La importancia de una actitud correcta en tu deber

23 Oct 2022

Por Ella, Filipinas

En octubre de 2020, acepté la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Asistía activamente a las reuniones y compartía mi entendimiento sobre las palabras de Dios, y dos meses después, me volví líder de un grupo de reunión. Recuerdo que la primera vez que fui anfitriona de una reunión, estaba tanto emocionada como nerviosa. Estaba emocionada de hacer mi deber, pero estaba nerviosa porque temía que, si no era buena anfitriona, mis hermanos y hermanas podrían menospreciarme. Pensé que la forma en que nuestra líder de iglesia manejaba las reuniones era muy buena, así que si lo hacía como ella, seguramente podría llevar bien una reunión. Entonces, la líder de iglesia me halagaría y mis hermanos y hermanas me admirarían. Así que llevé a cabo la reunión imitando el método de nuestra líder de iglesia. Cuando les hacía preguntas a mis hermanos y hermanas, ellos interactuaban conmigo y, cuando yo les compartía, decían “Amén” mostrando aprobación. Después de la reunión, la líder de iglesia dijo que yo lo había hecho bien. Me sentí muy feliz y orgullosa cuando escuché los halagos de la líder. Al poco tiempo, me eligieron diaconisa de riego. Estaba muy emocionada, y pensé que podía ser que me hubieran elegido para el puesto porque yo tenía una buena aptitud. Al principio, no sabía cómo hacer el trabajo, pero no quería que mis hermanos y hermanas se decepcionaran de mí. Así que en cada reunión, me centraba en encontrar los elementos principales que se abordaban en las palabras de Dios. Así, mi enseñanza sería clara y cubriría los puntos clave, y mis hermanos y hermanas pensarían que tenía una buena comprensión y me admirarían. Pero después de compartirles, cuando escuchaba lo que los demás compartían, notaba que lo que yo había enseñado no había sido tan claro. Estaba muy preocupada y pensé: “Nadie pensará que enseño bien, y todo el mundo prestará atención a los que comunican mejor que yo”. Temía que mis hermanos y hermanas me menospreciaran, así que siempre intentaba hablar mejor. Pero no podía calmarme lo suficiente para contemplar las palabras de Dios. Mientras más quería explicarme bien, peor se volvía mi explicación. Pensaba: “¿Qué van a pensar de mí los hermanos y hermanas? ¿La líder sde iglesia se va a decepcionar de mí? ¿Por qué mi enseñanza no es tan clara como la de otros? ¿Por qué ellos comparten tan bien pero yo no?”. No estaba dispuesta a admitir la derrota y pensaba que debía trabajar más duro para superar a otros.

Unos meses después, por los requerimientos del trabajo de la iglesia, me enviaron a predicar el evangelio. En cuanto llegué, pregunté quiénes eran los líderes de grupo y quién era el líder de la iglesia. Pensé que, mientras me esforzara al máximo, podría ganarme la aprobación del líder de la iglesia y tal vez me haría líder de grupo. De esa forma, mis hermanos y hermanas iban a admirarme. Cuando compartía el evangelio, a menudo oraba a Dios y me apoyaba en Él cuando había cosas que no entendía o que no podía hacer. Después de un tiempo, obtuve algunos buenos resultados al cumplir mi deber y eso me puso muy feliz. Pero también me sentía culpable porque sabía que tenía la mentalidad equivocada. Estaba trabajando duro solo porque quería que los demás me admiraran, no porque quisiera hacer bien mi deber. Dios estaba escrutando mi mente y sin duda Él odiaba lo que yo buscaba. Me presenté ante Dios y oré; estaba dispuesta a rebelarme contra mi propósito erróneo. Después de orar me sentí un poco mejor. Sin embargo, a menudo no podía evitar intentar que la gente me admirara. Cuando veía que otros obtenían buenos resultados al hacer sus deberes, yo quería superarlos. Sabía que estaba mal pensar de esta forma, pero no podía controlarme. No podía calmarme lo suficiente para hacer mi deber. Mi estado empeoró cada vez más, y me volví ineficiente al cumplir mi deber. Así que oré a Dios pidiéndole que me ayudara y me guiara para conocerme.

Un día, vi un pasaje de las palabras de Dios en un video testimonio vivencial que me dio un poco de entendimiento sobre mí misma. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos cumplen su deber a regañadientes para obtener bendiciones. También averiguan si podrán destacar y ser admirados cuando hagan este deber, y si lo Alto o Dios sabrán que lo están cumpliendo. Consideran todas estas cosas cuando cumplen un deber. Lo primero que quieren determinar es qué beneficios pueden obtener al cumplir un deber y si pueden ser bendecidos. Esto es lo más importante para ellos. Nunca piensan en cómo ser considerados con las intenciones de Dios y retribuir Su amor, cómo predicar el evangelio y dar testimonio de Dios para que la gente obtenga Su salvación y la felicidad, y mucho menos buscan comprender la verdad ni buscan resolver sus actitudes corruptas y vivir a semejanza humana. Nunca tienen en cuenta estas cosas. Solo piensan en si pueden ser bendecidos y obtener beneficios, cómo afianzarse, cómo lograr estatus, cómo hacer que los demás los admiren, y cómo distinguirse y ser los mejores en la iglesia y entre la gente. No están dispuestos para nada a ser seguidores corrientes. Siempre quieren ser los primeros en la iglesia, decir la última palabra, convertirse en líderes y hacer que los demás los obedezcan. Solo entonces están satisfechos. Podéis ver que el corazón de los anticristos está lleno de estas cosas. ¿Se entregan de verdad a Dios? ¿Hacen su deber como seres creados de manera sincera? (No). ¿Qué es lo que quieren hacer entonces? (Tener poder). Es cierto. Dicen: ‘Yo lo que quiero es ser mejor que todos en el mundo secular. Quiero ser el primero en cualquier grupo. Me niego a ser segundo y nunca seré el lugarteniente de nadie. Quiero ser un líder y tener la última palabra en cualquier grupo de personas en el que me encuentre. Si no tengo la última palabra, probaré todos los métodos posibles para convenceros a todos, para hacer que me admiréis y me escojáis como líder. Una vez tenga estatus, tendré la última palabra, todos me obedecerán. Tendréis que hacer las cosas a mi manera y estaréis bajo mi control’. No importa qué deber hagan los anticristos, tratarán de colocarse en una posición superior, en una posición de supremacía. Nunca podrán contentarse con su lugar como seguidores comunes y corrientes. ¿Y qué es lo que les apasiona más? Estar delante de la gente dando órdenes y regañando y haciendo que la gente obedezca lo que ellos dicen. Nunca piensan en cómo cumplir su deber correctamente, y mucho menos buscan los principios-verdad para practicar la verdad y satisfacer a Dios. En cambio, se devanan los sesos buscando la manera de destacar, de hacer que los líderes los tengan en alta estima y los promocionen, de forma que puedan convertirse ellos mismos en líderes u obreros y dirigir a otras personas. Se pasan todo el día pensando y esperando esto. Los anticristos no están dispuestos a ser dirigidos por otros ni a ser un seguidor común y corriente, y mucho menos a hacer discretamente su deber, sin fanfarrias. Sea cual sea su deber, si no pueden estar en primera línea, si no pueden estar por encima de los demás y liderar a otros, desempeñar su deber les parece aburrido, y se vuelven negativos y empiezan a holgazanear. Sin los elogios o la adoración de los demás, les resulta aún menos interesante y tienen aún menos ganas de hacer su deber. Pero si pueden estar al frente y ser el centro mientras hacen su deber y logran tener la última palabra, se sienten fortalecidos y soportarán cualquier dificultad. Siempre tienen intenciones personales cuando cumplen su deber y siempre quieren distinguirse como un medio de satisfacer su necesidad de vencer a los demás y colmar sus deseos y ambiciones(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Después de leer las palabras de Dios, inmediatamente pensé en todo lo que había hecho. Sentí que todos mis pensamientos y acciones habían salido a la luz. Las palabras de Dios revelaban que los anticristos nunca piensan cómo perseguir la verdad para hacer bien su deber. En cambio, buscan un estatus elevado y quieren dirigir a los demás. No permiten que los demás los superen, y van por la senda de la resistencia a Dios. Recordé todos mis distintos comportamientos que eran como aquellos de los anticristos. En cuanto comencé a cumplir mi deber, quise que todos los demás me admiraran. Imitaba a la líder de iglesia cuando dirigía las reuniones. Me esforzaba mucho por meditar las palabras de Dios durante las reuniones, esperando enseñar con claridad y de manera ordenada. Mi intención no era lograr buenos resultados con las reuniones, sino mostrarles a todos que enseñaba bien y en forma clara. Eso era para recibir el elogio de mis hermanos y hermanas. Tras ir a predicar el evangelio, no pensé en cómo cumplir bien con mi deber para satisfacer a Dios. En cambio, primero pregunté quiénes eran los líderes de grupo y el líder de la iglesia, con la esperanza de ser elegida como líder de grupo por mis esfuerzos. Hice lo máximo posible por alardear frente a mis hermanos y hermanas, y me comparaba con ellos. Cuando veía a otros obteniendo buenos resultados al cumplir su deber, me ponía celosa y siempre quería superarlos y ser la mejor. Todo lo que hacía era en pos de mi reputación y mi estatus, y todo era un intento por satisfacer mi deseo competitivo. ¿Cómo no iba a odiar Dios mi búsqueda? Un deber es una comisión de Dios, y es una obligación y responsabilidad que debemos cumplir, pero yo lo traté como mi propia carrera. Usé mi deber para ir en busca de estatus y alcanzar mi objetivo de hacer que la gente me admirara. ¿Cómo podía albergar este propósito impropio al cumplir mi deber de acuerdo con la intención de Dios? Me odié a mí misma por ser tan corrupta. Ya no quería seguir viviendo así. Quería cambiar lo más pronto posible.

Días después, me transfirieron a otro grupo para predicar el evangelio. Cuando recién comencé, solo quería enfocarme en la tarea de evangelizar y hacer bien mi deber. Noté que los hermanos y hermanas ahí realizaban muy bien sus deberes. Cuando predicaban el evangelio, enseñaban sobre la verdad de la obra de Dios muy claramente, y muchos de los que escuchaban el evangelio estaban dispuestos a buscar y estudiarlo. Cuando pensé en que mi propia predicación fue más bien ineficaz y mi enseñanza de la verdad no fue clara, me sentí muy defraudada. En ese entonces, de a poco dejé de ser tan arrogante como antes. Ya no me atrevía a pensar maravillas de mí misma, y no quise intentar hacer que otros me admiraran. Al principio, creí que había logrado cierto cambio, pero cuando vi a mis hermanos y hermanas recibir felicitaciones por realizar bien sus deberes, no quise quedar en segundo plano. Al difundir el evangelio, invitaba insistentemente a la gente a escuchar sermones, pero no intentaba averiguar si de verdad creían en Dios o si cumplían los requerimientos para evangelizarse. Como resultado, invité a algunos incrédulos a sermones y, al poco tiempo, abandonaron el grupo de reunión. Yo estaba muy triste y pensé: “¿Por qué esto es así? Fui ineficaz en mi deber. ¿Qué pensarán de mí mis hermanos y hermanas? ¿Pensarán que soy peor que ellos?”. En aquellos días me sentía muy negativa y quería llorar durante las reuniones, pero siempre recordaba un pasaje de las palabras de Dios: “¿Estableces tus metas e intenciones teniéndome en mente? ¿Dices todas tus palabras y llevas a cabo todas tus acciones en Mi presencia? Yo examino todos tus pensamientos e ideas. ¿No te sientes culpable?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). Las palabras de Dios me recordaron que debía reflexionar y examinar más si tenía un propósito incorrecto al cumplir mi deber. A través de la reflexión, me di cuenta de que mi viejo problema había vuelto: quería ganarme la atención y alta estima de la gente por hacer bien mi deber. Darme cuenta de esto me angustió mucho. ¿Por qué mi deseo de estatus era tan fuerte y mi corrupción tan profunda? Y aún peor, yo era insensible a ello. Ni siquiera me daba cuenta de mi estado impropio.

En una ocasión, cuando estaba discutiendo mi estado con una hermana, ella me envió un pasaje de las palabras de Dios. Finalmente logré conocerme un poco después de leerlo. Las palabras de Dios dicen: “Algunas personas idolatran de manera particular a Pablo: les gusta salir a pronunciar discursos y hacer obra, les gusta reunirse y predicar; les gusta que los demás las escuchen, que las adoren y las rodeen. Les gusta ocupar un lugar en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren la imagen que muestran. Diseccionemos su naturaleza a partir de estos comportamientos. ¿Cuál es su naturaleza? Si de verdad se comportan así, entonces basta para mostrar que son arrogantes y vanidosos. No adoran a Dios en absoluto; buscan estatus elevado y desean tener autoridad sobre otros, poseerlos, y ocupar un lugar en sus corazones. Esta es la imagen clásica de Satanás. Los aspectos de su naturaleza que más destacan son la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de ser adorados por los demás. Tales comportamientos pueden darte una visión muy clara de su naturaleza(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Tras leer las palabras de Dios, comencé a reflexionar sobre mí misma. Dios dice que a Pablo le gustaba que la gente lo adorara y lo rodeara, que le gustaba tener estatus en el corazón de los demás y que se centraran en su imagen. Yo también quería que mis hermanos y hermanas me admiraran. En las reuniones, quería compartir mejor que los demás. Al cumplir mi deber, cuando veía que otros lograban mejores resultados que yo en su trabajo, surgía mi naturaleza competitiva. Yo quería hacerlo mejor que ellos y superarlos. Todo lo que decía y hacía estaba lleno de ambición y deseo, y mi carácter era demasiado arrogante. Mi propósito y mi comportamiento eran los mismos que los de Pablo. La naturaleza de Pablo era de engreimiento y arrogancia. Él no adoraba a Dios, sólo alardeaba y daba testimonio sobre sí mismo por doquier, intentaba hacer que los demás lo admiraran y lo adoraran, y quería tener un lugar en las mentes de la gente. Yo era igual. Sin importar qué deber realizara, todo lo hacía por fama y estatus, no para cumplir bien con mi deber y satisfacer a Dios. En mi búsqueda me estaba resistiendo a Dios y Él me condenaría. Esto se debe a que la búsqueda de estatus no es pensada solo para ganar una posición o un título; su propósito es ganar un lugar en las mentes de la gente y hacer que los demás le adoren. Tal como dice Dios: “Esta es la imagen clásica de Satanás”. ¡Esto es de veras muy aterrador! Para ganar la admiración de otros, perseguía un éxito rápido al cumplir mi deber y predicaba el evangelio sin principio, lo que dejaba que algunos incrédulos entraran al grupo de reunión y desperdiciaran el tiempo y la energía de los obreros evangelizadores. Si esas personas hubieran entrado en la iglesia, la situación habría sido mucho peor y podrían haber perturbado la obra de la iglesia. ¡La naturaleza de este problema era extremadamente grave! Si no me arrepentía y cambiaba, Dios seguro me iba a detestar, así que ya no quise buscar el estatus y la admiración de los demás.

En las siguientes reuniones, escuchaba cuidadosamente lo que enseñaban mis hermanos y hermanas, y veía que todos cumplían su deber con diligencia. Había una hermana cuya experiencia me emocionó especialmente. Nos compartió cómo confió en Dios para sobreponerse a las dificultades al cumplir sus deberes, y cómo difundía el evangelio. Después de escucharlo, me pregunté: “¿Me tomo mi deber en serio? ¿Estoy practicando de acuerdo con las palabras de Dios? Todos los demás tienen experiencia real y testimonio de practicar la verdad en diferentes situaciones. ¿Por qué yo no? ¿Por qué no tengo el propósito de cumplir bien con mi deber?”. Me sentía muy culpable. No cumplía mi deber a conciencia. En vez de trabajar bien, perseguía con entusiasmo la admiración de la gente. De verdad no merecía que me asignaran ningún deber. Durante ese tiempo, reflexioné en serio sobre mí misma, y recordé la experiencia de Pedro. Pedro jamás alardeó ni buscó la admiración de los demás. Él se centró en buscar la verdad en todo, reflexionando y comprendiendo su propia corrupción, e intentando transformar su carácter-vida. Recorrió una senda exitosa de creencia en Dios. Yo también quería ir en busca de un cambio de carácter, así que a menudo oraba a Dios, pidiéndole que me guiara para conocerme a mí misma. Siempre que quería buscar la admiración de la gente al cumplir mi deber, conscientemente me rebelaba contra mi propósito errado. Quería escapar de mi carácter corrupto cuanto antes y cumplir bien mi deber.

Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios, y encontré una senda de práctica. Las palabras de Dios dicen: “Si Dios te hizo necio, entonces tu necedad tiene sentido; si te hizo brillante, entonces tu brillantez tiene sentido. Cualesquiera que sean los talentos que Dios te conceda, cualesquiera sean tus puntos fuertes, sea cual sea tu coeficiente intelectual, todo tiene un propósito para Dios. Todas estas cosas fueron predestinadas por Dios. Él ordenó hace mucho tiempo el papel que desempeñas en tu vida, el deber que cumples. Hay personas que se dan cuenta de que otros tienen puntos fuertes que ellas no y están insatisfechas. Quieren cambiar las cosas aprendiendo más, viendo más y siendo más aplicados. Pero lo que pueden lograr con su diligencia tiene un límite y no pueden superar a los que tienen dones y experiencia. Por mucho que te esfuerces, es inútil. Dios ha ordenado lo que vas a ser y nadie puede hacer nada por cambiarlo. Debes esforzarte en aquello en lo que seas bueno. Sea cual sea el deber para el que eres apto, ese es el que debes realizar. No trates de meterte a la fuerza en campos ajenos a tus habilidades y no envidies a los demás. Cada uno tiene su función. No pienses que puedes hacerlo todo bien, o que eres más perfecto o mejor que los demás, ni desees reemplazar a otros y jactarte. Ese es un carácter corrupto. Hay quienes piensan que no saben hacer nada bien y que no tienen ninguna habilidad. Si ese es el caso, limítate a ser una persona que escuche y se someta de manera sensata. Haz lo que puedas y hazlo bien, con todas tus fuerzas. Con eso es suficiente. Dios quedará satisfecho(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Después de leer las palabras de Dios, me emocioné mucho. Entendí que estaba tan exhausta y tan atormentada sencillamente porque no ponía mi energía en cumplir con mi deber. En cambio, usaba mi energía para buscar reputación y estatus. Dios predestina ya sea que alguien tenga mucha o poca aptitud, qué clase de talentos y dones tenga, y qué función puede desempeñar. Dios quiere que hagamos lo mejor que podamos dentro de los límites de nuestra propia habilidad. Él no nos pide que intentemos sobresalir de entre la multitud y ser superiores a los demás. Aun antes de que yo naciera, Dios ya había dispuesto todo para mí. Dios predeterminó qué aptitud, talentos y dones tendría; qué deberes serían apropiados para mí, y todo lo demás. Yo debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios, mantener mi lugar, ejercer mis habilidades de manera sensata, y cumplir bien con mi deber. Después de una cuidadosa reflexión, entendí que yo no tenía habilidades especiales, por lo que solo necesitaba escuchar las palabras de Dios: “Limítate a ser una persona que escuche y se someta de manera sensata. Haz lo que puedas y hazlo bien, con todas tus fuerzas. Con eso es suficiente. Dios quedará satisfecho”. Ahora, estaba dispuesta a practicar según las palabras de Dios y cumplir mi función con sinceridad.

Vi a una hermana que cumplía su deber con mucha eficiencia. Sentí mucha envidia y un poco de celos. Pensé: “¿Cómo lo hace?”. Sentí la urgencia de superarla de nuevo, pero me di cuenta de que estaba revelando mi corrupción, así que oré a Dios para rebelarme contra mí misma. Después de orar, pensé: “Todos tenemos diferentes funciones que desempeñar, así como una máquina tiene diferentes partes y cada parte tiene una función diferente. Mi hermana tiene sus fortalezas y logra buenos resultados al cumplir su deber. Esto es algo bueno. Yo no debería compararme con ella; debería aprender de ella”. Después de eso, cuando mi hermana compartía su senda y lo ganado en el cumplimiento de su deber, yo escuchaba atentamente y tomaba notas. También recurría a la experiencia de otros hermanos y hermanas en su labor de evangelización. Durante las reuniones, me calmaba y contemplaba las palabras de Dios, compartía lo que yo entendía de Sus palabras, y ya no perseguía la admiración de otros. Al practicar de esta forma, mi deseo de estatus y reputación disminuyeron gradualmente. Ya no me sentía tan celosa como antes, y me sentía mucho más relajada y liberada.

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