¿Por qué me negaba a colaborar con otros?
Un día, hubo una elección en la iglesia para elegir a alguien a cargo de la obra evangelizadora. Para mi sorpresa, cuando anunciaron los resultados, vi que los hermanos y hermanas me habían elegido a mí. Estaba un poco emocionada. Creí que ser elegida significaba que tenía mejor calibre y era más capaz que los demás. También estaba un poco nerviosa, temía defraudar la confianza de todos en mí si no hacía un buen trabajo, y que, entonces, pensaran que no era apta para supervisar. No quería decepcionar a los hermanos y hermanas. Como me habían elegido, quería demostrar que tenía aptitud y que era capaz, y que podía incentivar nuestra obra evangelizadora. Después de eso, me aboqué al trabajo. En esa época, la hermana Wang supervisaba mi trabajo, pero yo apenas hablaba las cosas con ella. No le decía lo que planeaba hacer, sino que hacía las cosas sola siempre. A veces, cuando ella quería hablar las cosas conmigo, no podía localizarme, y cuando me preguntaba dónde había estado, hallaba todo tipo de formas de deshacerme de ella, no le contaba los detalles del trabajo que había hecho. Pensaba que le contaría cuando hubiera tenido algún éxito. Así, elogiaría mi aptitud y competencia, y que yo pudiera hacer un buen trabajo sin la ayuda de otros. Los hermanos y hermanas pensarían que elegirme había sido la decisión correcta, que podía con ese trabajo. En esa época, el hermano Yunxiang, un miembro de nuestro equipo, era muy entusiasta en su deber y era más efectivo que yo en su trabajo evangelizador. Me alteré cuando oí que la hermana Wang lo elogiaba por cumplir tan bien su deber. Yo era la supervisora y él solo era un miembro regular del equipo. Al ser tan proactivo en su deber, ¿iba a ponerme en ridículo? ¿Los demás lo elegirían como supervisor? Eso sería una gran humillación para mí. De verdad no podía aceptarlo.
Una vez, la hermana Wang nos asignó al hermano Yunxiang y a mí que nos ocupáramos juntos de una tarea. No quería hacerla con él, sino que quería hacerla sola. Antes, los demás lo habían elogiado por estar motivado en su deber, por lo que, si él iba conmigo, la mitad de mis logros serían suyos, y los hermanos y hermanas lo admirarían más. Con eso en mente, fui y lo hice sola. Quería aumentar mis logros de inmediato, pensaba que mientras hiciera un buen trabajo, seguramente todos me admirarían y elogiarían. Me aboqué a mi deber después de eso. Pero, sin importar cuánto me esforzara, cuánta energía dedicara, era inútil. Tenía una queja contra Dios: ¿por qué no me bendecía a pesar de cuánto me esforzara? Estaba en un muy mal estado y no quería cumplir más ese deber. Cuando la hermana Wang descubrió lo que pasaba, habló conmigo: “No obtienes buenos resultados en tu deber. ¿Hay algún problema con tu forma de trabajar? Debes sacar conclusiones de lo que está sucediendo y mejorar. Siempre quieres trabajar sola, esa no es la forma en que deberías hacer las cosas. Debes colaborar con los demás”. Cuando me señaló mi problema, sentí resistencia. ¿Había un problema con mi forma de trabajar? Antes también había trabajado así, y lo había hecho bien. Eso significaba que abordaba el trabajo correctamente, ¡no había nada de malo! Seguí usando el mismo estilo después. Durante esa época, sin importar lo que los otros me enseñaran sobre una buena senda de práctica, yo no quería escuchar y no estaba dispuesta a aceptarlo. Pensaba que si hacía las cosas como ellos decían, cuando tuviera algunos resultados, podrían decir que mis logros se debían a que había seguido su consejo. Entonces, ellos tendrían todo el crédito, ¿quién me elogiaría? Me sentía muy obstinada y quería actuar sola. Dos semanas pasaron de repente, y yo aún no había logrado nada. Estaba muy abatida. Trabajaba sin descanso todos los días, ¿por qué no obtenía ningún resultado? No sabía cuál era la raíz del problema, pero aún no hacía introspección. Un par de semanas después, un hermano me regañó y me preguntó: “Eres la supervisora pero no trabajas con otros, siempre actúas sola. ¿Cómo puedes lograr algo así? ¿Eso no retrasa las cosas?”. Me alteré al oírle decir eso, pero luego me di cuenta de que él tenía razón, que así eran las cosas. Los hermanos y hermanas me recordaron una y otra vez que debía trabajar con otros, pero yo seguía haciendo las cosas sola, lo que implicaba que el trabajo no rendía frutos y se retrasaba. Cuando me di cuenta de esto, me sentí culpable y quise cambiar.
Después me sinceré con la líder sobre mi problema. Ella me envió un pasaje de las palabras de Dios: “En la casa de Dios, si las personas viven según sus filosofías mundanas, y si dependen de sus propias nociones, inclinaciones, deseos, motivaciones egoístas, de sus propios dones y de su astucia para llevarse bien con los demás, esa no es forma de vivir ante Dios, y son incapaces de lograr unidad. ¿Por qué? Porque cuando las personas viven de acuerdo con un carácter satánico, no pueden lograr unidad. ¿Cuál es entonces la principal consecuencia de esto? Dios no obra en ellos. Sin la obra de Dios, si las personas dependen de sus propias y escasas habilidades e ingenio, de su pequeña experiencia, y de esos fragmentos de conocimiento y destreza que han adquirido, entonces les será muy difícil ser utilizados plenamente en la casa de Dios y les resultará muy difícil actuar de acuerdo con Su voluntad. Sin la obra de Dios, nunca podrás captar la voluntad de Dios, los requisitos de Dios o los principios de la práctica. No conocerás la senda y los principios del cumplimiento de tu deber, y nunca sabrás cómo actuar de acuerdo con la voluntad de Dios o qué acciones violan los principios de la verdad y se oponen a Dios. Si ninguna de estas cosas te queda clara, te limitarás a observar y seguir las reglas a ciegas. Cuando cumples con tu deber entre semejante confusión, te aseguras el fracaso. Nunca te ganarás la aprobación de Dios, y seguramente conseguirás que Él te deteste y te rechace, y serás expulsado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La cooperación en armonía). Por las palabras de Dios vi que no puedo cumplir mi deber de forma egoísta y seguir mis propios deseos, confiando en mis propias habilidades y truquitos inteligentes. Debo trabajar en armonía con los hermanos y hermanas, hablar las cosas y llegar a un acuerdo con todos. De otro modo, el Espíritu Santo no obrará y mi deber no será bendecido por Dios. Pero, en cuanto a mí, desde que me habían elegido como supervisora, sentía que eso me convertía en alguien especial y que significaba que tenía algunas fortalezas. Actuaba como un lobo solitario y no cooperaba con los hermanos y hermanas para sobresalir y ganar la admiración y la aprobación de los demás. Además, no hablaba mucho sobre mi trabajo con mi supervisora, e incluso me iba a trabajar en los proyectos sin avisarle. Solo quería contarle después de haber logrado algo para que ella me elogiara por mi aptitud y capacidad, y para que pensara que merecía el título de supervisora. Pero mi deber no rendía frutos porque yo no buscaba los principios, incluso era irracional, discutía con Dios y lo culpaba por no bendecirme. Hasta quise renunciar a mi deber. ¡Estaba siendo realmente insensata! Por fin me di cuenta de que actuar sola en un deber para satisfacer mis deseos egoístas, sin buscar los principios ni trabajar con otros, significa que nunca se cumplirá bien el deber. Mi conducta también desagradaba a Dios, y Él me abandonaría si yo no cambiaba a tiempo. Al darme cuenta de esto, de inmediato oré: “Dios, ahora veo que trabajar sola, no colaborar con otros, es algo que a Ti no te gusta. Por favor, guíame y ayúdame para que pueda cambiar a tiempo, para que pueda trabajar en armonía con los demás”.
Leí esta pasaje de las palabras de Dios: “Las palabras ‘cooperación armoniosa’ resultan fáciles de entender literalmente, pero son difíciles de poner en práctica. No es nada fácil vivir el lado práctico de estas palabras. ¿Por qué no es fácil? (La gente tiene actitudes corruptas). Exacto. El hombre tiene actitudes corruptas como la arrogancia, la maldad, la intransigencia, etc., y estas obstruyen la práctica de la verdad. Cuando cooperas con otros, revelas todo tipo de actitudes corruptas. Por ejemplo, piensas: ‘Me gustaría cooperar con tal persona, pero ¿está a la altura? ¿Acaso la gente no me mirará mal si coopero con alguien que carece de calibre?’. Incluso, a veces, puedes llegar a pensar: ‘Esa persona es tan descerebrada que no entiende lo que digo’ o ‘Lo que tengo que decir es reflexivo y perspicaz. Si lo comunico y permito que lo entiendan por sí mismos, ¿podría seguir destacando yo? Mi propuesta es la mejor. Si me limito a explicarla y dejo que la lleven a cabo, ¿quién sabrá que ha sido aportación mía?’. Tales pensamientos y opiniones —tales palabras diabólicas— suelen oírse y observarse a menudo. Si tienes esos pensamientos y opiniones, ¿estás dispuesto a cooperar con los demás? ¿Eres capaz de lograr una cooperación armoniosa? No es fácil, ya que supone un cierto desafío. Las palabras ‘cooperación armoniosa’ son fáciles de pronunciar: basta con abrir la boca para que salgan sin más. Pero cuando llega el momento de ponerlas en práctica, los obstáculos que hay en tu interior se ciernen sobre ti. Tus pensamientos van de un lado a otro. A veces, cuando estás de buen humor, puede que seas capaz de comunicar un poco con los demás; pero si estás de mal humor y obstruido por un carácter corrupto, no serás capaz de practicarlo en absoluto. Hay personas que, como líderes, no pueden cooperar con nadie. Siempre están despreciando y siendo exigentes con los demás, y cuando ven defectos en otras personas, las juzgan y atacan. Esto hace que tales líderes se conviertan en manzanas podridas, y que sean reemplazados. ¿No entienden lo que significan las palabras ‘cooperación armoniosa’? En realidad, las entienden bastante bien, pero simplemente son incapaces de ponerlas en práctica. ¿Por qué no pueden ponerlas en práctica? Porque aprecian demasiado el estatus y su carácter es demasiado arrogante. Quieren alardear, y una vez que se han apoderado del estatus, no lo sueltan, por miedo a que caiga en manos de otro y se queden ellos mismos sin poder real. Temen que los demás los dejen de lado y que no los tengan en alta estima, temen que sus palabras no tengan poder ni autoridad. Eso es lo que temen. ¿Hasta dónde llega su arrogancia? Pierden el sentido común y adoptan medidas arbitrarias y precipitadas. ¿Y a qué conduce esto? No solo cumplen mal con su deber, sino que sus acciones constituyen una perturbación y un trastorno, y son reubicados y reemplazados. Dime, ¿hay algún lugar en el que una persona así, con semejante carácter, sea apta para desempeñar un deber? Mucho me temo que, en cualquier lugar en el que se les coloque, no cumplirán con su deber adecuadamente. Les resulta imposible cooperar con los demás; ¿significa eso que serán capaces de desempeñar bien un deber por sí mismos? Por supuesto que no. Si realizan un deber por su cuenta, serán aún menos comedidos, todavía más capaces de actuar de forma arbitraria y precipitada. Que puedas cumplir bien con tu deber no es algo que dependa de tus aptitudes, de lo grande que sea tu calibre, de tu humanidad, de tus capacidades o de tus habilidades; todo se reduce a si eres alguien que acepta la verdad y a si eres capaz de ponerla en práctica” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Las palabras de Dios dicen que no colaborar con otros en un deber surge de un carácter arrogante. Dios quiere que trabajemos en armonía para que podamos ayudarnos mutuamente, para que los demás compensen nuestra debilidades. Eso también ayuda a mantener nuestra corrupción bajo control. Nos beneficia a nosotros y a nuestro trabajo. Pero yo era demasiado orgullosa. Creía que no necesitaba colaborar con nadie, que podía hacer un buen trabajo sola. Mi perspectiva era que debía trabajar sola para que se vieran mis capacidades, por lo que no quería trabajar con otros ni aceptar ninguna sugerencia. Quería brillar sola. Carecía de dirección en mi deber, pero aún no buscaba formas de resolverlo. Cuando la hermana Wang me dijo por qué mi trabajo no daba frutos y cómo debía abordarlo, yo sabía que ella tenía razón, pero no quería hacerle caso. Tenía miedo de que, si lo hacía y empezaba a mejorar, alguien más se llevaría el crédito y nadie me elogiaría. Cuando la hermana Wang asignó al hermano Yunxiang para que trabajara conmigo, tuve miedo de que él me robara protagonismo y que, cuando lográramos algo, los demás lo admiraran y sintieran que yo era incompetente como supervisora, que no era tan buena como un miembro de equipo común. Para mantener mi reputación y estatus, no quería trabajar con otros, quería hacerlo sola. Fingía cumplir mi deber, pero en realidad, buscaba estatus, solo quería presumir. Eso era mostrar un carácter arrogante.
Leí otro pasaje de las palabras de Dios después de eso: “Como líder u obrero, si siempre te consideras por encima de los demás y te deleitas en tu deber como si fueras funcionario del gobierno, siempre dejándote enredar por las ventajas de tu puesto, siempre haciendo tus propios planes, considerando y disfrutando tu propia fama y estatus, siempre ocupándote de tus propios asuntos, y siempre buscando ganar estatus mayor, manejar y controlar a más personas y extender el ámbito de tu poder, esto es un problema. Es peligroso tratar un deber importante como una oportunidad para disfrutar de tu posición como si fueras un funcionario del gobierno. Si siempre actúas así, sin deseo de trabajar con otros, sin querer diluir tu poder y compartirlo con nadie, que ningún otro tenga la sartén por el mango ni te robe el protagonismo, si solo quieres disfrutar del poder por tu cuenta, entonces eres un anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). La palabras de Dios revelaban mi estado con exactitud. Trataba mi deber como si fuera un cargo oficial gubernamental. Cuando tuve el cargo de supervisora, solo quería disfrutar del halo de luz de mi estatus. No quería colaborar con nadie para poder disfrutar la admiración y la aprobación de los demás, para que pensaran que tenía aptitud y que era capaz en el trabajo. Temía que robaran mi gloria y que me arrebataran mi halo, quería hacer todo sola para llevarme todo el crédito cuando se lograra algo y que todos me miraran. Con la esperanza de proteger mi reputación y estatus, no consideré los resultados generales del trabajo ni aceptar la ayuda de los demás. ¡Era muy arrogante! Soy una persona corrupta, de seguro habrá muchas desviaciones y problemas en mi trabajo, y muchos aspectos que no considere. Pero era arrogante y petulante, pensaba que no estaba haciendo nada mal y no quería colaborar con nadie más. Si eso hubiera continuado, probablemente habría perturbado la obra de la iglesia, y si seguía negándome a arrepentirme, me habría convertido en un anticristo. Darme cuenta de esto me dio miedo. De verdad quería cambiar, abandonar mis deseos de estatus, y cumplir bien mi deber.
Después, leí un pasaje de las palabras de Dios. “No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres los intereses humanos ni tengas en cuenta tu propio orgullo, reputación o estatus. Primero debes tener en cuenta los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu principal prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si has sido impuro o no en el cumplimiento de tu deber, si has sido leal, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has pensado de todo corazón en tu deber y en la obra de la iglesia. Debes meditar sobre estas cosas. Piensa en ellas con frecuencia y dilucídalas, y te será más fácil cumplir bien con el deber. Si tu calibre es bajo, si tu experiencia es superficial, o si no eres experto en tu ocupación profesional, puede haber algunos errores o deficiencias en tu obra y los resultados pueden no ser muy buenos, pero habrás hecho todo lo posible. En todo lo que haces, no satisfaces tus propios deseos egoístas ni preferencias. Por el contrario, prestas constante atención a la obra de la iglesia y los intereses de la casa de Dios. Aunque puede que no cumplas bien con tu deber, se ha rectificado tu corazón; si además puedes buscar la verdad para resolver los problemas con tu deber, entonces este estará a la altura y podrás entrar en la realidad de la verdad. Eso es dar testimonio” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios mostraban claramente que un deber no es una empresa personal y que no deberías cumplirlo para satisfacer los intereses personales ni por el deseo de fama y estatus, sino que deberías volcar en él tu corazón, pensar en los intereses de la casa de Dios en todas las cosas, y no mancharlo con motivos personales. Pero yo solo consideraba mi fama y posición, y trabajaba en pos de estatus, lo que significaba que cada vez era menos efectiva y que retrasaba la obra evangelizadora. Sabía que debía dejar de trabajar por mi fama y estatus, y que debía pensar en los intereses de la iglesia en todo. Después, me esforcé por dejar de lado mi reputación y estatus, trabajar bien con los demás y considerar de corazón cómo hacer un buen trabajo y cumplir con mis responsabilidades. Tras ponerlo en práctica, me sentí más en paz.
Una vez, fui a compartir el evangelio con un par de hermanas, y los potenciales beneficiarios del evangelio estaban muy dispuestos a buscar. Pensé que, de haber ido sola, los hermanos y hermanas habrían elogiado mis habilidades para compartir enseñanzas. De verdad lamenté haber ido con esas hermanas. Cuando pensé esto, supe que no era la forma correcta de pensar. Estaba considerando mi fama y estatus personales otra vez, quería actuar sola. Por eso, oré a Dios en silencio, lista para dejar de considerar mis propios intereses personales. Mis emociones de a poco se calmaron, y yo concentré mi corazón en cómo hablar y dar testimonio para Dios. Con la guía de Dios, siete u ocho personas aceptaron Su obra. Estaba muy conmovida y pensé en lo que dijo el Señor Jesús: “Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:19-20). En ese momento me di cuenta de que nadie es perfecto, que todos tienen fortalezas y debilidades. Debemos cooperar en armonía, hablar de las cosas con los hermanos y hermanas, y compensar las debilidades de los demás para, de a poco, disminuir nuestros errores en el trabajo y lograr más en nuestros deberes, Ahora, cuando cumplo mi deber con los demás, veo que prestan mucha atención a los detalles en su trabajo y que están muy atentos a los potenciales beneficiarios del evangelio. Son fortalezas que no tengo. Aprendí bastante de ellos. Cuando carezco de dirección en mi deber, busco con ellos y hablo de lo que debería hacer, y estoy logrando mejores resultados en mi trabajo. ¡Gracias a Dios! Experimenté en persona que colaborar con los demás en un deber es esencial.