¿Pueden los obispos y sacerdotes perdonar los pecados en nombre de Dios?
Cuando me hice católico, veía todo el tiempo a los obispos y sacerdotes dando misa a la congregación con sus túnicas blancas. Después de pecar, nos arrodillábamos ante un sacerdote, confesábamos nuestros pecados, y entonces él recitaba la oración de absolución en nombre de Dios y éramos perdonados. No podía evitar venerar a los obispos y a los sacerdotes, y cada vez que pecaba, me apresuraba a buscar un sacerdote para confesarme, dejando sobre sus hombros mis esperanzas de entrar en el reino de los cielos. En una ocasión se celebró la Pascua en una catedral y, al presenciar el espectáculo de unos 6000 feligreses arrodillados ante los sacerdotes, pidiéndoles su bendición, sentí incluso una mayor reverencia hacia ellos. Pensé que entrar en el reino de los cielos sin duda significaba apoyarse en el clero, y que ellos eran mis guías.
Un día me encontré con un hermano llamado Cheng, que había estado fuera de la ciudad por trabajo durante un tiempo. Me sorprendió oírle decir que los obispos y los sacerdotes no podían perdonar nuestros pecados en nombre de Dios. En el momento en que lo dijo, me levanté y, enfadado, le dije: “¿Qué? ¿No pueden perdonar nuestros pecados en nombre de Dios? ¿Cómo es posible? ¡En eso ha consistido nuestra fe como católicos durante miles de años!”.
El hermano Cheng no se enfadó lo más mínimo porque yo fuera tan poco razonable, sino que sonrió y dijo: “Hermano, cálmate. Creemos en Dios, así que veamos lo que Él dice. Piénsalo: ¿tiene alguna base bíblica que el clero pueda perdonarnos en nombre de Dios? ¿Ha dicho eso el Señor Jesús? ¿Lo ha dicho el Espíritu Santo? ¿Está eso en la Biblia? ¿Qué profeta, vidente, obispo o sacerdote puede sustituir a Dios para perdonar nuestros pecados?”.
“¿Cómo no va a tener base bíblica?”. Mientras decía aquello, saqué mi Biblia y leí con mucha confianza: “Dice en Mateo 16:15-19: ‘Y les dijo Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, o Mesías, el Hijo del Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Joná porque no te ha revelado eso la carne y la sangre u hombre alguno, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas o poder del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos’*. En las escrituras se nos muestra que Pedro fue escogido y establecido por Dios, y que el Señor Jesús puso las llaves del reino celestial en manos de Pedro junto con la autoridad para perdonar los pecados de la gente. Y la Iglesia Católica ha conservado su jerarquía durante muchas generaciones. El Papa viene de Pedro, generación tras generación. Ya llevamos más de 260. El Papa, los cardenales, los obispos y los sacerdotes son todos elegidos y establecidos por Dios. Todos ellos tienen la autoridad para perdonar nuestros pecados. Cuando he pecado, puedo arrodillarme ante un obispo o sacerdote para confesarme. Ellos pueden perdonar mis pecados en nombre de Dios. Llevamos practicando esto desde hace casi 2000 años; ¿cómo puedes decir que está mal?”
“Estos versos bíblicos que mencionas son las palabras de Dios cuando eligió a Pedro, y es verdad que este fue nombrado por Dios. Él también lo llamó a pastorear las iglesias. Pero Dios nunca dijo nada de pasar la autoridad de Pedro al Papa. Cuando el Señor Jesús dijo esto, no había Papa y tampoco cardenales, obispos o sacerdotes. Todas estas prácticas fueron establecidas por generaciones posteriores, no por Dios. El Señor Jesús nunca dijo nada de eso, el Espíritu Santo nunca lo mencionó y los profetas nunca lo previeron. ¿De verdad es apropiado aplicar esta única cosa que Dios determinó para Pedro a todos los obispos y sacerdotes? ¿Está en consonancia con la voluntad de Dios? Y si no, ¿acaso no es eso ofender el carácter de Dios?”.
Cuando el hermano Cheng dijo esto, me dio un vuelco el corazón. Pensé que cuando Jesús dijo aquello, solo le seguían 12 discípulos, así que en realidad no había ni obispos ni sacerdotes. ¿Y si el hecho de que el Señor Jesús entregara las llaves del reino de los cielos a Pedro no significaba que se las entregara a nuestros obispos y sacerdotes? Pero esa había sido nuestra creencia como católicos durante 2000 años, ¿cómo iba a estar mal?
Al ver que yo no decía nada, el hermano Cheng continuó con su comunicación. "En realidad, Dios da testimonio personalmente y designa a alguien para ser utilizado por el Espíritu Santo para Su obra en cada era. Además de Pedro, que como acabamos de decir fue seleccionado personalmente por el Señor Jesús, Dios escogió a Moisés en la era del Antiguo Testamento. En Éxodo 3:7-10, Dios le dice personalmente a Moisés que saque a los israelitas de Egipto. Pedro y Moisés fueron designados personalmente por Dios y tenían las palabras de Dios como prueba. Pero el clero católico no tiene nada de esto, ni tampoco al Espíritu Santo como testigo. Por tanto, Dios no los ha designado personalmente, así que no podemos decir que fueran designados por Él".
No se me ocurría nada qué responder a eso, pero para mis adentros pensaba que está registrado en las escrituras, que realmente hay palabras de Dios que prueban que Él designó a Pedro y a Moisés, así que ¿y si mis creencias son falsas?
El hermano Cheng continuó. “Hermano, podemos leer un pasaje para entender mejor si los obispos y sacerdotes fueron realmente designados por Dios”. Sus palabras interrumpieron mis pensamientos, y le vi sacar un ordenador portátil de su bolso. Luego leyó esto con solemnidad: “La obra que lleva a cabo aquel a quien Dios usa es con el fin de cooperar con la obra de Cristo o del Espíritu Santo. Dios levanta a este hombre entre los hombres, él está ahí para liderar a todos los escogidos de Dios y Dios también lo levanta para hacer la obra de la cooperación humana. Con alguien así, que sea capaz de hacer la obra de la cooperación humana, se puede lograr, a través de él, más de las exigencias que Dios le hace al hombre y de la obra que el Espíritu Santo debe hacer entre los hombres. Otra manera de decirlo es esta: La meta de Dios al usar a este hombre es que todos los que siguen a Dios puedan entender mejor la voluntad de Dios y puedan alcanzar más de las exigencias de Dios. Como las personas no pueden entender directamente las palabras de Dios ni la voluntad de Dios, Dios ha levantado a alguien que es usado para que lleve a cabo esa obra. Esta persona que Dios usa también se puede describir como un medio a través del cual Dios guía a las personas, como el ‘traductor’ que se comunica entre Dios y el hombre. Así, tal hombre es diferente a cualquiera de los que obran en la casa de Dios o que son Sus apóstoles. Como aquellos, se puede decir que es alguien que sirve a Dios, pero en la esencia de su obra y en el trasfondo de cómo Dios lo usa, difiere grandemente de los otros obreros y apóstoles. En términos de la esencia de su obra y del trasfondo de su uso, al hombre que Dios usa Él lo levanta; Dios lo prepara para la obra de Dios y él coopera en la obra de Dios mismo. Ninguna persona podría hacer su obra en su lugar, esta es la cooperación humana la que es indispensable junto a la obra divina. La obra que llevan a cabo otros obreros o apóstoles, mientras tanto, no es sino el medio de transporte e implementación de los muchos aspectos de los arreglos para las iglesias durante cada periodo, o bien la obra de alguna simple provisión de vida con el fin de mantener la vida de la iglesia. A estos obreros y apóstoles Dios no los designa, mucho menos se les puede calificar como los que son usados por el Espíritu Santo. Son seleccionados de entre las iglesias y, después de que han sido entrenados y cultivados por un tiempo, los que son aptos quedan, mientras que los que no son aptos son enviados de regreso al lugar de donde vinieron” (“Acerca del uso que Dios hace del hombre”).
Continuó con la comunicación. “Aquí vemos que hay mucha gente que coopera con Dios mientras Él está obrando, y se pueden dividir a grandes rasgos en dos categorías. La primera es la de aquellos que son utilizados por el Espíritu Santo: son los que Dios selecciona y nombra personalmente. No cualquiera puede hacer el trabajo de aquellos a los que usa el Espíritu Santo, porque este trabajo requiere la protección y guía del Espíritu Santo. Por eso son capaces de guiarnos para entender la voluntad de Dios, y para practicar y entrar en las palabras de Dios. Cuando aceptamos su guía y su riego, estamos seguros de que nos realizaremos espiritualmente y seguiremos creciendo en la vida. Podremos entender más verdades, acercarnos más a Dios y conocerlo cada vez mejor. El segundo tipo de persona que coopera con la obra de Dios son los obreros y discípulos, y esto incluye a los obispos y sacerdotes, pero no se les puede llamar personas usadas por el Espíritu Santo. Esto se debe a que la mayoría de ellos estudiaron en un seminario durante algunos años o fueron elegidos para la consagración por un superior. Sus sermones y su comunicación son sobre todo teología y conocimiento bíblico, en realidad tienen poco del esclarecimiento e iluminación del Espíritu Santo. Se limitan a realizar tareas sencillas para el funcionamiento de la vida de iglesia. No hay ni punto de comparación entre esto y la naturaleza y los logros del trabajo de Moisés y Pedro. Así, podemos ver que, desde luego, no fueron designados personalmente por Dios”.
Entonces, me di cuenta de repente. ¡Tenía razón! No existían palabras de Dios confirmando a los obispos y sacerdotes. Fueron todos seleccionados dentro de la iglesia, o se habían graduado en un seminario. ¿Cómo podían ser nombrados por Dios? Ante este pensamiento, le dije al hermano Cheng: “¿Quieres decir que, aunque el clero guíe a los feligreses a seguir a Dios, como Él no les ha colocado en su puesto no pueden perdonar los pecados de la gente en nombre de Dios?”.
Asintió y, feliz, dijo: “Así es. Solo Dios es santo y es capaz de perdonar los pecados. Pero como humanos, cada uno de nosotros está corrompido por Satanás, y estamos llenos de carácter satánico. Somos arrogantes y confiados, no escuchamos a nadie y siempre queremos tener la última palabra. Este carácter satánico que vivimos representa a Satanás, así que ¿cómo podríamos representar a Dios? Veamos un par de pasajes más y lo tendremos más claro”. Me pasó su portátil y leí lo siguiente: “Un líder religioso es simplemente un líder, y no puede equipararse a Dios (el Creador). Todas las cosas están en manos del Creador, y, al final, volverán a ellas. La humanidad fue creada por Dios, e independientemente de la religión, todas las personas volverán bajo Su dominio; es inevitable. Solo Dios es el Altísimo entre todas las cosas, y el gobernante de mayor rango entre todas las criaturas también debe volver bajo Su dominio. No importa cuán elevado sea el estatus de un hombre, este no puede llevar a la humanidad a un destino adecuado, y nadie es capaz de clasificar todas las cosas según su tipo. El propio Jehová creó a la humanidad y clasificó a cada cual según su tipo, y cuando llegue el tiempo final Él seguirá haciendo Su propia obra por sí mismo, clasificando todas las cosas según su tipo; esta obra no puede hacerla nadie, excepto Dios” (“Conocer las tres etapas de la obra de Dios es la senda para conocer a Dios”). “Todas las acciones y los hechos de Satanás se manifiestan en el hombre. Hoy, todas las acciones y los hechos del hombre son una expresión de Satanás y, por tanto, no pueden representar a Dios. El hombre es la personificación de Satanás y su carácter es incapaz de representar el carácter de Dios. Algunas personas tienen buen carácter; Dios puede hacer alguna obra por medio del carácter de estas personas, cuyas obras gobierna el Espíritu Santo; sin embargo, su carácter no puede representar a Dios. La obra que Él hace en ellas consiste tan sólo en trabajar con aquello que ya existe en su interior y ampliarlo. Ya sean profetas de eras pasadas o aquellos usados por Dios, nadie puede representarlo directamente. […] Solo el amor, la voluntad de sufrir, la justicia, la sumisión, la humildad y la ocultación del Dios encarnado representan directamente a Dios. Esto se debe a que cuando Él vino, lo hizo sin una naturaleza pecaminosa y vino directamente de Dios; Satanás no lo había procesado. Jesús sólo posee la semejanza de la carne pecadora y no representa el pecado; por lo tanto, Sus acciones, Sus hechos, y Sus palabras, hasta ese tiempo anterior a Su cumplimiento de la obra por medio de la crucifixión (incluyendo el momento de Su crucifixión), son todos directamente representativos de Dios. El ejemplo de Jesús es suficiente para demostrar que nadie con una naturaleza pecaminosa puede representar a Dios, y que el pecado del hombre representa a Satanás. Es decir, el pecado no representa a Dios y Él no tiene pecado” (“El hombre corrupto no es capaz de representar a Dios”).
El hermano Cheng continuó su comunicación. “Estos dos pasajes que acabamos de leer nos muestran que los sacerdotes y los obispos solo están ahí para guiarnos durante un cierto período de tiempo. Son personas corruptas que no pueden representar ni remotamente a Dios, y tampoco pueden perdonar los pecados de la gente en nombre de Dios. Solo Dios, el Creador, puede perdonar nuestros pecados. En la era del Nuevo Testamento, el Señor Jesús era Cristo: nunca fue corrompido por Satanás y Su esencia era santa, por lo que pudo hacer la obra de redención como Dios. Pero todos los humanos hemos sido corrompidos por Satanás. Vivimos con nuestro carácter corrupto de la carne, vivimos en el pecado. Estamos llenos de arrogancia, somos confiados, altaneros y prepotentes. Todo lo que vivimos representa a Satanás, y si alguien dice que su carácter puede representar a Dios, está siendo arrogante, es un insulto y una blasfemia contra Dios. Por eso, solo Cristo en la carne representa a Dios, porque Cristo no tiene pecado. Sin embargo, ningún ser humano pecador puede representar a Dios, así que eso significa que solo Cristo puede hacer la obra del perdón de los pecados. Los sacerdotes y los obispos no pueden perdonar los pecados de la gente en nombre de Dios”.
Cuando dijo esto, rememoré una época reciente en la que estuvimos muy ocupados con el trabajo para la iglesia. Pedimos a un sacerdote cercano que viniera a ayudarnos a compartir la carga, pero para nuestra sorpresa, el sacerdote de nuestra iglesia no solo no se mostró agradecido al enterarse, sino que incluso quiso expulsar al otro sacerdote, asegurando que querría usurpar su lugar en la iglesia. El otro sacerdote tampoco quiso echarse atrás, sino que quería quedarse con todas las ofrendas de los feligreses por el trabajo que había hecho allí y las misas que había celebrado. Los dos sacerdotes tuvieron un serio enfrentamiento. ¿Acaso no discutían por el púlpito? ¿No querían hacerse con el poder y ser ellos los que mandaran? Me di cuenta de que los sacerdotes no habían escapado del pecado, sino que seguían teniendo un carácter satánico corrupto, ¿cómo podían entonces actuar en nombre de Dios? ¡Era una auténtica blasfemia! Me di cuenta de que aquello que había estado apoyando no se sostenía de ninguna manera.
Un poco avergonzado, dije: “Hermano Cheng, la comunicación de hoy me ha mostrado que los obispos y los sacerdotes en realidad no son escogidos ni designados por Dios, sino que también son personas corrompidas por Satanás que siguen siendo pecadoras. Los he visto discutir por cosas pequeñas e incluso competir por el púlpito. Cuando pecan, también buscan a otros sacerdotes para confesarse. ¿Cómo podrían perdonar nuestros pecados en nombre de Dios? Solo Cristo puede perdonar los pecados de la gente igual que Dios”.
El hermano Cheng respondió: “¡Demos gracias a Dios! Es maravilloso que puedas entender la verdad”.
“Demos gracias a Dios”, asentí con alegría.
Las citas bíblicas marcadas (*) son tomadas de Biblia Torres Amat 1825.
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