La terquedad lastima a los demás y a ti mismo
Me eligieron líder de la iglesia en abril de 2020 para que me encargara del trabajo de riego. Observé que, desde hacía poco, algunos nuevos creyentes no asistían siempre a las reuniones, que llegaban tarde y se iban antes. Unos estaban ocupados en sus clases o en el trabajo y decían que vendrían cuando tuvieran tiempo. Otros no venían porque se habían dejado engañar por las mentiras del PCCh y del mundo religioso. Intentamos hablar con ellos, pero algunos no contestaban el teléfono, prácticamente habían desaparecido. Estuve reflexionando que, como habíamos intentado hablar con ellos y no querían asistir, nosotros no teníamos la culpa. Había que olvidarse de ello. Además, Dios quiere lo mejor de la gente, no más gente. Salva a quienes tienen auténtica fe, a quienes aman la verdad. Si ellos no tenían auténtica fe, todo esfuerzo nuestro daría igual. Así pues, sin orar ni buscar y sin debatirlo con mi líder, decidí echar a esos nuevos fieles. Intenté ir a hablar con algunos, pero no querían unirse a las reuniones, por lo que estaba aún más segura de haber juzgado correctamente. Una hermana advirtió la expulsión de muchos nuevos creyentes dos meses seguidos y me preguntó si eso era realmente adecuado. Según ella, podíamos hablar con nuestra líder para aprender los principios. Yo pensaba que así habíamos abordado anteriormente esta clase de cosas. Habíamos intentado hablar con ellos, pero ni siquiera pudimos contactar y algunos perdieron el interés por ser creyentes. No hacía falta buscar los principios. Por tanto, rechacé su sugerencia. Después me sentí un poco incómoda y me pregunté si realmente eso fue lo correcto, pero luego pensé que no podía estar mal, pues les habíamos ofrecido ayuda, pero no querían venir a las reuniones y no era culpa nuestra. Creía que, sencillamente, no eran auténticos creyentes. Aunque me sintiera incómoda, no oraba ni buscaba y todos los meses desistía de algunos nuevos fieles.
Mi líder descubrió después que yo no seguía los principios en eso y me criticó muy duramente alegando que no conocía los principios y que no buscaba, sino que hacía lo que quería sin reflexionar. Añadió que les costaba mucho a todos ellos presentarse ante Dios, que los hermanos y hermanas de nuestras otras iglesias lo daban todo por ayudarlos, pero que yo los apartaba despreocupadamente. Los delimitaba sin brindarles ayuda con amor y eso era muy irresponsable. Me preguntó entonces por qué no asistían a las reuniones, qué clase de nociones y problemas tenían, si había tratado de resoverlos en comunión y si había procurado pensar en otras formas de ayudarlos. No supe responder ninguna de sus preguntas, sino que reproduje mentalmente, como una película, cada escena en la que desistí de nuevos creyentes. Luego, por fin comprendí que no había sido responsable para con ellos, que en realidad no los había ayudado y apoyado con amor. No tenía claro qué nociones tenían sin resolver ni por qué no venían a las reuniones. Como llevaban un tiempo sin ir a reuniones, suponía que habían perdido el interés y no le daba importancia. Entendí que había fallado de veras en mi responsabilidad sobre la vida de los nuevos creyentes y que los rechazaba alegremente en contra de los principios. Me faltaba mucha humanidad. Así pues, me presenté ante Dios a orar y a pedirle esclarecimiento y guía para comprender Su voluntad y poder hacer introspección a fin de conocerme.
Después descubrí este pasaje de las palabras de Dios: “Debes tener cuidado con las personas a las que prediques el evangelio. Cada vez que predicas el evangelio a alguien es como dar a luz a un recién nacido. Su vida es muy frágil y necesita nuestra paciencia, nuestro máximo amor. Aparte, necesita unos métodos y estrategias determinados. Lo más importante es que le transmitamos todas las verdades que Dios ha expresado para la salvación de la humanidad a fin de favorecerlo y, en la medida de lo posible, dejar que aquellos capaces de entender la voz de Dios regresen ante Él. Esto es responsabilidad y obligación de toda persona” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). “Algunas personas tienen poca aptitud y no hace mucho que creen en Dios. Aunque no comprendan la verdad, creen sinceramente en Dios. Sencillamente porque son de poca aptitud, no comprenden la verdad y, cuando sucede algo, no la buscan, a menudo son negativas y opinan que creer en Dios implica demasiadas dificultades, que ellas no son lo bastante buenas. Siempre están preocupadas por no salvarse y a veces hasta tiran la toalla y se rinden voluntariamente, lo que equivale a eliminarse a sí mismas. En el fondo piensan: ‘En cualquier caso, Dios no me ha elogiado por creer en Él. Tampoco le agrado a Dios. Y no tengo mucho tiempo para ir a la asamblea. Mi familia es pobre y necesito ganar dinero’, etc. Todo esto se convierte en el motivo por el que no pueden ir a la asamblea. Si no descubres enseguida lo que ocurre, pensarás que no aman la verdad, que no aman a Dios, que no tienen interés por cumplir con el deber, que codician las comodidades de la carne, que van en pos de las cosas mundanas y no pueden renunciar a ellas, y por eso las dejarás marchar. En realidad se vuelven negativas por sus dificultades; si eres capaz de resolver estos problemas, no serán tan negativas y podrán seguir a Dios. Cuando están débiles y negativas necesitan el apoyo de la gente. Con tu ayuda podrán levantar cabeza. Sin embargo, si las ignoras, será fácil que se rindan. Esto depende de si la gente que hace el trabajo de la iglesia tiene amor, de si lleva esta carga, o no. Que algunas personas no acudan con frecuencia a la asamblea no significa que no crean verdaderamente en Dios, no es sinónimo de falta de sinceridad, no significa que no quieran creer, ni que codicien los placeres de la carne y no sean capaces de dejar de lado a sus familias y su trabajo; ni mucho menos hay que juzgarlas como excesivamente emotivas o enamoradas del dinero. Lo que pasa es que, en estas cuestiones, la estatura y las aspiraciones de las personas son distintas. Para algunas es especialmente importante buscar la verdad, están dispuestas a sufrir y son capaces de renunciar a estas cosas. Otras tienen poca fe, y ante las dificultades reales están indefensas y se dan por vencidas. Si nadie las ayuda ni apoya, tiran la toalla, abandonan el intento; en esos momentos necesitan el apoyo, la atención y el auxilio de la gente, a no ser que sean incrédulas, carentes de amor por la verdad y malas personas, en cuyo caso se las puede ignorar. Si se trata de una buena persona, receptiva y con bastante aptitud, hay que ayudarla y apoyarla” (La comunión de Dios).
Estaba muy avergonzada al pensar en lo que significaba esto. Dios se ha hecho carne en los últimos días y viene a hablar y obrar en medio de nosotros para nuestra salvación. Sabe lo a fondo que nos ha corrompido Satanás y que rebosamos rebeldía y resistencia. Hace todo lo posible por salvar a toda persona. Dios no rechaza alegremente a alguien aunque solo haya un mínimo rayo de esperanza. Dios rebosa misericordia y tolerancia hacia los humanos, es grandísimo Su amor por nosotros. Aquellos nuevos creyentes eran como los recién nacidos. No comprendían la verdad ni tenían todavía una base sobre el camino verdadero. Eran frágiles en la vida. Dios nos pide un amor y una tolerancia tremendos hacia ellos. Mientras tengan auténtica fe y buena humanidad, aunque sean débiles, tengan nociones religiosas y estén demasiado ocupados para ir a reuniones, no podemos despacharlos alegremente. No podemos descartarlos por una pequeñez, pensando que no son auténticos creyentes por no venir a las reuniones, e ignorarlos por completo. Eso acaba con ellos. Cuando era nueva en la fe, no me reunía como era debido porque estaba ocupada en casa, pero los hermanos y hermanas eran muy comprensivos y cambiaban las horas de reunión para adaptarlos a mi horario y me enseñaban incansablemente. Con su ayuda y apoyo entendí la importancia de buscar la verdad y sentí el amor y la tolerancia de Dios hacia mí. Después pude ir a reuniones con normalidad y asumir un deber. Si entonces me hubieran despreciado los hermanos y hermanas, creyendo que no amaba la verdad y que era una incrédula, ¡haría mucho tiempo que habrían desistido de mí y no estaría hoy aquí! Descubrí que ni tenía en cuenta para nada la voluntad de Dios ni era comprensiva con las dificultades de los nuevos fieles. Los rechazaba y estaba a disgusto porque creía que estaban ocupados con cosas diversas y que tenían demasiadas nociones, por lo que los delimitaba y desdeñaba y no quería pagar más precio por ayudarlos. Tenía una humanidad muy malvada y no asumía ni pizca de responsabilidad sobre la vida de los nuevos creyentes. Oraba a Dios: “Dios mío, quiero arrepentirme ante Ti. Te pido que me guíes para subsanar mis fallos lo antes posible, para ayudar y apoyar a estas personas con amor”.
Luego empecé a ir con otros miembros de la iglesia a brindar apoyo a estos nuevos fieles. Nos informábamos de sus dificultades y hablábamos pacientemente con ellos, y algunos volvieron a las reuniones. Una estaba tan ocupada en el trabajo que le resultaba difícil venir a las reuniones y dijo: “Mientras crea de corazón, Dios jamás me eliminará”. Anteriormente, yo pensaba que estaba centrada en ganar dinero y que no tenía una fe sincera, pero, al empezar a comprenderla, supe que no iba a reuniones porque las fijábamos a horas que no le venían bien. Adaptamos las horas de reunión a su horario y hablamos con ella, con lo que comprendió que, en los últimos días, Dios purifica y salva a la humanidad con la verdad, que los auténticos creyentes han de reunirse y hablar de las palabras de Dios, buscar y recibir la verdad, despojarse de su corrupción y experimentar cambios en su vida, y que ese es el único modo de ser salvados por Dios y recibir Su aprobación. A ojos de Dios, eres igual que un incrédulo si tienes fe sin unirte a las reuniones y solo crees en tu interior y reconoces a Dios de palabra o si consideras la fe un pasatiempo. Aunque creas hasta el final, jamás recibirás la aprobación de Dios. Con nuestra enseñanza comprendió que su perspectiva había sido errónea y quiso unirse de nuevo a las reuniones. Me sentí fatal y llena de pesar cuando todos esos nuevos creyentes volvieron, uno tras otro, a unirse a las reuniones. Estaba descartando arbitrariamente a la gente. A punto estuve de echar a perder su ocasión de salvarse, lo que habría sido una gran maldad.
Un día me preguntó mi líder: “Desde que asumiste la labor de riego, ¿de cuántos nuevos fieles te has deshecho por tu irresponsabilidad? Al deshacerte de ellos, ¿buscaste los principios de la verdad?”. No sabía qué decirle. Después me envió un pasaje de las palabras de Dios: “Sin importar lo que hagas, primero debes entender por qué lo estás haciendo, qué intención es la que te dirige a hacer esto, cuál es el significado de que lo hagas, cuál es la naturaleza del asunto, y si lo que estás haciendo es algo positivo o negativo. Debes tener un entendimiento claro de todos estos asuntos; esto es muy necesario para poder actuar con principios. Si estás haciendo algo para cumplir con tu deber, entonces debes ponderar: ¿cómo debo cumplir bien con mi deber para no hacerlo solo de manera superficial? Debes orar y acercarte a Dios en esta cuestión. Orar a Dios tiene por fin buscar la verdad, el camino para practicar, Su intención y cómo satisfacerle. La oración está orientada a lograr estos efectos; no es un mero ritual religioso. Así es como te acercas a Dios en todo lo que haces. No implica realizar una ceremonia religiosa o una acción externa. Se hace con el propósito de practicar de acuerdo con la verdad después de buscar la voluntad de Dios. Si siempre dices ‘gracias a Dios’ cuando no has hecho nada, y quizás parezcas muy espiritual y perspicaz, pero si, cuando llega el momento de actuar haces lo que quieres, sin buscar la verdad en absoluto, entonces este ‘gracias a Dios’ no es más que un mantra, una falsa espiritualidad. Al cumplir con tu deber o trabajar en algo, siempre debes pensar: ‘¿cómo debo cumplir con este deber? ¿Cuál es la voluntad de Dios?’ Te corresponde a ti acercarte a Dios a través de lo que haces, y, al hacerlo, buscar los principios y la verdad para tus acciones, buscando la voluntad de Dios en tu interior, no desviándote de Sus palabras ni de los principios de la verdad en nada de lo que hagas; solo alguien así realmente cree en Dios. Si, independientemente de lo que hagan, las personas siguen sus propias ideas y consideran las cosas en términos altamente simplistas, y si hacen lo que les place y tampoco buscan la verdad, si hay una ausencia total de principios y en su interior no piensan en cómo actuar conforme a lo que Dios les pide, o de un modo que lo satisfaga, y lo único que saben hacer es seguir su propia voluntad con terquedad, entonces Dios no tiene lugar en su corazón. Algunos dicen: ‘Solo oro a Dios cuando enfrento dificultades, pero no parece que esto tenga ningún efecto; así que, en general, cuando ahora me pasan cosas, ya no oro a Dios, porque no sirve de nada’. Dios está totalmente ausente del corazón de tales personas. La mayor parte del tiempo, no buscan la verdad sin importar lo que hagan; solo siguen sus propias ideas y hacen lo que les place. Pues bien, ¿existen principios en sus acciones? Sin duda que no. Lo ven todo en términos simples y hacen lo que les place. Incluso cuando la gente comparte con ellos los principios de la verdad, no son capaces de aceptarlos, porque jamás han habido principios en sus acciones y Dios no tiene lugar en su corazón; solo están ellos mismos en él. Creen que sus intenciones son buenas, que no están haciendo el mal, que no puede considerarse que aquellas vulneren la verdad; creen que actuar conforme a sus propias intenciones es practicar la verdad, que actuar así es obedecer a Dios. De hecho, no buscan a Dios ni le oran sinceramente en este asunto, no han hecho su mayor esfuerzo por cumplir con lo que Dios les pide a fin de satisfacerlo; carecen de este estado verdadero, de este deseo. Este es el mayor error en la práctica de la gente. Si crees en Dios pero Él no está en tu corazón, ¿no intentas engañarlo? ¿Y qué efecto puede tener semejante fe en Dios? ¿Qué es lo que puedes ganar? ¿Y qué sentido tiene tal fe en Dios?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Buscar la voluntad de Dios es en aras de practicar la verdad). Las palabras de Dios revelaban mi estado y conducta exactos. Al deshacerme de aquellos nuevos creyentes, no oré ni busqué la verdad y ni siquiera lo debatí con mi líder. Actué sin reflexionar según mi experiencia y pensé que, como ya había regado a nuevos fieles, si se saltaban las reuniones durante meses, teníamos que deshacernos de ellos, por lo que, si estos no volvían, ¿no debía hacer lo mismo? Como creía que tenía claro cuáles no buscaban la verdad o eran incrédulos, los delimité y rechacé alegremente. No oré ni busqué ni siquiera cuando aquello me hizo sentir incómoda y no le di importancia cuando mi compañera me lo mentó, sino que hice lo que quise. Consideraba mis nociones y fantasías como principios de la verdad y creía que no podía estar equivocada. No me importaba nadie ni llevaba a Dios en el corazón. ¡Era demasiado terca! Juzgaba si los nuevos creyentes tenían auténtica fe o no en función de si venían a las reuniones y creía que, si no aparecían durante un tiempo y no volvían, podíamos deshacernos de ellos. Aunque no estuvieran viniendo a las reuniones, debería haber diferenciado cuáles eran auténticos creyentes y cuáles unos incrédulos. Algunos de los que había desistido les seguían el juego a disgusto a familiares que esperaban que se hicieran creyentes, pero realmente lo hacían con desgana. No les gustaba leer las palabras de Dios ni ir a reuniones. Algunos seguían en pos de la reputación, la fortuna y las tendencias mundanas. Ni de lejos les interesaba seguir a Dios. Detestaban y se resistían a toda enseñanza de las palabras de Dios. Esa gente detesta la verdad por naturaleza, así que son unos incrédulos innatos. Cuando la gente así no vaya a reuniones, podemos deshacernos de ella. Algunos nuevos fieles tienen buena humanidad y fe sincera, pero no comprenden la verdad ni la trascendencia de las reuniones porque justo están empezando. Piensan que solo han de creer en Dios en su interior y que dan igual las reuniones, por lo que no les dan importancia y vienen cuando pueden; si no, se las saltan. Otros se encuentran con dificultades prácticas, como la coincidencia entre los horarios de trabajo y de reunión, por lo que no quieren venir. Es preciso que les enseñemos y los ayudemos con amor en sus dificultades y que, con las palabras de Dios, corrijamos sus nociones y les hagamos entender la voluntad de Dios de salvar al hombre, además de adaptar los horarios de reunión a los suyos. Yo no distinguía sus situaciones reales ni tenía principios en el deber. No comprendía la verdad, sino que hacía las cosas tercamente a mi manera y echaba despreocupadamente a la cuneta un alma tras otra. Cometía el mal y perturbaba la obra de gestión de Dios.
Dios pagaba un gran precio por cada nuevo creyente que aceptaba Su obra de los últimos días. También los hermanos y hermanas les predicaron el evangelio con amor y paciencia muchas veces, pero, sin ni siquiera buscar la verdad, yo los delimitaba como personas a quienes Dios no salvaría. En realidad era irracionalmente arrogante. Que no vinieran a las reuniones no era un problema de ellos, sino debido a que yo no sabía lo que estaban afrontando y no los ayudaba y apoyaba como debía. Además, usaba el reclamo de que Dios quiere lo mejor de la gente, no más gente, como excusa para desistir de los nuevos fieles. Pero, realmente, eso significaba que el reino de Dios necesita gente con auténtica fe y que ame la verdad y que Dios no salva a incrédulos, malhechores y anticristos. Pero yo había juzgado a los nuevos creyentes que se saltaban las reuniones como personas a quienes no salvaría Dios. Malinterpretaba las palabras de Dios. No les ofrecí enseñanzas prácticas ni ayuda y no pagué un precio ni hice lo que debí haber hecho. Tampoco llegué a entender si realmente les importaba la verdad o no ni si eran auténticos incrédulos, sino que los rechacé unilateralmente sin reflexionar. De no haberme podado y tratado mi líder, no habría entendido que estaba echando a perder la ocasión de salvarse de toda esa gente. Vi lo odiosa que había sido mi conducta. No conocía los principios ni buscaba, sino que actuaba en función de mi carácter satánico. ¡Eso eran transgresiones! Supe que tenía que arrepentirme y cambiar; si no, Dios estaría, sin duda, disgustado conmigo.
Como líder de iglesia, la voluntad de Dios para mí es que riegue y sustente a los hermanos y hermanas nuevos en la fe, que los ayude a subsanar sus nociones y problemas para que conozcan la obra de Dios y se arraiguen antes en el camino verdadero. Sin embargo, yo hacía lo que me daba la gana. No solo iba a mi aire, sino que era la ciega que guiaba a los ciegos y descarriaba a otras personas, por lo que también los hermanos y hermanas rechazaban arbitrariamente a los nuevos creyentes, con lo que echaban a perder su ocasión de salvarse. Estaba cometiendo el mal. Sentí miedo ante la gravedad de las consecuencias de hacer las cosas a mi modo. Asimismo, me detesté. ¿Por qué no oré a Dios ni busqué los principios de la verdad en aquel entonces? ¿Por qué no pedí ayuda a mi líder? ¿Qué me llevó a actuar con esa bravuconería? Oré a Dios y luego leí un pasaje de Sus palabras. “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; harían que te creyeras superior tanto a los demás como a Dios, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y venerara tus pensamientos, ideas y nociones como verdad. ¡Ve cuántas cosas malas te lleva a hacer esta naturaleza arrogante y engreída!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Lo había leído muchas veces, pero realmente me hablaba a mí tras esta experiencia. No hacía mucho que ejercía de líder de iglesia y no tenía ninguna realidad de la verdad. No comprendía tantos principios de la verdad, pero me daba muchas ínfulas, como si lo entendiera todo. Con los nuevos creyentes solo me fijaba en cómo se comportaban, no en su esencia. Además, al creerme muy especial, no oraba, buscaba ni hablaba con mi líder y ni siquiera seguí los consejos de mi compañera. Era sumamente arrogante. Mi líder me criticó por no comprender los principios y ni siquiera buscar esas verdades, y tenía toda la razón. Hay muchos principios sobre el trato a los nuevos creyentes, como el principio de ayudar con amor o el de tratar justamente a la gente. También hay, entre otras, verdades sobre cómo corregir sus nociones. De haber tenido la más mínima veneración por Dios y no haber confiado tanto en mí misma, y de haber tenido realmente en cuenta estos principios, no habría sido nunca tan terca ni habría perturbado tanto nuestro trabajo. Comprendí que vivir según mi carácter arrogante me hizo cometer el mal y resistirme a Dios. Me detestaba cada vez más y creía merecer de verdad la condenación de Dios. Asimismo, juré que tenía que buscar la verdad para corregir mi carácter arrogante.
Después leí un par de pasajes. “En su trabajo, los líderes y obreros de la iglesia deben prestar atención a dos cosas: uno es realizar su trabajo exactamente según los principios estipulados en los arreglos de la obra, nunca violar esos principios ni basar su trabajo en nada que pudieran imaginar o en sus propias ideas. En todo lo que hagan deben mostrar interés por la obra de la casa de Dios y siempre poner sus intereses primero. Otra cosa, que es la más crucial, es que en todas las cosas se deben enfocar en seguir la guía del Espíritu Santo y hacer todo estrictamente siguiendo las palabras de Dios. Si sigues pudiendo ir en contra de la guía del Espíritu Santo, o si sigues tercamente tus propias ideas y haces las cosas de acuerdo con tu propia imaginación, entonces tus acciones constituirán una resistencia muy seria contra Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios fundamentales de obra para los líderes y obreros). “¿Cómo debes reflexionar sobre ti mismo e intentar conocerte, cuando has hecho algo que vulnera los principios de la verdad y es desagradable para Dios? Cuando estabas a punto de hacer eso, ¿le oraste? Te preguntas si llegaste a considerar lo siguiente: ‘¿Cómo vería Dios este asunto si fuera llevado ante Él? ¿Se alegraría o se irritaría si se enterara? ¿Abominaría de ello?’. No lo buscaste, ¿verdad? Incluso si te lo recordaran, seguirías pensando que el asunto no tenía importancia, no iba en contra de ningún principio ni era pecado. Como resultado, ofendiste el carácter de Dios y lo enfureciste enormemente, hasta el punto de despreciarte. Si hubieras buscado, examinado y tenido claro el asunto antes de actuar, ¿no lo habrías podido manejar? Aunque puede haber ocasiones en las que el estado de la gente no sea bueno, o sea negativo, si lleva solemnemente ante Dios en oración todo lo que piensa hacer, y luego busca la verdad basándose en las palabras de Dios, no cometerá grandes errores. Cuando practica la verdad, a la gente le resulta difícil evitar los errores, pero si sabes cómo hacer las cosas de acuerdo con la verdad en el momento en que las haces, pero no las llevas a cabo de acuerdo con ella, el problema es que no amas la verdad. El carácter de una persona que no ama la verdad no se transformará. Si no comprendes con exactitud la voluntad de Dios ni sabes cómo practicar, debes hablar con otras personas y buscar la verdad. Y si los demás también están teniendo dificultades, debéis orar juntos y recurrir a Dios, a la espera de Su tiempo, esperando que Él abra un camino. Es posible que se te ocurra una solución que te facilite un buen camino, y es muy probable que esto surja a partir del esclarecimiento del Espíritu Santo. Si finalmente descubres que al llevarla a efecto de esta manera has cometido un pequeño error, debes corregirlo rápidamente, y entonces Dios no lo considerará pecado. Dado que tenías las intenciones correctas al poner este asunto en práctica, estabas practicando de acuerdo con la verdad y simplemente no conocías los principios con claridad y tus actos se tradujeron en algunos errores, esta era una circunstancia atenuante. No obstante, hoy en día mucha gente depende únicamente de sus manos para trabajar y de su mente para hacer esto y aquello, y rara vez considera estas cuestiones: ¿Se adecúa este modo de practicar a la voluntad de Dios? ¿Le agradaría a Dios que lo hiciera de este modo? ¿Confiaría Dios en mí si lo hiciera de esta manera? ¿Estaría poniendo en práctica la verdad si lo hiciera así? Si Dios se enterara de esta cuestión, ¿podría decir: ‘Lo has hecho correcta y apropiadamente. Sigue así’? ¿Sabes analizar detenidamente todo lo que haces? ¿Es probable que uses las palabras de Dios y Sus requisitos como base para reflexionar sobre todo lo que hagas, considerando si actuar así es algo que Dios ama o desprecia, y qué pensarán los escogidos de Dios cuando hagas eso, cómo lo evaluarán? […] Cuando pases más tiempo analizando tales cosas, haciéndote estas preguntas y buscando, tus errores serán cada vez más pequeños. Al hacer las cosas de esta manera, demostrará que eres una persona que busca realmente la verdad y que te encuentras entre los que veneran a Dios, pues haces las cosas de la manera que Dios requiere y de conformidad con los principios de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Buscar la voluntad de Dios es en aras de practicar la verdad).
Sus palabras me aportaron una senda de práctica. Los líderes y obreros han de trabajar estrictamente de acuerdo con la organización del trabajo y los principios de la verdad y seguir siempre la guía del Espíritu Santo. También es preciso que oremos y busquemos en el deber y que veneremos a Dios de corazón, no que sigamos nuestras ideas, nociones o experiencias previas y hagamos lo que nos dé la gana. En realidad no podemos creernos a nosotros mismos sin reflexionar, sino que hemos de buscar los principios de la verdad, y cuando no entendamos algo, debemos buscar y hablar con otros para comprender los principios antes de actuar. Esa es la voluntad de Dios. Esta experiencia, en verdad, me dio una lección. Si Dios no hubiera dispuesto las cosas y no hubiera hecho que me criticara mi líder, yo continuaría sin entender la gravedad de las consecuencias de mis actos. Me dije que, a partir de entonces, tenía que buscar la verdad y cumplir con el deber según los principios. Luego dejaron de venir a las reuniones un par de nuevos miembros y no me atreví a hacer conjeturas y a rechazarlos con tanta altivez. A uno le habíamos tendido la mano muchas veces para ofrecerle apoyo y también habíamos hablado de su situación con nuestra líder. Nos aseguramos de que era un incrédulo y nos olvidamos de él. La otra era una hermana que llevaba menos de dos años creyendo en Dios, a la que le gustaba leer Sus palabras, que se esmeraba en el deber y que, cuando leía las palabras en las que Dios juzga y expone la corrupción de la gente, las comparaba con ella misma y se sentía irremediablemente corrupta e iba a dejarlo. Le enseñamos juntos las palabras de Dios para que viera que Su salvación es para aquellos que estamos corrompidos por Satanás, que Dios entiende nuestras dificultades y debilidades como una madre y que, mientras no dejemos de buscar la verdad, Dios no se dará por vencido con nosotros, pues Él salva al hombre en la medida de lo posible. Cuando le dijimos aquello, su rostro se bañó en lágrimas y ella sintió el amor de Dios. La ayudamos varias veces y ahora se reúne de nuevo con normalidad.
Esta experiencia me ha mostrado realmente los sinceros propósitos y el asombroso amor de Dios para salvar a la humanidad corrupta. Y por medio del juicio y castigo de las palabras de Dios, he logrado comprender un poco mi carácter arrogante y he descubierto el peligro y las consecuencias de cumplir con el deber a mi manera. Por fin he aprendido a venerar un poco a Dios. Ahora sé cumplir con el deber según los principios, y todo gracias a la guía de Dios. ¡Gracias a Dios!