Lo que aprendí de mi destitución
La palabra de Dios Todopoderoso dice: “Las personas no pueden cambiar su propio carácter; deben someterse al juicio y castigo, y al sufrimiento y refinamiento de las palabras de Dios, o ser tratadas, disciplinadas y podadas por Sus palabras. Solo entonces pueden lograr la obediencia y lealtad a Dios y dejar de ser indiferentes hacia Él. Es bajo el refinamiento de las palabras de Dios que el carácter de las personas cambia. Solo a través de la revelación, el juicio, la disciplina y el trato de Sus palabras ya no se atreverán a actuar precipitadamente, sino que se volverán calmadas y compuestas. El punto más importante es que puedan someterse a las palabras actuales de Dios, obedecer Su obra, e incluso si esto no coincide con las nociones humanas, que puedan hacer a un lado estas nociones y someterse por su propia voluntad” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Aquellos cuyo carácter ha cambiado son los que han entrado a la realidad de las palabras de Dios). Las palabras de Dios son muy prácticas. Solo si ellas nos juzgan, castigan, tratan y podan podemos cambiar nuestro carácter satánico y alcanzar la obediencia y la fidelidad a Dios. Yo cumplía con el deber con un carácter corrupto, pues siempre protegía mi reputación y estatus. Tras mi destitución, conocí mi carácter corrupto gracias al juicio y revelación de las palabras de Dios. Sentí remordimiento, me desprecié a mí mismo y, cuando tuve otro deber, lo hice mejor que antes.
En agosto me eligieron líder de la iglesia, responsable de su obra junto con algunos hermanos y hermanas más. Principalmente, hacía seguimiento de la labor de riego y participaba en la toma de decisiones para los proyectos de la iglesia. Nos habíamos repartido las responsabilidades, pero sabía que el trabajo de la iglesia es una unidad global y que tenía que colaborar con los hermanos y las hermanas para proteger los intereses de la iglesia y cumplir adecuadamente con el deber. Al principio estaba muy atento en las reuniones semanales. Participaba activamente en el debate y proponía recomendaciones. En octubre, un día, el riego a los nuevos fieles casi se retrasa porque no había hecho seguimiento a tiempo. Los superiores me podaron y trataron conmigo duramente. Pensé: “Trataron conmigo porque se produjo un problema en mi trabajo. Si surgen más problemas, los líderes me calarían, dirían que no sé hacer un trabajo práctico y me destituirían. ¿Cómo podría volver a dar la cara después? ¿Quién me respetaría? No, tengo que esforzarme más en el trabajo del que soy responsable y no puedo cometer más errores”.
Con el tiempo se amplió mi ámbito de responsabilidad. Como no se me daban bien algunas cosas, necesitaba mucho tiempo para acostumbrarme a los principios relevantes, pero había muchísimas cosas que debatir y decidir en cada reunión de colaboradores, y esto llevaba mucho tiempo. Me preguntaba si con el tiempo eso podría afectar al trabajo del que era responsable. Si este no era eficaz y se producían más problemas, seguro que me destituían, y entonces, ¿qué opinarían los demás de mí? Había otra gente haciendo seguimiento de otros proyectos de la iglesia. Suponía que ellos podían celebrar sus debates, pero yo tenía mucho trabajo. Además, que ellos terminaran su trabajo no tenía nada que ver conmigo ni me granjearía ningún elogio, pero yo sería responsable directo de los problemas que surgieran dentro de mi ámbito, así que tenía que ocuparme de mis responsabilidades. Después, dedicaba más tiempo y esfuerzo al trabajo principal del que era responsable y consideraba los demás trabajos una carga. Cuando había que debatir y decidir sobre la obra de la iglesia, daba mi opinión sobre cualquier cosa relativa a mi trabajo, pero solo me ocupaba de mis propias tareas cuando se trataba de cosas ajenas a ese ámbito. Como no escuchaba atentamente en los debates, cuando se requería que comunicara mi postura o mi decisión, me alineaba con el resto. Cuando era urgente debatir y decidir cuestiones importantes, en cuanto veía que no guardaban relación con mi deber, las ignoraba y me mostraba indiferente.
Pasado un tiempo, no dejaba de oír decir a los hermanos y las hermanas que algunos asuntos no se habían atendido adecuadamente y nuestros líderes habían tratado con ellos, y también que la organización del personal no era acorde a los principios, lo que provocaba pérdidas al trabajo de la iglesia. Había cosas que exigían la decisión y el visto bueno de todos. Por no haberse abordado correctamente, a la larga esto perjudicó los intereses de la iglesia. Además, la adquisición de bienes para la iglesia no se atendía adecuadamente, por lo que se había perdido dinero de la iglesia. No dejaban de pasar cosas como estas. Suponía que era bueno que no hubiera grandes problemas en mi trabajo y que, cuando algún líder examinara quién era el responsable, no me culparían a mí. Esta fue la actitud irresponsable que tuve hacia el deber durante bastante tiempo y no veía nada de malo en ella. Un día vino a buscarme una hermana con quien trabajaba y me dijo que yo no asumía una carga en el deber ni tenía una visión global, sino que solo prestaba atención a mi trabajo y no era activo en la toma de decisiones. Según ella, eso era peligroso y, si no lo cambiaba, tarde o temprano Dios me descartaría. Me dijo que debía recapacitar a fondo sobre mi actitud hacia el deber. Tras su enseñanza seguí sin hacer introspección. En cambio, razoné para mis adentros: “¿No has visto todo mi sufrimiento? Lleva mucho esfuerzo hacer bien este trabajo. Si hay problemas con el trabajo del que soy responsable, son culpa mía, ¿y qué opinarán los demás de mí? Me creerán incapaz y que no sé hacer un trabajo práctico. Es más, ¿no hay nadie responsable de esas otras tareas? Mi participación en estas decisiones no repercutirá en nada”. Y por tanto, siempre había sido descuidado e irresponsable con el trabajo de la iglesia, y no reflexioné ni intenté conocerme a mí mismo.
En enero de 2021 vino un líder a comentarme: “Los hermanos y las hermanas han dicho que no llevas una carga en el deber, que en los debates de trabajo rara vez expresas tu punto de vista, que no propones recomendaciones sustanciales ni sientes la menor responsabilidad hacia la labor de la iglesia. No eres apto para ser líder. Tras debatirlo, todos han decidido que hay que destituirte”. Mientras escuchaba al líder estaba totalmente aturdido, a punto de derrumbarme. Pensé: “No participo mucho en el trabajo general de la iglesia, pero estoy ocupadísimo todos los días con mis propias responsabilidades y he padecido mucho. ¿Cómo has podido decir que no llevo una carga? ¿No basta con haber realizado mi trabajo sin problemas?”. Por un momento no pude aceptar ese desenlace, pero aún creía que todo lo que hacía Dios era bueno y que yo todavía no era consciente de ello. Oré a Dios y le pedí que me guiara para poder recapacitar y conocerme a mí mismo.
Posteriormente, vi un pasaje de las palabras de Dios que me conmovió enormemente. Dice Dios Todopoderoso: “Tanto la conciencia como la razón deben ser componentes de la humanidad de una persona. Ambas son las más fundamentales e importantes. ¿Qué clase de persona es la que carece de conciencia y no tiene la razón de la humanidad normal? Hablando en términos generales, es una persona que carece de humanidad, una persona de una humanidad extremadamente pobre. Entrando en más detalle, ¿qué manifestaciones de humanidad perdida exhibe esta persona? Prueba a analizar qué características se hallan en tales personas y qué manifestaciones específicas presentan. (Son egoístas y mezquinas). Las personas egoístas y mezquinas son superficiales en sus acciones y se mantienen alejadas de las cosas que no les conciernen de manera personal. No consideran los intereses de la casa de Dios ni muestran consideración por la voluntad de Dios. No asumen ninguna carga de desempeñar sus deberes o de dar testimonio de Dios y no poseen ningún sentido de responsabilidad. ¿Qué es lo que piensan cuando hacen algo? Su primera consideración es, ‘¿Sabrá Dios si hago esto? ¿Es visible a las otras personas? Si las otras personas no ven que dedico todo este esfuerzo y que trabajo arduamente y si Dios tampoco lo ve, entonces es inútil que dedique semejante esfuerzo o sufra por esto’. ¿No es esto extremadamente egoísta? También es un bajo tipo de intención. Cuando piensan y actúan de esta manera, ¿está su conciencia desempeñando algún papel? ¿Está su conciencia acusada en esto? No, su conciencia no interviene ni está acusada. Hay algunas personas que no asumen ninguna responsabilidad, independientemente del deber que estén cumpliendo. Tampoco informan con celeridad a sus superiores de los problemas que descubren. Cuando ven a gente que causa interrupciones y perturbaciones, hacen la vista gorda. Cuando ven a gente malvada cometiendo el mal, no intentan detenerlos. No protegen los intereses de la casa de Dios ni consideran lo que es su deber y responsabilidad. Cuando cumplen con su deber, las personas así no hacen ningún trabajo real; son unos complacientes sedientos de comodidades; hablan y actúan solo por su propia vanidad, su imagen, su estatus y sus intereses, y están solo dispuestos a dedicar su tiempo y esfuerzo a cosas que les beneficien. Las acciones e intenciones de alguien así son claras para todos. Salen de repente siempre que hay una oportunidad para mostrar su rostro o para disfrutar alguna bendición. Pero, cuando no hay una oportunidad para mostrar su rostro, o en cuanto llega un tiempo de sufrimiento, desaparecen de la vista como una tortuga que esconde la cabeza. ¿Tiene esta clase de persona conciencia y razón? (No). ¿Siente remordimiento una persona sin conciencia ni razón que se comporta de esta manera? Esa gente no tiene sensación alguna de remordimiento; la conciencia de esta clase de persona no le sirve para nada. Nunca ha sentido remordimiento de conciencia. Así pues, ¿puede percibir el reproche o la disciplina del Espíritu Santo? No” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Sentí que las palabras de Dios me atravesaban el corazón. Yo era justo como me describía Dios. Era descuidado e indiferente hacia el deber, ya que no prestaba atención a nada fuera de mis responsabilidades. Solo me ocupaba de mi trabajo. Solamente había pensado en si podría satisfacerse mi deseo de reputación y estatus. No había protegido para nada la labor de la iglesia. En aquella época en que todo el mundo debatía para tomar decisiones, creía que los éxitos ajenos a mi responsabilidad no me ayudarían a tener buena imagen y que, si esas cosas no se abordaban bien, no me culparían. Por eso no participaba si podía evitarlo. Simplemente actuaba por inercia, siguiendo el juego al resto. Era una actitud descuidada e irresponsable. Era muy diligente y trabajador en mi ámbito de trabajo por miedo a que me podaran y trataran conmigo si había algún problema con él o a que me destituyeran y me desacreditaran del todo. Para ocuparme correctamente de mi trabajo y conservar mi estatus e imagen ante los demás, consideraba la toma de decisiones una molestia y una pérdida de tiempo que me impedía llevar a cabo mi labor. Recapacitando sobre mi conducta, descubrí que cumplía con el deber con la intención de satisfacerme a mí mismo y que no sufría más que por mí. No había asumido ninguna carga ni sentido de la responsabilidad para proteger el trabajo general o los intereses de la iglesia. ¿Acaso no carecía de humanidad? Era totalmente indigno de una labor tan importante. Fue entonces cuando acepté plenamente mi destitución. Aunque consciente de que mis actos no concordaban con la voluntad de Dios, seguía sin entender mi naturaleza y no sabía exactamente qué me había llevado a no tener una carga en el deber, mi obsesión con la reputación y el estatus, y mi total indiferencia hacia los intereses de la iglesia. Después llevé este problema ante Dios en oración para pedirle que me guiara para conocer la causa y esencia de mi problema, para apreciar mi carácter satánico, y así poder detestarme de todo corazón.
Luego leí un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso: “Los anticristos no tienen conciencia, razón o humanidad. No solo no tienen ninguna vergüenza, sino que también alcanzan otra marca distintiva: su egoísmo y vileza son poco comunes. El sentido literal de su ‘egoísmo y vileza’ no es difícil de captar. Están ciegos a todo lo que no sean sus propios intereses. Cualquier cosa que tenga que ver con sus propios intereses recibe su máxima atención y sufren por ello, pagan un precio, están absorbidos por sus asuntos y solo se dedican a ellos. Todo aquello que no tenga relación con sus propios intereses lo ignoran y no lo tienen en cuenta. Los demás pueden hacer lo que quieran, a los anticristos les da igual que alguien interrumpa o perturbe, consideran que esto no tiene nada que ver con ellos. Dicho con tacto, se ocupan de sus propios asuntos. Pero es más acertado decir que este tipo de personas son viles, sórdidas, miserables. Las definimos como ‘egoístas y viles’. ¿Cómo se manifiesta el egoísmo y la vileza de los anticristos? En todo lo que beneficia a su estatus o reputación, se esfuerzan por hacer o decir lo que sea necesario, y están dispuestos a soportar cualquier sufrimiento. Pero en lo que respecta al trabajo que organiza la casa de Dios o al trabajo que beneficia el crecimiento en la vida de los escogidos de Dios, lo ignoran por completo. Incluso cuando los hacedores de maldad interrumpen, perturban y cometen todo tipo de maldades, con lo cual afectan gravemente a la obra de la iglesia, permanecen impasibles y despreocupados, como si no tuviera nada que ver con ellos. Y si alguien descubre e informa de los actos de un hacedor de maldad, aseguran que no vieron nada y fingen ignorancia. Pero si alguien les denuncia y expone que no hacen trabajo práctico y solo buscan reputación y estatus, se enfurecen. Convocan reuniones apresuradas para discutir cómo responder, se investiga quién actuó por la espalda, quién fue el cabecilla, quién estuvo involucrado. No comen ni duermen hasta que han llegado al fondo del asunto y este se ha resuelto por completo. Solo se quedan contentos cuando se han deshecho de todos los implicados en su denuncia. Esta es la manifestación del egoísmo y la vileza, ¿verdad? ¿Acaso están haciendo trabajo de iglesia? Están actuando pura y simplemente en aras de su propio poder y estatus. Se ocupan de sus propios asuntos. Independientemente del trabajo que lleven a cabo, las personas que son del tipo de un anticristo no consideran para nada los intereses de la casa de Dios. Solo consideran si los suyos propios van a verse afectados, solo piensan en ese poquito de trabajo frente a ellos que los beneficia. Para ellos, la obra principal de la iglesia solo es algo que hacen en su tiempo libre. No se la toman en serio para nada. Solo se mueven cuando se los empuja a actuar, solo hacen lo que les gusta y solo hacen el trabajo destinado a mantener su estatus y su poder. A sus ojos, toda labor dispuesta por la casa de Dios, la labor de difundir el evangelio y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios no son importantes. No importa qué dificultades tengan otras personas en su trabajo, qué cuestiones hayan identificado o les hayan informado, o lo sinceras que sean sus palabras, los anticristos no prestan atención, no se involucran, es como si no tuviera nada que ver con ellos. Por muy importantes que sean los problemas que surjan en la labor de la iglesia, ellos son totalmente indiferentes. Incluso cuando tienen el problema delante, solo lo abordan de manera superficial. Solo cuando lo alto trata con ellos directamente y se les ordena que resuelvan un problema, hacen a regañadientes un poco de trabajo real y le muestran algo a lo alto. Poco después, siguen con sus propios asuntos. Con respecto a la obra de la iglesia, a las cosas importantes en el contexto más amplio, no están interesados, se muestran ajenos. Incluso ignoran los problemas que descubren, y dan respuestas superficiales o utilizan palabrería para quitarte de encima cuando se les pregunta por los problemas, y solo los abordan con gran reticencia. ¿Acaso no es esto la manifestación del egoísmo y la vileza?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la naturaleza humana de los anticristos y de la esencia de su carácter (I)). Las palabras de Dios me atravesaron el corazón. Los anticristos solo trabajan por la reputación y el estatus y son diligentes en todo lo que concierne a sus intereses. Pueden sufrir y gastar toda su energía física y mental en eso. Pasan de todo aquello que no los beneficie. Son especialmente egoístas y ruines. Entendí que mi conducta era la misma que la de un anticristo y que trabajaba únicamente por mi reputación y estatus. “Agua que no has de beber, déjala correr” y “cuantos menos problemas, mejor” eran filosofías satánicas que regían mi vida. Solo prestaba atención al trabajo del que era responsable y que pudiera afectar a mi reputación y estatus, e ignoraba el trabajo ajeno a mi ámbito de responsabilidad. Ello ocasionó graves pérdidas al trabajo y al dinero de la iglesia. Comprobé que había sido depravado, egoísta, interesado y ruin, que no era digno de confianza. En aquella época surgieron una serie de problemas en la labor de la iglesia y los líderes trataron con los demás hermanos y hermanas por no hacer correctamente el trabajo. No me criticaron directamente a mí, pero también era líder de la iglesia, con una responsabilidad ineludible. Si hubiera sido diligente en ocuparme y participar en los debates de trabajo, quizá habría destapado algunos de los problemas. Pero por cuidar mi imagen y mi estatus, solo atendía mi pequeño conjunto de responsabilidades y no pensaba para nada en el trabajo general ni en los intereses de la iglesia. A la vista de mis diversas transgresiones en el deber y de las pérdidas irreparables que ocasioné al trabajo de la iglesia, me embargaron el pesar y la culpa. Dios me encumbró y me mostró gracia, permitiéndome cumplir con un deber tan importante, y dándome una oportunidad de pulirme, para que pudiera entender antes la verdad. Yo había gozado del riego y sustento de Sus palabras durante muchos años, pero se lo pagué con ingratitud y no quería hacer correctamente mi deber ni devolverle Su amor. No pensaba más que en preservar mi imagen, mi estatus y mi pequeña esfera para que no trataran conmigo. Era descuidado e irresponsable en este importante trabajo, y permanecía impasible mientras se resentían los intereses de la iglesia y se veía afectada la labor de la iglesia. Era indiferente y carecía de todo sentido de la conciencia. ¿Cómo podría considerarme siquiera un ser humano? Cuando una familia alimenta a un perro, él es siempre leal. Realmente, yo era aún peor que un animal. Cuanto más lo pensaba, más sentía que era indigno de gozar de la gracia de Dios. Me presenté entonces ante Dios a orar: “Oh, Dios mío, solo he tenido en cuenta mi reputación y estatus en el deber, sin proteger en absoluto el trabajo de la iglesia. Carecía de humanidad y era egoísta e interesado. Mi destitución es el advenimiento de Tu justicia y, sobre todo, es Tu amor y salvación para conmigo. Quiero arrepentirme”.
Después leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones y el comportamiento de una persona son juzgados como buenos o malvados? Que en sus pensamientos, efusiones y acciones posean o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad verdad. Si no tienes esta realidad ni vives esto, entonces, sin duda, eres un hacedor de maldad. ¿Cómo considera Dios a los hacedores de maldad? Para Dios, tus pensamientos y tus acciones externas no dan testimonio para Él, no humillan a Satanás ni lo derrotan; en cambio, avergüenzan a Dios, están llenas de marcas del deshonor que le has causado a Él. No estás dando testimonio para Dios, no te estás gastando por Él y no estás cumpliendo tus responsabilidades y obligaciones hacia Dios, sino que más bien estás actuando para ti mismo. ¿Qué significa ‘para ti mismo’? Siendo precisos, significa ‘para Satanás’. Así que, al final Dios dirá: ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. A ojos de Dios tus acciones no se verán como buenas, se considerarán actos malvados. No solo no obtendrán la aprobación de Dios, además serán condenadas. ¿Qué espera obtener alguien con una fe así en Dios? ¿Acaso no se quedaría esta fe en nada al final?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). En las palabras de Dios descubrí que Su carácter es justo y no tolera ofensa. Dios penetra hasta el fondo del corazón de la gente, y si esta cumple con el deber con otra intención que no sea satisfacer a Dios y le falta testimonio de práctica de la verdad, se satisface a sí misma en todos los sentidos y va en pos de su reputación y estatus, Dios no elogia eso. Por mucho que padezca una persona con esto, Dios no lo recuerda, sino que la condena por malvada. Mis intenciones en el deber estaban equivocadas. No pretendían satisfacer a Dios, sino que yo iba a mi aire. Estaba dispuesto a sufrir y esforzarme por el trabajo del que era responsable, pero lo hacía para preservar mi estatus e imagen a ojos de los demás. Quería que me admiraran por parecer que sufría y me esforzaba, ganarme el elogio de la gente y un hueco en su corazón. Fue mediante la gracia de Dios que pude servir como líder y tener la oportunidad de pulirme. Los líderes se responsabilizan del trabajo general de la iglesia y hay muchos problemas, dificultades y asuntos que necesitan una solución. Eso exige buscar mucho la verdad y los principios. Tal vez cometan errores en el trabajo y los poden o traten con ellos, pero con el examen, la corrección y la reflexión constantes aprenderán mucho. Todo es conocimiento práctico, trátese del carácter justo de Dios o de su propio carácter corrupto. Dios permite que la gente gane la verdad mediante el cumplimiento del deber, pero yo no estaba considerando la voluntad de Dios ni me tomaba en serio mi deber. Lo trataba como una molestia, perdiendo así muchas oportunidades de obtener la verdad. En un deber tan importante, en el que era irresponsable, no cooperaba y no desempeñaba ningún papel en las decisiones y la supervisión, ¿cumplía realmente con él? Estaba jugando con Dios y engañándolo. Cometía el mal.
Posteriormente leí un pasaje de las palabras de Dios: “Para todos los que cumplen con un deber, da igual lo profundo o superficial que sea su entendimiento de la verdad, la manera más sencilla de practicar la entrada en la realidad verdad es pensar en los intereses de la casa de Dios en todo, y renunciar a los propios deseos egoístas, a las intenciones, motivos, orgullo y estatus personales. Poner los intereses de la casa de Dios en primer lugar; esto es lo menos que debéis hacer. Si una persona que lleva a cabo un deber ni siquiera puede hacer esto, entonces ¿cómo puede decir que está llevando a cabo su deber? Esto no es llevar a cabo el propio deber. Primero debes pensar en los intereses de la casa de Dios, tener en cuenta la voluntad de Dios y considerar la obra de la iglesia. Coloca estas cosas antes que nada; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te consideran los demás. ¿No os parece que esto se vuelve un poco más fácil cuando lo dividís en dos pasos y hacéis algunas concesiones? Si practicáis de esta manera durante un tiempo, llegaréis a sentir que satisfacer a Dios no es algo tan difícil. Además, deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y tu deber, dejar de lado tus deseos egoístas, intenciones y motivos. Debes tener consideración hacia la voluntad de Dios y poner primero los intereses de la casa de Dios, la obra de la iglesia y el deber que se supone que has de cumplir. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de comportarte. Es vivir sin rodeos y honestamente, y no ser una persona vil y miserable; es vivir justa y honorablemente en vez de ser despreciable, vil y un inútil. Considerarás que así es como una persona debe actuar y la imagen por la que debe vivir. Poco a poco, disminuirá tu deseo de satisfacer tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica. Los intereses de la iglesia son lo primero en el deber. Debemos aceptar el escrutinio de Dios y centrarnos en buscar la verdad, dejar de lado la imagen, el estatus y los propios intereses y proteger la labor de la iglesia en todos los sentidos. Solo así actuamos según la voluntad de Dios y vivimos sincera y honradamente. Siempre había pensado que participar en la toma de decisiones de la labor de la iglesia retrasaría mi trabajo, pero es una idea absurda. De hecho, mientras te centres en buscar los principios verdad, conserves el sentido de las prioridades y te ocupes de las tareas clave, no se retrasará el trabajo. Y al participar en la toma de decisiones captarás más principios, lo que beneficiará a tu deber y a ti mismo. La casa de Dios ordena a cada iglesia elegir a líderes como responsables conjuntos de la labor de aquella para que la gente se complemente, se supervise y se controle entre sí. Sobre todo en cuestiones complicadas en que ellos toman las decisiones, esto puede evitar al trabajo de la iglesia pérdidas por decisiones arbitrarias y desconocimiento, pero yo era descuidado y negligente en un deber así de importante. Era verdaderamente indigno de confianza y merecía la destitución y el descarte. Cuando lo entendí, decidí que, en el futuro, fuera o no mi principal responsabilidad laboral, si era un trabajo de la iglesia o concernía a sus intereses, era mi responsabilidad y mi deber y debía esforzarme al máximo por proteger la obra de la iglesia.
Más adelante me eligieron líder en otra iglesia. Sabía que, con esto, Dios me estaba enalteciendo. Había sido egoísta y ruin, pese a lo cual la iglesia me permitía cumplir con un deber así de importante. Juré que lo haría bien, que no pensaría exclusivo y egoístamente en mi trabajo. Era uno de los tres líderes de esa iglesia, cada cual responsable de una parte del trabajo. Yo veía muchas cosas en el trabajo a mi cargo que no entendía, que requerían tiempo y esfuerzo para aprenderlas. Cada día tenía la agenda llena y a veces sentía que me faltaba tiempo. Un día vino una hermana con quien trabajaba porque quería que la ayudara a manejar ciertos problemas. Pensé: “Hace unos días revisó mi trabajo una líder superior y dijo que había muchas cosas que no había hecho bien. Mi tiempo es muy valioso. Si voy a ayudarla, se retrasa mi trabajo y eso me impide obtener resultados, ¿qué opinará la líder de mí? ¿Dirá que soy incompetente y que no hago un trabajo práctico? ¿Me destituirán de nuevo?”. Ante esa idea, me di cuenta de que estaba pensando otra vez en la imagen y el estatus, de que el trabajo de la iglesia es uno solo y no puedo dividirlo. Si solo atendía mis responsabilidades e ignoraba todo lo demás, ¿no estaría siendo egoísta y ruin y protegiendo mis propios intereses? No podía hacer eso. Tenía que dejar de lado mis intereses y cooperar con esta hermana para solucionar los problemas de la iglesia. Así pues, acepté ayudarla a manejar los problemas. Cuando lo hice, sentí paz y la libertad derivada de practicar la verdad. Pese a que me resultó muy doloroso mi destitución, también me enseñó una valiosa lección. Me aportó conocimiento práctico del carácter justo de Dios que no tolera ofensa. Además, he corregido un poco mis ideas erradas y mi actitud descuidada hacia el deber. Doy gracias a Dios por salvarme.
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