Si creo en Dios, ¿por qué idolatrar a la gente?

5 Jun 2022

Por Lorraine, Corea del Sur

Cuando me pusieron por primera vez a cargo de la obra evangélica de la iglesia no estaba logrando muy buenos resultados, lo que me hacía sentir una enorme ansiedad. Por aquella época trasladaron a Annie a nuestra iglesia. Oí que hacía más de veinte años que era creyente, que había renunciado todo por trabajar y esforzarse, que había predicado en muchos lugares distintos y que había experimentado grandes peligros y adversidades sin rendirse jamás. La tenía en alta estima por ello, y, cuando mi líder dispuso que Annie fuera mi compañera de obra evangélica, estaba encantada. En su primera reunión con nosotros, Annie habló de los enfrentamientos que había tenido con líderes religiosos problemáticos mientras predicaba el evangelio, y de cómo había comunicado y debatido con ellos hasta dejarlos sin palabras. Habló de cómo había compartido la verdad a destinatarios potenciales del evangelio con firmes nociones religiosas y amplios conocimientos bíblicos, y de que finalmente resolvió sus confusiones. Comentó las muchas dificultades a las que se había enfrentado mientras difundía el evangelio y que ella y los demás hermanos y hermanas habían pagado un precio por predicarlo en distintos lugares. También habló de que los líderes superiores la habían valorado y capacitado y le habían encargado deberes importantes. Lo que más me impresionó fue cuando habló del amor de Dios a la humanidad y se le llenaron los ojos de lágrimas. Dijo que debíamos tener en consideración las intenciones de Dios y que, por muchas dificultades que afrontáramos, nuestra misión era predicar Su evangelio de los últimos días. En ese momento me pareció que Annie estaba rebosante de amor por Dios, e inmediatamente sentí respeto por ella. Pensé: “Hace mucho que Annie cree en Dios, comprende más verdades que nosotros y tiene mayor estatura. Debería aprender de ella”. Luego, mientras cumplíamos juntas con el deber, observé que Annie era muy capaz de soportar las dificultades y que solía trasnochar para hacer seguimiento del trabajo y resolver problemas. También me señalaba los errores y descuidos en mi trabajo y me compartía sendas de práctica. Cuando predicaba el evangelio a destinatarios potenciales, ponía ejemplos, empleaba metáforas, hablaba de forma muy incisiva y sabía resolver las confusiones que tenían. Cuando, en las reuniones, hablaba de que no había cumplido bien con su deber, solía echarse a llorar, mientras decía lo mucho que le debía a Dios. A veces, los regadores acudían a ella con algún problema que había que resolver, y enseguida encontraba tiempo para ayudarlos. Además, era muy cariñosa si notaba que no me encontraba bien físicamente. Todo esto hizo que me cayera todavía mejor. Más adelante, cuando fue elegida líder de la iglesia, tuve una certeza incluso mayor de que comprendía la verdad y estaba en posesión de su realidad. La respetaba y admiraba aún más. Veía lo ocupada que estaba corriendo de un lado a otro para ayudar a los hermanos y hermanas a resolver sus problemas, y eso me hacía sentir que ella tenía un cargo muy importante en la iglesia y que, por supuesto, no podíamos prescindir de ella. Cuando me topaba con problemas o dificultades, le consultaba a ella. Anotaba con entusiasmo sus opiniones e ideas y aplicaba sus sugerencias. Hasta imitaba algunas conductas suyas. Por ejemplo, cuando veía que trabajaba hasta altas horas de la noche, lo consideraba un indicio de ser leal y capaz de soportar dificultades al cumplir el deber, y yo también trasnochaba. Incluso cuando no tenía nada urgente que hacer y podía acostarme antes, si veía que Annie aún no se había acostado, yo también quería quedarme despierta. Cuando me di cuenta de que se mantenía fuerte y seguía ocupada en el deber tras haber sido podada, creía que eso significaba que tenía estatura y realidad. Por ello, después de que me podaran, aunque en realidad me sintiera muy molesta y quisiera tomarme un tiempo de reflexión, al pensar en la conducta de Annie volvía corriendo a mi deber sin centrarme en reflexionar y conocerme a mí misma. Era totalmente inconsciente de que vivía en un estado de estima e idolatría hacia una persona. Continué así hasta que ocurrieron algunas cosas que poco a poco me permitieron discernir cómo era Annie.

Annie adoptaba un enfoque práctico en todo como líder de la iglesia y era muy capaz de sufrir y pagar un precio, pero seguían surgiendo problemas uno detrás de otro y la eficacia del trabajo de la iglesia disminuía progresivamente. Un día, la diaconisa de riego, la hermana Laila, me contó que había descubierto errores en el trabajo de Annie. Según ella, Annie se encargaba de todo, no dejaba que los hermanos y hermanas practicaran y no se centraba en capacitar a otras personas. Laila me dijo que Annie hacía todo el trabajo de los diáconos y los líderes de equipo, lo que implicaba que nadie más podía practicar, y que, con el tiempo, todos habían empezado a sentirse inútiles e inservibles, pero admiraban mucho a Annie. No era un ambiente propicio para cumplir con el deber. Laila añadió que quería aconsejar a Annie que diera a los demás más oportunidades de practicar para que pudieran conocer sus defectos y limitaciones y progresaran más rápido. De ese modo, todos podrían aprovechar sus talentos y seguro que serían cada vez más eficaces en el deber. Como yo apoyaba verdaderamente la idea de Laila, fui con ella a hablar con Annie. Me sorprendió que a Annie le disgustara mucho nuestro consejo, frunciera el ceño y discrepara de nosotras. Alegó que los hermanos y hermanas tenían demasiadas limitaciones, que enseñarles supondría un gran problema y retrasaría las cosas. Dijo que, para ella, era más eficaz y eficiente hacer las cosas por su cuenta. Al oírle afirmar esto con tanta elocuencia, me sentí un poco confundida. Sin embargo, cuando lo pensé más tarde, vi que no era apropiado que Annie trabajara de esa forma. Los demás no recibirían formación y, si todo se dejaba en manos de ella, el trabajo seguiría sin estar bien hecho. No obstante, después pensé en que nosotros no comprendíamos la verdad, por lo que seríamos unos inútiles y retrasaríamos las cosas si intentábamos colaborar con ella para resolver los problemas. Dado que Annie comprendía mejor la verdad, pensé que debíamos dejar que se ocupara ella de las cosas. En consecuencia, aunque Annie estaba muy ocupada todos los días, seguía habiendo muchos problemas. Los hermanos y hermanas eran muy pasivos en el deber y esperaban a que ella solucionara los problemas. La mayoría vivía en un estado de represión y abatimiento. Posteriormente, una líder superior se enteró de que había muchos problemas en nuestra iglesia, así que recabó evaluaciones de Annie por parte de los hermanos y hermanas y descubrió lo arrogante, engreída, controladora y displicente hacia las sugerencias que era Annie, y que siempre se enaltecía, alardeaba y atraía a los demás hacia su lado. Al descubrirlo, la líder la destituyó de inmediato. Además, señaló que nos faltaba discernimiento y que habíamos respetado e idolatrado ciegamente a Annie. Nos enseñó a buscar los principios-verdad en el deber y a no admirar ni obedecer a nadie. Al oír esto, comprendí que había vivido en un estado prolongado de idolatría hacia una persona y que hacía mucho que no era normal mi relación con Dios. Me acordé de que “Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino” observaban: “Las personas que creen en Dios deben someterse a Él y adorarle. No exaltes ni admires a ninguna persona; no pongas a Dios en primer lugar, a las personas a las que admiras en segundo y, en tercer lugar, a ti. Ninguna persona debe tener un lugar en tu corazón y no debes considerar que las personas —particularmente a las que veneras— están a la par de Dios o que son Sus iguales. Esto es intolerable para Él(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios). Sentí algo de miedo. Pensé en cómo había admirado a Annie desde que la conocí y en que no me había centrado en buscar los principios-verdad en el deber, sino que únicamente confiaba en ella. Le consultaba siempre que tenía un problema y hacía lo que me decía. La había respetado mucho y no había llevado a Dios en el corazón. A mi parecer, nuestra labor no podía hacerse sin ella en la iglesia, como si pudiéramos seguir adelante sin la guía de Dios o sin los principios-verdad. ¿Era siquiera creyente? ¿Acaso no idolatraba y seguía a otra persona? ¡Dicha conducta desagrada de veras a Dios! No era de extrañar que no pudiera recibir la obra del Espíritu Santo en el deber y que no hubiera progresado nada tras practicar tanto tiempo. Oré a Dios con el deseo de cambiar de estado y de dejar de admirar a otras personas.

Luego ocurrieron cosas que me mostraron a la verdadera Annie. Tras su destitución, a pesar de saber perfectamente que muchos hermanos y hermanas la veneraban, siguió sin diseccionar ni procurar conocerse a sí misma durante las reuniones. Actuaba, en cambio, como si la hubieran agraviado, diciendo que veneraba a su compañera, la hermana Vera, y que en el deber se limitaba a hacer todo aquello que esta le mandaba. Me sorprendió que le echara la culpa a Vera, y pensé: “Si la líder expuso y diseccionó claramente los problemas de Annie, ¿por qué esta no se comprende a sí misma y no asume ninguna responsabilidad? ¡Esa no es una manifestación de aceptación de la verdad!”. Después, la líder volvió a asignar a Annie a la obra evangélica conmigo y, aunque yo ya no la estimaba tanto como antes, estaba muy feliz de todos modos. Hay un refrán que dice que “Un oso debilitado sigue siendo más fuerte que un ciervo” y, para mí, Annie continuaba siendo mucho mejor que yo pese a todos sus problemas. Sin embargo, mientras colaboraba con ella me di cuenta de que ya no era tan calmada ni accesible como antes, sino que se había vuelto muy intensa. Cuando debatíamos el trabajo, no escuchaba mis opiniones y solía rechazarlas de plano. En muchas ocasiones, evitaba hablar conmigo y, por el contrario, iba a comentarle cosas a la hermana que había tenido antes por compañera. Esto me hacía sentir limitada y rechazada. Como en aquel momento no estábamos logrando resultados en el deber, fui a hablar con ella sobre los problemas que había descubierto durante nuestra colaboración. Me sorprendió que no admitiera ninguno y que creyera no tener problemas. Me respondió directamente: “Seré franca contigo, así que no te enfades. No estoy acostumbrada a colaborar contigo. No me gusta tu forma de trabajar, me pone impaciente”. Esto me hizo sentir todavía más negativa y como si la estuviera frenando.

Más adelante, el líder se enteró de nuestros problemas y la podó a Annie por ser arrogante y sentenciosa y no aceptar la verdad. En una reunión, Annie nos dijo a todos que la poda que recibió era el amor de Dios. Lloró y reconoció que había defraudado a Dios por no cumplir bien con el deber. Parecía muy sincera, como si realmente se conociera a sí misma. No obstante, cuando nos relacionábamos en privado, no difundía más que negatividad diciendo que ya se había cansado y que, sencillamente, no tenía ganas de cumplir con el deber. Intentaba hablar con ella, pero no me escuchaba. Cuando el líder hablaba de los progresos de determinado hermano o hermana y de lo bien que cumplía con el deber, Annie se volvía aún más negativa, pues creía que el líder valoraba a otros más que a ella. Siempre me preguntaba si los demás se reían de ella a sus espaldas. Era obvio que se sentía negativa y que se estaba desmoronando física y mentalmente, pero en las reuniones se mostraba estupenda y fuerte y fingía aceptar la verdad y tener en consideración las intenciones de Dios. Solo con mirarla me sentía agotada. A veces me preguntaba: “¿En serio es esta la persona a la que tanto estimaba y veneraba? ¡No parece una persona que posea la realidad-verdad!”. Vi que estaba muy centrada en el prestigio y el estatus y que no aceptaba para nada la verdad. Cuando le ocurrían las cosas, no procuraba conocerse a sí misma, y a menudo se limitaba a fingir. No era una persona correcta. Posteriormente, su estado continuó empeorando. El líder habló con ella varias veces y, aunque parecía admitirlo, en realidad no se transformó en absoluto. Incluso odiaba a los hermanos y hermanas y los miraba con rencor. Cuando el líder la podaba y exponía sus problemas, ella odiaba y culpaba a Dios. No podía evitar echar la responsabilidad de todo lo malo que sucedía sobre los hombros de Dios. Vi que tenía una naturaleza ruin y que odiaba a Dios y la verdad. Era un demonio, un anticristo. Más adelante, ya no le permitieron llevar una vida de iglesia ni cumplir con un deber.

Tras marcharse Annie, durante un tiempo no estuve tranquila. Me preguntaba por qué la había idolatrado y estimado tanto como para incluso querer ser como ella. Pensaba en que siempre había admirado a la gente elocuente, capaz de soportar grandes sufrimientos y de renunciarlo todo para esforzarse por Dios, y a quienes habían sido detenidos y torturados sin traicionarlo. ¿Por qué idolatraba y estimaba tanto a estas personas? ¿Qué idea me dominaba? Un día leí estos dos pasajes de las palabras de Dios: “Algunas personas son capaces de soportar dificultades, pueden pagar el precio, externamente se comportan muy bien, son bastante respetadas y cuentan con la admiración de los demás. ¿Diríais que este tipo de comportamiento externo puede considerarse la puesta en práctica de la verdad? ¿Podría determinarse que estas personas están satisfaciendo las intenciones de Dios? ¿Por qué, una y otra vez, las personas ven a estos individuos y creen que están satisfaciendo a Dios, que caminan por la senda de poner en práctica la verdad y que siguen el camino de Dios? ¿Por qué piensan así algunas personas? Solo hay una explicación para ello. ¿Cuál es? Pues que un gran número de personas no tiene muy claras algunas cuestiones, como qué es poner en práctica la verdad, qué significa satisfacer a Dios y poseer genuinamente la realidad-verdad. Así pues, algunos son desorientados con frecuencia por los que, en apariencia, son espirituales, nobles, elevados y grandes. En lo que respecta a las personas que pueden hablar con elocuencia de palabras y doctrinas, y cuyo discurso y acciones parecen dignos de admiración, quienes son engañados por ellos jamás han analizado la esencia de sus acciones, los principios subyacentes a sus obras o cuáles son sus objetivos. Además, tampoco han observado si estas personas se someten verdaderamente a Dios ni tampoco han determinado si auténticamente temen a Dios y se apartan del mal. Nunca han discernido la esencia-humanidad de estas personas. Más bien, empezando por el primer paso que consiste en familiarizarse con ellas, llegan poco a poco a admirarlas, a venerarlas, y estas personas acaban convirtiéndose en sus ídolos. Asimismo, en la mente de algunos, los ídolos a los que adoran y que creen que pueden abandonar a su familia y su trabajo, y que por fuera parecen capaces de pagar el precio son los que están satisfaciendo realmente a Dios y los que pueden lograr de verdad un buen final y un buen destino. En su mente, estos ídolos son a los que Dios elogia(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Cómo conocer el carácter de Dios y los resultados que logrará Su obra). “Solo existe una causa fundamental por la que estas personas llevan a cabo y sostienen acciones y puntos de vista tan ignorantes, así como opiniones y prácticas parciales, y hoy os hablaré de ello. La razón es que, aunque las personas pueden seguir a Dios, orar a Él y leer Sus declaraciones cada día, no entienden realmente Sus intenciones. Aquí está la raíz del problema. Si alguien entendiera el corazón de Dios y supiera lo que a Él le gusta, lo que Él detesta, lo que quiere, lo que rechaza, a qué clase de persona ama, qué clase de persona no le gusta, qué tipo de estándar usa cuando hace exigencias a las personas y qué tipo de enfoque adopta para perfeccionarlas, ¿podría esa persona seguir teniendo sus propias opiniones personales? ¿Podrían tales personas simplemente ir y adorar a alguien más? ¿Podría un ser humano común y corriente ser su ídolo? Las personas que entienden las intenciones de Dios poseen un punto de vista ligeramente más racional que ese. No van a idolatrar arbitrariamente a una persona corrupta y, mientras caminan por la senda de poner en práctica la verdad, tampoco creerán que ceñirse ciegamente a unos cuantos preceptos o principios sencillos equivale a poner en práctica la verdad(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Cómo conocer el carácter de Dios y los resultados que logrará Su obra). Las palabras de Dios daban en el clavo respecto a mi estado. Vi que durante todos esos años había tenido una perspectiva equivocada en mi fe, pues pensaba que, si hacía mucho que alguien creía en Dios, si se esforzaba con entusiasmo, sufría, pagaba un precio y trabajaba mucho, eso quería decir que practicaba la verdad, que tenía la realidad-verdad y que era del tipo de personas que agradaban a Dios y tenían un hueco en la iglesia. Por ello, al descubrir que hacía muchos años que Annie era creyente, que había hecho muchos sacrificios y sufrido mucho por difundir el evangelio, y que predicaba y compartía de forma clara y lógica, me dejé desorientar por su grandiosa imagen y su buena conducta, y comencé a admirarla e idolatrarla. Hasta que no leí esos pasajes de la palabra de Dios, no vi lo necia e inconsciente que era ni la idea tan absurda a la que me aferraba. Cuando una persona se sacrifica y esfuerza, cuando sufre y paga un precio en el deber, esas son meras buenas conductas superficiales. Eso no implica que sea de buena humanidad ni que ame la verdad ni, desde luego, que tenga la realidad-verdad. A pesar de que Annie era una oradora con talento y había hecho constantes renuncias y esfuerzos en sus veinte años como creyente, se tomaba estas cosas como su capital personal, que siempre utilizaba para presumir, alardear y atraer a la gente hacia ella. En absoluto era capaz de aceptar la verdad ni de practicarla. Por más veces que la podaran, o por más fallos y desaciertos que cometiera, nunca reflexionaba para conocerse a sí misma y, por supuesto, no se arrepentía sinceramente. Cuando la valoraban los demás y tenía un estatus elevado, tenía mucha energía para el deber y era capaz de trasnochar y volcarse en él. Sin embargo, tras su destitución, perdió totalmente las ganas de cumplir con el deber y se mostraba reacia y resentida. En privado difundía negatividad, pero, exteriormente, afirmaba estar en deuda con Dios y parecía muy arrepentida. Por eso los demás creían que tenía en consideración las intenciones de Dios, poseía estatura y la realidad-verdad, con lo cual todos la estimaban e idolatraban. Después de que la podaran, nos dijo a todos que eso era el amor de Dios, pero, en secreto, lo culpaba y odiaba. ¿Acaso no era un anticristo que odiaba la verdad y a Dios? Por fin entendí que solo porque alguien crea en Dios desde hace mucho, sea capaz de sacrificarse y hablar con elocuencia, tenga experiencia y sea valorado por otra gente, eso no quiere decir que tenga la realidad-verdad ni, desde luego, que agrade a Dios. Sin importar el tiempo que alguien lleve creyendo ni cuánto se haya esforzado, si no practica la verdad en absoluto y no ha transformado su carácter satánico, sigue siendo una persona que se resiste a Dios en esencia, y, a la larga, será revelada y descartada. Esto cumple las palabras del Señor Jesús: “Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’(Mateo 7:22-23). Luego me acordé de unas palabras de Dios: “No me importa lo meritorio que sea tu trabajo duro, lo impresionantes que sean tus cualificaciones, lo cerca que me sigas, lo renombrado que seas ni cuánto hayas mejorado tu actitud; mientras no hayas cumplido Mis exigencias, nunca podrás conseguir Mi elogio. Desechad todas esas ideas y cálculos vuestros tan pronto como sea posible, y empezad a tomaros en serio Mis requisitos. De lo contrario, convertiré a todas las personas en cenizas con el fin de terminar Mi obra; y, en el peor de los casos, convertiré en nada Mis años de obra y sufrimiento, porque no puedo llevar a Mi reino o a la era siguiente a Mis enemigos ni a esas personas que apestan a maldad y tienen la apariencia de Satanás(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las transgresiones conducirán al hombre al infierno). “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino con base en si posee la verdad. No hay otra opción que esta. Debéis daros cuenta de que todos aquellos que no siguen la voluntad de Dios serán también castigados. Este es un hecho inmutable(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Las palabras de Dios me llegaron realmente al alma. Dios no decide el resultado ni el destino de nadie en función de cuánto se haya esforzado y haya contribuido, de lo bien que se haya comportado ni de cuánto haya trabajado, sino en función de si tiene o no tiene la verdad. Dios no juzga a las personas por lo que se aprecia a simple vista, sino por su esencia. Se fija en si aman la verdad y son capaces de ponerla en práctica, en si se someten a Él y siguen Su voluntad. Me di cuenta de que, en efecto, Dios sí tiene un carácter justo y santo. Hay unos criterios según los que Él juzga a las personas y unos principios según las trata, sin que intervengan lo más mínimo los sentimientos carnales. Dios no determina que alguien es justo o bueno solo porque exhiba cierto entusiasmo ni porque contribuya o sufra un poco. Por el contrario, independientemente de cuánto tiempo lleve creyendo alguien en Dios, de cuánto haya trabajado o de lo buena que sea su reputación, acabará descartado por Dios si no practica la verdad y transforma su carácter corrupto. Comprendido esto, me sentí aún más ignorante y patética. En todos mis años de fe, no había perseguido la verdad ni comprendido las intenciones de Dios. Me había limitado a basar mi fe en mis nociones e imaginaciones y a idolatrar constantemente a otros. ¡Qué ciega e ignorante! Rememoré la palabra de Dios: “En toda la humanidad no hay uno solo que pueda servir de modelo a los demás, porque todos los hombres son, en esencia, iguales; no difieren entre sí y hay pocas distinciones entre ellos. Por esta razón, incluso hoy los hombres siguen siendo incapaces de conocer Mis obras plenamente. Solo cuando Mi castigo descienda sobre toda la humanidad, sin saberlo, serán conscientes de Mis obras, y sin que Yo haga nada ni obligue a nadie, el hombre llegará a conocerme, y, así, será testigo de Mis obras. Este es Mi plan; es el aspecto de Mis obras que se pone de manifiesto y lo que el hombre debería saber(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 26). La palabra de Dios es muy clara. La gente está corrompida por Satanás y tiene la esencia de Satanás. Lo único que revelamos es un carácter satánico. Ni uno solo de nosotros es digno de idolatría. Si lo hubiera entendido antes, nunca habría idolatrado ni adorado a una persona.

Poco después, me destituyeron por no haber logrado nada en el deber en mucho tiempo. En ese momento pensé mucho y reflexioné sobre por qué había fracasado. Recordé que me había quedado atascada en un estado de idolatría y admiración hacia Annie, y que había creído que ella comprendía la verdad y poseía su realidad solo porque hacía mucho que era creyente, había predicado el evangelio durante años, había sufrido enormemente y tenía mucha experiencia de trabajo. A menudo había imitado su conducta y acudido a ella con mis problemas. Aceptaba de inmediato y sin pensar cualquier idea que ella expresara y hacía lo que ella decía. En absoluto había llevado a Dios en el corazón. No había buscado la verdad ante los problemas ni había actuado con principios. Solamente había hecho caso a una persona, a Annie. ¿Qué tenía eso de fe en Dios? ¿Acaso no había seguido simplemente a una persona? Como manifiesta Dios: “Lo que tú admiras no es la humildad de Cristo, sino a esos falsos pastores de destacada posición. No adoras la belleza ni la sabiduría de Cristo, sino a esos licenciosos que se regodean en la inmundicia del mundo. Te ríes del dolor de Cristo, que no tiene lugar donde reclinar Su cabeza, pero admiras a esos cadáveres que cazan ofrendas y viven en el libertinaje. No estás dispuesto a sufrir junto a Cristo, pero te lanzas con gusto a los brazos de esos anticristos temerarios a pesar de que solo te suministran carne, palabras y control. Incluso ahora tu corazón sigue volviéndose a ellos, a su reputación, su estatus, su influencia. Además, continúas teniendo una actitud de encontrar la obra de Cristo difícil de soportar y no estar dispuesto a aceptarla. Por eso te digo que te falta fe para reconocer a Cristo. La razón por la que lo has seguido hasta el día de hoy es solo porque no tenías otra opción. En tu corazón siempre se elevan muchas imágenes nobles; no puedes olvidar cada una de sus palabras y obras ni sus palabras ni sus manos influyentes. En vuestro corazón, ellos son supremos por siempre y son héroes por siempre. Pero esto no es así para el Cristo de hoy. Él permanece por siempre insignificante en tu corazón y por siempre indigno de tu temor. Porque Él es demasiado común, tiene muy poca influencia y está lejos de ser elevado(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). Las palabras de Dios revelaban mi auténtico estado. Cuando recordé mis años de fe, vi que todos aquellos a quienes había admirado tenían aptitud y dones, que los demás los apoyaban y valoraban y que yo había considerado cada una de sus palabras y acciones como algo a emular. Nunca me había preguntado cuál era la intención de Dios, si mis actos eran lo que Él deseaba ni si estaban en consonancia con los principios-verdad. Tan solo había idolatrado y seguido ciegamente a otros, y hasta había esperado ser como ellos. Había ido todo el tiempo por la senda equivocada, buscando más sufrimiento y trabajo, y apoyada en mi aptitud y experiencia mientras cumplía con el deber. No me había centrado en buscar los principios-verdad y había hecho incluso menos hincapié en mi entrada en la vida. En consecuencia, no había comprendido mucho la verdad durante mis años de fe y mi vida se había resentido. Me di cuenta de que era sumamente ignorante y patética. Dios nos ha otorgado muchísimas palabras y yo casi no había memorizado ninguna, pero recordaba muy claramente todo lo que decía Annie y todas las ideas que expresaba, y siempre me apresuraba a llevarlas a efecto. Siempre había confiado en ella en el deber y en absoluto había llevado a Dios en el corazón. Esta situación con Annie me había dejado totalmente en evidencia. Especialmente después de su destitución, cuando muchos de sus problemas ya se habían revelado y empezamos a colaborar de nuevo, todavía tenía esta grandiosa imagen de ella en la cabeza. Continuaba confiando en ella en el deber y pensando en aquel refrán, “Un oso debilitado sigue siendo más fuerte que un ciervo”, porque creía que Annie seguía siendo mejor que yo aunque tuviera algunos problemas. Era una idea puramente satánica. La había idolatrado en exceso, no había buscado los principios-verdad en nuestra relación y había carecido de todo discernimiento. Había contemplado siempre las cosas de acuerdo con las palabras endiabladas de Satanás. Y luego, tras haber salido a la luz más y más problemas de Annie, yo seguí sin discernir cómo era y sin dejarla en evidencia. No dejé de seguirla, de sentirme limitada por ella y de vivir en un estado de negatividad y desdicha. ¡Realmente merecí todo lo que me pasó! Había admirado a Annie y confiado en ella en el deber, pero ¿qué me había dado Annie? Desorientación, limitación y rechazo. Además, me había hecho sentir desdichada y reprimida, sin esperanza de liberación, y yo me había alejado cada vez más de Dios. Aunque creía en Él, no me supeditaba a Él ni lo respetaba, y no había perseguido para nada la verdad. Había idolatrado y seguido a la gente. Era una idiota sin discernimiento. Esta manera de fallar y caer fue, en verdad, la justicia y la salvación de Dios. Con esta revelación pude analizar detalladamente la senda equivocada por la que iba, examinar las ideas absurdas que albergaba y buscar la verdad para resolver mis problemas. Al mismo tiempo, también percibí la importancia de perseguir la verdad. Dijo Dios que “Quienes no persiguen la verdad no pueden seguir hasta el final(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios), y esto es muy real. Quienes no persiguen la verdad están condenados a ser expuestos y descartados por Dios. Los fallos de la persona a la que había admirado, así como los míos propios, eran la mejor prueba de ello.

Un par de meses más tarde, me pusieron a Sarah como compañera de obra evangélica. Me enteré de que, tras empezar a creer en Dios, había renunciado a un trabajo estupendo para cumplir con su deber, que era muy capaz de soportar las dificultades y que tenía gran aptitud y experiencia en la difusión del evangelio. Hacía tiempo que la conocía y había visto que se preocupaba mucho por la labor de la iglesia. Compartía de forma activa en las reuniones y, fueran cuales fueran las circunstancias o el número de asistentes, nunca se sentía limitada y hablaba con gran aplomo y sin miedo. Hablaba con los hermanos y hermanas y los ayudaba cuando se topaban con problemas, y todo el mundo la miraba con buenos ojos. A mi parecer, era alguien que perseguía la verdad, y la tenía en alta estima. Y aunque me alegré por la oportunidad de colaborar con ella, también recordé mi fracaso anterior y que valorar la aptitud y los dones de los demás me había llevado a idolatrarlos y seguirlos. Por eso había tomado la senda equivocada, lo que había sido perjudicial para mi vida. Sabía que no podía contemplar las cosas con esa perspectiva falaz a la hora de relacionarme con Sarah y que tenía que dirigirme a ella según los principios-verdad. Como Sarah tenía aptitud y experiencia en la predicación del evangelio, tenía mucho que aprender de ella para compensar mis carencias. Sin embargo, también ella era una persona corrupta con actitudes corruptas, defectos y limitaciones. No podía idolatrarla y confiar en ella. Si tenía problemas o errores en su deber, yo no podía seguirla ciegamente. Tenía que ejercer el discernimiento y tratarla según los principios-verdad. Posteriormente, en nuestros debates de trabajo, observé que la mayoría de las sugerencias de Sarah no eran muy prácticas. Otras dos hermanas y yo pensábamos que no funcionarían, pero Sarah insistía mucho en ellas. Cada vez que una idea suya no obtenía nuestra aprobación, nos atascábamos en ella y permanecíamos mucho tiempo en punto muerto, lo que demoraba mucho el progreso del trabajo. Poco a poco descubrí que Sarah era arrogante, sentenciosa y testaruda y que se disgustaba cuando no se adoptaban sus sugerencias. Perdía los estribos, lo cual limitaba a los demás. Dado que no desempeñaba un papel positivo en el grupo e trastornaba y entorpecía el progreso del trabajo, informé de su conducta constante al líder. Una vez comprendida la situación, el líder expuso y diseccionó los problemas de Sarah e intentó ayudarla, pero ella se negó a admitirlo, por lo que la líder le reemplazó. Tras pasar por aquello, me sentí muy en paz. Me pareció que por fin había cambiado mis ideas falaces y que ya no idolatraba ni seguía a la gente como antes. Estaba muy agradecida a Dios por haber dispuesto esas situaciones para ayudarme a discernir y para que aprendiera aquellas lecciones.

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