El sermón del monte, las parábolas del Señor Jesús y los mandamientos

21 Abr 2018

El sermón del monte

Las bienaventuranzas (Mateo 5:3-12)

Sal y luz (Mateo 5:13-16)

Ley (Mateo 5:17-20)

Enojo (Mateo 5:21-26)

Adulterio (Mateo 5:27-30)

Divorcio (Mateo 5:31-32)

Votos (Mateo 5:33-37)

Ojo por ojo (Mateo 5:38-42)

Ama a tus enemigos (Mateo 5:43-48)

Instrucción acerca de dar (Mateo 6:1-4)

Oración (Mateo 6:5-8)

Las parábolas del Señor Jesús

La parábola del sembrador (Mateo 13:1-9)

La parábola de la cizaña (Mateo 13:24-30)

La parábola del grano de mostaza (Mateo 13:31-32)

La parábola de la levadura (Mateo 13:33)

La parábola de la cizaña explicada (Mateo 13:36-43)

La parábola del tesoro escondido (Mateo 13:44)

La parábola de la perla (Mateo 13:45-46)

La parábola de la red (Mateo 13:47-50)

Los mandamientos

Mateo 22:37-39 Y Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Veamos primero cada una de las distintas partes del “Sermón del monte”. ¿Qué temas tratan todas ellas? Puede decirse con certeza que los contenidos de estas distintas partes son todos más elevados, concretos y cercanos a las vidas de las personas que las regulaciones de la Era de la Ley. Hablando en términos modernos, estas cosas son más relevantes para la práctica real de las personas.

Leamos sobre el contenido específico de lo siguiente: ¿cómo deberías entender las bienaventuranzas? ¿Qué deberías saber sobre la ley? ¿Cómo debería definirse el enojo? ¿Cómo debería tratarse a los adúlteros? ¿Qué debe decirse sobre el divorcio, y qué tipo de normas hay sobre eso? ¿Quién puede divorciarse y quién no? ¿Qué hay de los votos, el ojo por ojo, amar a los enemigos y practicar la caridad? Etcétera. Todas estas cosas tienen que ver con cada aspecto de la práctica de la creencia y del seguimiento de Dios de parte de la humanidad. Algunas de estas prácticas siguen siendo aplicables actualmente, pero son más superficiales que lo que actualmente se requiere de las personas. Son verdades bastante elementales que las personas encuentran en su creencia en Dios. Desde el momento en que el Señor Jesús comenzó a obrar, Él ya había empezado a llevar a cabo Su obra sobre el carácter vital de los humanos, pero estos aspectos de Su obra estaban basados en el fundamento de la ley. Las normas y la forma de hablar sobre estos temas ¿tiene acaso algo que ver con la verdad? ¡Por supuesto que sí! Todas las regulaciones y los principios anteriores, al igual que estos sermones en la Era de la Gracia, tenían relación con el carácter de Dios y con lo que Él tiene y es, y por supuesto con la verdad. Independientemente de lo que Dios exprese, de la forma de expresión o el lenguaje que use, las cosas que Él expresa tienen su fundamento, su origen y su punto de partida en los principios de Su carácter y de lo que Él tiene y es. Esto es absolutamente cierto. Así que, aunque estas cosas que Él dijo parezcan ahora un poco triviales, sigues sin poder decir que no son la verdad, porque eran cosas indispensables para las personas en la Era de la Gracia, para satisfacer las intenciones de Dios y lograr un cambio en su carácter vital. ¿Puedes decir que alguno de estos sermones no es coherente con la verdad? ¡No! Cada uno de esos sermones eran la verdad porque eran todos requisitos que Dios le imponía a la humanidad; eran los principios y el ámbito dados por Dios sobre cómo comportarse y representaban Su carácter. Sin embargo, en base al nivel del crecimiento en la vida de las personas en esa época, estas eran las únicas cosas que podían aceptar y comprender. Como el pecado de la humanidad no se había resuelto, el Señor Jesús solo podía proclamar estas palabras, y solo podía utilizar estas enseñanzas simples incluidas dentro de este tipo de ámbito para decir a las personas de la época cómo debían actuar, qué debían hacer, de acuerdo a qué principios y esferas debían hacer las cosas y cómo debían creer en Dios y cumplir Sus requisitos. Todo esto estaba determinado en base a la estatura de la humanidad en esa época. No era fácil para las personas que vivían bajo la ley aceptar estas enseñanzas y, por tanto, lo que el Señor Jesús enseñaba tenía que permanecer en ese ámbito.

A continuación, veamos los distintos contenidos de “las parábolas del Señor Jesús”.

La primera es la parábola del sembrador. Es realmente interesante; sembrar semillas es un acontecimiento común en la vida de las personas. La segunda es la de la cizaña. Cualquiera que haya plantado cultivos y, seguramente, los adultos sabrán qué es la “cizaña”. La tercera es la parábola del grano de mostaza. Todos vosotros sabéis lo que es la mostaza, ¿verdad? Si no lo sabéis, podéis echar un vistazo a la Biblia. La cuarta parábola es la de la levadura. Ahora, la mayoría de las personas sabe que se usa para la fermentación y que es algo que las personas utilizan en la vida cotidiana. Las siguientes parábolas, incluyendo la sexta, la del tesoro escondido, la séptima, la de la perla, y la octava, la de la red, fueron tomadas de la vida real de las personas. ¿Qué tipo de cuadro pintan estas parábolas? El de Dios convirtiéndose en una persona normal y viviendo junto a la humanidad, usando el lenguaje de la vida, el lenguaje humano, para comunicarse con los hombres y proveerles lo que necesitan. Cuando Dios se hizo carne y vivió entre los hombres durante mucho tiempo, después de haber experimentado y presenciado los diversos estilos de vida de las personas, estas experiencias pasaron a ser Su material educativo a través del cual transformó Su lenguaje divino en humano. Por supuesto, estas cosas que Él vio y oyó en la vida también enriquecieron la experiencia humana del Hijo del hombre. Cuando Él quería que las personas llegaran a entender algunas verdades, entender algo de las intenciones de Dios, podía usar parábolas parecidas a las anteriores para hablar a las personas acerca de las intenciones de Dios y Sus requisitos para la humanidad. Todas estas parábolas tenían relación con la vida de las personas; no había una sola que no estuviese en sintonía con la vida humana. Cuando el Señor Jesús vivió entre los hombres, vio campesinos cuidando su tierra y sabía lo que eran la cizaña y la levadura; entendió que los humanos aman los tesoros, por lo que usó las metáforas del tesoro escondido y la perla. En la vida, con frecuencia vio a pescadores echando redes; el Señor Jesús observó estas y otras actividades relacionadas con la vida humana y también experimentó ese tipo de vida. Él fue igual que cualquier otro ser humano normal, experimentaba las rutinas cotidianas humanas y comía tres veces al día. Experimentó personalmente la vida de una persona corriente y observó la vida de otros. Cuando observó y experimentó todo esto en persona, no pensó en cómo tener una buena vida o vivir con mayor libertad y comodidad. Por el contrario, a partir de su experiencia de vida humana auténtica, el Señor Jesús vio las dificultades en la vida de las personas. Vio el sufrimiento, el infortunio y la tristeza de las personas viviendo bajo el poder de Satanás y viviendo una vida de pecado bajo la corrupción de Satanás. Mientras experimentaba personalmente la vida humana, también comprobó cuán desamparadas estaban las personas que vivían en medio de la corrupción y vio y experimentó el desgraciado estado de los seres humanos que vivían en pecado, que perdieron el rumbo en medio de la tortura a la que los sometía Satanás y el pecado. Cuando el Señor Jesús vio estas cosas, ¿las vio con Su divinidad o con Su humanidad? Su humanidad existió realmente, estaba completamente vivo; Él pudo experimentar y ver todo esto. Pero, por supuesto, también vio estas cosas en Su esencia, que es Su divinidad. Esto es, Cristo mismo, el Señor Jesús que era hombre vio esto y todo lo que observó le hizo sentir la importancia y la necesidad de la obra que había acometido durante el tiempo que vivió en la carne. Aunque Él mismo sabía que la responsabilidad que debía asumir en la carne era inmensa y sabía lo cruel que sería el dolor que afrontaría, cuando vio a la humanidad desamparada en el pecado, el infortunio de sus vidas y su lucha ineficaz bajo la ley, sintió cada vez mayor tristeza y más inquietud por salvar a la humanidad del pecado. Independientemente del tipo de dificultades que afrontaría o del dolor que sufriría, su determinación de redimir a la humanidad que vivía en pecado aumentaba. Durante este proceso, se podría decir que el Señor Jesús comenzó a entender con mayor claridad la obra que necesitaba hacer y lo que se le había encomendado. Estaba cada vez más deseoso de completar la obra que debía acometer: cargar con todos los pecados de los hombres, expiar por la humanidad para que no viviera más en pecado y, al mismo tiempo, Dios podría perdonar los pecados del hombre, gracias a la ofrenda por el pecado, lo cual le permitiría a Él continuar con Su obra de salvación de la humanidad. Se podría decir que, en Su corazón, el Señor Jesús estaba dispuesto a ofrecerse por la humanidad, a sacrificarse. También estaba dispuesto a actuar como ofrenda por el pecado, a ser clavado en la cruz y, sin duda, estaba ansioso por completar esta obra. Cuando vio las condiciones miserables de la vida humana, tuvo aún más deseos de cumplir Su misión a la mayor rapidez posible, sin el retraso de un solo minuto o siquiera un segundo. Cuando tuvo ese sentimiento de urgencia, no estaba pensando en lo grande que sería Su dolor ni en cuanta humillación tendría que soportar. Solo tenía una convicción en Su corazón: mientras Él se ofreciera, mientras fuera clavado en la cruz como ofrenda por el pecado, la voluntad de Dios se llevaría a cabo y Él podría comenzar una nueva obra. La vida del hombre y el estado de su existencia en el pecado se transformarían por completo. Su convicción y lo que estaba decidido a hacer tenían relación con la salvación del hombre, y Él solo tenía un objetivo, seguir la voluntad de Dios, de manera que Dios pudiese iniciar, con éxito, la siguiente etapa de Su obra. Esto es lo que tenía en mente el Señor Jesús en aquella época.

Viviendo en la carne, Dios encarnado poseía una humanidad normal; poseía los sentimientos y la racionalidad de una persona normal. Sabía lo que era la felicidad, el dolor, y cuando vio al hombre vivir este tipo de vida, sintió en lo más profundo que simplemente dándoles a las personas algunas enseñanzas, proveyéndoles algo o instruyéndolas en algo no sería suficiente para sacarlas del pecado. Con solo cumplir con los mandamientos tampoco las redimiría del pecado; solo cuando Él cargara con el pecado de la humanidad y se volviera semejanza de carne pecadora podría lograr a cambio la libertad del hombre y el perdón de Dios para la humanidad. Así, después de que el Señor Jesús experimentara y fuera testigo de la vida del hombre en el pecado, un intenso deseo se manifestó en Su corazón: permitirles a los humanos que se libraran de su vida de lucha en el pecado. Este deseo hizo que sintiera cada vez más que debía ir a la cruz y cargar con los pecados de la humanidad lo antes posible, lo más rápido que pudiera. Estos fueron los pensamientos del Señor Jesús en ese momento, después de haber vivido con personas y haber visto, oído y sentido la desgracia de su vida en el pecado. Que el Dios encarnado pudiera tener este tipo de intención para el hombre, que pudiera expresar y revelar este tipo de carácter, ¿es algo que una persona normal podría poseer? ¿Qué vería una persona corriente en este tipo de entorno? ¿Qué pensaría? Si una persona normal afrontase todo esto, ¿consideraría los problemas desde una perspectiva elevada? ¡Definitivamente no! Aunque el aspecto exterior de Dios encarnado fuera exactamente igual al de un ser humano, y aunque Él aprendiera el conocimiento humano, aunque hablara el lenguaje humano y, en ocasiones, hasta expresara Sus ideas a través de los propios medios o las formas de hablar del hombre, Su modo de ver a los seres humanos y ver la esencia de las cosas era absolutamente distinto a como las personas corruptas veían estas mismas cosas. Su perspectiva y la altura en la que se halla es algo inalcanzable para una persona corrupta. Esto se debe a que Dios es la verdad, porque Su carne también posee la esencia de Dios y Sus pensamientos y lo que expresa Su humanidad también son la verdad. Para las personas corruptas, lo que Él expresa en la carne son provisiones de la verdad y de la vida. Estas provisiones no son solo para una persona, sino para toda la humanidad. En su corazón, una persona corrupta solo se relaciona con algunas personas. Se preocupan e interesan solo por ese manojo de personas. Cuando se asoma algún desastre, piensa primero en sus propios hijos, en su cónyuge o en sus padres. Como mucho, alguien más compasivo dedicaría algún pensamiento a algún familiar o un buen amigo; pero ¿pueden extenderse más que eso los pensamientos de una persona incluso así de compasiva? ¡Jamás! Los seres humanos son, después de todo, humanos, y solo pueden ver las cosas desde la perspectiva y la elevación de un ser humano. Sin embargo, Dios encarnado es totalmente diferente de una persona corrupta. Independientemente de lo corriente, normal y humilde que sea la carne del Dios encarnado, o incluso con cuánto desprecio lo mire la gente, Sus pensamientos y Su actitud hacia la humanidad es algo que ningún hombre podría poseer o imitar. Él siempre observará a la humanidad desde la perspectiva de la divinidad, desde la elevación de Su posición como Creador. Siempre contemplará a la humanidad a través de la esencia y de la mentalidad de Dios. No puede verla en absoluto desde la posición de una persona normal ni desde la perspectiva de una persona corrupta. Cuando el hombre mira a la humanidad, lo hace con una visión humana, y usan cosas como el conocimiento, las normas y las teorías humanas como punto de referencia. Esto está dentro del alcance de lo que las personas pueden ver con los ojos, dentro del alcance de lo que puede lograr una persona corrupta. Cuando Dios mira a la humanidad, lo hace con visión divina; usa como referencia Su esencia y lo que Él tiene y es. Esto alcanza cosas que las personas no pueden ver, y en esto es en lo que Dios encarnado y los humanos corruptos son totalmente diferentes. Esta divergencia viene determinada por la esencia de los seres humanos, que es distinta a la de Dios, y que determina las identidades y las posiciones, así como la perspectiva y la elevación desde la que ven las cosas. ¿Veis la expresión y la revelación de Dios mismo en el Señor Jesús? Se podría decir que lo que Él hizo y dijo guardaba relación con Su ministerio y con la obra de gestión de Dios mismo, que todo ello era la expresión y la revelación de Su esencia. Aunque se manifestara de manera humana, Su esencia divina y la revelación de Su divinidad no pueden negarse. Esta manifestación humana ¿era de veras una expresión de humanidad? Por su propia esencia, fue Su manifestación humana totalmente diferente de la de las personas corruptas. El Señor Jesús fue Dios encarnado, y si hubiera sido realmente una persona normal, corrupta, ¿habría podido contemplar la vida del hombre en pecado, desde una perspectiva divina? ¡En absoluto! Esta es la diferencia entre el Hijo del hombre y las personas corrientes. Todas las personas corruptas viven en pecado, y cuando alguien ve el pecado, no siente nada particular al respecto; son todos iguales, como un cerdo que vive en el fango y no se siente en absoluto incómodo ni sucio; al contrario, come bien y duerme profundamente. Si alguien limpia la pocilga, el cerdo no se sentirá a gusto ni se mantendrá limpio. Pronto estará revolcándose de nuevo en el fango, completamente a gusto, porque es una criatura sucia. Los seres humanos ven a los cerdos como sucios, pero si limpias el espacio donde el cerdo vive, el cerdo no se siente mejor. Por esta razón nadie tiene un cerdo en su casa. La forma en que los humanos ven a los cerdos siempre será diferente de cómo se sienten ellos, porque humanos y cerdos no pertenecen a la misma especie. Y como el Hijo del hombre encarnado no es de la misma especie que los seres humanos corruptos, solo el Dios encarnado puede alzarse desde una perspectiva divina, a la altura de Dios, desde donde contempla a la humanidad y lo ve todo.

Cuando Dios se hace carne y vive entre los hombres, ¿qué sufrimiento experimenta en la carne? ¿Qué es? ¿Acaso alguien lo entiende realmente? Algunas personas dicen que Dios sufre mucho y aunque Él es Dios mismo, las personas no entienden Su esencia y tienden siempre a tratarlo como una persona, lo que lo hace sentir agraviado e injustamente perjudicado. Dicen que, por estos motivos, el sufrimiento de Dios es verdaderamente grande. Otros aseveran que Dios es inocente y libre de pecado, pero que sufre lo mismo que la humanidad y es víctima de persecución, difamación e indignidades junto con los hombres; también dicen que Él soporta las malinterpretaciones y la rebelión de Sus seguidores; así, dicen que el sufrimiento de Dios no puede medirse. Ahora, parece que no entendéis realmente a Dios. De hecho, este sufrimiento del que habláis no cuenta como verdadero sufrimiento para Dios, porque hay uno mayor que este. ¿Cuál es, pues, el verdadero sufrimiento para Dios mismo? ¿Cuál es el verdadero sufrimiento para la carne del Dios encarnado? Para Dios, no es un sufrimiento que la humanidad no le entienda, que le malinterpreten y que no lo vean como Dios. Sin embargo, las personas sienten a menudo que Él debe de haber sufrido una gran injusticia, que cuando está hecho carne Dios no puede mostrar Su persona a la humanidad ni permitirle ver Su grandeza, y que se esconde humildemente en una carne insignificante, lo cual debió de ser un gran tormento para Él. Las personas se toman muy en serio lo que pueden entender y lo que pueden ver del sufrimiento de Dios, y proyectan todo tipo de compasión hacia Dios y a menudo hasta elevan una pequeña alabanza por Su sufrimiento. En realidad, existe una diferencia, una brecha entre lo que las personas entienden del sufrimiento de Dios y lo que Él siente realmente. Os estoy diciendo la verdad: para Dios, independientemente de que se trate del Espíritu de Dios o de la carne del Dios encarnado, ese no es un sufrimiento verdadero. ¿Qué hace, pues, sufrir a Dios de verdad? Hablemos sobre el sufrimiento de Dios tan solo desde la perspectiva del Dios encarnado.

Cuando Dios se hace carne y se convierte en una persona corriente, normal, que vive entre los hombres, codo con codo con las personas, ¿no puede ver ni sentir los métodos, las leyes y las teorías de las personas para la vida? ¿Cómo se siente con respecto a esos métodos y leyes para la vida? ¿Siente aborrecimiento en Su corazón? ¿Por qué sentiría esto? ¿Cuáles son los métodos y las leyes de la humanidad para la vida? ¿En qué principios están arraigados? ¿En qué se basan? Los métodos, las leyes, etc., de la humanidad para la vida están todos creados en base a la lógica, el conocimiento y la filosofía de Satanás. Los humanos que viven bajo estos tipos de leyes no tienen humanidad, ni verdad, todos ellos desafían a la verdad y son hostiles con Dios. Si echamos un vistazo a la esencia de Dios, vemos que Su esencia es exactamente lo contrario de la lógica, del conocimiento y la filosofía de Satanás. Su esencia está llena de justicia, verdad, santidad, y otras realidades de todas cosas positivas. ¿Qué siente Dios, que posee esa esencia y vive en medio de semejante humanidad? ¿Qué siente en Su corazón? ¿No está lleno de dolor? Su corazón está dolido y ese dolor es algo que ninguna persona puede entender ni experimentar. Y es que todo lo que Él afronta, se encuentra, oye, ve y experimenta es corrupción, mal, resistencia y rebelión contra la verdad por parte de la humanidad. Todo lo que proviene de los humanos es la fuente de Su sufrimiento. Es decir, como Su esencia es diferente a la de los humanos corruptos, la corrupción de los hombres pasa a ser la fuente de Su mayor sufrimiento. ¿Puede Dios, al hacerse carne, encontrar a alguien que comparta un lenguaje común al Suyo? No se puede hallar una persona así entre los hombres. No hay quien pueda comunicar ni tener este diálogo con Dios. ¿Qué tipo de sentimiento dirías que tiene Dios sobre esto? Las cosas que las personas tratan, aman, buscan y anhelan están todas relacionadas con el pecado y con tendencias malvadas. Cuando Dios afronta todo esto, ¿no es como una puñalada en Su corazón? De frente a estas cosas, ¿podría rebozarle de júbilo? ¿Podría hallar consuelo? Los que están viviendo con Él son seres humanos llenos de rebeldía y maldad; ¿cómo podría no sufrir Su corazón? ¿Qué tan grande es este sufrimiento en realidad y a quién le importa? ¿Quién se ocupa de él? Y ¿quién es capaz de apreciarlo? Las personas no tienen forma de entender el corazón de Dios. Su sufrimiento es algo que las personas son particularmente incapaces de apreciar, y la frialdad y el entumecimiento de la humanidad profundizan aún más el sufrimiento de Dios.

Algunas personas a menudo se compadecen de la difícil situación que afronta Cristo porque hay un versículo en la Biblia que dice: “Las zorras tienen madrigueras y las aves […] nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Cuando las personas oyen esto, se lo toman muy en serio y creen que es el mayor sufrimiento que Dios padece, y que también es el mayor sufrimiento que Cristo padece. Ahora, mirándolo desde la perspectiva de los hechos, ¿es ese el caso? No. Dios no cree que estas dificultades sean sufrimiento. Nunca ha clamado contra la injusticia por Sus dificultades de la carne ni ha hecho que los seres humanos le devuelvan nada ni lo recompensen. Sin embargo, cuando ve el todo de la humanidad, las vidas corruptas y la maldad de los humanos corruptos, cuando es testigo de que la humanidad está presa en las garras de Satanás, sin poder escapar, esas personas que viven en pecado no saben cuál es la verdad y Él no soporta todos estos pecados. Cada día aborrece más a los hombres, pero Él tiene que aguantar todo eso. Ese es el gran sufrimiento de Dios. No puede expresar plenamente la voz de Su corazón ni Sus emociones entre Sus seguidores, y nadie entre ellos puede entender verdaderamente Su sufrimiento. Nadie intenta siquiera entender o consolar Su corazón, que soporta este padecimiento día tras día, año tras año, una y otra vez. ¿Qué veis en todo esto? Dios no les exige nada a los humanos a cambio de lo que Él ha dado, pero debido a Su esencia no puede tolerar en absoluto la maldad, la corrupción y el pecado de la humanidad y siente un aborrecimiento y un odio extremos, que llevan a Su corazón y a Su carne a padecer un sufrimiento infinito. ¿Habéis visto todo esto? Lo más probable es que ninguno de vosotros lo viera, porque no hay entre vosotros quien entienda de verdad a Dios. Con el tiempo deberíais experimentarlo gradualmente vosotros mismos.

La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo III

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