfuerzan al máximo por competir y nunca se darán por vencidos(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (X)). En otro pasaje, Dios revelaba la naturaleza y las consecuencias de que la gente busque estatus. Dicen las palabras de Dios: “Tú siempre buscas la grandeza, la nobleza y el estatus; siempre buscas la exaltación. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y se distanciará de ti. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. Si no reflexionas sobre ti mismo y te arrepientes, entonces Dios te detestará y te abandonará. Evita convertirte en alguien a quien Dios encuentra repugnante, de ser una persona a la que Dios ama. Entonces, ¿cómo se puede alcanzar el amor de Dios? Aceptando la verdad en obediencia, colocándote en la posición de un ser creado, actuando con los pies en el suelo por las palabras de Dios, cumpliendo correctamente con el deber, siendo una persona honesta y viviendo con una semejanza humana. Con eso es suficiente; Dios estará satisfecho. La gente debe asegurarse de no tener ambiciones ni sueños vanos, no buscar la fama, el beneficio y el estatus ni destacar entre la multitud. Es más, no deben intentar ser una persona con grandeza o sobrehumana, superior entre los hombres y haciendo que los demás la adoren. Ese es el deseo de la humanidad corrupta, y es la senda de Satanás; Dios no salva a tales personas. Si las personas buscan sin cesar la fama, el beneficio y el estatus sin arrepentirse, entonces no existe cura para ellas, y solo hay un desenlace posible: ser descartadas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Medité la palabra de Dios y vi que los anticristos son hipócritas que siempre se ocultan y se blanquean a sí mismos. No dicen la verdad ni dejan que otros vean su lado débil y se disfrazan de personas que entienden la verdad y no tienen defectos. Esto es para conseguir el elogio y la admiración de los demás, para que todos los sigan y los adoren. Su naturaleza es sumamente arrogante y falsa. Reflexioné sobre mi conducta y vi que era igual que un anticristo. Siempre fingía ser una sabelotodo. Quería que otros me admiraran, pensaran que tenía aptitud y que podía solucionar cualquier problema, para que tuvieran un lugar para mí en su corazón y me adoraran. Era muy arrogante e irracional. Todo lo que pensaba y hacía estaba por completo en contra de Dios. En especial, cuando vi estas palabras de Dios: “Si las personas buscan sin cesar la fama, el beneficio y el estatus sin arrepentirse, entonces no existe cura para ellas, y solo hay un desenlace posible: ser descartadas”, supe que Dios me estaba advirtiendo. Si seguía por la senda de buscar fama y estatus, Dios de seguro me desdeñaría, y, al final, me descartaría. Oré a Dios para decirle que deseaba arrepentirme, que no quería perder mi oportunidad de ser salvada y que estaba dispuesta a ser una persona pura y honesta.

Al día siguiente, el líder me dijo el contenido que debía comunicar en la próxima reunión, y me pidió que me preparara para presentarlo. Luego me preguntó si lo entendía. De hecho, en ese momento no lo entendía, pero temí que sintiera que tenía un pobre calibre, por lo que mentí y dije que entendía. Pero cuando, de hecho, tuve que empezar a hacerlo, no supe qué palabras de Dios debía buscar. Estaba muy nerviosa, me sudaban las manos y no sabía qué hacer, por lo que oré a Dios: “Dios Todopoderoso, Satanás me ha corrompido muy profundamente. Aún sigo limitada por la reputación y el estatus. No puedo rebelarme contra mi carne y ser honesta. Por favor, guíame para encontrar una senda de práctica”. Leí en las palabras de Dios: “La iglesia asciende y cultiva a algunas personas, es una bonita oportunidad para formarse. Eso es algo bueno. Se puede decir que han sido elevadas y agraciadas por Dios. Entonces, ¿cómo deben cumplir con su deber? El primer principio al que deben atenerse es el de comprender la verdad; cuando no entiendan la verdad, deben buscarla, y si todavía no entienden después de buscar por su cuenta, pueden encontrar a alguien que sí entienda la verdad y con el que comunicar y buscar, lo cual hará que la solución del problema sea más rápida y oportuna. Si solo te concentras en dedicar más tiempo a leer las palabras de Dios por tu cuenta y en pasar más tiempo reflexionando sobre estas palabras, a fin de lograr la comprensión de la verdad y resolver el problema, se trata de un proceso demasiado lento; como dice el refrán: ‘Las soluciones lentas no resuelven las necesidades urgentes’. Si, en lo que respecta a la verdad, deseas progresar rápidamente, entonces debes aprender a trabajar en armonía con los demás, a hacer más preguntas y a buscar más. Solo entonces tu vida crecerá rápidamente, y serás capaz de resolver los problemas sin demora, sin ninguna demora en ninguno de ellos. Ya que acabas de ser ascendido y aún estás en periodo de prueba, y además no posees un auténtico entendimiento de la verdad ni la realidad-verdad —porque aún te falta esta estatura— no pienses que tu ascenso significa que posees la realidad-verdad; no es así. Se te selecciona para el ascenso y el cultivo simplemente porque tienes un sentido de carga hacia el trabajo y posees el calibre de un líder. Has de tener tal razón. Si, después de que se te ha ascendido y te has convertido en líder u obrero, comienzas a reafirmar tu estatus y crees que eres alguien que persigue la verdad y que tienes la realidad-verdad, y si, independientemente de los problemas que tienen los hermanos y hermanas, finges que entiendes y que eres espiritual, entonces esta es una estúpida manera de ser, y es la misma de los hipócritas fariseos. Debes hablar y actuar con la verdad. Cuando no entiendas, puedes preguntar a otros o buscar la comunicación de lo Alto; esto no tiene nada de vergonzoso. Aunque no preguntes, lo Alto conocerá tu verdadera estatura, y sabrá que la realidad-verdad está ausente en ti. Lo que deberías hacer es buscar y comunicar; esta es la razón que debería tener la humanidad normal, y el principio al que deberían atenerse los líderes y los obreros. No es algo de lo que haya que avergonzarse(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (5)). Tras leer las palabras de Dios, comprendí que la iglesia me eligió predicadora para darme una oportunidad de practicar y para que pudiera aprender cómo hacer el trabajo en mi deber. Esto no significaba que fuera mejor que los demás o que lo supiera todo. Recién había empezado este deber, por lo que era completamente normal que no pudiera hacer mucho del trabajo y que no captara los principios. Además, que pudiera escribir testimonios vivenciales solo significaba que tenía experiencia y comprensión superficiales de la palabra de Dios, no que comprendiera la verdad y poseyera sus realidades. Debía tratar mis defectos y deficiencias correctamente, y, cuando no entendiera las cosas, debía sincerarme y buscar la comunicación con los hermanos y hermanas. Esto no era motivo de vergüenza. La vergüenza era fingir que comprendía cuando no era así, y esto causó que muchos problemas no se solucionaran a tiempo, lo que retrasó la obra de la iglesia. Además, dejé pasar la oportunidad de buscar la verdad repetidamente y vivía en la negatividad. ¡Qué tonta era! No podía continuar así. Debía corregir mis intenciones, sincerarme, buscar y hablar con mis hermanos y hermanas, y cumplir bien mi deber. Después, le consulté al líder las cosas que no entendía o no tenía claras, y él comunicó pacientemente conmigo. Ahora pensaba con mucha mayor claridad. La reunión acabó siendo muy efectiva, y me sentí relajada y a gusto.

Ahora, al cumplir mi deber, aún hallo muchos problemas y dificultades, pero puedo orar y ampararme en Dios, y a menudo busco la ayuda de mis hermanos y hermanas. Durante las reuniones, también me sincero sobre mí misma con mis hermanos y hermanas, y dejo que vean mi corrupción y mis deficiencias. Al hacer esto, me siento muy tranquila y segura. ¡Gracias a Dios!

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