Por qué era tan arrogante
Un día, un par de líderes de la iglesia me comentaron una cuestión. Me dijeron que la hermana Zhang, a cargo de la labor evangelizadora, no actuaba con principios y no debatía nada con los líderes de la iglesia, sino que destinaba a gente a predicar el evangelio al azar, lo que afectaba al trabajo actual de los hermanos y hermanas y perturbaba la labor de la iglesia. Sin pensármelo, respondí: “La hermana Zhang debe de haber cambiado de deber a la gente por necesidades del trabajo”. Una de las líderes me explicó: “A la hermana Zhang le falta aptitud y no es competente en el trabajo. No organizó bien al personal y los demás no se quedaron contentos. Eso llevó a algunos a un estado negativo y afectó a nuestra labor evangelizadora. ¿Acaso no está incapacitada para gestionar este trabajo?”. Me sentí muy molesta cuando oí que iba a ser destituida, y repliqué: “¿Qué? Si la hermana Zhang no se encarga de la labor evangelizadora, ¿van a poder encontrar a alguien mejor? ¿Tenemos a alguien adecuado? Estos problemas que comentan sí existen, sin duda, pero no son demasiado cruciales. Ella logra resultados en la labor evangelizadora; ¡no la podemos destituir por estas nimiedades! Hemos de proteger el trabajo de la iglesia”. Mientras refutaba a las líderes de la iglesia estaba pensando que eran unas quisquillosas ¡y que nadie es perfecto! Si todos somos corruptos y tenemos defectos, ¿es correcto exigir que la gente lo haga todo bien? ¿Por qué no priorizaban los resultados del trabajo? ¿Y si la destituíamos y descendían los logros del trabajo? Eso podría dar la impresión de que yo no sabía hacer un trabajo práctico, de que una falsa líder. Entonces, ¿qué opinarían de mí los demás? ¿Y me destituiría el líder superior cuando se enterara? Las dos líderes de la iglesia, mudas ante mi refutación, dijeron, atadas de pies y manos: “Mantengámosla en el puesto por ahora”. Días después, el líder superior contactó conmigo por internet y me preguntó qué tal la hermana Zhang en su deber. Le contesté: “Lo hace bien. Tiene logros en su trabajo y realmente consigue que se hagan las cosas”. El líder me preguntó a su vez: “¿Y cuáles son estos logros que comentas? ¿De verdad has analizado a cuánta gente se ha llegado a ganar con su labor evangelizadora? ¿Sabes que falsifica las cifras? Tiene poca aptitud y no es demasiado competente. No sabe resolver problemas. ¿Estás al tanto de eso? ¿Sabes que asigna sin principios a la gente, lo que perturba la labor evangelizadora?”. Ante las sucesivas preguntas, me palpitaba el corazón y me quedé en blanco. Como no era capaz de responder una sola pregunta, el líder prosiguió: “¡Eres terriblemente lanzada! A todos los que son demasiado lanzados les falta autoconocimiento. Si te conocieras de veras, ¿por qué no habrías de renunciar a ti misma? ¿Acaso no te negarías a ti misma? Otros han planteado claramente este asunto, pero tú no lo has admitido. ¿Cuánta arrogancia tienes? ¿Tienes la realidad de la verdad? Alguien que realmente tenga la realidad de la verdad no cree en sí mismo. Es capaz de escuchar cuando otros tengan razón. Es capaz de aceptar la verdad y someterse a ella. Es alguien con una humanidad normal. ¿Qué clase de persona es sumamente arrogante y lanzada? ¿Puede aceptar la verdad? Los arrogantes no aceptan la verdad y de ninguna manera se someterán a ella. La gente arrogante y lanzada no se conoce a sí misma, es incapaz de renunciar a sí misma y, en realidad, no sabe poner en práctica la verdad ni defender los principios de la verdad. No sabe llevarse bien con nadie. Los arrogantes son aquellos cuyo carácter no se ha transformado. A partir de estas cosas vemos que los arrogantes son los satanases de siempre, que no han cambiado nada. Debes hacer introspección acerca de si eres esa clase de persona”. En ese momento me aturdí como si me hubiera caído un rayo. Me quedé allí tras desconectarme dándole vueltas una y otra vez a lo que él había dicho: “no aceptan la verdad”, “no se someterán a la verdad”, “no sabe llevarse bien con nadie”, “su carácter no se ha transformado” y “son los satanases de siempre, que no han cambiado nada”. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, y no podía parar de llorar. Con dolor, oré entre lágrimas: “¡Oh, Dios mío! Nunca pensé que fuera una persona arrogante y lanzada que no aceptaba la verdad. Te pido que me guíes para hacer introspección y conocerme”.
Un día leí estas palabras de Dios en mis devociones: “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irracional es, y cuanto más irracional es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen temor de Él en su corazón. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder sobre los demás. Esta clase de persona no venera a Dios lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios y no tienen temor alguno de Él. Si las personas desean llegar al punto en que veneren a Dios, primero deben resolver su carácter arrogante. Cuanto más minuciosamente resuelvas tu carácter arrogante, más veneración tendrás por Dios, y solo entonces podrás someterte a Él y obtener la verdad y conocerle. Solo los que obtienen la verdad son auténticamente humanos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me aportaron bastante esclarecimiento. Cierto. La arrogancia es la raíz de la corrupción. Al ser arrogante, no solo miraba por encima del hombro a los demás, sino, peor todavía, también a Dios. Cuando ocurrían cosas, no me presentaba ante Dios a buscar Su voluntad ni buscaba los principios de la verdad, sino que iba a lo mío y quería que todos me hicieran caso. Recordé lo que me comentaron las líderes de la iglesia sobre la hermana Zhang. Refuté todo lo que dijeron sin reflexionar. Según ellas, la hermana Zhang no tenía principios y destinaba a gente al azar sin hablar con los líderes de la iglesia, lo que perturbaba tanto las cosas que la gente no sabía qué deber tenía que cumplir. Yo negaba del todo este problema y no les hacía ningún caso. Defendí totalmente a la hermana Zhang alegando que actuaba así porque la labor evangelizadora necesitaba gente con urgencia, que era preciso. Las líderes de la iglesia respondieron que le faltaba aptitud y no era competente en el trabajo y que no era idónea para gestionar la labor evangelizadora. Yo no me informé de la situación real ni pensé si debía ser trasladada o no según los principios, sino que era reacia y me enfurecí. Pregunté a las líderes de la iglesia por qué no debía encargarse ella y si podrían encontrar un supervisor mejor. Las desairé y agobié. Al plantear el asunto, las líderes de la iglesia se responsabilizaban del trabajo de la iglesia y lo defendían, pero yo siempre creí comprender la verdad mejor que ellas, que tenía más idea, que ellas tenían una comprensión superficial de la verdad y no veían las cosas de forma correcta, así que no tenía que hacerles caso. ¡Qué arrogante y lanzada! Fui tercamente a lo mío, me negué a aceptar la verdad y no aceptaría ni una sola afirmación cierta. Refuté todo lo que dijeron y discutí hasta que dejaron de expresar sus opiniones. Era arrogante más allá de toda razón y no tenía veneración por Dios. No utilizaba a la gente según los principios, ya había perjudicado el trabajo de la iglesia, y no solo no reconocí mis errores, sino que culpé a las líderes de la iglesia cuando comentaron esto. Las reprendí por quisquillosas y por tratar injustamente a la hermana Zhang. ¿No era una satanasa de las de siempre, sin ninguna transformación de carácter, sin ningún cambio? Así, ¿cómo podría llevarme bien con otros y cooperar en armonía? Me sentí muy culpable al reflexionarlo de esa manera y oré a Dios, dispuesta a arrepentirme y a controlar ya la situación de la hermana Zhang. Tras analizar realmente las cosas, me enteré de que la hermana Zhang mentía en los informes de trabajo y enredaba las cosas, y de que muchos nuevos creyentes no asistían a reuniones porque ella no había asignado a ningún regante. La hermana Zhang era poco apta pero arrogante y dictatorial, y no hablaba de su trabajo con nadie. Cuando surgían problemas, no sabía resolverlos y no aceptaba sugerencias de nadie, por lo que durante mucho tiempo no se abordaron numerosos problemas, lo que entorpeció el avance de la labor evangelizadora. Ante estos hechos, por fin reconocí que había elegido a la persona equivocada. Cuando las líderes de la iglesia sugirieron su relevo, yo no estuve de acuerdo y llegué a reprenderlas y reprimirlas. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, y me odié por ser tan arrogante y lanzada. Me presenté ante Dios en oración para pedirle que me guiara hasta comprender la esencia de mi problema.
Luego leí un pasaje de las palabras de Dios sobre mi problema de arrogancia. Dios Todopoderoso dice: “La arrogancia y la santurronería son las actitudes satánicas más evidentes de las personas, y si no aceptan la verdad, no hay manera de que puedan purificarse. La gente tiene un carácter arrogante y santurrón, siempre cree que tiene la razón, y siempre piensa que su punto de vista y forma de pensar son correctos en todo lo que piensa, dice y opina, que nada de lo que digan los demás es tan bueno o correcto como lo que ellos dicen. Siempre se aferran a sus propias opiniones y no escuchan lo que digan los demás; incluso cuando lo que los demás digan sea cierto y concuerde con la verdad, no lo aceptan, simplemente aparentan escuchar, pero no captan nada. Cuando llega el momento de actuar, siguen su propio camino; siempre piensan que tienen razón y justificación. Puede que tengas razón y justificación, o que estés haciendo lo correcto, sin problemas, pero ¿cuál es el carácter que revelas? ¿Acaso no es arrogancia y santurronería? Si no eres capaz de desprenderte de este carácter arrogante y santurrón, ¿afectará eso al cumplimiento de tu deber? ¿Afectará a tu capacidad de poner en práctica la verdad? Si no puedes resolver este tipo de carácter arrogante y santurrón, ¿acaso es posible que te encuentres con grandes contratiempos en el futuro? No hay duda de que lo harás, eso es inevitable. ¿Puede Dios ver estas cosas manifestadas en las personas? Puede, y extremadamente bien; Dios no solo observa el ser más íntimo del hombre, sino que también está siempre observando cada una de sus declaraciones y actos. ¿Y qué dirá Dios cuando vea estas cosas manifestadas en ti? Dios dirá: ‘Eres intransigente. Es comprensible que te aferres a tu postura cuando no sabes que te equivocas, pero si te aferras a tu postura cuando sabes muy bien que te equivocas, y te niegas a arrepentirte, entonces eres un viejo tonto testarudo, y estás metido en problemas. Si, sea cual sea la sugerencia, reaccionas con una actitud negativa y antagónica, y no aceptas la verdad en absoluto —si en tu corazón, no hay más que antagonismo, cerrazón, rechazo—, entonces eres ridículo, ¡un tonto absurdo! Eres demasiado difícil de tratar’. ¿Qué tienes para ser tan difícil de tratar? Lo difícil de ti es que tu conducta no es una forma equivocada de hacer las cosas ni un tipo equivocado de comportamiento, sino que revela un determinado tipo de carácter. ¿Qué tipo de carácter revela? Estás harto de la verdad y la odias. Una vez que se te ha definido como a una persona que odia la verdad, entonces, desde el punto de vista de Dios, tienes un problema. Dios te desprecia y se desentiende de ti. Con la gente, lo peor que podría pasar es que dijera: ‘El carácter de esta persona no es bueno; es testaruda, intransigente e insolente. Cuesta llevarse bien con ella y ni ama la verdad ni la aceptará ni practicará jamás’. Lo peor que podría pasar es que todo el mundo te diera esta clase de valoración, pero ¿podría esa valoración decidir tu destino? La gente no podría decidir tu destino con una valoración, pero hay algo que no debes olvidar: Dios examina el corazón humano y, al mismo tiempo, también observa todo lo que hace y dice un ser humano. Si Dios ha tomado esta determinación sobre ti y afirma que odias la verdad, en vez de decir simplemente que tienes cierto carácter corrupto y eres algo desobediente, ¿es este un problema grave? (Sí). En ese caso, te aguarda un problema. Este problema tiene que ver, no con la forma en que la gente te ve ni con cómo te evalúa, sino con la forma en que Dios ve tu carácter corrupto, que odia la verdad. ¿Cómo te vería Dios entonces? ¿Te clasificaría Dios simplemente como alguien que odia la verdad y no la ama y nada más? ¿Es así de simple? ¿De dónde viene la verdad? ¿A quién representa la verdad? (A Dios). Entonces, intenta profundizar en esto: si alguien odia la verdad, ¿qué le parece a Dios? (Que es enemigo suyo). ¿No sería un asunto grave? Una persona que odie la verdad, en el fondo odiaría a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se vive a menudo ante Dios es posible tener una relación normal con Él). La revelación de las palabras de Dios me impactó mucho. Descubrí la horrenda corrupción de mi arrogancia y mi santurronería. Un par de hermanas hicieron unas sugerencias sobre alguien a quien yo había elegido que no acepté ni de lejos; creía tener razón. Ni siquiera les di oportunidad de hablar, sino que no dejé de reprenderlas y frenarlas. Dije muchísimas cosas arrogantes, me impuse a ellas y desistieron. Eso no fue un simple error de enfoque y de conducta, sino un carácter satánico de hartazgo y odio por la verdad. Al pensar en cómo había hablado y actuado cuando repliqué a aquellas líderes, me repugnó lo mismo que comerme un gusano. Me sentí sumamente avergonzada, humillada como una bufona. A ojos de Dios, el hartazgo y el odio por la verdad son odio y enemistad hacia Él, y todo enemigo de Dios es un diablo. Que el líder superior me revelara como una satanasa de las de siempre que no cambia era totalmente cierto. Esa es mi naturaleza y esencia. Ante los problemas, era reacia y desafiante y no aceptaba la verdad, y cumplía con el deber de acuerdo con mi corrupto carácter satánico. ¿Qué podía hacer para no resistirme a Dios y ofender Su carácter? ¿Y cómo podía evitar las críticas? En ese momento me percaté de que la poda y el trato los recibí por la justicia de Dios. Aunque la revelación y las críticas hirieron mi orgullo y me resultaron duras, me ayudaron a ver mi naturaleza arrogante y me dieron cierta veneración por Dios.
Después leí unas palabras de Dios que me aportaron cierto entendimiento y discernimiento de mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Sea lo que sea lo que estén haciendo, los anticristos siempre tienen sus propios objetivos e intenciones, siempre actúan según su propio plan, y su actitud hacia los arreglos y la obra de la casa de Dios es: ‘Tú puedes tener mil planes, pero yo tengo una sola regla’; todo esto está determinado por la naturaleza del anticristo. ¿Puede un anticristo cambiar su mentalidad y actuar según los principios de la verdad? Eso sería absolutamente imposible, a menos que lo alto les obligue, en cuyo caso pueden hacer un poco con reticencia y esfuerzo. Solo son capaces de hacer un poco de trabajo práctico cuando se les va a exponer o sustituir si no hacen nada. Esta es la actitud que los anticristos tienen hacia la práctica de la verdad: cuando es beneficiosa para ellos, cuando todo el mundo los elogia y admira por ello, se aseguran de practicarla, y harán algún esfuerzo simbólico para guardar las apariencias. Si la práctica de la verdad no es beneficiosa para ellos, si nadie la ve, y los líderes superiores no están presentes, entonces ni se plantean practicar la verdad en esas ocasiones. Su práctica de la verdad depende del contexto, del momento, de si se hace en público o fuera de la vista, de lo grandes que sean los beneficios; son extraordinariamente astutos e ingeniosos respecto a esas cosas, y no obtener ningún beneficio o resaltar no les resulta aceptable. No realizan ningún trabajo si no se van a reconocer sus esfuerzos, si nadie lo ve, por mucho que hagan. Si el trabajo es organizado directamente por la casa de Dios, y no les queda otra opción que hacerlo, se plantean si eso beneficiará a su estatus y reputación. Si resulta bueno para su estatus y puede mejorar su reputación, ponen todo su empeño en esta tarea y hacen un buen trabajo; sienten que están matando dos pájaros de un tiro. Si no resulta beneficioso para su estatus o reputación, y hacerlo mal podría acabar por desacreditarles, piensan en una manera o excusa para librarse de ello. No importa el trabajo que realicen, siempre se atienen al mismo principio: deben obtener algún beneficio. El tipo de trabajo que más les gusta a los anticristos es cuando no les cuesta nada, cuando no tienen que sufrir ni pagar ningún precio, y se obtiene un beneficio para su reputación y estatus. En resumen, no importa lo que estén haciendo, los anticristos consideran primero sus propios intereses, y solo actúan una vez que lo han considerado todo bien; no obedecen verdadera, sincera y absolutamente la verdad sin compromiso, sino que lo hacen de manera selectiva y condicionada. ¿Con qué condiciones? Se trata de salvaguardar su estatus y reputación, y no deben sufrir ninguna pérdida. Solo después de que se satisfaga esta condición, decidirán y elegirán qué hacer. Es decir, los anticristos consideran muy seriamente la manera de tratar los principios de la verdad, las comisiones de Dios y la obra de la casa de Dios, o cómo ocuparse de las cosas a las que se enfrentan. No les importa cómo cumplir la voluntad de Dios, cómo evitar dañar los intereses de Su casa, cómo satisfacerlo o cómo beneficiar a los hermanos y a las hermanas; no son esas las cosas que les interesan. ¿Qué les importa a los anticristos? Si su propio estatus y su reputación van a verse afectados, y si su prestigio va a disminuir. Si hacer algo de acuerdo con los principios de la verdad beneficia a la obra de la iglesia y a los hermanos y las hermanas, pero provocara que su propia reputación se viera afectada y causara que mucha gente se diera cuenta de su verdadera estatura y supiera qué tipo de naturaleza y esencia tienen, entonces no cabe duda de que no van a actuar de acuerdo con los principios de la verdad. Si hacer trabajo práctico hará que más personas piensen bien de ellos, los respeten y los admiren o permite que sus palabras tengan autoridad y causen que más personas se sometan a ellos, entonces elegirán hacerlo así. De lo contrario, nunca elegirán renunciar a sus propios intereses por consideración hacia los intereses de la casa de Dios o de los hermanos y las hermanas. Esta es la naturaleza y la esencia de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9: Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (III)). Las palabras de Dios me enseñaron que fui reacia y me irrité cuando comentaron los problemas de la hermana Zhang, y no accedí a relevarla, no solo porque yo tenía un carácter arrogante. Detrás se ocultaban mis motivaciones egoístas y ruines. Me negué a aceptar las sugerencias de las líderes para poder preservar mi reputación y estatus. Esas dos líderes tenían razón sobre los problemas de la hermana Zhang. Era obvio que no era idónea como supervisora y que ya estaba demorando la labor evangelizadora. Debería haberla destituido inmediatamente, pero me busqué toda clase de motivos para impedirlo con tal de conservar mi reputación y estatus. En consecuencia, las dos líderes de la iglesia no supieron cómo organizar bien las cosas, lo que afectó a nuestra labor evangelizadora un poco más. Mi arrogancia, más el hecho de no defender el trabajo de la iglesia y solo pensar en mi reputación y estatus, afectaron a la labor evangelizadora y la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Yo perturbaba la labor de la iglesia. De boquilla pregonaba que defendía el trabajo de la iglesia, pero en realidad solamente defendía mi reputación y estatus. Mientras pudiera preservar mi posición, aunque alguien a quien hubiera elegido tuviera problemas y entorpeciera la labor de la iglesia, yo miraba para otro lado. Estaba dispuesta a que se resintieran los intereses de la iglesia si con ello podía preservar el estatus. ¿Esa no es la conducta de un anticristo? Con el juicio y la revelación de las palabras de Dios descubrí mi naturaleza y esencia, contraria a Él, y tuve claras mis despreciables y malvadas intenciones. A esas alturas sentí cierto miedo y estaba dispuesta a arrepentirme ante Dios, a dejar de hacer el mal y de resistirme a Él por arrogancia.
Una vez leí en mis devociones un pasaje de las palabras de Dios que me dio una senda de práctica. “Cuando otros expresan opiniones contrarias, ¿qué práctica puedes adoptar para evitar ser arbitrario e imprudente? Primero debes tener una actitud de humildad, dejar de lado lo que crees correcto y permitir que todos hablen. Aunque creas que lo que dices es correcto, no debes seguir insistiendo en ello. Esa es una suerte de paso adelante; demuestra una actitud de búsqueda de la verdad, de negarte a ti mismo y satisfacer la voluntad de Dios. Una vez que tienes esta actitud, a la vez que no te apegas a tu propia opinión, debes orar, buscar la verdad proveniente de Dios y buscar un fundamento en Sus palabras; decidir cómo actuar en función de las palabras de Dios. Esta es la práctica más adecuada y precisa. Cuando la gente busca la verdad y plantea un problema para que todos comuniquen y busquen una respuesta es cuando el Espíritu Santo proporciona esclarecimiento. Dios da esclarecimiento a las personas de acuerdo con los principios, Él hace balance de tu actitud. Si tú sigues en tus trece sin importar si tu punto de vista es adecuado o erróneo, Dios esconderá Su rostro de ti y te ignorará. Te acabarás topando contra un muro, Él te expondrá y revelará tu feo estado. Si, por el contrario, tu actitud es correcta —ni empeñada en tener razón, ni santurrona, arbitraria e imprudente, sino una actitud de búsqueda y aceptación de la verdad, si comunicas esto con todos—, entonces el Espíritu Santo empezará a obrar entre vosotros, y quizá te guíe hacia el conocimiento a través de las palabras de otra persona. A veces, cuando el Espíritu Santo te da esclarecimiento, te lleva a entender el quid de la cuestión con tan solo unas pocas palabras o frases, o proporcionándote un sentido. En ese instante te das cuenta de que todo aquello a lo que te aferras está equivocado y justo entonces comprendes la forma más correcta de actuar. A esas alturas, ¿has tenido éxito a la hora de evitar hacer el mal y cargar con las consecuencias de un error? ¿Cómo se logra eso? Esto solo se consigue cuando tienes un corazón temeroso de Dios, y cuando buscas la verdad con un corazón obediente. Una vez que has recibido el esclarecimiento del Espíritu Santo y determinado los principios de tu práctica, esta concordará con la verdad, y serás capaz de satisfacer la voluntad de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica. Para no cometer el mal en el deber ni perturbar el trabajo de la iglesia, la clave es una actitud de búsqueda de la verdad cuando surjan problemas, venerar a Dios de corazón, cooperar con los demás y, lo primero, hacerme a un lado, orar y buscar cuando me enfrente a opiniones distintas. Es el único modo de recibir la obra del Espíritu Santo, hacer las cosas correctamente y minimizar los errores. Entender esto me dio esclarecimiento, y supe cómo actuar. Luego destituí a la hermana Zhang y elegí a otro supervisor. Al cabo de un tiempo mejoró notablemente la labor evangelizadora. Pero yo me sentí todavía más arrepentida y culpable con estos resultados. Detesté mi arrogancia anterior y haber mantenido adrede en el puesto a la hermana Zhang, lo que perturbó la labor de la iglesia y supuso cometer una transgresión. Oré con la esperanza de buscar la verdad en todo y de dejar de ir a lo mío y de vivir con arrogancia.
No tardé en encontrarme con otra situación. En un debate de trabajo con unos díaconos de evangelización, hice unas sugerencias y, nada más salirme las palabras de la boca, todos intervinieron para ponerlas por los suelos. Me sentía algo humillada y me preguntaba: “¿Estaba completamente equivocada en todo lo que dije? ¿Tienen ustedes razón en todo? ¿Qué opinarán los demás de mí como líder si se rechazan todas mis opiniones? Seguro que creerán que no comprendo la verdad y que me falta sentido práctico. ¿Me harán caso después de esto? ¿Seguiré teniendo prestigio de líder a ojos de todos?”. Al pensarlo, quise hablar en defensa de mi reputación y negar de nuevo las opiniones de los otros. Me sentí entonces muy culpable al saberme en un estado incorrecto. Oré a Dios en el silencio del corazón: “¡Oh, Dios mío! Sé que tienen razón, pero mi orgullo está herido y quiero preservar nuevamente mi reputación y estatus. Por favor, vela por mí y ayúdame a aceptar sus sugerencias correctas, a seguir los principios de la verdad y a no vivir con corrupción”. Tras orar leí estas palabras de Dios: “Hay que discutir todo lo que se hace con los demás. Escucha primero lo que tiene que decir el resto. Si la opinión de la mayoría es correcta y coincide con la verdad, debes aceptarla y someterte a ella. Hagas lo que hagas, no recurras a la grandilocuencia. Esta nunca es buena, en ningún grupo. […] Es tu deber y tu libertad participar y cooperar, ofrecer sugerencias y expresar tus opiniones. Pero, cuando se toma la decisión final, si solo eres tú quien emite el veredicto final, haciendo que los demás hagan lo que tú dices y actúen según tu voluntad, entonces estás violando los principios. […] Si nada te queda claro y careces de puntos de vista, aprende a escuchar y obedecer, a buscar la verdad. Tal es el deber que debes cumplir; es una actitud de franqueza. Si alguien no tiene puntos de vista propios y, sin embargo, siempre tiene miedo de parecer tonto, de no poder distinguirse, de ser humillado; si teme que los demás no lo tengan en consideración y no tener ningún estatus en su corazón, y por eso siempre trata de destacar y siempre es rimbombante, haciendo afirmaciones absurdas que no se corresponden con la realidad, las cuales quiere que los demás acepten, ¿está esa persona cumpliendo con su deber? (No). ¿Qué está haciendo? Está siendo destructiva” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron esclarecimiento. Participar en el trabajo, expresar opiniones y sugerencias, formaba parte de mi deber y mis responsabilidades, pero que todos hicieran lo que yo quisiera y me escucharan era mera arrogancia. En los debates de trabajo, todos tienen derecho a expresar su opinión y debemos hacer lo que concuerde con los principios de la verdad y favorezca el trabajo de la iglesia. Esa es una actitud de aceptación de la verdad. Después empecé a centrarme en practicar la verdad, y cuando surgían opiniones distintas en los debates de trabajo, indagaba más en las ideas de la gente para alcanzar un consenso que luego pudiéramos aplicar. Recuerdo que una vez terminé de hacer algo yo sola y me sentía algo incómoda. A base de orar y recapacitar, me percaté de que no había hablado con mis compañeros para alcanzar un consenso y de que ese no era el enfoque correcto. Me sinceré con todos en comunión y les dije que era arrogante, que no había debatido nada antes de decidir, que, de esa manera, era irracional y que cambiaría y dejaría de hacer así las cosas posteriormente. Además, les pedí a todos que me vigilaran. Sentía que me daba tranquilidad hacerme a un lado y practicar la verdad de esta forma.
Lo practiqué en los debates de trabajo posteriores, y las cosas acabaron yendo mejor, sin ningún contratiempo real. Estaba muy agradecida a Dios. Con esto experimenté que, si no eres arrogante en el deber y cooperas bien con los demás, puedes recibir la obra del Espíritu Santo y es más probable que hagas las cosas. Ahora entiendo un poco mi carácter corrupto, arrogante y santurrón. Sé practicar la verdad y me he transformado un poco. Esto es el amor y la salvación de Dios. Solo el juicio, el castigo, la poda y el trato de Dios pueden transformar y purificar a la gente.