Por fin entiendo qué significa cumplir con el deber
Dios Todopoderoso dice: “Que el hombre lleve a cabo su deber es, de hecho, el cumplimiento de todo lo que es inherente a él; es decir, lo que es posible para él. Es entonces cuando su deber se cumple. Los defectos del hombre durante su servicio se reducen gradualmente a través de la experiencia progresiva y del proceso de pasar por el juicio; no obstaculizan ni afectan el deber del hombre. Los que dejan de servir o ceden y retroceden por temor a que puedan existir inconvenientes en su servicio son los más cobardes de todos. Si las personas no pueden expresar lo que deben expresar durante el servicio ni lograr lo que por naturaleza es posible para ellas y, en cambio, pierden el tiempo y actúan mecánicamente, han perdido la función que un ser creado debe tener. A esta clase de personas se les conoce como ‘mediocres’; son desechos inútiles. ¿Cómo pueden esas personas ser llamadas apropiadamente seres creados? ¿Acaso no son seres corruptos que brillan por fuera, pero que están podridos por dentro?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Las palabras de Dios me han ayudado a entender qué significa realmente cumplir con el deber. Significa que, por muchos talentos o dones que tengamos, hemos de poner en juego absolutamente todo lo que sepamos. No podemos tomar atajos ni actuar por inercia. Hemos de trabajar siempre según lo exige Dios. Así podremos subsanar los puntos débiles o los fallos en el cumplimiento de nuestro deber y lograr resultados cada vez mejores.
Hace poco, la iglesia quería grabar unos vídeos de himnos de palabras de Dios con un solista. El líder del equipo quería que yo fuera la solista y tocara la guitarra en uno de los cánticos. Cuando me lo comentó, me puse algo nerviosa. Cantar tocando la guitarra es más difícil que simplemente cantar. Además, ya había intentado hacer un solo similar, pero, al cantar, me centraba en la interpretación y perdía los acordes, y al centrarme en los acordes, perdía la expresión. Al final no pudieron usar la grabación. Ante la misma tarea, quise negarme, pero no lo consideraba compatible con la voluntad de Dios. Todos los hermanos y hermanas me creían idónea para el cántico, por lo que supuse que debía aceptarlo y cumplir con mi deber. Por tanto, así lo hice. Tras dos días de ensayos, dominaba bastante bien el canto y la interpretación, pero los acordes de guitarra eran muy complicados y difíciles de recordar. A un solo día de la grabación, me estaba poniendo muy nerviosa. Temía que fuera demasiado tarde para ensayar y que, si seguía ensayando, bueno, ¿no se me hincharían las manos? Independientemente de la molestia, igual ni era capaz de recordar los acordes. Ante esa idea, no quise pagar el precio correspondiente, así que continué tratando de pensar en la solución ideal a este difícil problema. Entonces se me ocurrió algo: podía pedir al cámara que no me grabara demasiado las manos, con lo que no tendría que esforzarme tanto en esos dichosos acordes. E igualmente podríamos grabar el vídeo. Parecía buena idea. En realidad me inquieté un poco cuando la tuve. Me sentía una irresponsable. ¿Y si había un problema con los acordes y teníamos que volver a grabar el vídeo? No obstante, luego pensé: “El tiempo apremia y es un cántico dificilísimo. Será muy agotador y estresante tocarlo bien. No puedo interpretarlo mejor. Además, esto es para que salga el vídeo lo antes posible. Todos deberían entenderlo”. Después me centré en el canto y la interpretación sin preocuparme demasiado por los acordes. Supuse que así serviría.
A la hora de grabar, pedí al hermano que filmaba que no se acercara demasiado a mis manos. No creí que hubiera ningún problema, pero, al día siguiente, el director me dijo que tocaba mal algunos acordes y me preguntó qué me pasaba. Me sentí muy culpable y me puse muy colorada. Pensé: “¡Oh, no! ¿Tendremos que volver a grabar?”. Me apresuré a preguntar al montador si había otra solución. Negando con la cabeza, me contestó: “Lo he intentado y no sirve”. Entonces supe que tendríamos que volver a grabar. Me sentí mal por haber provocado el problema. Luego, cuando nos reunimos a hablar de lo sucedido, les conté a todos por qué lo había hecho. Una hermana me lo reprochó así: “¿Por qué no nos dijiste que no te habías aprendido los acordes? Ahora tenemos que grabar otra vez y se ha retrasado todo el proyecto. ¡Eso ha sido dejadez e irresponsabilidad de tu parte!”. Sencillamente, no podía admitir lo que decía. Pensé: “¿No lo hice lo mejor que pude? El caso es que no sé tocar los acordes y lo hice para que se terminara pronto el vídeo. No deberían haberme grabado las manos, ¿vale?”. Me limité a poner excusas sin hacer introspección, pero luego me dijo otra hermana: “Si tenías problemas, podrías haber ensayado más aunque se hubiera pospuesto la grabación unos días, pero no puedes salir del paso así. Eres solista; ¿qué parecerá aquello si no te mostramos tocando la guitarra? ¡Vaya dejadez e irresponsabilidad de tu parte!”. Lo que me molestó mucho fue oírle decir “vaya”. No pude evitar pensar: “Si todos los hermanos y hermanas creen que soy dejada en el deber, ¿acaso soy realmente la culpable? Yo también quería que la grabación fuera bien. Pero el proyecto se ha retrasado y hemos de volver a grabar por mis fallos en los acordes. Es, sin duda, culpa mía”. Me sentí mal al pensarlo. Dejé de protestar y empecé a reflexionar.
Luego encontré un pasaje de la palabra de Dios que me conmovió mucho. Decía esto: “¿Cuál es la consecuencia de cumplir con el deber de forma descuidada y superficial, tratándolo a la ligera? El desempeño deficiente en el deber, aunque sepas hacerlo bien: tu desempeño no estará a la altura y Dios no estará satisfecho con tu actitud hacia el deber. Si en un principio hubieras buscado y cooperado con normalidad, si le hubieras dedicado todos tus pensamientos; si te hubieras volcado y puesto todo tu empeño en ello y le hubieras dedicado parte de tu trabajo, tu esfuerzo y tus pensamientos o hubieras dedicado tiempo a consultar el material y te hubieras comprometido en cuerpo y alma con ello; si hubieras sido capaz de una colaboración así, entonces Dios estaría por delante guiándote. No hace falta que ejerzas mucha fuerza; si no escatimas esfuerzos en cooperar, Dios ya lo habrá dispuesto todo para ti. Si eres ladino y traicionero y a mitad del trabajo cambias de actitud y te descarrías, Dios no mostrará interés por ti; habrás perdido esta oportunidad, y Dios dirá: ‘No eres lo suficientemente bueno; eres un inútil. Apártate. Te gusta ser perezoso, ¿no? Te gusta ser mentiroso y astuto, ¿no? ¿Te gusta descansar? Pues descansa’. Dios concederá esta gracia y esta oportunidad a la siguiente persona. ¿Qué opináis? ¿Esto es una pérdida o una ganancia? ¡Una enorme pérdida!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo resolver el problema de ser descuidado y superficial a la hora de realizar tu deber). Las palabras de Dios revelaban mi estado. Había accedido a ensayar para ser solista, pero en realidad no hice lo prometido. No resolví mis puntos débiles ni busqué información para mejorar los acordes. Holgazaneaba en los ensayos porque creía que sería demasiado difícil. Me excusé en la falta de tiempo y pedí al cámara que evitara los primeros planos de mis manos. Creía que podría salirme con la mía, pero se acabó retrasando el proyecto. ¡Menuda irresponsabilidad y dejadez de mi parte! Ante el deber no quise esforzarme por tocar bien el cántico para dar testimonio de Dios. Tomé, en cambio, el camino del mínimo esfuerzo y ahora teníamos que repetirlo todo. ¿Cómo podía haber sido tan irresponsable? Con algo más de ensayo, algo más de esfuerzo, no habría dañado el trabajo de la casa de Dios. Entonces me odié un poco. Pensé: “Si me dan otra oportunidad, no volveré a ser tan inconsciente. Aunque tenga que agotarme ensayando esos acordes, haré lo que sea preciso”.
Los demás decidieron darme dos días más para ensayar. Eso me conmovió enormemente y di gracias a Dios por darme la oportunidad de subsanar mi transgresión. En los ensayos posteriores me esforzaba por memorizar todos los acordes, pero estaba muy estresada. Temía que mi técnica aún no estuviera a la altura y no me bastara con dos días para mejorar. Empecé a ponerme nerviosa de nuevo, pero, cuanto más nerviosa me ponía, más se me olvidaba, y cuanto más se me olvidaba, más nerviosa me ponía. Aquella mañana se pasó volando. Todavía no tocaba muy bien el cántico y tenía las manos doloridas. Solía descansar de los ensayos después de comer, pero esta vez sabía que tenía que seguir. Sabía que no podía permitirme descansar, sino que necesitaba cada momento para acertar con los acordes. Toda vez que me aclaré, Dios me guió. Esa tarde, sin darme cuenta, ¡descubrí cómo memorizar los acordes por partes! Iba cada vez mejor, pero llevaba ensayando tanto que se me empezaron a hinchar las manos y estuve tentada de holgazanear de nuevo. Cuando me sorprendí pensando esto otra vez, recordé algo que había dicho Dios y me apresuré a leerlo: “Ante un deber que requiere de ti esfuerzo, entrega y que le dediques tu cuerpo, tu alma y tu tiempo, no debes ocultar nada, albergar insignificante inteligencia alguna ni tener manga ancha. Si tienes manga ancha, eres calculador o astuto y traicionero, acabarás por hacer un trabajo deficiente. Tal vez digas: ‘Nadie me ha visto actuar con astucia. ¡Qué bien!’. ¿Qué manera de pensar es esta? Crees haber engañado a la gente y también a Dios. En realidad, no obstante, ¿sabe Dios lo que has hecho o no? (Sí). Generalmente, los que se relacionen contigo durante un largo período de tiempo también se darán cuenta y dirán que eres una persona siempre escurridiza, nunca esmerada, y que solo se esfuerza al 50 o 60 %, al 80 como mucho. Dirán que lo haces todo de manera muy confusa y haciendo la vista gorda en cualquier cosa que haces; no eres nada aplicado en el trabajo. Si te obligan a hacer algo, solo entonces te esfuerzas un poco; si hay alguien cerca para comprobar si tu trabajo está a la altura, lo haces ligeramente mejor, pero si no, holgazaneas un poco. Si te tratan, te vuelcas en ello; de lo contrario, echas constantes cabezadas en el trabajo y tratas de salirte con la tuya en la medida de lo posible, pues das por hecho que nadie se dará cuenta. El tiempo pasa y la gente se da cuenta. Dicen: ‘Esta persona es poco fiable e indigna de confianza; si le asignas un deber importante para que lo cumpla, habrá que supervisarla. Sabe hacer tareas y trabajos normales que no implican principios, pero si le asignas un deber trascendental para que lo cumpla, lo más probable es que meta la pata, con lo que te habrá engañado’. La gente verá sus intenciones y se habrá desprendido por completo de toda dignidad e integridad. Si nadie puede confiar en ella, ¿cómo puede hacerlo Dios? ¿Le encomendaría Dios una tarea importante? Una persona así es indigna de confianza” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La entrada en la vida debe comenzar con la experiencia de desempeñar el deber propio).
Con las palabras de Dios me di cuenta de lo superficial que era en el deber. Era autocomplaciente al ensayar los acordes y mi meta no era la máxima calidad. No me estaba esforzando del todo. Iba a lo fácil para salir del paso en el deber. No tenía integridad ni era de fiar. Siempre me había considerado vehemente y trabajadora en el deber, de una lealtad inquebrantable, pero ahora veía que no me había centrado en los resultados, sino solo en salir del paso. ¿Eso era cumplir con el deber? De continuar así, ¿quién se atrevería a confiar en mí otra vez? ¿No me estaba jugando mi integridad y honor? La última vez había cometido una transgresión. No quería repetirla. No importaba que se me hincharan las manos ni que estuviera cansada; eran más importantes mi moral y mi dignidad. Por tanto, decidí seguir ensayando los acordes por muy agotadores o difíciles que fueran. Cuando decidí arrepentirme sinceramente, vi las bendiciones y la guía de Dios. Ese mismo día ensayé hasta pasada la medianoche y llegué a memorizar casi todos los acordes. Ensayé todo el día siguiente hasta saberme el cántico entero. En la grabación me centré atentamente en cada paso y oré en silencio, amparada en Dios. Para mi sorpresa, ¡lo grabamos todo en una sola toma! Ese resultado me dio tranquilidad. Probé las bondades de practicar la verdad.
Después me asignaron el deber de componer música. Llevaba mucho sin componer canciones, así que me faltaba práctica. En concreto, últimamente hacíamos canciones de rock, que no había hecho antes, por lo que estaba algo preocupada, pero sabía que era un deber que tenía que cumplir y hacerlo lo mejor posible. Así pues, planeé terminar dos canciones antes de fin de mes. Trabajaba hasta tarde componiéndolas y, cuando estaba cansada, le pedía a Dios que me ayudara a abandonar la carne. Di con una melodía y pronto la convertí en una canción completa. Cuando acabé, se la puse a mis hermanos y hermanas. Dijeron que estaba bien y que tenía el estilo adecuado a la música rock, pero pensé para mis adentros: “Si trabajara más para pulir la melodía del estribillo, la canción sería aún mejor”. Sin embargo, dudaba. No tenía una orientación clara en ese momento ni quería exigirme demasiado. Además, los hermanos y hermanas no tenían ningún problema con ella. Era lo bastante buena. Encima, acababa de aprender a componer esta clase de canciones, así que era normal que tuviera defectos. Se la envié al líder del equipo.
Días después me dijo que iba por buen camino, pero que la melodía era algo tosca. Me sugirió que me pensara más la letra. Me sentí un poco reacia a ello, y pensé: “Acabo de aprender a componer esta clase de canciones. ¡Me pides demasiado!”. Ya había invertido mucho tiempo en ello y unos días más esperando su respuesta. Ya había transcurrido medio mes. Al ver que no había progresos, me puse un poco nerviosa. Revisar la pieza me supondría mucho más esfuerzo y no sabía con qué resultado. Total, que reescribí la melodía. El líder del equipo dijo que no era buena y que sonaba a canción infantil. Estaba muy abatida. Pensé: “Lo estoy dando todo, pero no me han aprobado una sola canción. ¿Qué hago?”. Después escribí más melodías, pero no aceptaron ninguna. Estaba angustiadísima. Recordé que había decidido componer dos canciones antes de fin de mes, pero no había terminado ni una. Había fracasado en mi deber. ¿Era una inútil?
En una reunión posterior, el líder del equipo me recordó esto: “Si tus composiciones son bastante originales y los estilos están bien, ¿por qué aún no te han aprobado ninguna? No prestas atención a la letra, por lo que esta no pega con la melodía. Cada vez que haces cambios es peor. Esto retrasa el trabajo de la casa de Dios”. Entonces intervino otro hermano: “No cantas bien en las grabaciones. Algunas ni siquiera cuadran con la partitura. ¡Eso es dejadez!”. El trato y la reprensión de los hermanos fueron humillantes. Quería que me tragara la tierra. Al llegar a casa oré a Dios: “Dios mío, he sido superficial en el deber. Me ha faltado dedicación, pero no sé cómo resolver este problema. Te pido que me ayudes y guíes”.
Luego leí esto en las palabras de Dios: “¿No es propio de un carácter corrupto ocuparse de las cosas de una manera así de frívola e irresponsable? ¿Qué es esto? Abyección; en todos los asuntos dicen ‘está bastante bien’ y ‘suficientemente bien’; es una actitud de ‘tal vez’, ‘posiblemente’ y ‘está al 80 %’; hacen las cosas de manera superficial, están satisfechos haciendo lo mínimo y saliendo del paso como pueden; no le ven sentido a tomarse las cosas en serio ni a esforzarse por ser minuciosos, y ni mucho menos a buscar los principios. ¿No es esto propio de un carácter corrupto? ¿Es demostración de una humanidad normal? Es correcto denominarlo arrogancia y también es totalmente apropiado llamarlo libertinaje, pero, para plasmarlo a la perfección, la única palabra válida es ‘abyección’. Esa abyección está presente en la humanidad de la mayoría de las personas; en todos los asuntos desean hacer lo menos posible, a ver de qué pueden librarse, y todo lo que hacen huele a mentira. Engañan a los demás y toman atajos cuando pueden y son reacias a dedicar mucho tiempo o reflexión a analizar un asunto. Mientras puedan evitar ser reveladas, no causen problemas y no les pidan cuentas, creen que todo está bien, por lo que se las arreglan para seguir adelante. Para ellas, hacer bien un trabajo es demasiado problemático como para merecer la pena. Esas personas no llegan a dominar lo que aprenden ni se aplican al estudio. Solo quieren aprender las líneas generales de una materia para hacerse llamar expertas en ella, y luego se apoyan en esto para abrirse camino. ¿No es esta una actitud de la gente hacia las cosas? ¿Es una buena actitud? Este tipo de actitud de estas personas hacia la gente, los acontecimientos y las cosas supone, en pocas palabras, ‘salir del paso’, una abyección existente en toda la humanidad corrupta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (9)). “¿Cómo distinguir a las personas nobles de las viles? Sencillamente, fíjate en su actitud y en la manera en que tratan a la gente, los acontecimientos y las cosas: cómo actúan, cómo se ocupan de las cosas y cómo se comportan cuando surgen problemas. Las personas con carácter y dignidad son meticulosas, serias y esmeradas en sus actos y están dispuestas a hacer sacrificios. Las personas sin carácter ni dignidad son incoherentes y descuidadas en sus actos, siempre preparando algún truco, siempre queriendo únicamente salir del paso. No llegan a dominar ninguna habilidad que aprenden y, por más tiempo que estudien, la ignorancia aún las confunde en cuestiones de oficio o profesión. Si no las presionas para que te respondan, todo parece estar bien, pero en cuanto lo haces, les aterra: se les empapan las cejas en sudor y no tienen respuesta. Son personas de baja calaña” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (9)). Al leer esto fue cuando comprobé mi dejadez en el deber, producto de que había algo abyecto en mí. Quería hacer lo mínimo posible en todo sin preocuparme por la calidad de mi trabajo. No quería buscar los principios de la verdad para cumplir con el deber como exige Dios. Cuando pienso en esta época, estuviera grabando un vídeo o componiendo una canción, ante cualquier problema que requiriera esfuerzo, cada vez que debía pagar un precio, me contentaba con el mínimo esfuerzo. No procuraba mejorar ni trabajar más. Realmente sabía que, si trabajaba más y con mayor atención, cumpliría mejor con el deber, pero, siempre indulgente conmigo misma, solo hacía lo mínimo. Por eso no avanzaba en el trabajo ni mi deber daba testimonio de Dios y, en consecuencia, no hacía más que retrasar el trabajo de la iglesia, ¿Cómo podía afirmar que había cumplido con el deber? Era evidente que dificultaba el trabajo de la casa de Dios. Fue entonces cuando vi la gravedad de mi abyección. Salía del paso, iba a la deriva e intentaba engañar a Dios. Carecía de personalidad y dignidad. A Dios le agradan quienes cumplen honesta y diligentemente con el deber, buscan los principios de la verdad ante las dificultades y llevan a cabo su deber como Él lo exige. Tienen honor, integridad y mucho valor a los ojos de Dios. Comparada con ellos, no merecía el calificativo de humana. Estaba avergonzada. En ese momento entendí que Dios me estaba salvando mediante la poda y el trato de mis hermanos hacia mí. De no hacerlo así, siempre saldría del paso de este modo. No cumpliría bien con el deber. Alteraría el trabajo de la casa de Dios y Él me eliminaría.
Leí más palabras de Dios: “La obra de Dios se hace por el bien de la humanidad, y la cooperación del hombre se entrega por el bien de la gestión de Dios. Después de que Dios haya hecho todo lo que le corresponde hacer, al hombre se le exige ser pródigo en su práctica y cooperar con Dios. En la obra de Dios, el hombre no debe escatimar esfuerzos, debe ofrecer su lealtad y no debe darse el gusto de tener numerosas nociones o sentarse pasivamente y esperar la muerte. Dios puede sacrificarse por el hombre, así que, ¿por qué no puede el hombre ofrecerle su lealtad a Dios? Dios solo tiene un corazón y una mente para con el hombre, así que, ¿por qué no puede el hombre ofrecer un poco de cooperación? Dios obra para la humanidad, así que, ¿por qué el hombre no puede llevar a cabo algo de su deber por el bien de la gestión de Dios? La obra de Dios ha llegado hasta aquí; sin embargo, vosotros veis pero no actuáis, escucháis pero no os movéis. ¿No son tales personas objetos de perdición? Dios ya le ha dedicado Su todo al hombre, así que, ¿por qué es incapaz el hombre hoy de llevar a cabo su deber con ahínco hoy? Para Dios, Su obra es Su prioridad y la obra de Su gestión es de suprema importancia. Para el hombre, poner en práctica las palabras de Dios y cumplir las exigencias de Dios son su primera prioridad. Todos vosotros deberíais entender esto” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la práctica del hombre). Estaba muy conmovida a medida que reflexionaba sobre las palabras de Dios. Dios es unánime de corazón y mente con el hombre. Se ha hecho carne dos veces para salvar a la humanidad, corrompida por Satanás, ha sido humillado y rechazado por generaciones y ha sufrido muchísimo. Ante nuestra profunda corrupción y nuestra insensata apatía, Dios jamás nos ha abandonado. Sigue expresando la verdad para salvarnos. Nos falta aptitud y tardamos en aceptar la verdad, pero Dios nos habla con gran sinceridad y detenidamente. A veces emplea metáforas y ejemplos, y nos cuenta historias para guiarnos desde todos los ángulos y de todas las maneras para que entendamos la verdad y entremos en ella. Dios se responsabiliza de nuestra vida y no descansará hasta perfeccionarnos. Comprender el carácter de Dios y Sus sinceras intenciones fue enormemente alentador. Sin embargo, al recordar cómo había tratado a Dios y me había planteado el deber, me invadió el pesar. Ya no quería simplemente salir del paso en mi deber. Me presenté ante Dios a orar para preguntarle cómo podía abandonar realmente mi dejadez y cumplir bien con el deber.
Entonces leí unas palabras de Dios que decían: “¿Qué es el deber? Es un encargo que Dios les ha hecho a las personas. Así pues, ¿cómo debes cumplir con tu deber? Actuando de acuerdo con los requisitos y estándares de Dios y basando tu conducta en los principios-verdad y no en los deseos humanos subjetivos. De esta manera, el cumplimiento de tus deberes estará a la altura de los estándares” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si buscas los principios-verdad puedes desempeñar bien tu deber). “¿Qué significa tomarlo en serio? No quiere decir poner un poco de esfuerzo o sufrir algún tormento físico. La clave es que Dios está en vuestro corazón y lleváis una carga en él. Debéis sopesar en vuestro corazón la importancia de vuestro deber y, luego, llevar esta carga y esta responsabilidad en todo lo que hacéis y volcaros en ello. Debes hacerte digno de la misión que Dios te ha encomendado, así como de todo lo que Dios ha hecho por ti y de las esperanzas que Él tiene para ti. Solo si lo haces de este modo estás siendo serio. No tiene caso que hagas las cosas mecánicamente; puedes engañar a las personas, pero no puedes engañar a Dios. Si no hay un precio real y no hay lealtad cuando lleváis a cabo vuestro deber, entonces no está a la altura” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Realizar bien el deber requiere, por lo menos, conciencia). Esto me aportó claridad interior. Dios nos encomienda nuestro deber. Hemos de hacer lo que nos exija y actuar de acuerdo con la verdad. No podemos titubear ni seguir ciegamente nuestros deseos. Tenemos que ser lo suficientemente buenos en el deber, no basta con aparentar que nos esforzamos. Lo principal es tener sentido de la responsabilidad, ser aplicados y serios, buscar, reflexionar y hallar formas de mejorar. Entonces podemos cumplir con el deber y agradar Dios. Posteriormente, componiendo una canción, analicé detenidamente la letra y descubrí algunas canciones con ese estado de ánimo. Le di vueltas a cómo otros expresaban el mismo sentimiento con la melodía, al significado de la letra, al estado de ánimo y a la orientación de la melodía. Cuando comprendí todo eso, me puse a componer. Luego pedí consejo a mis hermanos y hermanas, revisé dos veces la composición y estuvo lista. Solamente tardé una semana en acabar. También aceptaron otra composición que había revisado. Al ver lo poco que tardé en terminar esas composiciones, sentí incluso más remordimiento y pesar por haber intentado salir del paso en el deber. Comprobé cuánto me había corrompido Satanás, la gravedad de mi abyección y mi grado de dejadez en el trabajo. Gracias a que Dios dispuso que mis hermanos y hermanas me trataran, por fin sé buscar la verdad para corregir mis actitudes corruptas y cumplir con mi deber con dedicación. ¡Doy gracias por la salvación de Dios!
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