El misterio de la encarnación (3)
Cuando Dios lleva a cabo Su obra, Él no viene a participar en ninguna construcción o movimiento, sino a cumplir Su ministerio. Cada vez que se hace carne, es sólo para lograr una etapa de la obra e inaugurar una nueva era. Ahora ha llegado la Era del Reino y el entrenamiento del reino. Esta etapa de la obra no es la obra del hombre, y no es para obrar al hombre hasta un grado determinado, pero es sólo para terminar una porción de la obra de Dios. Lo que Él hace no es la obra del hombre, no es para lograr un cierto resultado al obrar al hombre antes de partir de la tierra; es para cumplir Su ministerio y para terminar la obra que debe hacer, que es hacer los arreglos apropiados para Su obra en la tierra y así obtener gloria. La obra del Dios encarnado es diferente a la de las personas usadas por el Espíritu Santo. Cuando Dios viene a hacer Su obra en la tierra, sólo se preocupa por el cumplimiento de Su ministerio. En cuanto a todos los demás asuntos que no se relacionan con Su ministerio, Él casi no toma parte en ellos, incluso hasta el punto de hacerse de la vista gorda. Él simplemente lleva a cabo la obra que debe realizar y, menos aún, está preocupado por la obra que el hombre debe llevar a cabo. La obra que Él hace es únicamente la que pertenece a la era en la que se encuentra y al ministerio que Él debe cumplir, como si todos los demás asuntos estuvieran fuera de Su alcance. Él no se proporciona más conocimiento básico acerca de vivir como parte de la humanidad, ni aprende más habilidades sociales, ni se equipa con alguna otra cosa que el hombre entienda. Todo lo que el hombre debe poseer no le concierne en absoluto y Él simplemente hace la obra que es Su deber realizar. Y así, como el hombre lo ve, el Dios encarnado es deficiente en tanto que ni siquiera presta atención a muchas de las cosas que el hombre debe poseer y, no tiene entendimiento alguno de tales asuntos. Cosas como el conocimiento común sobre la vida, así como los principios que rigen la conducta personal y la interacción con otros, parecen no tener ninguna relación con Él. Pero tú simplemente no puedes detectar del Dios encarnado el más mínimo indicio de anormalidad. Es decir, Su humanidad sólo mantiene Su vida como una persona normal y el razonamiento normal de Su cerebro, que le da la habilidad para discernir entre el bien y el mal. Sin embargo, Él no está provisto con nada más, todo lo cual es lo que el hombre (los seres creados) sólo debe poseer. Dios se hace carne sólo para cumplir Su propio ministerio. Su obra está dirigida a una era completa, no a una persona o lugar en particular, sino a todo el universo. Esta es la dirección de Su obra y el principio por el cual Él obra. Nadie puede alterar esto y el hombre no tiene forma de involucrarse en ello. Cada vez que Dios se hace carne, trae consigo la obra de esa era y no tiene intención alguna de vivir junto a los hombres por veinte, treinta, cuarenta o hasta setenta u ochenta años, con el fin de que ellos lo puedan entender mejor y obtener una profunda percepción de Él. ¡No hay necesidad de eso! Hacerlo así de ninguna manera profundizaría el conocimiento que el hombre tiene del carácter inherente de Dios; en cambio, sólo aumentaría sus nociones y haría que sus nociones y pensamientos se fosilizaran. Por lo que les corresponde a todos vosotros entender exactamente cuál es la obra del Dios encarnado. ¿Seguramente no podéis fallar en haber entendido las palabras que os hablé: “No ha sido para experimentar la vida de un hombre normal que Yo he venido”? ¿Habéis olvidado las palabras: “Dios no viene a la tierra a vivir la vida de un ser humano normal”? No entendéis el propósito de Dios en hacerse carne, ni conocéis el significado de: “¿Cómo podría Dios venir a la tierra con la intención de experimentar la vida de un ser creado?”. Dios viene a la tierra únicamente para terminar Su obra, por lo que Su obra en la tierra es de corta duración. Él no viene a la tierra con la intención de hacer que el Espíritu de Dios cultive Su cuerpo carnal en un ser humano superior que guiará la iglesia. Cuando Dios viene a la tierra, es la Palabra haciéndose carne; el hombre, sin embargo, no sabe de Su obra y le atribuye cosas por la fuerza. Pero todos vosotros os debéis daros cuenta de que Dios es la Palabra hecha carne, no un cuerpo carnal que ha sido cultivado por el Espíritu de Dios para asumir el papel de Dios por el momento. Dios mismo no es el producto de ser cultivado, sino que es la Palabra hecha carne y hoy Él oficialmente lleva a cabo Su obra entre todos vosotros. Todos vosotros sabéis y reconocéis que la encarnación de Dios es una verdad fáctica, sin embargo, hacéis como si la entendierais. Desde la obra del Dios encarnado hasta el significado y la esencia de Su encarnación, sois incapaces de captar estas cosas en lo más mínimo y sólo seguís a otros en recitar sin pensar palabras de memoria. ¿Crees que el Dios encarnado es como lo imaginas?
Dios se hace carne únicamente para guiar la era y poner en marcha una nueva obra. Es necesario que entendáis este punto. Esto es muy diferente de la función del hombre y las dos cosas no pueden mencionarse en conjunto. El hombre necesita ser cultivado y perfeccionado por un largo período de tiempo antes de que pueda ser usado para llevar a cabo la obra, y el tipo de humanidad que se necesita es de un orden especialmente elevado. El hombre no sólo debe ser capaz de mantener el sentido de humanidad normal, sino que además debe entender muchos de los principios y de las reglas que rigen su conducta en relación con los demás y, además, se debe comprometer a estudiar aún más sobre la sabiduría y el conocimiento ético del hombre. Esto es lo que se le debe proveer al hombre. Sin embargo, esto no es así para que Dios se haga carne porque Su obra ni representa al hombre ni es la obra del hombre; es, más bien, una expresión directa de Su ser y una implementación directa de la obra que Él debe hacer. (Naturalmente, Su obra se lleva a cabo en el momento apropiado, no casualmente ni al azar, y se inicia cuando sea el momento de cumplir con Su ministerio). Él no participa en la vida del hombre o en la obra del hombre, es decir, Su humanidad no está provista de ninguno de estos (aunque esto no afecta Su obra). Él sólo cumple Su ministerio cuando es hora de que lo haga; cualquiera que sea Su estatus, Él simplemente sigue adelante con la obra que debe hacer. Cualquier cosa que el hombre sepa de Él y cualquiera sea la opinión que el hombre tenga de Él, Su obra no se ve afectada en su totalidad. Por ejemplo, cuando Jesús llevó a cabo Su obra, nadie sabía con exactitud quién era Él, sino que Él simplemente siguió adelante en Su obra. Nada de esto le impidió llevar a cabo la obra que debía realizar. Por lo tanto, al principio Él no confesó ni proclamó Su propia identidad y simplemente hizo que el hombre lo siguiera. Naturalmente, esto no fue sólo la humildad de Dios, sino también fue la manera en la que Dios obró en la carne. Él sólo podía obrar de esta manera porque el hombre no tenía manera de reconocerlo a simple vista. Y aunque el hombre lo hubiera reconocido, no habría sido capaz de ayudarlo en Su obra. Además, Él no se hizo carne para que el hombre llegara a conocer Su carne; lo hizo para llevar a cabo la obra y cumplir Su ministerio. Por esta razón, no le dio importancia a hacer pública Su identidad. Cuando Él hubo completado toda la obra que debía hacer, toda Su identidad y estatus de manera natural se volvieron claros para el hombre. Dios hecho carne guarda silencio y nunca hace ninguna proclamación. No le hace caso ni al hombre ni a cómo el hombre se las está arreglando para seguirlo, sino que simplemente sigue adelante con el cumplimiento de Su ministerio y en llevar a cabo la obra que debe realizar. Nadie puede interponerse en Su obra. Cuando llegue el momento de que Él concluya Su obra, sin falta esta será concluida y llevada a su fin, y nadie podrá dictar lo contrario. Sólo después de que Él se aparte del hombre al terminar Su obra, el hombre entenderá la obra que Él realiza, aunque todavía no con entera claridad. Y pasará mucho tiempo antes de que el hombre entienda completamente las intenciones con las cuales Él primero llevó a cabo Su obra. En otras palabras, la obra de la era del Dios encarnado se divide en dos partes: una parte consiste en la obra que realiza la carne encarnada de Dios mismo y en las palabras que habla la carne encarnada de Dios mismo. Una vez que el ministerio de Su carne se haya cumplido totalmente, la otra parte de la obra queda pendiente de ser llevada a cabo por aquellos usados por el Espíritu Santo. Es en este momento que el hombre debe cumplir con su función porque Dios ya ha abierto el camino y necesita ser transitado por el hombre mismo. Es decir, Dios hecho carne lleva a cabo una parte de la obra y luego el Espíritu Santo y aquellos usados por el Espíritu Santo lo sucederán para completarla. Por lo tanto, el hombre debe saber en qué consiste la obra que se lleva a cabo principalmente por Dios hecho carne en esta etapa, y debe entender exactamente cuál es el significado de que Dios se haga carne y cuál es la obra que Él debe hacer, y no hacer exigencias a Dios de acuerdo a las exigencias hechas al hombre. Aquí es donde radica el error del hombre, su noción y, aún más, su rebeldía.
Dios se hace carne, no con la intención de permitir que el hombre conozca Su carne o para permitir que el hombre distinga las diferencias entre la carne de Dios encarnado y la del hombre; tampoco se hace carne para entrenar el poder de discernimiento del hombre y, menos aún, lo hace con la intención de permitir que el hombre adore la carne encarnada de Dios y, así, obtener gran gloria. Ninguna de estas cosas es la intención de Dios al hacerse carne. Tampoco Dios se hace carne con el fin de condenar al hombre ni para exponerlo deliberadamente ni para hacerle las cosas difíciles. Ninguna de estas cosas es la intención de Dios. Cada vez que Dios se hace carne, es una forma de obra que resulta inevitable. Es por el bien de Su obra más importante y de Su gestión más importante que Él actúa como lo hace y no por las razones que el hombre imagina. Dios viene a la tierra sólo según lo requiere Su obra y sólo cuando es necesario. Él no viene a la tierra simplemente con la intención de echar un vistazo, sino para llevar a cabo la obra que debe realizar. ¿Por qué más asumiría una carga tan pesada y correría riesgos tan grandes para llevar a cabo esta obra? Dios se hace carne sólo cuando tiene que hacerlo y siempre con un sentido único. Si sólo fuera en aras de permitir que la gente lo viera y para ampliar los horizontes de las personas, entonces Él, con absoluta certeza, nunca vendría tan a la ligera entre las personas. Él viene a la tierra por el bien de Su gestión y de Su obra más importante, y con el fin de obtener más seres humanos. Él viene a representar la era, a derrotar a Satanás y, con el fin de derrotarlo, Él mismo se reviste de carne. Aún más, Él viene para guiar a toda la raza humana sobre cómo vivir su vida. Todo esto concierne a Su gestión y a la obra de todo el universo. Si Dios se hiciera carne simplemente para permitir que el hombre llegue a conocer Su carne y para abrir los ojos de las personas, entonces ¿por qué no habría de viajar a todas las naciones? ¿No sería esto un asunto excesivamente fácil? Pero Él no lo hizo así; más bien eligió un lugar adecuado en el cual establecerse y comenzar la obra que debía realizar. Sólo esta carne es de importancia considerable. Él representa toda una era y también lleva a cabo la obra de toda una era; Él lleva la era anterior a su fin y marca el comienzo de la nueva. Todo esto es un asunto importante que concierne a la gestión de Dios y es la importancia de una etapa de la obra que Dios viene a la tierra a llevar a cabo. Cuando Jesús vino a la tierra, Él sólo habló algunas palabras y llevó a cabo algo de obra; Él no se preocupó por la vida del hombre y se fue tan pronto como hubo terminado Su obra. Hoy, cuando Yo haya terminado de hablar y de transmitiros Mis palabras y cuando todos hayáis entendido, este paso de Mi obra habrá concluido, sin importar cómo será vuestra vida. En el futuro deberá haber algunas personas que continúen este paso de Mi obra y que continúen obrando en la tierra de acuerdo con estas palabras; en ese momento, la obra del hombre y su construcción comenzarán. Pero, en el presente, Dios sólo lleva a cabo Su obra con el fin de cumplir Su ministerio y de completar un paso de Su obra. Dios obra de una manera diferente a la del hombre. Al hombre le gustan las congregaciones y los foros, y le da importancia a la ceremonia, mientras que lo que Dios más detesta son precisamente las congregaciones y las reuniones del hombre. Dios conversa y habla informalmente con el hombre; esta es la obra de Dios, que es liberada de forma excepcional y que también os libera a vosotros. Sin embargo, detesto absolutamente congregarme con vosotros y no puedo acostumbrarme a una vida tan reglamentada como la vuestra. Las reglas es lo que más detesto; le ponen restricciones al hombre hasta el punto de hacer que tenga miedo de actuar, de hablar y de cantar, con los ojos fijos mirándote directamente. Detesto absolutamente vuestra manera de congregaros y las grandes congregaciones. Simplemente me rehúso a congregarme con vosotros de esta manera, porque esta forma de vivir lo hace a uno sentirse encadenado y vosotros lleváis a cabo demasiadas ceremonias y seguís demasiadas reglas. Si se os permitiera guiar, guiaríais a todas las personas a la esfera de las reglas y no tendrían manera de desechar las reglas bajo vuestro liderazgo; en cambio, la atmósfera de la religión se volvería cada vez más intensa y las prácticas del hombre sólo seguirían proliferando. Algunas personas siguen conversando y hablando cuando se congregan y nunca se sienten cansadas, y algunas pueden seguir predicando durante una docena de días sin parar. Todas estas se consideran congregaciones grandes y reuniones del hombre; no tienen nada que ver con una vida de comer y beber, de disfrute o de liberar el espíritu. ¡Todas estas son reuniones! Todas vuestras reuniones con compañeros de trabajo, así como las congregaciones grandes y pequeñas, las considero aborrecibles y nunca he tenido ningún interés en ellas. Este es el principio por el cual obro: no estoy dispuesto a predicar durante las congregaciones ni deseo proclamar nada en una gran asamblea pública, y, mucho menos, deseo convocaros a todos vosotros a una conferencia especial de unos cuantos días. No me resulta agradable que todos vosotros os sentéis, correctos y formales, en una reunión; aborrezco veros vivir dentro de los confines de cualquier ceremonia y, aún más, me rehúso a participar en tal ceremonia vuestra. Cuanto más hacéis esto, más aborrecible lo encuentro. No tengo el más mínimo interés en estas ceremonias y reglas vuestras; no importa cuán bueno sea el trabajo que hagáis a partir de ellas, todas me resultan aborrecibles. No se trata de que vuestros arreglos sean inadecuados o de que seáis demasiado bajos; es que detesto vuestra manera de vivir y, aún más, no puedo acostumbrarme a ella. No entendéis en lo más mínimo la obra que deseo hacer. Cuando Jesús realizaba Su obra en aquel entonces, tras dar un sermón en cierto lugar guiaba a Sus discípulos hacia las afueras de la ciudad y hablaba con ellos sobre las cuestiones que les convenía entender. Obraba con frecuencia de esa manera. Su obra entre la multitud era escasa y esporádica. De acuerdo con lo que vosotros le pedís, Dios hecho carne no debe tener la vida de un ser humano común; Él debe llevar a cabo Su obra y, ya sea que esté sentado, de pie o caminando, Él debe hablar. Debe obrar en todo momento y nunca puede cesar “operaciones”; de lo contrario estaría descuidando Sus responsabilidades. ¿Son estas exigencias del hombre apropiadas para la lógica humana? ¿Dónde está vuestra integridad? ¿Acaso no pedís demasiado? ¿Necesito que me examines mientras obro? ¿Necesito que me supervises mientras cumplo Mi ministerio? Sé bien qué obra debo hacer y cuándo la debo hacer; no hay necesidad de que otros intervengan. Tal vez te pueda parecer que Yo no hecho mucho, pero, para entonces, Mi obra habrá llegado a su fin. Toma, por ejemplo, las palabras de Jesús en los cuatro evangelios: ¿no estaban también limitadas? En aquel momento, cuando Jesús entró a la sinagoga y predicó un sermón, terminó de hablar al cabo de unos cuantos minutos como máximo, y, cuando finalizó, guio a Sus discípulos a la embarcación y partió sin ninguna explicación. A lo sumo, quienes se encontraban dentro de la sinagoga discutieron esto entre sí, pero Jesús no tuvo nada que ver con ello. Dios sólo lleva a cabo la obra que debe realizar y nada más. Ahora bien, muchos quieren que diga más y hable más, al menos varias horas al día. De acuerdo con vuestra perspectiva, Dios deja de ser Dios a menos que hable y sólo el que habla es Dios. ¡Todos estáis ciegos! ¡Todos sois brutos! ¡Todos sois cosas ignorantes que no tienen lógica! ¡Tenéis demasiadas nociones! ¡Vuestras demandas van demasiado lejos! ¡Sois inhumanos! ¡No entendéis en lo más mínimo lo que es Dios! Creéis que todos los oradores y conferencistas son Dios y que cualquiera que esté dispuesto a proveeros con palabras es vuestro padre. Decidme, ¿todos vosotros, con vuestras características bien formadas y vuestra apariencia poco común, seguís teniendo la más mínima pizca de lógica? ¿Seguís conociendo el sol-cielo? Cada uno de vosotros es como un funcionario codicioso y corrupto; así pues, ¿cómo podéis entrar en razón? ¿Cómo podéis distinguir entre el bien y el mal? Os he otorgado mucho, pero ¿cuántos entre vosotros le habéis dado valor a eso? ¿Quién está completamente en posesión de eso? No sabéis quién es el que abrió el camino por el cual transitáis este día, por lo que continuáis exigiéndome, haciéndome estas exigencias ridículas y absurdas. ¿No estáis enrojecidos de vergüenza? ¿Acaso no he hablado suficiente? ¿No he hecho suficiente? ¿Quién entre vosotros puede realmente valorar Mis palabras como un tesoro? Me halagáis en Mi presencia, ¡pero mentís y engañáis en mi ausencia! ¡Vuestras acciones son demasiado despreciables y me dan asco! Sé que me pedís que hable y que no obre más que para agasajar vuestros ojos y ampliar vuestros horizontes, no en aras de transformar vuestra vida. Os he hablado mucho. Vuestra vida debería haber cambiado hace mucho tiempo, entonces, ¿por qué seguís recayendo en vuestro antiguo estado, incluso ahora? ¿Será que Mis palabras os han sido robadas y que no las recibisteis? A decir verdad, no deseo decir nada más a degenerados como vosotros: ¡sería en vano! ¡No deseo hacer tanta obra inútil! ¡Vosotros sólo deseáis ampliar vuestros horizontes o agasajar vuestros ojos y no deseáis obtener vida! ¡Todos os estáis engañando a vosotros mismos! Os pregunto, ¿cuánto de lo que os he hablado cara a cara habéis puesto en práctica? ¡Sólo hacéis trampa para engañar a otros! Detesto a aquellos entre vosotros que disfrutan mirar como espectadores y encuentro vuestra curiosidad profundamente aborrecible. Si no estáis aquí para buscar el camino verdadero o para ansiar la verdad, ¡entonces sois los objetos de Mi aborrecimiento! Sé que me escucháis hablar únicamente para satisfacer vuestra curiosidad o para satisfacer uno u otro de vuestros deseos codiciosos. No tenéis ninguna intención de buscar la existencia de la verdad o de explorar el camino correcto para entrar en la vida; estas exigencias simplemente no existen entre vosotros. Todo lo que hacéis es tratar a Dios como un juguete que estudiáis y admiráis. ¡Tenéis muy poca pasión por buscar la vida, pero deseos de sobra para ser curiosos! Explicar el camino de la vida a tales personas es equivalente a hablar al viento. ¡Mejor sería no hablar en absoluto! Dejadme deciros: si simplemente estáis buscando llenar el vacío dentro de vuestro corazón, ¡entonces hubiese sido mejor que no vinierais a Mí! ¡Debéis dar importancia a obtener vida! ¡No os engañéis! Más os valdría no considerar vuestra curiosidad como la base para vuestra búsqueda de la vida o usarla como pretexto para pedirme que os hable. ¡Todos estos son trucos en los que sois verdaderamente expertos! Te pregunto otra vez: ¿en cuánto de lo que te he pedido que entres realmente has entrado? ¿Has comprendido todo lo que te he dicho? ¿Has logrado poner en práctica todo lo que te he dicho?
La obra de cada era es iniciada por Dios mismo, pero debes saber que, cualquiera que sea la manera en la que Dios obre, Él no viene a comenzar un movimiento o a dar conferencias especiales o a establecer cualquier tipo de organización en vuestro nombre. Él viene únicamente a llevar a cabo la obra que Él debe realizar. Su obra no sufre la restricción de ningún hombre. Él lleva a cabo Su obra de la manera que desee; no importa lo que el hombre piense o sepa de ella, a Él sólo le importa llevar a cabo Su obra. Desde la creación del mundo hasta el presente, ya ha habido tres etapas de la obra; de Jehová a Jesús, y de la Era de la Ley a la Era de la Gracia, Dios nunca ha convocado una conferencia especial para el hombre, ni ha reunido a toda la humanidad con el fin de convocar una conferencia global especial de trabajo y así ampliar el dominio de Su obra. Todo lo que Él hace es llevar a cabo la obra inicial de toda una era en un momento apropiado y en un lugar apropiado, marcando así el inicio de la era y guiando a la raza humana a cómo vivir sus vidas. Las conferencias especiales son las congregaciones del hombre; reunir a las personas para celebrar días de fiesta es el trabajo del hombre. Dios no acata días de fiesta y, además, le parecen aborrecibles; Él no convoca conferencias especiales y, además, le parecen aborrecibles. ¡Ahora debes comprender exactamente cuál es la obra que es llevada a cabo por el Dios encarnado!