El destino de la humanidad y el destino del universo son inseparables de la soberanía del Creador

29 Jul 2018

Todos vosotros sois adultos. Unos, de mediana edad; otros habéis entrado en la tercera edad. Habéis pasado de no creer en Dios a hacerlo, y de comenzar desde un principio a creer en Dios a aceptar Su palabra y experimentar Su obra. ¿Cuánto conocimiento tenéis de Su soberanía? ¿Qué perspectivas del destino humano habéis obtenido? ¿Puede uno conseguir todo lo que desea en la vida? ¿Cuántas cosas habéis sido capaces de cumplir como deseabais en las pocas décadas de vuestra existencia? ¿Cuántas cosas han ocurrido que nunca anticipasteis? ¿Cuántas vienen como sorpresas agradables? ¿Cuántas siguen esperando las personas con la expectativa de que darán fruto, aguardando inconscientemente el momento correcto, y la voluntad del cielo? ¿Cuántas cosas hacen que las personas se sientan desamparadas y frustradas? Todo el mundo está lleno de esperanzas respecto a su destino, y espera que todo en su vida vaya como desea, no tener escasez de alimentos o ropa, que su fortuna aumente de forma espectacular. Nadie quiere una vida pobre y oprimida, llena de dificultades y sitiada por las calamidades. Pero las personas no pueden prever ni controlar estas cosas. Quizás, para algunos, el pasado no es más que un revoltijo de experiencias; nunca saben cuál es la voluntad del cielo ni se preocupan de ella. Viven su vida sin pensar, como los animales, día a día y sin preocuparse de cuál es el destino de la humanidad o de por qué están vivos los seres humanos ni de cómo deberían vivir. Estas personas alcanzan la vejez sin haber obtenido un entendimiento del destino humano, y hasta el momento de su muerte no tienen ni idea de en qué consiste la vida. Estas personas están muertas; son seres sin espíritu; son bestias. Aunque las personas viven dentro de la creación y obtienen disfrute en las muchas formas en las que el mundo satisface sus necesidades materiales; aunque ven que este mundo material avanza constantemente, su propia experiencia —lo que sus corazones y espíritus sienten y experimentan— no tiene nada que ver con las cosas materiales y nada material sustituye su experiencia. Esta es un reconocimiento en lo profundo del corazón, algo que no se puede ver a simple vista. Este reconocimiento se encuentra en el entendimiento y la percepción propios de la vida y del destino humanos. A menudo lleva a la comprensión de que un Soberano invisible está organizando todas las cosas, y que está orquestándolo todo para el hombre. En medio de todo esto, uno no puede sino aceptar las disposiciones y orquestaciones del destino ni admitir el camino que el Creador ha puesto por delante, Su soberanía sobre el destino propio de uno. Este es un hecho indiscutible. No importa qué profundo conocimiento y actitud se tenga sobre el destino, nadie puede cambiar este hecho.

Dónde irás cada día, qué harás, con quién o con qué te encontrarás, qué dirás, qué te ocurrirá, ¿puede predecirse algo de esto? Se puede decir que las personas no pueden prever todos estos sucesos y mucho menos controlar el desarrollo de estas situaciones. En la vida, estos acontecimientos imprevisibles ocurren todo el tiempo; son un hecho cotidiano. Estas vicisitudes cotidianas y las formas en que se desarrollan, o los patrones que siguen, son recordatorios constantes para la humanidad de que nada ocurre al azar, que el proceso del desarrollo de cada suceso, la naturaleza ineludible de cada suceso, no pueden ser cambiados por la voluntad humana. Todo acontecimiento transmite una amonestación del Creador a la humanidad, y también envía el mensaje de que los seres humanos no pueden controlar sus propios destinos. Cada acontecimiento es una refutación de la ambición y el deseo de la humanidad de esperar en vano a tomar su destino en sus propias manos. Son como fuertes bofetadas cerca del rostro de la humanidad, una tras otra, que obligan a las personas a reconsiderar quién gobierna y controla su destino al final. Y, como sus ambiciones y deseos son frustrados y destrozados repetidamente, los seres humanos llegan, de forma natural, a una aceptación inconsciente de lo que el destino les tiene preparado, de la realidad, de la voluntad del cielo y de la soberanía del Creador. Desde estas vicisitudes diarias a los destinos de vidas humanas completas, no hay nada que no revele los planes del Creador y Su soberanía; no hay nada que no envíe el mensaje de que “la autoridad del Creador no puede ser superada”, que no transmita esta verdad eterna de que “la autoridad del Creador es suprema”.

Los destinos de la humanidad y de todas las cosas están íntimamente entretejidos con la soberanía de Dios, inseparablemente vinculados con las orquestaciones del Creador; al final, son inseparables de Su autoridad. En las leyes de todas las cosas el hombre llega a comprender la orquestación del Creador y Su soberanía; en las normas de supervivencia de todas las cosas, llega a percibir Su gobierno; en los destinos de todas las cosas saca conclusiones sobre las formas en las que Él ejerce Su soberanía y Su control sobre ellas; y en los ciclos de vida de los seres humanos y de todas las cosas el hombre realmente llega a experimentar las orquestaciones y disposiciones del Creador para todas las cosas y seres vivos, a presenciar realmente cómo las mismas sobrepasan a todas las leyes, reglas, e instituciones terrenales, y a todos los demás poderes y fuerzas. A la luz de esto, la humanidad se ve empujada a reconocer que ningún ser creado puede violar la soberanía del Creador, que ninguna fuerza puede perturbar ni alterar los acontecimientos y las cosas predestinados por Él. Bajo estas leyes y normas divinas, los seres humanos y todas las cosas viven y se propagan, generación tras generación. ¿No es esta la verdadera materialización de la autoridad del Creador? Aunque en las leyes objetivas el hombre ve Su soberanía y Su ordenación de todos los acontecimientos y cosas, ¿cuántas personas son capaces de comprender el principio de la soberanía del Creador sobre todas las cosas? ¿Cuántas personas pueden saber, reconocer, aceptar, y someterse realmente a la soberanía y la organización de su propio destino por parte del Creador? ¿Quién, habiendo creído la realidad de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, creerá y reconocerá realmente que el Creador también dicta el destino de la vida de los hombres? ¿Quién puede comprender realmente el hecho de que el destino del hombre reposa en la palma del Creador? ¿Qué clase de actitud debe adoptar la humanidad respecto a Su soberanía, cuando se enfrenta al hecho de que Él gobierna y controla el destino de la humanidad? Esa es una decisión que debe tomar por sí mismo todo ser humano que se enfrente a esta realidad.

La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III

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