La Palabra de Dios resuelve todas las mentiras

16 Abr 2023

Por Ye Qiu, China

En junio de 2022 me eligieron para ser la diaconisa de riego y estaba regando nuevos fieles junto con la hermana Cheng Lin. Como hacía poco que habían aceptado la obra de Dios de los últimos días, los nuevos creyentes todavía tenían muchas nociones religiosas. Temía que mi enseñanza fuera poco clara y que no se resolvieran sus problemas, así que le pedí antes al líder que buscara conmigo algunos pasajes de las palabras de Dios sobre sus nociones. El día de la reunión, mientras enseñaba las palabras de Dios que había preparado por adelantado sobre las nociones de los nuevos creyentes, las mismas pudieron resolverse. Cuando íbamos a terminar, me preguntó Cheng Lin: “Tus respuestas a las preguntas de los nuevos creyentes fueron muy detalladas hoy. ¿Hablaste antes con el líder?”. Al escucharla, comencé a pensar rápido. Dado que yo era nueva en ese deber, ¿sospechaba ella que mi actuación ese día no reflejaba mi nivel real? Si le decía que había sacado la mayor parte de mis enseñanzas del líder, ¿seguiría admirándome? ¿No pensaría que no era una obrera capaz? Pensé para mis adentros que no podía contarle la verdad. Así pues, respondí: “No”. En cuanto lo dije, noté que había ido en contra de mi conciencia. Claramente, el líder y yo ya lo habíamos hablado, pero miré a Cheng Lin a los ojos y contesté que no. ¿No estaba mintiendo adrede? Si el líder venía un día y Cheng Lin le preguntaba, mi mentira quedaría al descubierto: ¡qué humillante! Todos me dirían que era en verdad falsa. Cuanto más lo pensaba, más me incomodaba. Esa noche me acosté y dormí a ratos. Al día siguiente fui a buscar a Cheng Lin, dispuesta a sincerarme y exponerme ante ella, pero tenía las palabras en la punta de la lengua y simplemente no me salían. Temía que Cheng Lin me despreciara si se lo contaba y que me creyera una inexperta, demasiado centrada en la reputación y el estatus. Tal vez dijera que era verdaderamente falsa como para mentir en algo tan pequeño. No dije nada tras considerar todo aquello. De camino a casa recordé unas palabras de Dios: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Me sentí aún más culpable. No sabía decir una sola verdad. ¿Cómo podría ser una persona honesta del agrado de Dios? Me sentí fatal, como si un gran peso me destrozara el corazón. Me pregunté: Si sé muy bien que Dios odia a los falsos mentirosos, ¿por qué cuesta tanto decir la verdad?

Mientras reflexionaba, pensé que no había mentido únicamente en una cosa. Solía ser igual en otras cosas. En una ocasión, el líder nos preguntó a cuántos nuevos fieles podríamos regar al mes. Yo era nueva en el deber y no comprendía del todo sus principios, así que no podía aceptar muchos pero, si decía la verdad, temía que el líder dijera que tenía carencias y que no estaba a la altura del trabajo. Por ello, inflé un poquito mi cifra. Mi cifra era bastante alta, pero yo todavía no estaba tranquila. Temía que luego fuera muy humillante si no podía regar a tantos nuevos fieles, demorando su entrada en la vida. Pero ya lo había dicho y me daba vergüenza sincerarme con el líder. Tenía que hacer de tripas corazón y continuar. Días antes, el líder me había preguntado cuánto había tardado en resolver el problema de un nuevo fiel. Como al principio no había entendido la noción de ese nuevo fiel, hablé con él varias veces. Cuando me preguntó por ello el líder temí que, si le contaba la verdad, él dijera que me faltaba aptitud. Que un problema tan pequeño requiriera muchas enseñanzas podría dar la imagen de que era inexperta e ineficiente. Por preservar mi imagen, mentí diciendo que se resolvió con una única enseñanza. Más tarde me sentía inquieta, con miedo a ser revelada algún día. Al recordar mi conducta, vi que mentía mucho para preservar mi imagen y dar buena impresión a la gente. Vivía en tinieblas y sufriendo, muy alejada de los estándares de Dios para ser alguien honesto. Me acordé de los hermanos y hermanas que practicaban ser honestos y corregir sus naturalezas falsas. Algunos hasta habían escrito artículos de testimonios vivenciales. Pero yo, después de años en la fe, todavía mentía mucho y carecía de toda honestidad. De seguir así en mi fe, seguro que Dios me descartaría. Enseguida oré: “Dios mío, hace años que creo en Ti. Todavía continúo mintiendo y engañando cuando mis intereses se ven implicados, cosa que te disgusta. No quiero seguir así. Por favor, guíame para resolver mi problema con la mentira”.

Había un pasaje que leí en mis devociones espirituales: “La gente suelta a menudo tonterías en su vida cotidiana, cuenta mentiras, dice cosas ignorantes y necias, y se pone a la defensiva. La mayoría de estas cosas se dicen en aras de la vanidad y el orgullo, para satisfacer sus propios egos. Decir tales falsedades revela sus actitudes corruptas. Si resolvieras estos elementos corruptos, se purificaría tu corazón y poco a poco te convertirías en alguien más puro y honesto. En realidad, todo el mundo sabe por qué miente. En aras de la ganancia y el orgullo personal, o por vanidad y estatus, tratan de competir con otros y se hacen pasar por algo que no son. Sin embargo, sus mentiras se acaban revelando y los demás las sacan a relucir, y acaban por perder su prestigio, además de su dignidad y su talante. Todo esto viene causado por una excesiva cantidad de mentiras. Estas se han vuelto demasiado numerosas. Cada palabra que dices está adulterada y no es sincera, ni una sola se puede considerar veraz u honesta. Aunque cuando dices mentiras no te parezca que has perdido prestigio, en el fondo, te sientes desgraciado. Tienes cargo de conciencia y una mala opinión de ti mismo, piensas: ‘¿Por qué llevo una vida tan penosa? ¿Tan difícil es decir la verdad? ¿He de recurrir a las mentiras en aras de mi orgullo? ¿Por qué es tan agotadora mi vida?’. No tienes que vivir una vida tan agotadora. Si puedes practicar ser una persona honesta, podrás llevar una vida relajada, libre y liberada. Sin embargo, has escogido defender tu orgullo y vanidad contando mentiras. En consecuencia, vives una existencia agotadora y desdichada, es algo que te causas a ti mismo. Uno puede obtener un sentimiento de orgullo al contar mentiras, pero ¿en qué consiste eso? Solo es algo vacío y completamente inútil. Contar mentiras significa vender el propio talante y la propia dignidad. Te despoja de tu propia dignidad y de tu talante, desagrada a Dios y Él lo detesta. ¿Merece la pena? No. ¿Es esta la senda correcta? No, no lo es. Aquellos que mienten con frecuencia viven según sus actitudes satánicas, bajo el poder de Satanás. No viven en la luz, no viven en presencia de Dios. Piensas constantemente en cómo mentir y, después de hacerlo, tienes que pensar en cómo tapar esa mentira. Y cuando no la tapas lo bastante bien y queda en evidencia, tienes que devanarte los sesos e intentar aclarar las contradicciones para que sea plausible. ¿Acaso no es agotador vivir de este modo? Es extenuante. ¿Merece la pena? No. Devanarse los sesos para contar mentiras y luego taparlas, todo en aras del orgullo, la vanidad y el estatus, ¿qué sentido tiene nada de eso? Al final, reflexionas y piensas para tus adentros: ‘¿Qué sentido tiene? Es demasiado agotador contar mentiras y tener que taparlas. Comportarme de este modo no sirve de nada; sería más fácil convertirme en una persona honesta’. Deseas convertirte en una persona honesta, pero no puedes desprenderte de tu orgullo, tu vanidad y tus intereses personales. Por tanto, solo puedes recurrir a decir mentiras para conservar esas cosas. […] Si crees que las mentiras sirven para mantener la reputación, el estatus, la vanidad y el orgullo que anhelas, estás completamente equivocado. En realidad, al contar mentiras no solo no mantienes tu vanidad y orgullo, ni tu dignidad y tu talante sino, lo que es más grave, pierdes la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque te las arregles para proteger tu reputación, tu estatus, tu vanidad y tu orgullo en ese momento, has sacrificado la verdad y has traicionado a Dios. Esto significa que has perdido por completo la oportunidad de que Él te salve y te perfeccione, lo cual supone una enorme pérdida y un remordimiento de por vida(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Todas las palabras de Dios describían mi estado real. Siempre mentía y engañaba para proteger mi vanidad y mi orgullo. Aparentaba, lo cual era una manera agotadora de vivir que me provocaba tristeza. Cuando empecé a regar a nuevos creyentes, Cheng Lin vio que no enseñaba mal y me preguntó si había hablado con el líder de antemano. Una pregunta muy normal. Podría haber contestado con un simple “sí”. Sin embargo, temí que me despreciara si le contaba la verdad. Pensando en mi reputación, mentí adrede. Asimismo, cuando el líder nos preguntó a cuántos nuevos fieles podríamos regar, no respondí en función de mi estatura real. Temía que el líder dijera que era una incompetente si daba una cifra baja, por lo que la inflé a propósito. Luego me preocupaba no poder ocuparme de ello; cumplir mi deber de esta forma era muy agotador y estresante. También era así cuando regaba a nuevos creyentes. Con mi comprensión superficial de la verdad, tuve que hablar muchas veces con el nuevo fiel para resolver su problema pero, como estaba pensando en lo que opinaría el líder de mí, le dije a este que solo tuve que enseñarle una vez. Había mentido y engañado una y otra vez con tal de proteger mi vanidad y mi orgullo, para que otros me miraran con buenos ojos. ¡Qué falsa e hipócrita era! Creía que, si no contaba la verdad, los demás y el líder no conocerían mi auténtico nivel y yo podría preservar mi imagen, pero Dios lo escruta todo. Puedo engañar a otra gente, pero jamás a Dios. Luego de un tiempo, todos discernirían cómo era yo. Verían que era alguien carente de la realidad-verdad y que mentía constantemente. En realidad, me sentía fatal tras mentir. Temía que, algún día, mi mentira quedara al descubierto y se viera cómo era yo. No solo quedaría mal, sino que seguro que los demás dejarían de confiar en mí. A la larga, la preocupación y la inquietud me atormentaban. Era agotador. Estaba en tinieblas y sufriendo. Al mentir y engañar continuamente, y no practicar la verdad ni ser honesta, no solo tenía pérdidas en mi propia vida, sino que vivía sin integridad ni dignidad alguna, cosa que disgusta a Dios. Recordé lo que señaló el Señor Jesús: “Sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal(Mateo 5:37). “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira(Juan 8:44). A Dios le agradan los honestos y detesta a los falsos. Debería haber hablado y actuado según las palabras de Dios, llamando a las cosas por su nombre. Sí significa sí, y no significa no, pero yo mentía una y otra vez para preservar mi imagen. ¿En qué se diferencia eso del diablo, Satanás? El diablo siempre miente, nunca dice nada sincero. Incluso hasta ahora, yo también había mentido bastante. Si no me arrepentía, seguro que Dios me descartaría. Me devanaba los sesos por mis mentiras y mi falsa imagen con el fin de preservar mi imagen y gozar de beneficios inmediatos pero, a consecuencia de ello, Dios estaba disgustado, era detestable para la gente y yo sufría. Era una estúpida.

Seguí haciendo introspección y, un día, leí algo en las palabras de Dios: “Cuando las personas engañan, ¿qué intenciones hay detrás de ello? ¿Y cuál es el objetivo que intentan lograr? Sin excepción, se trata de ganar fama, ganancia y estatus; en pocas palabras, es por el bien de sus propios intereses. ¿Y qué subyace en la búsqueda de intereses personales? Que la gente considera sus intereses de mayor importancia que todo lo demás. Engaña en beneficio propio, con lo que revela así su carácter taimado. ¿De qué modo debe resolverse este problema? En primer lugar, debes discernir y saber qué son los intereses, qué le aportan exactamente a la gente y cuáles son las consecuencias de afanarse por ellos. Si no eres capaz de averiguarlo, renunciar a ellos será más fácil de decir que de hacer. Si la gente no comprende la verdad, nada le resultará más complicado que renunciar a sus intereses. Eso se debe a que sus filosofías de vida son ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ y ‘El hombre muere por la riqueza como las aves por el alimento’. Obviamente, vive para sus intereses. La gente piensa que, sin sus intereses, si los perdiera, no podría sobrevivir. Es como si su supervivencia fuera inseparable de ellos; por eso la mayoría de la gente está ciega a todo lo que no sean sus intereses. Los considera superiores a todo lo demás, vive para sus intereses, y conseguir que renuncie a ellos es como pedirle que renuncie a su propia vida(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). “Supongamos que una persona falsa es consciente de que es falsa, de que le gusta mentir y no le agrada decir la verdad, y de que siempre oculta cosas en sus tratos con otros, pero le divierte todo esto y piensa: ‘Es fenomenal vivir así. Engaño a los demás constantemente, pero no pueden hacerme lo mismo. Casi siempre estoy satisfecho por lo que respecta a mis propios intereses, mi orgullo, mi posición y mi vanidad. Las cosas salen según mis planes, a la perfección, sin problemas, y nadie puede descubrirlo’. ¿Alguien así está dispuesto a ser honesto? No. Esta persona cree que el engaño y la tortuosidad son una muestra de inteligencia y sabiduría, cosas positivas. Valora estas cosas y no sabe estar sin ellas. ‘Esta es la manera perfecta de comportarse, y la única forma sustanciosa de vivir’, piensa. ‘Es el único modo valioso de vivir, el que hace que otros me envidien y admiren. Sería una estupidez y una idiotez por mi parte no vivir según las filosofías satánicas. Siempre saldría perdiendo, me intimidarían, me discriminarían y me tratarían como un lacayo. Vivir de esa manera no vale para nada. ¡Jamás seré una persona honesta!’. ¿Este tipo de individuo abandonará su carácter falso y practicará ser honesto? En absoluto. […] No estima las cosas positivas, ni anhela la luz ni ama el camino de Dios ni la verdad. Le gusta seguir las tendencias mundanales, está enamorada de la fama, del beneficio y de la posición y adora todo ello, le encanta sobresalir de la multitud, y reverencia a los grandes y famosos, pero, en realidad, venera a los demonios y satanases. Lo que persigue en el corazón no es la verdad ni las cosas positivas; por el contrario, exalta el conocimiento. En su interior, no aprueba a quienes persiguen la verdad y dan testimonio de Dios; en su lugar, aprueba y admira a los que tienen talentos y dones especiales. En su fe en Dios, no recorre la senda de perseguir la verdad, sino la de buscar la fama, el beneficio, la posición y el poder; se esfuerza por tener gran astucia y vencer con estratagemas brillantes; intenta integrarse en los escalones superiores de la sociedad para convertirse en una persona magnífica y famosa. Quiere que la saluden con adoración y le den la bienvenida en todos los acontecimientos a los que asista; desea ser un ídolo para los demás. Ese es el tipo de persona que quiere ser. ¿Qué clase de camino es este? El de los demonios, el de la senda del mal. No es el que toma alguien que cree en Dios. Estas personas emplean las filosofías de Satanás, su lógica, utilizan cada uno de sus ardides y tretas, en cada situación, para aprovecharse de la confianza personal de los demás y engañarlos, y hacer que las adoren y las sigan. Quienes creen en Dios no deberían recorrer esta senda; no solo no se salvarán, sino que también se encontrarán con el castigo de Dios: no puede caber la menor duda de esto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. No es posible salvarse por creer en la religión ni participar en ceremonias religiosas). Las palabras de Dios me mostraban por qué era capaz de mentir y actuar con falsedad una y otra vez, y por qué nunca me atrevía a abrirme y ser honesta: porque tengo una naturaleza falsa. Era reacia a la verdad y no amaba las cosas positivas. Mi prioridad no era buscar alcanzar la verdad y ser una persona que alegrara a Dios, sino que valoraba filosofías satánicas como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “No se pueden lograr grandes hazañas sin decir mentiras”, así como mi imagen y mis intereses. De pequeña tenía un pariente que solo hizo secundaria, pero afirmaba ser graduado universitario. Cuando era obvio que no tenía cierta competencia, se ensalzaba diciendo que había estudiado en alguna universidad prestigiosa. Cuando mentía y fingía de esa forma, la gente no solo no lo despreciaba, sino que lo respetaba y admiraba. Vi muchas situaciones similares mientras crecía y eso me influyó. Sin darme cuenta, en el fondo me parecían bien esas estrategias satánicas. Creía que, a veces, una mentira podía resolver realmente un asunto. No solo podías recibir admiración sino, tal vez, lograr lo que quisieras. Por eso seguí viviendo de acuerdo con esta idea tras llegar a la casa de Dios. Si algo incumbía a mi imagen o mis intereses, no podía evitar mentir, engañar y fingir. Ni siquiera cuando me sentía culpable por mentir me atrevía a sincerarme con todos, por miedo a que, de ser franca, vieran cómo era y pensaran mal de mí. La idea de pasar esa vergüenza… ¡antes muerta! Prefería vivir en tinieblas y desdicha a soltar una palabra cierta, con lo que me volví cada vez más hipócrita y falsa. El Partido Comunista Chino es así. Por muchas cosas malvadas y escandalosas que haga, nunca las saca a la luz, sino que embauca al mundo con mentiras. Finge ser grande, glorioso y correcto para desorientar al pueblo, para engañar a la plebe. Qué despreciable y malvado. ¿No era la naturaleza de mis mentiras y mi falsedad básicamente la misma que la del Partido Comunista Chino? Esto me recordó unas palabras de Dios: “¿Qué clase de camino es este? El de los demonios, el de la senda del mal. No es el que toma alguien que cree en Dios. Estas personas emplean las filosofías de Satanás, su lógica, utilizan cada uno de sus ardides y tretas, en cada situación, para aprovecharse de la confianza personal de los demás y engañarlos, y hacer que las adoren y las sigan. Quienes creen en Dios no deberían recorrer esta senda; no solo no se salvarán, sino que también se encontrarán con el castigo de Dios: no puede caber la menor duda de esto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. No es posible salvarse por creer en la religión ni participar en ceremonias religiosas). Dios es fiel. Dios nos exige honestidad para poder ganarnos finalmente Su salvación, pero Satanás desorienta y corrompe a la gente con toda clase de filosofías y falacias, por lo que mentimos y engañamos constantemente en pos de la reputación y el estatus, y cada vez somos más hipócritas y falsos. Al final caeremos al infierno y seremos castigados junto con Satanás. En ese punto, vi claramente la motivación falsa y cruel de Satanás. Lo odié de todo corazón y estaba dispuesta a perseguir ser una persona honesta.

Luego, leí otra cosa en las palabras de Dios: “Que Dios les pida a las personas que sean honestas demuestra que verdaderamente aborrece y detesta a los taimados. La aversión de Dios a las personas taimadas es una aversión a su manera de hacer las cosas, a su carácter, a sus intenciones y a sus métodos de engaño; a Dios le disgustan todas estas cosas. Si las personas taimadas son capaces de aceptar la verdad, admiten sus actitudes taimadas y están dispuestas a aceptar la salvación de Dios, entonces también tienen la esperanza de ser salvadas, porque Dios trata a todas las personas por igual, tal como lo hace la verdad. Por eso, si queremos llegar a ser personas que agrademos a Dios, lo primero que debemos hacer es cambiar de principios de conducta: no podemos seguir viviendo de acuerdo con las filosofías satánicas, no podemos seguir valiéndonos de la mentira y el engaño. Debemos desechar todas las mentiras y volvernos honestos. De este modo cambiará la visión que Dios tiene de nosotros. Antes, la gente siempre se basaba en mentiras, fingimiento y tretas mientras vivía con los demás y tomaba las filosofías satánicas como base de su existencia, como su vida, como base para su conducta y como los cimientos de su conducta propia. Esto era algo que Dios repudiaba. Entre los no creyentes, si hablas con franqueza, dices la verdad y eres una persona honesta, entonces serás calumniado, juzgado y rechazado. Por tanto, sigues las tendencias mundanas, y vives conforme a las filosofías satánicas, te vuelves cada vez más hábil para mentir y más falso. También aprendes a utilizar medios infames para lograr tus objetivos y protegerte. Te vuelves cada vez más próspero en el mundo de Satanás, y como resultado, te hundes cada vez más en el pecado hasta que no puedes salir de él. En la casa de Dios, las cosas son precisamente lo contrario. Cuanto más mientas y juegues a ser falso, más se cansará de ti el pueblo escogido de Dios y te rechazará. Si te niegas a arrepentirte y sigues aferrándote a las filosofías y a la lógica satánicas, y te vales de ardides y tramas elaboradas para disimular y presentarte a ti mismo, entonces es muy probable que seas revelado y descartado. Esto es porque Dios repudia a la gente falsa. Solo la gente honesta puede prosperar en la casa de Dios, y la gente falsa acabará siendo rechazada y descartada. Todo esto está predestinado por Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). “Aceptar la verdad y conocerte a ti mismo es la senda para el crecimiento en la vida y para alcanzar la salvación, supone la oportunidad de presentarte ante Dios para aceptar Su escrutinio, Su juicio y Su castigo, y para ganar la verdad y vida. Si renuncias a perseguir la verdad en aras de la búsqueda de la fama, la ganancia y el estatus y de tus propios intereses, esto equivale a renunciar a la oportunidad de aceptar el juicio y castigo de Dios y de alcanzar la salvación. Eliges la fama, la ganancia y el estatus y tus propios intereses, pero a lo que renuncias es a la verdad, y lo que pierdes es la vida y la oportunidad de ser salvado. ¿Qué es más importante? Si eliges tus propios intereses y renuncias a la verdad, ¿acaso no es necio? Hablando de manera sencilla, es sufrir una gran pérdida en aras de una pequeña ventaja. La fama, la ganancia y el estatus, el dinero y los intereses son todos temporales, todos ellos son efímeros, mientras que la verdad y vida es eterna e inmutable. Si la gente resuelve su carácter corrupto que le hace buscar fama, ganancia y estatus, entonces tiene la esperanza de alcanzar la salvación. Además, las verdades que recibe la gente son eternas; ni Satanás ni nadie puede quitárselas. Tú renuncias a tus intereses, pero lo que ganas es la verdad y la salvación; estos resultados son tuyos y te los ganas para ti mismo. Si la gente opta por practicar la verdad, entonces, aunque se hayan quedado sin intereses, va a recibir la salvación de Dios y la vida eterna. Esas personas son las más inteligentes. Si la gente renuncia a la verdad por sus intereses, pierde la vida y la salvación de Dios; esas personas son las más necias(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). Las palabras de Dios me recordaron que solo una persona honesta puede salvarse y entrar en el reino de los cielos. Los falsos terminan siendo revelados y descartados por Dios. La senda que elija alguien y el tipo de persona que sea repercuten directamente en su resultado y su destino. Pero yo estaba muy ciega. En vez de amar la verdad, me centraba tanto en conservar mi imagen que mentía reiteradamente y fingía. Después, no tenía el valor de sincerarme y seguía sin abordar las mentiras más fundamentales. No había transformado mi carácter-vida ni un ápice. Si seguía así en mi fe, ¿cómo podría salvarme Dios? Vi que no tiene ningún valor preocuparse por la reputación y perseguir el beneficio personal. Quizá te ganes la admiración y el respaldo ajenos, pero disgustarás a Dios con mentiras constantes y perder la ocasión de salvarte no lo vale.

En mi búsqueda del camino para convertirme en una persona honesta, vi estas palabras de Dios: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y falsedades, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios aprendí que, para ser una persona honesta y hablar sinceramente, cuando algo incumba a mi orgullo o a mis intereses, primero debo orar y aceptar el escrutinio de Dios. Sean cuales sean mis fallos o defectos o la corrupción que revelaba, no puedo ocultarlos ni disfrazarlos. Solo si muestro mi yo real y busco la verdad puede resolverse poco a poco este problema con la mentira. Sea cual sea la corrupción que revelaba y los fallos y defectos que tenga, en realidad Dios podía escrutarlos perfectamente bien, así que no podía encubrirlos con mentiras y disimulos. Aunque otras personas no me conocieran bien al principio, con el tiempo todo el mundo tendría claro cómo soy. Y, aunque era responsable del trabajo de riego, era nueva en ese deber y aún tenía muchos fallos y defectos. Cuando no captara bien las nociones o los problemas de un nuevo fiel, o cuando tuviera poco entendimiento de la verdad y no supiera enseñar claramente, era una estrategia normal, nada vergonzosa, buscar la ayuda de un líder. Era preciso que enfrentara abiertamente mis defectos y tuviera el valor de decir la verdad, practicarla y ser honesta. Ese es el camino correcto que hay que seguir. Se me iluminó el corazón al pensarlo. Oré y me arrepentí ante Dios. Dejaría de hablar y actuar en pos de mi reputación y mis intereses y, en cambio, practicaría según las palabras de Dios. Después vi a la hermana Cheng Lin y le conté todos mis problemas con la mentira. Me sentí muy relajada y libre. Yo sabía que cuidaba mucho mi imagen, y siempre me importaba lo que la gente pensara de mí. Cuando surgían las cosas, tendía a proteger mi reputación y mis intereses y no podía evitar mentir. No dejé de orar a Dios para pedirle que velara por mí, de modo que, cuando fuera a mentir, fuera consciente de ello y enseguida pudiera cambiar, sincerarme y convertirme en una persona honesta.

Una vez, en una reunión con un líder, este pidió a todos opinión sobre el problema de un nuevo creyente. Me sentía sumamente nerviosa. El líder conocía mejor que yo los principios. Quedaría claro al instante si yo era capaz de identificar el problema, si tenía razón o no, y si había alguna anomalía. Si no descubría el meollo del asunto o no lo resolvía, ¿qué opinaría de mí el líder? Conforme lo pensaba, más tensa estaba, y no podía calmarme y reflexionar sobre el problema del nuevo creyente. Luego pensé en unas palabras de Dios: “No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al reflexionar sobre las palabras de Dios comprendí que debo ser honesta y decir la verdad. Sin importar cuántos problemas vea o cuántas desviaciones pueda tener, debo hablar honradamente, sin encubrir, simular, fingir ni pensar en la opinión del líder sobre mí. Lo único que importa es practicar la verdad y ser una persona honesta ante Dios. Con estos pensamientos, me calmé. Luego fui capaz de compartir mi opinión. Tras escuchar, el líder habló de las cosas que habíamos pasado por alto. Con esta clase de comunicación, gané un entendimiento más claro de cómo debía resolver los problemas de los nuevos fieles. Con esta experiencia, percibí lo maravilloso que es decir la verdad como Dios manda. Es muy relajante y liberador. Ya no vivo con el malestar y el dolor de mentir. ¡Le estoy muy agradecida a Dios! De no haber quedado en evidencia en estas situaciones o no haber sido juzgada y expuesta por las palabras de Dios, jamás habría logrado esta comprensión y esta transformación.

Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.

Contenido relacionado

Practica la verdad aunque ofenda

Por Abril, FilipinasEn mayo de 2020 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Buscaba con entusiasmo y cumplía activamente...

Libre del yugo del estatus

Por Vladhia, Francia El año pasado, nuestra líder, la hermana Laura, fue reemplazada por no haber hecho ninguna obra práctica. Después de...

Reducir tamaño de fuente
Aumentar tamaño de fuente
Pantalla completa
Salir de pantalla completa