La terquedad lastima a los demás y a ti mismo

29 Mar 2022

Por Lynn, Australia

En abril de 2020, me eligieron líder de la iglesia para que sea responsable principalmente del trabajo de riego. Hace unos meses observé que algunos nuevos creyentes no asistían a las reuniones con regularidad, que llegaban tarde y se iban antes. Unos estaban ocupados en sus clases o en el trabajo y decían que vendrían cuando tuvieran tiempo. Otros no venían porque habían sido desorientados por los rumores y falacias del PCCh y del mundo religioso. Intentamos hablar con ellos, pero unos pocos no contestaban el teléfono, como si hubieran desaparecido. Supuse que, como habíamos intentado contactarlos, si no querían asistir a las reuniones, no era nuestra responsabilidad y debíamos dejarlos ir. Además, Dios quiere lo mejor de la gente, no solo más gente. Él salva a quienes tienen auténtica fe y aman la verdad. Si a ellos les faltaba auténtica fe, ningún esfuerzo nuestro serviría. Así pues, no oré, ni busqué ni lo debatí con mi líder, y simplemente decidí por mi cuenta abandonar a esos nuevos fieles. Durante ese tiempo intenté contactar a algunos de ellos, pero no querían asistir a las reuniones, por lo que estaba aún más segura de que mi decisión había sido correcta. Más tarde, una hermana con la que trabajaba advirtió que yo había abandonado a muchos nuevos creyentes por dos meses seguidos, y me preguntó si eso era realmente adecuado. Me sugirió hablar con nuestra líder y aprender los principios. Pensé: “Ya abordamos esta clase de cosas de la misma forma en el pasado. No es que no intentáramos hablar con los nuevos fieles, pero no podemos contactarnos con algunos de ellos, y otros ni siquiera quieren creer. No necesito buscar los principios”. Por tanto, rechacé su sugerencia. Después me sentí un poco incómoda y me pregunté si realmente eso fue lo correcto. Pero luego concluí que lo que había hecho no podía estar mal, pues les habíamos ofrecido ayuda, y no era nuestra culpa que no vinieran a las reuniones. Lo más importante era que no eran auténticos creyentes de Dios. No oré ni busqué, y todos los meses abandonaba algunos nuevos fieles.

Mi líder descubrió después que yo no seguía los principios al abandonar nuevos fieles y me podó muy duramente, alegando que yo no conocía los principios y que no los había buscado, y que solo hacía lo que quería. Añadió que presentarse ante Dios les costaba mucho a todos los nuevos fieles, que los otros hermanos y hermanas lo daban todo por apoyarlos, pero que yo apartaba a algunos de ellos de manera despreocupada. Los daba por perdidos sin brindarles nada de ayuda con amor, y eso era muy irresponsable. Me preguntó entonces: “¿Por qué los nuevos fieles no asisten a las reuniones? ¿Qué clase de nociones y problemas están teniendo? ¿Has tratado de hablar para resolverlos? ¿Procuras pensar en otras formas de ayudar a los nuevos fieles?”. El bombardeo de preguntas me dejó sin palabras, y reproduje mentalmente, como una película, cada escena en la que desistí de nuevos creyentes. Fue ahí que por fin comprendí que no había actuado con responsabilidad con los nuevos fieles, que en realidad no los había ayudado y apoyado con amor. No tenía claro qué nociones tenían sin resolver ni por qué no venían a las reuniones. Como llevaban un tiempo sin ir a reuniones, suponía que habían dejado de creer y no les daba importancia. Entendí que había fallado de veras en mi responsabilidad sobre los nuevos creyentes y que estaba yendo en contra de los principios al abandonarlos como si nada. Me faltaba mucha humanidad. Así pues, me presenté ante Dios a orar y a pedirle esclarecimiento para comprender Su intención y poder reflexionar a fin de conocerme.

Después vi estas palabras de Dios: “Has de ser cuidadoso y prudente y confiar en el amor al tratar con las personas que están investigando el camino verdadero. Esto se debe a que todos los que investigan el camino verdadero son no creyentes, incluso los religiosos entre ellos son más o menos no creyentes, y todos ellos son frágiles: si algo no concuerda con sus nociones, son susceptibles de contradecirlo, y si alguna frase no se ajusta a su voluntad, son propensos a rebatirla. Por lo tanto, predicar el evangelio a estas personas requiere tolerancia y paciencia por nuestra parte. Nos exige un amor extremo, y precisa de algunos métodos y enfoques. Sin embargo, lo fundamental es leerles las palabras de Dios, transmitirles todas las verdades que Dios expresa para salvar al hombre y hacerles oír la voz de Dios y las palabras del Creador. De este modo, obtendrán beneficios. El principio más importante de difundir el evangelio es permitir a los que están sedientos de la aparición de Dios y que aman la verdad leer Sus palabras y oír Su voz. Por tanto, pronuncia menos palabras del hombre con ellos y léeles más palabras de Dios. Después de que hayas acabado de leer, habla sobre la verdad para que puedan oír la voz de Dios y entender algo de la verdad. Entonces, es probable que regresen a Dios. Difundir el evangelio es la responsabilidad y obligación de todos y cada uno. No importa a quién le llegue esta obligación, no debe eludirla ni valerse de excusas o razones para rechazarla(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). “Hay personas que creen en Dios desde hace poco tiempo y que a menudo se muestran negativas y débiles. Esto pasa porque no entienden la verdad, les falta estatura y no tienen la menor comprensión de las distintas verdades vinculadas a la fe en Dios. Por tanto, se consideran personas de bajo calibre, incapaces de estar a la altura, con un sinfín de problemas, lo que genera negatividad, y hasta los empuja a tirar la toalla: deciden rendirse y dejar de perseguir la verdad. Se descartan a sí mismos y se dicen: ‘En cualquier caso, por mucho que crea en Él, Dios no va a aprobarme. De hecho, ni siquiera soy de Su agrado. Y tampoco tengo mucho tiempo para asistir a encuentros. Mi vida familiar es complicada y tengo que ganar dinero’, etcétera. Por esos motivos, terminan por ausentarse de los encuentros. Si tardas en darte cuenta de lo que está pasando, bien puedes etiquetarlos como personas que no aman la verdad y que en el fondo no creen en Dios, o los encasillarás como ansiosos de disfrutar de los placeres carnales y de perseguir cuanto el mundo puede ofrecer, e incapaces de liberarse de las cosas terrenales. Por esa razón, acabarás por darles la espalda. ¿Acaso esto concuerda con los principios-verdad? ¿Todos estos razonamientos son el verdadero reflejo de su esencia-naturaleza? En realidad se vuelven negativos por sus dificultades y enredos; si eres capaz de resolver estos problemas, no serán tan negativos y podrán seguir a Dios. Cuando están débiles y negativos necesitan el apoyo de la gente. Con tu ayuda podrán levantar cabeza. Sin embargo, si los ignoras, será fácil que se rindan a causa de la negatividad. Esto depende de si la gente que hace el trabajo de la iglesia tiene amor, de si lleva esta carga, o no. Que algunas personas no acudan con frecuencia a los encuentros no significa que no crean verdaderamente en Dios, no es sinónimo de aversión por la verdad, no significa que codicien los placeres de la carne y no sean capaces de dejar de lado a sus familias y su trabajo; ni mucho menos hay que juzgarlas como excesivamente emotivas o enamoradas del dinero. Lo que pasa es que, en estas cuestiones, la estatura y las aspiraciones de las personas son distintas. Algunas aman la verdad y son capaces de perseguirla, están dispuestas a sufrir para renunciar a estas cosas. Otras tienen poca fe, y ante las dificultades reales están indefensas y no consiguen superarlas. Si nadie las ayuda ni apoya, tiran la toalla y se rinden; en esos momentos necesitan el apoyo, la atención y el auxilio de la gente, a no ser que sean incrédulos, carezcan de amor por la verdad y no sean buenas personas, en cuyo caso se las puede ignorar. Si estas personas creen en Dios de corazón, pero suelen ausentarse de los encuentros porque tienen algunos problemas reales, no es cuestión de abandonarlas a su suerte, sino de brindarles amorosa ayuda y apoyo. Si son buenas personas y tienen capacidad de comprensión, si su aptitud es buena, merecen mayor ayuda y apoyo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Me avergoncé mucho de mí misma cuando medité sobre las palabras de Dios. Dios se ha hecho carne en los últimos días y ha venido a hablar y obrar en medio de nosotros para nuestra salvación. Él sufre una gran humillación y con inmensa paciencia salva a la humanidad en la mayor medida de lo posible. Mientras uno pueda escuchar la voz de Dios y aceptar la verdad, Él lo salvará sin abandonar a nadie. Aunque el hombre transgrede, Dios perdona una y otra vez. Mientras haya una pizca de arrepentimiento en tu corazón, Él te dará una oportunidad. A partir de esto podemos ver que Dios rebosa de misericordia y tolerancia hacia los seres humanos. Su amor por nosotros es enorme en verdad. Los nuevos fieles son como recién nacidos, que aún no comprenden la verdad y carecen de una base sobre el camino verdadero. Dios nos pide que tratemos a estos nuevos fieles con un amor y una tolerancia tremendos. Mientras tengan buena humanidad y realmente crean en Dios, aunque sean débiles, tengan nociones religiosas o estén demasiado ocupados para asistir a las reuniones, no podemos despacharlos alegremente y menos debemos descartarlos por completo. Si pensamos que no son auténticos creyentes y los abandonamos por no venir a las reuniones, después de haberlos apoyado solo unas pocas veces, somos irresponsables. Cuando era nueva en la fe, no me reunía con regularidad porque estaba ocupada en casa. Mis hermanos y hermanas fueron muy comprensivos y cambiaban las horas de reunión para adaptarlas a mi horario, y me comunicaban incansablemente. Con su ayuda y apoyo entendí la importancia de perseguir la verdad y sentí el amor y la tolerancia de Dios hacia mí. Después pude ir a reuniones con regularidad y asumir deberes. Si mis hermanos y hermanas me hubieran despreciado entonces y hubieran pensado que no amaba la verdad y que era una incrédula, ¡habrían desistido de mí hace mucho y no estaría hoy aquí! No estaba considerando para nada las intenciones de Dios ni estaba teniendo contemplaciones con las dificultades de los nuevos fieles. Me sentía disconforme con ellos por creer que estaban demasiado ocupados y que tenían demasiadas nociones. Por eso los di por perdidos y los abandoné, sin querer pagar un precio mayor por ayudarlos. Mi humanidad era muy malévola y no había asumido ni pizca de responsabilidad sobre los nuevos fieles. Oré a Dios: “Dios mío, quiero arrepentirme ante Ti. Estoy dispuesta a subsanar mis errores lo antes posible y a ayudar y apoyar a estos nuevos fieles con amor”.

Luego empecé a ir con otros hermanos y hermanas a brindar apoyo a estos nuevos fieles. Nos informábamos de sus dificultades y hablábamos pacientemente con ellos, y algunos volvieron a las reuniones. Una estaba tan ocupada en el trabajo que le resultaba difícil venir a las reuniones y dijo: “Mientras crea de corazón, Dios jamás me descartará”. Antes, yo había pensado que ella solo estaba centrada en ganar dinero y que no tenía una fe sincera pero, al empezar a comprenderla, supe que ella no había estado asistiendo a las reuniones porque las habíamos fijado en horas que no le venían bien. Entonces, adaptamos las horas de reunión a su horario y hablamos con ella: “En los últimos días, Dios purifica y salva a la humanidad con la verdad. Los auténticos creyentes han de reunirse y hablar de las palabras de Dios, perseguir la verdad, despojarse de sus actitudes corruptas y hacer cambios en su carácter-vida. Ese es el único modo de ser salvados por Dios y entrar en Su reino. Si tenemos fe pero no asistimos a reuniones, si solo reconocemos a Dios con palabras y creemos en nuestros corazones, si tratamos nuestra creencia como un pasatiempo, entonces eso nos hace iguales a no creyentes a los ojos de Dios. Aunque creamos en Él hasta el final, jamás recibiríamos Su aprobación”. Con nuestra enseñanza, esta nueva fiel comprendió que su perspectiva había sido errónea y quiso asistir de nuevo a las reuniones. Mi corazón rebosaba de arrepentimiento cuando vi a todos esos nuevos creyentes listos para asistir a las reuniones, uno después de otro. Había estado dándolos por perdidos basada en ideas mías. ¿No los había estado dañando al hacer esto? ¡Realmente había hecho una gran maldad!

Un día me preguntó mi líder: “Desde que asumiste la labor de riego, ¿de cuántos nuevos fieles te has deshecho por tu irresponsabilidad? Cuando estabas abandonándolos, ¿buscaste los principios-verdad?”. En ese momento no supe qué decirle. Después me envió un pasaje de las palabras de Dios: “Hay muchas personas que siguen sus propias ideas, hagan lo que hagan, y que consideran las cosas en términos altamente simplistas, y no buscan la verdad. Hay una ausencia total de principios y en su interior no piensan en cómo actuar conforme a lo que Dios les pide, o de un modo que lo satisfaga, y lo único que saben hacer es seguir su propia voluntad con terquedad. Dios no tiene lugar en el corazón de esta gente. Algunos dicen: ‘Solo oro a Dios cuando enfrento dificultades, pero no parece que esto tenga ningún efecto; así que, en general, cuando ahora me pasan cosas, ya no oro a Dios, porque no sirve de nada’. Dios está totalmente ausente del corazón de tales personas. No buscan la verdad hagan lo que hagan en los momentos corrientes; solo siguen sus propias ideas. Pues bien, ¿existen principios en sus acciones? Sin duda que no. Lo ven todo en términos simples. Incluso cuando la gente comparte con ellos los principios-verdad, no son capaces de aceptarlos, porque jamás ha habido principios en sus acciones, Dios no tiene lugar en su corazón y solo están ellos mismos en él. Creen que sus intenciones son buenas, que no están haciendo el mal, que no puede considerarse que aquellas vulneren la verdad; creen que actuar conforme a sus propias intenciones debería ser practicar la verdad, que actuar así es someterse a Dios. De hecho, no buscan a Dios ni le oran sinceramente en este asunto, sino que, actuando por impulso, según sus propias intenciones fervientes, no están cumpliendo con su deber como Dios se lo pide, carecen de un corazón sumiso a Dios y este deseo está ausente. Este es el mayor error en la práctica de la gente. Si crees en Dios pero Él no está en tu corazón, ¿no intentas engañarlo? ¿Y qué efecto puede tener semejante fe en Dios? ¿Qué es lo que puedes ganar? ¿Y qué sentido tiene tal fe en Dios?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios revelaban mi estado y conducta exactos. Al abandonar a aquellos nuevos creyentes, no oré ni busqué la verdad, y ni siquiera lo debatí con mi líder. Solo actué sin reflexionar según mi experiencia, y pensé en algunos nuevos fieles que habíamos regado en el pasado y que se saltaron las reuniones durante meses, y en cómo los dejamos ir después de no lograr contactarlos. Pensé que ahora debíamos hacer lo mismo cuando los nuevos fieles no regresaran. Incluso creía que tenía claro cuáles no perseguían la verdad o cuáles eran incrédulos, así que con indiferencia los di por perdidos y los abandoné. No busqué, ni siquiera cuando aquello me hizo sentir incómoda. Cuando mi compañera me lo mentó, no tomé en serio su sugerencia sino que hice lo que quise. Consideraba mis ideas como los principios-verdad y creía que no podía estar equivocada. ¿Acaso no era arrogante y presuntuosa? No me importaba nadie ni llevaba a Dios en el corazón. ¡Era demasiado terca! Juzgaba si los nuevos creyentes tenían auténtica fe o no solo en función de si venían o no a las reuniones y creía que, si no aparecían durante un tiempo y no lográbamos contactarlos, podíamos deshacernos de ellos. De hecho, que los nuevos fieles no asistan a las reuniones no significa que sean incrédulos. Determinar cuáles eran auténticos creyentes y cuáles unos incrédulos requiere una comprensión real de sus contextos y cada caso tiene que ser tratado en forma individual. Algunos de los que no asisten a las reuniones han ido a regañadientes con miembros de sus familias que esperaban que se convirtieran en creyentes. Pero ellos ni siquiera creen en la existencia de Dios, no les gusta leer Sus palabras ni asistir a reuniones. Algunos están persiguiendo cosas mundanas o fama o tendencias malvadas, y ni de lejos les interesa seguir a Dios y asistir a reuniones. Detestan y se resisten a toda enseñanza de las palabras de Dios. Esa gente siente aversión por la verdad por naturaleza, así que son unos incrédulos innatos. Si no quieren asistir a reuniones, podemos deshacernos de ellos por completo. Sin embargo, algunos nuevos fieles tienen buena humanidad y una fe sincera en Dios, pero no comprenden la verdad ni la trascendencia de las reuniones porque justo están empezando. Piensan que solo necesitan reconocer a Dios en sus corazones, y que asistir o no a las reuniones no hace la diferencia. Por eso no les dan mucha importancia y vienen cuando quieren. Otros tienen verdaderas dificultades y son reacios a asistir por conflictos como la coincidencia entre los horarios de su trabajo y los de reunión. Es preciso que los ayudemos con amor y los apoyemos en sus problemas, usando la verdad para resolver sus nociones y sus dificultades, y que les hagamos entender la intención de Dios de salvar al hombre. Al mismo tiempo, debemos adaptar los horarios de reunión a los suyos. Pero yo no estaba tratando a los nuevos fieles según sus situaciones reales ni tenía principios en mi deber. No comprendía la verdad, sino que solo hacía las cosas tercamente a mi manera y trataba a algunos nuevos fieles que no podían asistir a las reuniones como incrédulos y los hacía a un lado sin ningún cuidado.

Dios ha obrado mucho detrás de escena, hizo muchos arreglos y pagó un precio increíble por cada nuevo creyente que acepta Su obra en los últimos días. Hermanos y hermanas han compartido muchas veces con ellos el evangelio, con amor y paciencia. Pero, sin siquiera buscar los principios, yo daba de manera casual por perdidos a algunos nuevos fieles como personas que Dios no salvaría. En realidad, yo era irracionalmente arrogante. Que no vinieran a las reuniones no era su culpa, sino mía, debido a que yo no sabía lo que estaban afrontando, y no los ayudaba y apoyaba como debía. Incluso usaba la frase: “Dios quiere lo mejor de la gente, no solo más gente”, como excusa para abandonarlos. Pero, realmente, eso significaba que el reino de Dios necesita gente con auténtica fe y que ame la verdad, y que Dios no salvará a incrédulos, personas malvadas y anticristos. Pero yo había juzgado a todos aquellos nuevos creyentes que se saltaban las reuniones como personas a quienes Dios no salvaría. Malinterpretaba las palabras de Dios. No les ofrecí enseñanzas reales ni los ayudé, y no pagué un precio ni cumplí con mis responsabilidades. Tampoco llegué a entender si realmente les importaba la verdad o no, ni si eran auténticos incrédulos, sino que los rechacé ciegamente y los abandoné basada en mis propias ideas. Si mi líder no me hubiera podado, no sé a cuántos nuevos creyentes más habría dañado. Vi lo odiosa que había sido mi conducta. No conocía los principios-verdad ni los había buscado, sino que había actuado en función de mi carácter satánico. ¡Esas eran transgresiones! Supe que si no me arrepentía y cambiaba, Dios sin dudas me desdeñaría.

Como líder de iglesia, la intención de Dios es que yo riegue y apoye a los hermanos y hermanas que son nuevos en la fe, que los ayude a subsanar sus nociones y problemas para que conozcan Su obra y se arraiguen cuanto antes en el camino verdadero. Sin embargo, yo hacía lo que me daba la gana y cometía fechorías sin cuidado. No solo iba ciegamente a mi aire, sino que también guiaba a otros y los descarriaba. Como resultado, mis hermanos y hermanas también rechazaban arbitrariamente a los nuevos creyentes. Estaba cometiendo el mal. Al ver la gravedad de las consecuencias de esto, no pude evitar sentirme asustada y enojada conmigo misma. ¿Por qué no oré a Dios ni busqué los principios-verdad en aquel entonces? ¿Por qué no pedí ayuda a mi líder en lugar de dar por perdidos a aquellos que no asistían a las reuniones, como si nada? ¿Qué me llevó a actuar con tal audacia? Oré a Dios y luego leí un pasaje de Sus palabras: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y someterte a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a las intenciones de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y vanidosa. Tu arrogancia y vanidad te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Había leído estas palabras muchas veces, pero recién cuando las comparé con esta experiencia me conmovieron realmente. No hacía mucho que ejercía como líder de iglesia y no tenía ninguna realidad-verdad. Había muchos principios-verdad que no comprendía, pero a pesar de ello me daba muchas ínfulas, como si lo entendiera todo. Con los nuevos creyentes, tildaba de incrédulos a aquellos que no se reunían, en lugar de tratarlos en forma individual de acuerdo a sus contextos reales. Era tan creída que no oraba, no buscaba ni hablaba con mi líder, y ni siquiera seguía los consejos de mi compañera. Era sumamente arrogante. De hecho, hay muchos principios-verdad sobre el trato a los nuevos creyentes, como los principios de ayudar con amor o los principios de tratar justamente a la gente. También hay verdades sobre cómo corregir las nociones de los nuevos creyentes, etc. De haber tenido un corazón mínimamente temeroso de Dios, sin ser tan arrogante y sentenciosa, si hubiera tenido realmente en cuenta estos principios, no habría sido nunca tan terca ni habría perturbado tanto nuestro trabajo. Comprendí que vivir según mi carácter arrogante significaba no poder evitar hacer el mal y resistirme a Dios. Me odiaba y creía merecer de verdad la maldición de Dios. Juré que tenía que buscar la verdad para corregir mi carácter arrogante.

Después de eso, leí dos pasajes de la palabra de Dios: “En su trabajo, los líderes y obreros de la iglesia deben prestar atención a dos principios: uno es realizar su trabajo exactamente según los principios estipulados en los arreglos del trabajo, nunca violar esos principios ni basar su trabajo en nada que pudieran imaginar o en sus propias ideas. En todo lo que hagan deben mostrar interés por la obra de la iglesia y siempre poner los intereses de la casa de Dios primero. Otra cosa, que es la más crucial, es que en todas las cosas se deben enfocar en seguir la guía del Espíritu Santo y hacer todo estrictamente siguiendo las palabras de Dios. Si siguen pudiendo ir en contra de la guía del Espíritu Santo, o si siguen tercamente sus propias ideas y hacen las cosas de acuerdo con su propia imaginación, entonces sus acciones constituirán una resistencia muy seria contra Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “¿Cómo debes reflexionar sobre ti mismo e intentar conocerte, cuando has hecho algo que vulnera los principios-verdad y es desagradable para Dios? Cuando estabas a punto de hacer eso, ¿le oraste? ¿Consideraste alguna vez: ‘¿Hacer las cosas de este modo concuerda con la verdad? ¿Cómo vería Dios este asunto si fuera llevado ante Él? ¿Se alegraría o se irritaría si se enterara? ¿Lo odiaría o lo detestaría?’? No lo buscaste, ¿verdad? Incluso si te lo recordaran, seguirías pensando que el asunto no tenía importancia, no iba en contra de ningún principio ni era pecado. Como resultado, ofendiste el carácter de Dios y lo enfureciste, hasta tal punto que te odió. Esto lo causa la rebeldía de la gente. Por lo tanto, deberías buscar la verdad en todas las cosas. Eso es lo que debes seguir. Si puedes presentarte con seriedad ante Dios para orar de antemano, y luego buscar la verdad según Sus palabras, no te equivocarás. Tal vez haya algunas anomalías en tu práctica de la verdad, pero eso es difícil de evitar, y serás capaz de practicar correctamente tras adquirir cierta experiencia. Sin embargo, si sabes actuar de acuerdo con la verdad pero no la practicas, el problema es que esta te desagrada. Quienes no aman la verdad jamás la buscan, sin importar lo que les suceda. Los que aman la verdad son los únicos que tienen un corazón temeroso de Dios, y cuando suceden cosas que no comprenden, son capaces de buscar la verdad. Si no puedes captar las intenciones de Dios y no sabes practicar, deberías hablar con algunas personas que entiendan la verdad. Si no encuentras a quienes comprenden la verdad, deberías buscar a algunas personas que tengan un entendimiento puro para orar juntos a Dios en unión de mente y espíritu, buscar a partir de Dios, aguardar Su momento, y esperar a que Él os abra un camino. Siempre y cuando todos anhelen la verdad, la busquen y compartan sobre ella juntos, quizá llegue el momento en que a alguno de vosotros se le ocurra una buena solución. Si a todos os parece que la solución es adecuada y un buen camino, entonces eso tal vez haya sido gracias al esclarecimiento y la iluminación del Espíritu Santo. Si, entonces, seguís compartiendo juntos a fin de descubrir una senda de práctica más correcta, sin duda concordará con los principios-verdad. En tu práctica, si descubres que tu camino de práctica sigue siendo algo inadecuado, debes corregirlo de inmediato. Si erras levemente, Dios no te condenará, porque tus intenciones en lo que haces son correctas, y estás practicando de acuerdo con la verdad. Solo estás un poco confundido acerca de los principios y has cometido un error en tu práctica, lo cual es excusable. Pero cuando la mayoría de la gente hace cosas, las hace en función de cómo imagina que han de hacerse. No utilizan las palabras de Dios como base para contemplar cómo practicar conforme a la verdad o cómo recibir el visto bueno de Dios. En cambio, lo único en lo que piensan es en cómo beneficiarse, y cómo hacer que los demás los respeten y los admiren. Hacen las cosas enteramente según sus propias ideas y exclusivamente para satisfacerse a sí mismos, lo que es un problema. Tales personas jamás harán las cosas de acuerdo con la verdad, y Dios siempre las aborrecerá. Si de veras eres alguien con conciencia y razón, pase lo que pase, deberías ser capaz de presentarte ante Dios a orar y buscar, de analizar seriamente las motivaciones e impurezas de tus actos, de determinar qué corresponde hacer según las palabras y los requisitos de Dios, y de ponderar y contemplar reiteradamente qué acciones complacen a Dios, cuáles le disgustan y cuáles reciben Su visto bueno. Debes repasar mentalmente estas cuestiones una y otra vez hasta que las comprendas claramente. Si sabes que tienes tus propias motivaciones al hacer algo, debes reflexionar sobre cuáles son, si se trata de satisfacerte a ti mismo o de satisfacer a Dios, si te beneficia a ti o al pueblo escogido de Dios, y qué consecuencias acarrearán… Si buscas y contemplas más de esta manera en tus oraciones, y te haces más preguntas para buscar la verdad, entonces las anomalías de tus actos serán cada vez menores. Quienes pueden buscar la verdad de esta manera son los únicos que son considerados con las intenciones de Dios y le temen, porque buscan de acuerdo con los requisitos de las palabras de Dios y con un corazón sumiso, y las conclusiones a las que lleguen a partir de buscar así coincidirán con los principios-verdad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me aportaron una senda de práctica. Los líderes y obreros han de trabajar estrictamente de acuerdo con los principios-verdad y la organización de la casa de Dios, y seguir siempre la guía del Espíritu Santo. También es preciso que a menudo oremos y busquemos en el deber y mantengamos un corazón temeroso de Dios. Nunca debemos seguir nuestras propias ideas y experiencias, ni nuestras nociones y figuraciones, haciendo lo que nos dé la gana. Y menos debemos creernos a nosotros mismos ciegamente; debemos buscar los principios-verdad. Cuando no entendemos algo, debemos buscar y hablar con nuestros hermanos y hermanas para comprender firmemente los principios antes de actuar. Así debemos cumplir nuestro deber de acuerdo con la intención de Dios. Esta experiencia, en verdad, me dio una lección. Si Dios no hubiera dispuesto las cosas y no hubiera permitido que mi líder me podara, yo continuaría sin entender la gravedad de las consecuencias de trabajar basada en mis propias ideas. Me dije que, a partir de entonces, tenía que buscar la verdad y cumplir con mi deber según los principios. Luego, dos nuevos miembros dejaron de asistir a las reuniones y no me atreví a seguir mi carácter arrogante y hacer conjeturas con displicencia y abandonarlos. Después de intentar comprender, ayudar y apoyar a uno de ellos muchas veces, y de haber hablado de su situación con nuestra líder, finalmente decidimos que era un incrédulo y nos olvidamos de él. Pero la otra era una hermana que llevaba menos de dos años creyendo en Dios, a la que le gustaba leer Sus palabras, que se esmeraba en el deber. Sin embargo, cuando leía las palabras sobre juzgar y exponer la corrupción de la gente, las comparaba con ella misma y se sentía irremediablemente corrupta. Ella decidió que era una causa perdida y comenzó a abandonarse. Los otros y yo hablamos con ella sobre las palabras de Dios para que viera que Su salvación es para toda la humanidad, que ha sido profundamente corrompida por Satanás. Hablamos sobre el hecho de que Dios entiende nuestras dificultades, debilidades y necesidades, y que mientras no dejemos de perseguir la verdad, Dios no nos abandonará tan fácilmente, pues Él siempre intenta salvar a las personas en la medida de lo posible. Aquella hermana se conmovió hasta las lágrimas y pudo sentir el amor de Dios. La ayudamos y apoyamos varias veces, y ahora se reúne de nuevo con regularidad.

Esta experiencia me ha mostrado realmente los buenos propósitos y el enorme amor que Dios tiene en Su salvación de la humanidad corrupta. Al mismo tiempo, por medio del juicio y la revelación de las palabras de Dios, he logrado comprender un poco mi carácter arrogante y he descubierto el daño y las consecuencias de cumplir con el deber a mi manera. Por fin he aprendido un poco a tener un corazón temeroso de Dios. Ahora puedo cumplir con mi deber según los principios y lo logré a través de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!

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