¿Por qué me preocupa equivocarme?
Cuando trabajaba en diseño artístico en la iglesia, al principio tuve dificultades, pero mi desempeño mejoró por ampararme en Dios y colaborar con los hermanos y hermanas. Posteriormente me informaron de forma inesperada que cambiaban a la hermana Lisa de deber porque sus diseños estaban llenos de errores y normalmente había que repetirlos. No mejoraba pese a las advertencias, enseñanzas y sustento reiterados de los hermanos y hermanas, lo que afectaba gravemente al trabajo de la iglesia. Tras el cambio de Lisa, me dije que tenía que ser más precavida en el trabajo y no equivocarme. Si cometía un montón de errores y demostraba no ser apta para el trabajo, sería mera cuestión de tiempo que me cambiaran de deber. Solo había trabajado de diseñadora en la iglesia y no tenía más destrezas; si me cambiaban y no sabía cumplir con otro deber, ¿podría salvarme igualmente? Luego, por cada diseño que hacía, aportaba tres o cuatro versiones, pero eran demasiado toscas y, básicamente, inservibles. En realidad, con dos basta, pero trataba de ser lista y pensaba que, si les daba varias versiones, probablemente les parecería aceptable una de ellas. En consecuencia, cuanto más precavida era, más me equivocaba en mis diseños. El líder del equipo me advirtió que debía ser más seria y diligente en mi trabajo, dedicar tiempo a garantizar la calidad de cada diseño y no actuar por inercia. Cuando me dijo esto el líder, no reflexioné sobre mis problemas ni evalué los errores en mi trabajo. Solo me preocupó que al líder no le pareciera apta para el trabajo y me cambiara de deber. Después tenía todavía más miedo a equivocarme en los disñeos. A veces, cuando no aceptaba sugerencias de otros hermanos y hermanas, quería hablar con ellos de cómo hacerlo mejor, pero creía que, si abría la boca, la gente tal vez pensaría que era negligente y que no quería hacer correcciones. Si daba mala impresión a la gente, estaría destinada a que me cambiaran de deber. Sentía que tenía que ser más precavida y demostrar a todos que sabía aceptar sugerencias y que era diligente y responsable. Así pues, me callé. En esa época, cuanto más me preocupaba un cambio de deber, más me equivocaba. Devolvían un diseño varias veces y eso demoraba nuestro trabajo. Solo podía producir en torno a una cuarta parte de lo que normalmente hacía en una semana. Al evidenciarse que mi desempeño se estaba resintiendo, el líder del equipo trató conmigo: “Últimamente, tus diseños son mediocres, siempre los devuelven y tú eres bastante ineficaz; ¿te vas a concentrar en tu trabajo o no? ¿Cuál es el problema? ¿Has reflexionado?”. Las críticas del líder del equipo me supusieron un golpe muy duro. Entendí que ralentizaba el progreso de nuestro trabajo y que mi verdadero yo ya estaba a la vista de todos. Parecía seguro que me cambiarían de deber por los muchos problemas que tenía. Me deprimí y no me motivaba en el trabajo. Aguardaba el día que viniera el líder a decirme que me habían cambiado de deber.
Acudí a Dios en oración y búsqueda: ¿por qué me preocupaba siempre equivocarme y que me cambiaran de deber? Un día vi estos pasajes de las palabras de Dios. “Un anticristo considera que ser bendecido es más grande que los propios cielos, más grande que la vida, más importante que buscar la verdad, que el cambio de carácter o la salvación personal, y más relevante que desempeñar bien su deber y ser un ser creado a la altura de la norma. Les parece que ser un ser creado a la altura de la norma, cumplir bien con su deber y lograr la salvación son cosas nimias que ni merece la pena mencionar, mientras que obtener bendiciones es la única cosa en toda su vida que no se ha de olvidar. Sea grande o pequeño aquello con lo que se encuentran, lo relacionan con ser bendecidos por Dios, y se muestran increíblemente precavidos y atentos, y siempre se aseguran una salida. Así pues, cuando su deber sufre alguna modificación, si es un ascenso el anticristo piensa que tiene la esperanza de ser bendecido. Si es un descenso, de líder de equipo a sublíder de equipo, o de sublíder de equipo a miembro regular, o si no tienen ningún deber, sienten que esto es un enorme problema y creen que su esperanza de recibir bendiciones es escasa. ¿Qué clase de perspectiva es esta? ¿Es adecuada? En absoluto. Es un punto de vista absurdo. El que alguien obtenga o no la aprobación de Dios no se basa en el deber que realiza, sino en si posee la verdad, si obedece auténticamente a Dios y si es leal. Estas son las cosas más importantes. Durante el período de la salvación de Dios para la humanidad, las personas deben soportar muchas pruebas. Especialmente en el cumplimiento de su deber, deben sufrir muchos fracasos y contrariedades, pero al final, si entienden la verdad y obedecen sinceramente a Dios, tendrán Su aprobación. En cuanto a ser transferidos en su deber, se puede ver que los anticristos no entienden la verdad y no tienen la capacidad de recibirla en absoluto” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12). “A juzgar por la actitud y la perspectiva de un anticristo sobre un cambio en su deber, ¿dónde yace su problema? ¿Es este un gran problema? (Sí). Su mayor error es que no deberían asociar un cambio en su deber con recibir bendiciones; esto es algo que definitivamente no deberían hacer. De hecho, no hay relación entre ambos, pero como el corazón del anticristo rebosa de deseos de bendiciones, sin importar el deber que cumplan, lo asocian y relacionan con si serán bendecidos o no. Así, son incapaces de cumplir adecuadamente con su deber y solo pueden ser puestos en evidencia y descartados; esto es culpa suya, ellos mismos se embarcaron en esa senda desesperada” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12). Según las palabras de Dios, los anticristos tienen un carácter especialmente malvado y una comprensión absurda de la verdad. Piensan en algo tan normal como un cambio de deber desde la óptica de ganar o perder bendiciones y les preocupa que, si los cambian o destituyen, vayan a perder su destino final. Así, hacen todo lo posible por asegurarse el futuro. Al meditar las palabras de Dios, hice introspección. Mi conducta era similar a la de un anticristo. Pensaba en mi deber en función de las bendiciones que recibiría y me preocupaba que, si me cambiaban, perdería la ocasión de salvarme. Cuando me enteré del cambio de deber de Lisa, me preocupó que también me cambiaran a mí. Consideraba mi deber mi escudo y creía que, si lo perdía, no alcanzaría la salvación. Luego de eso, me volví calculadora y aportaba varias versiones de cada diseño para que no las rechazaran todas, pero, como no me centraba en mejorar la calidad de los diseños, cada vez surgían más problemas en mi trabajo y se desplomó el número de diseños aprobados que yo producía. Me volví más reticente en la relación con mis hermanos y hermanas y no me sinceraba con ellos para debatir mis ideas, pues me preocupaba que creyeran que no aceptaba sus sugerencias y me valoraran mal, cosa que haría que me cambiaran de deber. Siempre desconfiaba de los hermanos y hermanas y proyectaba una falsa imagen. Como siempre me preocupaba por recibir bendiciones, no me concentraba en el trabajo ni me molestaba en evaluar mis problemas y en buscar la verdad y los principios. En consecuencia, me equivocaba una vez tras otra, era ineficaz y dificultaba nuestra labor. Asimismo, me deprimía cada vez más. Tras el trato y la poda del líder del equipo, no me molesté en hacer introspección, sino que me volví negativa y pensé: “Ya estoy perdida: para el líder del equipo, no soy diligente en el deber y siempre me equivoco. Seguro que me cambian de deber”. Caí en la negativiad, me rendí y estaba desmotivada en el deber. Dios me había otorgado la oportunidad de cumplir con mi deber para que buscara la verdad, trabajara según los principios y pudiera alcanzar Su salvación, pero yo no iba por la senda correcta: no daba importancia a buscar la verdad y actuar con principios. Siempre que surgía un problema, solo me preocupaba que me cambiaran de deber y perder la ocasión de recibir bendiciones. Consideraba mi deber un medio para recibir bendiciones: creía que, siempre que no me equivocara en él y no me cambiaran, sería fácil que alcanzara la salvación y entrara en el reino de los cielos al final de la obra de Dios. Vi que solo cumplía con el deber para alcanzar bendiciones. Consideraba mi deber un “salvavidas”, utilizaba y engañaba a Dios. Por eso Dios me aborrecía y despreciaba. Sentí culpa y pesar, por lo que oré a Dios dispuesta a arrepentirme.
Luego descubrí más palabras de Dios. “Dime, si alguien que ha cometido un error es capaz de comprender de verdad y está dispuesto a arrepentirse, ¿no le daría esa oportunidad la casa de Dios? A medida que el plan de gestión de seis mil años de Dios se acerca a su fin, hay muchos deberes que deben cumplirse. Pero si las personas carecen de conciencia o de razón y son negligentes en su trabajo, si han obtenido la oportunidad de cumplir con un deber, pero no saben atesorarlo, no buscan la verdad en lo más mínimo, dejando que pase el tiempo óptimo, entonces serán expuestos. Si eres sistemáticamente descuidado y superficial en el cumplimiento de tu deber, y no te sometes en absoluto cuando te enfrentas a la poda y el trato, ¿te utilizará aún la casa de Dios en el cumplimiento de un deber? En la casa de Dios, lo que reina es la verdad, no Satanás. Dios tiene la última palabra sobre todo. Es Él quien está haciendo la obra de salvar al hombre, es Él quien rige sobre todas las cosas. No hay necesidad de que analices lo que está bien y lo que está mal; lo único que tienes que hacer es escuchar y obedecer. Cuando te enfrentes a la poda y el trato, debes aceptar la verdad y ser capaz de corregir tus errores. Si lo haces, la casa de Dios no te despojará de tu posición para cumplir con un deber. Si siempre tienes miedo de ser descartado, siempre pones excusas, siempre te justificas, eso es un problema. Si dejas que los demás vean que no aceptas la verdad en lo más mínimo, y se den cuenta de que eres impermeable a la razón, estás en problemas. La iglesia se verá obligada a encargarse de ti” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Los anticristos guardan estas cosas en el fondo de su corazón, y se advierten a sí mismos: ‘La precaución es la madre de la seguridad; el clavo que más asoma recibe un martillazo; y se está solo en la cima’. No creen que las palabras de Dios sean la verdad ni que Su carácter es justo y santo. Consideran todo esto mediante las nociones e imaginaciones, y se acercan a la obra de Dios con perspectivas, ideas y malicia humanas, empleando la lógica y el pensamiento de Satanás para delimitar el carácter, la identidad y la esencia de Dios. Obviamente, los anticristos no solo no aceptan ni reconocen el carácter, la identidad y la esencia de Dios, sino que albergan multitud de nociones, resistencia y rebeldía hacia Dios y no tienen ni el más mínimo conocimiento verdadero de Él. Para los anticristos, la definición de la obra, el carácter y el amor de Dios es un interrogante, una duda, y rebosan escepticismo, rechazo y denigración hacia tal definición; y entonces, ¿qué pasa con Su identidad? El carácter de Dios representa Su identidad; tal como consideran ellos el carácter de Dios, es evidente su consideración de la identidad de Dios: de rechazo directo. Esta es la esencia de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (VI)). Las palabras de Dios revelan que los anticristos no creen que Sus palabras sean la verdad y nunca contemplan las cosas a la luz de ellas. En cambio, sopesan todo con su alevosía y su lógica satánica. Su carácter es realmente malvado. Al pensar en mí misma a la luz de las palabras de Dios, me di cuenta de que mi manera de ver las cosas no difería de la de un anticristo. Cuando cambiaron a Lisa de deber, no lo consideré en función de la verdad y los principios, sino que adopté la idea satánica de que “La precaución es la madre de la seguridad” y pensé que más me valía ser más precavida y que no debía equivocarme. Si cometía demasiados errores y me cambiaban de deber, creía que quedaría revelada y descartada por completo. Al cumplir con el deber, incluso era reticente a expresar mis pensamientos en las conversaciones habituales con los hermanos y hermanas y no me sinceraba para hablar de mis ideas, preocupada porque, si decía o hacía algo mal, me cambiarían de deber. Una vez que el líder trató conmigo y me advirtió que fuera diligente en el deber, desconfié, pues creía que el trato era señal inequívoca de que me cambiarían de deber y que perdería la ocasión de alcanzar la salvación. Comprendí que había practicado la fe durante bastante tiempo y leído muchas palabras de Dios, pero que no buscaba la verdad ni veía las cosas de acuerdo con aquellas. Por el contrario, juzgaba la obra de Dios con la lógica y las creencias satánicas, ya que pensaba que Dios era como los líderes mundanos, falto de equidad y justicia. En el deber me sentía al filo de la navaja y creía que podría quedar revelada, descartada y sin ocasión de arrepentirme si alguna vez hacía o decía algo equivocado. Dentro de mis creencias, negaba la justicia de Dios ¡y blasfemaba contra Él! En la iglesia ostentan el poder Dios y la verdad. Siempre se descarta y cambia de deber a la gente según los principios. La iglesia jamás condena y descarta a nadie por un incidente aislado, sino más bien por la actitud de la persona hacia la verdad, por su conducta en general y por su naturaleza y esencia. Lisa siempre actuaba por inercia en el deber, lo que perjudicaba el trabajo de la iglesia. Los hermanos y hermanas le enseñaban la verdad, la sustentaban, la revelaban y trataban con ella, pero ella no mostraba señal alguna de arrepentimiento y terminaron cambiándola de deber. Además, su cambio no significaba que sería totalmente descartada. Si hacía introspección, buscaba la verdad y se arrepentía y transformaba realmente, aún tendría ocasión de alcanzar la verdad y la salvación de Dios. Pero si seguía sin arrepentirse y aceptar la verdad tras recibir enseñanzas y sustento y ser tratada en varias ocasiones, quedaría totalmente revelada y descartada. Me acordé de cómo trató Dios con Nínive. Dios, consciente de la corrupción, la maldad y el pecado del pueblo de Nínive, envió a Jonás para advertirlos y les dio cuarenta días para arrepentirse. El pueblo de Nínive se cubrió de cilicio, se sentó sobre ceniza y se arrepintió de veras. Dios vio su sinceridad y le perdonó los pecados. Esta historia enseña que no se descarta a todo el que transgrede: Dios ve si la gente se arrepiente y es sincera. Yo no buscaba la verdad ni veía esta cuestión según las palabras de Dios, sino que opté por una actitud de desconfianza e incomprensión. Me resistía a Dios, luchaba contra Él y, de no arrepentirme, quedaría revelada y descartada.
Después vi otros dos pasajes de las palabras de Dios que me dieron una mejor idea de Sus intenciones. Las palabras de Dios dicen: “Algunas personas acabarán diciendo: ‘He realizado mucha obra para Ti y, aunque tal vez no haya conseguido ningún logro celebrado, de todos modos he sido diligente en mis esfuerzos. ¿No puedes sencillamente dejarme entrar al cielo para comer el fruto de la vida?’. Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana Mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla! Debes buscar la vida. Hoy, las personas que serán perfeccionadas son del mismo tipo que Pedro; son las que buscan cambios en su carácter y están dispuestas a dar testimonio de Dios y a cumplir con su deber como criaturas de Dios. Solo las personas así serán perfeccionadas. Si solo esperas recompensas y no buscas cambiar tu propio carácter vital, entonces todos tus esfuerzos serán en vano. ¡Y esta verdad es inalterable!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). “Que el hombre lleve a cabo su deber es, de hecho, el cumplimiento de todo lo que es inherente a él; es decir, lo que es posible para él. Es entonces cuando su deber se cumple. Los defectos del hombre durante su servicio se reducen gradualmente a través de la experiencia progresiva y del proceso de pasar por el juicio; no obstaculizan ni afectan el deber del hombre. Los que dejan de servir o ceden y retroceden por temor a que puedan existir inconvenientes en su servicio son los más cobardes de todos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Al meditar las palabras de Dios, vi que Él decide el destino final de la gente, no en función de su deber, de cuánto haya sufrido ni de cuánto capital haya amasado, sino en función de si es leal en el deber, de si se somete a Dios, de si tiene testimonio de práctica de la verdad y de si ha alcanzado la transformación de carácter. Además, las exigencias de Dios a la gente en el deber son prácticas. No le pide que alcance la perfección y no se equivoque nunca, sino que ponga plenamente en práctica sus habilidades en el trabajo, haga todo lo posible, no actúe por inercia y no sea escurridiza. Esta forma de cumplir con el deber satisface a Dios. Recordé que, pese a que algunas personas siempre cumplen su deber sin errores importantes y sin recibir trato y poda, no buscan la verdad, actúan por inercia, son irresponsables en el deber y no logran resultados a largo plazo. Al final, esa gente queda revelada y descartada y, en casos graves, puede que incluso sea expulsada de la iglesia. Pero algunos hermanos y hermanas revelan un carácter corrupto en el deber o surgen ciertas aberraciones en su trabajo por no haber captado los principios, por lo que son podados y tratados. Sin embargo, se centran en hacer introspección, buscan la verdad para corregir su carácter corrupto, evalúan sus errores, buscan los principios de la verdad y, finalmente, su desempeño mejora y ellos avanzan en la vida. Estos hechos me enseñaron que alcanzar la salvación no guarda relación con el deber que uno cumpla. Lo principal es que, en el transcurso del deber, uno debe centrarse en buscar y practicar la verdad para saber actuar según los principios. Esta es la única senda correcta. Recordé que, aparentemente, yo cumplía con el deber, pero cuando era revelada y fracasaba, mi única respuesta era preocuparme. En realidad, nunca buscaba la verdad para resolver mis problemas. Vi que me hallaba en un lugar incierto. Luego me apresuré a presentarme ante Dios a recapacitar: ¿por qué siempre me equivocaba y holgazaneaba en el deber, y por qué era ineficaz? Acabé dándome cuenta de que no valoraba mi colaboración con los hermanos y hermanas. Si, antes de empezar el diseño, hubiera sido capaz de comunicar mi proceso mental a los demás, de alcanzar un consenso y de decidir una orientación clara para el diseño según los principios, habría tenido una idea más clara y podría haber evitado que devolvieran mi trabajo y se demorara su progreso. Tampoco procuraba mejorar en el deber y me conformaba con mi nivel actual. No me centraba en evaluar los problemas en el trabajo que yo hacía, en buscar los principios ni en identificar áreas que continuar estudiando. Por eso no dejaban de surgir problemas, y la calidad y eficacia de mi trabajo de diseño se veían afectadas. Al reflexionar sobre todo esto, por fin me di cuenta de cuántos problemas tenía mi enfoque de trabajo. El líder del equipo tan solo me señalaba los problemas y me ayudaba a reconocerlos y a rectificarlos enseguida, pero yo me andaba con rodeos con mis hermanos y hermanas y no solo no reconocía mis problemas, sino que también me volví negativa y reacia. ¡Qué irracional! Sentí gran pesar y culpa y decidí solucionar mis problemas cuanto antes.
Luego encontré este pasaje de las palabras de Dios. “Si alguien es sincero, entonces es honesto. Significa que le ha abierto por completo a Dios su corazón y su alma, no tiene nada que esconder ni de lo que esconderse. Se ha entregado por completo y ha mostrado su corazón a Dios, es decir, le ha dado a Él todo su ser. ¿Seguirán estas personas distanciadas de Dios? No. De esta manera les resultará fácil someterse a Dios. Si Él dice que son taimados, ellos lo admiten. Si Dios dice que son arrogantes y santurrones, también lo reconocen. Y no se limitarán a admitir estas cosas y ya está: son capaces de arrepentirse, de luchar por los principios de la verdad y de reconocer sus errores y rectificarlos. Antes de darse cuenta, habrán corregido muchos de sus hábitos erróneos, y serán cada vez menos taimados, tramposos, descuidados y superficiales. Cuanto más tiempo vivan así, más abiertos y honrados se volverán y más cerca estarán de la meta de convertirse en una persona honesta. Eso es lo que significa vivir en la luz. […] ¿Son capaces de aceptar el escrutinio de Dios aquellos que viven en la luz? ¿Le seguirán ocultando su corazón a Dios? ¿Todavía tienen secretos que no pueden contarle? ¿Siguen teniendo algún truquillo turbio bajo la manga? Nada de eso. Se han sincerado por completo con Dios, y no esconden nada en absoluto. Pueden confiar en Dios, comunicar con Él acerca de cualquier cosa y contárselo todo. No hay nada que no le digan a Dios y que no le muestren. Cuando las personas son capaces de alcanzar este nivel de sinceridad, sus vidas se vuelven fáciles, libres y liberadas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me enseñaron que hay que tener una actitud honesta para cumplir bien con un deber. El aspecto más valioso de una persona honesta es su capacidad de aceptar la verdad y el escrutinio de Dios. Sin importar cómo lo revelen ni cómo fracase, puede reconocer sus defectos, buscar la verdad, hacer introspección y rectificar sus errores en el trabajo. Es más probable que dichas personas alcancen el esclarecimiento y la guía de Dios, y el resultado de su deber mejora continuamente. Cuando la gente comienza a dedicar su energía a la senda correcta, ve que mejora, y todos sus miedos y preocupaciones desaparecen de forma natural.
Tras comprender la voluntad de Dios, practicaba conscientemente de esa manera en el deber. Una vez, en un diseño en el que tuve por compañera a Alicia, devolvieron el borrador porque no capté un principio, y me preocupó de nuevo que me cambiaran de deber si cometía demasiados errores. No obstante, en cuanto me sentí así, me di cuenta inmediatamente de que estaba pensando otra vez en mis perspectivas de futuro, por lo que enseguida oré a Dios y me dispuse a tener la actitud correcta, a no guardarme de Él, a adoptar la perspectiva correcta sobre mis imperfecciones, a evaluar mis errores y a buscar los principios en los que debía entrar. Después me sinceré con Alicia sobre mi estado, y ella no solo no me reprendió, sino que hasta me enseñó algunas sendas concretas que aplicar a mis defectos. Mis diseños mejoraron mucho. Desde entonces, este problema se dio mucho menos en mi trabajo. Al adoptar un enfoque de entrada positivo, desconfiaba mucho menos de Dios, dejó de preocuparme que me cambiaran de deber y pude centrarme en buscar la verdad y hacer introspección. Con el tiempo, progresé en el deber y cada vez me equivocaba menos. También aprendí mucho en mi entrada en la vida y me sentía tranquila y en paz.