La importancia de una actitud correcta en tu deber
En octubre de 2020, acepté la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Comencé a asistir activamente a las reuniones y a compartir mi entendimiento sobre la palabra de Dios, y dos meses después, me volví líder de un grupo de reunión. Recuerdo que la primera vez que fui anfitriona de una reunión, estaba emocionada y nerviosa. Estaba emocionada de hacer mi deber pero me preocupaba de que si no lo hacía bien, mir hemanos y hemanas podrían menospreciarme. Me parecía que la forma en que mi líder manejaba las reuniones era muy buena, por lo que, si lo hacía como ella, seguramente podría llevar bien una reunión, y entonces mi líder me halagaría y mis hermanos y hermanas me admirarían. Así que llevé a cabo la reunión imitando el método de mi líder. Cuando les hacía preguntas a mis hermanos y hermanas, ellos podían interactuar conmigo, y cuando yo les compartía, decían "Amén" y asentían. Después de la reunión, mi líder estaba contenta y dijo que yo era muy buena para esto. Me sentí feliz y orgullosa cuando escuché los halagos de la líder. Al poco tiempo me ascendieron a diaconisa de riego. Estaba muy emocionada, y pensé que la líder debía creer que yo tenía buena aptitud para darme este deber. Al principio, no sabía cómo realizar este deber, pero no quería que mis hermanos y hermanas se decepcionaran de mí. Así que en cada reunión, me centraba en encontrar los elementos principales que abordaban las palabras de Dios. Así, mi enseñanza sería clara y cubriría los puntos clave, los demás pensarían que entendía muy bien las palabras de Dios, y todos iban a admirarme. Pero después de compartirles, cuando escuchaba lo que los demás compartían, notaba que mi enseñanza no era tan clara como la de ellos. Estaba muy preocupada y pensé: “Ahora los nuevos fieles pensarán que no enseño bien, y prestarán atención a otros hermanos y hermanas”. Temía que los nuevos fieles no me admiraran, así que me rompía la cabeza buscando mejores formas de comunicarme. Pero no podía calmarme lo suficiente para contemplar las palabras de Dios. Mientras más quería explicarme mejor, peor se volvía mi explicación. Me preocupaba: “¿Qué van a pensar de mí los hermanos y hermanas? ¿Mi líder se va a decepcionar de mí? ¿Por qué mi comunicación no es tan clara como la de todos los demás? ¿Por qué ellos comparten tan bien y yo no?”. En ese momento, yo estaba muy frustrada, y quería trabajar más duro que ellos, y superarlos.
Unos meses después, debido a las necesidades del trabajo, me enviaron a predicar el evangelio. En cuanto llegué al grupo, pregunté quién era el líder del grupo y quién era el líder de la iglesia. Pensé que mientras me esforzara al máximo, podría ganarme la aprobación del líder de la iglesia y tal vez hacerme líder de grupo. De esa forma, incluso más hermanos y hermanas iban a admirarme. Cuando predicaba, a menudo oraba y me apoyaba en Dios cuando había cosas que no entendía. Después de un tiempo, obtuve algunos buenos resultados en mi deber y eso me puso muy feliz. Pero al mismo tiempo, me sentía culpable, porque sabía que tenía una mala actitud. Solo quería que los demás me admiraran, no hacer bien mi deber; pero Dios observa nuestro corazón y sin duda odiaba lo que yo buscaba. Oré a Dios, y le pedí que me guiara para abandonar mis intenciones erróneas. Después de orar me sentí un poco mejor. Sin embargo, aún perseguía involuntariamente que la gente me admirara. Cuando veía a otros haciendo bien sus deberes, yo quería superarlos. Sabía que estaba mal pensar de esta forma, pero no podía evitarlo. No podía calmarme lo suficiente para hacer mi deber. Mi estado empeoró cada vez más, y me volví ineficiente en el deber. Más tarde, oré a Dios pidiéndole que me ayudara y me guiara para renunciar a esta intención errónea. Un día, vi un pasaje de la palabra de Dios en un video testimonial que me dio un poco de entendimiento sobre mí misma. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos cumplen su deber a regañadientes para obtener bendiciones. También averiguan si podrán destacar y ser admirados cuando cumplan un deber, y si lo Alto o Dios sabrán que lo están cumpliendo. Consideran todas estas cosas cuando cumplen un deber. Lo primero que quieren determinar son los beneficios que pueden obtener al cumplir un deber y si pueden ser bendecidos. Esto es lo más importante para ellos. Nunca piensan en cómo ser considerados con la voluntad de Dios y retribuir Su amor, cómo predicar el evangelio y dar testimonio de Dios para que la gente obtenga Su salvación y la felicidad. Nunca buscan comprender la verdad, resolver su carácter corrupto y vivir con semejanza humana. Nunca tienen en cuenta estas cosas. Solo piensan en si van a ser bendecidos y obtener beneficios, cómo afianzarse en la iglesia y entre la gente, cómo lograr el estatus, cómo hacer que los demás los admiren, y cómo destacar y ser los mejores. No están dispuestos a ser seguidores corrientes. Siempre quieren ser los primeros en la iglesia, tener la última palabra, convertirse en un líder y hacer que los demás los obedezcan. Solo entonces están satisfechos. Podéis ver que el corazón de los anticristos está lleno de estas cosas. ¿Se gastan de verdad por Dios? ¿Cumplen con su deber como seres creados de manera sincera? (No). ¿Qué es lo que quieren hacer entonces? (Tener poder). Es cierto. Dicen: ‘Yo lo que quiero es ser mejor que todos en el mundo secular. Quiero ser el primero en cualquier grupo. Me niego a ser segundo y nunca seré el secuaz de nadie. Quiero ser un líder y tener la última palabra en cualquier grupo de personas en el que me encuentre. Si no tengo la última palabra, encontraré la manera de convenceros a todos, de hacer que me admiréis y me escojáis como líder. Una vez tenga estatus, tendré la última palabra, todos me obedecerán, tendrán que hacer las cosas a mi manera y tendrán que estar bajo mi control’. No importa qué deber cumplan los anticristos, tratarán de colocarse en una posición superior y tomar el mando. No podrán nunca ser un seguidor común y corriente. ¿Y qué es lo que más les excita? Estar delante de la gente dando órdenes y regañando y haciendo que la gente obedezca lo que ellos dicen. Nunca piensan en cómo cumplir con su deber correctamente, y mucho menos buscan los principios de la verdad para practicarla y satisfacer a Dios al cumplir con su deber. En cambio, se devanan los sesos buscando la manera de destacar, de hacer que los líderes los tengan en alta estima y los promocionen, para convertirse ellos mismos en líderes u obreros y poder dirigir a otras personas. Se pasan todo el día pensando y esperando esto. Los anticristos no están dispuestos a ser dirigidos por otros ni a ser un seguidor común y corriente, y mucho menos a cumplir discretamente con su deber, sin fanfarrias. Sea cual sea su deber, si no pueden estar en primera línea, si no pueden estar por encima de los demás y ser el líder, no le encuentran ningún propósito a su cumplimiento, y se vuelven negativos y empiezan a flaquear. Sin los elogios o la admiración de los demás, les resulta aún menos interesante y tienen aún menos ganas de cumplir con su deber. Pero si pueden estar al frente y ser el centro mientras cumplen con su deber y logran tener la última palabra, se sienten fortalecidos y sufrirán cualquier dificultad. Siempre tienen motivos personales cuando cumplen con su deber y siempre quieren destacar entre los demás como una manera de satisfacer su necesidad de superar a los demás y colmar sus deseos y ambiciones” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9: Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (VII)).
Después de leer la palabra de Dios, inmediatamente me puse a pensar en todo lo que había hecho. Sentí que todos mis pensamientos y acciones habían salido a la luz. La palabra de Dios revelaba que en un deber, los anticristos nunca piensan en cómo buscar la verdad o hacer bien su deber. En cambio, buscan puestos altos en los que puedan dirigir a los demás. Nunca quieren ver a los demás sobre ellos, y van por la senda de la resistencia a Dios. Recordé todas mis distintas manifestaciones que eran como las de los anticristos: En cuanto comencé en mi deber, quise que los demás me admiraran y me elogiaran, así que imitaba a mi líder cuando dirigía las reuniones. Tras convertirme en diaconisa de riego, meditaba la palabra de Dios para cada reunión, esperando tocar los puntos clave en mi enseñanza para que todos dijeran que esta era buena y les ofrecía luz. En el grupo evangelizador, no pensé en cómo cumplir con mi deber para satisfacer a Dios. En cambio, primero pregunté quiénes eran el líder de grupo y el líder de la iglesia, con la esperanza de que me eligieran líder de grupo por mi propio esfuerzo. Hice lo posible por alardear frente a mis hermanos y hermanas, y comparé mi efectividad en el deber con ellos. Cuando veía a otros haciendo bien su deber, me ponía celosa e incómoda, y quería superarlos y ser la mejor. Detrás de todo lo que hacía, no había mas que apariencia, estatus, e intentos por satisfacer mi naturaleza competitiva. ¿Cómo no iba a odiar Dios semejante búsqueda? Un deber es una comisión de Dios, y es nuestra obligación y responsabilidad, pero yo lo traté como mi propia carrera. Usé mi deber para ir en busca de estatus y alcanzar mi objetivo de hacer que la gente me admirara. ¿Cómo podrían estas intenciones en mi deber concordar con la voluntad de Dios? Me odié a mí misma por ser tan corrupta. Ya no quería seguir viviendo así. Quería cambiar.
Días después, me transfirieron a otro grupo para predicar el evangelio. Cuando llegué, sólo quería enfocarme en la tarea de evangelizar y cumplir mi deber. Noté que los hermanos y hermanas ahí realizaban muy bien sus deberes. Cuando predicaban el evengelio, comunicaban la verdad sobre la obra de Dios muy claramente, y muchos objetivos de evangelización estaban dispuestos a buscar y estudiarlo. Mi propia predicación fue más bien ineficaz, y mi enseñanza de la verdad no fue clara, así que por primera vez me sentí inferior. Poco a poco, dejé de ser tan arrogante como antes. No me atrevía a pensar maravillas de mí misma, y no quise buscar que otros me admiraran. Al principio, creí que había logrado cierto cambio, pero cuando vi a mis hermanos y hermanas recibir felicitaciones por realizar bien sus deberes, mi corrupción se volvió a revelar. Pensé: “Yo también quiero ser elogiada y admirada por mis hermanos y hermanas”. Después de eso, en mi deber, invitaba insistentemente a objetivos de evangelización a escuchar los sermones, pero no intentaba averiguar si de verdad creían en Dios o si cumplían los requerimientos para evangelizarse. Como resultado, invité a algunos incrédulos a escuchar sermones. Pero en ese momento yo estaba muy triste: “Fui ineficaz en mi deber. ¿Qué pensarán de mí mis hermanos y hermanas? ¿Pensarán que estoy mucho peor?”. En aquellos días, yo era muy negativa, y quería llorar durante las reuniones; pero siempre recordaba un pasaje de la palabra de Dios. “¿No sois vosotros conscientes de que siempre hablo de cosas sin adornar las palabras? ¿Por qué seguís siendo obtusos, insensibilizados y torpes? Debéis examinaros a vosotros mismos más, y si hay algo que no entendáis alguna vez, debéis venir ante Mí más a menudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 63). Las palabras de Dios me advirtieron: “Es cierto, debería reflexionar y examinar si tengo intenciones incorrectas en el deber”. A través de la reflexión, me di cuenta de que mi viejo problema había vuelto: Quiero ganarme la atención y alta estima de la gente por hacer mi deber. Darme cuenta de esto me angustió. ¿Por qué mi deseo de estatus era tan fuerte y mi corrupción tan profunda? Y aún peor, yo era insensible a ello. Ni siquiera me daba cuenta de que mi estado era incorrecto.
Después, cuando discutía mi estado con una hermana, ella me envió un pasaje de la palabra de Dios. Y finalmente logré conocerme un poco después de leerlo. Las palabras de Dios dicen: “Algunas personas idolatran de manera particular a Pablo: les gusta salir a pronunciar discursos y hacer obra, les gusta reunirse y predicar; les gusta que los demás las escuchen, que las adoren y las rodeen. Les gusta tener estatus en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren la imagen que muestran. Analicemos su naturaleza a partir de estos comportamientos: ¿Cuál es su naturaleza? Si de verdad se comportan así, entonces basta para mostrar que son arrogantes y engreídos. No adoran a Dios en absoluto; buscan un estatus elevado y desean tener autoridad sobre otros, poseerlos, y tener estatus en sus mentes. Esta es la imagen clásica de Satanás. Los aspectos de su naturaleza que más destacan son la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de ser adorados por los demás. Tales comportamientos pueden darte una visión muy clara de su naturaleza” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Tras leer la palabra de Dios, comencé a reflexionar sobre mí misma. Dios dice que Pablo hacía que la gente lo adorara y lo rodeara, que le gustaba tener estatus en el corazón de los demás y que se centraran en su imagen. Yo también quería que mis hermanos y hermanas me admiraran. En las reuniones, quería compartir mejor que los demás. En mi deber, cuando veía que otros trabajaban mejor que yo, surgía mi naturaleza competitiva. Yo quería hacer las cosas mejor que ellos, y vencer a mis hermanos y hermanas. Todo lo que decía y hacía estaba lleno de ambición y deseo, y mi carácter era demasiado arrogante. Mis intenciones y comportamientos eran los mismos de Pablo. La naturaleza de Pablo era de engreimiento y arrogancia. Él no adoraba a Dios, sólo alardeaba y daba testimonio de sí mismo por todas partes, buscando hacer que los demás lo admiraran y lo adoraran, y quería tener un lugar en el corazón de la gente. Yo era igual. Sin importar qué deber realizara, todo lo hacía por fama y estatus, no para cumplir con mi deber y satisfacer a Dios. Perseguir eso era oponerse a Dios y Él lo condenaba. La búsqueda de estatus no es sólo por ganar estatus o un título. El propósito es tener un lugar en el corazón de la gente, hacer que los demás te adoren. Tal como dice la palabra de Dios: “Esta es la imagen clásica de Satanás”. ¡Es muy aterrador! También recordé que, por perseguir estatus y que me tuvieran en alta estima, perseguía un rápido éxito en mi deber y predicaba el evangelio sin tener principios, con lo que algunos incrédulos entraron al grupo y desperdiciaron el tiempo y la energía de los hermanos y hermanas. Si esas personas hubieran entrado a la iglesia, podrían haber perturbado el trabajo de esta, lo cual habría sido mucho peor. ¡Las consecuencias eran graves! Si no me arrepentía y cambiaba, Dios seguro me iba a detestar, así que ya no quise buscar el estatus y la alta estima de los demás.
En las siguientes reuniones, escuchaba cuidadosamente lo que comunicaban mis hermanos y hermanas, y veía que todos se esforzaban por cumplir bien con su deber. Había una hermana cuya experiencia me emocionó. Nos compartió cómo confió en Dios para sobreponerse a las dificulatades en sus deberes, y cómo hizo el trabajo de difundir el evangelio. Después de escucharlo, me pregunté: “¿Me tomo mi deber en serio? ¿Estoy practicando de acuerdo con la palabra de Dios? Todos los demás tienen experiencia práctica y testimonio de practicar la verdad en diferentes situaciones. ¿Por qué yo no tengo eso? ¿Por qué no tengo la intención de cumplir bien con mi deber?”. Me sentía muy culpable. No cumplí mi deber a conciencia. En vez de trabajar bien, perseguí con entusiasmo la admiración de la gente. De verdad no merecía que me asignaran este deber. Durante ese tiempo, reflexioné en serio sobre mí misma, y también recordé la experiencia de Pedro. Pedro jamás alardeó ni buscó ser admirado por los demás. Él se centró en buscar la verdad en todo, reflexionaba sobre su corrupción, y transformó su carácter de vida. Recorrió la senda exitosa de la fe en Dios. Yo también quería ir en busca de un cambio de carácter, así que a menudo oraba a Dios, pidiéndole que me guiara para conocerme a mí misma. Siempre que quería que la gente me admirara en mi deber, concientemente renunciaba a mis erróneas intenciones, porque quería escapar de mi carácter corrupto y cumplir bien con el deber.
Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios, y encontré una senda de práctica. Las palabras de Dios dicen: “Si Dios te hizo necio, entonces tu necedad tiene sentido; si te hizo brillante, entonces tu brillantez tiene sentido. Cualquiera que sea la destreza que Dios te conceda, cualquiera que sean tus puntos fuertes, sea cual sea tu coeficiente intelectual, todo tiene un propósito para Dios. Todas estas cosas fueron predestinadas por Dios. Él ordenó hace mucho tiempo el papel que desempeñas en tu vida, el deber que cumples. Algunas personas se dan cuenta de que otros tienen experiencia que ellas no tienen y están insatisfechas. Quieren cambiar las cosas aprendiendo más, viendo más y siendo más aplicados. Pero lo que pueden lograr con su diligencia tiene un límite y no pueden superar a los que tienen dones y experiencia. Por mucho que te esfuerces, es inútil. Dios ha ordenado lo que vas a ser y nadie puede hacer nada por cambiarlo. Debes esforzarte en aquello en lo que seas bueno. Sea cual sea el deber para el que eres apto, ese es el que debes realizar. No trates de meterte a la fuerza en campos ajenos a tus habilidades y no envidies a los demás. Cada uno tiene su función. No pienses que puedes hacerlo todo bien, o que eres más perfecto o mejor que los demás, ni desees reemplazar a otros y jactarte. Ese es un carácter corrupto. Hay quienes piensan que no saben hacer nada bien y que no tienen ninguna habilidad. Si ese es el caso, limítate a ser una persona que escuche y obedezca de manera sensata. Haz lo que puedas y hazlo bien, con todas tus fuerzas. Con eso es suficiente. Dios quedará satisfecho” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Después de leer las palabras de Dios, me emocioné mucho. Entendí que estaba tan exhausta y tan atormentada porque no ponía la energía en cumplir con mi deber. En cambio, la usaba para buscar reputación y estatus. Ya sea que alguien tenga mucha o poca aptitud, sus talentos, dones y habilidades estén todos predestinados por Dios. Él sólo quiere que la gente haga lo mejor que pueda según sus propias capacidades. Dios no nos pide sobresalir de entre la multitud y ser superiores a los demás. Aun antes de que yo naciera, Dios ya había dispuesto todo para mí. Dios predeterminó mis talentos, aptitudes, dones, qué deberes eran apropiados para mí, y todo lo demás. Yo debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios, a mantener mi posición, hacer mi mayor esfuerzo de manera sensata, y cumplir bien con mi deber. Después de una cuidadosa reflexión, entendí que no tengo habilidades especiales, sino que solo tengo que hacer lo que dice la palabra de Dios: “Si ese es el caso, limítate a ser una persona que escuche y obedezca de manera sensata. Haz lo que puedas y hazlo bien, con todas tus fuerzas. Con eso es suficiente. Dios quedará satisfecho”. Ahora, estaba lista para practicar según la palabra de Dios y cumplir mi función con sinceridad.
Una vez, vi a una hermana hacer su deber con mucha eficiencia. Yo estaba celosa y con algo de envidia. Pensé: “¿Cómo lo hace?”. Sentí que de nuevo surgía el impulso de superarla, pero me di cuenta de que estaba revelando corrupción, así que oré a Dios para renunciar a mí misma. Después de orar, pensé: “Todos tenemos diferentes funciones que desempeñar, así como una máquina tiene diferentes partes, y cada parte tiene una diferente función. Ella tenía sus fortalezas y lograba buenos resultados en su deber. Esto es algo bueno. Yo no debería compararme con ella, debería aprender de ella”. Después de eso, cuando mi hermana compartía su experiencia y prácticas en el cumplimiento de su deber, yo escuchaba atentamente y tomaba notas. También recurría a la experiencia de los demás en la labor de evangelización. Durante las reuniones, también me calmaba y meditaba la palabra de Dios, compartía lo que yo entendía, y ya no buscaba que me admiraran. Al practicar de esta forma, descubrí que mi deseo por la reputación y el estatus disminuían gradualmente. Ya no me sentía tan celosa como antes, y me sentía mucho más relajada y en paz. ¡Gracias a Dios!