Actitud hacia el deber
Dios Todopoderoso dice: “El requisito primordial de la creencia del hombre en Dios es que tenga un corazón sincero, que se entregue por completo y que obedezca realmente. Lo más difícil para el hombre es entregar toda su vida a cambio de una creencia verdadera, a través de la cual puede obtener toda la verdad y cumplir con su deber como criatura de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). “Los deberes son tareas que Dios encomienda a las personas, misiones que la gente debe cumplir. Sin embargo, un deber no es, desde luego, tu negocio que gestionas personalmente ni un contrapeso para que destaques entre la multitud. Algunos utilizan sus deberes como una oportunidad para dedicarse a su propia gestión y formar camarillas; otros, para satisfacer sus deseos; otros, para llenar sus vacíos internos y, otros más, para satisfacer su mentalidad de confiar en la suerte, y piensan que, siempre que cumplan con sus deberes, participarán de la casa de Dios y del maravilloso destino que Dios dispone para el hombre. Dichas actitudes respecto al deber son incorrectas; causan repugnancia a Dios y deben corregirse urgentemente” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). Las palabras de Dios nos indican que los deberes son la comisión de Dios para la humanidad y que debemos abordar el deber con un corazón sincero. Es esencial que dejemos de lado nuestros intereses y hagamos todo lo posible por cumplir con nuestras responsabilidades. Esta es la actitud que debemos albergar hacia el deber. Sin embargo, en otro tiempo, yo siempre consideraba mi deber como mi misión y lo aprovechaba para destacar y ganarme la admiración de los demás. No me centraba en poner en práctica la verdad, sino que pensaba en lo que podía ganar o perder. Esto obstaculizaba la labor de la iglesia. La experiencia del juicio y castigo de las palabras de Dios me dio cierta comprensión de la naturaleza y las consecuencias de cumplir así con el deber, y ya he cambiado de perspectiva al respecto.
En 2017, mi deber en la iglesia era de escritura. Tiempo después, el líder de la iglesia organizó que el hermano Lin trabajara conmigo y me dijo que me asegurara de ayudarlo de verdad. Acepté con felicidad, pensando: “He escuchado que el hermano Lin, de verdad es muy capaz. Si puede entender los principios rápidamente, sin dudas, la obra de nuestro equipo será cada vez más exitosa. El líder pensará que soy capaz y me valorará de verdad, por eso, debo ayudarlo todo lo que pueda”. Le di al hermano Lin todos los principios relevantes que había recolectado para que estudiara, para que entendiera todo lo que necesitaba saber lo antes posible. Cuando encontraba algún obstáculo en su trabajo, yo le enseñaba con paciencia y le ayudaba a resolver sus problemas. Después de un tiempo, él comprendió algunos principios y lograba alcanzar buenos resultados en su deber. Me hizo muy feliz verlo progresar tan rápidamente. Había comprendido las cosas muy rápido. ¡Pensé que de verdad tenía potencial! Nuestro equipo era mucho más eficiente, y se había reducido mucho mi carga. Pensé que, con un poco más de tiempo para entrenar al hermano Lin, obtendríamos aún mejores resultados en nuestro deber.
Un día, el líder dijo que una iglesia requería a un encargado de redacción, y, como el hermano Lin era tan bueno y responsable en su trabajo, lo transferirían para que en esa iglesia realizara su deber. Al oír esto, me sorprendí. Pensaba: “¿Qué? ¿Lo transferirá? No puede hacer eso. Me esforcé mucho para familiarizarlo con el trabajo y con los principios, y el trabajo de nuestro equipo acaba de empezar a mejorar. Si lo transfieren ahora, nuestra obra se verá afectada, sin dudas. ¿Qué dirá entonces la gente de mí? Dirán que soy incompetente”. Al pensarlo, me alteraba más. El líder dijo que podía entrenar a otra persona cuando transfirieran al hermano Lin. No dije nada, pero me resistía a la idea. Pensaba: “Lo dice como si no importara. ¿Cree que entrenar a alguien es tan fácil? ¡Conlleva mucho tiempo y esfuerzo! Además, después de que transfieran al hermano Lin, toda la responsabilidad volverá a caer sobre mí. Ya estamos muy ocupados, y con un par de manos capaces menos, nuestra obra sin dudas sufrirá”. Cuanto más lo pensaba, más me oponía. Dos días después, el líder me pidió que escribiera una evaluación sobre el hermano Lin. Pensé: “Debería centrarme en sus debilidades y en cómo muestra corrupción, y no en sus buenas cualidades. Tal vez, entonces, el líder no lo transfiera”. Me sentí un poco culpable tras terminar mi evaluación y me pregunté si estaba siendo deshonesto. Pero luego concluí que solo estaba pensando en la obra del equipo. Así que le entregué la evaluación al líder. Pasaron unos días sin ninguna respuesta del líder, y empecé a preocuparme. Pensaba: “¿Tal vez no la vio, e igual transferirá al hermano Lin? No, no puedo ser demasiado pasivo. Tengo que pensar una forma de retenerlo”. Intenté averiguar, y le pregunté al hermano Lin: “¿Qué pensaría si le pidieran que asumiera el deber de escritura para otra iglesia?”. Sin dudarlo, me dijo: “Me sometería a los arreglos de la iglesia. Estoy dispuesto a ir”. Rápidamente, respondí: “Cuando uno es responsable de la obra de escritura, es importante comprender los principios y ser capaz. Sin eso, el progreso de la obra se verá entorpecido, sin dudas. Creo que es mejor que continúe su obra aquí”. Para mi sorpresa, el hermano Lin no se vio afectado para nada, solo dijo, con mucha confianza: “Si se presenta la oportunidad, estoy dispuesto a ir y confiar en Dios”. Me desanimó no haber conseguido mi objetivo, y me sentí un poco frustrado con él. Una vez, vi que había algunos problemas en su deber, y no pude evitar enojarme con él y darle una lección. En esa época, cuando pensaba en que transfirieran al hermano Lin, me sentía muy alterado. No hallaba calma alguna en mi obra. Tampoco lograba comprensión en ningún tema del trabajo. Estaba en un aturdimiento constante. Me sentía muy atormentado. Le oré a Dios y le pedí que me guiara para conocerme.
Luego, leí estas palabras de Dios: “Las personas raramente practican la verdad; a menudo le dan la espalda y viven en actitudes satánicas corruptas que son egoístas y viles. Conservan su propio prestigio, reputación, estatus e intereses, y no han ganado la verdad. Por lo tanto, su sufrimiento es grande, sus preocupaciones muchas y sus grilletes numerosos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La entrada en la vida debe comenzar con la experiencia de desempeñar el deber propio). “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones de una persona son juzgadas como buenas o malvadas? Depende de si en tus pensamientos, expresiones y acciones posees o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad-verdad. Si no tienes esta realidad o no vives esto, entonces, sin duda, eres un hacedor de maldad. ¿Cómo considera Dios a los hacedores de maldad? Tus pensamientos y acciones externos no testifican de Dios, no ponen a Satanás en vergüenza ni lo derrotan; en cambio, todos hacen que Dios se avergüence, en todo son la señal de provocar que Dios se avergüence. No estás testificando para Dios, no te estás entregando a Dios y no estás cumpliendo tu responsabilidad y obligaciones hacia Dios, sino que más bien estás actuando para ti mismo. ¿Cuál es la implicación de ‘para ti mismo’? Para Satanás. Así que, al final Dios dirá: ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. A los ojos de Dios tus acciones no han sido buenas, sino que tu comportamiento se ha vuelto malvado. No serás recompensado y Dios no te recordará. ¿No es esto completamente en vano?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Mientras sopesaba las palabras de Dios, me di cuenta de que Dios decide si la gente hace el bien o el mal no por cómo se entrega en apariencia, cuánto sufre o qué precio paga, sino, principalmente, mirando los motivos de las personas, y si sus acciones son para Dios o para ellas mismas, y si practican la verdad. Reflexioné sobre mi estado durante ese período y vi que mis esfuerzos por ayudar al hermano Lin a entender los principios rápidamente no eran por la obra de la iglesia. Solo quería mejorar la eficiencia del equipo a través de él para quedar bien yo. Cuando vi que iban a transferirlo, temí que la obra del equipo sufriera, que mi reputación y mi estatus se dañaran, por eso, cuando escribí la evaluación, resalté sus faltas intencionalmente, intentando confundir al líder. Incluso dije cosas negativas para disminuir su entusiasmo en su deber. ¿Era eso practicar la verdad y cumplir con mi deber? Cumplía con mi deber de modo egoísta, no consideraba la obra de la iglesia en general, solo los resultados de la obra por la cual yo era responsable, y si se dañarían mi reputación y mi estatus. También engañaba y obstaculizaba la obra de la iglesia que el líder había organizado. ¡Yo perturbaba la obra de la casa de Dios, hacía el mal y me oponía a Dios! Cuando vi que estaba en un estado peligroso, le oréa Dios: “Oh, Dios, soy tan egoísta y despreciable. He perturbado la obra de la casa de Dios por mi interés personal. Dios, deseo arrepentirme ante Ti”.
Luego, leí esto en las palabras de Dios: “No siempre hagas las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres tu propio estatus, prestigio o reputación. Tampoco tengas en cuenta los intereses de la gente. Primero debes tener en cuenta los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu principal prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si has sido impuro o no en el cumplimiento de tu deber, si has hecho todo lo posible para ser leal, por completar tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has pensado de todo corazón en tu deber y en la obra de la casa de Dios. Debes meditar sobre estas cosas. Piensa en ellas con frecuencia y te será más fácil cumplir bien con el deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Hallé un camino de práctica en las palabras de Dios. Debía corregir los motivos de mi deber, aceptar el escrutinio de Dios, olvidar mis intereses personales y sostener la obra de la casa de Dios. El hermano Lin tenía buen calibre y buscaba la verdad cuando enfrentaba problemas. Si podía asumir la obra en otra iglesia, eso beneficiaría la obra de la casa de Dios. Así ganaría más práctica, también, y por eso yo debía apoyarlo. Después de eso, busqué al líder y me sinceré sobre mis motivos egoístas y maliciosos; y le di una evaluación objetiva y justa sobre el hermano Lin. Al final, lo transfirieron a la otra iglesia, y yo, por fin, tuve un poco de paz interna.
En ese momento, pensé que había cambiado un poco. Nunca imaginé que, al encontrarme en una situación similar, mi naturaleza satánica surgiría otra vez.
En el invierno de 2018, el hermano Chen y yo trabajábamos juntos como líderes de equipo. Compensábamos las debilidades del otro, y, con la guía de Dios, veíamos cada vez mejores resultados en nuestra obra. Disfrutaba mucho de trabajar con el hermano Chen. Una vez, después de una reunión, el líder me dijo que otro equipo necesitaba ayuda, y que probablemente transfirieran al hermano Chen. Yo sentía que el hermano Chen tenía buen calibre, comprendía la verdad rápidamente y era responsable en su deber, por eso era muy útil para hacer avanzar la obra de nuestro equipo. Si se fuera y nuestra obra se viera afectada, ¿qué pensaría de mí el líder? ¿Creería que yo no era competente en mi obra? No quería que el hermano Chen se fuera, pero, teniendo en cuenta la obra de la iglesia, debía aceptar. Para mi sorpresa, el líder me dijo que había otra necesidad urgente en la iglesia, y que quería que la hermana Lu, que también era parte del equipo, fuera a ayudar. Al oír esto, mi corazón prácticamente se detuvo. Pensé: “¿Se llevan a la hermana Lu? El hermano Chen sería transferido, y ahora también se irá la hermana Lu. Dos de las personas más importantes de nuestro equipo se habrán ido, nuestra obra sufrirá, sin dudas. ¡De ninguna manera! No puedo dejar que transfieran a la hermana Lu”. Pero luego, pensé: “Si me niego de plano, ¿el líder no dirá que soy egoísta?”. Entonces, sugería otra hermana, que no tenía tan buen calibre. Tras revisarlo todo, el líder aún creía que la hermana Lu era una mejor opción, y me pidió que hablara con ella sobre este cambio de deberes. Le dije que lo haría, pero, en mi corazón, me oponía a la idea. Después de eso, hablé con otro hermano y me quejé de que el líder era desconsiderado con mis dificultades, ya que, de pronto, transfería a dos personas importantes. ¿Cómo se suponía que cumpliera mi trabajo como líder de equipo? Seguí, y de pronto me di cuenta de que lo que decía estaba mal. ¿No intentaba poner a este hermano de mi lado y ventilaba mis quejas? Eso ofendía a Dios. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Fui rápido a orar a Dios y a reflexionar sobre mí mismo. Después de orar, medité sobre por qué cada vez que estaban por transferir a alguien bajo mi supervisión, yo me resistía e intentaba evitarlo. ¿Cuál era la naturaleza verdadera por la que actuaba así?
Leí estas palabras de Dios: “Los deberes son tareas que Dios encomienda a las personas, misiones que la gente debe cumplir. Sin embargo, un deber no es, desde luego, tu negocio que gestionas personalmente ni un contrapeso para que destaques entre la multitud. Algunos utilizan sus deberes como una oportunidad para dedicarse a su propia gestión y formar camarillas; otros, para satisfacer sus deseos. […] Dichas actitudes respecto al deber son incorrectas; causan repugnancia a Dios y deben corregirse urgentemente” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). “En el contexto de la obra hoy, las personas seguirán haciendo las mismas cosas representadas por las palabras ‘el templo es más grande que Dios’. Por ejemplo, los seres humanos consideran que cumplir con su deber es su trabajo; que dar testimonio de Dios y luchar contra el gran dragón rojo son movimientos políticos en defensa de los derechos humanos, por la democracia y la libertad; voltean su deber para aplicar sus aptitudes a una profesión, pero tratan el temer a Dios y apartarse del mal como una mera porción de doctrina religiosa que deben cumplir y así sucesivamente. ¿No son estos comportamientos básicamente lo mismo que ‘el templo es más grande que Dios’? La diferencia es que, hace dos mil años, las personas llevaban a cabo sus negocios personales en el templo físico, pero actualmente los realizan en templos intangibles. Los que valoran las normas las consideran más grandes que Dios; quienes aman el estatus lo ven como algo más grande que Dios; los que aman su profesión la consideran más grande que Dios, etc.; todas sus expresiones me llevan a afirmar: ‘Las personas alaban a Dios y lo ven como lo más grande, de la boca para afuera, pero ante sus ojos todo es más grande que Él’. Esto se debe a que tan pronto como las personas encuentran una oportunidad a lo largo de su camino de seguir a Dios para exhibir sus propios talentos o para llevar a cabo sus propios asuntos o su profesión, se distancian de Él y se echan en brazos de su amada profesión. En cuanto a lo que Dios les ha confiado y Su voluntad, hace tiempo ya que lo han descartado. ¿Cuál es la diferencia entre el estado de estas personas y las que llevaban a cabo sus propios negocios en el templo, hace dos mil años?” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo III).
Mientras consideraba las palabras de Dios, gané claridad sobre la esencia de mis propias acciones. Me resistía y dificultaba las cosas cada vez que el líder transfería a alguien de mi equipo, Principalmente, porque consideraba mi deber como si fuera mi propia empresa personal. Siempre consideré a los hermanos y las hermanas como personas a las que yo había entrenado, por lo que debían cumplir su deber dentro de mi ámbito, haciendo avanzar la obra de mi equipo, y no debían ser transferidas. Mi pensamiento era tan irracional, tan absurdo. El calibre y las fortalezas de estos hermanos y hermanas habían sido predeterminados por Dios para Su propia obra. Debían ubicarse en cualquier lugar de la casa de Dios donde se los necesitara. Eso es obvio. Pero yo intentaba mantenerlos bajo mi control, los trataba como herramientas que debían prestarme un servicio a mí, trabajar para mí. Me oponía a cualquiera que quisiera transferir a alguno, incluso realizaba juicios e intentaba armar camarillas por detrás. ¿En qué me diferenciaba de los fariseos que se oponían al Señor Jesús? Los fariseos consideraban que el templo estaba bajo su esfera de influencia y no permitían que los creyentes lo abandonaran para seguir al Señor Jesús. No se detenían ante nada para controlar a los creyentes y así preservar su estatus y sus ingresos, y proclamaban, desvergonzadamente, que los creyentes les pertenecían. En cuanto a mí, había mantenido a los hermanos y hermanas bajo mi control, no quería que la casa de Dios los transfiriera. ¿No expandía mi propia esfera de influencia y me oponía a Dios? ¡Estaba tomando el camino del anticristo, me resistía a Dios y había ofendido Su carácter! Este pensamiento me asustó, y comencé a odiar mis métodos egoístas y despreciables. Me apresuré a orar a Dios, arrepentido. Después, fui a hablar con la hermana Lu sobre su transferencia, y luego hablé con el hermano al que había engañado, conversé con él y analicé profundamente la naturaleza y las consecuencias de lo que había dicho para que él tuviera algo de discernimiento. Por fin, gané un poco de paz.
Después de que transfirieran a la hermana Lu y al hermano Chen, la hermana Li llegó al equipo. Tenía buen calibre y aprendía las cosas rápidamente. No había retrasos en la obra del equipo. En verdad experimenté que cumplir con mi deber para el beneficio de la casa de Dios, y no para mis propios fines, es la verdadera forma de ver las bendiciones de Dios. Dios preparará a la gente correcta para el trabajo. Él sostendrá Su propia obra. Un día, tres meses después de eso, cuando la hermana Lin volvía de una reunión, me dijo que a una iglesia cercana le iba muy bien con la obra de evangelio, y que en verdad necesitaban gente para regar a los recién llegados. El líder sugirió que la hermana Li asumiera los deberes de riego. Otra vez me sentí contrariado, pero de inmediato me di cuenta de que mi estado era incorrecto. Pensé en todas las veces en que había ignorado los intereses de la casa de Dios por mi propia reputación y estatus. Me sentí muy mal, muy culpable, y entonces recordé estas palabras de Dios: “Un deber no es un asunto privado tuyo y al cumplirlo no estás haciendo algo para ti mismo ni gestionando tu negocio personal. En la casa de Dios, hagas lo que hagas, no estás trabajando en tu propia empresa; es la obra de la casa de Dios, la obra de Dios. Debes tener en cuenta este conocimiento constantemente y decir: ‘Este no es un asunto personal; estoy llevando a cabo mi deber y cumpliendo con mi responsabilidad. Estoy llevando a cabo la obra de la casa de Dios. Esta es una tarea que Dios me encomendó y la hago por Él. No es un asunto privado mío’. Si crees que es un asunto privado tuyo y lo haces en función de tus intenciones, principios y motivaciones, vas a tener problemas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). Las palabras de Dios hicieron que fuera aún más claro que mi deber es la comisión de Dios para mí, no mi empresa personal. No puedo hacer simplemente lo que quiera para satisfacer mis propios intereses. Debería considerar los intereses de la casa de Dios, buscar la verdad, y hacer lo que Dios pide. Es la única actitud y razón que un ser creado debería tener en su deber. Solía pensar siempre en mis propios intereses, e hice muchas cosas que dañaron los intereses de la casa de Dios y que se resistían a Dios. Sabía que ya no podía vivir más así. Debía abandonar mis propios deseos egoístas y practicar la verdad. Ante este pensamiento, me sentí muy aliviado. Le dije a la hermana Lin: “El líder organizó esto para beneficio de la obra de la casa de Dios. Deberíamos hablar con la hermana Li de inmediato sobre este cambio en su deber. No podemos afectar la obra de la casa de Dios”.
Aprender a dejar de lado mis propios intereses en mi deber, pensar en la obra de la casa de Dios, conocer mi lugar y tener un poco de conciencia y razón, todo surgió de experimentar el juicio y el castigo de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!
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