Qué significa perseguir la verdad (3)

Hoy día, quienes cumplen con un deber están cada vez más ocupados. Notan que el tiempo pasa demasiado rápido, que no es suficiente. ¿Por qué? Porque ya comprenden la verdad y tienen conocimiento de muchas materias. El sentido de la responsabilidad pesa cada vez más sobre ellos y cumplen con el deber con creciente tesón, con un trabajo cada vez más minucioso. Por eso les parece que cada vez hay más deberes que cumplir. Por eso están cada vez más ocupados en el deber. Y, aparte, cada día, la mayoría de quienes cumplen con un deber también han de leer las palabras de Dios y compartir la verdad. Deben hacer introspección y, cuando les acontezca un problema, buscar la verdad para resolverlo. Además, deben aprender competencias profesionales. Siempre les parece que no hay tiempo suficiente, que cada día pasa demasiado rápido. Por la noche reflexionan sobre lo que hicieron ese día y, para ellos, lo que hicieron no tuvo mucho valor, no produjo nada bueno. Se sienten muy pequeños de estatura e insuficientes y están deseosos de crecer rápidamente en estatura. Algunos dicen: “¿Cuándo terminará el ajetreo de este trabajo? ¿Cuándo podré sosegar el corazón, leer debidamente las palabras de Dios y dotarme debidamente de la verdad? Es muy limitado lo que aprendo en una o dos reuniones a la semana. Deberíamos reunirnos más y escuchar más sermones; es el único modo de comprender la verdad”. Así, aguardan y anhelan, y en un abrir y cerrar de ojos han pasado tres, cuatro, cinco años y notan que el tiempo pasa demasiado rápido. Algunos no pueden dar mucho testimonio vivencial ni siquiera tras diez años de fe. Se inquietan por temor a ser abandonados y desean a toda prisa dotarse de más verdad. Por eso sienten la presión del tiempo. Hay muchos que piensan de esta forma. Todos aquellos que llevan la carga de un deber y persiguen la verdad sienten que el tiempo pasa muy deprisa. Los que no aman la verdad, que codician la comodidad y los placeres, no sienten que el tiempo pase deprisa; algunos hasta se quejan: “¿Cuándo llegará el día de Dios? Siempre están diciendo que Su obra está llegando a su fin; ¿por qué no ha terminado todavía? ¿Cuándo se extenderá la obra de Dios por todo el universo?”. La gente que dice estas cosas siente que el tiempo va muy lento. En el fondo no le interesa la verdad; siempre desea volver al mundo a continuar con su pequeña vida. Este estado en que se halla es, evidentemente, distinto del de las personas que persiguen la verdad. Por muy ocupados que estén en el deber quienes persiguen la verdad, son capaces, de todos modos, de buscarla para resolver los problemas que les ocurren, de procurar hablar de las cosas que no les quedan claras de los sermones que han oído y de sosegar el corazón diariamente para reflexionar sobre cómo lo hicieron, para luego contemplar las palabras de Dios y mirar videos de testimonios vivenciales. De esto aprenden cosas. Por muy ocupados que estén en el deber, esto no obstaculiza para nada su entrada en la vida, ni tampoco la retrasa. Es natural que practiquen así quienes aman la verdad. Quienes no aman la verdad no la buscan y no están dispuestos a sosegarse ante Dios para hacer introspección y conocerse, independientemente de que estén ocupados con el deber y de los problemas que les sobrevengan. Así pues, estén ocupados u ociosos en el deber, no persiguen la verdad. Lo cierto es que si alguien persigue de corazón la verdad, la anhela y lleva la carga que supone la entrada en la vida y la transformación del carácter, se acercará más a Dios en su corazón y le orará por muy ocupado que esté en el deber. Seguro que adquiere cierto esclarecimiento y vivacidad del Espíritu Santo, y su vida se desarrollará sin cesar. Si alguien no ama la verdad y no lleva ninguna carga para la entrada en la vida ni para la transformación del carácter, o si no le interesan estas cosas, no puede aprender nada. Reflexionar sobre las propias manifestaciones de corrupción es algo que hay que hacer en todo momento y lugar. Por ejemplo, si uno ha manifestado corrupción en el deber, entonces, en su interior, debe orar a Dios, hacer introspección, conocer su carácter corrupto y buscar la verdad para corregirlo. Es un asunto del corazón; no tiene nada que ver con la tarea en cuestión. ¿Es fácil? Depende de si eres o no una persona que persigue la verdad. A aquellos que no aman la verdad no les interesan las cuestiones relacionadas con la madurez vital. No piensan en esas cosas. Solo quienes persiguen la verdad están dispuestos a aplicarse para madurar en la vida; son los únicos que suelen meditar sobre los problemas que hay realmente y sobre cómo buscar la verdad para resolver esos problemas. De hecho, los procesos de resolución de problemas y de búsqueda de la verdad son los mismos. Si uno se centra constantemente en buscar la verdad para resolver los problemas en el deber y ha resuelto bastantes problemas a lo largo de varios años practicando así, su cumplimiento del deber está, sin duda, a la altura. Esas personas tienen muchas menos manifestaciones de corrupción y han adquirido mucha experiencia real en el deber. Por tanto, pueden dar testimonio de Dios. ¿Cómo se someten estas personas a la experiencia que empezó cuando asumieron por primera vez su deber hasta que fueron capaces de dar testimonio de Dios? Recurriendo a la búsqueda de la verdad para resolver los problemas. Por eso, por muy ocupados que estén en el deber aquellos que persiguen la verdad, la buscarán para resolver los problemas, cumplirán con el deber según los principios y serán capaces de practicar la verdad y de someterse a Dios. Este es el proceso de entrada en la vida, y también el proceso de entrada en la realidad-verdad. Algunas personas siempre dicen que están tan ocupadas en el deber que no tienen tiempo de perseguir la verdad. Eso no se sostiene. Alguien que persigue la verdad, sea cual sea su trabajo, en cuanto detecta un problema, busca la verdad para resolverlo y llega a comprender y alcanzar la verdad. No cabe duda. Hay muchos que piensan que solo es posible comprender la verdad reuniéndose a diario. No podrían estar más equivocados. La verdad no es algo que pueda comprenderse simplemente reuniéndose y escuchando sermones; también hace falta practicar y experimentar las palabras de Dios y, asimismo, es necesario ese proceso de descubrimiento y resolución de problemas. Lo crucial es que deben aprender a buscar la verdad. Los que no aman la verdad no la buscan sean cuales sean los problemas que les sobrevengan; quienes aman la verdad la buscan por muy ocupados que estén en el deber. Por ello, podemos asegurar que esas personas que siempre se quejan de que están tan ocupadas en el deber que no tienen tiempo de reunirse y, en consecuencia, tienen que aplazar su búsqueda de la verdad, no aman la verdad. Son personas con una comprensión absurda que no tienen entendimiento espiritual. Cuando leen las palabras de Dios o escuchan sermones, ¿por qué no son capaces de practicarlos ni de aplicarlos en el deber? ¿Por qué no pueden aplicar las palabras de Dios en la vida real? Esto basta para demostrar que no aman la verdad, con lo cual, por muchas dificultades que se encuentren en el deber, no la buscan ni la practican. Evidentemente, estas personas son la mano de obra. Puede que algunas deseen perseguir la verdad, pero tienen muy poca aptitud. Ni siquiera saben organizarse bien en la vida; cuando tienen que hacer dos o tres cosas, no saben cuál hacer primero y cuál al final. Si les acontecen dos o tres problemas, no saben resolverlos. Les da vueltas la cabeza. ¿Pueden acceder estas personas a la verdad? ¿Pueden buscar satisfactoriamente la verdad para resolver problemas? No necesariamente, pues tienen muy poca aptitud. Muchas personas están dispuestas a perseguir la verdad, pero, tras haber creído en Dios diez o veinte años, acaban siendo incapaces de dar testimonio vivencial y no han alcanzado verdad alguna. Esto se debe, principalmente, a que tienen muy poca aptitud. Que alguien persiga la verdad no depende de lo ocupado que esté en el deber ni del tiempo que tenga; depende de si ama la verdad de corazón. La realidad es que todo el mundo tiene la misma cantidad de tiempo; lo que difiere es a qué lo dedica cada persona. Es posible que cualquiera que diga que no tiene tiempo de perseguir la verdad dedique su tiempo a los placeres carnales o esté ocupado en algún proyecto externo. No dedica ese tiempo a buscar la verdad para resolver problemas. Así son las personas negligentes en su búsqueda. Esto demora la gran cuestión de su entrada en la vida.

En las dos últimas reuniones hemos hablado de “Qué significa perseguir la verdad” y de algunos aspectos concretos que implica este tema. Comencemos repasando lo que tratamos en la última reunión. Fijamos una definición precisa de “Qué significa perseguir la verdad”, y luego hablamos de algunos problemas y modos concretos en que la gente se comporta y que tienen que ver con lo que significa perseguir la verdad. ¿Cuál fue el último punto de lo que hablamos en la última reunión? (Que Dios planteó una pregunta: dado que lo que el hombre tiene por bueno y correcto no es la verdad, ¿por qué sigue afanándose por ello como si lo fuera?). Dado que esas cosas que el hombre tiene por buenas y correctas no son la verdad, ¿por qué las sigue defendiendo como si lo fueran, mientras cree estar persiguiendo la verdad? La última vez hablamos de tres cosas que abordan esta cuestión. Primera: si estas cosas por las que el hombre se afana no son la verdad, ¿por qué sigue practicándolas como si lo fueran? Porque, al hombre, las cosas que considera correctas y buenas le parecen la verdad, así que se afana por ellas como si fueran la verdad. ¿No es una forma clara de expresarlo? (Sí). Entonces, ¿cuál es la respuesta correcta a esta pregunta? Que la gente defiende las cosas que cree buenas y correctas como si fueran la verdad y, con ello, cree estar persiguiendo la verdad. ¿No es esa la respuesta completa? (Sí). Segunda cuestión: ¿por qué el hombre, al defender cosas que cree buenas y correctas como si fueran la verdad, cree estar persiguiendo la verdad? Esto puede responderse del siguiente modo: porque el hombre desea ser bendecido. El hombre va en pos de estas cosas que considera correctas y buenas con deseo y ambición, por lo que cree estar practicando y persiguiendo la verdad. En esencia, es un intento de llegar a un acuerdo con Dios. Tercera cuestión: si una persona tiene una conciencia y razón normales, en aquellos casos en que no comprenda la verdad, instintivamente optará por actuar según su conciencia y razón siguiendo precepto s, leyes, normas, etc. Podemos afirmar que el hombre defiende instintivamente las cosas que en conciencia considera positivas, constructivas y en consonancia con la humanidad como si fueran la verdad. Esto puede llevarse a cabo dentro de los parámetros de la conciencia y razón del hombre. Hay muchos que pueden esforzarse con normalidad en la casa de Dios; están dispuestos a contribuir con mano de obra y a someterse a las disposiciones de la casa de Dios porque tienen una conciencia y razón normales. A fin de recibir bendiciones, hasta sufren y pagan cualquier precio. Por tanto, el hombre también considera práctica y búsqueda de la verdad aquello de lo que él es capaz dentro de los parámetros de su conciencia y razón. Estas son las tres partes principales de la respuesta a esa pregunta. La última vez hablamos de ellas de manera general; hoy vamos a hablar de forma concreta y pormenorizada de los problemas que acarrean estos tres puntos y a diseccionarlos, además de analizar la forma en que cada elemento difiere de la búsqueda de la verdad o está reñido con ella, para que tengas más claro qué es perseguir la verdad y cómo, exactamente, ha de practicarse esa búsqueda. Esto supondrá un mejor aliciente para que la gente practique y persiga correctamente las verdades en la vida cotidiana.

Empezaremos hablando del primer punto. Simplemente centraremos nuestra enseñanza del primer punto en las cosas que el hombre considera correctas y buenas según sus nociones. ¿Por qué debe centrarse nuestra enseñanza en eso? ¿Qué problemas conlleva dicha materia? Pensadlo detenidamente primero. ¿Podríais saber exactamente cuáles son si no habláramos debidamente de ellos en las reuniones? ¿Si no habláramos de forma concreta al respecto y solo os guiarais por vuestras reflexiones, o si dedicarais tiempo a experimentarlos y llegarlos a conocer? ¿Sabríais entonces a qué verdades afecta esta materia? ¿Las podríais descubrir por medio de la meditación? (No). Comenzaremos examinando los términos literales de la expresión “las cosas que el hombre considera correctas y buenas según sus nociones” y veremos hasta dónde llega vuestro conocimiento de ella. En primer lugar, ¿qué aborda la parte importante de esta expresión, sobre la cual vamos a hablar? ¿No lo sabéis? ¿Es una expresión abstracta? ¿Tiene algún misterio? (Aborda las nociones y fantasías del hombre). Es una forma general de expresarlo; pon un ejemplo. (El hombre cree, según sus nociones, que, mientras sea capaz de renunciar, de esforzarse, de sufrir y pagar un precio, podrá contar con el visto bueno de Dios. También hay una parte de cultura tradicional: cosas como la devoción filial y que las mujeres atiendan a sus maridos y críen a sus hijos. La gente también considera buenas estas cosas). Has señalado algunas de ellas. ¿Habéis captado la idea central? ¿Qué elementos afectan a nuestro tema? (La renuncia, el esfuerzo, el sufrimiento y el pago de un precio). (La devoción filial y que las mujeres atiendan a sus maridos y críen a sus hijos). Sí. ¿Alguno más? (La demostración de devoción, paciencia y tolerancia, como los fariseos). Humildad, paciencia, tolerancia… Eso está relacionado con algunas demostraciones y algunos dichos concretos de conducta. Ya que vamos a hablar de dicha materia, mejor hablemos en concreto empleando dichos concretos. La gente puede alcanzar una comprensión más exacta y precisa si nos centramos de esa manera en la cuestión. Como por ahora no podéis darme ninguna pista, seguiré adelante con Mi enseñanza, ¿de acuerdo? (Sí). Los cinco milenios de cultura china son “inabarcables y profundos”, repletos de todo tipo de dichos populares y modismos. Además, la cultura china cuenta con multitud de aclamados “antiguos sabios”, como Confucio, Mencio y similares. Ellos crearon las enseñanzas chinas del confucionismo, que constituyen la parte principal de la cultura tradicional china. Gran parte del lenguaje, del vocabulario y de los dichos de la cultura tradicional china fueron elaborados por varias generaciones de personas. Algunos aluden a la antigüedad, otros no; unos proceden del pueblo llano, y otros, de hombres famosos. Quizá no os guste mucho la cultura tradicional, os hayáis alejado de la cultura tradicional básica o seáis lo bastante jóvenes como para no haberos dedicado todavía a estudiar o investigar a fondo la “inabarcable y profunda” cultura tradicional china, y por eso aún no la conocéis ni entendéis esas cosas. En realidad, eso es bueno. Aunque uno no lo comprenda, su pensamiento y sus nociones se los han inculcado y contagiado subliminalmente los elementos de la cultura tradicional. Acaba viviendo de acuerdo con esas cosas sin saberlo. Lo que se transmite de los ancestros —la cultura tradicional transmitida por los antepasados del hombre— contiene muchas afirmaciones de todo tipo sobre cómo debe hablar, actuar y comportarse el hombre. Y aunque la gente pueda tener distintas interpretaciones y opiniones sobre los diversos enunciados de la cultura tradicional, en general está convencida de esas ideas de la cultura tradicional. A partir de esta observación, podemos apreciar que las fuentes de influencia sobre la vida y la existencia de la humanidad, sobre su visión de las personas y las cosas y sobre sus conductas y actos son cosas de la cultura tradicional. Aunque las diversas etnias de la humanidad difieren en los enunciados sobre las normas y los criterios morales que defienden, las ideas generales que las sustentan son parecidas. Hoy hablaremos de algunas y las diseccionaremos pormenorizadamente. Aunque no podremos comentar y diseccionar todo lo que el hombre considera correcto y bueno, su contenido general no es otro que los dos elementos mencionados en la definición de búsqueda de la verdad: la opinión de uno sobre las personas y las cosas, y la forma en que se comporta y actúa. Uno son las opiniones; el otro, las conductas. Esto significa que el hombre contempla a las personas y las circunstancias del mundo a través de cosas que según sus nociones son correctas y buenas, y que adopta esas cosas como fundamento, base y criterio según los cuales se comporta y actúa. ¿Y cuáles son exactamente esas cosas buenas y correctas? En términos generales, las cosas que el hombre considera correctas y buenas según sus nociones no son más que exigencias de que el hombre se comporte bien y tenga una buena moral e integridad a nivel humano. Son esas dos cosas. Pensadlo: ¿no son, fundamentalmente, esas dos? (Sí). Una, la buena conducta; la otra, la integridad y la moral humanas. La humanidad ha fijado, básicamente, dos criterios con los que evaluar la humanidad con la que alguien vive y su conducta: uno, la exigencia de que el hombre se comporte bien de puertas afuera; el otro, que se comporte con moralidad. Se aplican estos dos factores para evaluar la bondad de una persona. Como se aplican estos dos factores para evaluar la bondad de una persona, a ese fin surgieron unos criterios con los que juzgar la conducta y la moral de las personas y, conforme iban surgiendo, la gente, naturalmente, comenzó a oír todo tipo de enunciados de conducta moral del hombre o sobre su comportamiento. ¿Qué dichos concretos hay? ¿Los conocéis? Algo sencillo; por ejemplo, ¿qué criterios y dichos hay para evaluar la conducta de las personas? Ser culto, sensato, gentil y refinado; todas esas son conductas externas. ¿Ser cortés es una de ellas? (Sí). El resto son más o menos similares y, por analogía, sabréis qué términos y enunciados son criterios con los que evaluar la conducta del hombre y qué enunciados son criterios con los que evaluar su moral. Ahora, “La mujer ha de ser virtuosa, amable, dulce y moral”, ¿es un criterio de conducta externa o de moral? (De moral y ética). ¿Y la generosidad? (También tiene que ver con la moral). Exacto. Todo esto guarda relación con la moral, con la moralidad del hombre. Los principales enunciados relacionados con la conducta del hombre son aquellos como ser cortés, ser gentil y refinado, y ser culto y sensato. Todas estas son cosas que el hombre considera correctas y buenas según sus nociones, cosas que cree positivas a tenor de las afirmaciones de la cultura tradicional o, al menos, acordes con la conciencia y la razón, no cosas negativas. De lo que estamos hablando aquí es de cosas que la gente generalmente reconoce como correctas y buenas. ¿Y qué más enunciados hay acerca de la buena conducta del hombre, aparte de los tres que acabo de decir? (Respetar a los mayores y amar a los pequeños). Respetar a los mayores y amar a los pequeños, ser amable, ser accesible; todas ellas son cosas con las que la gente está un tanto familiarizada y que entiende. Ser culto y sensato, ser gentil y refinado, ser cortés, respetar a los mayores y amar a los pequeños, ser amable, ser accesible… El pensamiento del hombre cree que todo aquel que tiene estas conductas es buena persona, una persona bondadosa, una persona con humanidad. Todo el mundo evalúa a los demás por su conducta; juzga la bondad de alguien por su conducta externa. La gente juzga, determina y evalúa si una persona es culta y tiene humanidad, si merece la pena relacionarse con ella y es digna de confianza, según los pensamientos e ideas de la cultura tradicional y las conductas que aprecia en esa persona. ¿Tiene la gente la capacidad de adentrarse en el mundo material? En absoluto. La gente solo puede juzgar y distinguir si una persona es buena o mala, o qué clase de persona es, por su conducta; solo si se relaciona, habla y colabora con alguien puede observar y determinar esas cosas. Independientemente de que en tus evaluaciones utilices explícitamente enunciados como “Sé culto y sensato”, “Sé amable” y “Respeta a los mayores y ama a los pequeños”, tus criterios de evaluación no van más allá de estos enunciados. Cuando alguien no puede ver el mundo interior de otro, evalúa si es bueno o malo, noble o ruin, observando sus conductas y actos y aplicando estos criterios de conducta. Esto es, básicamente, lo único que aplica, ¿no es así? (Sí). A tenor de los enunciados que acabamos de esbozar, ¿qué criterios de evaluación tiene la humanidad? ¿Qué cosas considera la humanidad buenas y correctas según sus nociones? En vez de comenzar por la conducta moral, comencemos nuestra comunión y nuestra disección por las cosas buenas, correctas y positivas que brotan del hombre y que este manifiesta en su conducta. Observemos si realmente son cosas positivas. Así pues, ¿hay algo en los enunciados que acabamos de enumerar que afecte a la verdad? ¿Algo en ellos que esté de acuerdo con la verdad? (No). Si a lo que aspira alguien es a ser una persona así, una persona con esas conductas y esa fachada, ¿persigue esa persona la verdad? ¿Guarda relación aquello a lo que aspira con la búsqueda de la verdad? ¿Practica y persigue la verdad alguien que tenga dichas conductas? Alguien que tenga dichas conductas y manifestaciones, ¿es buena persona en el auténtico sentido del término? La respuesta es negativa: no lo es. Es evidente.

Veamos primero el enunciado de que hay que ser culto y sensato. Hablad de lo que significa por sí solo el enunciado “Ser culto y sensato”. (Describe a alguien bastante decoroso y educado). ¿Qué significa ser “decoroso”? (Ser un tanto mesurado). Correcto. ¿Qué normas acata una persona así? Cuanto más concreta sea tu respuesta, más profunda será tu comprensión de este asunto y de su esencia. Entonces, ¿qué significa ser mesurado? Aquí va un ejemplo. Al comer, la generación más joven no debe sentarse hasta que sus mayores no estén sentados, y deben permanecer callados cuando sus mayores no estén hablando. Si queda comida para los mayores, ninguno puede comerla a menos que los mayores lo indiquen. Tampoco se puede hablar mientras se come, enseñar los dientes, reírse a carcajadas, relamerse ni hurgar en el plato. Cuando la generación mayor haya terminado, los más jóvenes deben dejar de comer inmediatamente y levantarse. Únicamente pueden seguir comiendo cuando se hayan despedido de sus mayores. ¿Esto no es observar unas normas? (Sí). Estas normas están presentes, en mayor o menor medida, en todos los hogares, en familias de todos los apellidos y linajes. Toda persona observa estas normas en mayor o menor medida y, por observarlas, se ve limitada por ellas. En cada familia hay normas diferentes: ¿quién las fijó? Las fijaron los ancestros y ancianos venerables de la familia en distintas épocas pasadas. Adquieren especial importancia cuando se celebran fiestas importantes y fechas conmemorativas; entonces todos deben obedecerlas sin excepción. Si alguien se salta las normas o las infringe, será severamente castigado con la censura familiar. Puede que algunos hasta tengan que arrodillarse a pedir perdón en el altar familiar. Esas son las normas. Acabamos de hablar nada más que de algunas normas que pueden aplicarse en un determinado hogar o familia. ¿No forman parte estas normas de lo que implica ser “decoroso”? (Sí). Se puede saber si una persona es decorosa mirando cómo come. Si se relame al comer, come como un pajarito o siempre está sirviendo bocados a los demás, hablando mientras come, riendo a carcajadas, e incluso, en algunos casos, señalando a quien le habla con los palillos, entonces, con todo esto, está demostrando indecoro. Decir que una persona es indecorosa implica que los demás la reprenden, cuestionan y desprecian por su conducta. Quienes son decorosos no hablan mientras comen, no se ríen, no hurgan en la comida ni sirven bocados a los demás. Son bastante mesurados. Los demás ven su conducta y su actuación y, a tenor de ellas, afirman que es una persona decorosa. Y por este decoro se gana el respeto y la estima de los demás, así como su afecto. Esto es, en parte, lo que subyace al decoro. ¿Y qué es realmente el decoro? Lo acabamos de explicar: el “decoro” solamente está relacionado con la conducta de las personas. En estos últimos ejemplos, digamos que hay un orden de prioridad generacional a la hora de comer. Todo el mundo debe colocarse según las normas; no debe sentarse nadie en el lugar que no es. Tanto las generaciones mayores como las más jóvenes siguen las normas familiares, que nadie puede infringir, y parecen muy mesurados, gentiles, nobles y dignos; sin embargo, por mucho que lo parezcan, todo se reduce a una mera buena conducta externa. ¿Implica esto que tengan un carácter corrupto? No; esto no es más que un criterio con el que evaluar las conductas externas de las personas. ¿Qué conductas? Principalmente, su forma de hablar y sus actos. Por ejemplo, no se debe hablar mientras se come ni hacer ruido al masticar. Al sentarse a comer, se sigue un orden. Hay formas correctas de levantarse y sentarse en general. Todo esto no son más que conductas, conductas externas todas ellas. ¿Y está la gente realmente dispuesta a obedecer estas normas? ¿Qué piensa la gente para sus adentros sobre esta cuestión? ¿Qué opina al respecto? ¿Le beneficia a la gente obedecer estas lamentables normas? ¿Progresa en la vida gracias a ellas? ¿Qué problema hay en obedecer estas lamentables normas? ¿Tiene que ver con la cuestión de si se produce una transformación en la visión de las cosas y el carácter-vida de alguien? En absoluto. Solamente tiene que ver con la conducta de las personas. Únicamente impone algunas exigencias de conducta a las personas, unas exigencias relativas a qué normas deben cumplir y obedecer. Independientemente de lo que alguien piense de estas normas, incluso si las odia y desprecia, no tiene más remedio que vivir sujeto a ellas por su familia y sus ancestros y por su código familiar. Sin embargo, nadie se pone a investigar qué piensa la gente en concreto de estas normas, cómo las contempla y considera en su pensamiento ni su perspectiva y actitud hacia ellas. Basta con que demuestres buena conducta y obedezcas estas normas en este ámbito concreto. Quienes así lo hacen son personas decorosas. Lo de “Ser culto y sensato” tan solo impone unas exigencias de conducta a las personas. Se emplea exclusivamente para limitar la conducta de las personas, conducta que incluye la postura de las personas sentadas y de pie, sus movimientos corporales, los gestos de sus órganos sensoriales, cómo ha de ser su mirada, cómo han de mover la boca, cómo han de girar la cabeza, etc. Eso le brinda a la gente un criterio de conducta externa sean cuales sean su mente, su carácter y la esencia de su humanidad. Ese es el criterio de ser culto y sensato. Si cumples dicho criterio, eres una persona culta y sensata, y si tienes la buena conducta que supone ser culto y sensato, entonces, a ojos de los demás, eres alguien que merece estima y respeto, ¿no es así? (Sí). Así pues, ¿se centra este enunciado en la conducta del hombre? (Sí). ¿Para qué sirve en realidad este criterio de conducta? Principalmente, para evaluar si una persona es decorosa y mesurada, si puede ganarse el respeto y la estima de los demás en su trato con ella y si es digna de admiración. Esta forma de evaluar a la gente no se ajusta en absoluto a los principios-verdad. Es intrascendente.

Nuestra enseñanza de hace un momento estaba relacionada, principalmente, con la cultura de una persona, una de las exigencias del enunciado “Ser culto y sensato”. ¿A qué alude lo de “Ser sensato”? (A demostrar que se entiende de modales y etiqueta). Eso es un poco superficial, pero en parte es cierto. “Ser sensato”, ¿no implica la cortesía de ser razonable, de estar dispuesto a razonar? ¿Podemos llegar así de lejos? (Sí). Demostrar que se entiende de modales y etiqueta y tener la cortesía de ser razonable. Así pues, en conjunto, si alguien tiene las conductas que implica “ser culto y sensato”, ¿cómo, exactamente, lo demuestra en general? ¿Habéis visto a alguna persona culta y sensata? ¿Hay alguna persona culta y sensata entre vuestros mayores y familiares o entre vuestros amigos? ¿Cuál es su rasgo distintivo? Que obedece un número excepcional de normas. Es muy particular en su forma de hablar, ni tosca, ni grosera ni hiriente para los demás. Cuando se sienta, lo hace correctamente; cuando se levanta, lo hace con porte. En todos los sentidos, su conducta parece refinada y aplomada a ojos de los demás, que sienten cariño y envidia al verlo. Cuando se encuentra con la gente, baja la cabeza e inclina el cuerpo, hace reverencias y genuflexiones. Habla con educación, respetando estrictamente las reglas de la decencia y el orden públicos, sin las costumbres ni el gamberrismo de los estratos más bajos de la sociedad. En general, su conducta externa suscita tranquilidad y elogios en quienes la contemplan. Sin embargo, hay algo preocupante en esto: para esa persona hay unas normas para todo. Comer tiene sus normas, dormir tiene sus normas, caminar tiene sus normas; hasta salir de casa y volver tiene sus normas. Uno se siente bastante constreñido e incómodo con una persona así. No sabes cuándo va a saltar con una norma, y si la infringes por descuido, pareces bastante imprudente e ignorante, mientras él parece muy refinado. Es así de refinado incluso con su sonrisa, que no enseña los dientes, y con su llanto, que nunca vierte delante de los demás, sino en los pliegues de su manta a altas horas de la noche, mientras los demás duermen. Haga lo que haga, está regulado. Eso se llama “educación”. Esas personas viven en el terreno de la etiqueta, en una gran familia; tienen muchas normas y mucha educación. Te pongas como te pongas, las buenas conductas que conlleva ser culto y sensato son conductas, buenas conductas externas que le ha inculcado a la persona el entorno en que fue criada, y progresivamente suavizadas en ella por los elevados criterios y las estrictas exigencias que le imponen a su comportamiento. Sea cual sea la influencia de dichas conductas sobre la gente, no afectan sino a la conducta externa del hombre, y aunque dichas conductas externas sean consideradas buenas por el hombre, conductas a las que la gente aspira y que mira con buenos ojos, son distintas del carácter del hombre. Por muy buena que sea la conducta externa de una persona, no puede disimular su carácter corrupto; por muy buena que sea la conducta externa de una persona, no puede reemplazar la transformación de su carácter corrupto. Aunque la conducta de una persona culta y sensata sea bastante reglamentista y suscite bastante respeto y estima de los demás, esa buena conducta no sirve de nada cuando se manifiesta su carácter corrupto. Por muy noble y madura que sea su conducta, cuando le ocurre algo que afecta a los principios-verdad, esa buena conducta no le sirve de nada ni le induce a comprender la verdad; en cambio, como cree, según sus nociones, que ser culto y sensato es algo positivo, lo considera la verdad, con la cual evalúa y cuestiona las palabras de Dios. Evalúa su propio discurso y sus actos de acuerdo con ese enunciado, el cual es también su criterio para evaluar a los demás. Fíjate ahora en la definición de “Qué significa perseguir la verdad”: contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio. Ahora bien, ¿tiene algo que ver con las palabras de Dios y la verdad el criterio de conducta externa que exige ser culto y sensato? (No). No solo no guardan relación, sino que se contradicen. ¿Dónde está la contradicción? (En que esos dichos solo hacen que la gente se centre en la buena conducta externa, mientras ignora las intenciones y actitudes corruptas que alberga. Eso es para que la gente se deje desorientar por estas buenas conductas, no reflexione sobre sus propios pensamientos e ideas y, de ese modo, no pueda examinar su carácter corrupto y hasta envidie e idolatre ciegamente a otros por su conducta). Esas son las consecuencias de aceptar los enunciados de la cultura tradicional. Por ello, cuando el hombre ve una representación de estas buenas conductas, las valora. Empieza por creer que esas conductas son buenas y positivas y, por ser positivas, las considera la verdad. Luego utiliza esto como el criterio por el cual él se inhibe y evalúa a los demás; lo considera el fundamento de sus opiniones sobre las personas y cosas y, al tiempo, también lo considera el fundamento de sus conductas y actos. ¿No contradice esto la verdad? (Sí). Dejemos de lado por ahora si el enunciado de que hay que ser culto y sensato desorienta a la gente y hablemos del enunciado en sí. “Ser culto y sensato” es una expresión civilizada y noble. A todo el mundo le agrada este enunciado, y el hombre lo aplica para evaluar a los demás y para contemplar a las personas y las cosas dando por sentado que es correcto, bueno y un criterio. A su vez, también lo considera el fundamento de sus conductas y actos. Por ejemplo, el hombre no basa su evaluación de la bondad de alguien en las palabras de Dios. ¿En qué la basa? “¿Es una persona culta y sensata? ¿Tiene una conducta externa cultivada? ¿Es una persona mesurada? ¿Es respetuosa con los demás? ¿Tiene modales? ¿Adopta una actitud humilde al hablar con los demás? ¿Tiene unas buenas conductas, como antaño Kong Rong al renunciar a las peras más grandes[a]? ¿Es esa clase de persona?”. ¿En qué se basa para plantear estas preguntas y opiniones? En primer lugar, en el criterio de ser culto y sensato. ¿Es correcto que aplique ese criterio? (No). ¿Por qué no? Una respuesta tan sencilla, pero a vosotros no se os ocurre. Porque Dios no evalúa así y no quiere que el hombre lo haga. Si el hombre lo hace, se equivoca. Si alguien evalúa a una persona o circunstancia de esta forma, si la aplica como criterio con el que contemplar a las personas y las cosas, está quebrantando la verdad y las palabras de Dios. Esa es la contradicción entre las nociones tradicionales y la verdad, ¿no es así? (Sí). ¿En qué quiere Dios que se base el hombre para evaluar a los demás? ¿De acuerdo con qué quiere que el hombre contemple a las personas y las cosas? (Con Sus palabras). Quiere que el hombre contemple a las personas según Sus palabras. Concretamente, esto implica evaluar si una persona tiene humanidad según Sus palabras. Eso, en parte. Más allá de eso, se basa en si esa persona ama la verdad, si tiene un corazón temeroso de Dios y si es capaz de someterse a la verdad. ¿No son estos los aspectos concretos? (Sí). ¿Y en qué se basa el hombre para evaluar la bondad de otra persona? En si es culta y mesurada, en si se relame o tiende a hurgar los bocados cuando come, en si espera a que sus mayores se sienten antes de sentarse ella a comer. Utiliza estas cosas para evaluar a los demás. ¿Acaso utilizarlas no supone aplicar el criterio de conducta de ser culto y sensato? (Así es). ¿Son precisas esas evaluaciones? ¿Se ajustan a la verdad? (No). Es bastante obvio que no se ajustan a la verdad. ¿Y cuál es el resultado último de dicha evaluación? Que el que evalúa cree que todo aquel que es culto y sensato es buena persona y, si enseña la verdad, siempre le inculca a la gente esas reglas y enseñanzas familiares y buenas conductas. Y el resultado último de que inculque estas cosas a la gente es que hace que esta tenga buenas conductas, pero la esencia corrupta de esas personas no se transforma en absoluto. Esta manera de hacer las cosas se aleja mucho de la verdad y de las palabras de Dios. Esas personas tienen simplemente unas pocas buenas conductas. ¿Y pueden transformarse las actitudes corruptas que albergan con una buena conducta? ¿Pueden alcanzar la sumisión y la lealtad a Dios? Ni mucho menos. ¿En qué se han convertido estas personas? En unos fariseos, que solamente tienen una buena conducta externa, pero que, fundamentalmente, no comprenden la verdad y no son capaces de someterse a Dios. ¿No es así? (Sí). Fijaos en los fariseos: ¿no eran impecables en apariencia? Guardaban el sabbat; el sábado no hacían nada. Eran corteses cuando hablaban, bastante mesurados y obedientes a los preceptos, muy cultos, civilizados y eruditos. Como se les daba bien disimular y no temían a Dios en absoluto, sino que lo juzgaban y condenaban, al final Él los maldijo. Dios los definió como fariseos hipócritas, malhechores todos ellos. Del mismo modo, es evidente que las personas que aplican la buena conducta de ser culto y sensato como criterio propio de conducta y actuación no son personas que persigan la verdad. Cuando aplican esta regla para evaluar a los demás, comportarse y actuar, claro está, no persiguen la verdad; y cuando emiten un juicio sobre alguien o algo, el criterio y el fundamento de ese juicio no se ajustan a la verdad, sino que la quebrantan. En lo único que se centran es en la conducta de una persona, en sus formas, no en su carácter y esencia. Su fundamento no son las palabras de Dios ni la verdad; por el contrario basan sus evaluaciones en este criterio de conducta de la cultura tradicional de ser culto y sensato. A resultas de dicha evaluación, para ellos, una persona es buena y está en consonancia con las intenciones de Dios siempre y cuando tenga buenas conductas externas como la de ser culta y sensata. Cuando la gente adopta semejantes clasificaciones, es evidente que ha adoptado una postura contraria a la verdad y a las palabras de Dios. Y cuanto más aplica este criterio de conducta para contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar, más se aleja de las palabras de Dios y de la verdad. Aun así, disfruta con lo que hace y cree perseguir la verdad. Al defender algunos enunciados buenos de la cultura tradicional, cree defender la verdad y el camino verdadero. Sin embargo, por mucho que se atenga a esas cosas, por mucho que se empeñe en ellas, a la larga no tendrá experiencia ni apreciación de las palabras de Dios, la verdad, ni se someterá a Dios lo más mínimo. Menos aún puede suscitar esto un temor sincero a Dios. Es lo que sucede cuando la gente defiende toda buena conducta como la de ser culto y sensato. Cuanto más se centra el hombre en la buena conducta, en vivirla, en aspirar a ella, más se aleja de las palabras de Dios, y cuanto más alejado está de las palabras de Dios, menos comprende la verdad. Es de esperar. Si la conducta de alguien mejora, ¿significa eso que se ha transformado su carácter? ¿Habéis pasado vosotros por esto? ¿Alguna vez habéis aspirado inconscientemente a ser personas cultas y sensatas? (Sí). Eso pasa porque todo el mundo entiende que, al ser una persona culta y sensata, uno parece bastante respetable y noble a ojos de los demás. Los demás lo tienen en alta estima. Es así, ¿no? (Sí). Por tanto, no debería ser malo tener estas buenas conductas. No obstante, ¿puede corregir el hombre su carácter corrupto adquiriendo estas buenas conductas, estas buenas manifestaciones? ¿Puede con ello dejar de hacer cosas malas? Si no, ¿de qué sirven esas buenas conductas? Es una mera buena apariencia; no sirve de nada. ¿Pueden someterse a Dios las personas que tienen una conducta así de buena? ¿Pueden aceptar y practicar la verdad? Es evidente que no. La buena conducta no puede reemplazar la práctica de la verdad por parte del hombre. Es igual que con los fariseos. Su conducta era buena y eran bastante piadosos, pero ¿cómo trataban al Señor Jesús? Nadie hubiera imaginado que podrían llegar a crucificar al Salvador de la humanidad. Por consiguiente, aquellos que solamente tienen buenas conductas externas, pero no han alcanzado la verdad, están en peligro. Pueden seguir como hasta ahora, resistiéndose a Dios y traicionándolo. Si no lo entendéis, es posible que, como siempre, todavía os dejéis desorientar por la buena conducta de la gente.

Ser culto y sensato es una noción tradicional del hombre. Está en total desacuerdo con la verdad. Dado que está reñida con la verdad, ¿qué debería tener exactamente el hombre si quisiera poner en práctica la verdad? ¿Qué realidad, una vez vivida, se ajusta a la verdad y a las exigencias de Dios? ¿Lo sabéis? Ante semejantes palabras, quizá digan algunos: “Tú afirmas que ser culto y sensato está en desacuerdo con la verdad, que es una mera conducta externa. Pues ya no seremos personas cultas y sensatas. La vida será más despreocupada, sin limitaciones, sin preceptos. Podremos hacer lo que nos dé la gana, vivir como queramos. ¡Qué despreocupados estaremos! Ahora somos más libres, pues la buena conducta del hombre no guarda relación con su resultado. No hace falta que nos preocupemos por la cultura, las reglas ni nada por el estilo”. ¿Es eso lo que hay que extraer de esto? (No). Es una comprensión distorsionada; cometen el error de irse a los extremos. Entonces, ¿hay alguien que cometería semejante error? Puede haber quienes señalen: “Como es posible que las personas cultas todavía se resistan y traicionen a Dios, yo, sencillamente, no seré una persona culta. Estoy empezando a sentir desprecio por la gente culta. Desprecio a los cultos y sensatos, gentiles y refinados, corteses, que respetan a los mayores y aman a los pequeños, que son amables. Miro por encima del hombro a cualquiera que exhiba estas conductas y lo reprendo públicamente: ‘Tu conducta es la de los fariseos, para desorientar a los demás. Eso no es perseguir la verdad, y ni mucho menos practicarla. Deja de intentar engañarnos; ¡no nos dejaremos engañar por ti ni caeremos en tus trampas!’”. ¿Actuaríais así vosotros? (No). Haríais bien en no hacerlo. Significaría que seríais alguien que está demasiado inclinado a las distorsiones si hicierais algo tan insensato. Algunas personas de entendimiento distorsionado carecen de una comprensión pura de la verdad, no tienen esa capacidad. Lo único que saben hacer es obedecer los preceptos, por lo que actúan de esa forma. Entonces, ¿por qué compartimos y diseccionamos este problema? Principalmente, para que la gente entienda que perseguir la verdad no es aspirar a una buena conducta externa ni pretende convertirte a ti en una persona que se comporta correctamente, que es mesurada y culta. Más bien, su objetivo es que comprendas la verdad, la practiques y sepas actuar en función de ella; es decir, que todo lo que hagas se fundamente en las palabras de Dios, que todo ello se ajuste a la verdad. Las conductas que se ajustan a la verdad y se fundamentan en las palabras de Dios no son lo mismo que ser culto y sensato ni lo mismo que las normas exigidas al hombre por parte de la cultura y la moral tradicionales. Son dos cosas distintas. Las palabras de Dios son la verdad, el único criterio con el que se evalúan el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, del hombre. Por otra parte, la norma de la cultura tradicional de ser culto y sensato dista mucho de la norma de los principios-verdad. ¿Cuándo, en qué etapa de Su obra, te dijo Dios que debes ser una persona culta y sensata, una persona cultivada y noble, sin ningún interés vil con respecto a ti? ¿Ha afirmado Dios semejante cosa? (No). No lo ha hecho. Entonces, ¿qué enuncia y exige Dios con respecto a la conducta del hombre? Que os comportéis y actuéis en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio. ¿Cuál es, pues, ese fundamento de las palabras de Dios? Dicho de otro modo, ¿qué verdades debéis aplicar como criterio y qué tipo de vida debéis llevar para que persigáis y practiquéis la verdad? ¿Acaso no hay que entender esto? (Sí). Así pues, ¿cuáles son los criterios de las normas de conducta de las palabras de Dios para con el hombre? ¿Podéis buscar unas palabras Suyas que sean claras al respecto? (Las palabras de Dios dicen: “Tengo muchas esperanzas. Espero que os comportéis de una manera correcta y bien educada, que seáis fieles en desempeñar vuestro deber, que poseáis la verdad y humanidad, que seáis personas que pueden renunciar a todo lo que tienen por Dios, incluso a sus vidas, y así sucesivamente. Todas estas esperanzas provienen de vuestras insuficiencias y de vuestra corrupción y rebeldía” [La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las transgresiones conducirán al hombre al infierno]). Todas esas palabras son principios y exigencias de conducta hacia el hombre. ¿Y qué otras palabras de Dios guardan relación con la práctica concreta? (Otro pasaje señala: “Tu corazón ha de estar en un constante estado de quietud y, cuando te sucedan cosas, no debes precipitarte, tener prejuicios ni ser obstinado, radical, artificial o falso, de modo que puedas actuar con razón. Esta es la manifestación adecuada de la humanidad normal” [La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La senda para corregir un carácter corrupto]). He ahí algo de práctica concreta. Son fórmulas y exigencias concretas de conductas y métodos externos del hombre. ¿Pueden considerarse el fundamento de las palabras de Dios? ¿Son lo bastante concretas? (Sí). Leedlas otra vez. (“Tu corazón ha de estar en un constante estado de quietud y, cuando te sucedan cosas, no debes precipitarte, tener prejuicios ni ser obstinado, radical, artificial o falso, de modo que puedas actuar con razón. Esta es la manifestación adecuada de la humanidad normal”). Tomad nota de esos puntos; son los principios de actuación que debéis mantener en lo sucesivo. Le indican a la gente que debe aprender a afrontar las cosas racionalmente al comportarse y actuar y, por otra parte, que debe ser capaz de buscar los principios-verdad a partir de una conducta con conciencia y razón. Comportaos y actuad así, y tendréis principios, además de una senda de práctica.

¿Es fácil hacer esas cosas de las que acabamos de hablar: “Cuando te sucedan cosas, no debes precipitarte, tener prejuicios ni ser obstinado, radical, artificial o falso, de modo que puedas actuar con razón”? En realidad, todas son asequibles con un período de preparación. Si hay alguien que realmente no pueda, ¿qué hay que hacer? Valdrá con que hagas una sola cosa: que, cuando te encuentres con un problema o te relaciones con otros, cumplas al menos un requisito: comportarte y actuar de una manera que edifique a los demás. Esto es lo principal. Si lo practicas y lo cumples de acuerdo con ello y teniéndolo por criterio, no provocarás, en general, grandes perjuicios a los demás ni los sufrirás tú. Compórtate y actúa de una manera que edifique a los demás; ¿se puede pormenorizar eso? (Sí). No bases tu satisfacción en el perjuicio a los intereses de los demás; no construyas tu felicidad y tu gozo sobre el sufrimiento ajeno. Eso significa edificar. ¿Cuál es la forma más elemental de interpretar dicha edificación? Que tu conducta debe ser tolerable para los demás según la conciencia y razón de la humanidad; debe estar en consonancia con la conciencia y razón de la humanidad. ¿No puede vivir de conformidad con esto toda persona con una humanidad normal? (Sí puede). Supón que alguien está descansando en la habitación y tú entras, indiferente a lo que te rodea, y empiezas a cantar y a poner música. ¿Sería apropiado? (No). ¿No estarías construyendo tu diversión y tu felicidad sobre el sufrimiento ajeno? (Sí). Alguien está en plena lectura de las palabras de Dios o compartiendo sobre la verdad, y tú no haces más que hablarle de tus problemas, ¿estás siendo respetuoso con él? ¿No es eso poco edificante para él? (Sí). ¿Qué quiere decir poco edificante? Como mínimo, que no eres respetuoso con los demás. No debes interrumpir el discurso ni las acciones de nadie. ¿No puede cumplir eso la humanidad normal? Si tú ni siquiera puedes cumplir eso, no tienes conciencia ni razón. ¿Pueden acceder a la verdad quienes no tienen conciencia ni razón? No. La práctica de la verdad es asequible únicamente, al menos, a aquellos con conciencia y razón, y si tú persigues la verdad, al menos debes ajustarte de palabra y obra a los criterios de conciencia y razón; debes hacer que quienes te rodean te encuentren tolerable y resultar aceptable para todos. Es lo que acabamos de decir: que tus actos al menos les parezcan decentes a los demás y les resulten edificantes. ¿Ser edificante es lo mismo que ser beneficioso para los demás? En realidad no: ser edificante supone mutuo respeto al espacio de los demás y no perturbarlos, interrumpirlos ni inmiscuirse en sus asuntos; no dejar que sufran ni que se sientan perjudicados por tu conducta. Eso significa ser edificante. ¿Cómo lo entendéis vosotros? Ser edificante no tiene que ver con cuánto beneficias a los demás; se trata de que ellos dispongan de los intereses y derechos que les son propios sin que tu obstinación y tu conducta impropia los interrumpan ni les priven de ellos, ¿no es así? (Sí). Ya conocéis algunas palabras de Dios relacionadas con Sus exigencias de conducta y actuación al hombre, pero, no obstante, ya os digo que lo principal es que debes ser edificante para otros en tus conductas y actos. Ese es el principio de actuación. ¿Has comprendido lo que es ser edificante? (Sí). Algunos no piensan en si los demás resultan edificados por su forma de hablar y actuar, pero afirman ser personas cultas y sensatas. ¿Eso no es impostura? ¿No hay que aprender una lección del hecho de ser edificante para los demás con las propias conductas y acciones? Puede que sea una manifestación conductual, pero ¿es fácilmente realizable? Si alguien comprende un poco la verdad, sabrá actuar según los principios, actuar de una manera que edifique a los demás y actuar de una manera que los beneficie. Si alguien no comprende la verdad, no sabrá qué hacer; solo sabrá actuar según sus nociones y fantasías. Algunos nunca buscan la verdad en la vida cotidiana pase lo que pase. Se limitan a actuar según sus preferencias, sin preocuparse por cómo les hagan sentir a los demás. ¿Hay principios para actuar así? Deberíais poder ver si los hay, ¿no? Todos os reunís y leéis las palabras de Dios a menudo; si realmente comprendéis un poco la verdad, sabréis practicar y ocuparos de algunos asuntos según los principios-verdad. ¿Cómo te hace sentir esa práctica? ¿Cómo les hace sentirse a los demás? Si te esfuerzas mucho por sentirlo, sabrás qué tipo de práctica es edificante para los demás. Normalmente, cuando os ocurre algo, lo que sea, no pensáis en las cuestiones reales de cómo actuar de una forma que se acerque a la humanidad normal o a la práctica de la verdad. Por eso, cuando os ocurre algo, si alguien os preguntara qué tipo de práctica o de actuación sería edificante para los demás, a vosotros os resultaría difícil responder, como si no hubiera una senda clara. Lo único que enseño en las reuniones son estos problemas de la vida real, pero, cuando os topáis con ellos, nunca sois capaces de aguantar y siempre se os queda la mente en blanco. ¿No hay una contradicción aquí? (Sí). ¿Qué habéis aprendido, entonces, de vuestra fe en Dios? Unas cuantas doctrinas y unas cuantas consignas. ¡Qué mediocres y patéticos!

En uno de los enunciados que hemos analizado como algo que el hombre considera correcto y bueno según sus nociones —el de ser culto y sensato—, hay algunas nociones y fantasías concretas del hombre, así como algunas formas tradicionales que tiene el hombre de entender esta conducta. En resumen, si contemplamos ahora esta manifestación conductual, vemos que no guarda relación alguna con la verdad ni con la auténtica humanidad. Esto se debe a que dista mucho de la verdad y no puede incluirse en la misma categoría que ella; aparte, dicha conducta está fundamentalmente en desacuerdo con los criterios exigidos por Dios para las opiniones del hombre sobre las personas y cosas, sus conductas y actos, con los cuales es totalmente incompatible y no guarda relación. Es una mera conducta del hombre. Por muy bien que manifieste el hombre esa conducta y por muy adecuadamente que la practique, no es más que una modalidad conductual. Ni siquiera puede calificarse de auténtica humanidad normal. El enunciado de que se debe ser culto y sensato es una mera manera de adornar la conducta externa del hombre. El hombre, para disimular bien y dar buena impresión, se esfuerza mucho por ser una persona culta y sensata, con lo que se gana la estima y el respeto de los demás y eleva su posición y valor en el grupo. No obstante, lo cierto es que esa conducta ni siquiera llega al nivel de la moralidad, integridad y dignidad que debe tener una persona auténtica. Ser culto y sensato es un enunciado procedente de la cultura tradicional y un conjunto de manifestaciones conductuales que la humanidad corrupta se ha impuesto a sí misma como algo que cree que hay que cumplir. Estas manifestaciones conductuales pretenden mejorar la posición de una persona en su grupo y aumentar su valor, de modo que pueda ganarse el respeto de los demás y ser más fuerte que nadie, alguien que no sea objeto de desprecio ni de acoso en el grupo. Esta conducta externa no tiene absolutamente nada que ver con la moralidad ni la calidad de la humanidad, pero el hombre le da gran importancia y peso. ¡Comprobad por vosotros mismos cuánto engaño debe de haber en eso! Por tanto, si a lo que tú aspiras actualmente es a ser una persona culta y sensata, y regulas tu conducta esforzándote mucho en tu búsqueda y práctica hacia tu objetivo de ser culto y sensato, te insto a que acabes con eso de inmediato. Lo único que puedes lograr con dichos comportamientos y métodos es disimular cada vez más y ser cada vez más hipócrita; y, a medida que eso suceda, estarás más lejos de ser una persona honesta, una persona sencilla y sincera. Cuanto más te esfuerces por ser una persona culta y sensata, más disimularás, y cuanto más disimules —cuanto más a fondo disimules—, más les costará a los demás calarte o entenderte, y más a fondo se ocultará tu carácter corrupto. Si haces eso, te resultará muy difícil llegar a aceptar la verdad y alcanzar la salvación. Así pues, a la luz de estas cuestiones, el camino de aspirar a ser una persona culta y sensata, ¿es el mismo que el camino de búsqueda de la verdad? ¿Es la aspiración adecuada? (No). ¿No hay un mayor engaño hacia los demás y hacia uno mismo detrás de la conducta de ser culto y sensato, aparte de su esencia negativa y sus resultados negativos? (Sí, lo hay). Una persona culta y sensata oculta tras de sí muchos secretos inconfesables y, aparte, toda clase de reflexiones, nociones, opiniones, actitudes e ideas equivocadas que son desconocidas, viles, desagradables, malvadas y odiosas para los demás. La buena conducta de una persona culta y sensata esconde su carácter, más corrupto. Dicha persona, al amparo de esa manifestación conductual, no tiene el valor de enfrentarse a su carácter corrupto ni confianza para admitirlo. Ni mucho menos tiene valor y confianza para sincerarse sobre su carácter corrupto, sobre su conocimiento distorsionado, sobre sus malos pensamientos, intenciones y metas o, dado el caso, ni siquiera sobre sus pensamientos malignos y ponzoñosos. Oculta muchísimas cosas y nadie las ve; lo único que ve la gente es la presunta “buena persona” que tiene enfrente, con su buena conducta de ser culta y sensata. ¿No es un engaño? (Sí). El conjunto de la conducta, la actuación, la búsqueda y la esencia de esa persona es un engaño. Engaña a los demás y se engaña a sí misma. ¿Cuál será el resultado final de una persona así? A fin de ser culta y sensata, renuncia a Dios y da la espalda al camino verdadero, y Dios la desdeña. En cada recoveco de la buena conducta de ser culto y sensato, el hombre oculta sus técnicas y conductas de disimulo y engaño y, con ello, sus actitudes arrogantes, perversas, que sienten aversión por la verdad, ruines e intransigentes. Por eso, cuanto más culto y sensato es uno, más engaña, y cuanto más se esfuerza por ser una persona culta y sensata, menos ama la verdad y más siente aversión por ella y por las palabras de Dios. Dime, ¿no es así? (Sí). Concluiremos aquí, de momento, nuestra enseñanza sobre la buena conducta de ser culto y sensato.

Acabamos de hablar de un enunciado de buena conducta de la cultura tradicional: ser culto y sensato. No hablaremos por separado de los demás. En conjunto, todos los enunciados de buena conducta no son más que una forma de adornar la conducta e imagen externas del hombre. “Adornar” es una expresión amable; para ser más precisos, en realidad es una manera de disimular, una manera de proyectar una falsa imagen para engañar a los demás y que se sientan bien contigo, para engañarlos y que te evalúen positivamente, para engañarlos y que te respeten, mientras la cara oculta del corazón de uno, sus actitudes corruptas y su verdadera faz están ocultos y bien guardados. También podemos expresarlo del siguiente modo: lo que oculta el halo de estas buenas conductas son los verdaderos rostros corruptos de todos y cada uno de los integrantes de la humanidad corrupta. Lo que está oculto son todos y cada uno de los integrantes de la malvada humanidad con un carácter arrogante, falso, cruel y de sentir aversión por la verdad. Sin importar si, por su conducta externa, una persona es culta y sensata, gentil y refinada, amable, accesible, respetuosa con los mayores y cariñosa con los pequeños o cualquier otra cosa similar, sin importar qué evidencie, eso no es más que una conducta externa que los demás pueden apreciar. La buena conducta no conduce a la persona al conocimiento de su esencia-naturaleza. Aunque el hombre tenga tan buena imagen por las conductas externas de ser culto y sensato, gentil y refinado, accesible y amable que todo el mundo humano es amistoso hacia él, lo que no se puede negar es que las actitudes corruptas del hombre están muy presentes bajo la tapadera de dichas buenas conductas. La aversión del hombre por la verdad, su resistencia y rebeldía hacia Dios, su esencia-naturaleza de sentir aversión por las palabras del Creador y de resistencia hacia Él sí están verdaderamente presentes. Eso no tiene nada de falso. No importa lo bien que finjan, lo respetable o apropiado de sus comportamientos, lo bien o lo bonito que se presenten a sí mismos, o cuán engañosos sean; lo que no se puede negar es que todas y cada una de las personas corruptas están llenas de carácter satánico. Bajo la máscara de estos comportamientos exteriores, todavía se resisten y se rebelan contra Dios, se resisten y se rebelan contra el Creador. Naturalmente, con el camuflaje y la tapadera de estas buenas conductas, la humanidad manifiesta actitudes corruptas en cada asunto, cada día, hora y momento, cada minuto y segundo, durante los cuales vive en medio de las actitudes corruptas y el pecado. Es incuestionable. A pesar de las conductas presentables del hombre, de sus palabras agradables y su falsa fachada, su carácter corrupto no ha amainado lo más mínimo, ni tampoco se ha transformado en absoluto a raíz de esas conductas externas. Por el contrario, al tener la tapadera de estas buenas conductas externas, su carácter corrupto se manifiesta constantemente, y nunca cesa de hacer el mal y de resistirse a Dios; y, claro está, gobernado por sus actitudes crueles y perversas, sus ambiciones, deseos y exigencias exorbitantes están en constante expansión y desarrollo. Dime, ¿dónde está la persona cortés, amable y accesible cuya imagen viva y cuyo fundamento de conducta y actuación son positivos y se ajustan a las palabras de Dios, la verdad? ¿Dónde está la persona culta, sensata, gentil y refinada que ama la verdad, dispuesta a buscar en las palabras de Dios el rumbo y el objetivo de su vida, que ha contribuido a la salvación de la humanidad? ¿Eres capaz de encontrar a una sola persona así? (No). El caso es que, en la humanidad, cuanto más entendida es una persona, cuanto más formada está y cuantas más ideas, más estatus y más reputación tiene —aunque la califiquen de persona culta y sensata, amable y accesible—, más posible es que desoriente a la gente con lo que asevera por escrito, más mal comete y más fuerte es su resistencia a Dios. Quienes tienen más reputación y estatus desorientan todavía más, y su resistencia a Dios es más desenfrenada. Observa en la humanidad a sus personajes famosos, a sus grandes personajes, pensadores, pedagogos, escritores, revolucionarios, estadistas, o a cualquier lumbrera similar de un campo. ¿Quién de ellos no ha sido culto y sensato, accesible y amable? ¿Cuál de ellos no se comportaba aparentemente de una manera que cosechara los elogios de los demás y le hiciera digno del respeto ajeno? Sin embargo, objetivamente, ¿han aportado algo a la humanidad? ¿Han llevado a la humanidad por la senda correcta o la han descarriado? (La han descarriado). ¿Han introducido a la humanidad bajo el dominio del Creador, o la han llevado bajo los pies de Satanás? (Bajo los pies de Satanás). ¿Han permitido que la humanidad participe de la soberanía, provisión y guía del Creador, o que se enfrente al atropello, la crueldad y el vilipendio de Satanás? De entre todos los personajes heroicos, la gente famosa, importante, eminente, extraordinaria y poderosa de la historia, ¿cuánta autoridad y cuánto estatus no adquirieron con el asesinato de millones y millones? ¿Cuánta reputación no adquirieron por medio del fraude, la desorientación y el soborno a la humanidad? Desde fuera parecen accesibles en sus encuentros cotidianos con los demás y bastante afables, situándose al mismo nivel que los demás y hablando con amabilidad, pero lo que hacen entre bastidores es totalmente distinto. Algunos conspiran para hacer caer a los demás en una trampa; otros traman un ardid para hostigar y perjudicar a otras personas; otros más buscan la ocasión de vengarse. La mayoría de los estadistas son crueles y nefastos para el pueblo hasta lo indecible. Adquirieron estatus e influencia con los pies firmemente plantados sobre la cabeza de innumerables personas y con la sangre de estas, pero, en público, lo que la gente ve es su porte accesible y su conducta amable. Lo que la gente ve es la modesta figura gentil y refinada, culta y sensata que representan. En apariencia son corteses, gentiles y refinados, pero por detrás asesinan a infinidad de gente, se apoderan de innumerables recursos del pueblo y dominan y juegan con un sinnúmero de personas. Dicen todas las palabras bonitas y hacen todas las cosas malvadas y, sin vergüenza, descaradamente, sermonean desde su estrado para enseñar a los demás a ser personas accesibles, cultas y sensatas, a ser personas que contribuyan al país y a la humanidad, a servir al pueblo y ser servidores públicos, a comprometerse con la nación. ¿No es una desvergüenza? ¡Escoria atrevida e insaciable toda ella! En resumen, ser una persona de buen comportamiento que se ajusta a los conceptos tradicionales de moralidad no es perseguir la verdad, no es la búsqueda de ser un verdadero ser creado. Por el contrario, detrás de la búsqueda de estos buenos comportamientos se esconden muchos secretos oscuros e inconfesables. No importa qué tipo de buen comportamiento persiga el hombre, el objetivo que hay detrás no es otro que gustarles a los demás y ganarse su respeto, mejorar su propia posición y hacer que la gente piense que es respetable y digno de confianza y de asumir responsabilidades. Si buscas ser una persona de tan buen comportamiento, ¿no es esto lo mismo en tu naturaleza que aquellos que son famosos y grandiosos? Si eres una persona que simplemente se comporta bien, pero no ama la palabra de Dios y no acepta la verdad, entonces en naturaleza, eres igual a ellos. ¿Y cuál es el resultado? A lo que has renunciado es a la verdad; lo que has perdido es tu oportunidad de salvación. Este es el más insensato de los comportamientos; es la elección y la búsqueda de un idiota. ¿Habéis deseado alguna vez ser esa persona grandiosa, famosa, exuberante en el escenario, a la que habéis admirado durante tanto tiempo? ¿Esa persona amable y accesible? ¿Esa persona cortés, gentil y refinada, culta y sensata? ¿Esa persona que, desde fuera, parece amigable y encantadora? ¿No habéis seguido e idolatrado antes a personas así? (Sí). Si todavía sigues a gente así, si todavía idolatras a gente así, déjame decirte: no estás lejos de la muerte, porque la gente que idolatras es gente malvada que finge ser buena. Dios no salvará a la gente malvada. Si idolatras a la gente malvada y no aceptas la verdad, al final también serás destruido.

La esencia de una buena conducta, como ser accesible y amable, puede calificarse con una sola palabra: fingimiento. Esa buena conducta no nace de las palabras de Dios ni es resultado de la práctica de la verdad o de un comportamiento con principios. ¿De qué es fruto? De las motivaciones de la gente, de sus maquinaciones, su fingimiento, su disimulo, su astucia. Cuando la gente se aferra a estas buenas conductas, su objetivo es conseguir lo que quiere; si no, jamás se oprimiría a sí misma de esta forma ni viviría en contra de sus deseos. ¿Qué significa vivir en contra de sus deseos? Que su auténtica naturaleza no es tan dócil, inocente, gentil, amable y virtuosa como la gente imagina. La gente no vive de acuerdo con la conciencia y la razón, sino para alcanzar determinado objetivo o exigencia. ¿Cuál es la auténtica naturaleza del hombre? Es atolondrada e ignorante. Sin las leyes y los mandamientos otorgados por Dios, la gente no sabría qué es el pecado. ¿Antes no era así la humanidad? Hasta que no dictó Dios las leyes y los mandamientos, la gente no tuvo concepto de pecado. Sin embargo, aún no tenía concepto del bien y del mal ni de las cosas positivas y negativas. Y en ese caso, ¿cómo podía conocer los principios correctos para hablar y actuar? ¿Podía saber qué maneras de actuar, qué buenas conductas, debían presentarse en la humanidad normal? ¿Podía saber qué provoca una conducta verdaderamente buena, qué tipo de camino seguir para vivir con semejanza humana? No podía saberlo. Debido a la naturaleza satánica de la gente, a sus instintos, aquella solamente podía fingir y disimular para vivir decorosamente y con dignidad, lo que dio lugar a falsedades como ser culto y sensato, gentil y refinado, cortés, respetuoso con los mayores y cariñoso con los pequeños, amable y accesible; así surgieron estos trucos y técnicas de engaño. Y, una vez surgidos, la gente se aferró selectivamente a uno o varios de ellos. Unos optaron por ser amables y accesibles, otros, cultos y sensatos, gentiles y refinados; otros más optaron por ser corteses, respetar a los mayores y amar a los pequeños, y hubo quienes optaron por todas estas cosas. Sin embargo, Yo califico con un solo término a las personas que tienen esas buenas conductas. ¿Cuál es ese término? “Piedras lisas”. ¿Qué son las piedras lisas? Esas piedras lisas de los ríos, socavadas y pulidos sus bordes, afilados por muchos años de paso del agua. Y aunque no duela al pisarlas, la gente, si no tiene cuidado, puede resbalar en ellas. En apariencia y forma, estas piedras son muy hermosas, pero cuando te las llevas a casa son bastante inútiles. No te haces a la idea de tirarlas, pero tampoco tiene sentido conservarlas; eso es lo que es una “piedra lisa”. Para Mí, los que tienen estas conductas aparentemente buenas son tibios. Fingen ser buenos por fuera, pero no aceptan la verdad en absoluto, dicen cosas que suenan bien, pero no hacen nada real. No son sino piedras lisas. Si comunicas con ellos sobre la verdad y los principios, te hablarán sobre ser gentil, refinado y cortés. Si les hablas de discernir a los anticristos, te hablarán de respetar a los mayores y amar a los pequeños, y sobre ser culto y sensato. Si les dices que debe haber principios en el comportamiento propio, que uno debe buscar los principios en su deber y no actuar de modo obstinado, ¿cuál será su respuesta? Dirán: “Actuar de acuerdo con los principios-verdad es otro tema, yo solo quiero ser culto y sensato, que otros aprueben mis actos. Mientras respete a los mayores y ame a los pequeños, y tenga la aprobación de los demás, con eso me basta”. Solo les preocupan los buenos comportamientos, no se centran en la verdad. Por lo general son capaces de respetar a los ancianos, a sus mayores, a la gente cualificada y a quienes tienen gran integridad moral y reputación dentro de su grupo, al tiempo que brindan un gran cariño a las comunidades de niños y personas vulnerables. Cumplen estrictamente la norma social de respetar a los mayores y amar a los pequeños para demostrarse nobles. Lo que no se puede negar, sin embargo, es que, cuando sus intereses están reñidos con esa norma, dejan de lado la norma y se lanzan, de cabeza y sin “sufrir” la limitación de nadie, a proteger sus intereses. Aunque su buena conducta les granjea el visto bueno de toda persona con que se encuentran, que conocen o con la que están familiarizados, lo que no se puede negar es que ni siquiera mientras llevan a cabo estas buenas conductas, elogiadas por los demás, sufren el más mínimo perjuicio para sus intereses y luchan por ellos por todos los medios que hagan falta, sin “sufrir” la limitación de nadie. Su respeto por los mayores y su amor por los pequeños es una mera conducta pasajera erigida sobre la base de que no entorpezca sus intereses. Su alcance se limita a una modalidad de comportamiento. Pueden hacerlo en aquellos casos en que no afecte ni quebrante sus intereses en absoluto, pero, cuando sus intereses están en primer plano, al final pelean por ellos. Así pues, su respeto por los mayores y su amor por los pequeños no entorpece, en realidad, el afán por sus intereses ni puede limitarlo. La conducta de respetar a los mayores y amar a los pequeños es una buena conducta que la gente solo puede llevar a cabo en determinadas circunstancias, a condición de que no entorpezca sus intereses. No es algo que surja del interior de la vida de una persona, de sus huesos. Por mucho que alguien pueda practicar dicha conducta, por mucho que pueda perseverar, eso no puede modificar las actitudes corruptas a las que el hombre está sujeto para vivir. Esto significa que aunque alguien no tenga esta buena conducta, manifiesta actitudes corruptas de todos modos, pero, una vez que ha adquirido esta buena conducta, sus actitudes corruptas no mejoran ni se modifican lo más mínimo. Al contrario, las esconde cada vez más a fondo. Estas son las cosas esenciales que ocultan esas buenas conductas.

Esto es todo en cuanto a nuestra enseñanza y nuestra disección de las buenas conductas de la cultura tradicional consistentes en ser gentil y refinado, cortés, respetuoso con los mayores y cariñoso con los pequeños, amable y accesible. Son como ser culto y sensato, y más o menos lo mismo en esencia. Son insustanciales. La gente debería desprenderse de estas buenas conductas. La gente debería esforzarse al máximo por hacer de las palabras de Dios su base y de la verdad su criterio; tan solo entonces podrá vivir en la luz y vivir a semejanza de una persona normal. Si quieres vivir en la luz, debes actuar según la verdad; debes ser una persona honesta que dice palabras honestas y hace cosas honestas. Lo fundamental es tener los principios-verdad en el comportamiento propio; una vez que las personas pierden los principios-verdad, y se centran solo en el buen comportamiento, esto da lugar inevitablemente a que sean falsas y finjan. Si no hay principios en la conducta de las personas, entonces, por muy bueno que sea su comportamiento, son hipócritas; pueden ser capaces de desorientar a los demás durante un tiempo, pero nunca serán dignas de confianza. Solo cuando las personas actúan y se comportan de acuerdo con las palabras de Dios tienen una base verdadera. Si no se comportan de acuerdo con las palabras de Dios, y solo se centran en fingir que se comportan bien, ¿podrán así convertirse en buenas personas? Por supuesto que no. Las buenas doctrinas y el buen comportamiento no pueden cambiar las actitudes corruptas del hombre ni su esencia. Solo la verdad y las palabras de Dios pueden cambiar las actitudes corruptas, los pensamientos y las opiniones de las personas, y convertirse en su vida. Las diversas buenas conductas que el hombre, según su cultura tradicional y sus nociones, tiene por tales, como ser culto y sensato, gentil y refinado, cortés, respetuoso con los mayores y cariñoso con los pequeños, amable y accesible, son meros comportamientos. No son la vida, y ni mucho menos la verdad. La cultura tradicional no es la verdad, como tampoco lo es ninguna de las buenas conductas que promueve. Por mucha cultura tradicional que el hombre asimile y muchas buenas conductas que tenga en la vida, eso no puede modificar sus actitudes corruptas. Así, durante milenios, a la humanidad se le ha inculcado la cultura tradicional, y su carácter corrupto no se ha transformado en absoluto; al contrario, su corrupción se ha hecho cada vez más profunda, y el mundo cada vez más oscuro y malvado. Esto guarda relación directa con la educación de la cultura tradicional. Los seres humanos solo pueden vivir a semejanza de un ser humano auténtico si consideran las palabras de Dios su vida. Es indiscutible. ¿Y qué tipo de parámetros y exigencias establecen las palabras de Dios para la conducta del hombre? Aparte de lo establecido en las leyes y los mandamientos, también están las exigencias del Señor Jesús en cuanto a la conducta del hombre, especialmente las exigencias y reglas para el hombre en el juicio de Dios de los últimos días. Estas son las palabras de mayor valor en lo que respecta a la humanidad y los principios más elementales de conducta de aquella. Vosotros debéis hallar los criterios conductuales más básicos para vuestros comportamientos y actos en las palabras de Dios. Cuando lo hagáis, podréis libraros del extravío y la desorientación de las buenas conductas de la cultura tradicional china. Entonces habréis hallado la senda y los principios de conducta y actuación; o sea, habréis hallado la senda y los principios de la salvación. Si consideráis las palabras actuales de Dios vuestro fundamento y la verdad compartida ahora vuestro criterio, y suplantáis con ellas esas normas de buena conducta —según las nociones de la humanidad—, entonces sois personas que persiguen la verdad. Las exigencias de Dios al hombre se refieren en todos los casos a qué tipo de persona ha de ser y qué camino debe recorrer. Jamás le exige al hombre ningún comportamiento aislado. Exige que la gente sea honesta, no falaz; le exige al hombre que acepte y persiga la verdad, que le sea fiel y sumiso y que dé testimonio de Él. Nunca ha exigido que el hombre se limite a tener algunas buenas conductas, lo que estaría bien por sí solo. Sin embargo, la cultura tradicional china hace que el hombre se centre únicamente en la buena conducta, en las buenas manifestaciones externas. No arroja absolutamente ninguna luz sobre cuáles son las actitudes corruptas del hombre ni el origen de su corrupción, y ni mucho menos es capaz de señalar la senda por la que desechar sus actitudes corruptas. Por tanto, por mucho que la cultura tradicional abogue por cualquier buena conducta que deba tener el hombre, cuando se trata de que la humanidad se deshaga de sus actitudes corruptas y viva a semejanza de un ser humano auténtico, eso no sirve de nada. Por muy nobles o atractivos que sean sus enunciados morales, no pueden hacer nada por transformar la esencia corrupta de la humanidad. Con la inculcación y el influjo de la cultura tradicional han surgido muchas cosas subconscientes en la humanidad corrupta. ¿Qué quiere decir “subconscientes” aquí? Quiere decir que, una vez que al hombre se le ha inculcado y contaminado imperceptiblemente con la cultura tradicional, en ausencia de palabras, enunciados, reglas o conocimientos claros sobre cómo actuar debidamente, él, de forma instintiva, practica y acata las ideas y los métodos convencionales de la gente. Viviendo en semejantes circunstancias, en semejante situación, como toda persona, llega a pensar, abstraído en su subconsciente: “Es genial ser culto y sensato, es positivo y se ajusta a la verdad; es genial ser gentil y refinado, es como debe ser la gente, a Dios le agrada y se ajusta a la verdad; ser cortés, respetuoso con los mayores y cariñoso con los pequeños, amable y accesible son manifestaciones del interior de la humanidad normal y se ajustan a las palabras de Dios y a la verdad”. A pesar de no haber hallado un fundamento claro en las palabras de Dios, en el fondo siente que las palabras de Dios, Sus exigencias al hombre y los criterios exigidos por la cultura tradicional son más o menos lo mismo, sin grandes diferencias entre ellos. ¿No es esto una tergiversación y una interpretación falsa de las palabras de Dios? ¿Han manifestado semejantes cosas las palabras de Dios? No, ni tampoco son lo que Él quiere decir; esas cosas son tergiversaciones e interpretaciones falsas de las palabras de Dios por parte del hombre. Las palabras de Dios nunca señalaron esas cosas, así que lo que tenéis que hacer es no pensar bajo ningún concepto en esos términos. Debéis leer las palabras de Dios exhaustivamente y hallar con exactitud las exigencias conductuales de Sus palabras al hombre, buscar más pasajes de Sus palabras, recopilarlos, leerlos en oración y hablar de ellos en síntesis. Cuando los conozcáis es cuando debéis practicarlos y vivirlos. Esto introduce las palabras de Dios en vuestra vida real, en la que se convierten en fundamento de vuestras ideas sobre las personas y cosas, así como de vuestras conductas y acciones. ¿Cuál debe ser la base del discurso y las acciones de la gente? Las palabras de Dios. Entonces, ¿cuáles son los requisitos y normas que Dios tiene para el discurso y las acciones de las personas? (Que sean constructivos para las personas). Exacto. Fundamentalmente, debes decir la verdad, hablar con honestidad y beneficiar a los demás. Como mínimo, tu discurso debe edificar a las personas y no engañar, inducir a error, burlarse de la gente, ridiculizarla, mofarse de ella, parodiarla, oprimirla, exponer sus debilidades o herirla. Esta es la expresión de una humanidad normal. Es la virtud de la humanidad. ¿Te ha dicho Dios lo alto que tienes que hablar? ¿Te ha exigido alguna lengua vehicular? ¿Te ha exigido una retórica florida o un estilo lingüístico elevado y refinado? (No). No hay ni un ápice de ninguna de esas cosas superficiales, hipócritas, falsas e insignificantes. Todas las exigencias de Dios son cosas que debería tener la humanidad normal, unos criterios y principios de lenguaje y conducta del hombre. Da igual dónde haya nacido alguien o qué idioma hable. En cualquier caso, las palabras que tú digas, su prosa y su contenido, deben ser edificantes para los demás. ¿Qué implica que sean edificantes? Implica que los demás, tras haberlas oído, las perciban sinceras, obtengan de ellas enriquecimiento y ayuda, comprendan la verdad y ya no estén confundidos ni sean propensos a que los desorienten. Así pues, Dios exige a la gente que diga la verdad, lo que piensa, que no engañe, induzca a error, se burle, ridiculice, se mofe, parodie, oprima a los demás o exponga sus debilidades ni los hiera. ¿No son estos los principios discursivos? ¿Qué significa decir que uno no debe exponer las debilidades de la gente? Significa no buscar defectos en los demás. No aferrarse a sus errores o faltas del pasado para juzgarlos o condenarlos. Esto es lo menos que debes hacer. Desde el lado proactivo, ¿cómo se expresa el discurso constructivo? Principalmente, se trata de animar, orientar, guiar, exhortar, comprender y reconfortar. Además, en casos especiales, se hace necesario sacar directamente a la luz los errores de otras personas y podarlas para que adquieran conocimiento de la verdad y deseen arrepentirse. Es entonces cuando se consigue el efecto pretendido. Esta forma de practicar beneficia enormemente a la gente. Le supone una verdadera ayuda y es muy constructiva, ¿verdad? Digamos, por ejemplo, que eres especialmente obstinado y arrogante. Nunca has sido consciente de ello, pero alguien que te conoce bien viene directamente y te dice el problema. Piensas: “¿Soy obstinado? ¿Soy arrogante? Nadie más se ha atrevido a decírmelo, pero él me entiende. El hecho de que pueda decir tal cosa sugiere que es realmente cierto. Debo dedicar algún tiempo a reflexionar sobre esto”. Después le dices a la persona: “Los demás solo me dicen cosas bonitas, me alaban, nadie nunca es sincero conmigo, nadie ha señalado nunca estos defectos y problemas en mí. Solo tú has sido capaz de decírmelo, de hablarme de forma personal. Ha sido genial, una gran ayuda para mí”. Esto es un diálogo abierto, de corazón, ¿verdad? Poco a poco, la otra persona te comunica lo que tiene en mente, sus pensamientos sobre ti, y sus experiencias respecto a que tuvo nociones, imaginaciones, negatividad y debilidad sobre este asunto, y fue capaz de escapar de ello buscando la verdad. Esto es tener un diálogo abierto, es una comunión de almas. Y, en resumen, ¿cuál es el principio que subyace al hablar? Es este: decir lo que hay en tu corazón, y hablar de tus verdaderas experiencias y de lo que realmente piensas. Estas palabras son las más beneficiosas para las personas, proveen para ellas, las ayudan, son positivas. Rechaza decir esas palabras falsas, esas palabras que no benefician ni edifican a las personas; así evitarás perjudicarlas o hacerlas tropezar, sumirlas en la negatividad y tener un efecto negativo. Debes decir cosas positivas. Debes esforzarte por ayudar a las personas tanto como puedas, para beneficiarlas, para proveer para ellas, para producir en ellas la verdadera fe en Dios; y debes permitir que se ayude a las personas, que ganen mucho a partir de tus experiencias de las palabras de Dios y de la forma en que resuelves los problemas, y que sean capaces de entender la senda de la experiencia de la obra de Dios y de entrar en la realidad-verdad, así les permitirás tener entrada en la vida y harás que esta crezca, todo lo cual es el efecto de que tus palabras tengan principios y resulten edificantes para las personas. Aparte de esto, cuando la gente se reúne a chismorrear y reírse ociosamente, eso implica que le faltan principios. No manifiesta sino su carácter corrupto. Eso no está fundamentado en las palabras de Dios y ellos no están defendiendo los principios-verdad. Todo esto son las filosofías del hombre para los asuntos mundanos; viven como su carácter corrupto los manipula al efecto.

Dios le exige al hombre que tenga principios y que edifique a otras personas con su discurso. ¿Tiene esto algo que ver con esas buenas conductas externas del hombre? (No). No tiene absolutamente nada que ver con ellas. Supón que no eres dominante con los demás, ni falso y capcioso al hablar, pero que también sabes alentar, orientar y consolar a los demás. Si eres capaz de hacer ambas cosas, ¿es necesario que las hagas con una actitud accesible? ¿Debes lograr ser accesible? ¿Solo puedes hacer esas cosas en un marco conductual de factores externos como ser cortés, gentil y refinado? No es necesario. La premisa para que tu discurso sea edificante para otras personas es que esté fundamentado en las palabras y exigencias de Dios, en la verdad, y no en buenas conductas fijadas en la cultura tradicional. Toda vez que tu discurso tiene unos principios y es edificante para los demás, puedes hablar sentado o de pie; puedes hablar en voz alta o en voz baja; puedes hablar con palabras suaves o con palabras severas. Siempre que el resultado final sea positivo, que tú hayas cumplido con tu responsabilidad y la otra parte se haya beneficiado, eso está en consonancia con los principios-verdad. Si lo que persigues es la verdad, lo que practicas es la verdad, y el fundamento de tu discurso y de tus acciones son las palabras de Dios, los principios-verdad, y si otros se benefician y ganan gracias a ti, ¿no sería eso beneficioso para ambas partes? Si, limitado por el pensamiento de la cultura tradicional, tú finges mientras los demás hacen lo mismo, brindas gestos corteses mientras ellos se muestran demasiado serviles, y todos fingen entre sí, entonces ninguno de vosotros es bueno. Tanto ellos como tú os mostráis demasiado serviles y os dedicáis a las sutilezas todo el día, sin una palabra de verdad y materializando en la vida únicamente la buena conducta promovida por la cultura tradicional. Aunque dicha conducta, desde fuera, sea convencional, toda ella es hipocresía, una conducta que engaña y desorienta a los demás, una conducta que estafa y engaña a la gente sin una sola palabra sincera. Si te haces amigo de una persona así, eres susceptible de que al final te estafe y engañe. No hay nada que te edifique en su buena conducta. No te enseña sino falsedad y engaño: tú lo engañas, y él a ti. Lo que notarás, en definitiva, será una degradación extrema de tu integridad y dignidad, y la tendrás que soportar. Tendrás que seguir presentándote con cortesía, de manera culta y sensata, sin discutir con los demás ni exigirles demasiado. Tendrás que seguir siendo paciente y tolerante, afectando, con sonrisa radiante, despreocupación y una generosidad amplia de miras. ¡Cuántos años de esfuerzo hacen falta para llegar a ese estado! Si te exiges vivir así ante los demás, ¿no te agotará la vida? Fingir tanto amor sabiendo muy bien que no lo tienes… ¡No es nada fácil semejante hipocresía! Notarías cada vez más el agotamiento de comportarte de esta forma como persona; preferirías nacer vaca o caballo, cerdo o perro en tu próxima vida, antes que como ser humano. Te resultarían demasiado falsos y malvados. ¿Por qué vive el hombre de un modo que le agota tanto? Porque vive en medio de nociones tradicionales que lo cohíben y encadenan. Confiado en su carácter corrupto, vive en pecado, de lo cual no puede salir. No tiene salida. Lo que vive no tiene semejanza alguna con un ser humano auténtico. Entre la gente no se oye ni recibe ni una sola palabra de sinceridad elemental, ni siquiera entre marido y mujer, madre e hija, padre e hijo, las personas más cercanas entre sí; no se oye ni una palabra íntima, ni una palabra cálida ni una palabra de la que otros puedan obtener consuelo. Entonces, ¿qué función cumplen estas buenas conductas externas? Sirven, provisionalmente, para mantener una distancia y unas relaciones normales entre las personas. Sin embargo, detrás de estas buenas conductas, nadie se atreve a comprometerse profundamente con los demás, lo que la humanidad ha acabado resumiendo en la expresión “cuanto más lejos, mejor”. Esto revela la auténtica naturaleza de la humanidad, ¿no? ¿Cómo es posible que cuanto más lejos, mejor? En la falsa y malvada realidad de semejante vida, el hombre vive en una soledad, un encierro en sí mismo, una depresión, una indignación y un descontento crecientes, sin una senda que seguir. Esta es la auténtica situación de los no creyentes. No obstante, tú crees en Dios en la actualidad. Has entrado en la casa de Dios y has aceptado la provisión de Sus palabras, y sueles escuchar sermones. En el fondo, sin embargo, todavía te agradan las buenas conductas que promueve la cultura tradicional. Esto demuestra que no comprendes la verdad y que no tienes ninguna realidad. ¿Por qué, en tu vida actual, continúas tan deprimido, tan solo, tan lastimero, tan autodegradado? Exclusivamente porque no aceptas la verdad y no te has transformado en absoluto. Es decir, no contemplas a las personas y las cosas, ni te comportas y actúas según las palabras de Dios, con la verdad por criterio. Sigues viviendo en función de tus actitudes corruptas y de las nociones tradicionales. Por eso tu vida sigue siendo tan solitaria. No tienes amigos ni nadie en quien confiar. No puedes recibir de los demás el aliento, la orientación, la ayuda ni la edificación que deberías tener, ni puedes dar aliento, orientación ni ayuda a nadie. Ni siquiera en estas conductas más insignificantes consideras las palabras de Dios tu fundamento y la verdad tu criterio, así que ni hablemos de tus puntos de vista sobre las personas y cosas ni de tus conductas y actos: ¡están a años luz de la verdad, de las palabras de Dios!

Acabamos de hablar de las exigencias de Dios con respecto a la conducta del hombre: que el discurso y los actos del hombre tengan unos principios y sean edificantes para los demás. Así pues, a tenor de eso, ¿saben todos ya si tienen valor esas buenas conductas que propone el hombre, si son dignas de aprecio? (No lo son). ¿Y qué debéis hacer, dado que no creéis que sean dignas de aprecio? (Renunciar a ellas). ¿Cómo se renuncia a ellas? Para renunciar a ellas, se deben tener una senda y unos pasos concretos de práctica. En primer lugar, uno debe examinarse para ver si tiene las manifestaciones conductuales que suponen ser culto y sensato, gentil y refinado, como promueve la cultura tradicional. ¿Qué forma adopta ese examen y cuál es su contenido? Los de examinarte para ver en qué se fundamentan tus opiniones sobre las personas y cosas, así como tus conductas y actos, y observar qué rasgos de Satanás han arraigado hondamente en tu interior e impregnado tu sangre y tus huesos. Por ejemplo, imagina a alguien mimado desde la infancia, sin mucho autocontrol, pero cuya humanidad no es mala. Es un auténtico creyente, cree en Dios, cumple con su deber con sinceridad y es capaz de sufrir y pagar precios. Solo tiene una cosa mala: que, cuando come, tiende a jugar con los bocados y a relamerse. A ti te molesta tanto que no puedes tragar la comida. Antes sentías una antipatía especial por alguien así. Pensabas que no tenía educación y no sabía controlarse, que no era culto ni sensato. En el fondo lo despreciabas, pues creías que la gente así era vil e indigna, que era imposible que Dios la escogiera, y no digamos que la amara. ¿En qué te basabas para creer eso? ¿Habías descubierto su esencia? ¿Evaluabas a esa persona en función de su esencia? ¿En qué se basaba tu evaluación? Obviamente, evaluabas a las personas en función de los diversos enunciados de la cultura tradicional china. Entonces, cuando llegas a conocer este problema, ¿qué debes pensar a tenor de las verdades que hemos compartido hoy? “Cielos, antes lo despreciaba. Nunca tenía ganas de escuchar lo que hablaba. Siempre que decía o hacía algo, por mucha razón que tuviera o por muy prácticas que fueran sus palabras, en cuanto me acordaba de que se relamía y hurgaba en la comida, no tenía ganas de oírle hablar. Siempre me pareció una persona maleducada sin ninguna aptitud. Ahora, gracias a esa enseñanza de Dios, veo que mis opiniones sobre las personas no se basan en las palabras de Dios, sino que considero los malos hábitos y comportamientos de la gente en la vida —concretamente, aquellos en los que le falta educación o es indecente— manifestaciones de su esencia-humanidad. Ahora bien, a tenor de las palabras de Dios, todas esas cosas son pequeñas faltas en las que no interviene su esencia-humanidad. No son para nada problemas de principios”. ¿Esto no es hacer introspección? (Sí, lo es). Aquellos que son capaces de aceptar las palabras de Dios y de comprender la verdad tienen claras estas cosas. ¿Y qué hay que hacer a partir de ahí? ¿Hay una senda? ¿Serviría de algo que le exigieras que abandonara esos malos hábitos inmediatamente? (No). Esos pequeños defectos están arraigados y cuesta cambiarlos. No son algo que se pueda cambiar en uno o dos días. Los problemas conductuales no son tan difíciles de corregir, pero para los defectos en cuanto a hábitos de vida se necesita un tiempo para quitárselos de encima. Sin embargo, en ellos no intervienen la calidad de la humanidad de alguien ni su esencia-humanidad, así que no les des demasiada importancia ni te niegues a abandonarlos. Todo el mundo tiene unos hábitos y conductas en la vida. Nadie viene de la nada. Todo el mundo tiene unos cuantos defectos y, sean cuales sean, si afectan a los demás, hay que corregirlos. Así se logra tener unas relaciones amigables. No obstante, no es posible ser ideal en todos los sentidos. La gente tiene antecedentes muy distintos y los hábitos de vida de cada cual son distintos, por lo que deben ser tolerantes unos con otros. Esto es algo que debe tener la humanidad normal. No te tomes a pecho los problemas insignificantes. Ejerce la tolerancia. Esa es la forma más adecuada de tratar a los demás. Este es el principio de la tolerancia, el principio y el método según los cuales se abordan estos asuntos. No intentes determinar la esencia y la humanidad de las personas por sus pequeños defectos. Ese fundamento se sale totalmente de los principios, ya que, sean cuales sean los defectos o imperfecciones de alguien, no apelan a la esencia de esa persona ni significan que esa persona no sea un creyente sincero en Dios, y ni mucho menos que no persiga la verdad. Debemos fijarnos en los puntos fuertes de las personas y fundamentar nuestras opiniones sobre ellas en las palabras de Dios y en Sus exigencias al hombre. Ese es el modo de tratar justamente a las personas. ¿Cómo debe contemplar a las personas alguien que persiga la verdad? Sus maneras de contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar, deben estar en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio. ¿Y cómo consideras tú a toda persona según las palabras de Dios? Fíjate en si tiene conciencia y razón, en si es buena o mala persona. En el roce con ella, puede que veas que, aunque tiene sus pequeños defectos y carencias, tiene una humanidad bastante buena. Es tolerante y paciente en sus relaciones con la gente, y cuando alguien está negativo y débil, es afectuosa con él y capaz de proveerlo y ayudarlo. Esa es su actitud hacia los demás. ¿Cuál es, entonces, su actitud hacia Dios? En su actitud hacia Dios se puede evaluar todavía más si tiene humanidad. Es posible que, con todo lo que Dios hace, sea sumisa, busque y anhele, y que en el transcurso del deber y en su relación con otra gente, cuando haga algo, tenga un corazón temeroso de Dios. No es que sea una persona temeraria que actúe descaradamente, ni que haga y diga cualquier cosa. Cuando sucede algo que atañe a Dios o a Su obra, es muy cautelosa. Una vez que te hayas cerciorado de que tiene estas manifestaciones, ¿cómo has de evaluar si la persona es buena o mala a tenor de las cosas que brotan de su humanidad? Evalúalo según las palabras de Dios, además de en función de si tiene conciencia y razón y de su actitud hacia la verdad y hacia Dios. Al evaluarla en estos dos aspectos, descubrirás que, aunque existan algunos problemas y defectos en su conducta, puede ser alguien con conciencia y razón, con un corazón de sumisión y temor hacia Dios y una actitud de amor y aceptación hacia la verdad. En tal caso, a ojos de Dios es alguien que puede salvarse, alguien a quien Él ama. Y dado que a ojos de Dios es alguien que puede salvarse y a quien Él ama, ¿cómo debes tratarla tú? Debes contemplar a las personas y las cosas según las palabras de Dios y evaluarlas según dichas palabras. Son verdaderos hermanos o hermanas y debes tratarlos correctamente y sin prejuicios. No los contemples de una forma parcial ni los evalúes según los enunciados de la cultura tradicional, sino según las palabras de Dios. Y en cuanto a sus defectos conductuales, si en el fondo eres amable, debes ayudarlos. Dales a entender cómo actuar adecuadamente. ¿Y qué haces si son capaces de admitirlo, pero no de abandonar sus defectos conductuales de inmediato? Recurrir a la tolerancia. Si no eres tolerante, en el fondo no eres amable, y debes buscar la verdad en tu actitud hacia ellos, reflexionar sobre tus carencias y conocerlas. Así puedes llegar a tratar correctamente a las personas. Si, por el contrario, dices: “Esa persona tiene muchísimos defectos. Es maleducada, no sabe controlarse, no sabe respetar a los demás y no conoce los modales. Por tanto, es no creyente. No quiero relacionarme con ella, no quiero verla y no quiero oír lo que diga por mucha razón que tenga. ¿Quién se creería que teme a Dios y se somete a Él? ¿Es capaz? ¿Tiene esa aptitud?”, ¿qué actitud es esa? ¿Es de buena voluntad tratar así a los demás? ¿Se ajusta eso a los principios-verdad? ¿Supone ese trato a los demás por tu parte comprensión y práctica de la verdad? ¿Es afectuoso? ¿Temes a Dios de corazón? Si la fe de alguien en Dios carece hasta de la amabilidad más elemental, ¿tiene esa persona la realidad-verdad? Si sigues aferrado a tus nociones y tus puntos de vista sobre las personas y las cosas continúan fundamentados en tus sentimientos, impresiones, preferencias y nociones, eso es demostración suficiente de que no comprendes ni un ápice de la verdad y de que sigues viviendo en función de las filosofías satánicas. Demostración suficiente de que no amas la verdad ni la persigues. Algunas personas son muy sentenciosas. Por más que hables con ellas, siguen aferradas a sus ideas: “Soy una persona cortés que respeta a los mayores y ama a los pequeños, ¿y qué? Al menos soy buena persona. ¿Qué hay de malo en mi conducta? Por lo menos todo el mundo me respeta”. Yo no me opongo a que seas buena persona, pero, si continúas fingiendo así, ¿podrás alcanzar la verdad y vida? Quizá ser buena persona tal como eres no quebrante tu integridad ni se oponga al objetivo y al sentido de tu comportamiento, pero hay una cosa que debes entender: si sigues así, no comprenderás la verdad ni entrarás en la realidad-verdad y, al final, no podrás alcanzar la verdad, la vida ni la salvación de Dios. Ese es el único resultado posible.

Acabo de enseñar cómo contemplar las buenas conductas de las nociones de la gente y a identificar esas buenas conductas de tal manera que se persiga la verdad. ¿Tenéis una senda ya? (Sí). ¿Qué debéis hacer? (Primero, reflexionar sobre si uno mismo tiene esas conductas. Luego, reflexionar sobre cuáles son los fundamentos y criterios habituales de uno para contemplar a las personas y las cosas). Exacto. Debéis empezar por tener claro si hay algo en vuestras opiniones anteriores sobre las personas y las cosas, o en vuestras conductas y actuaciones, que esté reñido con lo que he enseñado hoy o que se oponga a ello. Reflexionad sobre cuál es el fundamento de vuestra perspectiva y vuestro punto de vista cuando opináis de las personas y las cosas, sobre si vuestro fundamento son los criterios de la cultura tradicional, las frases de alguna persona conocida importante, o si son las palabras de Dios, la verdad. A partir de ahí, meditad si los pensamientos y puntos de vista de la cultura tradicional y los de las personas conocidas importantes se ajustan a la verdad, en qué están reñidos con ella y en qué fallan exactamente. Estos son los pormenores del segundo paso de la introspección. Ahora, el tercer paso. Cuando descubras que las ideas, los hábitos, el fundamento y el criterio de tus opiniones sobre las personas y las cosas, así como tus conductas y actos, nacen de la voluntad del hombre, de las tendencias malignas de la sociedad y de la cultura tradicional, y que son contrarios a la verdad, ¿qué debes hacer? ¿No deberías buscar las palabras pertinentes de Dios y adoptarlas como fundamento? (Sí). Busca en las palabras de Dios los principios-verdad sobre cómo contemplar a las personas y las cosas, así como sobre las conductas y actuaciones. Debes basarte principalmente en lo que digan las palabras de Dios o, más exactamente, en los principios-verdad de las palabras de Dios. Esos principios-verdad deben convertirse en el fundamento y criterio de tus opiniones sobre las personas y las cosas, así como de tus conductas y actos. Esto es lo más difícil de lograr. En primer lugar, uno debe renegar de sus puntos de vista, nociones, opiniones y actitudes. Esto atañe a algunos puntos de vista incorrectos y distorsionados del hombre. Hay que descubrir esos puntos de vista, llegar a conocerlos y analizarlos a fondo. Por otro lado, cuando la gente haya encontrado la declaración adecuada en las palabras pertinentes de Dios, debe reflexionar y hablar al respecto, y cuando haya aclarado cuáles son los principios-verdad, de inmediato el asunto se trata de cómo debe aceptar y practicar la verdad. Dime, una vez que uno ha comprendido los principios-verdad, ¿enseguida es capaz de aceptarlos y de someterse a ellos? (No). La rebeldía y las actitudes corruptas del hombre no pueden corregirse en un instante. El hombre tiene actitudes corruptas y, aunque sepa lo que implican las palabras de Dios, no puede ponerlas en práctica de inmediato. Para él es siempre una lucha poner en práctica la verdad. El hombre tiene un carácter rebelde. No puede desprenderse de sus prejuicios, su arbitrariedad, su intransigencia, su altanería, su santurronería ni su autosuficiencia, ni de su cúmulo de justificaciones y excusas, ni de su autoestima, su estatus, su reputación y su vanidad. Así pues, cuando te desprendas de algo que consideres bueno según tus nociones, a lo que debes renunciar es a tus intereses y a las cosas que aprecias. Cuando seas capaz de renunciar a todas estas cosas y de desprenderte de ellas, tendrás la esperanza o la ocasión de practicar según las palabras de Dios, de acuerdo con los principios-verdad. Renunciar y negarte a ti mismo es la coyuntura más difícil de superar. Sin embargo, en cuanto la hayas superado, no quedarán grandes dificultades en tu interior. Cuando hayas comprendido la verdad y puedas adentrarte en la esencia de las buenas conductas, tu visión de las personas y cosas cambiará y, poco a poco, podrás desprenderte de esos aspectos de la cultura tradicional. Por tanto, no es sencillo cambiar los puntos de vista equivocados del hombre sobre las personas y las cosas, sus modos y maneras de actuar y el germen y las motivaciones de sus actos. Lo más difícil de cambiar es el hecho de que el hombre tiene actitudes corruptas. Las opiniones del hombre sobre las cosas y su estilo de vida son fruto de sus actitudes corruptas. Las actitudes corruptas te hacen arrogante, sentencioso y caprichoso; hacen que desprecies a los demás y que siempre te concentres en mantener tu reputación y estatus, en si puedes ganarte la estima de los demás y destacar entre ellos, teniendo siempre en cuenta tus perspectivas de futuro, tu destino y todo eso. Todas estas cosas son las que nacen de tu carácter corrupto y afectan a tus intereses. Cuando hayas tomado cada una de estas cosas, la hayas analizado, la hayas desentrañado y hayas renegado de ella, podrás renunciar a ella. Y hasta que no puedas desprenderte de ellas poco a poco, no podrás, de manera radical y absoluta, adoptar las palabras de Dios como fundamento, y la verdad como criterio, de tus ideas sobre las personas y las cosas, así como de tus conductas y actos.

Adopta las palabras de Dios como fundamento de tus ideas sobre las personas y las cosas, y de tus conductas y actos. Todo el mundo entiende estas palabras. Son fáciles de comprender. En su racionalidad y en sus pensamientos, en su determinación y en sus ideales, el hombre entiende estas palabras y está dispuesto a obedecerlas. No debería haber dificultades. Sin embargo, en realidad, al hombre le cuesta cumplirlas cuando practica la verdad, y los obstáculos y problemas para hacerlo no son meras dificultades que le presenta su entorno externo. El motivo principal está relacionado con su carácter corrupto. El carácter corrupto del hombre es el origen de sus diversos apuros. Una vez corregido, todos los apuros y dificultades del hombre dejan de ser un problema importante. Se deduce, pues, que todas las dificultades del hombre al practicar la verdad son causadas por su carácter corrupto. Por consiguiente, conforme practiques estas palabras de Dios y entres en esta realidad de la práctica de la verdad, serás cada vez más consciente de lo siguiente: “Tengo un carácter corrupto. Soy la ‘humanidad corrupta’ de la que habla Dios, corrompida hasta la médula por Satanás, alguien que vive de acuerdo con unas actitudes satánicas”. ¿No pasa eso? (Sí). Por tanto, si el hombre persigue la verdad y entra en la realidad-verdad, conocer y desentrañar las cosas negativas no es más que el primer paso de la entrada en la vida, el mismísimo paso inicial. Entonces, ¿por qué muchos comprenden algunas verdades, pero no son capaces de ponerlas en práctica? ¿Por qué todos predican muchas palabras y doctrinas, pero son incapaces de entrar en la realidad-verdad? ¿No comprenden nada de la verdad? No, justamente lo contrario. Su comprensión teórica de la verdad, a nivel de palabras y frases, es la que debe ser. Incluso les resulta muy fácil de recitar. Tienen determinación, por supuesto, una buena mentalidad y buenas aspiraciones; todos están dispuestos a esforzarse por alcanzar la verdad. No obstante, ¿por qué no pueden poner en práctica la verdad y, por el contrario, siguen sin poder entrar en la realidad-verdad? Porque siguen sin poder manifestar en la vida real las palabras, escrituras y teorías que captan. ¿Y de dónde viene este problema? Su origen está en la presencia allí mismo de su carácter corrupto, que obstaculiza las cosas. Por eso hay personas que carecen de entendimiento espiritual y no comprenden qué es perseguir la verdad, que hacen una promesa y declaran su voluntad cada vez que fallan, caen o no saben poner en práctica la verdad. Hacen un número incalculable de tales promesas y declaraciones, pese a lo cual no resuelven el problema. Siguen paralizadas en la etapa de declarar su voluntad y hacer promesas. Se quedan atascadas ahí. Muchos, cuando practican la verdad, siempre declaran su voluntad y hacen promesas en las que afirman que van a luchar. Cada día se animan a sí mismos. Tres, cuatro, cinco años de lucha, ¿y con qué resultado final? No han conseguido nada y todo acaba en fracaso. La poca doctrina que comprenden es inaplicable en todas partes. Cuando algo les sucede, no saben cómo contemplarlo y no logran desentrañarlo. No saben buscar unas palabras de Dios que les sirvan de fundamento; no saben contemplar las cosas según las palabras de Dios ni qué elemento de la verdad de las palabras de Dios concierne a lo que les ha sucedido. Entonces les atenaza una gran ansiedad, se odian a sí mismos y oran para pedirle a Dios más fortaleza y fe, mientras, en definitiva, continúan animándose a sí mismos. ¿No son unos insensatos? (Sí). Son como niños. ¿No es, de hecho, así de infantil el trato cotidiano que le da el hombre a la búsqueda de la verdad? El hombre siempre desea alentarse a practicar la verdad declarando su voluntad y haciendo promesas, refrenándose y animándose, pero la práctica de la verdad y la entrada en ella no provienen del propio estímulo del hombre. Tú, en cambio, debes entrar y practicar realmente según el camino y los pasos que te indico, con paso firme y seguro, un pie detrás del otro. Es el único modo de que veas resultados; el único modo de que persigas la verdad y puedas entrar en la realidad-verdad. No hay atajos. Esto no implica que, con un poco de ánimo, un pequeño deseo de esforzarte, una gran voluntad y un gran objetivo, la verdad se convertirá en tu realidad, sino que el hombre debe aprender las lecciones fundamentales de búsqueda, entrada, práctica y sumisión en su vida real, en medio de las personas, circunstancias y cosas. Una vez aprendidas estas lecciones, es cuando el hombre puede entrar en contacto con la verdad y con las palabras de Dios, experimentarlas o conocerlas. Sin eso, lo que el hombre aprenderá no será más que un poco de doctrina con la que llenar su vacío interior, por muchos años que se pase motivándose, animándose y alentándose. Solo sentirá una pequeña satisfacción espiritual pasajera, pero no habrá aprendido nada de auténtica relevancia. ¿Qué significa no haber aprendido nada verdaderamente importante? Que el fundamento de tus opiniones sobre las personas y las cosas, y de tus conductas y actos, no son las palabras de Dios. No hay palabras de Dios que sirvan de fundamento para tus opiniones sobre las personas y las cosas ni para tu visión sobre las conductas y actuaciones. Llevas una vida confusa, una vida sin remedio, y cuanto más te enfrentes a una cuestión que requiera que expongas tus puntos de vista, tus principios y tu postura, más se evidenciarán tu ignorancia, tu necedad, tu vacuidad y tu impotencia. En circunstancias normales serás capaz de decir a toda velocidad una serie de doctrinas y consignas correctas como si lo entendieras todo. Sin embargo, cuando surja un problema y se te acerque alguien con seriedad para que declares tu posición y fijes tu postura, no te saldrán las palabras. Alguno dirá: “¿Que no me saldrán las palabras? No es eso, es que no me atrevería a decirlas”. Bueno, ¿por qué no lo harías? Eso demuestra que dudas si está bien lo que haces. ¿Por qué habrías de dudar? Porque, cuando lo estabas haciendo, no corroboraste el fundamento de lo que hacías ni cuáles eran tus principios para hacerlo, y ni mucho menos, claro está, si lo has contemplado y llevado a cabo según las palabras de Dios, con la verdad por criterio. Así pues, cuando se produce un problema, te quedas con cara de torpe e impotente. Algunas personas no están convencidas. Dicen: “Yo no soy así. Fui a la universidad. Tengo una maestría”; o “yo soy filósofo, profesor, un intelectual de alto nivel”; o “yo soy una persona culta. Puedes mandar a imprimir lo que diga”; o “yo soy un académico destacado”, o “yo tengo talento”. ¿Te sirve de algo sacar a relucir estas cosas? No son mérito tuyo. Como mucho, estas cosas significan que tienes algo de conocimiento. A saber si eso será de utilidad en la casa de Dios, pero al menos es seguro que ese conocimiento que tienes no es lo mismo que la verdad, y no refleja tu estatura. ¿Qué quiere decir que tu conocimiento no refleja tu estatura? Esas cosas no son tu vida; son externas a tu cuerpo. ¿Qué es, entonces, tu vida? Una vida cuyos fundamentos y criterios son la lógica y la filosofía de Satanás; ni siquiera con tu conocimiento, tu cultura y tu inteligencia puedes suprimir estas cosas ni controlarlas. Por eso, cuando se produce un problema, tu pozo de talento e intelecto y tu abundante conocimiento no sirven de nada en absoluto; o, tal vez, cuando se manifieste un aspecto de tu carácter corrupto, tu paciencia, tu educación, tu conocimiento y tal no te sirvan lo más mínimo. Entonces te sientes impotente. Todas estas cosas son las torpes maneras en que se manifiestan en el hombre el hecho de no perseguir la verdad y la ausencia de entrada en la realidad-verdad. ¿Es fácil entrar en la verdad? ¿Hay alguna dificultad en ello? ¿Cuál? No hay, en Mi opinión, ninguna dificultad. No te centres en declarar tu voluntad ni en hacer promesas. Son inútiles. Cuando tengas tiempo de declarar tu voluntad y hacer promesas, dedícalo, por el contrario, a esforzarte en las palabras de Dios. Piensa en lo que dicen, en qué fragmento afecta a tu estado actual. Declarar tu voluntad no sirve de nada. Podrías romperte la crisma y dejar que te saliera sangre mientras declaras tu voluntad, y aun así, no serviría de nada. Eso no resuelve ningún problema. Puedes engañar al hombre y a los demonios de esa forma, pero no a Dios. Dios no se deleita en la voluntad que tú tienes. ¿Cuántas veces has declarado tu voluntad? Haces promesas, luego las descartas y, ya descartadas, las vuelves a hacer y a descartar. ¿En qué clase de persona te convierte eso? ¿Cuándo cumplirás tu palabra? Da igual que cumplas tu palabra o no, o que declares tu voluntad o no. Tampoco tiene importancia que hagas una promesa. ¿Qué es lo que importa? Que pongas en práctica la verdad que comprendes ahora mismo, inmediatamente, ya. Aunque sea la verdad más obvia, la que menos llame la atención de los demás y a la que tú mismo des menos importancia, practícala enseguida, entra en ella enseguida. Si lo haces, entrarás de inmediato en la realidad-verdad y emprenderás de inmediato la senda de búsqueda de la verdad. Estarás a punto de llegar a ser una persona que persiga la verdad. Sobre esa base, pronto podrás convertirte en una persona que contemple a las personas y las cosas, que se comporte y actúe, según las palabras de Dios, con la verdad por criterio. ¡Qué recompensa, qué valor más tangible!

Después de comunicar sobre las máximas sobre el buen comportamiento en la cultura tradicional, ¿habéis logrado entenderlas? ¿Cómo deberíais enfocar este tipo de buen comportamiento? Algunas personas podrían decir: “A partir de hoy, no seré una persona culta y sensata, gentil y refinada ni cortés. No seré una persona supuestamente ‘buena’; no seré alguien que respete a los mayores o ame a los pequeños; no seré una persona amable y accesible. Nada de eso es una expresión natural de humanidad normal; es un comportamiento engañoso que es falso y simulado, y que no se eleva al nivel de la práctica de la verdad. ¿Qué clase de persona seré? Seré una persona honesta; empezaré por ser una persona honesta. En mi discurso, puedo ser inculto, no entender las reglas, carecer de conocimientos y ser menospreciado por los demás, pero hablaré con franqueza, con sinceridad y sin falsedad. Como persona y en mi conducta, no seré falso y no haré teatro. Cada vez que hable, lo haré con el corazón: diré lo que pienso por dentro. Si tengo odio hacia alguien, me examinaré a mí mismo y no haré nada que le hiera; sólo haré cosas que sean constructivas. Cuando hable, no tendré en cuenta mi propio beneficio personal, ni me limitaré por mi reputación o mi imagen. Además, no tendré la intención de hacer que la gente piense bien de mí. Sólo daré importancia a que Dios esté contento. No hacer daño a la gente será mi punto de partida. Lo que haga se hará de acuerdo con las exigencias de Dios; no haré cosas para perjudicar a los demás, ni haré cosas perjudiciales para los intereses de la casa de Dios. Sólo haré cosas que sean beneficiosas para los demás, sólo seré una persona honesta y una persona que haga feliz a Dios”. ¿No es esto un cambio en una persona? Si realmente practican estas palabras, entonces habrán cambiado de verdad. Su futuro y su destino habrán cambiado para mejor. Pronto se embarcarán en la senda de la búsqueda de la verdad, pronto entrarán en la realidad de la verdad, y pronto se convertirán en una persona con esperanza de salvación. Esto es algo bueno, algo positivo. ¿Exige que declares tu voluntad o hagas una promesa? No exige nada: ni que declares tu voluntad ante Dios ni que hagas inventario de tus transgresiones, errores y rebeldías anteriores y te apresures a confesarte ante Dios para pedirle perdón. No hacen falta semejantes formalidades. Simplemente di algo sincero de corazón ahora mismo, inmediatamente, ya, y haz algo puro, sin mentiras ni ardides. Entonces habrás logrado algo y habrá esperanza de que llegues a ser una persona honesta. Cuando alguien llega a ser una persona honesta, alcanza la realidad-verdad y comienza a vivir como un ser humano. Esos son aquellos a quienes Dios da Su visto bueno. De eso no cabe duda.

5 de febrero de 2022

Nota al pie:

a. Kong Rong aparece en una conocida historia china utilizada tradicionalmente para formar a los niños en los valores de la cortesía y el amor fraterno. La historia cuenta que, cuando su familia recibió una canasta de peras, Kong Rong, de cuatro años, entregó las más grandes a sus hermanos mayores y tomó las más pequeñas para sí.

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