¿Por qué soy tan arrogante?

4 Dic 2022

Por Frank, Corea del Sur

En la actualidad soy responsable de los trabajos de vídeo de la iglesia. Cuando estaba empezando, tras un tiempo de práctica, logré captar algunos principios y progresé un poco en mis habilidades. Pronto empecé a descubrir con frecuencia problemas en nuestra labor y, en las mesas de trabajo, los demás solían aceptar mis sugerencias. Con el tiempo me volví algo engreído. Cada vez creía más en mí mismo, y creía tener aptitud, una comprensión bastante pura de los principios y una perspectiva amplia de los problemas. Aunque no era un líder de la iglesia ni me encargaba de un trabajo importante, me parecía que no estaba nada mal poder dirigir los proyectos de nuestro equipo.

Noté que mi compañero, el hermano Justin, se había mostrado pasivo en el deber durante un tiempo. Yo siempre tomaba la iniciativa en las mesas de trabajo y en el aprendizaje en equipo y sentía desdén hacia él porque no llevaba una carga. Durante las mesas de trabajo, a menudo ignoraba las sugerencias de Justin y rechazaba sus opiniones. Pensaba: “Trabajo contigo, pero al final seguimos mis ideas casi siempre, así que bien podría hacer las cosas yo solo”. Con el tiempo asumí por completo las responsabilidades de Justin. En las mesas de trabajo, cuando los demás no adoptaban mis sugerencias, recalcaba reiteradamente que mi perspectiva era correcta, y a veces presentaba reglas o doctrinas a modo de prueba, para que me hicieran caso. Después de hacerlo, me sentía incómodo, pues me parecía que siempre obligaba a los demás a darme la razón. ¿Acaso no era eso un carácter arrogante? En ocasiones procuraba aceptar sugerencias ajenas, pero al final mi idea acababa demostrando ser la correcta, así que me volví aún más seguro de mí mismo. Aunque a veces me daba cuenta de que revelaba un carácter arrogante, no me lo tomaba en serio, pensando: “Puede que sea algo arrogante, pero también tengo razón. Mi único empeño es que se haga bien el trabajo, un poco de arrogancia no debería ser un problema, ¿verdad?”. En esa época no me sentía cómodo con nada que hicieran los demás. Para mí, no eran lo bastante expertos ni tenían una visión global en sus reflexiones. Si sus ideas no eran las mismas que las mías, las tiraba por tierra sin dudarlo y los miraba por encima del hombro. En una ocasión, un vídeo producido por una hermana pasó varias pruebas de edición, pese a lo cual no salió muy bien. En lugar de preguntarle por cualquier dificultad que hubiera podido encontrarse, me limité a reprenderla: “¿Pusiste atención alguna en esto? ¿Acaso no puedes fijarte en lo que han hecho los demás y aprender de ellos?”. A veces, cuando los hermanos y hermanas compartían una idea para un vídeo, la rechazaba fulminantemente sin siquiera entender de qué estaban hablando. En consecuencia, a todos los hermanos y hermanas les daba miedo trabajar conmigo y ni siquiera se atrevían a enviarme sus vídeos finalizados para que los mirara. En otra ocasión, una hermana reunió materiales y organizó una sesión de estudio en grupo. Les eché un rápido vistazo y, sin debatirlo con nadie más, desprecié totalmente los materiales que ella había buscado alegando que no merecía la pena estudiarlos. En realidad, aunque los materiales didácticos que había buscado no eran perfectos, habrían sido igualmente útiles para el desarrollo de habilidades. Una hermana me señaló después que yo mostraba un carácter arrogante al hacer las cosas sin debatirlas con los demás. Entonces no me conocía en absoluto a mí mismo y pensé que el fallo era simplemente no contar con la opinión de los demás y que bastaría con prestar más atención a eso en lo sucesivo. Incluso pensé: “Soy el que se ocupa y resuelve la mayoría de los problemas en nuestra labor, tengo la última palabra en la mayoría de las cuestiones grandes y pequeñas, por lo que, sin mi supervisión, el trabajo del equipo sería un desastre. Aunque técnicamente estoy emparejado con otros, en realidad soy más bien un supervisor de equipo”. Esa idea me hacía sentirme distinto a los demás, que estaba al frente. Me volví aún más arrogante. Una vez, un par de hermanas y yo fijamos una cita con otro equipo para debatir sobre trabajo, pero algo surgió en el último momento y no pude asistir, así que las mandé ir sin mí. Sorprendentemente, entraron en pánico en cuanto se enteraron de que no podía ir y dijeron que no podían asumir esa responsabilidad solas, por lo que esperarían a que yo tuviera tiempo.

Más tarde, una hermana me dijo: “En el equipo ya tienes la última palabra en todo, sea grande o pequeño. Cuando alguien se topa con un problema, no busca la verdad, se limitan a confiar en ti. Te creen imprescindible. ¿No te parece que deberías hacer introspección? ¡Las cosas no pueden seguir así!”. Durante un rato no pude calmar mis sentimientos tras oír aquellas palabras, pensando: “A mis hermanos y hermanas les parezco imprescindible, todo tiene que pasar por mí. ¿No es eso ejercer el control sobre el equipo? ¡Es una conducta de anticristo! Sin embargo, mis intenciones en todo lo que he hecho solo eran que el trabajo se hiciera bien. ¿Cómo puede haber resultado así? ¿Cómo puedo entender esto mejor?”. Confundido y negativo, compartí mi estado con Dios para pedirle Su esclarecimiento y guía. Entonces, los otros me enviaron un pasaje de la palabra de Dios sobre las actitudes de los anticristos que encajaba muy bien con mi estado. Dios dice: “El fenómeno más común del control del anticristo es que, dentro de su esfera de autoridad, solo él tiene la última palabra. Si no está presente, nadie se atreve a tomar decisiones o resolver un asunto. Sin él, los demás son como niños perdidos: no saben cómo orar, buscar ni deliberar unos con otros; se comportan como marionetas o personas muertas. […] La estrategia del anticristo es parecer siempre innovador y único y hacer declaraciones grandilocuentes. Por muy correctas que sean las declaraciones de otras personas, las rechazará. Aunque las sugerencias de los demás sean coherentes con sus propias ideas, si él no las propuso primero, nunca las reconocerá ni las adoptará. En su lugar, hará todo lo que esté en su poder para menospreciar esas sugerencias, luego invalidarlas y condenarlas, criticándolas de manera persistente hasta que la persona que aportó la sugerencia sienta que se equivocó y admita su error. Solo entonces el anticristo lo dejará estar. Los anticristos disfrutan posicionándose mientras denigran a otros, buscando hacer que los adoren y los conviertan en el centro de atención. No permiten que brille nadie más que ellos, mientras que los demás solo pueden mantenerse en el fondo. Todo lo que hacen y dicen es correcto, y lo que hacen y dicen los demás está mal. A menudo proponen puntos de vista novedosos para invalidar los puntos de vista y las acciones de los otros, buscando fallas en sus sugerencias y trastornando y rechazando sus propuestas. De esa manera, las otras personas deben escucharlos y actuar de acuerdo con sus planes. Usan esos métodos y estrategias para socavarte, atacarte y hacerte sentir un incompetente de manera continua, haciéndote así cada vez más sumiso a ellos; haciendo que los admires más y los tengas en mayor estima. Así, terminas bajo su control pleno. Ese es el proceso mediante el que los anticristos subyugan y controlan a la gente(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 5: Desorientan, atraen, amenazan y controlan a la gente). Tras leer esto me comparé con lo manifestado por Dios. Había sido el responsable del trabajo del equipo todo aquel tiempo, pero los demás aún no sabían cumplir con el deber conforme a los principios, en su lugar me preguntaban por todo lo que hacían. Sin mí no se atrevían a tomar ninguna decisión definitiva ni a comunicarse con otros equipos. Todos estaban limitados por mí. ¿No los estaba perjudicando? ¿Qué había dicho y hecho para llegar a este resultado? Tanto si debatíamos el trabajo como si discutíamos ideas, si alguien tenía una perspectiva distinta a la mía, yo buscaba una serie de motivos para tirarlo por los suelos, nunca comunicaba los principios-verdad. No enaltecía ni daba testimonio de Dios, solo hacía que todos me escucharan. Cuando algo me parecía correcto, me volvía agresivo y prepotente. Era despectivo cuando veía lagunas en las destrezas de los demás y, tanto abierta como encubiertamente, era condescendiente. Quería obligar a todos a escucharme y, si no lo hacían, recalcaba que yo era experto y comprendía los principios. Después de un tiempo anulando a los demás, devaluándolos y enalteciéndome, todos los hermanos creían no servir para nada y no tener una perspectiva tan completa como la mía, por lo que venían a preguntarme por todo. Pensándolo seriamente, muy a menudo los planes que sugerían estaban bien. Aunque no fueran totalmente perfectos, podría haberlos ayudado a mejorarlos. En cambio, me empeñaba en recalcar que tenía la razón y rechazaba las ideas ajenas, pues creía hacerlo por el bien del trabajo. ¡Qué arrogante y carente de autoconocimiento era!

Luego leí otro pasaje de la palabra de Dios: “Cuando las personas se vuelven arrogantes en naturaleza y esencia, pueden a menudo rebelarse contra Dios y oponerse a Él, no prestar atención a Sus palabras, generar nociones acerca de Él, hacer cosas que lo traicionan y que las enaltecen y dan testimonio de sí mismas. Dices que no eres arrogante, pero supongamos que te entregaran una iglesia y te permitieran dirigirla; supongamos que Yo no te podara ni nadie de la casa de Dios te criticara o ayudara, tras liderarla durante un tiempo, pondrías a la gente a tus pies y harías que te obedecieran incluso hasta el punto de admirarte y venerarte. ¿Y por qué habrías de hacer eso? Esto vendría determinado por tu naturaleza; no sería sino una revelación natural. No tienes necesidad alguna de aprender esto de otros, ni ellos tienen necesidad de enseñártelo. No es preciso que te lo impongan o te obliguen a hacerlo. Este tipo de situación surge de manera natural. Todo lo que haces es para que la gente te enaltezca, te alabe, te idolatre, te obedezca y te haga caso en todo. Permitirte ser un líder hace surgir de manera natural esta situación, y eso no se puede cambiar. ¿Y cómo surge esta situación? Está determinada por la naturaleza arrogante del hombre. La manifestación de la arrogancia consiste en la rebelión contra Dios y la oposición a Él. Cuando las personas son arrogantes, vanidosas y sentenciosas tienden a establecer sus propios reinos independientes y a hacer las cosas de cualquier manera que quieran. También traen a otras personas a sus manos y a sus brazos. Que la gente pueda hacer cosas así de arrogantes solo demuestra que la esencia de su naturaleza arrogante es la de Satanás, la del arcángel. Cuando su arrogancia y vanidad alcanzan cierto nivel, ya no lleva a Dios en el corazón y lo deja de lado. Desea entonces ser Dios, hacer que la gente la obedezca, y se convierte en el arcángel. Si tienes una naturaleza satánica así de arrogante, no llevas a Dios en el corazón. Aunque creas en Dios, Él ya no te reconoce, te considera una persona malvada y te descartará(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). A partir de la palabra de Dios aprendí que mi naturaleza arrogante me impedía coordinarme con los hermanos y hermanas. Me di cuenta de que esta naturaleza arrogante y engreída me salía sin esfuerzo, no tenía que hacer o aprender nada en particular para lograr que todos me escucharan. Al recordar el tiempo que trabajé en ese deber con los demás hermanos y hermanas, tanto si hacíamos sugerencias para los vídeos como si organizábamos el trabajo, siempre creía tener las mejores ideas. Cuando noté a Justin pasivo en el deber, no lo ayudé comunicando la verdad. En su lugar, lo desprecié de corazón por ser poco apto y no llevar una carga y me encargué de todo por mi cuenta, con lo que lo hacía todo yo solo como si yo, y nadie más, fuera el único que supiera hacer las cosas. Cuando apreciaba áreas en que a los demás les faltaban destrezas, los menospreciaba por falta de aptitud y entendimiento, como si el mío fuera el más preciso y yo conociera mejor los principios. Siempre anulaba a los demás y me ponía a mí mismo en un pedestal, presentándoles mis ideas y opiniones como si fueran la verdad. Con el tiempo, los demás sintieron que ellos no podían hacer nada, hasta el punto de que acudían a mí para todo, confiando plenamente en mí. Si no estaba allí, no se atrevían a seguir adelante. Leí estas palabras de Dios: “Cuando su arrogancia y vanidad alcanzan cierto nivel, ya no lleva a Dios en el corazón y lo deja de lado. Desea entonces ser Dios, hacer que la gente la obedezca, y se convierte en el arcángel(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). Sentí vergüenza y culpa ante la revelación de las palabras de Dios. Vi que tenía un problema gravísimo. Me subí a un pedestal y siempre creí tener dotes y aptitud, que no era una persona normal. Creía que, de forma natural, tenía lo necesario para dirigir, capitanear la nave, y que a los demás les faltaba aptitud y debían escucharme. Me asustó y me repugnó tener estos pensamientos e ideas. ¡La verdad es que no conocía la vergüenza! Todos íbamos a colaborar en el deber, a aceptar la dirección de Dios y a someternos a los principios-verdad, pero yo hacía que todos aceptaran mi liderazgo y se sometieran a mí. ¿Acaso no estaba equivocado en esto? Me había vuelto tan arrogante que había perdido toda razón. En Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino, dice Dios: “El hombre no debe magnificarse ni exaltarse a sí mismo. Debe adorar y exaltar a Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios). En el fondo siempre me creí a un nivel superior al resto del equipo, siempre me situé por encima de los demás hermanos y hermanas. Estaba en el lugar equivocado, me ponía a mí mismo en un pedestal. Esta idea me alarmó y atemorizó de veras. Oré inmediatamente: “Dios mío, soy muy arrogante y confiado. Ofendí Tu carácter sin ni siquiera ser consciente de ello. Quiero arrepentirme, tomar el lugar que me corresponde y cumplir bien con el deber”. Después vino a hablarme mi supervisor. Según él, unos hermanos y hermanas habían comentado que se sentían muy limitados trabajando conmigo. Para ellos, era despectivo, menospreciaba a los demás y siempre echaba por tierra las ideas ajenas, algunos incluso dijeron: “He conocido a gente arrogante antes, pero jamás a nadie así de arrogante”. Estas palabras me llegaron directas al corazón. Nunca había imaginado que los hermanos y hermanas me consideraran esa clase de persona, que los hubiera limitado y lastimado tanto. Durante unos días después de eso me sentí como si me hubieran apuñalado. En particular cuando debatíamos el trabajo, nadie más se atrevía a expresarse y el ambiente era especialmente frío; yo me sentía incluso más reprendido. Sabía que esto se debía exclusivamente a las limitaciones que les había puesto. Con dolor y tristeza, me presenté ante Dios en oración para pedirle que me guiara y me condujera a una auténtica autorreflexión y entrada.

En mis devociones leí un pasaje de las palabras de Dios que me aportó una mejor comprensión de mí mismo: Las palabras de Dios dicen: “Algunos líderes nunca trabajan según los principios; son su propia ley, arbitrarios y temerarios. Los hermanos y hermanas pueden señalarlo y decir: ‘Rara vez consultas con alguien antes de actuar. No sabemos cuáles son tus juicios y decisiones hasta que ya los has tomado. ¿Por qué no lo discutes con nadie? ¿Por qué no nos avisas de antemano cuando tomas una decisión? Aunque lo que hagas sea correcto, y tu aptitud mayor que la nuestra, deberías informarnos antes. Al menos, tenemos derecho a saber lo que está pasando. Actuando siempre como tu propia ley, ¡vas por la senda de un anticristo!’. ¿Y qué le oirías decir al líder ante eso? ‘En mi casa mando yo. Yo decido todos los asuntos, grandes y pequeños. Es a lo que estoy acostumbrado. Cuando cualquiera de mi familia extendida tiene un problema, acude a mí para que decida qué hacer. Saben que soy bueno para resolver problemas. Por eso estoy a cargo de los asuntos de mi familia. Cuando me uní a la iglesia, pensé que ya no tendría que preocuparme por las cosas, pero después me eligieron para ser líder. No puedo evitarlo: nací para este porvenir. Dios me ha dotado de esta habilidad. Nací para tomar decisiones y estar a cargo de las cosas por otras personas’. Lo que se insinúa aquí es que estaban destinados a ser autoridades, y los demás nacieron para ser soldados rasos y esclavos. Creen que les corresponde tener la última palabra y que los demás deben hacerles caso. Incluso cuando los hermanos y hermanas ven el problema de este líder y se lo señalan, este no lo acepta, ni acepta ser podado. Se niega y resiste hasta que los hermanos y hermanas claman por su remoción. Todo el tiempo, el líder piensa: ‘Con una aptitud como la mía, mi sino es estar al mando dondequiera que vaya. Con aptitudes como las vuestras, siempre seréis esclavos y siervos. Vuestro sino es recibir órdenes de otras personas’. ¿Qué tipo de carácter revelan al decir a menudo tales cosas? Está claro que es un carácter corrupto, es arrogancia, engreimiento y egoísmo extremo; sin embargo, lo exhiben y alardean de ello descaradamente como si fuera una fortaleza y una ventaja. Cuando alguien revela un carácter corrupto, debe reflexionar sobre sí mismo, conocer dicho carácter, arrepentirse y rebelarse contra él, y debe perseguir la verdad hasta poder actuar de acuerdo con los principios. Pero no es así como practica este líder. Por el contrario, permanece incorregible, insistiendo en sus opiniones y métodos. De estos comportamientos puedes ver que no aceptan la verdad en absoluto y de ninguna manera son personas que la persigan. No escuchan a nadie que los ponga en evidencia y los pode, sino que, en cambio, están siempre llenos de justificaciones: ‘¡Uf, así soy yo! Se llama competencia y talento; ¿alguno de vosotros los tiene? Estoy predestinado a estar al mando. Dondequiera que vaya, soy líder. Estoy acostumbrado a tener la última palabra y a tomar todas las decisiones sin consultar a los demás. Así soy yo, es mi encanto personal’. ¿Acaso no es esto una descarada desvergüenza? No admiten que tienen un carácter corrupto, y claramente no reconocen las palabras de Dios que juzgan y revelan al hombre. Por el contrario, consideran sus propias herejías y falacias como la verdad, y tratan de hacer que todos los demás las acepten y las veneren. En el fondo, creen que ellos deben reinar en la casa de Dios, no la verdad, que deben tomar las decisiones allí. ¿Acaso no es esto una desvergüenza flagrante?(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (1)). Sentí vergüenza ante esta revelación de la palabra de Dios. ¿No era exactamente así como actuaba yo? Como tenía habilidades y parecía tener algo de inteligencia y aptitud, creía que debía tener la última palabra. A mi modo de ver, los demás hermanos y hermanas no sabían hacer nada bien, y no me tomé en serio mis problemas ni siquiera cuando me lo señalaron. Creía que solo era arrogante porque tenía aptitud y mis sugerencias eran adecuadas. No me conocía en absoluto. De hecho, muchas veces no tenía claro el problema ni tenía en cuenta el panorama completo, como cuando rechacé por inservibles los materiales didácticos que reunió mi hermana, aunque los demás descubrieron que sí servían para consulta e hicieron algunas buenas sugerencias. Y aunque sí tuviera la idea adecuada en algunas cosas, de todos modos no debería haber obligado a los demás a aceptarlas con arrogancia. Debería haber hablado de los principios y de mi entendimiento y mis ideas personales. Si a todos les parecía adecuado lo que yo dijera, naturalmente que lo aceptarían. En cambio, era arrogante y confiado, no veía los puntos fuertes de los demás ni hacía introspección. Solía calcular para mis adentros en qué cosas había tomado decisiones correctas y qué problemas había descubierto y resuelto en nuestro trabajo. Cuanto más calculaba estos logros, más creía que era mejor que los demás. Mi arrogancia se intensificaba y cada vez despreciaba más a otras personas. Llegué a pensar que tenía madera de supervisor, por lo que era arrogante y quería tener la última palabra en todo. Era muy arrogante e irracional, y no había transformado mi carácter satánico. Ni siquiera era capaz de llevarme bien con nadie normalmente. ¿Qué motivos tenía para ser arrogante? ¡Tanta satisfacción conmigo mismo era realmente patética! Al recordar todo aquello, vi lo agresivo y prepotente que era y me embargó el pesar.

Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios: “¿Diríais que es difícil cumplir adecuadamente el deber? En realidad, no; la gente solo debe ser capaz de tener una actitud humilde, un poco de sentido y una posición adecuada. Independientemente de la formación que tengas, de los premios que hayas ganado o lo que hayas conseguido, y por muy elevados que sean tu estatus y tu jerarquía, debes dejar de lado todas estas cosas, debes bajarte del pedestal; todo eso no vale nada. Por muy grandes que sean tales glorias, en la casa de Dios no pueden estar por encima de la verdad, pues esas cosas superficiales no son la verdad ni pueden ocupar su lugar. Debes tener esto claro. Si dices: ‘Soy muy talentoso, tengo una mente muy aguda y reflejos rápidos, aprendo enseguida y tengo excelente memoria, por lo que soy idóneo para tomar la decisión final’, si siempre utilizas tales cosas como capital, y las consideras valiosas y positivas, eso es un problema. Si esas cosas ocupan tu corazón, si han arraigado en él, te será difícil aceptar la verdad, y las consecuencias de eso son impensables. Por lo tanto, en primer lugar debes dejar y rechazar esas cosas que amas, que parecen agradables, que son valiosas para ti. No son la verdad; más bien pueden impedirte entrar en ella. Lo más urgente ahora es que busques la verdad en el cumplimiento de tu deber y practiques de acuerdo con la verdad, de manera que tu cumplimiento del deber sea adecuado, pues el cumplimiento adecuado del deber no es más que el primer paso en la senda de entrada a la vida. ¿Qué significa aquí ‘el primer paso’? Significa comenzar un viaje. En todo hay algo con lo que comenzar el viaje, algo que es lo más básico, lo fundamental, y lograr el cumplimiento adecuado del deber es una senda de entrada en la vida. Si el cumplimiento de tu deber simplemente parece adecuado en su ejecución, pero no está en consonancia con los principios-verdad, no estás cumpliendo tu deber adecuadamente. Entonces, ¿cómo se debe trabajar esto? Hay que trabajar y buscar los principios-verdad; estar dotado de ellos es lo fundamental. Si te limitas a mejorar tu comportamiento y tu temperamento, pero no estás dotado de las realidades-verdad, es inútil. Puede que tengas algún don o especialidad. Eso es bueno, pero solo lo utilizarás correctamente si lo pones en práctica en el cumplimiento de tu deber. Cumplir bien tu deber no requiere una mejora en tu humanidad o personalidad, ni que dejes de lado tu don o talento. Eso no es lo que se precisa. Lo fundamental es que comprendas la verdad y aprendas a someterte a Dios. Es casi inevitable que reveles actitudes corruptas mientras cumples tu deber. ¿Qué debes hacer en esos momentos? Debes buscar la verdad para resolver el problema y llegar a actuar de acuerdo con los principios-verdad. Si lo haces, no te será difícil cumplir bien tu deber. Sea cual sea el ámbito al que corresponda tu don o especialidad, o dondequiera que tengas algo de conocimiento vocacional, usar estos talentos en el cumplimiento de un deber es lo más adecuado, es la única manera de cumplirlo bien. Uno de los aspectos es confiar en la conciencia y la razón para cumplir tu deber y el otro es que has de buscar la verdad para resolver tu carácter corrupto. Uno gana la entrada en la vida al cumplir su deber de este modo y se vuelve capaz de cumplirlo de manera adecuada(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Al meditar las palabras de Dios, aprendí que Él no mide si alguien cumple con el deber acorde al estándar por lo que parezca que ha hecho o si lo ha hecho bien o no, sino que lo mide en función de la senda que tome en el deber y de si busca y practica la verdad. También aprendí que, para corregir un carácter arrogante y cumplir mi deber acorde al estándar, antes tenía que dejar de lado esas dotes y fortalezas de las que estaba orgulloso y presentarme ante Dios a buscar la verdad. Si continuaba haciendo las cosas recurriendo a mis aptitudes y dotes, sin buscar la verdad ni seguir los principios, Dios no me daría Su visto bueno por más que yo hiciera. Antes despreciaba a los demás por su falta de habilidades y aptitud. Cuando los veía cometer cualquier pequeño error o hacían algo de forma imperfecta, estaba rebosante de desdén y menosprecio por ellos, tanto abiertos como encubiertos. Sin embargo, cuando devolvían los vídeos que producía para que hiciera correcciones varias y los demás me hacían sugerencias, nadie me despreciaba, en cambio me decían pacientemente lo que necesitaba mejorar. Además, casi nunca aceptaba sugerencias de la gente con la que colaboraba, y aunque algunos hermanos y hermanas no tenían grandes dotes ni aptitudes, buscaban los principios en el deber, escuchaban humildemente las sugerencias ajenas y sabían cooperar en armonía. Sentí mucha vergüenza al ver mi propio comportamiento comparado con el de ellos. Vi cuánto me faltaba para entrar en la verdad. Posteriormente, en el deber, cuando había discrepancias entre los demás y yo, me hacía a un lado y en vez de eso trataba de buscar los principios-verdad, lo que veía como una oportunidad de practicar la verdad.

Más tarde, estaba debatiendo una cuestión con un par de hermanas y teníamos ideas distintas. Creía que mi idea era la mejor y estaba pensando en lo que podría decir para demostrar que tenía razón, en cómo convencerlas. De pronto me di cuenta de que de nuevo iba a exhibir un carácter arrogante, de que quería anular las ideas de los demás con mi opinión. Enseguida oré para pedirle a Dios que me guiara para poder hacerme a un lado y escuchar las sugerencias de las otras. Recordé la palabra de Dios: “En la iglesia, es posible que el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo lleguen a cualquiera de aquellos que entienden la verdad y tienen la capacidad de comprensión. Debes aferrarte al esclarecimiento y la iluminación del Espíritu Santo, siguiéndolo de cerca y cooperando estrechamente con él. Al hacerlo, recorrerás la senda más correcta; es la senda por la que guía el Espíritu Santo. Presta especial atención a cómo el Espíritu Santo actúa y guía a aquellos sobre los que Él obra. Debes compartir a menudo con los demás, haciendo sugerencias y expresando tus puntos de vista; este es tu deber y tu libertad. Pero al final, cuando hay que tomar una decisión, si eres tú el único que da el veredicto final, y haces que todos hagan lo que tú dices y sigan tu voluntad, estás vulnerando los principios. Debes hacer la elección correcta basándote en lo que piensa la mayoría, para luego tomar la decisión. Si las sugerencias de la mayoría no concuerdan con los principios-verdad, debes aferrarte a la verdad. Eso es lo único que se ajusta a los principios-verdad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En las palabras de Dios descubrí que mi deber es aportar ideas y crear vídeos, pero que no depende de una sola persona decidir qué plan es mejor. Los hermanos y hermanas han de debatirlo y decidirlo juntos y optar por la mejor propuesta. Me sentí muy en paz en cuanto puse en práctica esas revelaciones. Una vez creado el vídeo, aunque los demás optaron por mi versión, no por eso desprecié a las dos hermanas. Sentí que, a lo largo de este proceso, por fin había practicado la verdad sin vivir de acuerdo con mi carácter arrogante. Experimenté el hecho de que Dios no solo se fija en lo que está bien o mal, lo más importante es el carácter por el que vive la gente. Si alguien tiene razón pero exhibe un carácter arrogante, Dios detesta eso.

Después, cuando procuraba tener en cuenta en serio las ideas de otra gente, me percataba de que las sugerencias de mis hermanos y hermanas tenían muchos aspectos aprovechables; ellos simplemente miraban las cosas desde una perspectiva distinta a la mía. Antes siempre había creído que la gente no se fijaba en el panorama global porque yo observaba las cosas únicamente desde mi perspectiva y rara vez escuchaba las ideas de los demás. Entendí entonces que todo el mundo tiene puntos fuertes y que hay cosas que puedo aprender de ellos. No quiero seguir creyendo altivamente en mí. En cambio, estoy dispuesto a trabajar bien con mis hermanos y hermanas, a buscar la verdad, a escuchar más sus sugerencias y a colaborar en nuestro deber para hacerlo bien.

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