Cuando nos impulsa el deseo de estatus
En julio de 2020, me ocupaba de la obra de riego junto al hermano Zhijian Zhao y la hermana Muxin Li. Recién empezaban a capacitarse, así que les ayudé a comprender los principios y a familiarizarse con el trabajo lo antes posible. Me consultaban cada vez que no entendían algo. Al poco tiempo noté los puntos fuertes de ambos. Zhijian era de buen calibre y aprendió los principios rápidamente, y Muxin era realmente capaz, ordenada y eficiente. Cuando se les asignaba una tarea, encontraban rápidamente la palabra de Dios para resolver las dificultades de los nuevos fieles. Sentí palidecer al compararme con ellos. No trabajaba con tanta eficacia y no aprendía las cosas tan rápido como ellos. Debía reflexionar largo tiempo en los problemas de los nuevos fieles. Sentía que para mí todo era más lento y más agotador. Luego, a medida que se familiarizaron con el trabajo, empezaron a asumir gradualmente un papel central. A veces necesitábamos responder juntos las preguntas de los regantes; como yo no había terminado aún todas mis tareas, Muxin me decía: “No te preocupes, hay algunas preguntas sencillas que nosotros podemos responder”. Esto me hacía sentir incómoda. ¿Es que temían retrasarse discutiendo estas cosas conmigo porque yo trabajaba despacio? Nunca me había sentido tan excluida. Incluso me sentí contrariada. ¿Por qué me faltaba tanto calibre? No era flexible al pensar y no reaccionaba con rapidez. No era tan joven ni inteligente como ellos, que eran eficaces en todo. ¿Sería yo la menos capaz a partir de entonces? ¿Qué pensarían de mí? Dirían que aún después de tanto tiempo haciendo trabajo de riego, estaba en un nivel inferior al de ellos que acababan de formarse. Eso sería muy vergonzoso. A fin de que no creyeran que yo no era buena, empecé a trabajar en secreto, dedicando más tiempo a reunirme con los recién llegados cada día, tratando de encontrar la palabra de Dios, y reflexionar sobre sus asuntos. Llegué a sentir que lavar mi ropa y comer eran una pérdida de tiempo. Le rezaba a Dios y le pedía ayuda para poder ser más eficiente en mis deberes. Pero las cosas fueron al revés: por mucho que me esforzara, mi eficacia disminuía. Antes darme cuenta, había perdido el impulso por mi deber y empecé a pasar muchos asuntos a mis compañeros. Pensé que carecía de capacidad, por lo que solo haría lo que pudiera. Me hundí en un estado cada vez peor, me volví realmente pasiva, y dejé de atender los asuntos de mi trabajo. Viendo que mi estado no era bueno, mis dos compañeros me ofrecieron apoyo, pero no lo acepté. No pude cambiar mi estado y algunos problemas no pudieron ser resueltos a tiempo, lo que repercutió en mi rendimiento en la obra de riego.
La líder habló conmigo cuando se enteró de mi estado. Me dijo que mi problema no era mi calibre, sino mi avidez de nombre y estatus y que debía cambiar mi estado lo antes posible para no retrasar nuestra obra. Me di cuenta de que no estaba en un buen estado, carecía de responsabilidad por mi deber, y no era capaz de solucionar problemas que antes podía resolver. No podía sentir el esclarecimiento del Espíritu Santo. Estaba adormecida e insensible. Entonces pensé en algo que dijo el Señor Jesús: “Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mateo 13:12). Debía de estar haciendo algo que no se ajustaba a la voluntad de Dios, y por eso me ocultaba Su rostro. Sentí algo de miedo y oré, “Dios, mi deber es agotador y no puedo sentir Tu guía. Por favor, esclaréceme y guíame, y permíteme reflexionar y entender mis problemas, para así cambiar mi estado incorrecto”. Luego, encontré la palabra de Dios para abordar mi estado. Dios dice: “El Señor Jesús dijo en una ocasión: ‘Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará’ (Mateo 13:12). ¿Qué significan estas palabras? Significan que, si ni siquiera cumples ni te dedicas a tu deber o trabajo, Dios te quitará lo que antes era tuyo. ¿Qué significa ‘quitar’? Como humano, ¿qué tal sienta esto? Puede ser que no logres lo que tu aptitud y tus dones te hubieran permitido, no sientas nada y seas como un incrédulo. En eso consiste que Dios te lo haya quitado todo. Si en el deber eres negligente, no pagas un precio y no eres sincero, Dios te quitará lo que antes era tuyo, te retirará el derecho a cumplir con el deber, no te concederá este derecho. […] Si cumplir con el deber te parece siempre un sinsentido, si sientes que no hay nada que hacer y no te animas a contribuir, si nunca recibes esclarecimiento y crees no tener inteligencia ni sabiduría que aportar, esto es un problema: indica que no tienes la motivación ni la senda adecuadas para cumplir con el deber, Dios no da Su visto bueno y tu estado es anormal. Debes reflexionar: ‘¿Por qué no tengo una senda para cumplir con el deber? Lo he estudiado y está dentro de mi ámbito profesional; hasta se me da bien. ¿Por qué, cuando intento aplicar mi conocimiento, no puedo? ¿Por qué no sé utilizarlo? ¿Qué pasa?’. ¿Casualidad? Aquí hay un problema. Cuando Dios bendice a alguien, este se vuelve inteligente y sabio, perspicaz en toda materia, además de entusiasta, despierto y especialmente hábil; tendrá facilidad y estará motivado en todo lo que hace, y creerá que todo ello es muy fácil y que ninguna dificultad puede entorpecerlo: está bendecido por Dios. Cuando a alguien le parece difícil, incómodo y absurdo todo lo que hace, no lo entiende y no lo comprende sin importar lo que se le diga, ¿qué significa esto? Que no tiene la guía de Dios ni Su bendición. Algunos dicen: ‘Si me he aplicado, ¿por qué no recibo bendiciones de Dios?’. Si solo te aplicas y te esfuerzas, pero no tratas de actuar según los principios, estás actuando por inercia en el deber. ¿Cómo vas a poder recibir bendiciones de Dios? Si siempre eres negligente en el cumplimiento del deber, y nunca concienzudo, no recibirás esclarecimiento ni iluminación del Espíritu Santo, no tendrás la guía de Dios ni Su obra, y tus actos no fructificarán. Es muy difícil cumplir bien con un deber u ocuparse bien de un asunto recurriendo a la fortaleza y el aprendizaje humanos. Todo el mundo cree que sabe un par de cosas, que tiene cierta pericia, pero hace mal las cosas y estas siempre salen mal, lo que provoca comentarios y risas generalizados. Esto es un problema. Tal vez sea evidente que alguien no es gran cosa y, sin embargo, cree tener pericia y no cede ante nadie. Esto está relacionado con un problema de la naturaleza del hombre” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). Sentí un poco de pánico al leer la palabra de Dios. Todo había sido difícil y agotador para mí últimamente. No notaba los problemas en mi trabajo, y me sentía impotente ante problemas que antes podía manejar. Se debía a que estaba atrapada en un estado de rebeldía y Dios me ocultaba Su rostro. Me había vuelto insensible y torpe, tonta y lenta. Había regado a nuevos creyentes por un buen tiempo entendía algo de la verdad de las visiones, y comprendía algunos principios. Era lógico que debía mejorar en mi trabajo con el tiempo, pero cada vez lo hacía peor. No podía sentir la guía del Espíritu Santo en absoluto, y mi actitud hacia mi deber repugnaba a Dios. Pude ver la justicia y santidad de Dios en Sus palabras. Si bendice o quita algo a la gente, es en base a los principios. Cuando la gente pone su corazón y toda su dedicación en su deber, y su motivación es satisfacer a Dios, es fácil ganar la obra del Espíritu Santo. Adquieren perspicacia y descubren los problemas en su deber, saben cómo solucionar dificultades. Cada vez son mejores en su deber. Si alguien no es genuino en su deber, si piensa siempre en la reputación y el estatus, le será difícil ganar la obra del Espíritu Santo. Se adormece y atonta, y no puede exhibir la fortaleza que tenía antes. Así es imposible cumplir bien un deber. En ese tiempo reflexioné sobre mi situación. Cuando empecé a trabajar con mis dos compañeros, tuve sentido de la carga al principio y pude ayudarles a aprender el trabajo lo más rápido posible. Pero cuando descubrí que progresaban velozmente y eran más hábiles que yo en todo sentido, me sentí amenazada: temí perder mi protagonismo, y perdí el rumbo. No quería que me vieran a menos, así que trabajé duro, quemándome las pestañas. Para ser más eficaz en el riego, dediqué más tiempo a reunirme con los nuevos fieles. Pero por mucho que trabajara, cualquiera fuera el precio que pagara, seguía logrando menos que ellos. Puse toda mi energía en competir con ellos. Hasta pedí la ayuda de Dios para rendir más en mi trabajo y salvar mi reputación. Fui muy irracional. Usaba a Dios, lo engañaba. ¿De qué modo cumplía así con mi deber? Me llené de arrepentimiento y oré a Dios, “¡Oh Dios! He estado buscando reputación y estatus, sin cumplir bien mi deber. He sido un estorbo en la obra de riego. Quiero arrepentirme ante Ti”.
Luego leí un pasaje de la palabra de Dios que me fue muy útil. Dios Todopoderoso dice: “Que puedas cumplir bien con tu deber no es algo que dependa de tus aptitudes, de lo grande que sea tu calibre, de tu humanidad, de tus capacidades o de tus habilidades; todo se reduce a si eres alguien que acepta la verdad y a si eres capaz de ponerla en práctica. Si eres capaz de poner en práctica la verdad y tratar a los demás con justicia, podrás lograr una cooperación armoniosa con ellos. La clave para que una persona pueda cumplir bien con su deber y lograr una cooperación armoniosa con los demás reside en que pueda aceptar y obedecer la verdad. El calibre, los dones, la aptitud, la edad u otras circunstancias de las personas no son lo principal, son cosas secundarias. Lo más importante es observar si una persona ama la verdad, y si puede practicarla. Después de escuchar un sermón, los que aman la verdad y pueden practicarla admitirán que es lo correcto. En la vida real, cuando se encuentren con personas, situaciones y objetos, pondrán en práctica estas verdades. Pondrán la verdad en práctica, se transformará en su propia realidad, y en una parte de su propia vida. Se convertirá en las directrices y los principios por los que se conducen y hacen las cosas; pasará a ser aquello que viven y muestran. Al escuchar un sermón, los que no aman la verdad también admitirán que es lo correcto, y pensarán que lo entienden todo. Han grabado las doctrinas en su corazón, pero ¿cuáles son los principios y las directrices que utilizan para considerar algo cuando lo hacen? Siempre consideran las cosas según sus propios intereses; no lo hacen utilizando la verdad. Tienen miedo de que la práctica de la verdad les haga perder, y temen ser juzgados y despreciados por los demás, perder su imagen. Van de un lado a otro en sus consideraciones, y finalmente piensan: ‘Me limitaré a proteger mi estatus, mi reputación y mis intereses, eso es lo principal. Cuando estas cosas queden satisfechas, estaré contento. Si esto no se satisface, no seré feliz practicando la verdad ni la encontraré agradable’. ¿Es esta una persona que ama la verdad? En absoluto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Aprendí de la palabra de Dios que hacer bien un deber no es una cuestión del calibre, las dotes o la edad de alguien. La clave es si amas la verdad y la pones en práctica. Si no amas ni practicas la verdad, si solo piensas en tu imagen y estatus en palabra y obra, y no defiendes el trabajo de la iglesia, por muy grandes que sean tu calibre o dotes, te costará cumplir bien con tu deber. Siempre creí que alguien con buen calibre y flexible en su pensar sería bueno en su deber, mientras que alguien mayor y carente de aptitud no tendría éxito por mucho que trabajara. No entendía la verdad, sino que veía a la gente y a las cosas a través de mis propias nociones. ¡Fui tan tonta e ignorante! Dios otorga diferentes dones y aptitudes a cada uno y demanda de cada uno diferentes cosas. La iglesia nos organiza para trabajar juntos para que las fortalezas de cada uno compensen los puntos débiles de otros, y así, juntos, podamos cumplir con nuestro deber. Dos compañeros capaces pueden aumentar la eficacia de nuestro trabajo. Podemos solucionar problemas más rápido, y nuestro trabajo no se retrasa. Si acaso hubiera podido dejar de lado mi ego y aprender de las fortalezas de otros, ¿no habría progresado más rápido? No estaba a la altura de mis compañeros, pero no era tan deficiente como para no poder hacer mi trabajo. Cuando tuve la actitud adecuada, cuando estuve dispuesta a esforzarme y abordar con seriedad mi deber pude ver los problemas con más claridad y resolverlos más rápidamente. Tuve que dejar de pensar en las ganancias y pérdidas personales, en mi nombre y estatus. Después de eso me dediqué a cumplir con los requisitos de Dios sin competir con mis compañeros, sino poniendo el corazón en mi deber. Con el tiempo, mi estado cambió gradualmente y mi trabajo mejoró.
Pero al poco tiempo me sorprendió cuando el problema volvió a aparecer. Nuevos fieles que acababan de aceptar la obra de Dios de los últimos días llegaron a nuestra iglesia. Zhijian y yo estábamos a cargo de su riego. Aunque él no llevaba mucho tiempo haciendo ese trabajo, podía encontrar las palabras de Dios adecuadas para resolver sus problemas y su comunicación era muy clara. Aunque yo podía resolver algunos de sus problemas, no podía comunicarme con tanta claridad como él. Los recién llegados disfrutaban más de la enseñanza de Zhijian que de la mía. Sentía mucha envidia. Zhijian había progresado muy rápido en muy poco tiempo, mientras a mí me había costado todos esos años llegar a ese nivel. Realmente me sentí inferior a él. Cuando veía que la gente acudía a Zhijian con problemas que no entendían, me ponía sumamente envidiosa. Tener buena aptitud hace una gran diferencia. No solo se ganaba la admiración de la gente, sino que se esforarzaba menos en su deber y obtenía mejores resultados. Si yo tuviera la aptitud de Zhijian, tal vez todos me admirarían a mí también. Pero ya tenía más de 50 años y carecía de aptitud. Por mucho que trabajara, me estancaría en ese nivel. Perdí la motivación por mi deber antes de darme cuenta. Cada vez que un nuevo fiel preguntaba algo en una reunión, dejaba responder a Zhijian y yo solo añadía algunos comentarios simples. Me volví cada vez más pasiva en mi deber, y cada vez más distante de Dios. No sabía qué decir en mis oraciones, y a veces me quedaba dormida al orar por las noches. Al darme cuenta de este estado peligroso, buscaba respuestas y reflexionaba. Cuando vi mi falta de aptitud, me volví negativa y pasiva en mi deber. ¿Qué carácter corrupto había detrás de eso?
Más tarde, leí otras palabras de Dios. “Que nadie se crea perfecto, distinguido, noble o diferente a los demás; todo eso está generado por el carácter arrogante del hombre y su ignorancia. Pensar siempre que uno es diferente sucede a causa de tener un carácter arrogante; no ser nunca capaz de aceptar sus defectos ni enfrentar sus errores y fallas es a causa del carácter arrogante; no permitir nunca que otros sean más altos o que sean mejores que uno, eso lo causa el carácter arrogante; no permitir nunca que otros sean superiores o más fuertes que ellos está causado por un carácter arrogante; no permitir nunca que otros tengan mejores ideas, sugerencias y puntos de vista y, cuando las tienen, volverse negativos, no querer hablar, sentirse afligidos, desalentados y molestos, todo eso lo causa el carácter arrogante” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Las palabras de Dios revelaban exactamente mi estado. Comparé mi calibre con el de mis compañeros, y al no igualarlos me volví negativa y retraída. Me impulsaba un carácter arrogante. Y debido a mi arrogancia, no podía afrontar adecuadamente mis debilidades y deficiencias, y en especial, no podía aceptar que otros fueran mejores o más capaces que yo. Ver a mis compañeros más fuertes que yo en todo aspecto, ocupando un lugar central en el grupo ganando la admiración y aprobación de todos, me hacía sentir incómoda, desorientada, sin poder aceptar esa realidad. Reconocía que mi calibre era inferior al de los demás, pero mi corazón se negaba. Seguí compitiendo con ellos en secreto. Estaba empeñada en eso, en compararme con ellos. Cuando no podía superarlos, me volvía negativa y perdía energía para trabajar. ¿No era eso el impulso de mi carácter arrogante? ¡Fui tan arrogante e ignorante!
Recordé un pasaje de la palabra de Dios en el que denuncia las actitudes de los anticristos. Dios dice: “Para un anticristo, el estatus y el prestigio son su vida y su objetivo durante toda su existencia. En todo lo que hace, lo primero que piensa es: ‘¿Qué pasará con mi estatus? ¿Y con mi prestigio? ¿Me dará prestigio hacer esto? ¿Elevará mi estatus en la mentalidad de la gente?’. Eso es lo primero que piensa, lo cual es prueba fehaciente de que tiene el carácter y la esencia de los anticristos; si no, no considerarían estos problemas. Se puede decir que, para un anticristo, el estatus y el prestigio no son un requisito añadido, y ni mucho menos algo superfluo de lo que podría prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en sus huesos, en su sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de estatus y prestigio; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? El estatus y el prestigio están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello por lo que se esfuerzan día tras día. Por eso, para los anticristos el estatus y el prestigio son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, aquello por lo que se esfuercen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un puesto alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Estos son el verdadero rostro y la esencia de los anticristos. Podrías dejarlos en un bosque primitivo en las profundidades de las montañas y seguirían sin dejar de lado su búsqueda del estatus y el prestigio. Puedes dejarlos en medio de cualquier grupo de gente, igualmente, no pueden pensar más que en el estatus y el prestigio. Si bien los anticristos también creen en Dios, consideran que la búsqueda de estatus y prestigio es equivalente a la fe en Dios y le asignan la misma importancia. Es decir, a medida que van por la senda de la fe en Dios, también van en pos del estatus y el prestigio. Se puede decir que los anticristos creen de corazón que la fe en Dios y la búsqueda de la verdad son la búsqueda del estatus y el prestigio; que la búsqueda del estatus y el prestigio es también la búsqueda de la verdad, y que adquirir estatus y prestigio supone adquirir la verdad y la vida. Si les parece que no tienen prestigio ni estatus, que nadie les admira ni les venera ni les sigue, entonces se sienten muy frustrados, creen que no tiene sentido creer en Dios, que no vale de nada, y se dicen: ‘¿Es tal fe en Dios un fracaso? ¿Es inútil?’. A menudo reflexionan sobre esas cosas en sus corazones, sobre cómo pueden hacerse un lugar en la casa de Dios, cómo pueden tener una reputación elevada en la iglesia, con el fin de que la gente los escuche cuando hablan, y los apoyen cuando actúen, y los sigan dondequiera que vayan; con el fin de tener una voz en la iglesia, una reputación, de disfrutar de beneficios y poseer estatus; tales son las cosas que consideran a menudo. Estas son las cosas que buscan esas personas” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). La palabra de Dios que expone las actitudes de los anticristos fue conmovedora y dura para mí. Para ellos, la búsqueda de reputación y estatus no es algo momentáneo, está en su médula: es una búsqueda de toda la vida. Para ellos, el estatus está por encima de todo, es tan importante como sus propias vidas. Siempre quieren un lugar privilegiado y no toleran estar por debajo de los demás. Necesitan el respeto y la admiración de todo el mundo para motivarse en su deber. Sin eso, se vuelven negativos y flojos, e incluso pierden total interés en la fe. ¿En qué se diferenciaba mi conducta de la de un anticristo? Cuando los demás me admiraban y valoraban, me sentía motivada en mi deber pero cuando mis compañeros sobresalían y me superaban, y mi deseo de estatus no era satisfecho, ya no sentía una carga en mi trabajo. La obra de riego actualmente es muy importante, con tantos recién llegados que necesitan del riego con urgencia. Debería haberles ayudado a aprender la verdad y a entender la obra de Dios, para echar raíces en el camino verdadero lo más rápido posible. Pero no ponía mi corazón en ello. Mi nombre y mi estatus era todo lo que había en mi corazón, y le endilgaba todo a Zhijian. No cumplía con el deber que me correspondía. ¡Carecía por completo de humanidad! No sentía culpa ni remordimiento por no cumplir bien con mi deber. Ver resentirse mi reputación o mi estatus era tan doloroso como perder mi propia vida. Calculaba mis pérdidas y ganancias, y me volvía negativa y débil por esa razón. Soñaba ser como mis compañeros, con mejor calibre, que todos me preguntaran lo que no entendían y me buscaran para hablar y que fuera yo el centro de atención del grupo. Era lo que siempre había perseguido, lo que quería obtener. Mi foco era que otros me admiraran, me respetaran. Ese tipo de búsqueda y perspectiva era la misma que la de un anticristo, ¿no? Como estaba en el camino equivocado y había perdido la guía del Espíritu Santo, no estaba cumpliendo con el deber que me correspondía. Así que aunque hubiera conseguido un puesto más alto y la admiración de todos, ¿no habría terminado siendo descartada por Dios? Sentí miedo cuando me di cuenta de eso. Al perseguir estatus, ¡iba por una senda contraria a Dios! Quería cambiar mi búsqueda equivocada y dejar de competir. Quería cumplir con el deber que me correspondía.
Entonces, busqué una vía práctica. Recordé estas palabras de Dios. “¿Qué hay que hacer para cumplir bien con el deber? Uno debe llegar a cumplirlo con todo el corazón y todas sus energías. Utilizar todo el corazón y todas las energías implica dedicar todos los pensamientos al cumplimiento del deber y no dejar que otras cosas los ocupen, y luego aplicar la energía que uno tiene, ejerciendo la totalidad del poder propio, y aportando el calibre, los dones, las fuerzas y las cosas que ha comprendido a la tarea. Si eres capaz de comprender y aceptar y tienes una buena idea, debes comunicarla a los demás. Esto es lo que significa cooperar en armonía. Así es como cumplirás bien con tu deber, cómo lograrás un cumplimiento satisfactorio de tu deber. Si deseas asumirlo todo tú mismo siempre, si siempre quieres hacer grandes cosas en solitario, si siempre quieres ser el centro tú, y no otros, ¿estás cumpliendo con tu deber? Lo que estás haciendo se llama autocracia; es montar un espectáculo. Es un comportamiento satánico, no el cumplimiento del deber. Nadie, sin importar sus fortalezas, dones o talentos especiales, puede asumir todo el trabajo por sí mismo; deben aprender a cooperar en armonía si quieren hacer bien el trabajo de la iglesia. Por eso, la cooperación armoniosa es un principio de la práctica del cumplimiento del deber. Mientras apliques todo tu corazón y toda tu energía y toda tu fidelidad, y ofrezcas todo lo que puedes hacer, estarás cumpliendo bien tu deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). La palabra de Dios me dio una senda de práctica. Mi calibre no importaba. Mientras mi corazón fuera honesto y trabajara bien con los demás, pusiera lo mejor de mí e hiciera bien todo lo que debía hacer sin hacer trampa, eso concordaría con la voluntad de Dios. De hecho, Dios nos daba a los tres diferentes calibres y fortalezas para que pudiéramos complementarnos. Mis dos compañeros tenían aptitud y eran eficientes en el trabajo, veían las partes clave de un problema. Compensaban lo que me faltaba. Mi aptitud era algo escasa, pero era un poco mayor que ellos, así que podía pensar de una manera un poco más cuidadosa y cabal. Todos teníamos puntos fuertes, podíamos trabajar juntos y contribuir a nuestro trabajo. Pero en lugar de buscar la verdad, comparaba las fortalezas de mis compañeros con las mías, y me volvía negativa y pasiva, sin poder cumplir con mi deber. Cuando lo pienso ahora, fui muy tonta. Con este entendimiento, pude ser más proactiva después en mis deberes. Cualquier dificultad o problema que tenía, lo comentaba con mis compañeros. Una vez que mi aptitud y edad dejaron de refrenarme me sentí mucho más relajada en mi deber. Cuando cooperamos para aprovechar las fortalezas de cada uno podemos trabajar en armonía. Todos trabajamos bien juntos y nuestro trabajo de riego es más exitoso.
Me recordó algo que Dios dijo: “Bien haya muchos o pocos de vosotros que cumpláis juntos con el deber, sean cuales sean las circunstancias y sea cuando sea, no olvidéis esto: estar de acuerdo. Viviendo en ese estado, podéis tener la obra del Espíritu Santo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Cuando dejamos de lado el nombre y el estatus y trabajamos con otros, obtenemos la guía del Espíritu Santo y buenos resultados en nuestro deber.