Buscada pero inocente

24 Feb 2024

Por Liu Yunying, China

En mayo de 2014, el Partido Comunista de China se inventó el caso de Zhaoyuan, Provincia de Shandong, para inculpar y calumniar a la Iglesia de Dios Todopoderoso, y entonces inmediatamente puso en marcha una “represión de cien días” en todo el país para detener a miembros de la Iglesia. Muchos hermanos y hermanas fueron detenidos. En solo dos meses, de septiembre a noviembre, fueron detenidos uno tras otro más de 30 hermanos y hermanas en mi condado. Por aquel entonces, yo era responsable del trabajo de varias iglesias y todos los días, bajo la atenta mirada de la policía, organizaba el traslado de hermanos y hermanas en peligro y de libros sobre la fe en Dios. Corría el riesgo de que me detuvieran en cualquier momento. Una noche, un hermano detenido y puesto en libertad me dijo que, cuando la policía lo interrogó, citaron mis datos personales y hasta le mostraron mi foto y le preguntaron si me conocía. Según el hermano, yo era objetivo prioritario de detención, y me aconsejó que me marchara inmediatamente. Pensé: “Han detenido a muchísimos hermanos y hermanas, y todavía hay muchas consecuencias con las que hay que lidiar. Además, algunos hermanos y hermanas se sienten débiles por las detenciones y la persecución del gran dragón rojo y necesitan sustento y ayuda. Me iré dentro de unos días”. Sin embargo, mi hermano me urgió con insistencia: “Mejor que te vayas esta noche. No te quedes aquí. Hay cámaras en toda la calle, y la policía te encontrará en cuanto compruebe los registros de vigilancia”. Nada más oír aquello, el terror se apoderó repentinamente de mí y empecé a sentir pánico. Así pues, enseguida organicé el trabajo pendiente de la iglesia y huí a un condado próximo.

Un hermano y una hermana mayores se arriesgaron a recibirme. Como había cámaras fuera, no podía salir, así que tenía que quedarme en su casa. Su hijo trabajaba en una escuela, y el Gobierno había emitido una circular en que señalaba que todo el personal docente y sus familiares no podían tener creencias religiosas; de ser así, se les expulsaría de sus puestos. Debido a esto, su hijo temía que su futuro se viera afectado y se oponía a la fe de sus padres en Dios. Como la hermana tenía miedo de que su hijo me viera en la casa y me denunciara a la policía, tuvo que mandarme a vivir al ático. Cada vez que volvía el hijo de la hermana, yo me ponía muy nerviosa. Una vez, su hijo subió a buscar algo. Por temor a que me descubriera, me escondí tras la puerta y no me atrevía a moverme. Casualmente, en ese momento estaba subiendo por la chimenea humo de aceite de la cocina y no pude evitar toser. Me tapé rápido la cabeza y la boca con una colcha y apenas podía respirar. La hermana tenía otro hijo, que vivía al lado, y yo oía el sonido de su televisor cuando tenía alto el volumen, así que, para mantenerme oculta, no me atrevía a encender las luces del ático y solía mantener mi voz al mínimo. Era invierno en ese momento y la habitación estaba muy fría, pero no me atrevía a salir al sol. Transcurrido mucho tiempo, empecé a sentirme muy deprimida, y me preguntaba: “¿Cuándo podré dejar de vivir así? ¿Cuándo podré reunirme con mi familia y salir con mis hermanos y hermanas a cumplir con el deber?”. En aquella época, oraba a menudo a Dios para pedirle que me guiara y me diera esclarecimiento para comprender Su voluntad y saber cómo salir adelante en ese ambiente.

Posteriormente leí un pasaje de las palabras de Dios: “Tal vez todos recordáis estas palabras: ‘Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación’. Todos habéis oído estas palabras antes, sin embargo, ninguno de vosotros comprendió su verdadero significado. Hoy, sois profundamente conscientes de su verdadero sentido. Dios cumplirá estas palabras durante los últimos días y se cumplirán en aquellos que han sido brutalmente perseguidos por el gran dragón rojo en la tierra donde yace enroscado. El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, los que creen en Dios son sometidos a humillación y opresión y, como resultado, estas palabras se cumplirán en este grupo de personas, vosotros. Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Con la palabra de Dios entendí que, cuando se cree en Dios en el país gobernado por el PCCh, la persecución es inevitable, pero Dios utiliza ese entorno para perfeccionar la fe del pueblo. Me acordé de la época en que yo no estaba en un entorno así: me había creido capaz de soportar las dificultades y tenía fe en Dios, sin embargo, cuando me persiguieron hasta el punto de quedarme sin hogar, escondida, y de perder por completo mi libertad, y tuve que sufrir de verdad, albergaba quejas en mi corazón y no quería más que escapar. Lo que reveló la realidad fue lo que me hizo comprender que para nada tenía fe sincera en Dios ni obediencia y que mi estatura era muy pequeña. También pensé en cómo en esos pocos meses el PCCh saqueó viviendas y detuvo a gente frenéticamente, incautó el dinero de la iglesia e hizo que muchos hermanos y hermanas huyeran de casa, lo que cambió drásticamente sus vidas y los dejó sin siquiera un lugar donde vivir. El PCCh cometió mucha maldad deteniendo y persiguiendo al pueblo. ¿Su intención no era alejarlo de Dios y hacer que lo traicionara? Si me debilitaba, abandonaba o incluso me quejaba en un ambiente así, caería en las trampas de Satanás y perdería mi testimonio. Una vez que caí en la cuenta, sentí menos dolor y tormento en mi interior. Reflexioné: “Por mucho tiempo que tenga que permanecer aquí o por más que deba sufrir, quiero someterme a las disposiciones de Dios”.

Al cabo de unos meses, parecía que las investigaciones se habían vuelto menos estrictas, por lo que me fui a otra ciudad a cumplir con el deber. Por si acaso, me corté el pelo, antes largo, y llevaba sombrero, mascarilla y lentes cuando salía a reuniones. Tomaba calles estrechas y rutas indirectas, y hacía todo lo posible para no llamar la atención. Creía que, mientras tuviera cuidado, podría seguir cumpliendo con el deber. Me llevé una sorpresa cuando, unos meses después, mi líder se apresuró a decirme una noche: “La policía ha publicado tus datos en Internet. Te está buscando. Envió el aviso de ‘se busca’ a los celulares de los residentes de la zona central de nuestra ciudad y de varios distritos de los alrededores, indicándoles que te denunciaran si te veían. La policía averiguó que tu tío te predicó el evangelio y ya los ha detenido a él y a tu tía. Por seguridad, ya no puedes salir a cumplir con el deber”. Luego recibí la noticia de que la policía había encontrado a mi abuelo de 80 años y lo había interrogado sobre mi paradero. También había cerrado el centro de fisioterapia de mi tío. Además, la policía buscaba a mi madre y a mi hermana, así que tampoco podían volver a casa. Cuando me enteré de estas cosas, me enojé mucho. Mi fe en Dios era lo correcto y apropiado. ¿Por qué oprimía tan vilmente el Partido Comunista a quienes creen en Dios? ¿Por qué no había justicia y libertad de credo en China? En principio había planeado volver a escondidas a ver a mi familia, pero no esperaba que me hubieran puesto en la lista de personas buscadas ni que amenazaran e intimidaran a mi familia. Aunque tenía un hogar, no podía regresar, y mi familia había sido implicada y detenida. Comprendí que ahora era una delincuente buscada y me pregunté qué dirían de mí mis amigos y familiares. ¿Pensarían que había hecho algo malo? ¿Cómo podría mirarlos a la cara en un futuro? Mientras lo pensaba, no podía evitar que se me cayeran las lágrimas. Cuanto más lo pensaba, más desdichada me sentía. Me parecía excesivamente difícil creer en Dios en China. En mi dolor, oré a Dios: “¡Dios mío! No sé cómo superar esto. Por favor, dame fe y fortaleza, y guíame para comprender Tu voluntad”. Tras haber orado recordé el himno de la palabra de Dios, “La vida más significativa”: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Escucharlo me hizo llorar. Locorrecto y apropiado para los seres creados es creer y adorar a Dios, y Dios lo ve con buenos ojos. Me acordé de Job, que temía a Dios y se apartaba del mal. Pese a perder a sus hijos y sus bienes, padecer de llagas malignas por todo el cuerpo y ser juzgado e incomprendido por su mujer y sus amigos, siguió conservando la fe en Dios, lo alabó en su sufrimiento, se mantuvo firme en su testimonio de Él y humilló a Satanás. También me acordé de Pedro, que debía conocer y amar a Dios toda su vida. Experimentó cientos de pruebas y refinaciones, soportó gran dolor y, finalmente, fue crucificado cabeza abajo por causa de Dios, con lo que forjó un hermoso y rotundo testimonio. Como ser creado, ¡tiene mucho sentido ser capaz de mantenerse firme en el testimonio de Dios y ganarse el beneplácito del Creador! En esos momentos, el Partido Comunista me buscaba y perseguía por mi fe en Dios. Aunque familiares y amigos me malinterpretaran y abandonaran, eso no era algo de lo que avergonzarme, pues iba por la senda correcta en la vida y hacía lo más justo. A medida que lo pensaba, sentía menos dolor y, por el contrario, me sentía orgullosa de mí misma por ser capaz de sufrir de esa forma.

En enero de 2016, un día una hermana me dio una baraja. La tomé y vi que tenía mi foto y mis datos de identificación impresos en ella. Ahí estaban mi nombre, mi número de identificación y mi dirección registrada, y aparecía escrito que estaba en la lista de fugitivos de la Oficina de Seguridad Pública en Internet como “delincuente sospechosa de organizar y utilizar una organización sectaria en menoscabo del cumplimiento de la ley”. También estaban impresos en el naipe el número de un servicio telefónico de denuncia y una nota de que los informantes podrían recibir una recompensa. Según la hermana, la policía estaba repartiendo barajas con las fotos y los datos míos y de otras tres hermanas encargadas del trabajo de la iglesia junto con las fotos y los datos de asesinos y ladrones. Después me enteré de que mis hermanos y hermanas habían visto el aviso de “se busca” en las pantallas gigantes de la estación de trenes y en el tablón de anuncios a la entrada de la Oficina de Seguridad Pública. Todo esto me pareció, sencillamente, asombroso. Tenía ganas de preguntarles: “¿Qué ley vulneré? ¿Qué hice que infringiera la ley? ¿Por qué me persiguen y tratan de capturarme por medios tan faltos de escrúpulos?”. No pude evitar recordar un pasaje de la palabra de Dios: “Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? El diablo ata firmemente todo el cuerpo del hombre, pone un velo ante sus ojos y sella con fuerza sus labios. El rey de los demonios se ha desbocado durante varios miles de años, hasta el día de hoy, cuando sigue custodiando de cerca la ciudad fantasma, como si fuera un ‘palacio de demonios’ impenetrable. Esta manada de perros guardianes, mientras tanto, mira fijamente con mirada penetrante, profundamente temerosa de que Dios la pille desprevenida, los aniquile a todos, y los deje sin un lugar de paz y felicidad. ¿Cómo podría la gente de una ciudad fantasma como esta haber visto alguna vez a Dios? ¿Han disfrutado alguna vez de la amabilidad y del encanto de Dios? ¿Qué apreciación tienen de los asuntos del mundo humano? ¿Quién de ellos puede entender la anhelante voluntad de Dios? Poco sorprende, pues, que el Dios encarnado permanezca totalmente escondido: en una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, empezaron a tratar a Dios como un enemigo hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). Las palabras de Dios revelaban la auténtica naturaleza del gran dragón rojo. El PCCh es enemigo de Dios, un diablo que se resiste a Él y lo odia, y el lugar donde gobierna es la guarida de Satanás, el diablo. Simplemente se niega a permitir la existencia de Dios, y ni mucho menos permite que el pueblo crea en el Dios verdadero y vaya por la senda correcta. Por eso califica el cristianismo de “secta” y la Biblia de “literatura sectaria”, y detiene a cristianos con tanto desenfreno. A fin de proscribir la obra de Dios de los últimos días, se inventa todo tipo de rumores y falsas causas penales para inculpar y desacreditar a la Iglesia de Dios Todopoderoso, persigue y ordena los arrestos de creyentes en Dios como si fueran los criminales más abominables, y engaña e incita a quienes no conocen la realidad a odiar a los fieles y también a resistirse a Él. ¡El Partido Comunista realmente miente todo lo posible y comete toda maldad imaginable! Tras darme cuenta, esto fortaleció mi determinación para abandonar al gran dragón rojo ¡y seguir a Dios hasta el fin! Más tarde, me enteré por mi líder de que dos hermanas que en la baraja figuraban como buscadas junto conmigo habían sido detenidas y condenadas a cuatro años de cárcel.

Cuatro meses después, la policía ofreció 10000 yuanes más por mi detención. Una hermana de mi localidad me envió una carta en la que me contaba que el secretario del partido en la aldea estaba difundiendo rumores de que, como yo creía en Dios, ya no quería ver a mi familia ni a mis parientes y me oponía al Gobierno. A medida que pasaba el tiempo, los rumores eran cada vez más escandalosos, y algunos empezaron a decir que me había vuelto loca o que vendía droga. Cuando la gente de las aldeas cercanas oyó estos rumores, todos me calumniaron y condenaron. A mi hermano pequeño le parecían insoportables estos rumores, y estaba tan preocupado por mí que sollozaba y quería venir a buscarme. Cuando me enteré, no pude calmarme ni evitar que se me saltaran las lágrimas. Sentí muchas ganas de presentarme delante de mis familiares y amigos, y explicarles que creía en el Dios verdadero, que iba por la senda correcta y que no había hecho nada ilegal. Quería volar directamente adonde estaba mi hermano, consolarlo y decirle que no se preocupara por mí. Sin embargo, si volvía de esa manera, seguro que me detendría la policía y, asimismo, pondría en peligro a los hermanos y hermanas con los que tenía contacto. Caminé ansiosa por la habitación. Cuanto más pensaba en estas cosas, más me costaba estarme quieta. Al final decidí arriesgarme y llamar a mi hermano.

Sabía que el móvil de mi hermano probablemente estaría siendo vigilado por la policía, pero lo único que quería era hablar con él, así que no me preocupé por esos detalles. Me disfracé y fui en bicicleta a un lugar situado a decenas de kilómetros para llamarlo, pero para mi sorpresa la llamada no entró. Como no estaba dispuesta a rendirme, lo intenté de nuevo, pero el resultado fue el mismo. De pronto tuve una vaga percepción de que probablemente se trataba de la intervención de Dios. Si estaban vigilando el celular de mi hermano, tanto él como yo estábamos en peligro. Teniéndolo presente, oré a Dios: “¡Dios mío! Hoy he estado a punto de caer en una trampa de Satanás. Si no me hubieras parado a tiempo, es probable que hubiera estado en peligro. Dios mío, Tú conoces mis debilidades. Por favor, condúceme, guíame y dame fe y fortaleza…”. Cuando volví a la casa de mi anfitriona para mis devociones espirituales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Aquellos a los que Dios alude como ‘vencedores’ son los que siguen siendo capaces de mantenerse firmes en el testimonio y de conservar su confianza y su devoción a Dios cuando están bajo la influencia de Satanás y mientras estén bajo su asedio, es decir, cuando se encuentren entre las fuerzas de las tinieblas. Si sigues siendo capaz de mantener un corazón puro ante Dios y tu amor genuino por Él pase lo que pase, entonces te estás manteniendo firme en el testimonio delante de Él, y esto es a lo que Él se refiere con ser un ‘vencedor’(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). A partir de la palabra de Dios comprendí que Él forma un grupo de vencedores en los últimos días. Sin importar cuánto dolor o refinación soporten ni cómo los perturben y ataquen las fuerzas de Satanás, son capaces de conservar su fe en Dios y seguirlo hasta el final. Recordé entonces que, cuando me calumniaron y difamaron, me volví negativa y débil por temor a que se hundiera mi reputación. También temía que mi hermano menor no lo entendiera, por lo que, por tranquilizarlo a él, descuidé la seguridad de mis hermanos y hermanas. Comprobé que no tenía fe ni fidelidad a Dios. ¿No estaba perdiendo mi testimonio al hacer esto? El gran dragón rojo me buscaba como si fuera una delincuente, incitaba a todo el mundo a atacarme y calumniarme, y hacía que mis familiares me malinterpretaran. Hacía estas cosas precisamente porque quería que me volviera negativa y débil, y para forzarme a traicionar a Dios. No podía permitir que los retorcidos trucos del gran dragón rojo tuvieran éxito. Una vez que lo comprendí, decidí que daría testimonio bajo el asedio de Satanás para satisfacer a Dios, ¡y que humillaría al gran dragón rojo!

La enfermedad también fue un problema que me acosó en mi época de fugitiva. Me hicieron una resección del pulmón izquierdo cuando tenía 15 años, y tampoco tenía muy bien el pulmón derecho. En aquel momento, el médico me dijo que respirara más aire puro e hiciera ejercicio de forma adecuada para aumentar la capacidad pulmonar. Sin embargo, como me buscaba la policía, me vi obligada a esconderme en casa mucho tiempo. No podía salir a tomar aire puro. Ni siquiera tenía la oportunidad de hacer ejercicio en un balcón. Debía tener mucho cuidado cuando a veces abría la ventana para tomar aire puro, pues, si me descubrían los vecinos, no estaría en peligro yo sola, sino que estaría poniendo en riesgo a los hermanos y hermanas que me acogían. Después de mucho tiempo en esa clase de ambiente, mi estado físico comenzó a deteriorarse. El aire no podía circular dentro, por lo que mi respiración cada vez era más complicada, sentía el pecho congestionado y pasado un tiempo me empezó a doler el pulmón, y tosía a menudo. Cuando me arrodillaba a orar, me parecía que estaba a punto de salirme líquido por la boca. Cuando dormía de lado, notaba que el líquido se movía dentro del pulmón. Más adelante, cuando aquello empeoró todavía más, empecé a esputar sangre. Los hermanos y hermanas me aconsejaron que fuera al hospital, pero, para ir al médico al hospital, tenía que registrarme con mi tarjeta de identidad. Al ser una fugitiva, si ocurría algo, no solo me detendrían a mí, además se verían implicados los hermanos y hermanas que se habían encargado de mí, así que no me atreví a ir al hospital. Unos hermanos y hermanas me trajeron medicinas tradicionales chinas, pero mi estado no mejoró tras tomarlas. Continuaba esputando sangre. No podía comer, y mi cuerpo se debilitaba cada vez más. Tenía un poco de miedo, dado que, si seguía sin tratarme la enfermedad, y esta empeoraba, ¿no acabaría dejando de respirar y asfixiándome? ¿Eso no supondría la desaparición de mi esperanza de salvación y de un hermoso destino? ¿No habían caído en saco roto todos esos años de abandono, entrega y esfuerzo en mi fe en Dios? Realmente no quería morir. Al ver que mi estado empeoraba cada día y esputaba sangre, no podía evitar llorar y me sentía absolutamente desdichada.

Posteriormente busqué fragmentos de la palabra de Dios referidos a mi estado y encontré este pasaje: “Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de este en Su dominio de todas las cosas, y no dependía de si obtenía bendiciones o si el desastre lo golpeaba. Job creía que, independientemente de que Dios bendiga a las personas o acarree el desastre sobre ellas, Su poder y Su autoridad no cambiarán; y así, cualesquiera que sean las circunstancias de la persona, debería alabar el nombre de Dios. Que Dios bendiga al hombre se debe a Su soberanía, y también cuando el desastre cae sobre él. El poder y la autoridad divinos dominan y organizan todo lo del hombre; los caprichos de la fortuna del ser humano son la manifestación de estos, e independientemente del punto de vista que se tenga, se debería alabar el nombre de Dios. Esto es lo que Job experimentó y llegó a conocer durante los años de su vida. Todos sus pensamientos y sus actos llegaron a los oídos de Dios, y a Su presencia, y Él los consideró importantes. Dios estimaba este conocimiento de Job, y le valoraba a él por tener un corazón así, que siempre aguardaba el mandato de Dios, en todas partes, y cualesquiera que fueran el momento o el lugar aceptaba lo que le sobreviniera. Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar, y obedecer todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y era precisamente lo que Él quería(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Tras leer las palabras de Dios, comprendí un poco Su voluntad. Dios permitía que mi enfermedad empeorara. Era Su prueba para comprobar si tenía fe y obediencia sinceras. Sin embargo, cuando yo estaba sufriendo, solamente pensaba en mi vida, mi muerte y mi destino final. Temía perder la salvación si moría. Descubrí que creía en Dios simplemente para recibir bendiciones, que intentaba hacer tratos con Él, que carecía de la conciencia y razón que debe poseer un ser creado y que no tenía absolutamente ninguna obediencia hacia Dios. Me acordé de Job. Sin importar si Dios le daba grandes riquezas o permitía que Satanás lo despojara de todo, él alababa el nombre de Dios y creía que Dios es justo tanto si da como si quita. La fe de Job en Dios no estaba adulterada por motivaciones personales, él no pensaba en sus intereses, pérdidas y ganancias e, hiciera lo que hiciera Dios, Job era capaz de mantenerse en la posición de un ser creado y, sencillamente, obedecerlo. Consideraba la obediencia a Dios más importante que su propia vida. La humanidad, conciencia y razón de Job me hicieron sentir particularmente avergonzada. En toda mi fe en Dios hasta ese momento, había intentado hacer tratos con Él y todavía era muy rebelde y corrupta. Incluso si realmente moría de mi enfermedad, sería por la justicia de Dios. Cuando lo admití, supe cómo debía enfrentarme a la enfermedad y a la muerte, por lo que pensé para mis adentros: “Sin importar cómo evolucione la enfermedad, me encomendaré en manos de Dios y me someteré a Sus disposiciones”.

En noviembre de 2016, una mañana, justo cuando quería levantarme, me empezó a doler el pulmón. Me tomó unos diez minutos y todas mis fuerzas levantarme y apoyarme en el cabecero. En ese momento entró por la ventana un viento helado, y me sentí realmente desesperada. No podía parar de llorar. Al cabo de un rato, me faltó el aliento, se me aceleró el ritmo cardíaco, se me puso todo el cuerpo tenso, me costaba exhalar e inhalar, y sentía muchas molestias en todo el cuerpo. Sentía que podía asfixiarme en cualquier momento y pensé que a lo mejor esta vez no sobreviviría. Al verme así, las hermanas que estaban conmigo se angustiaron tanto que no sabían qué hacer, así que llamaron a una hermana que tenía una clínica para que viniera. Esta se apresuró a administrarme una infusión intravenosa, pero no entraba ni siquiera después de introducir la aguja porque prácticamente se me había detenido el flujo sanguíneo. Desesperanzada, se dirigió a la puerta de la habitación, negó con la cabeza y dijo: “No podemos hacer nada”. Unas hermanas se dieron la vuelta y se secaron las lágrimas en silencio. Sabía que estaba a punto de morir y estaba un poco asustada. Temía no contemplar la materialización del reino si moría. En ese momento no paraban de venirme a la cabeza las palabras de Job: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* También me acordé del pasaje de la palabra de Dios que había leído antes: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes respetar Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Sólo esto es amor y fe verdaderos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Las palabras de Dios me alentaron enormemente. Antes tenía miedo a la muerte, por lo que no obedecía a Dios en absoluto, pero esta vez ya no podía rebelarme más contra Él. Aunque muriera, no tenía ninguna queja. Soy un ser creado, así que debo obedecer a Dios. Además, tenía la suerte de haber aceptado el evangelio de Dios de los últimos días y de haber oído verdades que los santos de épocas pasadas no oyeron jamás. Esto ya se trataba de la gracia y el favor de Dios para conmigo. Aunque me enfrentara a la muerte, ¡tenía que dar gracias a Dios de todos modos! Por ello, me esforcé por decir dos palabras: “papel” y “bolígrafo”. Enseguida los trajeron las hermanas, me apoyé en ellas y, con todas mis fuerzas, escribí en el cuaderno: “¡Dios es por siempre justo! ¡Es digno para siempre de alabanza!”. En cuanto dejé de escribir y solté el bolígrafo, la vista se me fue quedando borrosa.

Las hermanas lloraban y me tomaban de la mano mientras me animaban a ampararme en Dios y a perseverar, pero, enfrentada a la realidad que tenía delante, sentía que realmente no aguantaba más, que era imposible vivir. Sentí como si mi corazón se estuviera hundiendo poco a poco en el fondo del océano y los sonidos a mi alrededor se desvanecieran. Sin embargo, justo cuando creía que no había esperanza, me vino a la mente de forma muy nítida un pasaje de las palabras de Dios: “Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición firme y mantengas el testimonio. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, sólo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará. Si no tienes fe, Él no puede hacerlo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). El esclarecimiento de la palabra de Dios me aportó gran consuelo y aliento. Mi vida viene de Dios, y si vivía o moría ese día estaba en las manos de Dios. Sin Su permiso, ni las fuerzas del mal de Satanás ni la enfermedad podrían quitarme la vida. Mientras me quedara un solo aliento, no podía rendirme y no debía perder la esperanza en Dios. Oré: “¡Dios mío! Aunque hoy me enfrente a la muerte, he percibido hondamente que Tú siempre estás a mi lado. Dios mío, deseo confiarme completamente a Ti, ¡y dejo mi vida y mi muerte totalmente en Tus manos! Creo que, hagas lo que hagas, eres justo. Me he presentado ante Ti en esta vida y he logrado conocerte un poco, por lo que, aunque muera, no tendré quejas o remordimientos. Si no muero hoy, si puedo continuar viviendo, a partir de este día deseo buscar la verdad, a cumplir correctamente con el deber y a retribuir Tu gran amor”. En ese momento, una hermana reprodujo el himno “Amor puro y sin mancha”: “‘Amor’ se refiere a un afecto que es puro y sin mancha, en el que usas tu corazón para amar, sentir y ser considerado. En el amor no hay condiciones, no hay barreras ni distancia. En el amor no hay sospecha, engaño ni astucia. En el amor no hay trueques ni nada impuro. Si amas, te dedicarás con gusto y sufrirás dificultades con agrado, serás compatible conmigo […](La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Muchos son llamados, pero pocos son escogidos). Al oír esta letra sentí una gran sensación de autorreproche. Tras haber creído en Dios tanto tiempo, no había puesto en práctica nada de la palabra de Dios, y ni mucho menos lo amaba sinceramente. En ese momento, tanto si vivía como si moría, solo quería aspirar a obedecer a Dios. Mientras meditaba Sus palabras, ocurrió un milagro. Sin darme siquiera cuenta, se me alivió paulatinamente la respiración, esta era menos acelerada, y se me tranquilizó mucho el corazón. Cuando las hermanas vieron que me había recuperado, dieron gracias a Dios con emoción, y yo contemplé verdaderamente los milagros de Dios. Aunque podía respirar de nuevo con normalidad, ya tenía el cuerpo considerablemente agotado, por lo que mis hermanas siguieron aconsejándome que me hospitalizaran. Una me dio su tarjeta de identidad, pero me daba miedo implicarla. Me tomó de la mano y me dijo: “Oremos juntas a Dios. Lo importante ahora es llegar al hospital. Ora a Dios para pedirle perseverancia, y todo saldrá bien”. Me emocioné tanto que no sabía qué decir ni tenía fuerzas para ello, así que solo pude asentir con la cabeza, sabedora de que todo esto era por el amor de Dios. Una vez que llegamos al hospital, aunque el médico dudó de mi tarjeta de identidad, no indagaron al detalle mi verdadera identidad, y el proceso del tratamiento fue relativamente bien. Mi estado mejoró poco a poco y me dieron el alta del hospital aproximadamente una semana después.

Tras el alta del hospital, reanudé mi vida en la clandestinidad. Como a los hermanos y hermanas de mi entorno los detenían con frecuencia, yo tenía que trasladarme urgentemente a otro lugar, lo que se volvió una horrible rutina para mí. Tenía que ir de casa en casa con mascarilla para que no me grabaran las cámaras, pero eso me dificultaba la respiración. Una vez, yendo de prisa por la calle con mascarilla, no podía respirar. Me costó mucho subir al autobús y, cuando lo logré, había mucha gente dentro y el aire estaba tan cargado que respiraba hondo y entrecortado. Se me tensó dolorosamente el pecho, y los ojos se me dilataron sin querer. Creía que, si no me bajaba del autobús, podría morir en él. Oraba y clamaba constantemente a Dios en mi interior, y un buen rato más tarde pude respirar con mayor facilidad. Después de trasladarme tantas veces, me sentía débil y temía que mi cuerpo no lo soportara y que, si continuaba, ese tormento me matara. Luego descubrí un pasaje de las palabras de Dios: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de la humanidad, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y en el que tengan una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son obedientes hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). Cierto, la senda para seguir a Dios es intrínsecamente accidentada y difícil. La persecución de los cristianos por parte del Partido Comunista nunca ha cesado. Si creemos en Dios, nos enfrentamos al peligro de que nos detengan, nos torturen o incluso nos asesinen en cualquier momento, pero Dios utiliza esos entornos para perfeccionar nuestra fe. Sabía que, como alguien que cree y sigue a Dios, debía soportar estas persecuciones y tribulaciones. Cuando pensaba en esto, mi fe se sentía renovada.

Al recordar mis años de fe en Dios, veo que el Partido Comunista de China empleó diversos medios para empujarme paso a paso a un callejón sin salida, pero las palabras de Dios siempre me han guiado y aportado esclarecimiento. Ya tengo algo de discernimiento de la esencia demoníaca del PCCh, he logrado comprender un poco la adulteración de mi aspiración a bendiciones en mi fe y he aprendido a ser razonable ante Dios. También he contemplado los milagros de Dios. Cuando estuve al borde de la muerte, Dios me guio para que sobreviviera tenazmente, y mi fe en Él se volvió más firme. Todo esto son ganancias que nunca podría haber obtenido en un entorno cómodo. Tengo decidido que, independientemente de cómo me persiga el PCCh o de lo duras o difíciles que se pongan las cosas, seguiré a Dios, cumpliré adecuadamente con el deber y le retribuiré a Dios Su amor.

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