Si creo en Dios, ¿por qué idolatrar a la gente?
Cuando era responsable de la labor evangelizadora de la iglesia, al equipo no le iba bien y estaba muy ansiosa. Entonces trasladaron a nuestra iglesia a Wu Ping. Supe que era creyente desde hacía más de veinte años, que había hecho muchos sacrificios por Dios, que había predicado por todos lados y que había pasado por muchos peligros sin rendirse jamás. La admiraba mucho. Al poco tiempo, mi líder dispuso que Wu Ping fuera mi compañera en la labor evangelizadora, y yo estaba encantada. Tengo bien grabada en la memoria su primera reunión con nosotros. Habló de cómo afrontaba las perturbaciones de los líderes religiosos cuando iba a difundir el evangelio, de cómo hablaba y debatía con ellos hasta dejarlos sin palabras, y de cómo hablaba con aquellos que tenían muchas nociones religiosas y mucho conocimiento bíblico y subsanaba sus confusiones. También habló de las muchas dificultades que habían tenido al evangelizar, del precio que ella y otros hermanos y hermanas habían pagado por difundir el evangelio en distintas zonas y de que los líderes superiores la valoraban, la promovían y le asignaban importantes deberes. Lo que más me impresionó fue cuando habló, llorando, del amor de Dios por el hombre y dijo que hemos de tener en cuenta la voluntad de Dios y que, por más dificultades que afrontemos, debemos difundir el evangelio de los últimos días, que esa es nuestra misión. En ese momento me pareció que le embargaba el amor por Dios e inmediatamente empecé a tenerle cierto respeto. Creía que, como tenía fe desde hacía mucho, comprendía más verdades que nosotros y tenía más estatura, yo debía aprender de ella.
Luego comenzamos a cumplir juntas con el deber y, a medida que trabajábamos las dos, advertí que Wu Ping realmente soportaba las dificultades y que trasnochaba mucho para hacer seguimiento del trabajo y resolver problemas. Me señalaba los errores y omisiones en mi trabajo y me enseñaba sendas de práctica. Al predicar el evangelio a otras personas, utilizaba ejemplos y metáforas, era muy incisiva en sus palabras y sabía subsanar las confusiones de la gente. Cuando en las reuniones hablaba de los defectos de su trabajo, se ponía emotiva al afirmar cuánto le debía a Dios. A veces, cuando tenía que preguntarle algo el personal de riego, se apresuraba a sacar tiempo para ayudarlos. También era muy comprensiva cuando veía que no me sentía bien. En aquella época no paraba de caerme cada vez mejor. Después la eligieron líder de la iglesia y me pareció aún más que ella tenía la realidad de la verdad, y la admiraba y respetaba al máximo. La veía constantemente con prisas por toda la iglesia, ayudando a los hermanos y hermanas a resolver sus problemas, y creía que tenía una función importantísima ahí dentro y que, desde luego, no podíamos prescindir de ella. Cuando me topaba con algún problema, la buscaba para hablar, apuntaba entusiasmada sus opiniones y lo que decía, y luego aplicaba lo que hubiera sugerido. Hasta imitaba algunas conductas suyas; por ejemplo, cuando veía que trasnochaba mucho, pensaba que eso era devoción y sufrir por el deber, así que yo también trasnochaba. En ocasiones no había nada urgente y podría haberme acostado antes, pero como Wu Ping trasnochaba, yo también. La veía fuerte tras haber sido tratada y que, pese a ello, se mantenía ocupada en el deber. Eso me parecía que era tener estatura y realidad. Me disgustaba mucho cuando trataban conmigo y quería hacer mis devociones y reflexionar, pero, al acordarme de la conducta de Wu Ping, volvía corriendo al deber sin centrarme en conocerme más a mí misma. Vivía en un estado de idolatría, de adoración por Wu Ping, sin la más mínima conciencia de ello. Entonces dispuso Dios unas situaciones gracias a la cuales, poco a poco, discerní en cierto modo a Wu Ping.
Mientras era líder de la iglesia, era muy práctica y capaz de hacer todo lo que estuviera a su alcance, pero los problemas de nuestro trabajo se reproducían como chinches y la eficacia de la labor de la iglesia decaía paulatinamente. Un día, la diaconisa de riego, la hermana Yang, me contó que había descubierto problemas en el trabajo de Wu Ping, que se encargaba de todo sin dejar que los hermanos y hermanas practicaran y que no promovía a gente con talento. Hacía el trabajo de los diáconos y los líderes de equipo, por lo que nadie tenía la ocasión de practicar. Con el tiempo, todos se sentían totalmente inútiles y la admiraban mucho. No era un ambiente sano. La hermana Yang dijo que quería comentarle algo a Wu Ping acerca de dar más oportunidades de práctica a los demás para que todos conocieran sus propios defectos y progresaran más rápido, con lo que también ellos podrían aprovechar su talento y, sin duda, mejoraría su rendimiento en el deber. Yo, en efecto, apoyaba la idea de la hermana Yang, así que fui con ella a hablar con Wu Ping. Sin embargo, sorprendentemente, Wu Ping se enojó mucho. Puso cara larga y no estaba de acuerdo con nosotras. Según ella, los demás tenían demasiados problemas, por lo que enseñarles era un lío y demoraba las cosas. Era mejor y más eficaz que hiciera las cosas ella sola. Lo explicó todo con elocuencia y yo no supe qué decir entonces, pero cuando lo pensé más tarde, me pareció que no se ocupaba debidamente de las cosas. No podíamos promover a la gente de esa forma. A los hermanos y hermanas no se les formaba, dependíamos de ella y, de esa manera, el trabajo no se hacía bien. No obstante, luego pensé que nosotras no comprendíamos la verdad, por lo que resolver los problemas con ella no serviría de nada, solo demoraríamos las cosas. Como comprendía mejor la verdad, debíamos dejar que ella se ocupara de todo. Por tanto, Wu Ping se mantenía muy ocupada todos los días, pero seguía habiendo muchos problemas. Los hermanos y hermanas eran muy pasivos en el deber y esperaban a que ella solucionara los problemas. La mayoría de la gente estaba abatida y deprimida todo el tiempo. Más adelante, una líder superior descubrió que había muchos problemas en nuestra iglesia y recabó evaluaciones de Wu Ping, lo que demostró que era muy arrogante y autoritaria y que no aceptaba sugerencias. También era muy ególatra, siempre presumía y atraía a los demás ante sí. La destituyeron inmediatamente. La líder también señaló que nos faltaba discernimiento y que adulábamos ciegamente a Wu Ping, y nos mandó buscar los principios de la verdad en el deber y no idolatrar a ninguna persona. Me di cuenta entonces de que vivía en un estado de adoración por un ser humano, por lo que no tenía una relación normal con Dios. Me acordé del octavo decreto administrativo: “Las personas que creen en Dios deben obedecerle y adorarle. No exaltes ni admires a ninguna persona; no pongas a Dios en primer lugar, a las personas a las que admiras en segundo y, en tercer lugar, a ti. Ninguna persona debe tener un lugar en tu corazón y no debes considerar que las personas —particularmente a las que veneras— están a la par de Dios o que son Sus iguales. Esto es intolerable para Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino). Tuve un poco de miedo, como si hubiera ofendido el carácter de Dios. Reflexioné sobre el hecho de que había admirado a Wu Ping desde mi primer contacto con ella y sobre que no buscaba los principios de la verdad en el deber, sino que me había fiado de ella. Le consultaba cualquiera de mis problemas y hacía lo que ella dijera. La admiraba mucho y no llevaba a Dios en el corazón. A mi parecer, no podíamos hacer nuestra labor sin ella en la iglesia, como si estuviera bien prescindir de la guía de Dios y de los principios de la verdad, pero tuviéramos que tenerla a ella. ¿Era tan siquiera creyente? ¿Esto no era idolatrar y seguir a una persona? Eso le repugnaba mucho a Dios. Con razón no podía recibir la obra del Espíritu Santo en mi deber ni estaba progresando nada después de tanto tiempo. Oré a Dios con el deseo de transformar mi estado y de dejar de adorar a la gente.
Posteriormente pasaron algunas cosas que realmente me mostraron el verdadero rostro de Wu Ping. Tras su destitución, sabedora de sobra de que muchos otros la adoraban, seguía sin analizarse ni conocerse en las reuniones, sino que hacía como que estaba muy ofendida y afirmaba que admiraba a su compañera, la hermana Zhou, y que escuchaba todo lo que decía. Me escandalizaba que responsabilizara a la hermana Zhou. Creía que la líder había revelado y analizado claramente sus problemas; entonces, ¿por qué no se conocía a sí misma ni asumía ninguna responsabilidad? Esto era una demostración de que no aceptaba la verdad. Más adelante, la líder la destinó al trabajo de evangelización conmigo, y aunque no la admiraba como antes, me alegré mucho. Dicen que más vale malo conocido que bueno por conocer y yo aún pensaba que Wu Ping me superaba de verdad. No obstante, en nuestro trabajo juntas a partir de entonces, ella no era tan relajada y accesible como antes, sino muy intensa. Cuando hablábamos de trabajo, no escuchaba mis sugerencias y solía rechazarlas categóricamente. Me evitó varias veces y solo iba a hablar de las cosas con la hermana con la que había trabajado antes. Me sentía muy limitada y tenía la sensación de ser rechazada. Durante un tiempo, en realidad no lográbamos nada en el deber, así que fui a hablarle de estos problemas que había descubierto en nuestra cooperación. Me asombró que no admitiera nada de eso y se creyera libre de culpa. Simplemente me dijo: “Seré directa, y no te enojes. No estoy acostumbrada a trabajar contigo. No me ha gustado mucho tu forma de trabajar y me ha puesto nerviosa”. Me sentí bastante mal al oír estas palabras. Yo también sentí que la estaba frenando.
Cuando la líder se enteró de estos problemas, trató con Wu Ping por ser arrogante y no aceptar la verdad. Luego, en una reunión, Wu Ping dijo delante de todos que el trato era el amor de Dios y lloró mientras afirmaba sentirse en deuda con Él por no cumplir bien con el deber. Parecía conocerse bien a sí misma, pero en privado descargaba su negatividad y siempre decía que estaba perdida y que ya no tenía ganas de cumplir con el deber. No escuchaba mis enseñanzas. Sobre todo cuando la líder anunciaba que algún hermano o hermana había avanzado y cumplido bien con el deber, ella se deprimía más y pensaba que la líder valoraba a otros en vez de a ella. Siempre me preguntaba en privado si los demás se reían de ella. Me enfurecía mucho cada vez que hablábamos de eso. Veía que estaba deprimida, nada bien ni física ni mentalmente, pero que se daba muchos aires de grandeza en las reuniones y fingía que aceptaba la verdad y atendía la voluntad de Dios. Me parecía algo muy agobiante. A veces me preguntaba si era esa la persona a la que tanto había adorado. No parecía una persona que tuviera la realidad de la verdad. Se centraba mucho en la reputación y el estatus y no aceptaba para nada la verdad. No se conocía a sí misma cuando surgían problemas, sino que fingía. No parecía estar bien. Después no dejó de deteriorarse su estado. La líder habló con ella bastantes veces y parecía admitirlo, pero no cambió en absoluto. Hasta odiaba a los demás y los miraba con los ojos envenenados. La líder trataba con ella y exponía sus problemas, pero ella odiaba y culpaba a Dios en su interior. No podía evitar echarle la culpa a Dios de todas las cosas malas. Yo veía que tenía una naturaleza ruin, que odiaba a Dios y la verdad. Era un demonio, un anticristo. Luego ya no le permitieron hacer vida de iglesia ni cumplir con un deber.
Tras su marcha, durante un tiempo no pude calmarme de verdad. Me preguntaba por qué la había idolatrado tanto, hasta el punto de incluso querer ser como ella. Siempre que conocía a alguien que fuera buen orador, capaz de sufrir, renunciar y entregarlo todo a Dios, a quien hubieran detenido y torturado sin haber traicionado a Dios, lo adoraba de veras. ¿Por qué idolatraba tanto a esa gente? ¿Qué idea me gobernaba? Entonces descubrí dos pasajes de las palabras de Dios. “Algunas personas son capaces de soportar dificultades, pueden pagar el precio, externamente se comportan muy bien, son bastante respetadas y cuentan con la admiración de los demás. ¿Diríais que este tipo de comportamiento externo puede considerarse la puesta en práctica de la verdad? ¿Podría determinarse que estas personas están satisfaciendo la voluntad de Dios? ¿Por qué, una y otra vez, las personas ven a estos individuos y creen que están satisfaciendo a Dios, que caminan por la senda de poner en práctica la verdad y se mantienen en el camino de Dios? ¿Por qué piensan así algunas personas? Solo hay una explicación para ello. ¿Cuál es? Pues que un gran número de personas no tiene muy claras algunas cuestiones, como qué es poner en práctica la verdad, qué significa satisfacer a Dios y poseer genuinamente la realidad de la verdad. Así pues, algunos son engañados con frecuencia por los que, en apariencia, son espirituales, nobles, elevados y grandes. En lo que respecta a las personas que pueden hablar con elocuencia de letras y doctrinas, y cuyo discurso y acciones parecen dignos de admiración, quienes son engañados por ellos jamás han analizado la esencia de sus acciones, los principios subyacentes a sus obras o cuáles son sus objetivos. Además, tampoco han observado si estas personas se someten verdaderamente a Dios ni tampoco han determinado si auténticamente temen a Dios y se apartan del mal. Nunca han discernido la esencia de la humanidad de estas personas. Más bien, empezando por el primer paso que consiste en familiarizarse con ellas, llegan poco a poco a admirarlas, a venerarlas, y estas personas acaban convirtiéndose en sus ídolos. Asimismo, en la mente de algunos, los ídolos a los que adoran —y que creen que pueden abandonar a su familia y su trabajo, y que por fuera parecen capaces de pagar el precio— son los que están satisfaciendo realmente a Dios y los que pueden lograr de verdad un buen final y un buen destino. En su mente, estos ídolos son a los que Dios elogia” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Cómo conocer el carácter de Dios y los resultados que logrará Su obra).
“Solo existe una causa fundamental por la que estas personas llevan a cabo y sostienen acciones y puntos de vista tan ignorantes, así como opiniones y prácticas parciales, y hoy os hablaré de ello. La razón es que, aunque las personas pueden seguir a Dios, orar a Él y leer Sus declaraciones cada día, no entienden realmente Su voluntad. Aquí está la raíz del problema. Si alguien entendiera el corazón de Dios y supiera lo que a Él le gusta, lo que Él detesta, lo que quiere, lo que rechaza, a qué clase de persona ama, qué clase de persona no le gusta, qué tipo de estándar usa cuando hace exigencias a las personas y qué tipo de enfoque adopta para perfeccionarlas, ¿podría esa persona seguir teniendo sus propias opiniones personales? ¿Podrían tales personas simplemente ir y adorar a alguien más? ¿Podría un ser humano común y corriente ser su ídolo? Las personas que entienden la voluntad de Dios poseen un punto de vista ligeramente más racional que ese. No van a idolatrar arbitrariamente a una persona corrupta y, mientras caminan por la senda de poner en práctica la verdad, tampoco creerán que ceñirse ciegamente a unas cuantas reglas o principios sencillos equivale a poner en práctica la verdad” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Cómo conocer el carácter de Dios y los resultados que logrará Su obra). Para mí, las palabras de Dios daban en el clavo. Vi que había tenido una perspectiva equivocada de fe todos esos años. Creía que ser una creyente de larga data, pagar un precio con entusiasmo y trabajar mucho suponía practicar la verdad y tener su realidad. Creía que alguien así alegraría a Dios y tendría un firme lugar en Su casa. Por ello, en mi relación con Wu Ping, al ver que hacía años que creía en Dios, que había hecho muchos sacrificios, que había sufrido mucho por difundir el evangelio y era muy elocuente en sus enseñanzas, me dejé engañar por su grandiosa imagen y su impresionante conducta, con lo cual la idolatré. Por fin comprobé lo necia e ignorante que fui, la perspectiva tan ridícula que tenía. Cuando alguien es capaz de sacrificarse y sufrir en el deber, esa es una buena conducta superficial. No significa que tenga buena humanidad, que ame la verdad ni que tenga su realidad. Wu Ping era creyente desde hacía más de 20 años. Había hecho muchos sacrificios y era buena oradora, pero utilizaba estas cosas como capital personal y siempre presumía y atraía a la gente hacia ella. No era capaz de aceptar ni de practicar la verdad en absoluto. Por más críticas y fracasos que afrontara, nunca hacía introspección ni se arrepentía realmente. Cuando la valoraban y tenía estatus, tenía energía para su deber y era capaz de trasnochar y de volcarse en él, pero cuando la destituyeron perdió todo empuje para cumplir con el deber. Era reacia, se quejaba todo el tiempo y descargaba su negatividad en secreto, pero en apariencia decía que estaba en deuda con Dios y parecía muy arrepentida, así que los demás creían que atendía la voluntad de Dios, que tenía estatura y realidad, con lo que todos la admiraban. Después de su poda y trato, contó a todo el mundo que eso era el amor de Dios, pero en secreto lo culpaba y odiaba. ¿No era un anticristo que odiaba la verdad y a Dios? Ahora sé que tener fe desde hace mucho, ser capaz de sacrificarse, hablar bien, tener experiencia y ser valorado no significa que alguien tenga la realidad de la verdad, y ni mucho menos que alegre a Dios. Por mucho tiempo que lleve creyendo una persona o por más que se haya esforzado, si no practica la verdad y no ha transformado su carácter satánico, continúa, básicamente, resistiéndose a Dios y acabará descartada. Esto cumple las palabras del Señor Jesús: “Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’” (Mateo 7:22-23). Después recordé unas palabras de Dios: “No me importa lo meritorio que sea tu trabajo duro, lo impresionantes que sean tus cualificaciones, lo cerca que me sigas, lo renombrado que seas ni cuánto hayas mejorado tu actitud; mientras no hayas cumplido Mis exigencias, nunca podrás conseguir Mi elogio. Desechad todas esas ideas y cálculos vuestros tan pronto como sea posible, y empezad a tomaros en serio Mis requisitos. De lo contrario, convertiré a todas las personas en cenizas con el fin de terminar Mi obra; y, en el peor de los casos, convertiré en nada Mis años de obra y sufrimiento, porque no puedo llevar a Mi reino o a la era siguiente a Mis enemigos ni a esas personas que apestan a maldad y tienen la apariencia de Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las transgresiones conducirán al hombre al infierno). “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino en base a si posee la verdad. No hay otra opción que esta. Debéis daros cuenta de que todos aquellos que no hacen la voluntad de Dios serán también castigados. Este es un hecho inmutable” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Las palabras de Dios me resultaron muy emotivas. Dios no decide el destino de alguien en función de su esfuerzo, de lo bien que se haya portado ni de cuánto haya trabajado, sino de si tiene o no la verdad. Dios no juzga a la gente por lo externo, sino por su esencia. Se fija en si ama la verdad y sabe ponerla en práctica, en si se somete a Él y hace Su voluntad. Entendí que, realmente, Dios sí tiene un carácter justo y santo. Tiene unos criterios y principios para juzgar a la gente sin que interfiera ningún sentimiento. Dios no decide si alguien es justo o bueno solo porque sea entusiasta ni porque contribuya o sufra algo. Por el contrario, aunque alguien sea creyente hace mucho, haya trabajado mucho y sea conocido, si no practica la verdad y no ha transformado su carácter, es susceptible de que Dios lo descarte. Cuando lo entendí, vi realmente lo ignorante y patética que fui. En mis años de fe no busqué la verdad ni comprendí la voluntad de Dios. Solo basaba mi fe en mis nociones y no dejaba de idolatrar a otros. Vi lo ciega y necia que fui. Más tarde leí este pasaje de las palabras de Dios. “En toda la humanidad no hay uno solo que pueda servir de modelo a los demás, porque todos los hombres son, en esencia, iguales; no difieren entre sí y hay pocas distinciones entre ellos. Por esta razón, incluso hoy los hombres siguen siendo incapaces de conocer Mis obras plenamente. Solo cuando Mi castigo descienda sobre toda la humanidad, sin saberlo, serán conscientes de Mis obras, y sin que Yo haga nada ni obligue a nadie, el hombre llegará a conocerme, y, así, será testigo de Mis obras. Este es Mi plan; es el aspecto de Mis obras que se pone de manifiesto y lo que el hombre debería saber” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 26). Las palabras de Dios son muy claras. Satanás corrompe a la gente y nosotros tenemos su esencia. No exhibimos sino un carácter satánico. Ni uno solo de nosotros es digno de idolatría. De haberlo comprendido antes, no habría idolatrado ni adorado a nadie.
No mucho después, me destituyeron porque no lograba nada en mi deber. En esa época reflexioné mucho y recapacité sobre por qué había fracasado. Pensé en cómo me había empecinado en idolatrar a Wu Ping porque creía que, como hacía mucho que tenía fe, predicó el evangelio durante años, sufrió mucho y tenía mucha experiencia profesional, debía de comprender la verdad y tener la realidad. Por consiguiente, siempre trataba de imitar su conducta y acudía a ella con todas mis preguntas. Dijera lo que dijera ella, yo lo aceptaba sin pensar y lo hacía. En absoluto llevaba a Dios en el corazón. No buscaba la verdad ante los problemas ni tenía principios. Simplemente escuchaba a una persona, Wu Ping. No seguía a Dios, sino a una persona. Es lo que dice Dios. “Lo que tú admiras no es la humildad de Cristo, sino a esos falsos pastores de destacada posición. No adoras la belleza ni la sabiduría de Cristo, sino a esos licenciosos que se regodean en la inmundicia del mundo. Te ríes del dolor de Cristo, que no tiene lugar donde reclinar Su cabeza, pero admiras a esos cadáveres que cazan ofrendas y viven en el libertinaje. No estás dispuesto a sufrir junto a Cristo, pero te lanzas con gusto a los brazos de esos anticristos temerarios a pesar de que solo te suministran carne, palabras y control. Incluso ahora tu corazón sigue volviéndose a ellos, a su reputación, su estatus, su influencia. Además, continúas teniendo una actitud por la cual la obra de Cristo te resulta difícil de soportar y no estás dispuesto a aceptarla. Por eso te digo que te falta fe para reconocer a Cristo. La razón por la que lo has seguido hasta el día de hoy es solo porque no tenías otra opción. En tu corazón siempre se elevan muchas imágenes nobles; no puedes olvidar cada una de sus palabras y obras ni sus palabras influyentes ni sus manos. En vuestro corazón, ellos son supremos por siempre y son héroes por siempre. Pero esto no es así para el Cristo de hoy. Él permanece por siempre insignificante en tu corazón y por siempre indigno de tu veneración. Porque Él es demasiado común, tiene muy poca influencia y está lejos de ser elevado” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). Las palabras de Dios revelaban mi auténtico estado. Al recordar mis años de fe, había adulado a la gente de mi entorno que tenía aptitud y dones, que era respaldada y valorada. Había considerado digna de imitación cada una de sus palabras y obras, sin buscar jamás la voluntad de Dios ni si eso era lo que Dios quería y estaba en consonancia con los principios de la verdad. Idolatraba y seguía ciegamente a otros y hasta quería ser como ellos. Había estado todo el tiempo en la senda equivocada, aspirando a sufrir y trabajar todo lo que pudiera. En el deber me apoyaba en mi aptitud y experiencia y nunca me centraba en buscar los principios de la verdad ni en mi entrada en la vida, por lo que no había aprendido mucha verdad en mis años de fe y mi vida se había resentido. Me di cuenta verdaderamente de lo ignorante y patética que fui. Dios nos ha otorgado muchísimas palabras, pero yo no recordaba casi ninguna. Sin embargo, lo que dijera Wu Ping, y cualquier opinión suya, lo recordaba claramente y lo llevaba a cabo inmediatamente. Siempre confiaba en ella en el deber, pero no llevaba a Dios en el corazón. Quedé completamente revelada con todo esto de Wu Ping. Especialmente cuando la destituyeron, sus problemas se habían hecho públicos y yo estaba enterada, pero cuando volvimos a trabajar juntas, yo todavía tenía en mi mente esa imagen grandiosa y recta de ella. Continué fiándome de ella en el deber, no dejaba de pensar que más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer y me parecía mejor que yo aunque tuviera ciertos problemas. Así veía las cosas. Idolatraba excesivamente a una persona. En mis relaciones no buscaba los principios de la verdad y no tenía discernimiento. Observaba las cosas de acuerdo con las mentiras satánicas. Posteriormente fueron saliendo a la luz más problemas de Wu Ping. Yo aún no tenía discernimiento, no dejaba de seguirla y todavía estaba limitada por ella. Así, me hallaba en un constante estado de negatividad y desdicha. Me lo merecía realmente. Admiraba a Wu Ping y me fiaba en ella en el deber, pero ¿qué me aportaba eso? Engaños, limitaciones y rechazo. Era desdichada, me sentía limitada y me estaba alejando de Dios. Tenía fe, pero no me amparaba en Dios ni lo respetaba y no buscaba para nada la verdad. Idolatraba y seguía a una persona. Era una idiota sin discernimiento. Por entonces había fracasado y caído, lo cual se trataba de la justicia y la salvación de Dios para conmigo. Esa revelación hizo que examinara detalladamente la senda equivocada en la que estaba, así como mis conceptos erróneos, y que fuera capaz de buscar la verdad para resolver estos problemas. Además, experimenté la importancia de buscarla. Las palabras de Dios “quienes no buscan la verdad no pueden seguir hasta el final” son muy reales. Quienes no buscan la verdad son susceptibles de ser revelados y descartados por Dios. Mi experiencia de fracaso y el fracaso de la persona a la que había admirado eran la mejor prueba de esto.
Un par de meses más tarde me pusieron por compañera de evangelización a Wang Li. Sabía de antemano que, tras recibir la fe, dejó un empleo estupendo por cumplir con el deber y que verdaderamente trabajaba con ahínco y tenía mucha aptitud. Había trabajado mucho en evangelización y era experta. Hacía un tiempo que la conocía y veía que le importaba mucho el trabajo de la iglesia. Enseñaba de forma muy activa en las reuniones y parecía espontánea sin importar las circunstancias ni el número de personas. Hablaba con gran prestancia y sin miedo. Enseñaba de manera activa para ayudar a quienes se toparan con un problema y caía muy bien a todos. Me parecía que realmente buscaba la verdad, y la admiraba. Me alegraba de tener la oportunidad de trabajar con ella, pero me acordaba de mi fracaso anterior, de cómo había valorado la aptitud y los dones de Wu Ping y de que la había idolatrado y seguido. Había tomado la senda equivocada y eso había perjudicado mi vida. Sabía que, en mi relación con Wang Li, no podía contemplar de nuevo las cosas en función de mis conceptos erróneos y que tenía que acercarme a ella de acuerdo con los principios de la verdad. Wang Li tenía aptitud y experiencia en la predicación del evangelio, así que tenía mucho que aprender de ella para compensar mis carencias, pero también era una persona corrupta con actitudes corruptas y defectos. No podía idolatrarla y fiarme en ella. Si tenía problemas y errores en el deber, yo no podía seguirla a ciegas. Debía conservar el discernimiento y tratarla según los principios de la verdad. Posteriormente, en los debates de trabajo, yo advertía que las sugerencias de Wang Li no eran muy prácticas. Un par de hermanas y yo creíamos que no funcionarían, pero ella se cerraba mucho en banda. Se empecinaba con cualquier cosa con la que no estuviéramos de acuerdo y en ese caso permanecíamos en punto muerto mucho tiempo, lo que demoraba mucho el progreso de nuestro trabajo. Poco a poco descubrí que Wang Li era muy arrogante y obstinada y que se ponía de mal humor cuando se rechazaban sus sugerencias. Ponía mal gesto y eso limitaba a otras personas. Perturbaba al equipo evangelizador y obstaculizaba el progreso del trabajo. Le hablé a la líder de su conducta. Cuando se enteró, la líder expuso y analizó sus problemas, pero se negó a admitirlo de todos modos y luego la cambiaron de deber. Sentí mucha paz cuando pasó aquello. Sentía que había cambiado por fin mis ideas equivocadas y que no idolatraba ni seguía a la gente como antes. También le estaba muy agradecida a Dios por disponer esas situaciones, que me permitieron adquirir discernimiento, para que pudiera aprender esas lecciones. ¡Gracias a Dios!