Lo que había detrás de los ataques de mis familiares

16 Abr 2023

Por Lingmin, China

Mi padre era director de escuela y solía hablar del materialismo en la escuela y en casa. Nos enseñó que la felicidad dependía de nuestro esfuerzo, que teníamos que aplicarnos para destacar y honrar a nuestros antepasados. Guiados por las palabras y el ejemplo de nuestros padres, mis hermanos y yo siempre nos esforzamos. Emprendimos negocios o nos hicimos funcionarios, y tuvimos un éxito modesto. En la primavera de 2007, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Cada día leía las palabras de Dios, hablaba asiduamente con mis hermanos y hermanas y logré entender un poco la soberanía de Dios. Estas palabras eran especialmente impresionantes: “Dios creó este mundo, creó a esta humanidad y, además, fue el arquitecto de la antigua cultura griega y la civilización humana. Solo Dios consuela a esta humanidad y solo Él cuida de ella noche y día. El desarrollo y el progreso humanos son inseparables de la soberanía de Dios, y la historia y el futuro de la humanidad son inextricables de los designios de Dios. Si eres un cristiano verdadero, creerás sin duda que el auge y la caída de cualquier país o nación ocurren de acuerdo con los designios de Dios. Solo Él conoce el destino de un país o nación, y solo Él controla el curso de esta humanidad. Si esta desea tener un buen destino, si un país desea un buen destino, entonces el hombre debe postrarse ante Dios y adorarlo, arrepentirse y confesarse ante Él, si no, la suerte y el destino del hombre serán una catástrofe inevitable(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el destino de toda la humanidad). Las palabras de Dios me iluminaban el corazón. Dios es el Creador y Aquel que ha guiado y sustentado al hombre hasta hoy. Además, gobierna nuestro destino. Solo si adoramos a Dios, nos arrepentimos ante Él y aceptamos Su salvación podemos tener un buen destino. También aprendí que el Salvador, Dios Todopoderoso, ha venido en los últimos días a expresar la verdad y realizar la obra del juicio para purificar y salvar plenamente a la humanidad, apartarnos de la influencia de Satanás e introducirnos en el hermoso destino preparado por Dios, de modo que tengamos un buen destino y un buen resultado. Me sentía muy bendecida por poder aceptar a Dios Todopoderoso y me juré que practicaría correctamente mi fe, buscaría la verdad y cumpliría con el deber de un ser creado para retribuir el amor de Dios.

Pero luego, cuando estaba entregada en mi deber, me detuvo el Partido Comunista. En marzo de 2009, un día, a mediodía, la policía vino a nuestra reunión, nos agarró a tres hermanas y a mí y nos detuvo ilegalmente en comisaría. El jefe de Seguridad Pública me gritó encarnizadamente: “¡Cuéntanos lo que sepas! ¿Quién te convirtió? ¿Quién es el líder de tu iglesia? Si hablas, te dejo que te marches a casa ya, pero, si no cooperas, con todos los libros religiosos que te hemos encontrado en casa, ¡podríamos encerrarte 5 o 6 años!”. Ante su gesto agresivo, me empezó a palpitar el corazón. No sabía cómo iban a tratarme. Me apresuré a orar para pedirle a Dios que velara por mí, que me diera fe y fortaleza y que me permitiera mantenerme firme. Tras orar recordé estas palabras de Dios: “Aquellos en el poder pueden parecer despiadados desde fuera, pero no tengáis miedo, ya que esto es porque tenéis poca fe. Siempre y cuando vuestra fe crezca, nada será demasiado difícil(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 75). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. Absolutamente todo está en manos de Dios. Ese jefe de Seguridad Pública daba miedo, pero también estaba en manos de Dios. Era un instrumento a Su servicio. Su opinión no contaba en cuanto a si me condenarían o no; la de Dios, sí. No podía doblegarme a sus abusos. Al ver que no hablaba, nos encerraron a mí y a otras tres en un centro de detención, acusadas de alteración del orden público.

Una mañana, de repente oí que gritaban mi nombre. Se me puso el corazón en la garganta. ¿Me iban a interrogar otra vez? Ya me habían interrogado y no había dicho nada. Me pregunté si emplearían tácticas aún más crueles conmigo. Asustada, oré en silencio a Dios y poco a poco pude calmarme. La policía me metió en una sala grande. En cuanto entré, vi a mi padre, y se me cayó el alma a los pies. ¿Por qué metían allí a mi padre? Él siempre se había opuesto a mi fe, ¿cómo me trataría ahora que me habían detenido? Sin que yo pudiera decir nada, mi padre me levantó la mano y me dio tres bofetadas en la cabeza. Mareada, veía las estrellas. Severo, me dijo: “Te prohibí que tuvieras fe, pero te empeñaste y, ahora que te han detenido, ¡mi reputación está por los suelos! Cuéntales todo acerca de tu credo. La policía dijo que te soltará tan pronto como confieses, pero que, si no lo haces, ¡te caerá una dura condena!”. Al ver el envejecido rostro de mi padre, sentí una punzada de pena. Tenía casi 80 años, y lo que más le había importado siempre era su reputación. ¿Cómo iba a soportar que a mí me condenaran? De repente, se arrodilló. Con lágrimas en los ojos, me dijo: “Cuando se enteró de esto tu madre, enfermó. Está encamada en casa con una vía intravenosa. ¡Cuéntales lo que sepas y vente a casa conmigo!”. Frente a todo eso, no pude reprimir el llanto. Desde la Antigüedad, son los hijos los que se arrodillan ante los padres, y no al revés. Me acordé de las penurias de mis padres durante mi crianza, de cómo me ayudaron con mis hijos. Todavía tenían que preocuparse por mí a tan avanzada edad. No estarían afrontando semejante dolor y tormento si yo no creyera. Me sentí en deuda con ellos, fatal. Vi que no me hallaba en el estado correcto. Me apresuré a orar. “¡Dios mío! Me duele esta situación. Estoy débil. Me siento en deuda con mis padres. No sé qué hacer. Te pido esclarecimiento y guía para comprender Tu voluntad y mantenerme firme”. Inmediatamente después de orar, recordé lo que había decidido hacer delante de Dios: ser firme en la fe, seguirlo y procurar amarlo siempre. En ese momento entré en razón. También recordé unas palabras de Dios: “¿Las personas son incapaces de hacer a un lado su carne por este corto tiempo? ¿Qué cosas pueden resquebrajar el amor entre el hombre y Dios? ¿Quién puede deshacer el amor entre el hombre y Dios? ¿Son los padres, esposos, hermanas, esposas o el refinamiento doloroso? ¿Pueden los sentimientos de conciencia borrar la imagen de Dios dentro del hombre? ¿El estar en deuda y las acciones de las personas entre sí son actos propios? ¿Pueden ser remediados por el hombre? ¿Quién es capaz de protegerse a sí mismo? ¿Pueden las personas proveer para ellas mismas? ¿Quiénes son los fuertes en la vida? ¿Quién puede dejarme y vivir por su cuenta?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulos 24 y 25). Las palabras de Dios me llenaron de autorreproche. Este aliento me lo dio Dios, y Dios me provee todo lo necesario para sobrevivir. Había llegado viva a ese día únicamente porque Dios me había cuidado y protegido en silencio. Él lo acomodó todo a fin de guiarme para que me presentara ante Él y aceptara Su salvación. ¡Qué grande es el amor de Dios! No podía traicionar a Dios por miedo a lastimar a mis padres. Además, su salud estaba en manos de Dios y toda preocupación por mi parte era inútil. Estaban tristes y sufrían por la opresión del Partido Comunista. Si descubrieran la maldad del partido, no se sentirían humillados, y Satanás no podría engañarlos. Así pensado, no me sentía tan disgustada. Juré que me mantendría firme en el testimonio aunque me encarcelaran. Me sequé las lágrimas y ayudé a mi papá a levantarse. Vinieron cinco o seis agentes y me rodearon. Les dije: “Yo no sé nada”. Uno de ellos me miró y anunció: “Les quedan cinco minutos”. Mi papá estaba enojadísimo. Me abofeteó más veces, se arrodillo y me amenazó: “Si no hablas, ¡me arrodillo aquí delante de ti hasta que me muera! Si el partido no permite los credos religiosos, ¿cómo te atreves tú a oponerte? ¡Date prisa y confiesa! Entonces nos podremos ir a casa”. Me di cuenta de que esto era un truco de la policía. Querían que mi padre me presionara para que fuera una judas y traicionara a los demás. ¡Qué traicioneros esos policías! Sentí mucho enojo y rencor. Ayudé a mi papá a levantarse de nuevo, y me volvieron a rodear cinco o seis agentes para hacerme hablar. Los miré y les dije con calma: “Yo no sé nada”. Justo entonces empezó a sonar el teléfono de mi papá, que me mandó contestar. Al teléfono, oí que mi madre juraba y gritaba: “¡Me vas a matar! El Gobierno no permite la fe, pero tú estás empeñada. ¡No puedes luchar contra ellos! ¡Cuéntales lo que sepas y vuelve! ¿Qué haremos si te condenan? ¿Cómo encontrará esposa tu hijo algún día? Todos nosotros también seremos humillados. ¡Piensa en nosotros!”. Llorando, colgué el teléfono y vi que mi padre se marchaba arrastrando los pies. De vuelta en la celda, me acordé de nuevo de mi madre enferma en cama. Si le sucedía algo terrible, yo le estaría fallando. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. No pude reprimir el llanto. Me di cuenta entonces de que mis afectos eran mi talón de Aquiles. Me puse a orar a Dios. Le pedí que me guiara para posicionarme, para no vivir según mis emociones. Rememoré unas palabras de Dios: “¿Por qué a las personas les es tan difícil separarse de la emoción? ¿Acaso hacer esto sobrepasa los estándares de la conciencia? ¿Puede la conciencia cumplir la voluntad de Dios? ¿Puede la emoción ayudar a las personas durante la adversidad? A los ojos de Dios, la emoción es Su enemigo. ¿No se ha expuesto esto claramente en las palabras de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 28). Las palabras de Dios me alertaron. Las emociones son enemigas de Dios y el mayor obstáculo para practicar la verdad. Cuando vivimos según las emociones, nos alejamos de Dios y lo traicionamos. Estaba atrapada en mis sentimientos por mis padres. Creía que ser desconsiderada con ellos era una ofensa terrible que me convertía en mala hija. Al verlos tan tristes y disgustados por mi detención, me sentí en deuda con ellos. Sentí que se habían esforzado muchísimo en mi crianza, pero que yo no se lo había retribuido, e incluso los hacía sufrir por mí. Apreciaba la bondad de mis padres, pero olvidaba que es Dios quien nos da la vida. Dios es la fuente de la vida humana, y Su aliento de vida, lo que me ha sustentado hasta hoy. Tengo lo que tengo gracias a la guía y la provisión de Dios. Dios nos ha dado muchísimo sin pedirnos jamás nada a cambio. En los últimos días, Dios se ha encarnado otra vez para salvar a la humanidad mientras soporta grandes humillaciones, además de la persecución y opresión del Partido Comunista. Dios lo ha dado todo por la humanidad; ¡qué grande es Su amor! Dios es Aquel al que debemos adorar y obedecer. Puede que el cuidado de mis padres haya mejorado mi vida material, pero ellos no podrían brindarme la verdad. No podrían salvarme de la corrupción de Satanás y darme un buen destino y un buen resultado. Si traicionaba a los demás y a Dios nada más que por seguir los deseos de mis padres, no estaría en deuda con ellos, sino que Dios me despreciaría y yo perdería Su salvación para siempre. A esas alturas comprobé que Satanás aprovechaba mi amor por mis padres para tentarme, lo que a la larga me alejaría de Dios, yo lo traicionaría, perdería la ocasión de salvarme, descendería al infierno y sería aniquilada como Satanás. No podía caer en su trampa. Esto me recuerda a Pedro, que tenía principios y se posicionó en contra de sus padres. Firme en la fe, siguió al Señor Jesús sin importar cómo trataran de impedírselo. Al final, su amor por Dios lo venció todo y él recibió el visto bueno de Dios. ¡Me motiva mucho!

El quinto día, la policía me trajo tres cartas para que las leyera: de mi mamá, mi hija y mi hijo. Mi hijo escribía: “Mamá, durante estos años en el Ejército, he esperado con ansia el reencuentro de toda la familia. No fue fácil que me trasladaran y pudiera volver, y ahora tú estás detenida. Sin ti, siento que se me cae la casa encima. ¡Mamá, cuéntale a la policía tus asuntos religiosos! Si vas a la cárcel, eso afectará a mis perspectivas de empleo y matrimonio. Aunque no pienses en ti, deberías pensar en mí…”. En ese punto de la carta, no pude evitar echarme a llorar. Si realmente su futuro se iba a malograr porque a mí me mandaran a la cárcel, yo no sabría cómo mirarlo a la cara. Seguro que me odiaría. A mi parecer, el camino de la fe estaba plagado de escollos y había que tomar una decisión a cada paso. Oré a Dios en mi interior: “Oh, Dios mío, estoy sufriendo mucho y me siento débil. Te pido que veles por mí y fortalezcas mi fe”. De vuelta en la celda, una hermana descubrió por qué estaba pasando yo y me advirtió que no cayera en la trampa de Satanás. Eso me supuso una llamada de atención. Recordé la manera en que, en todo momento, Satanás nos incita y engaña por todos los medios para que traicionemos a Dios. Podemos caer en las redes de Satanás en cuanto bajemos la guardia. Tenemos que continuar sosegando el corazón ante Dios, orar y ampararnos en Él para descubrir los trucos de Satanás, recibir la protección de Dios y mantenernos firmes. Esa noche me acosté sin poder dormir, y oré en silencio a Dios. Recordé estas palabras Suyas: “Desde el momento en el que llegas llorando a este mundo, comienzas a cumplir tu deber. Para el plan de Dios y Su ordenación, desempeñas tu papel y emprendes tu viaje de vida. Sean cuales sean tus antecedentes y sea cual sea el viaje que tengas por delante, nadie puede escapar de las orquestaciones y disposiciones de Cielo y nadie tiene el control de su propio destino, pues solo Aquel que gobierna sobre todas las cosas es capaz de llevar a cabo semejante obra(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Así es. Durante toda nuestra vida, nuestro destino está dispuesto por Dios, y nadie lo puede cambiar. Yo no podría controlar qué tipo de trabajo o de matrimonio tendría mi hijo en un futuro. Por muy considerada que fuera con mis hijos, no podría cambiar su destino, y Dios también decidía si yo iba a ir a la cárcel o no. No podría zafarme de eso solo porque lo deseara. Lo que tenía que hacer era confiarle todo a Dios y someterme a Su soberanía. Luego me acordé de otro pasaje de las palabras de Dios. “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes entregarte a la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer. No debes desechar la verdad en beneficio de una vida familiar pacífica y no debes perder la dignidad e integridad de tu vida por el bien de un disfrute momentáneo. Debes buscar todo lo que es hermoso y bueno, y debes buscar un camino en la vida que sea de mayor significado. Si llevas una vida tan vulgar y no buscas ningún objetivo, ¿no estás malgastando tu vida? ¿Qué puedes obtener de una vida así? Debes abandonar todos los placeres de la carne en aras de una verdad y no debes desechar todas las verdades en aras de un pequeño placer. Las personas así, no tienen integridad ni dignidad; ¡su existencia no tiene sentido!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. Como creyente, el único modo de recibir el visto bueno de Dios es buscar la verdad y cumplir con el deber de un ser creado. Solo eso puede considerarse una vida con valor, y todo sufrimiento vale la pena a fin de alcanzar la verdad. Si traicionaba a mis hermanos y hermanas y a la iglesia nada más que por satisfacer a mi familia, sería una judas traidora a Dios. Esa sería la máxima humillación y Dios me maldeciría por ello. Incluso con una familia feliz y una vida cómoda, eso sería algo vacío y carente de sentido y yo no sería más que una zombi. Con esta idea, tuve una determinación aún mayor de seguir a Dios. Sin importar qué tácticas usaran los policías, ¡daría testimonio y humillaría a Satanás!

El sexto día, la policía me hizo entrar a la sala de espera, donde vi a mi tío, mi esposo, mi hijo y mi hija. Mis hijos me abrazaron llorando, mientras exclamaban: “¡Mamá, ven a casa!”. Mi esposo se apartó a un lado llorando. Mi tío, llorando, me dijo: “Lingmin, la policía dijo que podrás venirte a casa tan pronto como les cuentes algo y que no tendrás que cumplir condena. El futuro de tu hijo se echará a perder si vas a la cárcel. ¡Eso destruirá la familia! ¡Hazme caso y habla con ellos!”. En ese momento lo vi claro en mi interior. Supe que los consejos de mi familia eran un ardid de Satanás y que, aunque le contara solamente un poco, la policía me sonsacaría más por la fuerza y detendría a muchos otros. Teniéndolo presente, repliqué: “Como creyente, voy por la senda correcta en la vida. Como no he hecho nada ilegal, no tengo nada que confesar. Váyanse a casa”. De camino otra vez a la celda, pensé en que la policía utilizaba reiteradamente a mis seres queridos para tentarme, para forzarme a traicionar a mis hermanos y hermanas y a Dios. ¡Qué vil el Partido Comunista! ¡Son unos demonios contrarios a Dios! Después, un agente me llamó a la oficina y, engreído, me preguntó: “¿Qué tal la visita de tu familia?”. Al verlo disfrutar de esta horrible situación, me enojé tanto que saqué aquellas tres cartas del bolsillo, las rompí, las tiré sobre la mesa y respondí: “Soy creyente y una persona recta. No he hecho nada malo. ¿Por qué los mandaron a darme consejos? ¿Qué ley he infringido?”. Luego me fui. Gracias exclusivamente a la fortaleza que Dios me dio, pude afrontar con calma el interrogatorio policial.

El decimocuarto día, por la mañana, el jefe de la Oficina de Seguridad Pública me llamó a la oficina. No fue duro como antes, pero se hizo el preocupado y me preguntó por mi familia. Con lenguaje pomposo, trató de incitarme a traicionar a mis hermanos y hermanas. Yo oraba incesantemente a Dios en mi interior para pedirle protección para no caer en la trampa de Satanás. El jefe de la Oficina de Seguridad habló mucho. Finalmente, en vista de que yo no iba a decir nada, se encolerizó y me gritó vilmente: “Seré directo contigo. Encontramos tantos libros religiosos en tu casa que es el mayor caso que hay en la ciudad. ¡Seguro que te condenan a ir a la cárcel si no hablas!”. Sin embargo, dijera lo que dijera, yo oraba en silencio a Dios, y juré que jamás compartiría información sobre los otros ni traicionaría a Dios aunque me condenaran. A los quince días vieron que no me iban a sacar nada y me mandaron de vuelta a casa. De vuelta en casa, mi familia siguió oponiéndose a mi fe. Yo sabía que todo se debía a las mentiras y la opresión del Partido Comunista. Oré, y juré que seguiría a Dios hasta el fin por duro que fuera. Entonces me vino a la mente un himno de experiencias, Avanzar por la senda del amor a Dios.

1 No me importa cuán difícil sea la senda de la fe en Dios, yo solo hago la voluntad de Dios porque es mi vocación; mucho menos me importa si recibo bendiciones o sufro desgracias en el futuro. Ahora que estoy decidido a amar a Dios, seré fiel hasta el final. Sin importar qué peligros o dificultades acechen detrás de mí, sin importar cuál sea mi final, para recibir el día de gloria de Dios, sigo de cerca los pasos de Dios y me esfuerzo para continuar.

[…]

Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos

Canté ese himno una y otra vez y me sentí muy motivada. Sabía que la senda de la fe siempre vendría acompañada de la persecución del partido y que, en un futuro, probablemente me detendrían de nuevo o hasta me condenarían, pero tenía la certeza de que este era el camino verdadero y estaba dispuesta a seguir a Dios hasta el fin. Durante un tiempo no pude contactar con otros miembros de la iglesia ni tener vida de iglesia. Así pues, comía y bebía de las palabras de Dios, me dotaba de la verdad en casa y predicaba el evangelio a mi familia. Mi esposo y mi hija se hicieron creyentes. Nos reuníamos y comíamos y bebíamos de las palabras de Dios en familia. Un año más tarde, retomé el contacto con los hermanos y hermanas y comencé en un deber. Le estaba muy agradecida a Dios.

En esa época, durante la opresión y la detención del Partido Comunista, y durante los ataques de mi familia, fueron el esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios lo que me ayudó, paso a paso, a soportarlo. Por muy difícil que sea la senda que tengo por delante, voy con Dios hasta el final.

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