Lo que pasa por no esforzarme en mi deber
En 2019, a la hermana Andrea y a mí nos pusieron a cargo de la labor de diseño artístico en la iglesia. Cuando comencé en este deber, había muchos principios que no captaba, por lo que Andrea me enseñaba pacientemente y asumía la mayor parte del trabajo. Después me enteré de que llevaba dos años en este deber y de que tenía experiencia de trabajo, y en todo, desde resolver problemas en las reuniones hasta recapitular el trabajo, pensaba de forma más global que yo. Cuando los hermanos y las hermanas planteaban preguntas, siempre tenía buenas soluciones. En comparación con ella, creía estar muy por detrás. Pensaba: “¿Cuánto sufrimiento tendré que soportar y qué precio tendré que pagar para ser como Andrea? Como tiene más experiencia y lleva más la carga, dejaré que haga más trabajo”.
Antes de los resúmenes del trabajo, Andrea me pedía que analizara por anticipado cómo enseñar para resolver problemas, y reflexionaba: “Eso es mucho problema. Además de resumir los problemas actuales de nuestro deber, tengo que encontrar las palabras de Dios y los principios pertinentes para enseñar una solución. Sobre todo en cuestiones profesionales, no tengo mucha experiencia. Para dar una solución, tendría que esforzarme mucho para buscar muchísima información y pedir que me enseñaran lo que no entiendo. Eso supondría muchísimo tiempo y esfuerzo. Andrea conoce este campo, así que puede hacer los resúmenes. Se lo dejaré a ella”. Después de eso no volví a pensar en los resúmenes de trabajo. Durante el resumen, cuando Andrea me preguntaba qué opinaba y qué ideas tenía, le decía: “Como no conozco el campo, mejor haz tú los resúmenes”. A veces, cuando ella estaba planeando nuestro orden de estudio, me preguntaba si quería participar para que la aconsejara y ayudara a evitar posibles problemas. Yo pensaba: “Andrea siempre ha sido la responsable de nuestro estudio. Para participar tendría que reflexionarlo y estudiar cosas que no sé en mucha profundidad. ¡Demasiado esfuerzo! Olvídate, no voy a participar”. Por tanto, desairaba a Andrea.
Más adelante aprendimos una nueva técnica de dibujo. Mientras aprendíamos esto, constantemente nos topábamos con de dificultades y problemas, pero Andrea los debatía y resolvía con nosotros. Como yo no conocía bien la técnica, seguía confundida tras explicarme las cosas dos veces y pensaba: “Es agotador aprender nuevas destrezas en este campo. No creo que participe esta vez. De todos modos, tenemos a Andrea, que nos puede ayudar a aprender”. Luego, cuando estudiaba, no escuchaba atentamente. Unas veces no decía nada en todo el rato; otras, me iba a trabajar en otras cosas. Cuando Andrea me pedía ideas y opiniones, siempre contestaba descuidadamente que no tenía. Poco a poco, cada vez llevaba menos carga en el deber y dejé de notar los problemas al realizar el seguimiento. En esa época, sentía el corazón vacío cada día y me volví cada vez más negativa. Creía tener poca aptitud y no estar a la altura del deber.
Un día, tras hablar con Andrea de mi trabajo, me comentó: “Ya llevas un tiempo en este deber, pero sigues alegando que te falta experiencia o que no entiendes. No quieres llevar una carga ni hacer un esfuerzo. Yo tengo buenas ideas porque suelo orar, ampararme en Dios y buscar principios para comprender las cosas. En especial cuando se trata de cuestiones profesionales que no entendamos, debemos tomar la iniciativa para estudiarlas. Si no, ¿cómo podemos cumplir bien con el deber?”. Después me habló de cómo se amparaba en Dios y buscaba soluciones ante las dificultades. Sin embargo, por entonces continuaba sin reparar en mi problema en absoluto. En cambio, sentía que Andrea no entendía mis dificultades, así que ni me tomé en serio sus sugerencias ni hice introspección posteriormente.
Pronto pusieron a Andrea a cargo de otro trabajo. Yo estaba muy triste cuando se fue, pues, frente a tanto trabajo, tenía la mente en blanco. Pensé: “Si ya llevo un año a cargo de esta labor, ¿cómo es que todavía soy incapaz de asumirla?”. Entonces recordé lo que me había dicho Andrea. ¿Realmente no había llevado una carga en el deber? Oré a Dios para pedirle que me guiara para hacer introspección y conocerme. Leí este pasaje de la palabra de Dios: “La mayoría de las veces sois incapaces de responder cuando se os pregunta por cuestiones de trabajo. Algunos de vosotros habéis participado en el trabajo, pero nunca habéis preguntado cómo va ni lo habéis pensado cuidadosamente. A tenor de vuestra aptitud y vuestro conocimiento, al menos debéis saber algo, ya que todos habéis participado en este trabajo. ¿Y por qué la mayoría de la gente no dice nada? Es posible que realmente no sepáis qué decir, que no sepáis si las cosas van bien o no. Hay dos razones para ello. Una es que sois totalmente indiferentes, nunca os habéis preocupado por estas cosas y solamente las habéis considerado una tarea que había que realizar. La otra es que sois irresponsables y no estáis dispuestos a preocuparos por estas cosas. Si tú te preocuparas sinceramente y estuvieras verdaderamente absorto, tendrías una opinión y una perspectiva de todo. A menudo, el no tener ninguna perspectiva ni opinión se deriva de ser indiferente y apático y de no asumir ninguna responsabilidad. No eres aplicado respecto al deber que cumples, no asumes ninguna responsabilidad, no estás dispuesto a pagar un precio ni a implicarte. No te esfuerzas ni estás dispuesto a gastar más energía; simplemente deseas ser un subordinado, lo cual no difiere de cómo trabaja un incrédulo para su jefe. A Dios le desagrada este tipo de cumplimiento del deber, no le complace. No puede recibir Su aprobación” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). La palabra de Dios revelaba mi estado preciso. Cuando trabajaba y debatía la labor con Andrea, yo nunca tenía opiniones ni ideas. Siempre había creído que se debía a que no conocía bien el campo ni el trabajo. Tras leer la palabra de Dios fue que entendí que se debía a mi desidia e irresponsabilidad. Al recordar la época en que fui compañera de Andrea, cada vez que tenía un problema profesional, no me preocupaba. Lo eludía y evitaba excusándome en mi inexperiencia en el deber y mi escasa comprensión de los principios. Al debatir el trabajo, era una mera oyente. Nunca lo había pensado detenidamente. Solía decir delante de Andrea que no entendía, que no era capaz y que ella tenía más experiencia laboral, pero en verdad solo eran excusas. Mi verdadero propósito era lograr su compasión y comprensión para que ella hiciera más trabajo y yo pudiera seguir disfrutando de mi ocio. ¡Qué astuta y mentirosa! Me habían puesto a cargo de este deber hacía más de un año y tenía una base a nivel profesional, por lo que, de haber sido responsable y haber estudiado de forma diligente, habría tenido opiniones propias al debatir el trabajo. Quizá habría podido asumirlo cuando trasladaron a Andrea. Lo único que había hecho era ser irresponsable en el deber, como si simplemente trabajara a cambio de un sueldo y sobreviviera día a día con el menor esfuerzo o preocupación que pudiera. Nunca pensaba en cómo hacer adecuadamente las cosas, en hacerlas lo mejor posible y cumplir con mi responsabilidad. Simplemente salía de paso en el deber y no pensaba más que en eludir el sufrimiento carnal. No tenía en cuenta para nada la voluntad de Dios. ¿Cómo podía decir que llevaba a Dios en el corazón? ¿Cómo no habría de aborrecerme Dios por mi actitud hacia el deber?
Después leí otro pasaje de la palabra de Dios: “El Señor Jesús dijo en una ocasión: ‘Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará’ (Mateo 13:12). ¿Qué significan estas palabras? Significan que, si ni siquiera cumples ni te dedicas a tu deber o trabajo, Dios te quitará lo que antes era tuyo. ¿Qué significa ‘quitar’? ¿Qué tal hace sentir esto a la gente? Puede ser que no logres lo que tu aptitud y tus dones te hubieran permitido, no sientas nada y seas como un incrédulo. En eso consiste que Dios te lo haya quitado todo. Si en el deber eres negligente, no pagas un precio y no eres sincero, Dios te quitará lo que antes era tuyo, te retirará tu derecho a cumplir con el deber, no te dará este derecho. Como Dios te otorgó dones y aptitud, pero tú no cumpliste adecuadamente con el deber, no te gastaste por Dios ni pagaste un precio y no te volcaste en ello, no solo es que Dios no te bendiga, sino que te quitará lo que antes tenías. Dios le otorga dones a la gente y le da habilidades especiales, así como inteligencia y sabiduría. ¿Cómo debe la gente utilizar estas cosas? Debes dedicar tus habilidades especiales, tus dones, tu inteligencia y tu sabiduría a tu deber. Debes utilizar tu corazón y aplicar a tu deber todo lo que sabes, todo lo que entiendes y todo lo que puedes lograr. Así recibirás bendiciones. ¿Qué implica recibir bendiciones de Dios? ¿Qué hace sentir esto a la gente? Que Dios le ha dado esclarecimiento y guía y que tiene una senda cuando cumple con el deber. A otra gente le puede parecer que tu aptitud y las cosas que has aprendido no te permiten hacer nada; pero si Dios obra y te da esclarecimiento, no solo podrás entender y hacer estas cosas, sino también hacerlas bien. Al final hasta te preguntarás: ‘No solía ser tan hábil, pero ahora hay muchas más cosas buenas dentro de mí, todas ellas positivas. Jamás estudié esas cosas, pero ahora, de pronto, las entiendo. ¿Cómo me he vuelto tan inteligente de repente? ¿Cómo es que ahora sé hacer tantas cosas?’. No lo vas a poder explicar. Se trata del esclarecimiento y la bendición de Dios; así bendice Dios a la gente. Si no sentís esto cuando cumplís con el deber o hacéis vuestro trabajo, entonces Dios no os ha bendecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Tras meditar la palabra de Dios, entendí que Dios bendice a los honestos y a quienes se esfuerzan sinceramente por Él. Cuanto más diligente es una persona y más procura mejorar en el deber, más la esclarece el Espíritu Santo y más eficaz es en el deber. Por el contrario, si cumples con el deber con astucia, no eres diligente y no pagas ningún precio, nunca progresarás ni sacarás provecho del deber y puede que hasta pierdas lo que hayas logrado. Recordé entonces la experiencia de la que me había hablado Andrea. La verdad era que hubo un montón de trabajo que al principio ella no entendía, pero solía llevar sus dificultades ante Dios, oraba, buscaba y las meditaba en profundidad, y hablaba de ellas y las resumía con otras personas, e inconscientemente recibía el esclarecimiento del Espíritu Santo y siempre se le ocurrían nuevas ideas. Cada vez progresaba más y era cada vez más eficaz en el deber. Sin embargo, yo trataba de mantener el mismo estado de cosas, no buscaba progresar, procuraba disfrutar del ocio y no quería sufrir ni pagar un precio. En consecuencia, nunca alcanzaba mi potencial. Tal como afirman las palabras de Dios: “A cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mateo 13:12). Dios aborrecía mi actitud descuidada e irresponsable hacia el deber. Me di cuenta de que, si no me arrepentía, sin duda Dios me despreciaría y al final yo perdería por completo la oportunidad de cumplir un deber. Al pensarlo sentí miedo, así que oré de inmediato a Dios para arrepentirme y pedirle que me guiara hacia una senda de práctica.
Más tarde leí la palabra de Dios: “¿Cómo debes entender los deberes? Como algo que el Creador, Dios, le encarga a alguien; así es como surgen los deberes de las personas. La comisión que te encarga Dios es tu deber, y es totalmente natural y justificado que cumplas con tu deber como Dios lo exige. Si tienes en claro que este deber es la comisión de Dios y que es el amor y la bendición de Dios que recaen sobre ti, entonces podrás aceptar tu deber con un corazón amante de Dios, podrás ser considerado con Su voluntad mientras realizas tu deber y podrás superar todas las dificultades para satisfacerle. Aquellos que verdaderamente se esfuerzan por Dios nunca podrían rechazar Su comisión; nunca podrían rechazar ningún deber. Sea cual sea el que Dios te confíe, independientemente de las dificultades que conlleve, no debes rechazarlo, sino aceptarlo. Esta es la senda de práctica, que consiste en practicar la verdad y dedicar toda tu devoción en todas las cosas para satisfacer a Dios. ¿Cuál es el eje central de esto? Es la frase ‘en todas las cosas’. ‘Todas las cosas’ no significa necesariamente las cosas que te gustan o que se te dan bien y, mucho menos, las cosas con las que estás familiarizado. Algunas veces serán cosas en las que no eres bueno, cosas que tienes que aprender, que son difíciles o con las que debes sufrir. Sin embargo, independientemente de la cosa de que se trate, siempre y cuando Dios te la haya confiado, debes aceptarla de parte de Él y, tras aceptarla, debes cumplir bien el deber, dedicarle toda tu devoción y satisfacer la voluntad de Dios. Esta es la senda de práctica” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras meditar estas palabras de Dios, me ilusioné profundamente. Un deber es una comisión de Dios, y se nos dé bien o no, sea sencillo o complejo, ha venido de Dios, así que hemos de ser responsables y todo lo leales que podamos. No podemos recibir la guía de Dios hasta que no nos esmeremos y cumplamos con nuestra responsabilidad. Me acordé de todas las veces que juré ante Dios que cumpliría lealmente con el deber para devolverle Su amor. Ahora que el deber era algo complicado y arduo y yo tenía que sufrir y pagar un precio, simplemente salía del paso y trataba de eludirlo. Al comprenderlo, me sentí en deuda con Dios e indigna de gozar de Su amor. No podía seguir así. Tenía que practicar según la palabra de Dios, atender mis deberes sinceramente y cumplir plenamente con mis responsabilidades para no lamentarlo en el futuro.
Por ello, posteriormente tomé la iniciativa y empecé a estudiar y a familiarizarme con el trabajo que antes desconocía y, cuando me topaba con problemas complicados, ya no trataba de eludirlos. Por el contrario, tomaba la iniciativa de debatirlos y solucionarlos con mis hermanos y hermanas, y les pedía que me enseñaran cuando no los comprendía. Poco a poco, comencé a dominar los pormenores y era capaz de dar solución adecuada a las dificultades de otros. Al resumir nuestro trabajo, al principio no tenía ideas y todavía quería evitarlo, pero recordaba lo que había leído en la palabra de Dios, así que abandonaba conscientemente la carne, pensaba en los problemas que existían en nuestro deber y me esforzaba por buscar principios e información. Después de un tiempo practicando de esa forma, percibía claramente la guía de Dios. Sin darme cuenta, empecé a entender un montón de cosas que no entendía o que me confundían y cada vez que resumíamos el trabajo lográbamos resultados. Mis hermanos y hermanas practicaron lo que habíamos resumido y también progresaron.
Creía que mi actitud hacia el deber había cambiado en cierta medida, pero cuando me encontré de nuevo con la misma situación, volví a las andadas.
En septiembre de 2021, por necesidades del trabajo, comencé a trabajar junto con la hermana Rosy para regar a nuevos fieles. Pensaba que este deber no implicaría cuestiones técnicas, por lo que sería menos molesto, pero, en realidad, una vez que empecé en él, descubrí que no era fácil regar bien a los nuevos fieles. No solo tenía que comunicarme en otro idioma, sino que además tenía que enseñar la verdad para corregir rápidamente sus nociones y su confusión. Veía que la hermana Rosy era muy competente en todos los aspectos del trabajo. Sabía encontrar enseguida la verdad pertinente para resolver los problemas de los nuevos fieles, pero vi que a mí se me daba muy mal. No era capaz de enseñar claramente la verdad ni de resolver sus problemas. Para llegar al nivel de Rosy, era preciso que estudiara y me preparara durante mucho tiempo y pagara un precio notable. Pensaba: “Olvídate; Rosy es mi compañera ahora de todos modos, así que no tengo que preocuparme”. Cuando lo pensaba, no me dotaba de las verdades sobre el riego con tanto afán, y después de las reuniones no preguntaba a los nuevos fieles por sus problemas y dificultades de manera activa. Un día recapacité acerca de que ya llevaba dos meses haciendo ese deber, pero aún no sabía regar a un nuevo fiel yo sola. Siempre ponía la excusa de que no entendía, pero en realidad no me esforzaba por pagar un precio. No pude evitar preguntarme: “¿Por qué, en cuanto me encuentro con un deber que no se me da bien, pongo por excusas mi ‘falta de comprensión’ y mi ‘incapacidad’ para salir del paso del deber y no quiero pagar un precio?”. Llevé mi estado y mi confusión ante Dios y oré.
Un día, durante mis devociones, leí la palabra de Dios: “Al cumplir con un deber, la gente siempre escoge el más liviano, el que no les canse, el que no implique desafiar los elementos a la intemperie. A esto se le llama elegir los trabajos fáciles, eludir los complicados, y se trata de una manifestación de codicia de las comodidades de la carne. ¿Qué más? (Quejarse siempre cuando su deber es un poco duro, un poco agotador, cuando implica pagar un precio). (Preocuparse por la comida y la ropa, y por los caprichos de la carne). Todas estas son manifestaciones de codicia de las comodidades de la carne. Cuando una persona así ve que una tarea es demasiado laboriosa o arriesgada, se la endosa a otra persona; se limita a hacer el trabajo con tranquilidad, y pone excusas de por qué no puede hacer este, diciendo que tiene poca aptitud y que no tiene las habilidades requeridas, que es demasiado para él; cuando en realidad es porque codicia las comodidades de la carne. […] También están los que se quejan siempre mientras cumplen con el deber, que no quieren esforzarse, que, en cuanto tienen un pequeño tiempo muerto, descansan, charlan ociosos o disfrutan del ocio y el entretenimiento. Y cuando el trabajo se intensifica y rompe el ritmo y la rutina de sus vidas, se sienten infelices e insatisfechos por ello. Gruñen y se quejan, y se vuelven descuidados y superficiales en el cumplimiento de su deber. Esto es codiciar las comodidades de la carne, ¿verdad? […] ¿Son las personas que codician las comodidades de la carne aptas para cumplir con un deber? Si sacamos el tema del cumplimiento del deber, hablamos de pagar un precio y de sufrir penurias, no paran de negar con la cabeza: tienen demasiados problemas, les embargan las quejas, son negativas en todo. Esas personas son inútiles, no tienen derecho a cumplir con el deber y hay que descartarlas” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (2)). “Algunos falsos líderes sí tienen algo de aptitud, pero no hacen un trabajo práctico y codician las comodidades de la carne. Las personas que codician las comodidades de la carne no difieren mucho de los cerdos. Los cerdos se pasan el día comiendo y durmiendo. No hacen nada. Sin embargo, tras un año de trabajo duro y de mantenerlos alimentados, cuando toda la familia come carne a final de año, se puede decir que han sido útiles. Si se mantiene a un falso líder como a un cerdo, comiendo y bebiendo gratis tres veces al día, creciendo gordo y fuerte, pero no hace ningún trabajo práctico y es un derrochador, ¿acaso no ha sido inútil mantenerlo? ¿Ha servido de algo? Solo son buenos como un contraste a la obra de Dios y deben ser descartados. De verdad, es mejor mantener a un cerdo que a un falso líder. Los falsos líderes pueden tener el cargo de ‘líder’, pueden ocupar ese puesto, comer bien tres veces al día y disfrutar de muchas de las gracias de Dios, y al final del año han comido hasta engordar, pero ¿cómo ha ido el trabajo? Observa todo lo que has logrado en el trabajo este año: ¿Has visto resultados en algún área del trabajo este año? ¿Qué trabajo práctico has realizado? La casa de Dios no te pide que hagas todas las tareas perfectas, pero debes hacer bien el trabajo clave: la labor evangelizadora, por ejemplo, o la audiovisual o la basada en los textos, etc. Todos ellos deben ser fructíferos. En circunstancias normales, se puede observar un efecto —un resultado— al cabo de tres o cinco meses; si no se producen resultados al cabo de un año, entonces existe un problema grave. Transcurrido un año, observa qué trabajo de tu ámbito de responsabilidad ha salido mejor, en cuál pagaste el mayor precio y sufriste más. Observa tus logros: en el fondo deberías tener una idea de si has conseguido algunos logros valiosos en tu año de disfrutar de la gracia de Dios. ¿Qué hacías mientras comías el alimento de la casa de Dios y gozabas de Su gracia todo este tiempo? ¿Has logrado algo? Si no has logrado nada, eres un vago, un falso líder de verdad” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (4)). Conforme meditaba estas palabras de Dios, sentía que me habían traspasado el corazón. Fue entonces cuando comprendí que siempre me acobardaba ante la dificultad en el deber y que me excusaba detrás de mi “falta de comprensión” y mi “incapacidad” porque era excesivamente perezosa y anhelaba demasiado la comodidad carnal. Antes, cuando estaba a cargo de un deber con Andrea, siempre escogía tareas fáciles y sencillas y le daba a ella aquello en lo que yo no era hábil o que exigía pensar detenidamente. Ahora, en el riego de nuevos fieles con Rosy, seguía sin querer preocuparme ni pagar un precio. Recapacité acerca de mi conducta y me percaté de que, principalmente, se debía a que me controlaban las filosofías satánicas. Cosas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “aprovecha el momento, la vida es corta” y “date los gustos en vida” se habían arraigado a fondo en mi corazón. Siempre había creído que la gente tenía que vivir para sí misma y que, cuando no sufrimos y tenemos comodidad carnal, estamos viviendo como es debido. Cuando llegué a la iglesia a cumplir con el deber, todavía tenía esta opinión. Cuando había deberes que no se me daban bien, cuando me encontraba con dificultades que exigían pagar un precio, me acobardaba como un avestruz que esconde la cabeza y priorizaba mi comodidad carnal. Los cerdos no tienen pensamientos ni hacen nada. Solo saben comer, beber y dormir. Yo era igual, preocupada únicamente por la comodidad. ¡Qué vida más vulgar tenía! Recordé que antes como supervisora, y ahora en el riego, Dios me había concedido gracia, pero yo no trataba de progresar ni tenía para nada en cuenta mis responsabilidades y deberes. Era irresponsable hacia el trabajo de la iglesia y hacia la vida de mis hermanos y hermanas. ¡No tenía la más mínima conciencia! No quería sufrir ni pagar un precio, sino que siempre ponía las excusas de “no entender” o “no ser capaz” para dar lástima, y para que los demás me creyeran capaz de admitir mis defectos y me consideraran razonable y honesta. Lo cierto es que con estas palabras disimulaba mi pereza e irresponsabilidad. Era muy astuta y mentirosa y engañaba a todos mis hermanos y hermanas. Aunque pudiera engañarlos durante un tiempo, Dios lo ve todo y es justo. Si intentaba engañar y timar a Dios, ¿cómo no habría Él de aborrecerme? Por eso nunca encontré la guía de Dios en el deber durante aquella época. ¡Estar siempre confundida y no lograr un progreso evidente eran señales de peligro!
Leí la palabra de Dios: “Después de aceptar lo que Dios le había encomendado, Noé se dispuso a realizarlo y a cumplir con la construcción del arca de la que Dios le habló, como si fuera lo más importante de su vida, sin pensar nunca en retrasarse. Los días pasaron, luego los años, día tras día, año tras año. Dios nunca presionó a Noé, pero a lo largo de todo este tiempo, Noé perseveró en la importante tarea que Dios le había encomendado. Cada palabra y frase que Dios había pronunciado estaba inscrita en el corazón de Noé, como grabadas en una tabla de piedra. Sin tener en cuenta los cambios en el mundo exterior, las burlas de los que le rodeaban, las penurias, las dificultades que encontró, Noé perseveró en todo momento en lo que le había sido confiado por Dios, sin jamás desesperar ni pensar en rendirse. Las palabras de Dios estaban grabadas en el corazón de Noé, y se habían convertido en su realidad cotidiana. Noé preparó cada uno de los materiales necesarios para construir el arca, y la forma y las especificaciones del arca ordenadas por Dios fueron tomando forma con cada golpe cuidadoso del martillo y el cincel de Noé. Contra el viento y la lluvia, y sin importarle cómo la gente se burlaba o lo calumniaba, la vida de Noé continuó de esta manera, año tras año. Dios observaba en secreto cada acción de Noé, sin dedicarle nunca una palabra, y con el corazón conmovido. Sin embargo, Noé no lo sabía ni lo sentía. De principio a fin, se limitó a construir el arca y a reunir a todas las especies de criaturas vivientes, con una fidelidad inquebrantable a las palabras de Dios. En el corazón de Noé no había ninguna instrucción superior que debiera seguir y llevar a cabo: las palabras de Dios eran su dirección y el objetivo de toda su vida. Así que, no importaba lo que Dios le dijera, le pidiera y le ordenara, Noé lo aceptó completamente, se lo aprendió de memoria y se lo tomó como la cosa más importante de su vida. No solo no lo olvidó, no solo lo fijó en su mente, sino que lo convirtió en la realidad de su propia vida, y dedicó esta a aceptar y llevar a cabo la comisión de Dios. Y así, tabla a tabla, se construyó el arca. Todos los movimientos de Noé, todos sus días, estaban dedicados a las palabras y los mandamientos de Dios. Puede que no pareciera que Noé estuviera llevando a cabo una empresa trascendental, pero a ojos de Dios, todo lo que hizo Noé, incluso cada paso que dio para conseguir algo, cada labor realizada por su mano, eran preciosos, merecían ser conmemorados y eran dignos de que esta humanidad los emulara. Noé se adhirió a lo que Dios le había confiado. Fue inquebrantable en su creencia de que toda palabra pronunciada por Dios era verdad; de eso no le cabía duda. Y a consecuencia de ello, el arca se completó y todas las especies de criaturas vivientes lograron vivir en ella” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión dos: Cómo escucharon Noé y Abraham las palabras de Dios y lo obedecieron (I)). Conforme meditaba las palabras de Dios, me emocioné mucho. Noé fue obediente y considerado para con Dios. Cuando Dios mandó a Noé que construyera el arca, Noé valoró Su comisión y obedeció Sus exigencias. Al principio no sabía cómo construir el arca y la dificultad de hacerlo era realmente excesiva. Noé tuvo que sufrir y pagar un precio en cada fase, pero fue fiel a la comisión de Dios. Para consumar la comisión de Dios, voluntariamente sufrió, pagó el precio y construyó el arca clavo a clavo. Noé perseveró 120 años y finalmente consumó la comisión de Dios. Aunque Noé sufrió mucho para construir el arca y no gozó de la comodidad carnal, había llevado a cabo la comisión de Dios, lo había satisfecho y se había ganado Su aprobación. En comparación con la actitud de Noé hacia la comisión de Dios, entendí que yo no tenía ninguna humanidad. No era leal al cumplir con mi deber. Era perezosa y astuta, solo anhelaba la comodidad carnal y no estaba dispuesta a sufrir nada. ¡Verdaderamente llevaba una vida despreciable! Si continuaba así y no cambiaba, al final perdería mi deber, lo que lamentaría el resto de mi vida.
En días posteriores organicé adecuadamente mi tiempo, y cada día me proponía dotarme de las verdades necesarias acerca del riego de nuevos fieles. Un día, en una reunión, los hermanos y las hermanas plantearon un problema del trabajo de riego, y cuando yo oía algo que no entendía, deseaba eludirlo. Pensaba en dejar que lo debatieran ellos. Sin embargo, esta vez de repente fui consciente de que quería salir del paso y no responsabilizarme. Me acordé de la actitud seria y responsable de Noé hacia su comisión y entonces corregí rápidamente mi estado incorrecto. Escuché atentamente cómo enseñaban la verdad para resolver el problema. En la recapitulación final, les planteé mi consejo. Me sorprendió que dijeran que mi consejo era bueno. Cuando regaba a nuevos fieles con Rosy, tomaba la iniciativa de practicar la resolución de las dificultades prácticas que tenían, y si había problemas que no sabía resolver, le pedía ayuda a ella inmediatamente. Con el tiempo, yo también pude regar a nuevos fieles por mi cuenta. Aunque aún tengo muchos fallos y defectos, noto que estoy madurando y aprendiendo y me siento más tranquila. El entendimiento y los beneficios que he sido capaz de recibir son, todos ellos, resultado de la obra de Dios. ¡Gracias a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.