¿Qué conlleva la búsqueda de fama y riqueza?
Cuando era pequeña, no tenía muchos hermanos y por eso a mi familia la menospreciaban. En aquella época, mis padres solían decirme: “El trabajo de médico es el mejor y el más estable. Además de que los sueldos son altos, es una profesión muy respetada”. Siempre que venía un médico al pueblo, lo recibían con amabilidad y le mostraban el mayor de los respetos. Yo admiraba y envidiaba profundamente a aquellos médicos, y me dije que tenía que trabajar duro para poder ser médica yo también en el futuro, pasear orgullosa por el pueblo y ser respetada. Después de aquello, me enterré en libros y me dediqué en cuerpo y alma a mis estudios. Mis esfuerzos se vieron recompensados cuando, tiempo después, entré en la escuela de Medicina China de la provincia. Tras graduarme, encontré trabajo como médica en el hospital del condado, tal como quería. A partir de ese momento, sentí que había progresado en la vida. Tenía un buen sueldo, todos mis compañeros me admiraban y me envidiaban, mis amigos, familiares y conocidos buscaban mi ayuda cuando estaban enfermos, y siempre que volvía al pueblo me recibían con amabilidad y respeto. Mis padres también estaban muy orgullosos. Realmente, me encantaba sentir aquel respeto y era un gran estímulo para mi vanidad. Sentía que, por fin, todos mis sacrificios habían merecido la pena. A medida que fui ganando experiencia, conocí a mucha gente rica e influyente que venía con todo tipo de padecimientos que les provocaban un sufrimiento increíble. Algunos de ellos venían con enfermedades agudas graves, pero lo único que podían hacer los médicos era verlos morir sin remedio. No podía evitar pensar que nuestras vidas, a las puertas de la muerte, son frágiles e indefensas. Esta idea me dio una extraña sensación de vacío espiritual. Empecé a preguntarme cuál era el sentido de la vida y con qué fin la estaba viviendo.
A finales de 1998, muchos médicos abandonaron los hospitales públicos y abrieron sus propias consultas privadas. Pensé que, si seguía trabajando en el hospital, me quedaría para siempre con mi sueldo actual, así que, si quería progresar y ganar más dinero, tendría que ser mi propia jefa. Así pues, dejé mi trabajo en el hospital y abrí mi propia clínica. Más adelante, en el año 2000, escuché el evangelio de los últimos días de Dios Todopoderoso. Vi lo que dijo Dios: “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: a pesar de que el hombre siempre está ocupándose para sí mismo, permanece incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tu propia perspectiva, si pudieras controlar tu propio sino, ¿seguirías siendo un ser creado?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). A través de Sus palabras, me di cuenta de que la vida y la muerte del hombre están en manos de Él, y que nadie tiene el control de su destino. Cuando se acaben los años que Dios te haya concedido, da igual cuánto dinero, poder o influencia tengas. A través de comer y beber las palabras de Dios y de vivir la vida de la iglesia, también me percaté de que no podía buscar solamente lo material, el estatus y los placeres de la carne. Lo más importante era cumplir con mi deber como ser creado y perseguir la verdad, acumular buenas obras y alcanzar la salvación. De modo que asumí el deber que podía hacer en la iglesia. Me reunía con los hermanos y hermanas y compartíamos la palabra de Dios, y me sentía plena y feliz. Al principio, solamente era responsable de un pequeño grupo de personas y no estaba muy ocupada. Más adelante, me eligieron como líder de la iglesia. Sabía que esto era la exaltación de Dios y que Él me había dado esta oportunidad para formarme y alcanzar la verdad. Había disfrutado muchísimo de la provisión de las palabras de Dios, así que debía tener conciencia y devolver Su amor. Pero también sabía que ser líder suponía mucho trabajo y una gran responsabilidad, y que tendría que dedicar la totalidad de la jornada a ello. Eso significaba que no podría trabajar en mi clínica. Había trabajado la mitad de mi vida por aquel empleo, así que me resistí a la posibilidad de tener que dejarlo sin más. Me comía mucho la cabeza y me sentía muy angustiada y en conflicto. En plena agonía, le oré a Dios: “¡Oh, Dios! Estoy pasándolo muy mal con esta situación. No quiero perder este deber, pero mi estatura es escasa y no soy capaz de superar la debilidad de mi carne. Guíame, por favor, y dame fe y fuerzas”.
En el medio de la búsqueda, pensé en estas palabras de Dios: “Si dejas que esta oportunidad se te escape de las manos, lo lamentarás por el resto de tu vida”. Me apresuré a buscar el siguiente pasaje para leerlo. Dios Todopoderoso dice: “Algunas personas no están dispuestas a coordinarse con otras en el servicio a Dios, aunque hayan sido llamadas a hacerlo; estas son personas perezosas que solo desean deleitarse en las comodidades. Cuanto más se te pida que sirvas en coordinación con otras personas, más experiencia adquirirás. Debido a que tienes más cargas y experiencias, tendrás más oportunidades de ser perfeccionado. Por tanto, si puedes servir a Dios con sinceridad, serás considerado con Su carga; así pues, tendrás más oportunidades de que Él te perfeccione. Es justo ese grupo de personas el que actualmente está siendo perfeccionado. Cuanto más te conmueva el Espíritu Santo, más tiempo dedicarás a ser considerado con la carga de Dios, más serás perfeccionado por Él y más te ganará Él, hasta que, al final, te convertirás en alguien a quien Dios utiliza. En la actualidad, hay algunas personas que no llevan cargas por la iglesia. Estas personas son flojas y descuidadas, y solo les preocupa su propia carne. Son extremadamente egoístas y, también, ciegas. Si no puedes ver este asunto con claridad, no llevarás ninguna carga. Cuanto más considerado seas con las intenciones de Dios, mayor será la carga que Él te confiará. Las personas egoístas no están dispuestas a sufrir tales cosas ni a pagar el precio y, como resultado, perderán oportunidades para que Dios las perfeccione. ¿Acaso no se están haciendo daño a sí mismas? […] Por tanto, debes ser considerado con la carga de Dios, aquí y ahora; no debes esperar que Dios revele Su carácter justo a toda la humanidad para ser considerado con Su carga. ¿No sería demasiado tarde entonces? Esta es una buena oportunidad para que Dios te perfeccione. Si dejas que esta oportunidad se te escape de las manos, lo lamentarás por el resto de tu vida, del mismo modo que Moisés no pudo entrar en la buena tierra de Canaán y lo lamentó por el resto de su vida y murió con remordimientos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Sé considerado con las intenciones de Dios para alcanzar la perfección). A través de las palabras de Dios, me di cuenta de que solo quienes son considerados con Sus intenciones y aceptan Su comisión tendrán más posibilidades de que ser perfeccionados por Él. Quienes no estén dispuestos a considerar las intenciones de Dios son egoístas y no serán perfeccionados por Él. La obra del evangelio ha entrado en un período clave de expansión importante, y el hecho de que la iglesia me haya encomendado un deber tan importante es la forma excepcional en que Dios me concede Su favor y me enaltece. Aun así, no era considerada con las intenciones de Dios y, en su lugar, solo estaba preocupada por mi carne y por ganar dinero para conseguir el respeto de los demás. ¡Me comportaba de manera inadmisible! ¿No creía en Dios, lo seguía, comía y bebía Sus palabras y hacía mi deber para alcanzar la verdad y la salvación? Dios me había dado una oportunidad increíble de recibir formación y alcanzar la verdad mediante este deber. ¡Qué estúpido sería no hacerlo! Si para cuando aceptase el deber, la obra de Dios ya hubiese concluido, habría perdido la oportunidad. Y entonces me arrepentiría muchísimo. Sería como Moisés, que vio Canaán desde lejos, pero no pudo entrar y se arrepintió el resto de su vida. Tenía que someterme a Dios y primero aceptar el deber. Podía buscar a alguien que me sustituyera en la clínica por el momento. En cuanto me decidí, acepté el deber de ser líder.
Después de aquello, dediqué casi todo mi tiempo a mi deber y, si tenía tiempo libre, iba a la clínica corriendo. Al principio, pudimos retener a los pacientes, pero a medida que fue pasando el tiempo y que yo no solía estar allí, la gente empezó a marcharse a otros lados porque no tenían la posibilidad de verme. La clínica recibía cada vez menos pacientes y casi no podíamos aguantar. Solía tener un alto nivel de vida y los demás me apreciaban y admiraban, y mis familiares y amigos acudían a mí cuando tenían problemas, pero ahora todos me estaban criticando, diciendo que estaba descuidando la gestión de la clínica y que no sabían qué hacía durante todo el día. Su actitud hacia mí cambió mucho después de eso. Pensar en que antes me respetaban y admiraban y que ahora todo el mundo se reía de mí me hizo sentir un cúmulo de emociones, un sentimiento díficil de describir. Pensé: “No es que no tenga la capacidad de ganar dinero, tengo las habilidades, así que, si gestiono bien las cosas, seguro que tendré muchos pacientes. Podía volver a vivir aquel estilo de vida de comodidades materiales, recuperar el respeto y la admiración de los demás y tener una vida de prestigio”. También pensé que no hacía tanto que creía en Dios, mi estatura era escasa y no comprendía mucha verdad, así que quizá solo tenía que cumplir un deber acorde a mi capacidad. Quería cambiar mi deber por uno menos exigente. Así, tendría más tiempo para mi trabajo en la clínica y ni este ni mi deber se verían afectados. Sin embargo, después de aquello, dejé de llevar la carga de mi deber. Empecé a desempeñarlo de manera superficial, y en las reuniones, funcionaba por inercia. Recuerdo que, durante una reunión, solo podía pensar en la clínica. ¿Cuántos pacientes habríamos tenido ese día? ¿Se habrían presentado todos los que pidieron cita? Para darme más tiempo para ocuparme de la clínica, no comprendí la situación en profundidad antes de escribir mi informe y lo que entregué a mi superior fue algo escueto. A consecuencia de la falta de detalle, tuve que volver a hacerlo. Tampoco asumí la responsabilidad del trabajo de riego. Algunos de los recién llegados incluso se marcharon porque no se les estaba regando. El superior habló conmigo e intentó ayudarme varias veces con este problema, y me sentí bastante culpable, por lo que oraba mucho a Dios y me proponía rebelarme contra mi carne y cumplir bien con mi deber, pero era inevitable: siempre me distraía la clínica. Seguí proponiéndome cosas e incumpliéndolas ante Dios y me fui alejando cada vez más de Él. Con frecuencia me sentía inexplicablemente vacía y tenía miedo. En varias ocasiones, quise abandonar la clínica, pero luego pensaba en que la gente volvería a menospreciarme y no me atrevía a hacerlo. En vista de que no podía rectificar mi estado y que estaba retrasando el trabajo, el líder superior me destituyó.
Me sentí muy molesta después de ser despedida. Hacía comido y bebido muchísimo las palabras de Dios, y sabía con certeza que perseguir la verdad y cumplir bien mi deber eran la senda correcta en la vida, pero no podía desprenderme de la clínica ni cumplir bien con mi deber. Me sentí muy culpable y que le debía muchísimo a Dios. Oré diciendo: “Oh, Dios, soy tan rebelde y Te debo tanto. Oh, Dios, Te pido que me liberes de las ataduras de la riqueza para que pueda cumplir bien mi deber y devolverte Tu amor”.
Después de orar, recordé el título de un capítulo de las palabras de Dios: “¿A quién eres leal?”. Me pregunté: “¿A quién soy leal? ¿Soy leal a Dios?”. Luego, leí un pasaje de este capítulo: “Si en estos momentos colocase dinero en frente de vosotros, y os diera la libertad de escoger, y si no os condenara por vuestra elección, la mayoría escogería el dinero y renunciaría a la verdad. Los mejores de entre vosotros renunciarían al dinero y de mala gana elegirían la verdad, mientras que aquellos que se encuentran en medio tomarían el dinero con una mano y la verdad con la otra. ¿No se haría evidente de esta manera vuestra verdadera esencia? Al elegir entre la verdad y cualquier cosa a la que sois leales, todos tomaríais esa decisión, y vuestra actitud seguiría siendo la misma. ¿No es así? ¿Acaso no hay muchos entre vosotros que han fluctuado entre lo correcto y lo incorrecto? En las competencias entre lo positivo y lo negativo, lo blanco y lo negro, seguramente sois conscientes de las elecciones que habéis hecho entre la familia y Dios, los hijos y Dios, la paz y la alteración, la riqueza y la pobreza, el estatus y lo ordinario, ser apoyados y ser rechazados, y así sucesivamente. Entre una familia pacífica y una fracturada, elegisteis la primera, y sin ninguna vacilación; entre la riqueza y el deber, de nuevo elegisteis la primera, aun careciendo de la voluntad de regresar a la orilla; entre el lujo y la pobreza, elegisteis lo primero; entre vuestros hijos e hijas, esposa, marido y Yo, elegisteis lo primero; y entre la noción y la verdad, una vez más, elegisteis la primera. Al enfrentarme a toda forma de malas acciones de vuestra parte, simplemente he perdido la fe en vosotros. Estoy absolutamente asombrado de que vuestro corazón se resista tanto a ablandarse. Muchos años de dedicación y esfuerzo al parecer solo me han traído vuestro abandono y desesperación, pero Mis esperanzas hacia vosotros crecen con cada día que pasa, porque Mi día ha sido completamente expuesto ante todos. Sin embargo, continuáis buscando cosas oscuras y malvadas, y os negáis a dejarlas ir. Entonces, ¿cuál será vuestro resultado? ¿Habéis analizado detenidamente esto alguna vez? Si se os pidiera que eligierais de nuevo, ¿cuál sería, entonces, vuestra postura? ¿Seguiría siendo lo primero? ¿Seguiríais dándome decepciones y una tristeza miserable? ¿Tendrían vuestros corazones un ápice de calidez? ¿Seguiríais sin ser conscientes de qué hacer para consolar a Mi corazón? En este momento, ¿qué escogéis? […] También espero olvidar todo vuestro pasado, aunque esto es muy difícil de hacer. Sin embargo, tengo una manera muy buena de lograrlo: que el futuro reemplace al pasado y permita que las sombras de vuestro pasado se disipen a cambio de vuestro verdadero ser actual. Así pues, tendré que molestaros para que toméis la decisión una vez más: ¿a quién le sois leales exactamente?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿A quién eres leal?). Las palabras de Dios me llegaron al alma. ¿No era cierto que estas palabras exponían mi estado actual, mi situación actual? Sabía con claridad que, como creyente, debía perseguir la verdad y cumplir bien con mi deber para satisfacer a Dios. Pero, siempre que tenía que elegir entre mi deber y la clínica, tener una buena vida, ser respetada y otras preocupaciones carnales, inevitablemente siempre elegía lo segundo. Me daba miedo que la gente me menospreciase si no podía mantener la clínica. Durante esos años, a simple vista, siempre parecía que hacía mi deber, pero nunca abandoné mi deseo de fama y riqueza, y pensaba constantemente en ganar mucho dinero. Así, realizaba mi deber a la ligera, hacía las cosas por inercia. No hacía bien ninguna de las dos cosas, lo cual me dejaba bastante cansada y emocionalmente agotada. Esto influyó de manera muy negativa en la obra de la iglesia y también ocasionó pérdidas en mi vida. Vi que no era leal a Dios, sino a cosas satánicas como mi propia carne y ambición. Durante aquella época, solía orar a Dios: “¡Oh, Dios! Ya estoy dispuesta a abandonar la clínica para perseguir la verdad y hacer bien mi deber. Por favor, ¡dame la fe que necesito para vender mi negocio pronto!”. Además de orar, también empecé a explicarle todo esto a mi marido para prepararme para la venta de la clínica.
En 2011, gracias a la exaltación de Dios, volvieron a elegirme líder de la iglesia. Sabía que Dios estaba dándome otra oportunidad. Pensé en lo mucho que me arrepentía y me sentía en deuda con Dios por haber priorizado el trabajo en la clínica, y decidí cooperar más esta vez. Rápidamente me apliqué a mi deber y me daba igual cómo fuera la clínica, no me distraía por ello, e intenté encontrar a alguien que se quedase con ella. Pero cuando se preparó el contrato y todo estaba listo para firmar, tuve mis reservas. Le había dedicado la mitad de mi vida a esa clínica. Reflexioné sobre lo duro que había trabajado desde muy joven, sobre cómo había superado las adversidades para cumplir mi sueño de ser médica. Si vendía la clínica, estaría diciendo adiós a la vida que en su momento busqué. Cuanto más lo pensaba, menos quería desprenderme de ella. Me sentía sumamente vacía por dentro. Entonces, me topé con los siguientes pasajes de las palabras de Dios: “¡Deberíais despejar vuestras mentes! ¿Qué debería abandonarse, cuáles son tus tesoros, cuáles tus debilidades fatales, tus obstáculos? Reflexiona más sobre estas preguntas en tu espíritu y habla conmigo. Lo que quiero es que vuestros corazones me miren en silencio; no quiero solamente vuestras labios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 8). “Como alguien que es normal y que busca el amor a Dios, la entrada al reino para convertirse en uno del pueblo de Dios es vuestro verdadero futuro, y es una vida que tiene el mayor valor y significado; nadie está más bendecido que vosotros. ¿Por qué digo esto? Porque los que no creen en Dios viven para la carne y viven para Satanás, pero hoy vivís para Dios y vivís para seguir la voluntad de Dios. Es por esto que digo que vuestras vidas tienen el mayor significado. Solo este grupo de personas, que Dios ha seleccionado, puede vivir una vida con gran significado: Nadie más en la tierra puede vivir una vida de tal valor y significado” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Conoce la obra más reciente de Dios y sigue Sus huellas). “Debes tener las mismas aspiraciones y conciencia que Pedro; tu vida debe tener sentido y no debes jugar juegos contigo mismo. Como ser humano y como una persona que busca a Dios, tienes que considerar cuidadosamente cómo tratas tu vida, cómo te ofreces a Dios, cómo debes tener una fe más significativa en Dios y cómo, ya que amas a Dios, lo debes amar de una manera que sea más pura, más hermosa y mejor” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Reflexionando sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que el estatus mundano, la riqueza y los placeres de la carne que buscan los hombres no son objetivos dignos. Solo presentarse ante el Creador, cumplir bien nuestros deberes como seres creados, perseguir la verdad, despojarse de las actitudes corruptas satánicas, y, en última instancia, alcanzar la salvación de Dios y convertirnos en el pueblo de Su reino es el verdadero futuro y constituye la vida más valiosa y significativa. Aunque la clínica estuviese llena de gente, ganase mucho dinero, obtuviese más respeto y mi carne finalmente estuviese satisfecha, me perdería la verdad y vida y la salvación de Dios. No conseguiría el elogio y el reconocimiento de Dios, y sería todo por nada. Cuando vienen desastres, no hay dinero ni respeto que nos salve. Perseguir eso no tiene ni valor ni sentido. Justo como dijo el Señor Jesús: “Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?” (Mateo 16:26). Aun así, puse todos mis esfuerzos en la búsqueda de riqueza, fama y gloria, y lo hice de manera obsesiva. Pensaba que solo teniendo estas cosas podría tener una vida valiosa. Daba igual cuánto tuviese que sacrificar o cuánta energía hubiese que dedicarle, nunca me quejaba. ¡Estaba muy ciega, y veía las cosas de manera muy insensata y muy a corto plazo! Pensé en Pedro. Sus padres querían que se metiese en política, pero él decidió dedicar su vida a Dios. Buscó conocer y amar a Dios y, en última instancia, fue perfeccionado por Él y consiguió el elogio del Creador. Pedro vivió la vida más valiosa y significativa. Sabía que debía emular a Pedro, tenía que abandonar las búsquedas mundanas, perseguir la verdad y cumplir bien mi deber. Después de aquello, ya no tuve más dudas. Cuando firmé el contrato, sentí que me había quitado una enorme carga de encima y me sentí ligera y relajada. Después, me dediqué en cuerpo y alma a mi deber.
Un día, en 2015, me llamó un compañero del hospital en el que antes trabajaba. Me contó que el director de un hospital privado iba a abrir una residencia que tendría la mejor puntuación del condado, y le preguntó si me gustaría trabajar allí. En aquel momento, lo rechacé inmediatamente. Pero luego, días más tarde, el director me llamó personalmente y me dijo que, si trabajaba para él, me daría una habitación para vivir, un sueldo de 3000 yuanes por mes y que mi marido podría hacer allí gratis la rehabilitación de su ictus. En efecto, no tendríamos gastos de subsistencia y además ganaría 3000 yuanes sin condiciones. Empecé a replantearme mi respuesta anterior y le dije que me lo pensaría. Aquella noche, estuve dando vueltas en la cama y no podía dormir. Si rechazaba la oferta, me perdería una oportunidad increíble, pero, si la aceptaba, no podría cumplir mi deber. Pensé en lo díficil y dolorosa que había sido la época en la que dividía mi tiempo entre la clínica y mi deber. Dios había sacrificado muchísimo por mí, tenía que dejar de dudar y de mirar atrás. Pensé en las palabras de Dios que dicen así: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Tras considerar las palabras de Dios, me quedó claro que, lo que en apariencia era solamente una llamada telefónica normal entre antiguos colegas, se trataba en realidad de una batalla espiritual. Satanás estaba intentando tentarme y Dios me estaba poniendo a prueba. La decisión era mía. Pensé en cuando los ángeles ayudaron a la esposa de Lot a huir de Sodoma. Ella seguía pensando en sus posesiones y, al mirar atrás, se convirtió en una estatua de sal. Ya había sido bastante duro para mí liberarme de las garras de Satanás, no podía convertirme en un emblema de humillación como la esposa de Lot. Al darme cuenta de esto, rechacé la oferta en firme.
Más adelante, empecé a reflexionar sobre por qué me distraían estas tentaciones. Sabía con claridad que perseguir estas cosas no tenía sentido ni era algo digno, pero todavía me sentía en conflicto al respecto y no podía abandonarlas. ¿Cuál era la raíz del problema? En el medio de mi búsqueda, me topé con un pasaje de las palabras de Dios: “En realidad, independientemente de lo nobles que sean los ideales del hombre, de lo realistas que sean sus deseos o de lo adecuados que puedan ser, todo lo que el hombre quiere lograr, todo lo que busca está inextricablemente vinculado a dos palabras. Ambas son de vital importancia para la vida de cada persona y son cosas que Satanás pretende infundir en el hombre. ¿Qué dos palabras son? Son ‘fama’ y ‘ganancia’. Satanás usa un tipo de método muy sutil, un método muy de acuerdo con las nociones de las personas, que no es radical en absoluto, a través del cual hace que las personas acepten sin querer su forma de vivir, sus normas de vida, y para establecer metas y una dirección en la vida y, sin saberlo, también llegan a tener ambiciones en la vida. Independientemente de lo grandes que estas ambiciones parezcan, están inextricablemente vinculadas a la ‘fama’ y la ‘ganancia’. Todo lo que cualquier persona importante o famosa y, en realidad, todas las personas, siguen en la vida solo se relaciona con estas dos palabras: ‘fama’ y ‘ganancia’. Las personas piensan que una vez que han obtenido la fama y la ganancia, pueden sacar provecho de ellas para disfrutar de un estatus alto y de una gran riqueza, y disfrutar de la vida. Piensan que la fama y ganancia son un tipo de capital que pueden usar para obtener una vida de búsqueda del placer y disfrute excesivo de la carne. En nombre de esta fama y ganancia que tanto codicia la humanidad, de buena gana, aunque sin saberlo, las personas entregan su cuerpo, su mente, todo lo que tienen, su futuro y su destino a Satanás. Lo hacen sin dudarlo ni un momento, ignorando siempre la necesidad de recuperar todo lo que han entregado. ¿Pueden las personas conservar algún control sobre sí mismas una vez que se han refugiado en Satanás de esta manera y se vuelven leales a él? Desde luego que no. Están total y completamente controladas por Satanás. Se han hundido de un modo completo y total en un cenagal y son incapaces de liberarse a sí mismas” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). “Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Las palabras de Dios me ayudaron a ver la luz y me permitieron darme cuenta de que la razón por la que me había sentido tan atribulada sobre abandonar o no la clínica era que la fama y la riqueza me estaban controlando y atrapando. Satanás utiliza la fama y la riqueza para corromper a las personas, y hace que las persigan durante toda su vida, lo que en última instancia las conduce a sacrificar sus vidas por ello. Pensé en que, desde pequeña, mis padres me habían enseñado que la única manera de distinguirse de los demás era tener un buen trabajo. Cuando vi que los médicos tenían un sueldo alto y estable y que eran muy respetados, ser médica se convirtió en mi objetivo y trabajé incansablemente para conseguirlo. Tras abrazar la fe y comer y beber las palabras de Dios, aprendí que debía perseguir la verdad en mi fe y que buscar la riqueza y el estatus era una búsqueda vacía. Pero, por estar encadenada a la fama y la riqueza, seguía queriendo cumplir mi sueño de distinguirme de los demás, incluso mientras realizaba mi deber. Cuando me vi obligada a elegir entre mi deber y la clínica, quise cambiar a un deber más sencillo, y empecé a hacer las cosas por inercia, lo cual resultó perjudicial para el trabajo de la iglesia. Satanás quería hacerme vivir según estos pensamientos y puntos de vista, y que pusiese toda mi energía en la búsqueda de la riqueza, la fama y la ganancia. Como resultado, no tenía tiempo ni energía para perseguir la verdad y hacer mi deber, e incluso traicionaba a Dios en el nombre de la fama y la riqueza, perdiendo totalmente la posibilidad de salvación. Así es como Satanás corrompe a la humanidad. Los famosos se pasan la vida esforzándose por conseguir fama y riqueza, pero cuando finalmente lo consiguen, no pueden llenar el vacío espiritual de su corazón y se vuelven cada vez más depravados. Algunos incluso empiezan a consumir drogas para alcanzar ese estado de subidón y algunos se suicidan. Me acordé de un antiguo compañero mío que, a pesar de ser bastante conocido en su hospital, no estaba satisfecho y abrió su propio hospital privado. Pero más adelante, no solo perdió los ahorros que tanto le había costado ganar por causar la muerte de un paciente, sino que la familia del paciente especificó que debía llevar ropa de luto y postrarse ante el coche fúnebre del fallecido durante más de diez horas. Finalmente, su reputación se vio arruinada y su mujer y sus hijos lo abandonaron. La gente se pasa la vida entera buscando la fama, la riqueza y el respeto, pero estas cosas ¿qué aportan a las personas en realidad? Solo alimentan su vanidad por un instante y el sentimiento que generan crea adicción y obsesión. Así pues, no tienen tiempo ni energía para buscar a Dios y pierden totalmente Su salvación. ¿No es este el despreciable método utilizado por Satanás para atormentar y devorar a la humanidad? La obra de Dios ya está en su etapa final, el evangelio del reino ya se ha divulgado por el mundo, y en cuanto la obra de Dios haya terminado, ¡ya no habrá más oportunidades de perseguir la verdad! No queda mucho tiempo para hacerlo y experimentar la obra de Dios y, aunque dediquemos a ello todo nuestro tiempo, sigue sin ser fácil alcanzar la verdad. ¿Cómo esperaba yo alcanzar la verdad cuando dedicaba la mitad de mi tiempo a la clínica y la otra mitad, a perseguir la verdad? Si no hubiera sido por la salvación y la guía de Dios, nunca me habría dado cuenta de todo esto. Habría seguido atormentada por Satanás y me habría perdido la oportunidad de conseguir la salvación de Dios.
Reflexionando sobre mis años de fe, a pesar del hecho de que mi carne ha sufrido hasta un punto y que quizás ya no tenga el prestigio que tenía antes, he llegado a comprender algunas verdades y a conocer el modo en que Satanás corrompe a la humanidad, y qué tipo de vida es la más valiosa y la más significativa. Me siento mucho más en paz, tranquila y liberada. Este sentimiento no me lo podría dar nada mundano. Pasado el tiempo, daba igual que la gente intentase convencerme para aceptar trabajos nuevos con beneficios increíbles, nunca más zozobré. Estos días, he logrado ver cómo la búsqueda de la fama y la riqueza me hace daño y he abandonado la clínica para hacer mi deber. Todo esto es gracias a la salvación de Dios, y es lo mejor que podía elegir. ¡Gracias a Dios!
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