Por qué no me atrevo a compartir mis opiniones
En marzo del año pasado, la iglesia me asignó la supervisión de una iglesia. Estaba emocionadísima porque creía que ser elegida supervisora significaba que debía de haber sobresalido en aquellos equipos y que estaba por encima del resto. Además, prometí en silencio que, en lo sucesivo, me esforzaría por demostrar a los hermanos y hermanas que estaba hecha para el puesto.
En mi primer día como supervisora, mi compañero, Chen Ming, me dijo: “Algunos equipos no están logrando buenos resultados. Tenemos que reunirnos con ellos y enseñarles inmediatamente mañana”. Entré un poco en pánico cuando lo dijo, pues aún no estaba al corriente del estado del trabajo de cada equipo y no tenía claros los asuntos y problemas de todo el mundo. Si mi enseñanza no abordaba su estado y no resolvía sus problemas, ¿qué opinarían de mí? ¿Creerían que no sabía resolver problemas prácticos y que no estaba hecha para ser supervisora? Pensé en pedir a Chen Ming que pospusiera la reunión un par de días. No obstante, últimamente se estaba resintiendo el desempeño de varios equipos y ya no se podía posponer más la cuestión. ¿Qué debía hacer entonces? Precisamente cuando estaba atormentada por esta decisión, Chen Ming me envió el informe de progresos actual de cada equipo. Me familiaricé aprisa con el informe y me preparé para la reunión del día siguiente.
Al día siguiente, en la reunión, un hermano dijo que acababa de empezar a formarse en la prédica del evangelio y no sabía si estaba desmintiendo claramente diversas nociones religiosas, por lo que comentó su entendimiento y nos pidió que señaláramos cualquier error de razonamiento. Pensé para mis adentros: “Tengo que analizarlo meticulosamente y demostrar a los hermanos y hermanas que esta supervisora tiene ideas de las que vale la pena tomar buena nota”. Así, presté especial atención a lo que él habló y, tras reflexionarlo a fondo, dije: “Creo que tus enseñanzas están muy bien y podrán resolver el problema”. Sin embargo, en cuanto lo dije, Chen Ming señaló: “No explicaste claramente el punto clave utilizado para abordar esta noción. Fue algo vago y a la gente no le resultará fácil entenderlo”. Luego compartió algunos detalles sobre su entendimiento del problema. Al ver lo práctico y realista de las enseñanzas de Chen Ming y cómo el resto asentía con la cabeza, me ruboricé de inmediato. Pensé: “¿Qué opinarán de mí estos hermanos y hermanas? ¿Creerán que esta supervisora recién ascendida no es tan buena, pues ni siquiera supe detectar un problema tan obvio?”. Nada más tener estos pensamientos, no supe qué decir y sentí mucha vergüenza. No me atrevía a mirar a nadie a la cara y mantenía los ojos sobre la computadora. El tiempo me parecía que iba a cámara lenta. Justo después, los hermanos y hermanas se pusieron a hablar de otro asunto. Muy nerviosa, me preocupaba qué opinarían de mí si de nuevo mis ideas estaban equivocadas. ¿Les parecería que no se me daba bien analizar problemas y cuestionarían mi capacidad para servir como supervisora? Tan pronto como lo pensé, no me atreví a compartir ninguna otra opinión. Pensé para mis adentros: “Que hable primero Chen Ming, y yo resumiré lo que él diga. De ese modo, al menos no diré nada equivocado y nadie me despreciará”. Pero, para mi sorpresa, cuanto más trataba de eludir las miradas, más quedaba en evidencia. Una hermana me preguntó: “¿Puede resolver el problema esta enseñanza?”. Respondí que sí, pero, en cuanto contesté, Chen Ming habló más alto: “Tu enseñanza es un poco simplista. No desmentiste esta noción religiosa de forma lo suficientemente clara y aún hay aspectos que hay que abordar”. Después de que él compartiera sus opiniones, pensé para mis adentros: “Chen Ming tiene razón respecto a estos asuntos. Esto ha vuelto a revelar que mi opinión es incorrecta”. Era como si me hubieran abofeteado públicamente, y me sentía fatal. Había compartido dos opiniones incorrectas seguidas. ¿Qué podrían pensar ahora de mí los hermanos y hermanas? ¿Les parecería inadecuado mi desempeño, dado que no tenía ni idea de predicar el evangelio, y se preguntarían cómo me habían elegido supervisora? Cuanto más lo pensaba, peor me sentía: era una vergüenza terrible y solo quería meterme debajo de una piedra y esconderme. Más tarde, al debatir otros asuntos de trabajo, como no me apetecía pensar en ellos, hice algunos comentarios superficiales después de que Chen Ming compartiera su opinión. En ocasiones no dije absolutamente nada. Sin más, se pasó el día entero y tuve una sensación de vacío y culpa. Era consciente de que este equipo no estaba logrando resultados en su labor. Los hermanos y hermanas se habían topado con problemas en el deber, y yo debía buscar la verdad con todos para resolverlos. Pero como las opiniones que había compartido estaban equivocadas, no me atrevía a hablar más. ¡Estaba eludiendo mi responsabilidad! Por ello, oré a Dios y busqué para preguntarle en qué aspecto de la verdad debía entrar para resolver mi problema.
Al día siguiente, en mis devociones, encontré un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a comprender mi estado. Las palabras de Dios dicen: “Las personas mismas son objetos de la creación. ¿Pueden los objetos de la creación alcanzar la omnipotencia? ¿Pueden alcanzar la perfección y la impecabilidad? ¿Pueden alcanzar la destreza en todo, llegar a entenderlo, ver la esencia de todo y ser capaces de cualquier cosa? No pueden. Sin embargo, dentro de los humanos hay un carácter corrupto y una debilidad fatal. En cuanto aprenden una habilidad o profesión, las personas sienten que son capaces, que tienen estatus y valor, que son profesionales. Sin importar lo mediocres que sean, quieren envolverse como figuras famosas o nobles, convertirse en una celebridad de poca importancia, y hacer creer a la gente que son perfectos y sin ningún defecto. A ojos de los demás, desean hacerse famosos, poderosos, figuras importantes y quieren volverse imponentes, capaces de cualquier cosa, que no haya nada que no puedan lograr. Creen que, si pidieran ayuda, parecerían incapaces, débiles e inferiores y la gente los despreciaría. Por eso siempre quieren mantener las apariencias. […] ¿Qué tipo de carácter es este? ¡La arrogancia de estas personas no tiene límite, han perdido todo sentido! No quieren ser como los demás, no quieren ser gente corriente, gente normal, sino superhumanos, personas elevadas, peces gordos. ¡Este es un problema descomunal! En cuanto a las debilidades, deficiencias, ignorancia, estupidez y falta de entendimiento dentro de la humanidad normal, lo cubren todo y no dejan que otras personas lo vean, y siguen disfrazándose” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las cinco condiciones que hay que cumplir para emprender el camino correcto de la fe en Dios). Las palabras de Dios exponían claramente mi estado actual. Creía que, como supervisora, debía tener idea de todos los problemas y que todas mis opiniones debían constituir una aportación valiosa, así que fingía entender todo y tener una idea de todos los aspectos del trabajo para ganarme el respeto de los hermanos y hermanas. En las reuniones siempre me preocupaba no saber resolver problemas y que todos creyeran que no estaba hecha para el puesto. Entonces, cuando decía algo incorrecto, me preocupaba todavía más que me despreciaran. Para preservar mi imagen y mi estatus de supervisora, proyectaba una imagen falsa y no compartía mis opiniones fácilmente. Incluso esperaba a que mi compañero hubiera hablado para intervenir con mi resumen, a fin de ocultar mis imperfecciones a los demás. Cuando los hermanos y hermanas debatían problemas que habían tenido en el trabajo, yo ya no tenía más ganas de hablar y no podía pensar más que en mi estatus y mi reputación. No había cumplido lo más mínimo con mi deber y mis responsabilidades. En realidad era un ser creado normal, no una erudita ni una aprendiz de todo. Había muchísimas verdades que no comprendía, asuntos que no captaba, y mis opiniones solían estar equivocadas, pero esto era totalmente normal. Me hacía falta la actitud correcta hacia mis imperfecciones; cuando descubriera anomalías en mí, debía reconocerlas y rectificarlas. Fueran correctas o no mis ideas y opiniones, debía dedicarme al trabajo y cumplir mis responsabilidades. Rectificada mi mentalidad, empecé a sincerarme conscientemente sobre mi corrupción y mis defectos y a mostrar mi yo real ante todos los hermanos y hermanas. Al debatir los problemas, solo comentaba sobre lo que sabía y no me sentía limitada.
Después, no obstante, sucedió un incidente que me devolvió a mi estado anterior. Una vez asistimos a la reunión de otro equipo. Una hermana se hallaba en un mal estado: desde su destitución, se había sumido en una actitud defensiva y en la incomprensión. Yo quería hablarle de la voluntad de Dios, pero pensé que no tenía experiencia en estas materias y me preocupó que, de no enseñar de forma práctica, los hermanos y hermanas dijeran que solo recitaba conocimiento doctrinal y no tenía ninguna realidad de la verdad. Sin embargo, conocedora de mi responsabilidad de enseñar, fui a hablarle de lo que sabía. Ahora bien, después de hablar, la hermana aún estaba cariacontecida. Entonces tomó el relevo Chen Ming, que se puso a hablar de que, cuando lo habían destituido a él, había reflexionado sobre su carácter corrupto con las palabras de Dios, y de cómo llegó a entenderse y despreciarse, halló una senda de práctica, se arrepintió y se transformó. Así aprendió que el fracaso y la destitución son formas que adoptan la salvación y el amor de Dios. La hermana asentía con la cabeza mientras él hablaba, y luego dijo: “Ahora me hallo en el mismo estado. Tu enseñanza me ha aportado una senda que seguir”. Al oír esto, me sentí a la vez feliz porque ella había comprendido la voluntad de Dios, y un poco molesta porque suponía que, sin duda, los demás creerían que yo solo recitaba conocimiento doctrinal y que no estaba hecha para ser supervisora. Los días posteriores, tanto si se trataba de resolver problemas de trabajo como de los estados de los hermanos y hermanas, no paraba de preocuparme que mi enseñanza no los resolviera, por lo que guardaba relativo silencio. Incluso cuando sí compartía mis ideas, tenía que pensármelo hasta la saciedad, y a veces hasta preguntaba primero a Chen Ming y solo las compartía si él estaba de acuerdo con ellas. En realidad sí tenía conocimientos de diversos asuntos y opiniones e ideas propias, pero como me preocupaba revelar mis defectos si decía algo incorrecto, no me atrevía a hablar. Más tarde, me presenté ante Dios en oración: “¡Amado Dios! Últimamente me limitan el estatus y la reputación en mi deber. Me preocupa que, si enseño mal, no vaya a resolver los problemas, así que no me atrevo a enseñar. No cumplo mis responsabilidades y me siento muy culpable. Te pido esclarecimiento y guía para hacer introspección y conocerme, de manera que pueda liberarme de este estado actual”. Tras orar encontré dos pasajes de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Algunas personas cumplen con su deber de forma relativamente responsable y son aprobadas por los escogidos de Dios, por lo que son cultivadas por la iglesia para convertirse en líderes u obreros. Después de alcanzar el estatus, empiezan a sentir que sobresalen de las masas y piensan: ‘¿Por qué la casa de Dios se ha fijado en mí? ¿No es porque soy mejor que todos vosotros?’. ¿No suena esto como algo que diría un niño? Es inmaduro, ridículo e ingenuo. En realidad, no eres en absoluto mejor que los demás. Es solo que tú posees los requisitos necesarios para ser cultivado por la casa de Dios. Otra cosa es que puedas o no asumir esta responsabilidad, cumplir bien este deber o hacer lo que se te ha confiado. Cuando alguien es elegido líder por los hermanos y hermanas, o la casa de Dios lo promueve para que lleve a cabo determinado trabajo o deber, esto no significa que tenga un estatus o una identidad especiales, que las verdades que comprenda sean más profundas y más numerosas que las de otras personas, y ni mucho menos que esta persona sea capaz de someterse a Dios y no traicionarlo. Naturalmente, tampoco significa que conozca a Dios y que sea una persona temerosa de Él. De hecho, no ha logrado nada de esto; la promoción y el cultivo son solamente promoción y cultivo en el sentido más simple, y no es lo mismo que haber recibido un destino y aprobación por parte de Dios. Su promoción y cultivo simplemente significan que ha sido promovida y está a la espera de ser cultivada. El resultado final de este cultivo depende de si esta persona busca la verdad, y de si es capaz de elegir la senda de búsqueda de la verdad. […] Entonces, ¿qué objetivo y trascendencia tiene promover y cultivar a alguien? El que dicha persona, como individuo, sea promovida para formarla, para regarla e instruirla de manera especial, lo que la capacitará para comprender los principios de la verdad y los principios para hacer distintas cosas, así como los principios, medios y métodos de resolución de diversos problemas, así como cuando se encuentra ante diversos tipos de ambientes y personas, cómo manejarlos y tratarlos según la voluntad de Dios y de una manera que preserve los intereses de la casa de Dios. ¿Indica esto que el talento promovido y cultivado por la casa de Dios tiene suficiente capacidad para asumir el trabajo y cumplir bien con su deber durante el período de promoción y cultivo o antes de ellos? Por supuesto que no. En este caso, es inevitable que, durante el período de cultivo, estas personas experimenten el trato, la poda, el juicio y el castigo, sean desenmascaradas y hasta relevadas; es normal, y esto es lo que significa ser formado y cultivado” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). “Todo el mundo es igual ante la verdad. Quienes son promovidos y cultivados no son mucho mejores que los demás. Todos han experimentado la obra de Dios alrededor del mismo tiempo. Aquellos que no han sido promovidos ni cultivados también deben buscar la verdad mientras cumplen con el deber. Nadie puede privar a nadie del derecho a buscar la verdad. Algunos son más entusiastas en su búsqueda de la verdad y tienen cierta aptitud, por lo que son promovidos y cultivados. Esto obedece a los requisitos de la obra de la casa de Dios. Entonces, ¿por qué tiene estos principios de ascender y usar a la gente la casa de Dios? Debido a que existen diferencias en el calibre y la personalidad de la gente, y cada persona elige una senda distinta, esto conduce a diferentes resultados en la fe de las personas en Dios. Los que buscan la verdad se salvan y se convierten en personas del reino, mientras que los que en absoluto aceptan la verdad, los que no son devotos en su deber, son descartados. La casa de Dios cultiva y utiliza a las personas en función de si buscan o no la verdad y de si están dedicados a su deber. ¿Existe alguna distinción de jerarquía entre las diversas personas en la casa de Dios? De momento, no hay jerarquía entre estas diversas personas respecto a su estatus, puesto, valía o cargo. Al menos mientras Dios obra para salvar y guiar a la gente, no hay diferencia entre el rango, el puesto, la valía o el estatus de las personas. Lo único distinto es la división del trabajo y las funciones desempeñadas en el deber” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Con las palabras de Dios aprendí que era pasiva, negativa y temerosa de enseñar porque me había situado a mí misma en un pedestal como supervisora. Creía que mi ascenso al cargo de supervisora significaba que era mejor que nadie, que tenía buena percepción, que tenía una interpretación excepcional de los asuntos y que mi desempeño en el trabajo sobresalía del resto. Así, una vez que asumí este cargo de supervisora, no dejé de querer demostrar a todos que sobresalía en todos los sentidos y que era plenamente capaz de hacer este trabajo. Quería atraer el respeto y la aprobación de todos. Cuando las opiniones que compartía estaban equivocadas y no resolvía los problemas de la gente en las reuniones, me preocupaba que todos dijeran que no estaba hecha para ser supervisora, por lo que comencé a proyectar una falsa imagen; me volví reticente y temerosa de hablar. Ni siquiera me atrevía a hablar cuando observaba problemas evidentes de los demás. Cuando sí hablaba, primero reflexionaba o buscaba la aprobación de mi compañero; si no, no daba ideas ni actuaba voluntariamente. Me había vuelto bastante pasiva en el deber. Creía que había recibido de Dios un cargo, no un deber ni una responsabilidad. El estatus me había atrapado y controlado por completo. De hecho, no me habían elegido supervisora por ser mejor que nadie ni por entender más, y no era que estuviera hecha para el puesto. La iglesia me estaba cultivando por mi aptitud y mis talentos, me estaba formando para resolver problemas con la verdad y ocuparme de los asuntos según los principios, y estaba abordando mis imperfecciones para que comprendiera la verdad y entrara en la realidad cuanto antes. No obstante, no estaba garantizado que supiera cumplir bien mi deber y mis responsabilidades. La clave era si sería capaz de seguir la senda de búsqueda de la verdad y de cumplir con el deber según las exigencias de Dios, o no. Sin embargo, creía erróneamente que ya sobresalía porque me habían hecho supervisora y que tenía más estatus que los demás. No me conocía, ¡y mis ideas eran tremendamente absurdas!
Luego encontré otro pasaje de las palabras de Dios que me impactó profundamente: “Los anticristos creen que, si les gusta hablar y abrir su corazón siempre a los demás, todos los conocerán y pensarán que no tienen nada de profundidad, sino que son gente corriente, y dejarán de respetarlos. ¿Qué implica que los demás no los respeten? Implica que ya no ocupan un lugar noble en el corazón del prójimo y parecer muy vulgares, muy ignorantes, muy corrientes. Esto es lo que no quieren los anticristos. Por eso, cuando ven que que alguien siempre se expone ante los demás en la iglesia y dice que ha sido negativo y rebelde hacia Dios, en qué asuntos se equivocó ayer y que hoy está sufriendo y le duele no haber sido una persona honesta, los anticristos piensan que estas personas son estúpidas e ingenuas; ellos nunca dicen tales cosas, sino que las mantienen ocultas para sus adentros. Algunos hablan poco porque son poco aptos, ingenuos y sin muchas ideas. Los de la calaña de los anticristos también hablan poco, pero no por eso, sino por un problema de carácter. Hablan poco al ver a los demás, y cuando los demás hablan de un asunto, ellos no dan su opinión a la ligera. ¿Por qué no dan su opinión? En primer lugar, por supuesto, no tienen la verdad y no pueden comprender el fondo de un asunto; en cuanto hablan, cometen errores y los demás verían cómo son y los despreciarían. Por eso fingen silencio y profundidad, de modo que los demás no puedan evaluarlos con exactitud e incluso haciéndoles creer que son brillantes y excepcionales. Así nadie pensará que son poca cosa. Además, ante su conducta tranquila y serena, la gente les tendrá mucho aprecio y no se le ocurrirá despreciarlos. Estas son la astucia y la maldad de los anticristos. […] No quieren que los demás los descubran. Conocen su propia medida, pero albergan una intención despreciable: hacer que la gente tenga un gran concepto de ellos. ¿Hay algo más repugnante?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 6). Las palabras de Dios me revelaron que los anticristos no comparten fácilmente sus opiniones. Temen que, en cuanto las compartan, todo el mundo va a ver cómo son realmente y que van a perder su estatus e imagen a ojos de otras personas. En consecuencia, son reservados para que nadie descubra cómo son. Este es el malvado carácter de un anticristo. Me di cuenta de que, en esa época, yo actuaba de esa misma manera. Era reacia a compartir mis opiniones cuando descubría los problemas porque en realidad tenía un objetivo despreciable en mente: ocultar mis defectos y disfrazarme de figura encomiable que comprendía la verdad. Quería atraer la admiración y el elogio de los hermanos y hermanas. Siempre me preocupaba equivocarme si hablaba demasiado y que entonces todos vieran mi verdadero yo, me perdieran el respeto y pensaran que no estaba hecha para ser supervisora. Para conservar mi estatus y reputación, cuando los hermanos y hermanas se topaban con problemas en el deber, hablaba muy poco o me abstenía de hacerlo para ocultar mis imperfecciones y que los demás no vieran cómo era realmente. Era un carácter verdaderamente astuto. La iglesia me asignó el servicio de supervisora para que pudiera buscar la verdad para resolver problemas prácticos y colaborara con los hermanos y hermanas en el deber. Sin embargo, para conservar mi estatus y reputación y ocultar mis imperfecciones a los demás, dejé de cumplir con mis deberes y responsabilidades y únicamente procuraba presumir de puntos fuertes para que me admiraran e idolatraran. ¡Iba por la senda de resistencia a Dios del anticristo! Sentí entonces algo de miedo, así que me presenté ante Dios en oración para pedirle que me guiara hasta hallar una senda de práctica.
Después encontré otros dos pasajes de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “La iglesia promueve y nutre a algunas personas, y esto es algo bueno, es una bonita oportunidad para ser formado. Se puede decir que han sido elevadas y agraciadas por Dios. Entonces, ¿cómo deben cumplir con su deber? El primer principio al que deben atenerse es el de comprender la verdad. Cuando no entiendan la verdad, deben buscarla, y si todavía no entienden después de buscar, pueden encontrar a alguien que sí entienda la verdad y con el que comunicar y buscar, lo cual hará que la solución del problema sea más rápida y oportuna. Si solo te concentras en dedicar más tiempo a leer las palabras de Dios por tu cuenta y en pasar más tiempo reflexionando sobre estas palabras, a fin de lograr la comprensión de la verdad y resolver el problema, se trata de un proceso demasiado lento; como dice el refrán: ‘El agua lejana no apagará una sed acuciante’. Si, en lo que respecta a la verdad, deseas progresar rápidamente, entonces debes aprender a trabajar en armonía con los demás, a hacer más preguntas, a buscar más. Solo entonces tu vida crecerá rápidamente, y serás capaz de resolver los problemas sin demora, sin ninguna demora en ninguno de ellos. Ya que acabas de ser promocionado y aún estás en periodo de prueba, y además no posees un auténtico entendimiento de la verdad ni la realidad de la verdad -porque aún te falta esta estatura- no pienses que tu promoción significa que posees la realidad de la verdad; no es así. Se te selecciona para la promoción y el cultivo simplemente porque tienes un sentido de carga hacia el trabajo y posees el calibre de un líder. Has de tener tal razón. Si, después de que se te ha promovido y se te ha usado, desempeñas la función de líder u obrero y crees que tienes la realidad de la verdad, que eres alguien que busca la verdad, y si, independientemente de los problemas que tienen los hermanos y hermanas, finges que entiendes y que eres espiritual, entonces esta es una estúpida manera de ser, y es la misma de los hipócritas fariseos. Debes hablar y actuar con la verdad. Cuando no entiendas, puedes preguntar a otros o buscar respuestas y tener comunicación con lo alto; esto no tiene nada de vergonzoso. Aunque no preguntes, lo alto conocerá tu verdadera estatura, y sabrá que la realidad de la verdad está ausente en ti. Lo que deberías hacer es buscar y comunicar; este es el sentido que debería tener la humanidad normal, y el principio al que deberían atenerse los líderes y los obreros. No es algo de lo que haya que avergonzarse. Si piensas que una vez que eres líder es vergonzoso estar siempre preguntando a otras personas o a lo alto, o no entender los principios, y si luego montas un numerito, fingiendo que entiendes, que sabes, que eres capaz de trabajar, que puedes hacer cualquier trabajo de la iglesia, y no necesitas que nadie te recuerde o comunique contigo, o que alguien te provea o te apoye, entonces esto es peligroso, y esto es demasiado arrogante y santurrón, demasiado falto de razón. Ni siquiera conoces tu propia medida, ¿acaso eso no te convierte en un idiota? Tales personas no cumplen con los criterios para ser promovidos y alimentados por la casa de Dios, y tarde o temprano serán reemplazados o expulsados” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). “Ya sean los que han sido promovidos, cultivados como líderes u obreros, o los que poseen diversos talentos profesionales, todos son corrientes; han sido corrompidos por Satanás y no comprenden la verdad. Por eso, nadie debe disimular ni ocultarse, sino aprender a estar en comunión abiertamente. Si no entiendes, entonces no finjas entender. Si no sabes hacer algo, admite que no sabes hacerlo. Independientemente del problema o la dificultad que tengas, debes compartirlo con todos y buscar la verdad para encontrar una solución. Ante la verdad todo el mundo es como un niño, todo el mundo es pobre y lamentable y totalmente insuficiente. Lo que la gente debe hacer es ser obediente ante la verdad y tener un corazón humilde y anhelante. Tienen que buscar y aceptar la verdad, antes de practicarla y someterse a Dios. Haciendo esto mientras cumplen sus deberes y en la vida real, las personas pueden entrar en la realidad de la verdad de las palabras de Dios” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Al meditar las palabras de Dios hallé una senda de práctica. Debía debatir aquello que entendiera y tener la actitud correcta hacia mis defectos, abstenerme de disimular y de fingir que entendía. Si no comprendía algo, debía buscar y hablar con los demás. Solo si colaboramos podemos cumplir bien con el deber. Siempre intentaba ocultar mis imperfecciones y no era capaz de afrontar el hecho de que tenía un problema ni buscaba la verdad para resolverlo. Así jamás mejoraría ni sería eficaz en el deber. En esa época pasé por reveses y fracasos que revelaron mis defectos, pero que también me hicieron consciente de mi dimensión para que, en un futuro, pudiera trabajar y comportarme de forma práctica, aprendiera a colaborar con otros, buscara la verdad y me ocupara de los asuntos según los principios. Todos estos serían grandes logros. Posteriormente era capaz de ser mucho más abierta en mis reuniones con todos los equipos.
En una reunión advertí que dos hermanas competían por la reputación y la ganancia y quería buscar unas palabras de Dios que enseñarles. No obstante, pensé: “Tengo experiencia en esta materia, pero no la entiendo en profundidad. ¿Me despreciarán si mi enseñanza es demasiado superficial y dirán que no soy apta para ser supervisora? Tal vez no debería enseñarles nada”. Me percaté entonces de que, de nuevo, iba a proyectar una falsa imagen. Recordé un pasaje de las palabras de Dios que había leído días atrás: “Todos los que creen en Dios deben entender Su voluntad. Solo aquellos que desempañan sus deberes apropiadamente pueden satisfacer a Dios, y el desempeño del deber será satisfactorio solo si se completan las tareas que Él les encomienda. […] Entonces, ¿qué criterio hay que satisfacer para cumplir con la comisión de Dios y llevar a cabo el deber leal y correctamente? Eso es llevar a cabo tu deber con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿En qué se apoya exactamente la gente para vivir?). Dado que había aceptado ese deber, tenía que cumplir con él del mejor modo posible. Había advertido el mal estado de las hermanas, así que debía hacer todo lo posible por enseñarles la verdad y sustentarlas, dejar que tomaran conciencia de su carácter corrupto, para que pudieran dejar de competir por la reputación y la ganancia y pudieran cumplir con el deber con normalidad. Solo así cumpliría yo con mi deber. Me di cuenta de que es bueno enseñar la verdad para resolver problemas; es un testimonio de Dios y lleva a la gente ante Él, pero yo solo lo consideraba un medio para ganar admiración. Era muy despreciable y estaba asqueada de mí misma. No quería continuar viviendo de esa forma. Solamente quería cumplir con mis deberes y responsabilidades y enseñar acerca de todo lo que descubriera y entendiera para brindar ayuda práctica a las hermanas. Una vez que me decidí, busqué unos pasajes de las palabras de Dios que enseñarles. Para mi sorpresa, las hermanas tomaron conciencia de su estado tras escucharme. Di gracias a Dios por su conocimiento de sí mismas y por su disposición a arrepentirse. Luego debatimos otros problemas que tenían en el trabajo y les di mi opinión al respecto. Varios líderes de equipo también expresaron sus puntos de vista. Después de hablar, todo el mundo tenía una comprensión más clara y precisa y se redujeron las anomalías. Practicar así me sentó genial, y estaba mucho más tranquila y liberada. A partir de ese momento mejoró mi mentalidad en las siguientes reuniones: ya no me situé en un pedestal como supervisora y dejé de proyectar una falsa imagen. Solo debatía de lo que sabía y decía lo que opinaba. Fue sumamente liberador. También me di cuenta de que, al adoptar la mentalidad correcta, no preocuparme de lo que opinaran de mí y sosegar la mente para meditar los problemas, tenía un conocimiento más profundo de ellos y enseñaba con más claridad. En algunos casos impartí ciertas enseñanzas sin ni siquiera pensármelo antes. Supe que se trataba del esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Aunque mis opiniones no dieran siempre en el clavo, no me sentía limitada y rectificaba mis errores cuando surgían. Gracias exclusivamente a las palabras de Dios pude alcanzar esta transformación. ¡Gracias a Dios!