72. El arrepentimiento de una hipócrita
Dios Todopoderoso dice: “Servir a Dios no es una tarea sencilla. Aquellos cuyo carácter corrupto permanece inalterado no pueden servir nunca a Dios. Si tu carácter no ha sido juzgado ni castigado por las palabras de Dios, entonces tu carácter aún representa a Satanás, lo que prueba que sirves a Dios por tus buenas intenciones, que tu servicio está basado en tu naturaleza satánica. Tú sirves a Dios con tu temperamento natural y de acuerdo con tus preferencias personales. Es más, siempre piensas que las cosas que estás dispuesto a hacer son las que le resultan un deleite a Dios, y que las cosas que no deseas hacer son las que son odiosas para Dios; obras totalmente según tus propias preferencias. ¿Puede esto llamarse servir a Dios? En última instancia, tu carácter de vida no cambiará ni un ápice; más bien, tu servicio te volverá incluso más obstinado, haciendo así que se arraigue profundamente tu carácter corrupto, y de esta manera, desarrollarás reglas en tu interior sobre el servicio a Dios que se basan principalmente en tu propio temperamento, y experiencias derivadas de tu servicio según tu propio carácter. Estas son las experiencias y lecciones del hombre. Es la filosofía del hombre de vivir en el mundo. Personas como estas se pueden clasificar como fariseos y funcionarios religiosos. Si nunca despiertan y se arrepienten, seguramente se convertirán en los falsos Cristos y los anticristos que engañan a las personas en los últimos días. Los falsos Cristos y los anticristos de los que se habló surgirán de entre esta clase de personas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La necesidad de depurar el servicio religioso). Este pasaje de las palabras de Dios solía hacerme pensar en los fariseos y miembros del clero hipócritas y en todos los malvados anticristos obsesionados con el estatus. Creía que Dios hablaba de ellos. Sabía en principio que Dios estaba revelando algo que está en todos nosotros, y que yo también tenía esa clase de carácter corrupto. Pero no tenía un entendimiento genuino de mí misma, por eso, a veces, los fariseos, anticristos e impostores me parecían algo muy lejano a mí. Yo no era así y nunca llegaría a eso. Hacía años que era creyente, hacía cosas buenas y había pagado un precio en mi deber. Sin importar qué deber me asignara la iglesia, yo obedecía y lo llevaba a cabo. Además, no luchaba por convertirme en líder y cumplía con mi deber, tuviera estatus o no. ¿Cómo podía convertirme en un anticristo, en una impostora? Pero, de hecho, yo vivía completamente dentro de mis nociones e imaginaciones, y luego, frente a los hechos, me di cuenta de que mis puntos de vista fueron totalmente incorrectos.
Me fui para asumir la responsabilidad de la obra de evangelio de una iglesia fuera de la ciudad. Esa parte de su obra empezó a repuntar pronto, y los líderes me valoraban de verdad. A veces, me buscaban para hablar de otros aspectos de su obra, para consultarme. Además, hacía mucho que creía y podía sufrir adversidades por mi deber, y por eso, los hermanos y hermanas me admiraban. Yo también consideraba que estaba en un pedestal. Hacía muchos años que era creyente, y estaba a cargo, por lo que pensaba que no podía ser como los demás, que debía parecer mejor que ellos. Creía que no podía revelar más corrupción que la que revelaban ellos, que no podía mostrar debilidad ni negatividad como ellos. De otro modo, ¿qué pensarían de mí? ¿No dirían que mi estatura era muy pequeña, incluso tras todos mis años de fe, y me despreciarían? Después, una líder me trató por violar los principios en mi deber. Dijo que aún me faltaba entender las cosas tras tantos años como creyente y que carecía de la realidad de la verdad. Me sentí muy avergonzada y desgraciada, pero no reflexioné sobre mi propia corrupción y mis propios defectos ni busqué la verdad para compensar mis deficiencias. En cambio, escupía muchas palabras y doctrina vacías, fingía conocerme a mí misma y actuaba como una persona espiritual para ocultar que carecía de la realidad de la verdad.
Recuerdo que, una vez, un colaborador que creía en el Señor dijo que quería investigar el camino verdadero. La líder me dijo que fuera de inmediato a dar testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Dije que iría, pero descubrí que él tenía muchas nociones que eran difíciles de resolver. En esa época, yo estaba muy ocupada, por lo que dejé la tarea de lado por el momento. Un par de semanas después, la líder me preguntó: “¿Por qué no has compartido testimonio con él tras todo este tiempo? Quiere investigar el camino verdadero y lidera a muchos creyentes que ansían el regreso del Señor. ¿Por qué no le has dado testimonio de la obra de los últimos días de Dios aún?”. Como me sentía un poco culpable, me apresuré a explicar y dije: “No pude porque surgieron otras cosas”. La líder se enfureció cuando oyó esto, dijo que yo era irresponsable y despreocupada en mi deber, que era lenta y que había entorpecido seriamente nuestra obra de evangelio. Me regañó muy duramente. Había muchos hermanos y hermanas en ese momento, y yo sentía que me ardía la cara. Pensé: “¿No podías dejarme algo de dignidad y no ser tan dura conmigo? Sé que me equivoqué, ¿no puedo ir a compartir el evangelio con él ahora? No hace falta tratar conmigo tan severamente”. También lo justificaba ante mí misma, pensaba que no era holgazana, que mis días estaban muy ocupados en predicar el evangelio desde el amanecer hasta el anochecer. Pero ella de todos modos dijo que yo solo actuaba por inercia y que era irresponsable. ¿Qué más podían pedirme? Sentía que mi deber era muy difícil. Tras esa reunión, me escondí en mi habitación y lloré mucho. Me sentía perjudicada y negativa, estaba llena de errores con respecto a Dios. Un sentimiento traicionero surgió en mí. Pensé que, como la líder había sido tan dura conmigo, Dios debía detestarme, y entonces, ¿cómo podría seguir cumpliendo con ese deber? Tal vez debería asumir la culpa, aguantarme y renunciar, para que la obra de la casa de Dios no fuera retrasada, y yo no siguiera cumpliendo una tarea ingrata. Lloraba desconsoladamente y sentía que no estaba en el estado correcto. Hacía muchos años que era creyente, y, en el momento en que me trataron con un poco de dureza, no pude soportarlo. Razonaba y competía con Dios, e incluso quería rendirme. Carecía totalmente de estatura verdadera. Recordé las palabras de Dios, sobre permanecer leales en nuestros deberes, aunque el cielo se venga abajo. Pensar en esto me incentivó. No importaba qué pensaran de mí Dios o la líder, no podía desmoronarme, debía enfrentar el desafío sin importar cuán difícil fuera mi deber. Cuando lo pensé de ese modo, no me sentí tan miserable. Enseguida me sequé las lágrimas y fui a hablar con los hermanos y hermanas. A los pocos días, ya había llevado a ese compañero al redil. Pero, después de eso, no busqué la verdad con seriedad ni reflexioné sobre mis problemas. En cambio, insistía en seguir haciendo mi deber de acuerdo con mi propia conciencia y voluntad. Pensaba que tenía algo de estatura y sentido práctico.
De hecho, la líder me trató por ser irresponsable, por buscar la salida fácil y por no hacer obra práctica. Eran problemas muy graves. Dirigía nuestra obra de evangelio, y cuando veía a alguien con muchas nociones, no estaba dispuesta a abocarme a la enseñanza y a dar testimonio. Solo lo dejaba de lado y dejaba que pasara medio mes. ¡Eso retrasaba a mucha gente que buscaba el camino verdadero y que daba la bienvenida al regreso del Señor! Ser tan despreocupada en mi deber era resistir a Dios y ofender Su carácter. Parecía que nunca estaba desocupada y podía pagar un precio en mi deber, pero cada vez que enfrentaba un desafío, no podía concentrarme en buscar la verdad para resolver el problema y cumplir bien con mi deber. En cambio, retrocedía y hacía lo que quería, dejaba de lado la comisión de Dios despreocupadamente. ¿Acaso eso podía llamarse devoción? La líder habló de mi actitud informal e irresponsable en mi deber y sobre mi engañoso carácter satánico, y dijo que no era la primera vez que yo hacía algo así. La líder me lo diseccionó para que pudiera conocerme a mí misma, arrepentirme y cambiar, pero yo no reflexioné sobre mí misma genuinamente ni vi dónde estaba la raíz de mis problemas. Actuaba como si aceptara que me podaran y trataran, pero no tenía una verdadera comprensión de mí misma. Por eso decía cosas vacías y doctrinas en la reunión y luego fingía haber ganado conciencia sobre mí misma. Decía que había sido irresponsable en mi deber y retrasado la obra de la casa de Dios, lo cual la perjudicaba de verdad, que la líder tenía razón en su reprimenda, que mencionaba cosas de mi naturaleza y carácter satánico, y que por eso yo no podía analizar lo bueno y lo malo de lo que había hecho. Pero yo nunca comunicaba qué había hecho mal, la naturaleza y consecuencias de mis acciones ni la clase de carácter corrupto que revelaba en la actitud informal hacia mi deber, ni qué tipo de pensamiento absurdo y nociones tenía. No les prestaba atención a estos aspectos más detallados. ¿De qué hablaba, entonces? De cómo me apoyaba en Dios y entraba desde lo positivo. Hablaba mucho sobre este tipo de entendimientos positivos. Decía que me sentí negativa y me quejé cuando me trataron, y que quería tirar la toalla, pero que pensar en las palaras de Dios me inspiró de verdad, y sentí que no podía desmoronarme. Dios había obrado mucho en mí y me había dado mucho, así que debía tener conciencia y no podía defraudarlo. Pensé que, sin importar cómo me podaran y trataran, sin importar cuán difícil fuera mi deber, debía hacerlo bien, y que la líder me trataba para que reflexionara sobre mí misma y me conociera, para que me arrepintiera y cambiara. Cuando los demás oyeron esto, no tenían discernimiento sobre mis problemas y mi corrupción, y no creían que yo hubiera causado mayor daño a la obra de la casa de Dios. En cambio, sintieron que la líder era muy dura conmigo, que había sido podada y tratada por un pequeño error en mi trabajo. Fueron muy empáticos y comprensivos. Cuando vieron que no me había vuelto negativa después de que trataran conmigo tan duramente, sino que seguí esforzándome en mi deber, sintieron que de verdad entendía la verdad y tenía estatura. De verdad me admiraban y adulaban. En ese momento, algunos dijeron que el hecho de que me mantuviera firme y siguiera con mi deber cuando el trato conmigo había sido tan severo era admirable. Y algunos dijeron que mi deber no era para nada fácil, que no solo le dedicaba toda mi energía, sino que además, cuando cometía un error, me reprendían. Vieron que secaba mis lágrimas y volvía a mi deber de inmediato, y dijeron que ellos se habrían desmoronado mucho antes y que no tenían tanta estatura. Escucharon mi enseñanza y no comprendieron el camino de práctica para aceptar el trato y la poda, ni que la poda y el trato eran el amor y la salvación de Dios. En cambio, malinterpretaron a Dios, levantaron la guardia y se distanciaron de Dios al acercarse más a mí. Después de eso, trataron conmigo algunas veces más, y siempre sucedió lo mismo. Yo siempre hablaba de doctrinas literales, fingía espiritualidad y autoconocimiento, fingía tener estatura y practicidad, y engañaba a los hermanos y hermanas. Era totalmente inconsciente, totalmente insensible, y estaba muy orgullosa de mí misma por soportar todo eso. Era increíblemente autocomplaciente y sentía que tenía estatura y la realidad de la verdad. Cada vez era más arrogante y más segura de mí misma.
Una vez, un hermano señaló algunos problemas en mi deber. Me negué a aceptarlo, me quejé de que él buscaba problemas, de que estaba siendo muy detallista. Estaba muy enojada con él. Pero temía que alguien viera cuán arrogante era tras haber sido creyente tantos años y que pensara mal de mí. También temí que la líder se enterara y dijera que yo no podía aceptar la verdad, por lo que fingí y me obligué a no quejarme. Con calma, le dije: “Hermano, dime todos los problemas que ves aquí, y hablaremos de cada uno de ellos. Si no podemos solucionarlos, podemos hablar con un líder”. Él hizo una lista de mis problemas, y yo expliqué mi excusa para cada uno. Al final, había explicado la mayoría de los problemas que él había mencionado y, como creía que el problema estaba resuelto, me sentí muy complacida. Pero él se sintió incómodo, por lo que lo discutió con una líder. Algunos de los temas que había mencionado eran problemas reales, y, cuando la líder se enteró, trató conmigo y me podó delante de todos. Dijo que yo era arrogante y que no podía aceptar las sugerencias de los demás, que no tenía principios en mi deber y que, tras tantos años de fe, aún carecía de la realidad de la verdad. Dijo que yo no podía resolver ningún problema práctico, que era ciegamente arrogante y totalmente irracional. Escuchar esto fue duro, pero no estaba totalmente convencida. Pensé: “Soy arrogante y a veces soy segura de mí misma, pero puedo aceptar algunas sugerencias, no soy tan arrogante”.
Una vez más, fui expuesta en una reunión de trabajo poco después. La líder descubrió que estaba procrastinando en la obra que estaba a mi cargo y me preguntó: “¿Por qué eres tan ineficiente en esto? ¿Cuál es el problema? ¿Puedes hacerlo mejor?”. Mi respuesta fue: “No, no puedo”. Sentí que la líder no entendía nuestra situación real, que esperaba demasiado. Después, nos leyó algunas palabras de Dios y compartió enseñanza sobre la importancia de difundir el evangelio. También dijo que teníamos poco tiempo y que debíamos mejorar nuestra eficiencia. No aprendí nada de lo que ella tenía para decir. Solo me aferré a mis propias nociones y a mi propia experiencia. Pensé: “De verdad no puedo mejorar nuestra eficiencia”. Tranquilamente, les pregunté a los hermanos y hermanas que estaban a mi lado: “¿Ustedes creen que podemos?”. Mi motivo para preguntarles esto era ponerlos de mi lado, que dijeran lo mismo que yo, defenderme de la líder y mantener el paso lento. Era muy obvio, pero yo no era consciente de ello en absoluto. Ellos no tenían discernimiento sobre mí. Podría decirse que no aplicaban nada de discernimiento. Todos se pusieron de mi lado y me siguieron.
Después, como yo era arrogante e ineficiente en mi deber, y no solo no dirigía bien la obra del equipo, sino que la dificultaba, me sacaron de mi deber. Pero, para mi sorpresa, cuando llegó el momento de volver a elegir líderes de equipo, los hermanos y hermanas no solo votaron por mí, sino que el voto fue unánime. Oí que algunos decían que, si me sacaban, todo el equipo se desmoronaría y ¿quién más podía dirigir ese equipo? Entonces sentí que tenía un problema grave, que todos me escuchaban y apoyaban a pesar de la forma en que trabajaba. Todos me votaron aunque la líder me había sacado, incluso lucharon para que me trataran de modo justo. Había llevado a los hermanos y hermanas por el mal camino.
Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “En lo que respecta a todos vosotros, si se os entregaran las iglesias en un área y nadie os supervisara durante seis meses, empezaríais a descarriaros. Si nadie te supervisara durante un año, las alejarías y descarriarías. Si pasaran dos años y siguiera sin haber alguien que te supervisara, las llevarías delante de ti. ¿Por qué ocurre esto? ¿Alguna vez habéis considerado esta pregunta? ¿Podríais actuar así? Vuestro conocimiento sólo puede proveer a las personas durante un cierto tiempo. Conforme pasa el tiempo, si sigues diciendo lo mismo, algunas personas podrán darse cuenta; dirán que eres demasiado superficial, que verdaderamente careces de profundidad. La única opción que tendrás será intentar engañar a las personas predicando doctrinas. Si siempre actúas así, los que están por debajo de ti seguirán tus métodos, tus pasos y tu modelo para creer en Dios y experimentar, y pondrán esas palabras y doctrinas en práctica. Al final, como sigues predicando y predicando, llegarán a usarte como ejemplo. Hablas de doctrinas cuando guías a las personas, así que los que están por debajo de ti aprenderán doctrinas de ti y, conforme las cosas avancen, habrás tomado el camino equivocado. Quienes están por debajo de ti tomarán el camino que tú tomes; todos aprenderán de ti y te seguirán, así que tú sentirás: ‘Soy poderoso ahora; muchas personas me escuchan y la iglesia está a mi entera disposición’. Esta naturaleza de traición dentro del hombre hace que, sin darte cuenta, conviertas a Dios en una mera figura decorativa, y que tú mismo formes entonces algún tipo de denominación. ¿Cómo surgen diferentes denominaciones? Lo hacen de esta manera. Mira a los líderes de cada denominación: son todos arrogantes y farisaicos y sus interpretaciones de la Biblia carecen de contexto y están guiadas por sus propias imaginaciones. Todos confían en los dones y la erudición para hacer su obra. Si fueran incapaces de predicar nada, ¿les seguirían las personas? Después de todo, poseen cierto conocimiento y pueden predicar sobre cierta doctrina o saben cómo convencer a los demás y cómo usar algunos artificios. Los usan para llevar a las personas ante ellos y engañarlas. Esas personas creen en Dios sólo de nombre, pero, en realidad, siguen a sus líderes. Cuando se encuentran con alguien que predica el camino verdadero, algunos de ellos dicen: ‘Tenemos que consultarle a nuestro líder respecto a nuestra creencia’. Un ser humano es el medio de su fe en Dios. ¿No es esto un problema? ¿En qué se han convertido, pues, esos líderes? ¿Acaso no se han vuelto fariseos, falsos pastores, anticristos y obstáculos para que las personas acepten el camino verdadero? Esas personas son de la misma clase que Pablo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscar la verdad es creer verdaderamente en Dios). A partir de las palabras de Dios, pude ver que era exactamente el tipo de fariseo que Él expone, y que no solamente tenía un carácter satánico malvado y engañoso, sino que mi conducta había llegado a un punto en que engañaba y controlaba a otros, y dejaba de lado a Dios. Pensé en los fariseos y miembros del clero hipócritas que solo hablan de doctrina y actúan como si se esforzaran para engañar a la gente. Dicen que le deben a Dios y parecen muy humildes y conscientes de sí mismos, pero siempre muestran a cuánto renunciaron por el Señor, cuánto sufren y cuánta obra han hecho. Como consecuencia, los creyentes los adoran y creen que todo lo que dicen está en línea con la voluntad del Señor. No tienen nada de discernimiento sobre ellos. Incluso creen que obedecerlos es obedecer al Señor. Eso es creer en el Señor de palabra, pero en realidad es seguir al clero. ¿En qué se diferenciaba la senda que yo tomaba de la senda de los fariseos y de los clérigos? También me concentraba en la doctrina y en sacrificios superficiales para que los hermanos y hermanas pensaran que estaba dedicada a mi deber. Cuando trataban conmigo, no buscaba la verdad ni reflexionaba sobre mí misma. Solo decía lo que parecía correcto para engañar a todos y que pensaran que me estaba sometiendo y que tenía estatura, para que me adoraran y me escucharan. Incluso logré que desafiaran conmigo los requisitos de Dios. Yo era la que detentaba el poder en realidad. ¿Qué me diferenciaba de un anticristo? No era una líder y no tenía ninguna posición elevada. Solo compartía la responsabilidad de parte de la obra con otras dos hermanas bajo la supervisión de la líder, pero, incluso así, mi problema se había agravado mucho. Si llegaba a una posición más alta en la que fuera la única responsable por algo, odio pensar en el gran mal que podría haber hecho. Pensaba que, como hacía mucho que creía, seguía cumpliendo con mi deber a pesar de las dificultades o pruebas que enfrentara, tenía buena humanidad y nunca luchaba por convertirme en líder, nunca me convertiría en una farisea o en un anticristo. Pero, cuando me enfrentaron con los hechos, quedé perpleja y no tuve nada que decir. Finalmente, vi cuán absurdas y dañinas era mis nociones, y cuán malvado, cuán atemorizante era mi carácter. Vi que, como creyente, no buscaba la verdad y no aceptaba ni me sometía a que Dios me juzgara, me castigara, tratara conmigo o me podara. No reflexionaba sobre mi naturaleza satánica ni la conocía a la luz de las palabras de Dios. Me alcanzaba con obedecer superficialmente y aceptar de palabra. Pero, sin importar cuán buena u obediente pareciera ser, en cuanto surgía la oportunidad, mi naturaleza satánica de traicionar a Dios aparecía, y yo, inconscientemente, cometía un mal del que no estaba siquiera al tanto. Era en verdad como Dios dice: “la probabilidad de que me traicionéis sigue siendo del cien por ciento”.
Dios sabía cuán corrupta por Satanás estaba, cuán insensible y cuán terca era. No podía lograr el cambio solo por conocer un poco sobre mí misma. Después, los hermanos y hermanas me expusieron y trataron conmigo. Recuerdo que una vez, una hermana me dijo, sin delicadeza: “Ahora tengo algo de discernimiento sobre ti. Casi nunca enseñas sobre tus pensamientos íntimos ni revelas tu propia corrupción. Solo hablas de tu entrada positiva y sobre tu entendimiento positivo, como si tu corrupción estuviera completamente resuelta, como si estuvieras libre de ella”. También dijo que solía adorarme, que pensaba que era una creyente de larga data que entendía la verdad, que yo sabía cómo experimentar muchas cosas y que podía sufrir y pagar el precio en mi deber, y que, sobre todo, podía aceptar que trataran conmigo y me podaran de modo severo. Por eso me admiraba. Pensaba que todo lo que yo decía era correcto y siempre me escuchaba, prácticamente, me daba el lugar de Dios en su corazón. Oírla decir que me veía casi como a Dios fue como si me golpeara un rayo. Me asusté mucho y sentí mucha resistencia. Pensé: “Si eso es cierto, ¿no me he convertido en un anticristo? ¿Cómo puedes ser tan estúpida y no tener nada de discernimiento? También estoy corrompida por Satanás, ¿cómo pudiste verme así?”. Durante días, estuve devastada. Me sentía abatida cada vez que pensaba en lo que me había dicho y tenía una extraña sensación de terror, de que algo horrible me acechaba. Sabía que era la ira de Dios hacia mí, que Su carácter justo caería sobre mí, y que debía aceptar las consecuencias por hacer tal maldad. Sabía que el carácter de Dios no toleraba ninguna ofensa y sentía que, probablemente, Dios ya me había condenado, por eso mi senda de fe llegaba a su fin. Al pensar eso, no podía evitar llorar. Nunca imaginé que yo, alguien que no parecía hacer grandes maldades ni nada realmente malo, pudiera llegar a un punto tan grave. No solo engañé a las personas con doctrinas, también las llevé a adorarme como si fuera Dios. Eso era convertir a Dios en una figura vacía y ofendía gravemente el carácter de Dios. Me sentía muy negativa, y mis transgresiones y acciones malvadas parecían estar tatuadas en mi corazón. Sentí que era igual que un fariseo, que un anticristo, que era de Satanás, una hacedora de servicio que sería eliminada. No entendía cómo me había permitido llegar hasta ese punto. En mi arrepentimiento, fui ante Dios, arrepentida, y dije: “Dios, he hecho grandes maldades. He ofendido Tu carácter y ¡debería ser maldecida y castigada! No pido Tu perdón, solo pido que me esclarezcas para que pueda comprender mi naturaleza satánica y pueda ver la verdad de mi corrupción por Satanás. Dios, deseo arrepentirme, ser honesta y recta”.
En los días siguientes, empecé a reflexionar sobre por qué había llegado a un lugar tan terrible y dónde estaba la raíz del problema. Una vez, leí esto en mis devocionales: “Por tanto, ¿de qué personalidad se invisten los anticristos? ¿Quiénes fingen ser? Suplantan la personalidad, naturalmente, para conseguir estatus y reputación. No se puede disociar la suplantación de esas cosas; de lo contrario, ellos no podrían fingir de esa manera, no sería posible que cometieran semejante necedad. Dado que dicha conducta se considera bochornosa, abominable y repulsiva, ¿por qué la llevan a cabo de todos modos? Sin duda, tienen unos objetivos y motivaciones, unas intenciones y motivaciones. Para que los anticristos adquieran estatus en la mentalidad de la gente, deben hacer que esta tenga buen concepto de ellos. ¿Y cómo se consigue que la gente haga eso? Aparte de imitar conductas y expresiones que según las nociones de la gente se consideran buenas, otro aspecto es que los anticristos también imitan ciertas conductas e imágenes que la gente considera excelentes y magníficas para que los demás tengan buen concepto de ellos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (18)). “Sea cual sea el entorno o el lugar donde cumplan con el deber, los anticristos dan la impresión de no ser débiles, de amar a Dios al máximo, de estar rebosantes de fe en Dios y no haber estado nunca negativos, con lo que ocultan a los demás la actitud y opinión verdaderas que albergan en lo más hondo del corazón acerca de la verdad y de Dios. De hecho, en lo más hondo del corazón, ¿realmente se creen omnipotentes? ¿Realmente se creen libres de toda debilidad? No. Entonces, sabiendo que tienen debilidad, rebeldía y un carácter corrupto, ¿por qué hablan y se comportan así delante del resto? Su objetivo es obvio: sencillamente, preservar su estatus entre y ante los demás. Creen que si, delante de los demás, ellos son abiertamente negativos, dicen abiertamente cosas débiles, revelan rebeldía y hablan de que se conocen a sí mismos, esto es algo que perjudica su estatus y reputación, que va en detrimento de ellos. Por lo tanto, antes morir que anunciar que están débiles y negativos y que no son perfectos, sino que solo son personas corrientes. Piensan que, si admiten que tienen un carácter corrupto, que son personas corrientes, criaturas pequeñas e insignificantes, perderán su estatus en la mentalidad de la gente. Por eso, pase lo que pase, no pueden renunciar a este estatus, sino que hacen lo imposible por afianzarlo. Cada vez que se topan con un problema, dan la cara; sin embargo, al ver que podrían desenmascararlos, que podrían descubrirlos, enseguida se esconden. Si hay margen de maniobra, si todavía tienen la oportunidad de alardear, de fingir que son expertos, que saben de este asunto, lo entienden y pueden resolver este problema, no tardan en aprovechar la oportunidad de ganarse el aprecio de los demás, de advertirles que están especializados en esta área” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (18)). “Estos anticristos quieren hacer de personas espirituales, tener preeminencia entre los hermanos y hermanas, ser poseedores de la verdad, entenderla y poder ayudar a los débiles y de estatura inmadura. ¿Y cuál es su objetivo al desempeñar este papel? Para empezar, creen que ya han trascendido la carne, que han suprimido las preocupaciones mundanas, que se han despojado de las debilidades de la humanidad normal y vencido las necesidades carnales de la humanidad normal; se creen capaces de acometer tareas importantes en la casa de Dios y de tener en consideración la voluntad de Dios, cuyas palabras ocupan sus mentes. Se tildan de personas que ya han cumplido las exigencias de Dios y lo han agradado, y que pueden tener en consideración Su voluntad y alcanzar el hermoso destino prometido por boca de Dios. Por eso suelen ser presumidos y se consideran distintos al resto. Con las palabras y frases que recuerdan y entienden mentalmente, amonestan, condenan y sacan conclusiones sobre los demás; de igual modo, a menudo emplean las prácticas y máximas nacidas de la fantasía de sus propias nociones para sacar conclusiones sobre los demás e instruirlos, a fin de que otros sigan estas prácticas y máximas, con lo que alcanzan el estatus que desean entre los hermanos y hermanas. Piensan que, siempre y cuando sepan decir las palabras, frases y doctrinas adecuadas, puedan gritar algunas consignas, sepan asumir algo de responsabilidad en la casa de Dios, puedan acometer alguna tarea importante, estén dispuestos a tomar la iniciativa y puedan mantener el orden normal en un grupo de personas, eso quiere decir que son espirituales y que su posición está asegurada. Por ello, mientras fingen ser espirituales y se jactan de su espiritualidad, también fingen ser omnipotentes y capaces de cualquier cosa, unas personas perfectas, y creen que saben hacer de todo y que todo se les da bien” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (18)).
Las palabras de Dios me mostraron por qué era siempre tan hipócrita y solo mostraba mi lado bueno en las enseñanzas, mientras que me esforzaba mucho por esconder mi lado horrible y malvado para que nadie pudiera verlo. Era para proteger el lugar que tenía en el corazón de las personas, para mantener la imagen que tenían de mí como creyente de larga data. Así, pensarían que era especial con mis años de fe, que era diferente de otros hermanos y hermanas, que comprendía la verdad y tenía estatura, con lo que me admirarían y adorarían. ¡Vi que era muy arrogante, malvada y engañosa! Creía que era una creyente de larga data y que entendía algunas doctrinas, por eso me puse en un pedestal y empecé a fingir que era una persona espiritual. Carecía de la realidad de la verdad y no me concentraba en buscar y perseguir la verdad. Solo usaba la doctrina, la buena conducta y algunos sacrificios superficiales para ocultar la horrible realidad de que carecía de la realidad de la verdad. No reflexioné sobre mí ni me conocí a mí misma cuando me podaron y trataron conmigo. No diseccioné mis problemas y mi corrupción. Escondí mis motivos horribles y mi carácter corrupto para que nadie los descubriera, para proteger mi posición y mi imagen. ¿En qué se diferenciaban estas muestras hipócritas de aquellas de los fariseos que se oponían al Señor Jesús? El Señor Jesús reprendió a los fariseos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros, por fuera parecéis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mateo 23:27-28). “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!” (Mateo 23:24). ¿No era yo exactamente igual? Parecía enseñar desde mi experiencia, pero solo hablaba de cosas que todos podían ver, solo eran doctrinas vacías, mientras escondía y jamás mencionaba mis verdaderos pensamientos y las cosas malvadas y corruptas dentro de mí. Así, las personas pensarían que aunque tuviera corrupción y rebeldía, aún era mucho mejor que otras personas. Colaba el mosquito mientras tragaba el camello. Por fuera parecía humilde, pero, por dentro, solo protegía mi nombre y mi estatus, protegía la imagen que otros tenían de mí. Era muy hipócrita, muy poco confiable y engañosa. Había engañado a todos los hermanos y hermanas. No era una persona buena y recta, no ocupaba mi lugar como ser creado y no experimentaba la obra de Dios desde la perspectiva de alguien a quien Satanás había corrompido profundamente, que acepta ser juzgada, castigada, podada y tratada por Dios para librarse de su corrupción. En cambio, usaba mi deber para presumir, para establecerme y para engañar a otros, competía con Dios por Su pueblo escogido. ¿No era la senda de oposición a Dios, la de ser un anticristo? Era una senda condenada por Dios. En cuanto a mí, aparte de mi largo tiempo en la fe, no podía competir con otros en calibre o búsqueda de la verdad. Después de tanto tiempo, no tenía la realidad de la verdad, y mi carácter de vida no había cambiado. Era la misma imagen de Satanás, arrogante y engreída y no tenía principios en mi deber. No solo no me preocupé por la voluntad de Dios ni por exaltarlo, sino que además, obstaculicé nuestra obra de evangelio. Si se consideraban todos mis años como creyente, era algo muy vergonzoso. Pero pensaba que era el capital que podía usar para exaltarme y hacer que la gente me admirara. ¡Era tan irracional, tan desvergonzada!
En uno de mis devocionales, leí este pasaje de las palabras de Dios: “Si una persona no busca la verdad, nunca la entenderá. Puedes enunciar las letras y doctrinas diez mil veces, pero no seguirán siendo nada más que letras y doctrinas. Dicen algunos: ‘Cristo es la verdad, el camino y la vida’. Aunque repitas estas palabras diez mil veces, seguirá siendo inútil; no entiendes su significado. ¿Por qué se dice que Cristo es la verdad, el camino y la vida? ¿Puedes expresar el conocimiento que has adquirido acerca de esto por experiencia? ¿Has entrado en la realidad de la verdad, del camino y de la vida? Dios ha declarado Sus palabras para que puedas experimentarlas y adquirir conocimiento; la mera manifestación de letras y doctrinas no sirve de nada. Solo podrás conocerte a ti mismo una vez que hayas entendido y entrado en las palabras de Dios. Si no las entiendes, no puedes conocerte. Solo eres capaz de discernir cuando tienes la verdad; sin ella, no sabes discernir. Solo comprendes del todo un asunto cuando tienes la verdad; sin ella, no lo puedes comprender. Solo puedes conocerte a ti mismo cuando tienes la verdad; sin ella, no puedes conocerte. Tu carácter solo puede transformarse cuando tienes la verdad; sin ella, no puede transformarse. Solo cuando tienes la verdad puedes servir de acuerdo con la voluntad de Dios; sin la verdad no puedes servir de acuerdo con la voluntad de Dios. Solo cuando tienes la verdad puedes adorar a Dios; sin ella, tu adoración no será más que una representación de ritos religiosos. Todas estas cosas dependen de que recibas la verdad de las palabras de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Leer esto me ayudó a entender aún más claramente por qué había tomado la senda equivocada de oponerme a Dios como una farisea. Era porque nunca había buscado la verdad ni la había puesto en práctica a lo largo de los años, y, cuando leía las palabras de Dios, solo me concentraba en el significado literal. No entraba ni practicaba Sus palabras, y no tenía una comprensión real de la verdad. Por eso, solo podía exponer la doctrina literal. En mi fe, no amaba la verdad ni ansiaba las palabras de Dios, y casi nunca me aquietaba ante Dios para meditar sobre Sus palabras, como qué aspecto de la verdad revelaba un pasaje, cuánto había entendido, practicado y en cuánto había entrado, cuál era la voluntad de Dios, o cuánto habían logrado en mí Sus palabras. Cuando algo sucedía, no intentaba pensar en mi propio estado a la luz de las palabras de Dios, ni reflexionar sobre mis propios problemas personales y examinar qué tipo de corrupción revelaba y qué tipo de nociones equivocadas tenía. Solo me mantenía ocupada constantemente, como Pablo, pensaba en sufrir por mi obra y satisfacer mis propias ambiciones. Dios encarnado de los últimos días ha expresado muchas verdades y ha enseñado con mucho detalle sobre todos los aspectos de la verdad. Lo hizo para que podamos comprender la verdad, entender la verdad de nuestra corrupción por Satanás, arrepentirnos y cambiar. Pero tomé las palabras de Dios muy a la ligera. No las sopesé, no las busqué y no pensé en practicar o entrar en ellas. ¿No iba esto totalmente en contra de la voluntad de Dios de salvar a la humanidad? ¿No era exactamente la misma senda que tomaban por los fariseos y los pastores en la religión? A los fariseos solo les importaba predicar, sufrir en su obra y proteger su posición. Nunca practicaron las palabras de Dios ni fueron capaces de compartir su propia experiencia y comprensión de las palabras de Dios. No podían guiar a las personas a la realidad de la verdad, pero podían engañar a la gente con las Escrituras, el conocimiento y las doctrinas literales. Eso los convertía en personas que se oponían a Dios. Yo no intentaba practicar la verdad en mi fe tampoco, solo seguía algunas reglas. No hacía grandes maldades ni grandes daños, parecía comportarme bien y compartía lo que parecía correcto en las reuniones, por lo que pensaba que iba bien en mi fe. Pero me di cuenta de que estaba siendo hipócrita. ¿Cómo iba a ser eso la verdadera fe en Dios? Si seguía con ese tipo de fe, sin nada de la realidad de la verdad, sin ningún cambio en mi carácter corrupto, ¿no acabaría siendo eliminada? Estaba llena de arrepentimiento y oré a Dios: “Ya no quiero ser una hipócrita. Quiero buscar la verdad, aceptarla y someterme a Tu juicio y castigo, y quiero cambiar”.
Después, leí este pasaje de las palabras de Dios en mis devocionales: “Por ejemplo, crees que, en cuanto tengas estatus, has de presentarte de una manera autoritaria y hablar con un cierto aire. Una vez que te des cuenta de que es un punto de vista equivocado, debes renunciar a él; no vayas por esa senda. Cuando tengas pensamientos de este tipo, debes salir de ese estado y no permitirte quedar atrapado en él. Tan pronto como te quedes atrapado en él y esos pensamientos y puntos de vista tomen forma en tu interior, te disfrazarás, te envolverás de manera increíblemente fuerte, para que nadie pueda ver dentro de ti ni tener una idea de lo que hay en tu corazón y tu mente. Hablarás con los demás como si llevaras una máscara. No podrán verte por dentro. Debes aprender a dejar que los demás te vean por dentro; aprender a abrirte a ellos y acercarte a ellos; haces justo lo contrario. ¿No es este el principio? ¿No es la senda de práctica? Comienza desde el interior de tus pensamientos y de tu conciencia; en cuanto sientas ganas de envolverte en ti mismo, debes orar de este modo: ‘¡Oh, Dios mío! Quiero disfrazarme de nuevo y estoy a punto de meterme en tramas y engaños otra vez. ¡Soy todo un diablo! ¡Consigo que me detestes enormemente! Ahora me doy mucho asco a mí mismo. Te pido que me disciplines, repruebes y castigues’. Debes orar y sacar a la luz tu actitud. Esto entraña tu manera de practicar. ¿A qué aspecto de la especie humana va dirigida esta práctica? A los pensamientos, ideas e intenciones que la gente ha revelado respecto a un tema, así como a la senda por la que va y el rumbo que toma. Es decir, tan pronto como se te ocurran tales ideas y quieras actuar en consecuencia, debes frenarlas y analizarlas. En el momento en que frenes y analices los pensamientos, ¿no los expresarás y actuarás en consecuencia en un grado mucho menor? Además, ¿no sería un revés para tus actitudes internas corruptas?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para resolver el propio carácter corrupto, la persona debe tener una senda específica de práctica). Las palabras de Dios me indicaban un camino de práctica. Para resolver mi hipocresía y mi carácter satánico malvado y engañoso, debía practicar la verdad y ser una persona honesta, debía aprender a abrirme a Dios y compartir enseñanza sincera con otros, y, frente a los problemas, compartir mi verdadera perspectiva y mis verdaderos sentimientos. Cuando quería ser falsa otra vez, debía orar a Dios, abandonarme y hacer lo opuesto. Debía abrirme, revelar y diseccionar mi corrupción y no dejar que mi carácter satánico prevaleciera. Recordé las palabras de Dios: “Si tienes muchas confidencias que eres reacio a compartir, si eres tan reticente a dejar al descubierto tus secretos, tus dificultades, ante los demás para buscar el camino de la luz, entonces digo que eres alguien que no logrará la salvación fácilmente ni saldrá de las tinieblas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Entonces sentí la importancia de ser una persona honesta. En todos mis años de fe, no había practicado eso ni había entrado en eso, aunque fuera una verdad básica. ¡Era patético! Por eso, oré a Dios, deseosa de arrepentirme, de practicar la verdad y de ser una persona honesta.
Desde entonces, cuando oía que alguien decía que yo entendía la verdad y tenía estatura, me sentía muy incómoda y avergonzada. No me regodeaba como antes. Una vez, conocí a una hermana que había oído que yo era creyente desde hacía mucho y que podía sufrir por mi deber, y ella me admiraba de verdad. Me lo dijo de frente: “Hermana, sé que has sido creyente por mucho tiempo, que has oído muchos sermones y has entendido muchas verdades. De verdad te admiro”. Oírla decir esto me asustó, y sentí escalofríos. Le expliqué la verdad enseguida. Le dije: “Hermana, no es así. No veas solo las apariencias. He creído en Dios por mucho tiempo, pero carezco de calibre y no amo ni persigo la verdad. Solo hice algunos sacrificios superficiales durante todos mis años de fe. Hago algunas cosas buenas y puedo pagar un precio, pero no he tenido principios en mi deber y no he cambiado mucho mi carácter de vida. No he sido capaz de asumir los deberes que Dios me ha comisionado. No tengo en cuenta la voluntad de Dios ni lo exalto, sino que me opongo a Dios y lo avergüenzo”. Después, compartí con ella esta enseñanza: “Tu perspectiva no está en línea con la verdad. No adules a la gente ciegamente, mira a la gente y las cosas según las verdades en las palabras de Dios. ¿Cómo ve Dios a las personas? No le importa cuántos años hayan creído, cuánto hayan sufrido, cuánto hayan recorrido o cuánto puedan predicar. Le preocupa si persiguen la verdad, si su carácter ha cambiado, si pueden dar testimonio en su deber. Algunos que son nuevos en la fe pueden buscar la verdad y concentrarse en su práctica y su entrada. Avanzan rápidamente. Son mucho mejores que yo. Deberías admirarlos a ellos por su sinceridad y por su esfuerzo en buscar la verdad, no a mí por haber creído mucho tiempo o por haber sufrido. El tiempo de las personas en la fe es ordenado por Dios. No hay nada que admirar en eso. Si un creyente de larga data no busca la verdad, y su carácter de vida no ha cambiado, sino que solo hace algunas cosas buenas superficiales, es como un fariseo que engaña a otros. Por eso, buscar la verdad y tener cambios en el carácter son las cosas más importantes”. Me sentí mucho más tranquila después de compartir esa enseñanza. Después de eso, dejé de hablar de doctrinas y de presumir en las reuniones, solo compartía mi comprensión de mí misma a la luz de las palabras de Dios. También anuncié: “Recién adquirí un poco de conocimiento de mí misma. Aún no he cambiado, no lo he practicado ni he entrado en esto todavía”. Mi enseñanza era superficial, pero me sentía más cómoda.
A través de mi experiencia, hay algo que he visto claramente y que he experimentado profundamente. No importa cuánto tiempo una persona haya sido creyente, cuán buena aparente ser, lo bien que se comporte, cuánto sufra y trabaje, si no busca la verdad, si no la acepta y se somete cuando Dios la juzga, la castiga, la poda y trata con ella, si no intenta conocerse a sí misma y entrar en la realidad de las palabras de Dios cuando surgen los problemas, si su carácter satánico no ha cambiado, sigue la senda de los fariseos y los anticristos. Cuando aparezcan las circunstancias apropiadas, se convertirá en un fariseo, en un impostor. No hay duda de esto. Es el resultado inevitable. ¡He visto lo importante que es que las personas busquen la verdad, acepten y se sometan a ser juzgadas, castigadas, y tratadas por Dios para ser salvadas y cambiar su carácter! ¡Gracias a Dios!